NKJSANKDJASD
Bueno, tarde en actualizar porque he estado trabajando desde casa y no he tenido casi nada de tiempo para escribir uwu ~
Otra cosa, este es el capitulo mas largo! Y posiblemente mas hard que he escrito xD... Porque intente dar muchos detalles y bueno, a ver si les gusta :I
Posiblemente pasaron dos semanas después de que me acosté con Alexy. Nuestra relación era la misma de antes a tener sexo, aunque comenzábamos a desinhibirnos más en cuanto a hablar de ese tema. Ni a él ni a mí nos importaba una mierda y hablábamos de cualquier cosa que se nos cruzara la mente. Armin solía estar pendiente de nuestras conversaciones; no le gustaba mucho hablar sobre su vida sexual, pero igual comentaba alguna anécdota de vez en cuando. Se podría decir que, básicamente, Alexy y yo nos habíamos vuelto un poco más cercanos. Y como era de esperarse de un jodido maricón multicolor, me seguía insistiendo en cierto tema que yo siempre quería evadir.
–Anda, dime. ¡No te cuesta nada! –me dijo, mientras se recargaba en la mesa de la cafetería de la escuela; estábamos en la de la esquina.
–Que no, mierda. –le gruñí, mientras comía la hamburguesa que llevé a la escuela para comer en el receso.
–¡Por favor! No se lo diré a nadie… –hizo un puchero bastante idiota y reí internamente. Se me ocurrió una pequeña idea…
–Vale. Te digo, pero nada cambia entre nosotros.
–¡Sí!
–Kentin…
–¡No me estés jodiendo, Castiel! –gritó muy molesto y gran parte de los demás alumnos que estaban comiendo lo miraron sorprendidos. –A-Ah… –se avergonzó un poco y me miró muy, muy enojado.
–¿Cómo carajo podría haberme tirado al soldadito? Por favor, no está a mi nivel. –me burlé en su cara y Alexy pareció relajarse.
–Eres un hijo de… –bufó. –Ya dime con quién lo hiciste… No le diré a nadie.
–Que no, joder. ¿Acaso eres idiota? Deja de insistir y traga, que está por sonar el timbre.
–¡Bah! Como si te importara llegar tarde a clase… –gruñó disimuladamente y continuó comiendo. –De seguro fue con Nathaniel. –masculló a modo de broma, sin verme. Ni siquiera lo había dicho en serio, pero me tensé un poco.
La hamburguesa que estaba comiendo comenzó a saber mal. Quizá me habían dado náuseas por recordar todo el ajetreo de hacía tres semanas. Cuando sonó el timbre, me fui a clase de Historia Universal y me dormí sobre la paleta de mi escritorio. A la siguiente hora, Literatura, me desperté, pues la profesora no era muy… dulce que digamos. Suficientes reportes tenía; si acumulaba dos más, tendría que limpiar la escuela el fin de semana y yo no estaba para esas estupideces. Pero a media clase, mi estómago empezó a doler. Al principio era sólo una incomodidad; luego, se tornó un ardor nauseabundo imposible de ignorar.
–Profe… –le llamé y ella me miró con duda, por levantar la mano en su clase.
–¿Qué pasa, Castiel?
–Me duele la tripa.
–Puedes soportar a que acabe la clase.
Me quedé callado. No porque quisiera, sino porque me habían dado unas fuertes náuseas y sentía que si hablaba, terminaría vomitando. Pasaron diez minutos y yo sentía que no aguantaría más el dolor.
–Profe. –le volvía llamar y ella me miró con cansancio.
–¿Ahora qué, Castiel?
–Necesito ir a tomar una maldita pastilla para el estómago.
–La clase ya casi termina, Castiel. Espera sólo diez minutos. Falta te hace prestar atención a lo que explico.
–Hija de… –gruñí por lo bajo, pero la "Hija de…" logró escucharme.
–¿Qué acabas de decir…?
–N-Na… Na… –balbuceé, sintiendo unas horribles náuseas.
Y, entonces, lo sentí. Corrí al bote de basura que estaba al frente de la clase, ignorando las preguntas y gritos de la profesora. Vomité dentro del bote. Todo el líquido rojizo y amarillento fue expulsado de mi boca. A la mierda mi dignidad. A la mierda mi imagen. A la mierda mi estómago. A la mierda la "Hija de…". Los que estaban en los pupitres del frente se alejaron bruscamente, haciendo sonidos de asco y sorpresa. Vomité sólo dos veces y, antes de que volviera a hacerlo, miré a la profesora con rabia, que me veía con culpa.
–¿Ya me puedo largar? –gruñí y ella asintió.
Tomé el bote con la mano derecha y salí hecho una furia de ahí. Ni de coña iba a limpiar el bote. Sólo lo dejé disimuladamente en el cubículo del conserje. Fui a la dirección y ahí estaba la directora, haciendo... pues sus cosas de directora.
–¿Ahora qué hiciste, Castiel? –me preguntó con cansancio.
–No hice nada. –gruñí. –Vomité en el salón…
–¿Una infección, quizá? –me preguntó con ojos preocupados. –¿Qué comiste?
–Una hamburguesa.
–¿De cuándo?
–De ayer…
–¡Ay, Castiel! –chistó. –Ven.
La vieja salió de la oficina y la seguí, mientras me sujetaba con fuerza la camiseta en la parte del abdomen. Me ardía… La directora entró a la sala de delegados y la encontramos vacía, obviamente, pues todos estaban en clase. Había dos puertas; una llevaba a un baño, pero la otra era para entrar a un pequeño cuarto con dos camas individuales y un mueble alto con muchos estantes.
–Acuéstate en una de las camas. –me ordenó y, aunque me molestaba su tono de voz autoritario, me recosté lentamente en uno de los colchones.
La directora revisó uno de los cajones y sacó una pequeña caja roja. De ella extrajo un bote más pequeño y de éste, una pastilla blanca que me dio en la mano. En medio de ambas camas había un porta garrafón con uno lleno, además de conos de papel. También me dio un cono de agua y tomé la pastilla.
–Duérmete un rato; el dolor se va a bajar y cuando te vayas, llévate una pastilla para que te la tomes en ocho horas. Es Butilescopolamina.
–Sí. –le agradecí con la mirada y salió rápido del pequeño cuarto, cerrando la puerta tras de sí.
A veces hasta la directora podía ser soportable… Podía dormir con horas justificadas: perfecto. No iba a desperdiciar la oportunidad. Tardé menos de cinco minutos en quedarme dormido.
No soñé nada fuera de lo normal… sólo lo que ya era costumbre: sexo gay. Sí, me estaba volviendo un enfermo adicto al sexo que ni siquiera podía tener. Lo había hecho con Alexy pero ninguno de los dos teníamos planeado volver a hacerlo con el otro. No es que no se hubiese sentido bien, sólo… bueno, para qué repetir lo dicho mil veces; no era lo mismo que había sentido la primera vez. Quería morbo…
Me desperté lentamente, bostecé un par de veces y me quedé acostado sobre el colchón, mirando hacia el techo descolorido. El estómago había dejado de dolerme, efectivamente. Las náuseas también habían desaparecido. Quería irme a casa pero, antes de que siquiera me moviera para pararme, escuché la perilla de la puerta comenzar a abrirse; cerré los ojos inmediatamente, fingiendo dormir. No sé por qué hice eso; quizá sólo para evitar contacto con otra persona.
–No me jodas… –escuché una voz conocida. –No… No, que se vaya a la mierda. –chistó por lo bajo y caminó fuera de la diminuta habitación, cerrando la puerta tras de sí.
De acuerdo, eso había sido extraño. Escuchar al delegado decir groserías era interesante. Las únicas veces en que le había oído decir altisonantes fueron en circunstancias especiales, como cuando se fracturó la muñeca en clase de deporte y cuando había… cambiado de cuerpo con Lynn… Vaya, realmente nunca decía 'malas palabras' el rubito.
Pronto escuché pasos regresando rápidamente y volví a fingir que dormía. Nathaniel volvió a entrar.
–Tengo que… despertarlo. –escuché su casi inaudible voz, como si estuviera molesto. –Ah, la puta que me parió… –gruñó y tuve que soportar las ganas de reír que me dieron. –Eh, Castiel –me llamó con un fuerte volumen, intentando "despertarme". –Despierta, Castiel. Tengo que irme… –gruñó aún más fuerte, pero seguí fingiendo. –¡Castiel! Hijo de mil putas, despierta… –masculló en voz bajísima, como si no quisiese que nadie ni de broma le escuchase.
–Esa boquita, delegado. –reí y abrí los ojos, encontrándome con Nathaniel realmente sorprendido y molesto.
–¿E-Estabas despierto? Agh, eres un im… idiota… –corrigió su insulto y rodó los ojos. –Son más de las tres de la tarde, ya no hay nadie y quiero irme a casa. Vete; no puede quedar ningún alumno en la sala de delegados –gruñó incómodo.
–Pero si se está muy bien aquí… –bromeé con voz seria y Nathaniel frotó sus sienes con su mano derecha, como si estuviese exasperándose.
–Vete, Castiel… Por favor.
–Vamos, no seas tan educado. ¿Qué pasó con esas palabras tan lindas que decías?
–Soy una persona civilizada y me comunico apropiadamente con los demás. No como tú, guarro mal teñido.
–Eh, si hasta parece que lo dices en serio –sonreí ligeramente. –Vamos, no seas marica y habla como quieras si se te hinchan, que yo no soy tu papi ni la directora.
Nathaniel guardó silencio, mirándome con desconfianza. Suspiró y rodó los ojos de nuevo.
–Lárgate a la mierda. Quiero irme a mi puta casa, si no te molesta. –dijo con sátira y lo miré sonriendo, mientras me ponía de pie.
–Así me gusta, rubito. ¿Ves? No te costaba nada ser tú mismo un ratito.
–¿Yo mismo? Por favor –rio ligeramente, con ironía. –Si fuera yo mismo te asustarías. Ahora, salte, quiero irme a comer algo, ¿vale?
–Espera, espera. No me quiero ir –le sonreí divertido. –No sin antes ver cómo eres tú mismo.
Nathaniel me miró molesto, luego pareció sonrojarse y después bajó la mirada.
–Sólo vete.
–No.
–Te odio…
–No me importa.
El delegado volvió a verme, pero ahora más molesto.
–¡Vete ya! ¡Quiero irme a mi casa! ¡No sé si tú comas o no, pero yo sí y tengo hambre! No he comido nada desde ayer, así que lárgate para que pueda irme.
–De hecho, comí una hamburguesa en la mañana, pero la vomité, así que tengo el estómago vacío –le conté con desinterés, ignorando sus "órdenes". Se me ocurrió algo… Una estupidez. –¿Debería de comerte?
–Deja de joderme y vete ya, Castiel…
–¿Seguro? Porque creo recordar que cuando cambiaste de cuerpo con Lynn, gemiste como una zorra sin escrúpulos mientras te follaba.
Nathaniel abrió la boca cada vez más, mientras su rostro se tornaba rojo y su entrecejo se fruncía. Levantó la mano, quizá para golpearme, quizá para señalarme… Pero no hizo nada y dio media vuelta.
–Me largo.
–¡Eh, eh! –le detuve de un brazo y me miró molesto. –No tan rápido, zorra. –bromeé y, en cambio… recibí un lindo puñetazo en la cara. Ni siquiera así le solté. De hecho, sonreí al sentir un ligero sabor metálico en mi boca…
–¡Eres la mierda más mierda del mundo! –me gritó molesto.
–Huh… –reí ligeramente. –No hay por qué avergonzarse. Es sexo; no tiene nada de raro, ¿no? –le intenté calmar, ocultando lo bien que me lo estaba pasando al ver de nuevo el rostro rojo del delegado lame suelas.
Nathaniel me miró confundido, pero ahora menos alterado. Desvió la mirada y dejó de ejercer fuerza en la muñeca que estaba sosteniéndole.
–Es diferente. El sexo entre dos hombres…
–Es mejor, ¿a que sí? –le pregunté con diversión. Me estaba arriesgando demasiado… Pero el que no arriesga no gana… y yo estaba desesperado por ganar.
El rubito me volvió a ver, pero ahora más perdido que Lysandro en su mundo.
–No sé qué intentas, pero no caeré…
–Vamos, no me dirás que no te gustó, luego de gemir tan fuerte cuando recuperaste tu cuerpo. –le dije con un poco más de seriedad, fingida, obviamente.
–Y-Yo… –balbuceó ligeramente e intentó liberarse de mi amarre en vano –Tú no sabes cómo se sintió. Fue raro… Y no quiero hablar de esto. Vámonos ya, quiero irme a mi casa y comer…
–No, no, delegado –gruñí. –Eso me sonó a que sí te gustó.
–Cállate, mierda…
–Admítelo. Te gustó que te follara. –reí con cierta desesperación. Si a Nathaniel le había gustado… entonces había posibilidad de… repetirlo.
–¡Cállate y vámonos, dije! –gritó molesto e intentó golpearme de nuevo y, de no ser porque me lo esperaba, no hubiera logrado atrapar su otra muñeca.
–¡Sólo dilo, joder! –le grité molesto.
–¡A la mierda, Castiel! ¡Sí me gustó! ¿Contento? –gruñó con el rostro rojo y el entrecejo fruncido.
–Mucho –le sonreí y, sin pensármelo mucho, mordí su cuello, dejándome escuchar un gemido ahogado de su parte.
–Castiel, o… oye… No me digas que a ti también…
–Vale, no te lo digo. –bromeé y seguí mordiendo y chupando su cuello, mientras metía una mano a su camiseta.
–E-Eh… El cuello no. Sin marcas…
–Qué fácil eres, delegado.
–Cállate. Tú también lo quieres… ¿O me vas a decir que no te ponías duro cuando me mirabas?
Ese fue mi turno de sonrojarme a muerte. ¿Nathaniel lo había notado? A la mierda… Y yo que pensaba que era un capullo…
–Pues no sé por qué te diste cuenta. Tenías que estar muy pendiente de mi polla, ¿no?
–Bastante. –rio con sorna y me detuve. A la mierda, Nathaniel también podía ser cabrón a veces…
Me separé de él con agresividad y me miró confundido. Pero esa mirada asustada no duró mucho al ver que cerraba con seguro la puerta. Sus ojos se tornaron diferentes… como si hubieran ganado fuerza y me perforaran con la mirada.
Rápidamente volví a acercármele y, esta vez, por fin le besé. En la boca, para ser más precisos. Nathaniel había puesto sus manos en mi cuello, jalando de vez en cuando mi cabello con fuerza, cosa que de verdad me ponía. A veces también me mordía los labio y arañaba mi espalda por sobre la camiseta. No esperé que fuera él quien me empujase sobre una de las camas; se sentó sobre mí, comenzando a morderme de la misma forma en que yo le había hecho.
–El delegado sumiso se rebela… –reí por lo bajo y Nathaniel me mordió fuerte, haciéndome gemir. Ah, ¿quién necesita dignidad, al fin y al cabo…?
–Te haces el rudo… Y puedo hacerte gemir con sólo una mordida. –se burló ligeramente, con sus ojos dorados brillando.
–Eres un…
Nathaniel sonrió, antes de comenzar a moverse de atrás hacia enfrente, rozando nuestras entrepiernas… Dolía un poco lo apretado de mi pantalón, pero se sentía bien… Comencé a jadear ligeramente al sentirme desesperado. De un momento a otro, Nathaniel se acomodó de forma que pudiera bajarme la ropa interior, para comenzar a chupármela.
–Mierda… eres rápido. –reí de nuevo, sintiendo esas cosquillas placenteras en el glande, producidas por su lengua.
Nathaniel no duró mucho entre mis piernas. Realmente parecía que sólo quería hacerme sufrir. Y, cuando se detuvo, le miré molesto. Se puso de pie y buscó algo en uno de los cajones del mueble.
–¿Qué haces? –gruñí.
–Busco algo…
No pregunté nada más. Nathaniel tomó un frasco semi transparente con contenido amarillento y lo dejó sobre la otra cama, volviendo a lo nuestro. Las mordidas y los chupetones eran ahora más fuertes. Ya sin más ropa que la interior, Nathaniel y yo comenzamos a jadear casi inaudiblemente, notablemente ansiosos… Cuando comencé a bajarle el bóxer, me detuvo y tomó el frasco; colocó un poco del contenido en sus dedos y se acomodó sobre el colchón, a cuatro, luego de hacerme a un lado.
–¿Qué… qué haces? –le pregunté confundido.
Pero no me respondió nada y metió dos de sus dedos con aquella sustancia viscosa a su interior. Miré cómo se dilataba por su cuenta, sintiendo las palpitaciones en mi pene, exigiéndome que hiciera algo o terminaría loco. No pasaron más de diez segundos cuando Nathaniel metió un tercer dedo.
–¿No te… duele? –le cuestioné con duda.
–No… Ya me acostumbré un poco…
–¿Qué? –gruñí.
–Yo solo. –me aclaró con su rostro rojo y suspiré.
–Pervertido.
–Tú también. –me dijo con una sonrisa que correspondí inmediatamente. –Vale… Y-Ya…
–¿Estás seguro?
–Sí. –me dijo en un jadeo y, antes de que me acercara a él, se puso de pie. –Acuéstate.
Aunque me tocaba los cojones que me dieran órdenes, por más simples y amables que fueran… debía aceptar que esa nueva faceta de Nathaniel me ponía mucho. Obedecí. Nathaniel se acomodó sobre mí, rozando su esfínter contra mi pene. Ah, el rubio era un cabrón…
–Ya, hazlo. –gruñí.
Nathaniel sonrió ligeramente y tomó mi miembro con su mano derecha para dirigirlo a su entrada y meterme en él… Ah, sí… Aquella sensación era jodidamente buena. Sentía cómo me hundía poco a poco en él hasta que quedé completamente dentro. Entonces, sin ni siquiera darme tiempo de procesar lo que ocurría, comenzó a subir y bajar sobre mí, sosteniéndose de mis piernas para facilitar sus impulsos. Llevé mis manos a su cadera para ayudarlo un poco.
–Y… –le dije con cierta risa. –¿Qué se siente cabalgarme?
–Bah… Me hacen sentir más mis dedos. –me miró con burla y, no sé, una parte de mi orgullo se airó.
–¿Ah, sí…?
Tomé fuerzas de no sé dónde y lo empujé, de modo que mis piernas quedaban debajo de las suyas y mi cuerpo sobre el de Nathaniel. Aumenté el ritmo de las estocadas al ver cómo se relamía los labios y se los mordía de vez en cuando. Yo tampoco podía evitar hacerlo. Nathaniel gemía diferente a Lynn con su cuerpo. Los gemidos y jadeos de Nathaniel eran más… excitantes.
–Eh, delegado… –le llamé entre leves jadeos. –¿Lo has hecho con mujeres?
–Uhm… Sí.
–¿Y se siente mejor meterla o que te la metan? –reí.
–Las dos, pero… me inclino más por la segunda –imitó mi risa y se lamió los labios. –Mierda, Castiel… No puedo creer que estés viéndome… de esta forma.
–¿Por qué…?
–Frente a todos soy… el delegado princip- ¡A-Ah…! Joder… Y, ahora tú me estás… follando, después de escuchar no sé cuántas mierdas salir de mi boca…
–Me siento halagado, señor delegado…
–Esto es interesante porqu- ¡Ah, mierda! Castiel… –gimió con una risa –… Porque todo esto está pasando… gracias a una mierda muy rara… Cuando cambié de cuerpo con Lynn…
–Sí… –le di una estocada fuerte y se relamió los dedos. –He escuchado… de gente que asegura haber cambiado de cuerpos per- ¡A-Ah! Joder… No creí que fuera real…
–También yo… Uhm… –gimió de una forma muy… deliciosa. –Para, quiero otra posición… –me pidió y obedecí inmediatamente, viendo cómo se ponía a cuatro. –Va…
De nuevo lo penetré, pero ahora más lentamente, sintiendo su piel, llegando lo más profundo que pudiera, viendo cómo Nathaniel echaba hacia atrás la cabeza y emitía sonidos sumamente lujuriosos… No se veía para nada parecido a cuando lo había hecho con Lynn. Con ella, el cuerpo de Nathaniel gemía muy agudo y, aunque me gustaba que se moviera de cierta forma, las expresiones que hacía ella no encajaban con Nathaniel. El verdadero Nathaniel estaba sonriendo, lamiéndose y mordiéndose los labios por lo bien que se sentía. Nathaniel era un cabrón en el interior. Como cuando era niño… pero tenía que reprimirse muchas cosas. No sé por qué no lo había pensado antes, pero Nathaniel debía de ser un adicto al sexo o, en su defecto, un reprimido… Como yo.
–¿Te gusta estar a cuatro, rubio? –reí ligeramente. Ah, nunca había reído tanto durante el sexo. Era… divertido.
–Cállate y sé más bestia… –gruñó con impaciencia.
–Como gustes…
Y comencé a acelerar el ritmo y a aumentar la profundidad de las estocadas. Ah, sí, joder. Eso… era lo que buscaba. Nunca en mi vida había tenido sexo tan bueno como ese día… Incluso llegué a gemir, a pesar de siempre reprimirme sonidos… Pero el morbo era un hijo de puta…
–Ah… Hmm… Más fuerte… –escuché a Nathaniel.
–Maricón. –le dije a modo de broma y profundicé las estocadas, recibiendo más gemidos de su parte y, ¿a quién engaño? También gemí más de lo habitual; era inevitable…
Sus caderas comenzaron a moverse más y su esfínter se contraía de vez en cuando, produciéndome oleadas de placer que me amenazaban con llegar al orgasmo. No iba a soportarlo mucho tiempo y, como no quería quedar como el tío que termina antes que la otra persona, llevé una de mis manos al pene de Nathaniel para masturbarlo al mismo ritmo que mis caderas le empujaban hacia adelante, haciéndolo jadear. Nathaniel comenzó a temblar y a agudizar los tonos de sus jadeos, pidiéndome más rápido, diciendo de vez en cuando "Ahí" o "Sí"… Se notaba que él no iba a durar mucho más y, cuando sentí cómo se retorcía deliciosamente frente a mí y mi mano se humedecía, aceleré el ritmo aún más, llevando ambas manos a la cadera de Nathaniel, con una aun sucia y, por fin, llegando al orgasmo.
Nathaniel se inclinó hacia el colchón, recargando su cabeza contra las sábanas, conmigo aun dentro de él, temblando ligeramente… Su espalda inclinada me dejaba ver cómo las gotas de sudor se escurrían por su piel. Un lobo disfrazado de borrego… Y ese posiblemente había sido el mejor orgasmo que había tenido en la puta vida.
–Sácalo… Antes de que esto se escurra… –jadeó Nathaniel.
Obedecí. Entendí a qué se había referido cuando noté que sus manos estaban manchadas de blanco, evitando que el colchón se salpicase. Me hizo ademanes para que le diese el rollo de toallas de papel que había sobre el mueble y, cuando le di unos pedazos, comenzó a asearse en silencio. Claro, también comenzó a limpiarse allá atrás…
–Se supone que nos odiamos. –me dijo al cabo de un rato, mientras terminaba de ponerme la ropa interior.
–Se supone. –repetí con media sonrisa. –Pero no parecemos muy convincentes.
–Supongo que está de más decirte que no le cuentes esto a nadie…
–Iba a decir lo mismo. –coincidí con él y, de alguna forma, nuestras miradas se cruzaron con complicidad. –Pero me sigues cayendo mal, ¿vale?
–Vale –rio Nathaniel y terminamos de cambiarnos, además de disque tender las sábanas y guardar el bote de vaselina. –Vámonos, que tengo hambre…
–¿No quedaste satisfecho con lo que te di? –bromeé, mientras Nathaniel cerraba la puerta de aquella pequeña habitación.
–No.
–Entonces habrá que repetirlo… –le susurré en la oreja y él me quitó como si fuese un bicho molesto.
–No te vueles. –sonrió con un aire molesto.
–Ya, ya…
Caminamos hacia fuera del edificio, donde se encontraba el guardia de seguridad que sólo se despidió de nosotros con un ademán de mano. Cuando llegamos a la esquina, nos miramos de nuevo.
–Nos vemos. –me dijo Nathaniel y asentí, luego de darle un leve golpe en el hombro, a lo que él sonrió.
Cada quien tomó su camino. Yo a mi solitario departamento, a comer cualquier cosa que me encontrase y a ver la televisión o escuchar música. Mientras Nathaniel se iba a su casa, a fingir algo que no era, a sonreír y a moderarse, a reprimirse y a mentirle a los demás. Él era una persona interesante. O por lo menos lo era para mí; yo sabía desde antes, desde que éramos niños, que él era un cabrón, pero luego cambió y no supe por qué. Era por eso; estaba obligado a reprimirse. Quizá por eso comencé a sentir aversión por él. No me gustaba su lado amable y blando. No, Nathaniel era como yo, pero al revés. Él, bueno, se podría decir que es un hijo de puta que aparenta ser buena persona, pero mentiría, porque no es malo. Sólo… es un cabrón. Y yo, bueno, era un idiota que aparentaba ser un cabrón. Apariencias… Quizá ese día me di cuenta de que no las había entre nosotros. No había necesidad… Porque a mí me gustaba que él fuese un cabrón y él se mofaba de lo estúpido que podía llegar a ser yo. No era odio, pero tampoco era amor o alguna estupidez así. Era… amistad, quizá. Una amistad que se basaba en insultos, risas y sexo. En resumen, una buena amistad…
Les gusto? uwu ~
Tarde un rato en escribirlo; en la madrugada hay mas inspiracion ~
Por cierto, este es el ultimo capitulo uwu
Tenia planeado que fuera corto y, milagrosamente, lo he cumplido xD ~
Quiza despues haga un epilogo o un extra de como le fue a Alexy con Kentin (?) O a Castiel con Nath (?) No lo se, no tengo nada planeado pero por el momento, este es el final de Mono de seda ~
Para los que no supieron porque el fic se llama Mono de seda, es por el dicho "Aunque la mona se vista de seda, mona se queda"
En fin! Espero que les haya gustado n_n !