Magnus Bane estaba frente al espejo de su loft de Brooklyn repasando su indumentaria y maquillaje. Alexander estaba a punto de llegar y tenía que estar deslumbrante. Presidente Miau estaba sentado en el tocador, con un lacito rojo anudado al collar y su colita agitándose alegremente.
—Sí, en seguida llegará Alec. Pero hoy no te va a dar mimitos a ti, sólo me los dará a mí —le dijo Magnus, acariciándole bajo el cuello, como tanto le gustaba al minino.
Magnus y Alec llevaban viviendo casi año juntos desde que se habían reconciliado, y aquéllas serían sus primeras navidades en pareja. Aquella noche era Nochebuena y Alec, desgraciadamente, tenía una sesión de la Clave aunque había prometido estar para la cena. Para la comida del día siguiente, a Magnus todavía le daba miedo imaginarlo, habían invitado a los padres de Alec, su hermana y el novio vampiro de ésta, Jace y Clary y los recién casados Luke y Jocelyn. Se planteaba una comida… peculiar, como mínimo. Pero bueno, la noche era para ellos y debían disfrutarla como se merecían.
El timbre de la puerta sonó con la nueva sintonía que había puesto Magnus. En vez del típico "ding-dong", sonaba algo así como "Jingle-Bell rock".
El brujo se apresuró a abrir la puerta.
—¿Me has quitado las llaves? —le preguntó Alec en cuanto la puerta se abrió.
Magnus hizo caso omiso a la pregunta y se repantigó contra el marco de la puerta.
—Magnus, ¿me estás escuchando? ¿Por qué me has quitado las llaves?
—Porque así tocarías al timbre y yo podría estar aquí para tu saludo —respondió el brujo como si fuera la cosa más obvia del mundo.
Alec le echó una mirada que decía "no te entiendo para nada, explícame de qué va esto".
—Alexander... ¿es que esto —Magnus señaló con el dedo hacia el marco superior de la puerta—, no te dice nada?
Alec miró hacia arriba, entrecerrando los ojos.
—No sé a qué te refieres…
—¡Por el Ángel, Alexander, el muérdago! —dijo Magnus, exasperado. Durante los meses de convivencia se le había pegado el juramento del nefilim.
—¿Te refieres al Viscum album? Mezclado con Zingiber officinale y hojas de luna sirve para repeler a las hadas. ¿Por qué lo has puesto sobre el marco de la puerta? ¿Algún cliente hada indeseable por aquí?
Magnus le dedicó una mirada furibunda.
—¿Es que no sabes nada, nefilim? Es tradición navideña poner muérdago, se dice que la gente se debe besar bajo éste.
—¿En serio? Qué extraños son los mundanos, ¿no crees? Uhm… espera un momento —Alec le miró frunciendo el ceño, cayendo en la cuenta de algo—. ¿Cuánto tiempo lleva puesto esto aquí? ¿No habrás estado besando a todo el que haya entrado por la puerta?
—Estúpido nefilim celoso, ¡lo he puesto para ti! —Magnus se llevó las manos a la cabeza— ¡Quién iba a decir hasta dónde podía llegar la incultura de los cazadores de sombras!
—Vaya, lo siento, no sabía que el Viscum album era tan importante para ti. ¿Quieres que vuelva a tocar la puerta? —preguntó Alec, con una mirada culpable. A veces era difícil seguir el ritmo de los pensamientos de Magnus.
Magnus asintió como un loco, cerró la puerta y gritó tras esta: ¡Vuelve a tocar dentro de un minuto como mínimo!
Alec agitó la cabeza. Por más años que tuviera, Magnus era un crío incorregible.
Exactamente un minuto después, tocó al timbre.
—Alexander —dijo Magnus al abrir y se repantigó contra el marco de la puerta—, ¿te has percatado de…?
Alec cortó sus palabras plantándole un beso en los labios de los que quitan el aliento, empujándole hacia dentro. Tras esto, cerró la puerta y miró a su brujo, un tanto pasmado.
—¿Te referías al muérdago? Oh sí, todo un detalle —dijo sonriendo, a la vez que intentando recuperar el aliento—. ¿También esperarás que mi padre te bese mañana?
Magnus pasó del gesto de sorpresa al enfado en un segundo, para finalmente reír.
—Eres un nefilim tonto, ¿lo sabías? —dijo acercándose de manera seductora hasta Alexander y atrapándolo contra la puerta de entrada— Se te ha puesto la nariz roja…
—Me has tenido esperando un buen rato en el frío, me estaba congelando —se quejó el nefilim.
—Tranquilo, ya está aquí Magnus para calentarte —dijo el brujo, que besó ligeramente su nariz—. Aunque supongo que primero querrás cenar.
—Sería todo un detalle por tu parte, después de tener que discutir durante toda la noche con esos carcas de la Clave —dijo Alec, bufando al recordar la reunión que había tenido que soportar.
—¿Tan mal ha ido? —preguntó Magnus, ayudándole a quitarse la cazadora de cuero y después colgándola en el perchero.
—Ha ido como siempre, en realidad. Pero, ¿por qué tenían que elegir el día de Nochebuena? Por supuesto, cuando nos hemos quejado, han dicho que no había problema, que si lo deseábamos cerrábamos la sesión sin empezarla y nunca jamás tocábamos el asunto…
Desde la victoria, se habían producido cambios en la Clave. Se estaban proponiendo unos nuevos acuerdos, mucho más igualitarios que los anteriores. También estaban proponiendo nuevas leyes. Generalmente, todas las reuniones del consejo acababan con disputas entre los más jóvenes y transgresores y los más mayores y conservadores. Entre otros muchos asuntos, estaban luchando por conseguir el matrimonio entre nefilim y subterráneos, un matrimonio legal y al mismo nivel que el que había entre dos cazadores de sombras, algo impensable hasta entonces.
—Clary ha presentado la nueva runa, y como siempre, han puesto pegas. Que si ella todavía no tiene dieciocho años y no puede asistir a las reuniones. Claro, como no es de las nefilim que ha hecho más por la Clave que todos nosotros juntos. Y luego —hizo una pausa—, Magnus, deberías haberlo visto. Aline ha estado francamente genial, los ha puesto en su sitio.
Magnus sonrió. Miró a Alexander, orgulloso por la labor que estaba llevando a cabo para hacer que los subterráneos, los de su especie, estuviesen en el mismo escalafón que los cazadores de sombras. Y al mirarle, se percató de algo.
—¿Qué ropa llevas?
Alec agachó la cabeza, sonrojándose, y empezó a caminar hacia la cocina:
—¿Qué tenemos de cena?
Magnus lo atrapó por la espalda y lo apretó contra su regazo:
—Aquí huele a ropa nueva. ¿Me equivoco?
—Ehm… no —respondió Alec, deshaciéndose de él y continuando el camino hacia la cocina.
—¿Te la has comprado por mí? —preguntó Magnus, claramente pagado de sí mismo.
—No seas tonto —dijo Alec, rebuscando en la nevera—. ¿Es que no hay nada decente para cenar en Nochebuena en esta casa?
Magnus chasqueó los dedos y la mesa de comer quedó totalmente engalanada con todos los posibles adornos navideños y llena de comida de aspecto suculento. Alec fue hacia la mesa y se sentó en su silla.
—Ese jersey de cuello alto y esos pantalones pitillo te quedan de muerte, Alexander —dijo Magnus, sentándose frente a él—. Lástima que te los vaya a quitar en cuanto cenemos.
—¿De verdad? ¿Te gustan? —preguntó Alec, mirándole a los ojos. Seguía sonrojado— No sabía si te parecerían…
—Cualquier cosa que te pongas, Alexander, me gusta —respondió Magnus, cortándole—. Incluso tus jerseys desteñidos con agujeros, si están sobre ti, me gustan. Y si no llevas nada, claro está, mejor que mejor. ¿Y sabes por qué es eso? —preguntó y pasó su mano por la mesa, hasta encontrarse con la de Alec y tomarla con cariño— Porque te quiero.
Alec se sonrojó todavía más, pero le dijo sinceramente:
—Yo también. Te quiero, Magnus Bane.
Cenaron como reyes. Alec le contaba todo lo que había pasado en el Consejo, y Magnus reía cuando le explicó cómo se le caía la baba a Henry Ashdown, del lado de los conservadores, cuando escuchaba el discurso de Aline, cómo Jia Penhallow puso orden y le cantó las cuarenta a Marcus Pontmercy cuando éste había sugerido que su hija era una desviada y cómo casi le saltaban a la yugular los representantes de los licántropos a Patricia Hightower al haber expresado, por enésima vez, su opinión de que sería una barbaridad la unión de nefilim y subterráneos.
Y terminaron el postre. Alec se levantó, recogió los platos y los llevó a la pila. Magnus se colocó detrás de él y lo abrazó por la cintura. Le susurró al oído:
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Poner el lavavajillas.
—¿Desde cuándo en esta casa se pone el lavavajillas? —Magnus chasqueó los dedos y la vajilla sucia, incluido el plato que Alec estaba frotando, desapareció— Ven, quiero darte mi regalo de navidad. Pero para eso tendremos que subir a la azotea. Ponte la chaqueta y sube en cinco minutos, ¿de acuerdo?
Alec asintió, la viva curiosidad asomándose a sus ojos. Magnus le dio un beso fugaz y subió escaleras arriba.
Cinco minutos después, Alec subió hasta la azotea.
—¿Se puede? —dijo, llegando arriba del todo.
—Así es. Ven.
En el centro de la azotea había un bulto enorme, tapado por una lona negra adornada por un enorme lazo rojo.
—Adelante, descúbrelo —dijo Magnus, situado al lado del bulto.
Alec pegó un estirón a la lona al instante, la dejó caer al suelo y abrió los ojos como platos:
—¡Por el Ángel! —dijo tras contener el aliento durante un buen rato— ¡Es una moto demoníaca! ¡Oh, me encanta!
La moto era completamente negra, a excepción del dibujo de un ángel plateado con las alas desplegadas en el centro.
Alec se puso a pegar saltos como un loco, cosa que a Magnus le resultó más que divertida. Después, se puso a tocar la montura y el manillar.
—Es… preciosa. ¿Puedo sentarme en ella?
—Pues claro, bobo. Es para ti.
—Ay… qué bonita —dijo Alec con voz de desquiciado, y se sentó—. Es como un sueño, me encanta Magnus. Siempre había querido…
—No me hagas arrepentirme. La acabas de ver y es como si fuese tu novia.
—Tonto —Alec quitó sus manos del manillas y las puso sobre el cuello del abrigo de Magnus para atraerlo hacia sí—. ¿Qué tengo que hacer para hacerte ver que te quiero a ti y sólo a ti? —dicho esto, le dio un pequeño beso— Anda, sube. Demos una vuelta por la ciudad.
Magnus se sentó detrás de su pareja y lo agarró por la cintura.
—¿Pero sabes conducir? —preguntó, asustándose por primera vez del regalo que le había hecho al nefilim.
—Por favor, Magnus. Soy un nefilim. Los nefilim sabemos hacer de todo.
—Te recuerdo que hasta que yo no te enseñé no sabías…
Las palabras de Magnus se las llevó el viento. Alec pegó un estruendoso arranque y salieron volando por la ciudad. Vieron Central Park desde arriba, las pistas de hielo del Rockefeller, el Empire State, Manhattan, La estatua de la libertad, y volvieron, recorriendo el East River y todos sus puentes, a Brooklyn. Allí, Alec aparcó la moto sobre la torre del puente, donde se unen los cables extensores de éste.
Bajaron de la moto y contemplaron la ciudad entre cálidos besos. Finalmente, Alec dijo:
—Tengo que darte mi regalo.
Magnus aguardó, expectante. Alec no llevaba nada grande consigo, eso era obvio; luego tenía que ser pequeño… y no sexual pues no estaban en casa y en el puente de Brooklyn en Nochebuena hacía demasiado frío para ello. Sin ninguna pista, Magnus se moría de nervios por saber lo que sería.
—Hay algo que no te he contado de la reunión de la Clave —dijo Alec, mirando hacia la ciudad, evitando sus ojos felinos.
Magnus tragó saliva. El oír "la Clave" siempre le hacía pensar en cosas malas. Aunque había dicho que era un regalo, por lo que no podía ser malo, ¿no?
—No es seguro —dijo Alec, rompiendo sus pensamientos—, al igual que el matrimonio de los subterráneos. Pero hemos propuesto… Aline, en su discurso ha dado un paso hacia las negociaciones sobre… la legalización del matrimonio homosexual.
Magnus abrió los ojos como platos. Aquello era algo increíble, Aline los tenía bien puestos como para ser capaz de pedirlo y hacer que la escucharan.
—Y bueno, yo he pensado que… —prosiguió el cazador de sombras—. Si se aprueba el matrimonio entre nefilim y subterráneos y también el matrimonio homosexual… quizás tú y yo… —dijo y bajó la mirada hacia el puente, a sus pies—. Bueno, no tiene que ser así aunque éstos se legalizaran. El caso es que, esto es lo que te he comprado —Alec sacó de dentro de su cazadora una cajita y se la dio a Magnus, que casi no podía ni respirar de todo lo que le había soltado su novio nefilim de diecinueve años, ojos azules y cabello de ébano y debía asimilar.
En la cajita había dos anillos de plata. Uno tenía una piedra de ámbar incrustada, el otro un zafiro. En las dos, estaban grabadas las runas que se pusieron el día de la batalla en el lago Lyn contra Valentine. La marca de unión en batalla entre Cazadores de Sombras y Subterráneos. La marca que les hacía compartir sus poderes. La marca que Alec le había puesto después de besarle en medio del salón de los acuerdos, haciendo saber al mundo que era gay y estaba enamorado de Magnus Bane, un brujo.
—Yo… fui a un maestro joyero de Idris para que hiciera los grabados. Pensé que la runa podría ser nuestro símbolo. Aquella noche en Idris luchamos juntos, pero después hemos librado muchas otras batallas el uno al lado del otro… el de zafiro es para ti y el de ámbar es para mí. Son los colores de nuestros ojos, para que cada uno vea con los ojos del otro siempre. Igual es una cho…
Magnus le agarró del rostro con las manos y lo elevó para que sus ojos se encontraran.
—Ni se te ocurra terminar la palabra. Alexander, es el regalo más hermoso que he recibido en toda mi larga vida. No pienso quitármelo por nada del mundo.
—¿En serio, te gusta? —preguntó Alec, toda la inseguridad anterior esfumándose al ver a Magnus sonreírle.
—Gustarme no es la palabra correcta. Oh, Alexander, ¿de verdad me has pedido matrimonio? —preguntó Magnus, con ojos llameantes.
—Bueno, eso había pensado… —dijo desviando la mirada—. Pero si tú no quie…
—Alec, ¿puedes dejar de intentar estropear la perfección, por favor? Sí y mil veces sí. Ya te lo he dicho. Tú eres mi último y definitivo. No quiero pasar con nadie más el resto de mi nueva vida mortal.
Lo soltó así, como si nada, y Alec se quedó tieso, con los ojos abiertos como platos. Parecía que estaba a punto de desmayarse. Después de un largo silencio de asimilación, preguntó:
—¿Mortal? ¿Cómo?
Magnus asintió, sonriendo.
—Has escuchado bien, mi querido Alexander. Ésa era la segunda parte de mi regalo de navidad. Ya soy oficialmente…
Alec no le dejó hablar, y le besó apasionadamente. Cuando se separó de sus labios, susurró contra éstos.
—Te amo, Magnus Bane.
Se quedaron durante un buen rato mirándose a los ojos en silencio y sonriendo.
—Creo que deberíamos ir a casa —dijo Magnus, en cuanto vio que Alec comenzaba a tiritar de frío.
—A casa… sí —Alec asintió.
Volvieron a montar en la moto, rumbo a su casa.
Bueno, aquí la historia que prometí. Sí, dije que sería lemon, pero no sé si os habréis dado cuenta de que soy muy rollera, y era incapaz de escribir algo de Magnus y Alec sin hacer un largo preámbulo... el lemon vendrá en el siguiente capítulo. Espero que de todas formas os haya gustado.
Como ya sabéis, el mejor regalo de navidad para mí es un review.
AVE ATQUE VALE AND MERRY CHRISTMAS, NEFILIM!