Día 1A: The times
"The times:
Se esclarece el caso de la señorita asiática
Fue en una cabaña de Pondicherry Lodge, Upper Norwood; aun se debe de recordar el asesinato de la señorita Wan Chun Yan.
Su hermano, Wang Xiang ha prohibido que alguien, además de él y el medio forense, vean el cadáver de la desdichada dama al reconocerlo.
"Fue lo más impactante que he visto en toda mi carrera… como termino la bella dama tras ser acuchillada repetidas veces y sin misericordia…gatos" fue la declaración del médico forense y a la vez, oftalmólogo, Karpusi tras verificar las circunstancias de muerte de la desdichada.
Se recordara aun, que fueron los pertenecientes de la reconocida brigada mayor de Scotland Yard, el señor Alfred F. Jones, el señor Vash Zwingli y, el señor George Darcy, quienes descubrieron el cadáver.
La señorita Alice Kirkland, la única hija del duque Kirkland y hermana, y reemplazo del reconocido detective: Scott Kirkland, se hizo también presente en la investigación en compañía de su doncella, quien no sería más que la nieta del "desaparecido" Duque de Roma, Lovina Vargas. El señor Antonio Hernández, un detective reconocido por el apoyo que siempre brinda a la Scotland Yard y al que aun denominan "un cachorro", también estuvo presente.
El desafortunado suceso fue rápidamente resulto con el arresto de la jovencita Honda Sakura, la media hermana y la única que podía tener la suficiente cercanía con la desdichada como para llevarla a un lugar tan solitario como aquel.
Los bien probados conocimientos técnicos del señor Jones y sus dotes de minuciosa observación, le han permitido mostrado de un modo terminante que la criminal quería quedarse con la fortuna que poseía la jovencita desdichada por ser el vástago de un matrimonio y no hija de una concubina.
Este hecho, que ha quedado esclarecido y dado casi por cerrado, ha demostrado, además de las habilidades súper-humanas del señor Jones, que el dinero es como casi siempre, causante de muchas desgracias y desdichas.
Esperemos que pronto la señorita Honda Sakura de su declaración y sea encarcelada."
El periódico fue a parar al fuego y su mirada no se despegó de este hasta que se hizo cenizas.
—¿Quién escribió esta tontería? — Lovina gruño mientras comía de mala gana el pan que la criada había traído en el sofá de la sala.
—Gary Hedervary— respondió rápidamente y los ojos de la británica volvieron parar en el libro gordo y de letras pequeñas que leía con una lupa— No te debería afectar lo que el imbécil húngaro escribe, en un don nadie, un hombre vulgar de poca cultura y al cual, dado los medios, conocí.
—¿Qué hace un hombre de poca cultura escribiendo en un periódico de tanta importancia?
—Contactos, querida, ha servido a la familia Edelstein desde que tiene memoria y la heredera, la señorita Sophia, ha "cumplido sus deseos de la misma manera en que él cumplió los suyos"
"Es muy curiosa…"
—¿Son amantes?
—No lo sé, solo que se criaron juntos desde que ella era tan solo una niña de 6 años y él 12, su padre lo trajo a casa como su compañero de juegos. — comento mientras su atención volvía hacia la italiana— Las malas bocas han dicho que lo son, debido a que ella posee dos compromisos rotos; uno con el señor Hernández, el detective de acento español que fue hecho por sus padres en el momento de su nacimiento y que se rompió cuando este último cumplió la mayoría de edad y se largó de Viena, aún se desconoce si se largó por el compromiso que ella rompió o si huyo de este.
El segundo fue con el señor Zwingli, el sueco malhumorado de la brigada mayor y que ahora está casado con una señorita cuya edad es muy inferior a la suya
Estuvo comprometida con el triple "i" de Antonio, obviamente que la muchacha había previsto el bien de su futuro y había arrancado el problema de raíz ¿Qué mujer en su sano juicio vería románticamente a un hombre cuyas actitudes y maduración eran idénticas a la de un infante y que más que una ayuda sería un estorbo? O peor aún; casarse con el amargado de Vash cuyo futuro parecía ser el del vecino viejo, soltero y amargado, acumulador de gatos y que se queja por el mas mínimo ruido, si es que no estuviese casado; en verdad que aun sin conocerla, Lovina sintió una ferviente admiración por la mujer valiente que se había casado con él.
Definitivamente, los padres de la señorita Edelstein no eran buenos a la hora de buscarle un buen marido para su hija
"Te presento a mi esposo"
El recuerdo de la voz de su hermana en ese sueño la hizo contener la respiración y una mirada de pánico se reflejó en su rostro, que se puso pálido.
Lovina se estremeció al recordar los páramos de Devonshire que siempre estaban secos y llenos de mala hierbas ahora cubiertos por flores; todo estaba completamente como lo recordaba sino fuese por aquel detalle y que el sol iluminaba el día, y que su hermana se encontraba con un hombre fornido, alto y rubio, y se alejaba de ella a medida que avanzaba tomada de su mano.
Recordó su miedo e inseguridad cuando, a pesar de sus gritos desesperados llamándola, ella siguió su camino firme y la ignoró; en situaciones normales, Felicia hubiese volteado inmediatamente, la hubiese abrazado cariñosamente como solo ella sabía hacer y le daría la bienvenida.
Tal vez ella dejaría de ocupar el puesto que desde que eran pequeñas había atendido como "modelo a seguir" por el único hecho de que era su hermana mayor, la más curda de los 3 y poseía una valentía que presumía ante su hermana, pero en que en el momento que debía lucir, era la primera en correr.
De todas formas, no dejaría a su hermana en manos de un estúpido tubérculo si ella podía impedirlo.
Para Alice, el espectáculo de gestos en el rostro del italiano era un festín de misterios e inquietudes que disimulaba de una manera pésima.
"Esa muchacha se parece mucho a ti…"le susurro su pequeña hada mientras descansaba en su hombro.
La inglesa se sintió ofendida.
—¿En qué sentido?
—¿Decías algo?
—Nada— se percató de que lo había dicho demasiado alto—
La hada rio.
"Si tú y el señor Hernández tuviesen una hija, esa seria esta chica, Alice…"
—¡Ni se te ocurra imaginarlo!
—¿Imaginar qué, tonta?
—Nada…no me hagas caso…— se estaba empezando a poner nerviosa, por supuesto, estaba segura que si seguía con ese comportamiento y si seguía charlando con un ser que era exclusiva a su visión la italiana no dudaría en buscarle un nuevo apodo que sería "Loca" o sus derivados; y tendría mucho sentido—Me voy a la cocina por un té ¿Deseas algo?
—¿Preparado por ti? No, gracias. Después de los cólicos que me provocaron tus bronces me he dado cuenta que tu comida es una amenaza para la buena salud gástrica
Alice ni siquiera hizo caso a sus provocaciones y se dirigió a la cocina en donde la muchacha ya e había retirado para limpiar la habitaciones.
"Lovina está preocupada" le dijo
—¡No me digas! Hace poco estaba cantando y desflorando margaritas con una sonrisa
"Deja el sarcasmo para otro momento y pregúntale que es lo que le ocurre; tal vez su respuesta sea de tu interés"
Miro la pequeña salita, en donde seguía haciendo muecas raras y desde la puerta de la cocina preguntó:
—¿Te ocurre algo? Pasaste de una cara de pánico a un ceño fruncido.
Lovina le frunció el ceño mientras analizaba la situación.
Tal vez si compartía su cometido con ella, le pondría aconsejar algo y ayudarla, después de todo, ella, a diferencia suya, era una persona cuya educación había sido más elevada debido a su posición económica, que había leído más de lo que ella había hecho y que sabría cómo aconsejarla.
Cuando regresé con el coche de la Scotland en compañía del señor Hernández tuve un sueño que presagiaba un terrible mal que podría ocurrir conmigo y mi hermana si la descuido como lo estoy haciendo.
—¿Qué mal?
—¿No te conformas saber con qué es un mal?
El hada se rió.
—No y ya encendiste mi curiosidad
Lovina se cruzó de brazos y se levantó, tomo un cesto y su abrigo, se puso un sombrero y abrió la puerta.
—¿A dónde vas?
—A recoger mis maletas dijo abriendo la puerta— dile a mi hermana que no tendrá hospedaje gratis…que limpie mi habitación y tienda mi cama.
Cuando se hubo retirado, dirigió su mirada al pequeño ser alado en su hombro.
—¿Fuiste tú la causante?
"Digamos que le hice ver una pequeñísima parte de su futuro"
La noche anterior había sido una verdadera tortura.
Ella se encontraba sentada en el sillón que ella misma había movido hacia el rincón más oscuro de la pequeña biblioteca que había solicitado que tuviese la residencia mientras leía otra vez aquel grueso libro que ya millones de veces había releído y hasta se sabía los diálogos de memoria; pero le causaban la tranquilidad y el consuelo que en esos precisos instantes buscaba.
Inexpresiva, se sentía deprimida pero a pesar de ello su rostro seguía mostrando su mismo gesto impasible que siempre la había caracterizado enfrente de su familia; por esa tranquilidad que siempre demostraba tener ante situaciones en las que cualquiera se derribaría; la consideraban fuerte, pero era la más débil. Porque se lamentaba de todo lo que le había sido arrebatada en silencio y lloraba sin lágrimas por esas situaciones que la hacían sufrir.
Solo su hermana sabría su estado de ánimo, era la única que la había conocido lo suficiente para descifrar los enigmas de sus pensamientos cuando se comunicaba tan poco con sus semejantes y ni siquiera gesticulaba.
Menos sabría Mathias, quien apenas conocía pero que invadió la privacidad que tan sagrada era para ella al entrar sin tocar a la biblioteca y hacer un escándalo innecesario.
—¿¡Te encuentras bien, verdad?! ¿¡Te duele algo?! ¿¡Fui demasiado bruto?! — pregunto entrando a la habitación con una taza de hierbas que dejo en la mesa que se encontraba al lado del sillón.
Ella ni siquiera lo miro.
—¿¡Estas resentida, verdad?! ¡Sé que soy un bruto, pero, por favor, será la última vez que te haga daño!
Astrid suspiro antes de continuar con su lectura.
Le dolía la cadera como nunca, ni siquiera podía moverse y a rastras había logrado llegar allí y arrellanarse en el sillón, lo único que deseaba ella era un baño caliente, una lectura en silencio y sin bulla, y dormir para aguantar el dolor.
Pero no podía pedírselo… ¿Acaso permitiría a Mathias, un hombre al que aún no le cedía la suficiente confianza, bañarla? ¿O pedirle a la muchacha que lo hiciera para que se diese cuenta de la intimidad de ella y "su marido" y fuese con el chisme a toda la servidumbre de que ya había perdido la virginidad?
Bueno, a esos grados del asunto era obvio que ya no debía serlo, pero aún le producía vergüenza que terceros lo supiesen.
Y también, dormir en la cama cuando Mathias la acaparaba por completo como el bruto que era, no solo le basto dejarla adolorida sino que el bruto pateaba como mula cuando se quedaba profundamente dormido y tenía una manía por dormir en diagonal, su tamaño y peso comparados con el suyo la había hecho perder, ceder y al final, vestirse en la madrugada para ir a sentarse allí y conseguir paz.
—¿Qué estás leyendo, cariño? — pregunto siendo aún más molesto. — ¿"Los viajes de Gulliver"? ¿Es una novela reciente? ¡Jamás había escuchado una novela con ese nombre!
"Se publicó el siglo pasado, imbécil"
Era un libro al que le tenía mucho apego y aun a pesar de la edad que poseía; el libro era como el osito de peluche con el que duermen los niños por las noches para ella: indispensable; pero para Astryd, el libro era su único compañero en todo el día cuando ninguna novela lograba llamar lo suficiente su atención y se rendía ante las tentaciones de este que narraba viajes fantásticos, que mostraba bellas ilustraciones y con un protagonista de lo más carismático.
—¿Por qué no hablas? — siguió insistiendo— ¿Quieres que llame a tu hermana o prima para que te vengan a visitar? ¿Quieres pasar algunos días con tus padres, tal vez?
—Padre— corrigió de inmediato— La esposa de mi padre no es mi madre; ella murió hace mucho.
Mathias sonrió.
—Ya estamos haciendo un gran progreso con el hecho de que me dirijas la palabra…dime ¿Quieres que haga algo en especial de desayuno?
No tengo hambre.
Aun recordaba todo lo que había pasado la noche anterior y lo doloroso que resulto, pero no era de las mujeres que se resentían.
No quería hablar, era simple y así era su carácter; Mathias no podía pedirle que fuese más abierta o que se comunicase con él.
Además, no solo físicamente se sentía dolida; aun no lo podía creer que había entregado algo tan preciado a un completo desconocido cuyas intenciones con ella eran aún incierta, que no quería y si de algo estaba seguro era que él tampoco lo hacía pero que aun así; en la noche se acercó a ella brindándole besos en la nuca y susurrándole lo afortunado que se sentía por haberse casado con una mujer tan bella mientras la estrechaba en sus fuertes brazos.
Ella no pudo hacer más que caer rendida da a los cariñosas caricias que le brindaba previos al acto, de las bellas palabras que le decían, de lo bien que actuaba el muchacho al punto de parecer en verdad enamorado de su esencia, de ella; no de su cara.
Y al terminar, ni siquiera se preocupó si ella se encontraba bien, ni siquiera de estrecharla entre sus brazos en silencio; solo se atinó a dormir en un rincón de la cama abrazando a su estúpido oso de peluche (porque Astryd sabía que lo escondía debajo de su cama y cuando creía que estaba dormida se agachaba recogerlo, se llamaba Ted)
Y al parecer, el remordimiento de haberla dejado y ocupar toda la cama lo habían hecho tomar esa actitud tan molesta.
Astryd sentía desprecio por ese tipo de personas y si de algo estaba segura, era que lo perdonase o no; el tipo volvería a ser un bruto, haría exactamente lo mismo que hizo la noche anterior, volvería a sentir remordimiento y volvería a pedirle disculpas.
Lo malo era que ahora, Astryd no podía recurrir a esconderse en su habitación en Oslo hall, SU habitación; todo el espacio en la pequeña pero ostentosa residencia era compartida, es decir, no podía echar a "SU esposo" de SU habitación; cuando la casa lo habían comprado sus, ahora, suegros.
—¿Tienes nauseas? ¿Te sientes cansada? ¿Tienes los pies hinchados y antojos? — Mathias parecía emocionarse más con cada pregunta que hacía.
Aquel había sido el punto de quiebre; Astryd Bondevick, la hija de un Jarl, no permitiría que nadie se burlara de esa manera de ella, mucho menos su esposo. Ella SI podría echar al hombre de su biblioteca compartida si se lo proponía y en esos mismos instantes, no lo quería ver ni en pintura.
Tienes 5 segundos para salir de mi habitación, de lo contrario yo lo haré y no me volverás a ver en todo lo que te queda de tu miserable existencia.
—Pero yo solo…
—Cuatro.
—Mathias parecía entrar en crisis.
—Astryd, por favor...
—Tres
—¡La idea de tener un bebé me hace mucha ilusión y…!
—Uno.
—¡Te salteaste el dos
Astryd se levantó algo adolorida y si Mathias la conociese aunque sea un poco, hubiese podido descifrar su estado por esas expresiones que cambiaban ligeramente; lo único que él había creído ver era una mueca de fastidio.
—¡Está bien, yo me voy!
—¿Te enteraste de la muerte de la señorita Wan?
La muchacha se volvió en una expresión de indignación mientras dejaba su desayuno de lado.
—¿Quién no, papi? Ósea, tipo como que todo el mundo lo sabe— pronuncio mientras volvía a coger el tenedor y volvía a devorar la comida en su plato—
El polaco no despegó la mirada de su única hija y familia cuando extendió el periódico contra la mesa y lo extendió de tal manera en que su hija pudiese leer el titular; pero presente tanto desdén por este como lo hacía cuando él le hablaba sobre temas que ella no comprendía o simplemente le aburrían escuchar y atinaba a asentir.
Graznya ya no era la señorita que se arreglaba lo más que pudiese, ya no salía en coche todos los días y no se preocupaba por su aspecto, tampoco se cepillaba el cabello antes y después de dormir y las hondas que poseían en las puntas productos de los ruleros que se ponía antes de dormir ya no estaban.
Poseía un aspecto descuidado, resignado, rendida, tan fatigada de hacer simplemente nada que había descuidado su aspecto personal; su padre se obligaba a creer que eran la monotonía de su vida y el aburrimiento las causas por las que su señorita hija se había transformado en aquella demacrada criatura.
Pero una parte de él insistía y le hablaba cuando se encontraba en completo silencio, antes de dormir, cuando ella callaba y ni un ruido se escuchaba: "Oculta algo malo"
—La hija del señor Wan, a quien debíamos dinero, ha muerto ¿No te parece extraño que no nos hayan quitado ya nuestra residencia? — comentó elevando una ceja, Graznya ignoró su comentario— El plazo que nos dio la fallecida señorita Wan ha vencido desde hace 2 semanas.
Su hija callo y seguía comiendo como si las palabras no fuesen dirigidas a su persona, no parecía nerviosa ante el comentario; o es que él no quería ver la verdad y su mente creaba la ilusión de una posible inocencia o es que en verdad, su hija seguía siendo ella y presentaba desdén por sus conversaciones que no incluyesen "temas de señoritas".
Tal vez, ella en verdad estuviese aburrida de la monotonía de su vida.
—¿Qué te parece pasar unos meses en Polonia?
Graznya se atraganto.
—¿Con qué presupuesto? Ni siquiera has empezado a pagar la deuda con el chino ese.
Podría hacerlo si así lo quisieras tú, allí están tus abuelos y nos podrían recibir gratuitamente en su hacienda; solo pagaría el traslado, que no es mucho.
—Ahorra ese dinero en pagar las deudas— insistió— No quiero quedarme sin nuestra residencia.
Si, su hija estaba más extraña de lo normal.
En situaciones relativamente normales, se le hubiese saltado encima con ferviente emoción le hubiese llenado de besos las mejillas y a la mañana siguiente tendrían a todos sus amigas en la residencia, en donde ella presumiría el hecho de que iría a Polonia.
El desayuno se volvió silencioso, así lo había hecho desde poco días después de la llegada de la señorita Wan; cuando su hija empezó a asistir a la "biblioteca" a leer; la residencia, que normalmente se encontraba lleno de risas y murmullos en la sala producto de las conversaciones entre ella y sus amigas, se encontraba silenciosa; su hija pasaba la mayor parte del día durmiente y las muchachitas que eran sus amigas dejaron de concurrir la residencia.
—¿Por qué no invitas a tus amigas? Ellas estarán feliz de verte.
—No, ósea, como que prefiero dormir, tipo como que me muero de sueño.
—Invita a una de ella aunque sea.
—No, quiero dormir.
Otro silencio prolongado, en situaciones normales, él se encontraría hablando sobre temas que él mismo sabía que su hija no comprendía, y a pesar de que sabía que ella no lo escuchaba, seguiría hablando hasta que ella le hiciese comprender de manera poco delicada, que le importaba un bledo. O ella hablaría también sin para sobre las últimas novedades en su pequeña sociedad, en las nuevas tendencias, en lo que le dijo Pepito a Juanita en la noche del gran baile y muchas otras cosas que sinceramente, tampoco le importaban, pero fingiría interés para complacer a su hija y para tratar de que en él, ella encontrara la madre con la cual compartiese aquellas intimidades de mujeres.
—Y dime, Graznya ¿El ebrio que auxiliaste...?
Le dieron de alta a la mañana siguiente, papá, fue a buscarlo por la tarde pero dijeron que ya se había retirado.
—Ya veo…—se rasco la sien y luego preguntó—Mas tarde visitaré al bibliotecario para pedirle que me venda el libro que todas las noches vas a leer.
Graznya casi se atraganta, por segunda vez tosió y necesitó un poco de agua para volver a hablar.
—No es necesario.
—Por supuesto que lo es, quien sabe, el tipo que mató a la señorita Wan podría asechar también aquí, no me arriesgaré.
—¡No lo hagas! — se levantó y pronuncio ello con una vehemencia causada por lo que parecía ser el pánico, reparo fuertemente y luego pronuncio en un tono mucho más calmado— Ahorra cada centavo para pagarle al señor Wan, pá.
Dejando su desayuno a medio comer, Graznya se retiró de la sala en completo silencio.
Aquella tarde llamaría a la Scotland Yard y les contaría todo.
Se sentía atrapada.
Repentinamente, todas aquellas ilusiones que se habían hecho, cuando la muchacha de la limpieza del internado en Oslo les prestaba esas novelas de romance que ella y muchas otras compañeras suyas leían entre suspiros, enamoradas.
Tal vez los libros le habían dado altas expectativas sobre el amor y lo habían exaltado de tal manera que todas las muchachitas esperaban al príncipe, tal vez no azul, pero si con capa y escudo, dispuesto a dar su vida por su amada y a demostrarle cada segundo lo bella que es y lo mucho que la ama; que no le causase el mismo miedo que le causaba su marido sin explicación aparente, pues hasta ahora, no había osado a levantarle la mano ni la voz.
Su rostro era intimidante, no podía mantener contacto visual con él; sentía que se molestaría con ella si lo hacía y si en si era una persona que le producía cierto pánico estando apacible, no se lo quería imaginar enojado por lo que él podría considerar una muestra de rebeldía.
El papá de una de sus amigas le pegó cuando esta lo miro fijamente a los ojos; ni su padre ni su madre le había pegado por tal causa pero al parecer, era considerado para algunas personas una ofensa.
Felicia había pasado la noche pasada con ella en su habitación; porque a pesar de estar casados dormían en habitación diferentes; él dormía en la habitación provisional…la que sería de su primogénito.
La italiana, siempre tan alegre, había dado color a la casa gris con sus sonrisas y con sus ocurrencias, esa ingenuidad propia de un infante le había sacado más de un sonrisa a su esposo.
¿Tal vez era ella el problema? ¿La que no funcionaba?
Tal vez no era lo suficientemente atractiva, se miró en el espejo.
No había más que una niña, una de cara redonda, de cabello corto que desprendía ternura en vez de deseo; porque a pesar del tiempo que habían pasado su marido aún no se atrevía a tocarla, ni siquiera un acercamiento, el único había sido el beso el día en que se casaron que había sido apenas un roce tímido de labios como si fueran dos adolescentes.
¡Dios, si ella ya casi tenía 26! ¡26!...Sus amigas con una edad parecida a la suya ya cargaban con su primogénito y ella estaba casada con un hombre que no estaba enamorado de ella ni tenía intenciones de tocarla; ni permitía el roce mínimo, ni la miraba…
Pensó que la madrastra de Astryd se había equivocado al pronosticar un matrimonio corto en la vida de hijastra; pues ese sería el suyo.
Francis Bonnefoy era parte de la que había sido la nobleza francesa…o de lo que quedaba de ella, su padre había amasado a fortuna cuando huyó a Inglaterra en revolución francesa; había invertido lo suficientemente bien como para poder gozar de una vida llena de libertinaje, casado con una hermosa mujer inglesa perteneciente de la nobleza que era su madre; una mujer reservada.
Solo había tenidos 2 amigos en toda su vida a los que podía considerar verdaderos; uno había muerto cuando eran pequeños y el otro era un español ingenuo e inocente, que hasta se lo podría considerar tonto, pero Antonio le había dado suficientes motivos para hacerle saber que de bobo no tenía ni una pizca.
—¿Qué señorita de sociedad te tiraste ayer? — le preguntó mientras le pasaba una taza de té caliente—
En ese instante, Francis comprendió que tal vez ocultar todas las pruebas de su crimen no había sido suficiente para que su amigo no se percatase.
—Y… ¿Cómo te siete cuenta? —
¿Qué había pasado por alto? Se había cambiado de ropa por completo para ir a verlo, se había dado una ducha antes de venir…
—Porque normalmente no te poner camisa de cuello alto y desprendes un muy ligero aroma agua de colonia de mujer, uno caro; te bañaste antes de venir porque normalmente después de hacerlo te hechas cantidades casi exageradas de perfume y eso normalmente haces por la noche, antes de salir de casería.
—Gracias por hacerme saber que no importa lo que haga, siempre sabrás de mis travesuras como si me sogueras.
Antonio le dedico una sonrisa divertida y tomo su té.
Se encontraba algo afiebrado; Francis había venido a verlo muy temprano cuando aun vestía sus pijamas y leía The times estando tendido en su cama por el dolor de cabeza aguantable y cansado por la ajetreada noche anterior.
Pronto se había despedido de él y había vuelto a la cama; Francis llevaba una vida ajetreada con los negocios heredados de su padre aun manteniendo su vida de libertinaje los fines de semana en lo que se levantaba a alguna que otra mujer por lo que paraba muy ocupado.
Él, en cambio, no le importó romper todo vínculo con su familia para volver su estilo de vida sencillo, como lo era él; tal vez en estos momentos podría dejar esa cama dura y estar en una suave con una criada dispuesta a complacerlo y casado con Sophia Edelstein… Hasta la idea de casarse con esa muchacha le erizaba los bellos y no era porque fuese fea, no; pero era demasiado caprichosa para su gusto, demasiado acostumbrada a ese estilo de vida que él detestaba, metida en una burbuja en donde la reputación era lo más importante.
Seguro que ella no soportaría llevar su estilo de vida, en donde viajaba constantemente de Devonshire a Londres en la clase popular, en donde casi todo de lo que ganaba iba directamente al orfanato y en donde su ritmo de vida no le impedía descansar mucho.
Ya se imaginaba; chillando llena de rabia e indignación al tener que dormir en donde ella consideraría una pocilga.