La Slytherin II

Pansy llevaba casi un mes en Gales. Eran asuntos de negocios los que la mantenían ahí y por más que les dijera a Draco y a Blaise no, no quiero estar aquí, pero los negocios me retienen, la verdad era que lo disfrutaba y prefería Gales antes que Londres.

Entre otras cosas, no quería estar en Londres porque sus mejores amigos, que siempre estaban solteros, ahora tenían a alguien. Por más que Draco lo negara y asesinara con la mirada a todo aquel que insinuara algo sobre Potter. El punto es que todos a su alrededor tenían una pareja justo ahora, hasta Astoria, y no había con quién salir sin hacer un mal tercio.

Si tenía que ser sincera, ni siquiera quería estar con alguien por ahora. No después de Graham al menos. Es verdad que ella era quien había terminado su relación, era parcialmente cierto que era porque se había aburrido, y aunque mentiría si dijera que se arrepentía, a veces sí lo extrañaba. Sin embargo, se había dado cuenta de que no encontraría lo que buscaba con él, y después de percatarse de eso, las cosas habían dejado de funcionar. Había sido mejor cortar por lo sano y dejar la relación en buenos términos.

Aún pensaba en ello en ocasiones, en especial en días nublados y tranquilos. Días en los que no llegaban nuevos cargamentos, ni había nuevos encargos de madera. Había días en los que no tenía descanso, había días en que todo el astillero estaba ocupado y se hacían tantos barcos que parecía que estaban haciendo una flota naval en preparación para una guerra.

Los Parkinson tenían varios negocios, pero ninguno era tan redituable como el astillero. Se encargaban de la fabricación de barcos, que usualmente eran usados para el comercio, pero a veces también hacían barcos para el Ministerio o para alguien lo suficientemente rico y presuntuoso que quisiera su propio crucero.

En Gales no estaba solo el astillero, también el aserradero más grande la Inglaterra mágica, que también pertenecía a los Parkinson. Había sido su abuelo el que había pensado que en lugar de comprar la madera, debían de producirla; así que no solo se ocupaban de los barcos, sino de las vigas y cualquier otra estructura de madera que pudiera necesitarse.

Después de la guerra, una de las pocas cosas que la salvó a ella y al poco prestigio que le quedaba a su apellido, fueron las numerosas donaciones, totalmente desinteresadas, hechas a la reconstrucción.

El aserradero no tenía ningún problema para funcionar, ella podía irse de vacaciones por un año y todo seguiría sin dificultades. Así que realmente no había una razón para estar en Gales, al menos no por obligación. Pero ahora que todo el estigma de los muggles y su tecnología comenzaba a desaparecer, era hora de adoptar algunas medidas. La madera seguiría siendo un producto de alta demanda durante algún tiempo, pero no por siempre, y había que considerar más opciones. Quien lo hiciera primero, monopolizaría el mercado y Pansy pensaba que quién mejor que ella.

Así que lo que en realidad la retenía en Gales y lo que la mantenía ocupada y distraída de su vida social, era la metalurgia. Pansy estaba decidida a continuar con el aserradero, sí, pero abrir una fábrica metalúrgica. Aunque llamarla fábrica era muy generoso, apenas y sería un espacio, dentro del terreno del aserradero, dedicado a investigar aleaciones y a mejorar las técnicas muggles.

Necesitaba el personal, la construcción del lugar, las instalaciones y la compra del material. Era demasiado trabajo, pero le gustaba. En especial en los días tranquilos, en los no había tanto trabajo en el aserradero y podía dedicarse a la planeación de su nuevo proyecto sin interrupciones, más allá de las distracciones de Graham y Londres.

Fue en uno de esos días en los que vio a Ron Weasley entrar a la tienda que los Parkinson tenían para la venta de maderas exóticas. Ella estaba sentada en un rincón, rodeada del olor a madera, cuando lo vio entrar. Al principio no reparó en él, pero cuando la mancha de cabello rojo se acercó lo identificó casi de inmediato.

No tuvo tiempo de pensar en qué hacer, porque no pasó mucho para que la voz de Weasley llegara hasta ella.

—¿Parkinson? ¿Qué haces aquí?

—Trabajando. ¿Tú qué haces aquí?

—De compras.

Pansy pensó en llamar a uno de los encargados de la tienda, pero miró a Weasley de nuevo y la curiosidad le ganó. Quería saber qué había pasado después de la boda de Blaise. Así que se levantó del escritorio, alisó su túnica y adoptó un gesto más formal antes de acercarse a Ron.

—En ese caso, ¿en qué puedo ayudarte, Weasley?