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Capítulo 2: Finite

El resto del día no fue mucho mejor. Harry sentía las miradas de sus compañeros clavadas en su nuca, como si no acabaran de creerse lo que había pasado. El rumor se había extendido como la pólvora y, a dónde fuera que mirara, había conversaciones sobre él.

Algunos decían que había sido muy valiente, otros que era normal que defendiera a su madre, había quienes opinaban que Draco era un bastardo y otros que Harry le había traicionado. Incluso en una ocasión oyó como una Hufflepuff le contaba a sus amigas que, en realidad, se habían peleado por el amor de Pansy y que esta había intervenido en el último momento, evitando que la cosa fuera a más.

Empezaba a preguntarse de dónde demonios salían todos esos chismes.

Harry nunca había sido especialmente popular o, por lo menos, no tan popular como lo era Draco (o el propio Pete). No jugaba al Quidditch y no se metía en los asuntos de otras personas, o, por lo menos, no lo hacía desde que había empezado a andar con las chicas. Por eso le sorprendió que durante la cena de aquel día se le acercaran media docena de compañeros de otras casas a felicitarle por lo sucedido.

Ni Millicent ni Daphne pudieron contener la risa cuando vieron cómo la chiquilla del comentario sobre Pansy intentaba decirle que no debía preocuparse, que había muchas más chicas en el colegio mientras le sonreía tímidamente. Harry tuvo que contenerse para no sacar la varita y maldecirla allí mismo.

¡Habrase visto! ¡A él! ¡Una Hufflepuff!

¿Es que ya no imponía nada?

Con los de Slytherin era diferente, claro. Ellos lo veían como si… Bueno, como si hubiese roto una regla no escrita sobre el saberse comportar. Sobre a quién entregaba sus lealtades. Así que, nadie, a parte de Millicent y Daphne, le dedicó ni media palabra durante la cena. Ni siquiera Tracey, que se colocó en un segundo plano silencioso.

Era el centro de atención. El punto en el que se encontraban los ojos de sus compañeros. Ni siquiera se libró de ello cuando se levantó de la cena para encaminarse a su Sala Común.

Pero se equivocó: seguía allí. En un silencio acusador, frío. Harry sabía cómo lo veían Había preferido defender a su hermano que a Draco, su compañero. Sobre un tema por el cual debería tener una opinión formada.

El problema era que Harry jamás defendería a Pete –no, Pete era ya mayorcito y capaz de sacar sus castañas del fuego-, él simplemente había decidido defender a su madre. Y hacer callar a Draco, claro. La actitud de su hermano le molestaba demasiado como para considerar echarle un cable. Siempre haciendo bromas, peleándose con chicos mayores y hablando demasiado alto. Siempre presumiendo de haber atrapado antes la snitch o tachando de tramposos al resto. Con aquella sonrisita estúpida y el pelo alborotado.

Le recordaba demasiado a su padre.

Y, no defender a su madre no era una opción. Slytherin había sido un racista. Y que, diez siglos después, siguieran abrazando sus ideales era enfermizo.

Al traspasar la entrada secreta de su Sala Común, todos los que estaban dentro le miraron fijamente. Sin mover un solo músculo, como si lo hubiesen estado esperando. Decenas de pares de ojos acusadores se clavaron en él, que se quedó fijo en la entrada.

Daphne se chocó levemente contra él y dejó escapar un débil quejido. Millicent gruñó algo. Tracey clavó sus ojos oscuros en Harry. Estaba sentada entre Crabbe y Blaise con los brazos cruzados. Harry tragó saliva, nervioso, sintiéndose un poco más pequeño, un poco menos él y un poco más culpable.

—Me voy a la cama —murmuró sin muchos ánimos. Apenas oyó las respuestas de sus amigas, simplemente se dirigió con paso rápido a las escaleras que lo llevarían hasta su cuarto.

¿Por qué tenían que opinar sobre todo?

Ni siquiera cuando cerró la puerta de su cuarto, de un portazo, pudo librarse de aquella sensación de ser observado, juzgado. De que sus acciones no eran suyas. De los pares de ojos clavados en su nuca. Tiró sin muchos miramientos su mochila encima de su baúl y se dejó caer en la cama, soltando un suave suspiro.

No sabía que era peor: encontrarse con todas aquellas miradas en Hogwarts, el lugar que consideraba su hogar, o tener que volver a casa a la mañana siguiente. La vida no era justa.

Nada justa, se repitió cuando oyó un leve ruido procedente de una de las camas de al lado. Creía que estaba solo. Rápidamente hizo un recuento mental. Crabbe estaba sentado junto a Tracey, al igual que Blaise. Goyle estaba jugando al snap explosivo en una esquina. Intentó recordar dónde estaba Draco.

Mierda, pensó mientras buscaba su varita. No había estado abajo, en la Sala Común, rodeado de gente que lo apoyaba. Era demasiado orgulloso como para dejarse ver así, pensó Harry mientras se incorporaba, varita en mano.

Y ahora querría venganza.

Por supuesto.

Alguien corrió el dosel de la cama de al lado y se acercó a su cama.

—Harry, ¿estás ahí? —Era una voz femenina. Pansy, comprendió de golpe. Tampoco recordaba haberla visto abajo.

—¿Qué quieres, Pansy? —Harry se la encontró de frente, con su rostro duro y su cabello oscuro. Un poco más allá, tapado por el dosel de su propia cama, se veía una de las piernas de Draco.

Ella arrugó la boca, mostrando una mueca realmente desagradable.

—Que le quites el maleficio, evidentemente —respondió con tono frío, bastante autoritario—. Ya.

Harry arqueó una ceja y dejó escapar una leve risotada.

—Ya, imagino. Lástima, no podrá ser. Draco —le llamó, alzando ligeramente la voz—, la próxima vez que quieras hablar conmigo no envíes a tu lacaya. Ven y dímelo tú mismo... Si es que puedes.

Pansy le golpeó el hombro, llamando de nuevo su atención.

—Deshazlo ya, Potter. No tiene gracia.

—No. —Harry se recostó en la cama de nuevo, aún con la varita en su mano.

—Si no le quitas el maleficio...

—¿Qué? ¿Irá a llorarle a Black? ¿A Madam Pomfrey?

Pansy no respondió. Apretó aún más los labios y colocó sus brazos en sus caderas, intentando poner su expresión más autoritaria.

—De cualquier forma, solo tiene que disculparse —explicó aburrido—. Él lo sabe. Y ni siquiera lo tiene que hacer con público.

—Idiota —gruñó cerrando el dosel de la cama con brusquedad.

Harry oyó perfectamente el ruido de sus pasos hasta la cama de Draco, el crujido de los muelles del colchón cuando se subió a él y las anillas de los doseles al volver a cerrarlos.

Sabía que lo mejor que podía hacer era callarse y dejarle estar, pero no pudo evitar abrir la boca. A fin de cuentas, uno no tenía material de primera para burlarse de Draco todos los días.

—Personalmente espero que no se disculpe, sería una gran desgracia para el mundo mágico que recuperara su voz.


Durante la mañana siguiente, Draco Malfoy estuvo más callado de costumbre, aunque no por decisión propia. Y, aunque Harry sabía que era una fuerte mejora con respecto al habitual, en seguida se lamentó.

A Pansy también le gustaba hablar alto, pero su tono de voz ponía nervioso a Harry. Era como si tuviera siempre un ojo puesto en él, intentando provocarlo, diciendo comentarios hirientes sobre hijos de muggles y, especialmente, sobre él. Harry hizo su mejor intento por ignorarla todo lo que pudo durante el desayuno.

Aquel viernes era un día lluvioso y frío, y Harry pensó melodramáticamente que era el día perfecto para volver a casa. Sentado junto a la ventana, las gotas chocaban contra el cristal del tren y se deslizaban hasta desaparecer.

Daphne, sentada a su lado, se recostó contra su hombro.

—Os voy a echar de menos, odio las vacaciones. —Suspiró—. Astoria siempre se pone imposible.

Harry apartó la mirada de la ventana.

—¿Hablas de hermanos imposibles? Pete es de Gryffindor, supéralo.

Daphne arrugó sus finas cejas rubias y contraatacó.

—Mi hermana cree que eres sexy. —Harry sintió como enrojecía—. Y no deja de hablar de tus cualidades masculinas.

Millicent rio.

—Mira, el pequeño Harry se ha ruborizado. Deberías contarle esto a tu hermana, Daphne, seguro que lo encuentra adorable.

—¡Oh, vamos! —se quejó Harry.

—Y no deja de hacer preguntas: ¿cómo se ve Harry sin camiseta? ¿No crees que tiene unos ojos preciosos? ¿Su pelo es tan suave como aparenta? ¿Crees que besará bien? ¿Cómo de larga crees que la t...?

—¡Daphne! —chilló Harry escandalizado. Ella simplemente clavó sus ojos oscuros en él y sonrió con satisfacción.

—¿Ves? Lo superé. —Se volvió a recostar en él—. Solo te lo advierto: no se te ocurra tocar a mi hermana— añadió en tono protector mientras se miraba las uñas—. Oh, y tampoco comas nada que te dé. Creo que está intentando hacer un filtro amoroso.

Harry jadeó.

—No le hagas caso. Su hermana es horrible en pociones, seguro que solo te produce dolor de tripa. —Intentó consolarlo Millicent, mientras ojeaba su reloj—. Voy a por algo de comer, ¿queréis que...?

Así que, no solo iba a tener que enfrentarse –en algún momento, en algún futuro cuanto más lejano mejor- a la pequeña y no-tan-adorable hermana de Daphne sino que, además, corría el peligro de ser envenenado. Suspiró. Necesitaba ir a dar una vuelta, despejarse.

—¡No! Déjalo. —Harry se levantó, apartando a Daphne que protestó en el camino—. Voy yo. ¿A qué queréis que os invite?

La idea de que Astoria Greengrass hablaba de él por ahí le mareaba. ¡Apenas era una niña! Casi podía recordarla con sus largas trenzas oscuras y su mirada soñadora. Daphne no podía estar diciendo aquello en serio. Era incómodo.

Y estaba bastante seguro que las chicas no pensaban en esas cosas. No de verdad. Daphne solía hablar así para molestarlo. Pero Daphne era Daphne. Realmente no contaba como chica. No era como Tracey o como Pansy, que se quedaban mirando a algunos chicos durante largos minutos y luego se reían como tontas.

Cuando volvía a su compartimento, sorteando a grupos de estudiantes que se movían por el tren, la oyó. Por supuesto, esa era su suerte. Su estómago le dio un vuelco y en lo único que fue capaz de pensar fue en desaparecer.

—¡Harry, espera!

Era Astoria. La hermana pequeña de Daphne. La que intentaba hacer un filtro amoroso y a la que se le daba fatal pociones. La que preguntaba sobre el tamaño de su... ¡Joder!

Apartó a un par de chicos de Ravenclaw de su camino sin muchos miramientos y apresuró el paso, olvidándose por completo de las ranas de chocolate y las grageas de todos los sabores que llevaba en sus bolsillos y que esperaban a ser entregadas.

Se mezcló entre un grupo de Ravenclaw de su curso que ya llevaban puesta ropa de calle, alegrándose por primera vez de no ser especialmente alto. Aun así, se agachó un poco, se aplastó el pelo y fingió hablar con uno de los chicos.

Astoria pasó de largo, con sus largas trenzas oscuras y sus ojos soñadores, mirando a ambos lados. Solo que Harry decidió que ya no sería más una niña.

—¿Qué quieres? —preguntó con cierta brusquedad el chico junto al que se había parado. Harry pegó un respingo –sin olvidarse en vigilar por el rabillo del ojo los movimientos de la hermana de Daphne.

—Yo... eh... —Se estaba dando la vuelta. Casi podía ver cómo se abrirían sus ojos y cómo sonreiría mientras se aceraba a él.

El corazón le latía con fuerza, realmente no quería tener que enfrentarse con ella. Sin pensarlo mucho abrió la puerta más cercana y se coló dentro del vagón. Pegado a la puerta, de cuchillas, vio como Astoria se volteaba y entrecerraba los ojos, buscándolo.

—Joder —susurró aliviado. Había conseguido darle esquinazo, por lo menos por el momento. Aliviado, alargó el brazo y bajó la pequeña persiana del compartimento.

Bien, se quedaría allí cinco o diez minutos y saldría. O más, si llegara a hacer falta. No le importaba esperar. Además, seguro que para entonces Astoria ya se habría rendido y estaría de vuelta con sus amigas para hablar... De lo que fuera que hablaran.

Realmente Harry preferiría no pensar de qué hablaban.

Un ruido, como de ropa moviéndose, le dejó helado. No había comprobado si el vagón estaba ocupado. No le apetecía que la gente supiera que huía de Astoria Greengrass –porque no huía, simplemente rehuía el enfrentamiento. Giró un poco la cabeza, con la mano a medio camino de su varita.

Mierda.

¿No le tocaba ni una pizca de suerte hoy?

De entre todos los vagones tenía que haberse metido justo en el que estaba él.

Draco le miraba fijamente, con la varita apuntándole a su pecho. Tenía los labios muy apretados, formando una fina línea. Harry no pudo evitar sonreírle con sorna. Resultaba ridículo pensar en él como una amenaza, a pesar de su mirada desafiante y su varita alzada, cuando probablemente no sería capaz de lanzarle un maleficio como Merlín manda sin utilizar su voz.

Y no porque no quisiera, claro.

Era incómodo. Se podía sentir la tensión en el aire, Draco no apartaba sus ojos de él. Y Harry, por su parte, no pensaba darle la espalda. No era tan estúpido. Se mojó los labios, planteándose alguna excusa por la cual había irrumpido en su compartimento sin más.

Draco parpadeó.

Tragó saliva. Solo un par de instantes más. El tiempo suficiente para que Astoria estuviese bien lejos. No tenía que pasar nada allí. Solo era un refugio.

Al fin y al cabo, no era como si Harry esperara que se disculpara.

O, bueno, quizás sí. Tal vez el bastardo rubio de la cama de al lado le recordaba demasiado a aquel que había sido su amigo. Aquel con el que había compartido secretos, travesuras y chucherías.

Hacía tiempo que no estaban el uno tan cerca del otro. Tal vez más que incómodo era raro. Harry casi podía ver, como si hubiera sido ayer, la última vez que había podido llamarlo amigo. A Draco subiendo por las escaleras de los dormitorios, con la cara roja de furia, el cabello platino despeinado y su túnica de gala negra, de cuello alto.

Recuerda los gritos, los balbuceos. La mano de Daphne en su brazo. No entender nada.

Giró ligeramente la cabeza y separó la cortinilla de la puerta, para revisar el pasillo y suspiró de puro alivio. No había rastro de Astoria. Abrió un poco la puerta y sacó la cabeza, solo para asegurarse. Nada.

Miró por última vez a Draco, que prácticamente no había cambiado su posición desde que había entrado, y salió sin decir nada.

Se detuvo cuando apenas había dado un par de pasos. Volvió a girar la cabeza —y lo vio, con la varita baja, sin apartar los ojos de él. Observando cómo se marchaba sin decir nada. Sin poder decir nada.

No, no estaba pensando en quitarle el hechizo. Seguro que, de haber podido, habría avisado a Astoria. Pero... Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que, si no conseguía quitarse el maleficio de encima, a la vuelta seguiría sin poder hablar. Por puro obstinación.

Y eso podría ser demasiado cruel.

Harry rebuscó entre los pliegues de su túnica su varita. Draco reaccionó rápido y levantó la suya, con gesto desafiante. Tenía sus ojos grises muy abiertos, con las pupilas dilatadas, y los labios entreabiertos. Como si fuera a decir algo.

(O a maldecirle).

Sonrió tristemente, tragó saliva y susurró:

Finite.


Harry atravesó la barrera del Andé detrás de un chico moreno que debía de ir a tercero. El ambiente de la estación King Cross lo golpeó con fuerza. Siempre tenía ese efecto el mundo muggle en él. Era tan ruidoso, tan desorientador, todo el mundo parecía tener un lugar al que ir y tenía que ir ya. Él… él simplemente estorbaba en él.

Buscó la inolvidable cabellera pelirroja de su madre entre la multitud. No estaba. Tragó saliva y volvió a buscarla, casi ansioso. No era como si llevara su baúl, una lechuza y ropa de mago. Parecía un chaval muggle que volvía a casa en vacaciones: vaqueros, una sudadera y una mochila con las pocas pertenencias que necesitaría aquella semana. No entendía como Daphne y Millicent podían llevarse sus equipajes llenos hasta arriba solo para tan poco tiempo.

Entonces se dio cuenta de que alguien se acercaba directamente hacia él. Sintió un pequeño nudo en la garganta y procuró no apartar la mirada. Con barba de varias semanas y el cabello alborotado, su padre se paró a menos de medio metro de él.

Parecía algo avergonzado, pero no apartó la mirada. Harry pensó que se debería a años de práctica.

—¿Dónde está mamá? —preguntó, desafiante.

Su padre parpadeó un par de veces antes de contestar.

—No ha podido venir. Vamos, tengo el taxi fuera, esperándonos... ¿Solo traes eso? —señaló la mochila, un poco sorprendido. Harry decidió morderse el labio y no contestar.

Llevaba trayendo solo eso desde segundo curso

—Sí.

—¿Quieres que te lo...? ¿Quieres que te lo lleve?

Harry pasó de largo y no respondió. Era un poco tarde para ese tipo de ofrecimientos amistosos. Seguro que sólo se comportaba así porque su madre le había pedido que lo hiciera. Y, de cualquier manera, aunque fuera sincero por la noche volvería a decaer en lo de siempre.

Así s-olo iba a conseguir que lo mataran un día, pensó Harry. Un día bebería demasiado para levantarse para ir trabajar y nadie más hablaría del bueno de James Potter. Hablarían del idiota de James Potter que bebió demasiado como para lanzar un simple Protego.

—Pete escribió ayer —murmuró su padre a su lado, parecía que quería comenzar una conversación—. Decía que le lanzaste una maldición a la hija de los Malfoy.

Harry se detuvo de golpe, escandalizado. ¿Eso era orgullo?

Definitivamente, no tendría que haberse metido en aquella pelea.


Continuará.

¡Espero que os haya gustado! ¡Y no os olvidéis de comentar! Vuestros comentarios me engordan… el corazón.

(XD)