¡NO PUEDO CREER QUE DEJÉ PASAR TANTO TIEMPO! ¡Soy una espantosa persona! ¿CREEN QUE PUEDAN PERDONARME DE NUEVO? Sé que nueve meses es una cantidad de tiempo que no tiene perdón ni del mismísimo creador, pero tienen que creerme cuando les digo que este último semestre ha sido una verdadera PESADILLA para mí. Eso sin mencionar los exámenes, la falta de sueño y la crisis de bloqueo por la que apenas estoy saliendo.

Quiero disculparme con todos ustedes, y espero desde lo más hondo de mi corazón que no se hayan ido para siempre. A pesar del tiempo, necesito que sepan que SIEMPRE continuaré con esta historia. Porque la amo profundamente, y amo profundamente a esta pareja. Tengo mucho miedo de lo que pueda pasar ahora, pero espero que comenten y que sigan de nuevo a esta historia, que pronto terminará.

Espero puedan perdonarme y creer en mí cuando les digo que a partir de que acabe mi infernal quinto semestre (que ha sido poco más que un calvario para mí), me pondré las pilas con mis historias LO PROMETO, pero aguanten un poco más. Sé que es mucho pedir, pero asdfghjgfd! es que todo es muy difícil con mi vida justo ahora. Pero no dejaré de escribir, eso ténganlo por seguro.

Agradezco a todos los que a pesar del tiempo se mantienen al pendiente y me han preguntado... esta es la respuesta, espero les guste.

Les pido que dejen sus comentarios y me hagan saber que siguen aquí TmT sé que no lo merezco pero tengan piedad de mi pobre alma torturada por el cálculo integral y las derivadas, y los exámenes reprobados y la noches sin sueño TmmmT

Si tiene errores lo siento, no me dio tiempo de corregirlo. No podía dejar pasar un sólo segundo más sin publicar.
Los quiero, VUELVAN, se los ruego TmT


34. Una silenciosa y vigorosa plegaria.

Era en ocasiones como aquella, que se preguntaba por qué jamás había querido una vida como la de su mejor amigo. Claro estaba, no tenía ni ápice que ver con el estilo de vida que en el pasado, él habría considerado como "ideal", pero no era, en lo más mínimo algo insoportable, como supuso alguna vez que sería.

Había olvidado cuando fue la última vez que puso un pie en un lugar semejante… tal vez recordaba, si bien vagamente, alguna vez en que Madame Christmas lo había llevado a un sitio similar, sin embargo habían transcurrido ya más de dos décadas de aquello.

El hecho de encontrarse en donde se encontraba, siendo él un hombre hecho y derecho, sin mencionar el cargo militar que ostentaba y las siempre remarcables millones de razones que tenía para sentirse fuera de lugar, no resultaba ser todo lo incómodo que se suponía tener que ser. A decir verdad, era todo lo contrario.

Era… reconfortante. Algo extraño, desde luego, –no estaba habituado a andarse paseando como si nada, ropa de civil y todo, acompañado por una igualmente no uniformada Hawkeye y aquella versión diminuta y adorable de su querida teniente– pero tampoco se trataba de algo aberrante.

La pequeña revoloteaba alrededor de los dos adultos, como una inquieta mariposilla, fascinada por las luces de los carromatos y el penetrante aroma a algodón de azúcar que llevaba predominando en el ambiente desde el momento mismo en que pisaron el condenado parque de diversiones.

— ¡Oooh! ¡Algodón de azúcar, mami! — exclamó la pequeña, extasiada, volviéndose hacia la rubia mujer, con los ojos centelleándole de pura excitación.

Roy esbozó una media sonrisa astuta, vanagloriándose en su maravillosa idea de haber llevado a Elizabeth a terreno maleable. Al fin y al cabo, y aunque se tratase del retoño de la mismísima Riza Hawkeye, Elizabeth continuaba siendo una párvula, y por lo tanto, no era complicado averiguar maneras para ganarse su confianza.

La joven mujer a su lado ni siquiera se tomó la molestia de mirarlo. No necesitaba hacerlo, de cualquier modo. Ella conocía a la perfección las artimañas que tenía el General de Brigada Mustang para que se cumpliese su bendita voluntad. Jugar con la voluntad de una niña de cuatro años era sólo la punta del iceberg de lo que aquel embustero era capaz de cometer en aras de conseguir lo que deseaba.

Pero –y podía jactarse de ello sin el menor temor– ella también tenía su trucos de contraataque… y eran bastante buenos, si cabía señalarlos.

—No hasta después de la comida— denegó, aunque con aquel tono suave y benevolente que solía adoptar siempre que se trataba de su hija.

La chiquilla infló las mejillas, notablemente discrepando con la declaración de su madre, aunque absteniéndose de responder alguna cosa. A pesar de ser tan joven, conocía lo suficiente a su progenitora como para saber que por mucho que insistiese, no tenía oportunidades de salir airosa de una discusión con ella. Y al final del día, tampoco era que estuviese muy habituada a cuestionar los designios de Riza.

—De ser el caso— intervino entonces la voz aterciopelada y sutil del hombre, dirigiéndose específicamente a Elizabeth, aunque sin dejar de observar de soslayo a Hawkeye —Deberíamos buscar algo de comer por aquí ¿No lo cree usted, señorita Elizabeth?

Los ojos negros de la aludida ardieron como las llamas que su padre era capaz de crear con un simple chasquido, y una maravillosa –maravillosa, divina– sonrisa atravesó su cándido semblante. Su cuerpecito se agazapó, con una creciente emoción evidenciando en los saltitos que daba inconscientemente — ¡Una banderilla de salchicha! — Profirió, con voz aguda — ¡UNA BANDERILLA, MAMI! Toda mi vida he querido comerme una— declaró, airadamente, haciendo énfasis en la última parte, con gesto anhelante.

El pelinegro observó a la niña representar aquella adorable dramatización y sin ser bastante consciente de ello, una sonrisita cruzó sus labios. Casi podía escuchar la voz del insoportable de Hughes, rememorando cada pequeño teatro que la "adorable y brillante Elicia" representaba "tan astutamente" cuando deseaba algo.

Entonces él había pensado que una conducta semejante era fastidiosa e inaceptable, pero viniendo de aquella preciosidad de criatura, resultaba por demás encantador.

"Demonios" pensó, entretenido por su propio sentir "No recuerdo a otra mujer que me haya hechizado de esta forma desde su madre".

Y es que conforme pasaban los instantes, más se convencía que aquel encanto inherente e irresistible que aquella cría producía sobre él, había sido una cuestión genética por parte de la rubia, quien al escuchar a su hija no hizo más que cruzarse de brazos, enarcando una ceja, con cierta condescendencia.

—Oh, Elizabeth, eso suena como un largo tiempo— apuntó, permitiendo que una discreta sonrisa hiciese acto de aparición al finalizar aquella frase —Sin embargo…— añadió, adquiriendo un peligrosamente familiar y afilado tono de voz, al tiempo que sus brillantes y expresivos ojos color marrón se posaban sin escalas ni detenimientos sobre los profundos abismos del alquimista —Si mal no recuerda, General, hay comida en casa.

La emoción en el rostro de la rubiecita pareció desinflarse dramáticamente al escuchar esto — ¿Comida en casa? — inquirió, con un lastimero tono de desilusión impregnando su vocecilla.

Roy Mustang se encogió de hombros en respuesta, con expresión ladina y un brillo malicioso en sus orbes color carbón —Créame que lo recuerdo, teniente— aseguró, con aquellas maneras educadas y una indudable sorna tiñendo su voz —Y no dude de mi palabra cuando le digo que lamento terriblemente el no poder degustar los interesantes platillos que seguramente preparó para nosotros…— estuvo a punto de arrepentirse de haber soltado aquellas palabras tan despreocupadamente al contemplar la mirada asesina que Riza le dedicó. Sin embargo, y sin ceder la guasa de su expresión, prosiguió —Pero ¿No podríamos hacer una minúscula excepción por el día de hoy? Si le soy honesto, han transcurrido ya demasiados años desde la última vez que probé un bocadillo de esa índole ¿Qué me dice de usted? ¿No le vendría bien un…? ¿Cómo lo llaman? ¿Perro caliente?

Elizabeth soltó una risita divertida, celebrando aquel diplomático despliegue de sentido del humor por parte de Roy.

La interpelada entornó los ojos ante el cinismo de su ex superior; sin duda nunca dejaría de sorprenderle la increíble capacidad que tenía ése hombre para comportarse como un niño cuando así se lo proponía —No gracias, prefiero la comida hecha en casa, señor.

El aludido ensanchó su media sonrisa, satisfecho de haber logrado el efecto esperado en Hawkeye. No por menos era apodado "El Alquimista de la Flama". Desde luego que su peculiar alquimia era responsable de aquel pretencioso mote, sin embargo, le gustaba creer que resultaba adecuado por partida doble, ya que sin duda una de las cosas que más gozaba era la de "jugar con fuego" y arriesgarse a recibir una bala entre ceja y ceja.

Cinco años sin hacerlo lo habían hecho extrañarlo demasiado.

— ¡Anda, mami! ¡Sólo esta vez! ¿Sí? ¡Será divertido! Como cuando fuimos a la casa de Ed-kun y Winry-san hizo emparedados para comer afuera— recordó la niña, con los ojos brillando vigorosamente, llenos de emoción.

La sonrisita sardónica del hombre se desvaneció al escuchar nombrar a aquel mocoso "Ed-kun". Sentía como si le calara los oídos. Una venita sobresaltó de su sien inmediatamente, al tiempo que sus puños se cerraban enérgicamente detrás de sí.

Mientras tanto, las comisuras de los labios de la rubia ascendieron apenas perceptiblemente antes de que su expresión recobrara su habitual estoicismo para encarar a la infanta.

—Te recuerdo que en aquella ocasión, habíamos acordado comer afuera con antelación— asestó, puntuando con especial énfasis aquella última palabra, destinando una mirada furtiva pero no así menos elocuente al ojinegro, para después añadir, con retórica categoría —Eso sin mencionar que entonces, no habías cometido ninguna falta de respeto que ameritase una llamada de atención por parte de la directora, Elizabeth.

La rubiecita nuevamente llenó sus mejillas con aire, cruzándose de brazos enfurruñada —Yo pensé que ya te habías olvidado de eso…— se quejó.

—Oh, vamos, Hawkeye— la voz del alquimista pareció iniciar una especie de mediación entre ambas rubias —No es tan grave… además hablamos de esto ¿No es así? No tienes que ser tan estricta esta vez.

Riza no cambió su expresión ni el más mínimo ápice, antes de replicar, lacónicamente —No hay nada bueno en minimizar las faltas; suelen hacerse costumbre si les restas la importancia que merecen— aquello, definitivamente no iba dirigido hacia la niña. El alquimista estuvo muy cerca de permitirse una risita divertida ante la acostumbrada dureza de su antigua subordinada, pero se abstuvo. No traería buenos resultados si lo que buscaba era sosegar su humor

—Además— continuó ella, sin relajar el gesto, ni la postura —No creo que sea adecuado premiar esto que acaba de suceder. Elizabeth nunca antes había ocasionado un conflicto semejante— el tono de voz de la rubia, si bien firme, colecto y claro, denotaba una ligera nota de genuina preocupación.

La pequeña agachó la cabeza, mejillas completamente rojas y postura avergonzada.

—Hablaremos de esto más tarde ¿Está bien? — Medió el hombre, con voz tranquilizadora —Es obvio que lo que hizo Elizabeth no es algo que deba aplaudirse. Aun así no veo el motivo por el cual debamos desanimarnos. Usted acordó venir ¿O me equivoco? cuestionó, inclinándose ligeramente para quedar más próximo a la mujer, quien tras unos instantes, relajó ligeramente la postura y la severidad de su gesto.

—Está usted en lo correcto, para variar— concedió, dando un suspiro resignado —Tengo la suficiente experiencia para saber cuándo estoy perdiendo mi tiempo.

Elizabeth entonces alzó nuevamente la mirada, con renovada alegría — ¿Entonces…?— inquirió la pequeña, esperanzada.

Riza asintió levemente en respuesta, no sin antes advertir, voz rotunda e irrevocable —Pero tendremos una conversación más larga cuando lleguemos a casa.

La párvula asintió con solemnidad, dedicándole una mirada de preocupación a su nuevo cómplice, el General de Brigada Mustang, quien respondió con un nuevo y súbito guiño.

La joven mujer logró, a duras penas, reprimir aquella sonrisa que se formó en sus labios al contemplar semejante indulto por parte del hombre que durante tantos años se jactó de ser severo e inconmovible. No que ella hubiese creído semejante embuste, de todos modos.

Los observó caminar a unos cuántos centímetros de ella, manos enlazadas, los ojos de él posados inamoviblemente en la niña, que parloteaba animadamente acerca de su amplia experiencia en parques de diversiones y la infinidad de juegos para los que era buena. Roy escuchaba atentamente cada palabra, como si no existiera una conversación más amena e interesante que la que estaba otorgándole aquella diminuta rubia.

Se trataba de una escena bastante… reconfortante… mágica, si era que le tocaba dar un adjetivo para describirla…

Y entonces, ahí, sin dejar de mirarlos, se preguntó la razón por la que ocultó la verdad en aquel entonces.

Cinco años atrás, habría tenido un montón de fundamentos que, al menos en aquel momento, le habían parecido lo suficientemente sensatos para hacer lo que hizo, pero conforme más contemplaba a ése par caminando al frente suyo, más absurda le parecía toda aquella situación en la que ella los había hecho caer.

Sí, por un lado –en todas partes– se encontraban las aspiraciones de su antiguo superior y el obstáculo que un niño –o, más específicamente, el haber roto una ley de anti fraternización– suponía para cumplirlas, pero más allá de aquel detalle ¿Qué hubiesen podido perder? Ellos ya lo habían sacrificado todo… y de no ser por la carrera militar de Roy ¿Qué pudo haberlos detenido?

Por ése instante, a Riza Hawkeye le pareció que todo aquel embrollo en el que se encontraban, había sido por menos, innecesario, e incluso se atrevió a pensar que, de hecho, sería una buena idea seguirlo a donde quiera que él fuese.

"Cásate conmigo", habían sido las palabras del alquimista, tan sólo un par de horas atrás, y ella había creído que aquel disparate era sencillamente demente, redundante y temerario.

Pero, por todos los cielos, observando aquel panorama que se extendía frente a sus ojos, lo único realmente estúpido era no tomar la oportunidad.

¿Y qué si decía que sí? ¿Y qué si ella se convertía en su esposa? ¿Y qué si, finalmente, después de tantas vueltas, ellos podían ser una familia? ¿Acaso era eso tan horrible? ¿Es que ni siquiera ellos, a pesar de ser un par de genocidas, se merecían algo como eso?

Su corazón comenzó a latir al mil por hora, y no supo en que momento el calor inundó sus mejillas de sólo imaginarlo; permitirse soñar con una vida que ella siempre pensó, le había sido prohibida desde el momento en que se enlistó en la milicia. Una vida con la que nunca se permitió soñar, pero que ahora estaba al alcance de su mano.

Al alcance de un "Sí".

Tal vez, y sólo tal vez, ella lo merecía. O tal vez no, pero mirándolo desde aquella maravillosa perspectiva, ya no importaba lo que merecían o no, ni los pecados, ni el pasado, ni un montón de reglas sin sentido, ni dirección, ni propósito.

Qué hubiese dado ella por ser un poco más joven, un poco más inocente, sólo un poco.

Porque de haber sido el caso, estaba segura que sin pensárselo un segundo más, habría acelerado el paso para alcanzar a su hija y a aquel hombre que lo significaba todo para ella, y habría tomado aquella mano ancha, callosa, ensangrentada, susurrando por lo bajo unsencillo y elocuente "Sí".

Y él lo habría comprendido, de eso no le quedaba la menor duda. No tendrían que darse más explicaciones, porque todo habría quedado claro.

Qué hubiese dado ella por ser capaz de ignorarlo todo y dejarse llevar.

Pero Riza Hawkeye no era esa clase de mujer. Por desgracia, no lo era en absoluto.

En cambio, se dijo en silencio, de modo que sólo ella pudiese escucharse, los años y las cicatrices la habían convertido en una cobarde.

Porque tenía tanto miedo de saltar al vacío, y probar una felicidad para la que nunca había estado preparada. Le aterraba tener que soltarse de los parámetros y las reglas que durante tantos años dieron sur a su vida.

Pero por encima de todo, tenía miedo de que él lo hiciera también.

Porque lo haría.

Ya no quedaba mucho de aquel joven vigoroso e idealista al que ella había seguido. Y no porque hubiese renunciado a sus sueños, ni porque hubiese dejado de visualizar a Amestris como el país que siempre anheló. No era así.

Era porque ya estaba demasiado cansado. Cansado de esperar y morir cada día, como ella había estado haciendo. Porque ya eran demasiado viejos para continuar deambulando aquellos callejones sin salida.

Roy Mustang no renunciaría al sueño que lo impulsó durante tantos años, pero tampoco estaba dispuesto a dimitir con el resto de su vida. Era lo suficientemente necio e insensato como para partirse en dos y luchar por ambas cosas.

Pero ella no estaba segura de que pudiese ganar en ambas. Y era eso lo que la hacía temer.

Porque si ella aceptaba aquella locura ¿Qué pasaría con su sueño? No sería plausible que las cosas se diesen con la facilidad con la que se estaban dando ahora que era un hombre libre.

¿Y si después de veinte años luchando no lo lograba? Ella no podría vivir sabiendo que lo había apartado de sus sueños. Porque, al final del día, también eran los sueños de ella.

Habían sido tantos años luchando por ellos, que había conseguido adoptarlos genuinamente, desde el fondo de su espíritu: un Amestris donde las muertes de personas como Maes Hughes tuviesen algún sentido, y se convirtiesen en el pilar de un mundo en el que las cosas fuesen un poco menos crueles de lo que eran. Un Amestris en el que Elizabeth pudiese vivir y crecer rodeada de felicidad y paz. Un Amestris donde nadie tuviese que sufrir.

Ése Amestris en el que Berthold Hawkeye había muerto soñando, y por el que a ella le fue entregado el secreto de la Alquimia de Fuego.

No podía darle la espalda a eso. No ella, de entre todas las personas. Ella que había observado con sus propios ojos la agonía y el dolor. No ella que había causado con sus propias manos tanto sufrimiento ¿Cómo podría mirar a su hija a los ojos?

—Hawkeye— aquella voz, profunda y suave, logró arrancarla de sus interminables cavilaciones, haciéndola alzar la mirada, tan sólo para encontrarse con esos ojos color carbón, siempre escrutadores, siempre expectantes.

La interpelada sacudió ligeramente la cabeza, antes de responder, voz plana —Señor.

— ¿Te encuentras bien? — preguntó él, arqueando una ceja y frunciendo el ceño brevemente.

—Estabas como perdida, mamá— intervino Elizabeth, quien la observaba con aquellos ojos negros, idénticos a los de su padre.

Riza exhaló lentamente, en aras de normalizar sus pensamientos y estabilizar su mente —Estoy bien.

Mustang se quedó mirándola por un par de momentos más, con una ceja enarcada, evidentemente poco convencido de la respuesta de ella.

—El señor Mustang dijo que ganará ése conejo blanco para mí— exclamó la rubiecita con un dejado de excitación en su voz, completamente ajena a la tensión de los adultos. Con una de sus pequeñas manos, la niña señaló al descomunal roedor de felpa que permanecía arrellanado en uno de los aparadores de un puesto de los alrededores.

Riza reconoció aquel juego de inmediato: un montón de blancos de cartón se movían constantemente alrededor y enfrente de lo que parecía ser el dibujo de un barco pirata. Con ayuda de un arma de plástico que disparaba dardos, tratabas de dar al centro y alcanzar el barco pirata. Si lo lograbas después de tres intentos, te obsequiaban algún accesorio pequeño; un bolígrafo, un espejo o un reloj de juguete. Si lo hacías a la segunda, podías elegir entre un juego de té, una muñeca de trapo o una linterna y si llegabas a acertar en la primera oportunidad, te daban uno de los absurdamente agigantados muñecos de felpa colocados en la parte alta de los anaqueles de madera.

Una media sonrisa sardónica asomó sus labios, al tiempo que enarcaba una rubia y bien delineada ceja — ¿Es cierto eso?

Roy le devolvió la media sonrisa, cargado de autoconfianza y arrogancia —Desde luego que lo es, teniente ¿O acaso duda de mis habilidades como tirador? Le recuerdo que no por nada soy un General de Brigada y veterano de guerra.

Una leve pero no así menos irónica carcajada escapó de la garganta de Hawkeye, al tiempo que asentía con exagerada solemnidad —No sería capaz de cuestionar sus maravillosas habilidades militares, General, pero, si mal no recuerdo, gran parte de su prestigio es más bien debido a sus habilidades alquímicas ¿Estoy en lo correcto?

Ahí estaba, certera, aguda y devastadora. Casi tuvo que voltear la cara para recibir aquella bofetada verbal que, como de costumbre acababa de recibir de su adorada teniente Hawkeye. Una oleada de furia inundó sus entrañas, al tiempo que un rubor encaprichado se apoderaba de sus mejillas.

Hizo un esfuerzo descomunal por contener cualquier tipo de reacción que excediera los parámetros de su dignidad. Sobre todo considerando que se encontraba frente a los curiosos ojos de Elizabeth, que esperaba estupefacta su respuesta.

—Desde luego que debo mi prestigio a mis habilidades como alquimista— pronunció, entre dientes, sin poder evitar que una venita sobresaliese de su sien, airada y latente —Pero, como bien sabe, mi puntería deja muy poco que desear. Podría considerarse como por encima de lo aceptable, si me permite decirlo.

Riza se encogió de hombros, cruzando los brazos con actitud despreocupada —Claro que sí, si así lo piensa usted. No estoy en posición de poner en tela de juicio el criterio de un superior— fue su respuesta —Sólo me pregunto la razón por la que su asistente, unos años atrás, se vio obligada a quitarle de encima tanto soldados inmortales, como homúnculos…

— ¡Es porque me es imposible cubrir todos mis flancos! — replicó el hombre, sin ser capaz de contener su lastimado orgullo.

Elizabeth soltó una risita de empatía —Yo sé que usted es muy bueno, señor Mustang— se apresuró a decir, sus ojos refulgiendo con admiración —De seguro que gana ¿Verdad que tú también lo crees, mami?

La mandíbula de Mustang pareció aflojarse ante las palabras de la pequeña, pero logró mantenerse en una pieza dignamente. Se auto felicitó mentalmente cuando logró resistir aquel impulso desesperado que le dio por agacharse y estrechar a la niña entre sus brazos hasta que llegase el fin de los tiempos. En cambio, toda aquella adoración quedó contenida en un rutilante y encendido rubor que se apoderó de su rostro en un dos por tres.

—Claro— fue la contestación de Riza, quien lograba contener la sonrisita guasona para sí.

El pelinegro carraspeó un par de veces, tratando estabilizar las pulsaciones de su órgano cardiaco antes de anunciar, con voz rebosante de altivez y petulancia —Bien, entonces. Obtendré al afelpado roedor para usted, señorita Elizabeth, y lo haré sin desarreglarme un solo cabello— añadió, dedicándole una mirada envenenada a su siempre fiel y muy acertada asistente.

—Y será mejor que lo haga rápido, General, puesto que no hemos comido y diría sin temor a equivocarme que también Elizabeth empieza a sentir un poco de hambre ¿No es así, cariño?

La aludida rió por lo bajo, desviando su enrojecida mirada ante los ruidos que profirió su estómago.

Roy se enderezó con gallardía para caminar hacia el puesto con un desdén digno de un rey.

—Buenas tardes, buen hombre— saludó, con flema, ante la mirada perpleja del hombre al otro lado del tablero.

—Uhm, sí… hola— fue la escueta respuesta que obtuvo — ¿Quiere intentarlo, señor? Son doscientos cincuenta centz por tres intentos.

Elizabeth –seguida por una entretenida Riza Hawkeye– corrió entusiasmada hasta quedar al lado de Mustang, quien en un movimiento grácil y conciso sacó de su bolsillo unas cuantas monedas que tendió al individuo.

—De acuerdo— resopló el desdichado, con gesto de aburrimiento, sacando de entre los cajones internos del mostrador lo que parecía un rifle exageradamente largo y de apariencia plástica, el cual facilitó al hombre.

Roy, tomándolo entre sus dedos con excedente galanura, fijó sus abismales orbes color obsidiana en el rostro de la rubia mayor para después dedicarle una sonrisa jactanciosa a la pequeña, quien lo observaba maravillada.

—Creo que han pasado algunos años— declaró el General, con una sonrisita ufana adornando su agraciadas y siempre varoniles facciones.

Elizabeth se inclinó poniéndose sobre las puntas de sus piecitos para observar el resultado de aquel despliegue de petulancia por parte del pelinegro, mientras que su madre, callada y prudente, como era costumbre, se limitaba a contener la risotada de burla aprisionada en lo más hondo de su garganta.

El alquimista de la flama fue incapaz de observarla, ya que para aquel instante toda su atención se encontraba dispuesta ante su blanco; aquel condenado barco pirata de cartón, que se movía caprichosamente de un lado a otro, arriba y abajo, menguando su paciencia.

Maldijo para sus adentros.

Honestamente nunca había sido bueno con la puntería. Aún recordaba las largas jornadas de práctica dentro de la Academia, al lado de Hughes, quien tampoco era un as en aquello del tiro. Y aunque sus calificaciones habían sido aceptables en aquel entonces, era cierto que nunca necesitó demostrarlas en el campo de batalla gracias a su alquimia.

Había un millón de razones por las que había elegido a Hawkeye como su mano derecha, y una de ellas, desde luego, era su prodigiosa habilidad como francotiradora. Y es que Hawkeye siempre había demostrado una impecable eficacia en todos aquellos aspectos en los que él desmerecía. Pero aún con todo eso, no retrocedería. Por su orgullo como hombre, como soldado y como padre, le daría a aquel detestable barco de cartón y conseguiría el premio mayor para la pequeña que lo miraba, con ojos expectantes y llenos de ilusión.

Podría decepcionar a un país entero, pero no a la preciosa niña que esperaba aquel roedor afelpado. Aquel que él había prometido darle costase lo que costase.

Uno, dos, tres disparos, uno tras otro. Fue eso lo que pudo escucharse.

Los tiros viajaron casi en cámara lenta ante los brillantes ojos de la pequeña, tan sólo para fallar en la primera y la segunda ocasión. La tercera munición golpeó apenas suficientemente la acartonada figura, derribándola certeramente, propiciando una animada melodía de victoria proveniente del puesto.

— ¡Oooh! — exclamó la párvula, al tiempo que una deslumbrante sonrisa embellecía su cándido rostro — ¡Lo hizo, Señor Mustang! ¡Lo hizo! ¿Viste eso, mami? ¡Él derribó el barco! ¡Siiiií! — canturreó alegremente, dando pequeños saltitos de entusiasmo por aquí y por allá.

Riza simplemente sonrió sagazmente, observando con una ceja enarcada la pálida y abatida figura de un derrotado Roy Mustang, quien, desfallecido y con el inofensiva arma aún en las manos, temblaba despojado de todo orgullo y hombría, susurrandoalgún improperio por lo bajo.

—Enhorabuena— enunció el tendero, con desgana, sacando de entre la tercera repisa una cajita en donde se encontraban acomodados un vistoso bolígrafo rosado con una simpática lamparita en forma de estrella a un lado y por último, un pequeño reloj de bolsillo de plástico, con la figura de un pato grabada en la carátula —Puede elegir alguno de los premios que corresponden— informó, entre un bostezo, pareciendo del todo ajeno a la desolación del participante que contrastaba con la creciente emoción de la pequeña rubia.

— ¿En serio puedo elegir entre alguno de estos? ¿El que yo quiera? — preguntó, maravillada, observando atentamente las tres fabulosas opciones que acababan de darle.

Riza asintió con gentileza —Eso parece, cariño.

—Volveré a intentarlo— una voz dolida se hizo oír desde donde, instantes atrás, yacía devastado el alquimista de la flama. Ahora, de pie y con una renovada determinación ardiendo en sus ojos color ébano, sacó un par de billetes de su bolsillo y los colocó enérgicamente en el mostrador, disponiéndose a apuntar de nueva cuenta hacia el barco.

—Eeh…— intentó replicar el hombre al otro lado del mostrador, mas al ver los billetes, sencillamente se encogió de hombros con indiferencia —Sí, como diga.

La rubia mujer soltó un suspiro resignado, entremezclado con una sonrisita guasona que discretamente curvaba sus labios.

—Pero señor Mustang…— trató de intervenir Elizabeth, antes de ser interrumpida por el General de Brigada, quien, con voz profunda y solemne, añadió.

—Prometí que tendrías al roedor. Y tendrás al condenado roedor. Un hombre siempre cumple con su palabra, señorita Elizabeth— aquellas últimas palabras fueron articuladas justo antes de que un nuevo –fallido– tiro, estallara desde el pequeño rifle de juguete y chocara contra la pared, seguido inmediatamente de otros dos, ambos nuevamente errados.

De esos, siguieron otros doce más, uno más desesperado y desacertado que el anterior.

—Señor, mejor tome su premio del primer intento y disfrute la velada— sugirió por fin el vendedor, con desabrida cordialidad.

Roy, quien ahora, desinflado y echado al suelo como un costal de carbón roto, susurraba lúgubremente las palabras "Orgullo" y "Dignidad" en medio de un lapsus de inconsistencia y decepción —Un último intento— logró decir, entre lamentos y auto reproches —Un último…

—Pero yo quiero mi regalo de antes, señor— replicó entonces Elizabeth, tirando del saco del hombre inocentemente.

Roy la miró con desazón —Pero el afelpado…— trató de objetar.

En aquel momento, la más bella y casta sonrisa de gentileza hizo acto de aparición en aquel rostro divino que tanto se parecía al de su amada teniente, acompañado de aquellas dulces y maravillosas palabras —Pero está bien, señor. Usted lo ha hecho muy bien, en serio ¡Es genial como le dio la tercera vez! ¡Es genial! ¿Verdad que sí lo es, mami? — preguntó, levantando la mirada hacia Hawkeye, quien asintió de inmediato

—Ciertamente— concordó, con aparente mesura.

Mustang se quedó absolutamente estupefacto, sintiendo una salvaje jauría de mariposas arremolinándose por todo su espíritu y elevándolo al lugar más alto del cielo.

Con sólo contemplar esa sonrisa, parecía que todo lo demás no tenía el más mínimo valor. Nuevamente se preguntó que había hecho toda su vida sin haber contemplado aquel rostro tan lleno de pureza.

Ahora podía comprender aquella cara de idiota que ponía Hughes siempre que hablaba de su "encantadora" Elicia-chan. La misma que seguramente tenía él en aquellos momentos, contemplándola como si no existiese nada más en el mundo.

Perfecta, magnífica. Así era Elizabeth. Igual a su madre, incluso más perfecta aún, si es que algo así era posible.

— ¿Qué regalo prefieres, pequeñita? — preguntó el hombre, sin abandonar la monotonía de su voz.

La interpelada volvió a pararse sobre la puntas de sus pies para observar, y, sin pensarlo un solo instante, estiró sus pequeños brazos hacia el simpático y pintoresco reloj de plástico.

— ¿Éste? — Preguntó el hombre, enarcando una ceja, como quien no está muy convencido —Las niñas siempre eligen la lámpara.

La pequeña se encogió de hombros, sin dejar de sonreír —Es que quiero tener uno igual al del señor Mustang— explicó, tomándolo entre sus manitas y volviéndose hacia el alquimista —Este no es tan grandote, pero se parece al que siempre está viendo usted cuando está en casa.

Riza, que hasta ése momento había permanecido en quietud, depositó su mirada sobre el hombre, quien se la devolvió en silencio.

No se había percatado de en qué momento había sacado su reloj de alquimista estatal durante su estancia en la casa de las Hawkeye, sin embargo, el hecho de que Elizabeth lo hubiese notado, significaba algo, no estaba muy segura de qué era, pero sin duda algo, tenía algún significado extraordinario.

Los ojos de Riza entonces contemplaron fijamente la diminuta figura de su hija, que ahora corría animosamente hacia el área de comida, con el pequeño reloj entre las manos. Roy hacía exactamente lo mismo, mientras su mente viajaba a una velocidad estratosférica.

Aquel silencio fue el preludio de una vigorosa plegaria por parte de ambos adultos. La plegaria de que Elizabeth, su Elizabeth, jamás llegase a tener un reloj como el de su padre, ni nada de lo que ello conllevaba.

Pasados los segundos, ambos soldados retomaron su buen humor, aunque sin ser abandonados por aquel minúsculo desasosiego que acababa de posarse en sus corazones, como una mariposa.


Bueno, pues ahí tienen el capítulo 34 ¿Qué les ha parecido? Sean sinceros, por favor. Espero, con la práctica, ir retomando mi narración y la historia en general. Dejen sus comentarios y díganme ¿Qué les pareció Roy? ¿Qué les pareció Riza y Elizabeth? ¿Qué piensan de esta plegaria que han hecho Roy y Riza respecto al futuro de su hija? ¿Qué esperen que pase a partir de ahora? Restan al menos otros diez capítulos más, así que no desesperen.

Espero no haberlos perdido para siempre. Volví y siempre lo haré hasta el final.

¡GRACIAS POR SEGUIR AQUÍ Y LEER! Realmente los amo mucho.