¡Hola! Dije que actualizaría en Julio, jajkskjas pero me equivoqué: era noviembre. Esta vez he vuelto con un nuevo record de cinco meses sin actualizar, pero a paso de tortuga he logrado sacar este capítulo. Soy muy mala coordinando los tiempos, he aquí la prueba de ello xD.

Quisiera agradecer infinitamente el apoyo mostrado hacia la historia, sobre todo tras tanto tiempo sin dar señales de vida T-T. ¡A finales de mes se cumplen dos años con este fic! Gracias a éste he podido conocer a personas maravillosas en el camino, por lo que espero retribuir aún más hacia a ellas (y así evitar ciertas tijeras asesinas que esperan deseosas mi carne… xD). ¡Sin ustedes, esta historia no sería posible! Por lo que, nuevamente, gracias por sus leídas, favoritos, follows, reviews, pm. Como también, a sus mensajes a través de Tumblr y Facebook.

LEGNAEL, Autum, Eirin Halliwell, LuXi3l, Crazy Hana, KidApocalypse, NIGHT, mayuzumi nanako, karla-eli-chan, mari-chan511, Sorinozuka Shika-chan, Chokito12, kazuyaryo, Clisey, Guest, Kiryu Zero, No Name, Amane, Guest, Solphite, Dark Amy-chan, Nikki-usagi.

Prepárense para un nuevo testamento de capítulo. En cronología manga, estamos entre los capítulos 68 a 74, así que queda para rato aún de "Kimi Ga". Por el momento, los dejo cordialmente invitados a enredarse aún más con la historia :v.

El fragmento del enunciado es del dueto de Kimura Ryohei y Ono Kenshou (seiyuus de Kise y Kuroko, respectivamente).

Advertencias: spoilers, relación chicoxchico, smut.

Disclaimer: Kuroko no basuke no me pertenece, sino a Fujimaki Tadatoshi


Capítulo 12: Cuestión de perspectiva.

"Sabía desde el principio que esto nunca iba a ser fácil, pero no tenía idea que podría estar totalmente perdido en un sueño".

(Tsugi Au Made)

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Incluso si la situación se trataba de un punto incorregible, Kise Ryota no se arrepentía de sus acciones. Ni siquiera ante la pasmada expresión de su acompañante, de aquel que pertenecía a una parte de su todo, debido a que sabía que Kuroko lo aceptaría —muy en el fondo— y no lo odiaría por tomarse tal arbitraria medida.

Kise se encogió de hombros mientras se apartaba del ensimismado ojiceleste y procedía a su regreso a los camerinos.

Aunque, ¿de qué podía quejarse Kuroko si tenía pleno conocimiento de su frustración? Tal vez podría darle la mitad del beneficio de la duda por solo haber visto a través de él en cuanto a lo concerniente sobre Aomine. Por esa parte, Kise no lo culpaba, dado que se había encargado de camuflar sus verdaderas intenciones dejándose llevar por excusas superficiales; engañándose a sí mismo en el proceso de que podía vivir en la conformidad.

No obstante, había fallado. El engaño no bastaba para compensarlo.

Gracias al vehemente juego contra Aomine, Kise se había dado cuenta que debía de aceptar uno de los grandes obstáculos que había interpuesto frente a sí. De esa barrera que tontamente había construido para mermar sus sentimientos y así no alterar aún más la coexistencia entre Aomine, Kuroko y él: la admiración. Aquella consideración positiva a la cual se había aferrado como única vía de escape ante lo que no podía realmente obtener de ellos.

Aomine y Kuroko vivían dentro de su propio universo de posibilidades; posibilidades de las cuales nunca había sido incluido como tal (y aceptarlo dolía más que cualquier patada proporcionada por Kasamatsu ante sus impertinencias). La amistad de ambos no era suficiente para llenarlo, pero había preferido no romper esa condición por la que podía estar cerca de ellos y ser partícipe de sus vivencias, rupturas y consolaciones.

Pero ya estaba harto de contenerse. Estaba harto de contemplar pasivamente hacia ambas direcciones sin recibir nada a cambio. Ryota ya no podía seguir observando cómo se alejaban aún más de él sin hacer nada, incluso si el sentido de la realidad fuese más fuerte que su propia determinación. Debía de tomar una decisión drástica y actuar, actuar sin importar si se tratase en base a una lógica retorcida para conseguir sus deseos. No obstante, sabía que sería difícil estar preparado para recibir la furia de ambos, porque no se ilusionaba a que lo recibieran con los brazos abiertos. De hecho, dentro de los escenarios menos prácticos, le era inimaginable que Aomine —si se llegara a enterar— lo perdonara por traicionar parte de su confianza al intentar arrebatarle a Kuroko de su lado, aunque ese derecho sobre él había caducado.

Kuroko Tetsuya era esa mina que detonaba automáticamente en Aomine, de la misma forma que ambos lo significaban para él. Porque quería a los dos ambiciosamente; deseaba ser la razón de unión hacia a ellos, entrelazando y enredando aún más el tortuoso hilo al cual dependían. Pero también debía de aceptar que existía cierta preferencia al cual no podía eludir: la primera razón en su vida para cambiar. Aomine estaría obligado a voltear hacia a él, reconociéndolo como su rival en el básquet y, aunque no lo deseara en su totalidad, como también en el ambiguo ámbito amoroso que nunca había querido admitir debido a su arrogancia. Era imposible que no lo hiciese teniendo sobre sus manos a la conexión que lograba explotar dichas emociones.

Probablemente, estaría tomando decisiones codiciosas y arriesgadas, pero Ryota no se sometería ante un arrepentimiento anticipado. Incluso si los resultados fueran devastadores en todos los ámbitos posibles, era mucho mejor depositar gran parte de sus reprimidos sentimientos en Kuroko. Éste se encargaría de sacar sus propias conclusiones y compartiría su frustración, liberándolo más de sí mismo. Ya no existiría un muro de por medio entre ellos que denegara el acceso a sus emociones.

—Ahora puedo pelear con todo. Te debo una, Kurokocchi —musitó, dejando que sus palabras se las llevara el viento.

Si esto no era motivación suficiente para desafiar a Aomine, entonces ya nada lo haría.

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Si algo había aprendido Kuroko desde pequeño, ya fuese por su agudo sentido de la observación o a base de su propia experiencia, era que cada hecho que se presentaba ante él tenía un sentido; el azar quedaba fuera de juego indiscutiblemente. Sin importar que se tratara del suceso más insignificante e irrisorio, o del más abrumador y perturbador, éste marcaba al sujeto en cuestión para otorgarle un nuevo eje y orientación a esa pragmática ruleta que solía ser la vida con cada acontecimiento. No obstante, existía un punto importante, algo que sí podía depender solo de él y de nadie más: el impacto y el significado que implicase sobre sí.

Era tal vez debido a esa misma impresión que no le parecía extraño permanecer estancado en el mismo sitio, contemplando ensimismado la figura de Kise mientras se apartaba de su lado bajo una mirada llena de satisfacción; absolutamente airoso por la insana estrategia de haberle besado sin titubeo alguno. ¿Y se refería a ella como insana? Pues sí: insana, porque Tetsuya no podía catalogarlo de otra forma.

Incluso, aún barajaba la posibilidad de que Kise no estuviese en sus cabales a causa del estrés del partido o por lo que en verdad estaba arriesgando en ese juego contra Aomine. Por lo mismo, no descartaba que la acción de besarle deliberadamente resultara como una absurda, irritante y distractora maniobra para restaurar su ánimo.

Era algo que podía imaginar de parte de Kise.

—"Pero ya se ha vuelto aburrido simplemente observar sin hacer nada al respecto. Por eso, ahora mírame apropiadamente. No te atrevas a apartar tus ojos de mí. Él también tendrá que hacerlo a partir de hoy, incluso si eso significa hacerlo a través de la fuerza…".

Aunque llegado el momento de la rectificación, debía de precisar que era algo que podía imaginar de Kise hacía tres minutos atrás… Antes de que le dijera tales palabras.

Con un molesto zumbido, los altavoces ubicados en el exterior del complejo deportivo se activaron otorgando un monótono mensaje que anunciaba los minutos restantes para iniciar la segunda mitad del juego entre Tōō y Kaijou. El mensaje se repitió por tres ocasiones instando a que retomaran su ingreso a las galerías. Sin embargo, Kuroko no alteró su postura en lo más mínimo pese al bullicio emocionado del resto en los pisos inferiores.

Estaba más que ajeno a lo que sucedía a su alrededor. No era para menos, puesto que en cuestión de minutos, Kise le había expuesto con alevosía sobre aquella intocable e irreprochable encrucijada por la que también se había envuelto sin remedio. En ese doloroso juego doble estándar que ya no daba para más y que conocía a la perfección, pero sin el tiempo a su favor.

Kuroko debía de ordenar de inmediato la vorágine que Kise había provocado en su cabeza. No podía regresar con sus compañeros en ese estado y, por sobre todo, no cuando debía de mentirle con tanto descaro a Kagami para no causar mayor tensión a la observación del partido.

El viento se encargó de azotar contra su rostro, intentando aclarar un poco más su mente. Abrió su boca exhalando con lentitud; sintiendo como lentamente ésta se secaba por el contacto con el aire. Precisamente eso era lo que necesitaba: una barrida directa hacia sus sentidos para hacerlo espabilar. Aunque, para su mala fortuna, no había sido suficiente, pues éstos aún seguían aletargados en algún punto abstracto. Muy probablemente, en algún lugar que rodeaba a la ahora lejana silueta de Kise. Hacia aquella solitaria silueta que no había visualizado como tal hasta ahora.

Por más que tuviese en cuenta aquella particular faceta de la excéntrica personalidad del rubio, resultaba poco serio de su parte darle rienda suelta a tales posibilidades esquivas cuando el mensaje de éste no otorgaba una segunda lectura, ni mucho menos marcha atrás. Kise se había expuesto e inclinado hacia a una apuesta arriesgada y suicida, por lo que ya no importaba qué perspectiva Kuroko tuviese al respecto o cuán ajeno quisiese permanecer: Kise lo había involucrado, tal como él lo había hecho en su oportunidad por su incesante 'relación' con Aomine.

Era parte del precio de que debía de pagar por ello.

Kuroko apretó sus nudillos a los costados, sintiéndose incompetente y nefasto por no haber sido capaz de anticiparse a la incómoda situación por la que Kise lo había acorralado sin mayores preámbulos. Su acción le había abierto los ojos a la fuerza a esa verdad tan implícita y descarada; a ésa que en múltiples ocasiones ambos habían preferido eludir para no estropear los cimientos de la confianza construida con esfuerzo y dedicación. Algo que en la actualidad eso ya no importaba.

Kise no solo había decidido transgredir la delicada línea que había bordeado por casi dos años entre Aomine y él —aquella que Kuroko siempre había vislumbrado separar frágilmente sus intenciones más hacia Aomine—, sino que también había optado por relucir una parte más de ésta, una que había preferido ignorar por lo ilógico que resultaba: el de dirigirse hacia a él como vía de escape. Una solución muy poco viable bajo la percepción de Kuroko, ya que no existía forma de corresponderle.

Hecho que Kise también sabía, pues solo se trataba de una bomba de tiempo con la desdicha inevitable de atreverse a detonar en la peor instancia. Lanzándose a sus pies a través de las entrañas de la confianza y el afecto, para así aferrarse a la idea de desterrar la devoción y el anhelo que pudiese sentir por Aomine. A esa descuidada parte de sí que le impedía desafiarle por los buenos recuerdos y la consideración excelsa que tenía por él. Algo que resultaba doloroso, puesto que Kuroko lo sabía por experiencia propia.

Kuroko ensombreció su mirada, rozando su labio inferior con el dedo pulgar mientras intentaba eliminar la molesta sensación de la boca del rubio sobre la suya. No porque sus sentimientos diesen origen al titubeo únicamente por el deseo impetuoso con el que Kise le había bombardeado. Sino que, irremediablemente, sus memorias le ofrecían una pequeña muestra de aquella sensación que había preferido desconocer y solo ver una parte de la moneda; a un extracto mínimo del problema de la ambivalencia que Kise había intentado tanto en resguardar para sí y no generar conflicto entre ellos. Pero por los hechos establecidos, ese límite se encontraba totalmente despedazado; sobrepasado por el orgullo e incapaz de bloquearse hasta no hallar una razón de peso que le obligara a hacerlo.

Kise ya había tomado una decisión al respecto. Una en base de privilegiar su estado mental y así no dejarse arrastrar por la oleada de emociones que cegaban a su sensatez frente a la decepción. Lo había besado depositando su frustración sobre él, duplicando aún más el peso que debía de soportar en forma de castigo. Un acto caprichoso, sobre todo si era para que permaneciera aún a su lado sin importar las consecuencias de sus actos.

Kuroko retrocedió un par de pasos, retomando el camino hacia al interior del recinto deportivo.

Debía de dejar de darle más vueltas al asunto, no mientras el juego estuviese por comenzar. Cuando todo terminara, tendría que reanudar su conversación con Kise.

Aunque eso implicara que terminara odiándolo aún más en el proceso.

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Inquieto sobre su asiento, Kagami veía cómo las filas contiguas se llenaban en la tribuna mientras su pierna se movía frenéticamente.

No estaba de más recalcar que estaba impaciente. Y no solo por la continuación del partido, sino porque ya habían pasado los diez minutos del receso y aún no existía señal alguna por parte de Kuroko. Lo había perdido de vista solo por unos segundos durante el breve trayecto para comprar bebidas con sus compañeros de primer año, pero —y como siempre—, se había olvidado de lo poco perceptible que era el chico. Tampoco faltaba preguntar en qué momento sus compañeros o él se habían dado cuenta de su desaparición, ya que resultaba cansador y repetitivo volver al mismo punto de frustración.

Conociendo a Kuroko, según Kagami, lo más probable era que algo hubiese llamado su atención para desviarlo del camino. Sin embargo, eso era justamente lo que a Kagami le inquietaba. De todas las situaciones posibles, solo una atravesaba por su mente como para ser lo suficientemente poderosa para retener a Kuroko. Una que por razones obvias le disgustaba admitir.

Con el ceño fruncido, Kagami observó la cancha enfocando su mirada en el ahora estático Aomine Daiki, quien permanecía en la banca haciendo oídos sordos a las instrucciones que daba el entrenador y la joven manager a sus compañeros de equipo. Odiaba admitirlo, pero él era una de esas razones inevitables para que Kuroko perdiese la noción del tiempo. No obstante, existía un detalle inusual a esta regla: Aomine había entrado con todos los jugadores hacía cinco minutos atrás y Kuroko aún no llegaba. Entonces, ¿qué era lo que aún lo estaba demorando?

—Buenas. Perdón por la demora —escuchó de repente Kagami. Era la voz del chico en cuestión de su fatídico dilema mental.

Kagami volteó su rostro hacia a él, completamente histérico.

—¡¿Dónde diablos te habías metido?! —espetó, sin medir el volumen de su voz. Debía de agradecer el bullicio del público para que no se escuchara aún más indignado.

Sin embargo, ignorando gran parte de su enfado y aprovechando que el árbitro daba la señal de inicio del juego, Kuroko se ubicó en el asiento contiguo a él sin el menor indicio de culpabilidad.

—Me perdí y saludé a alguien—fue lo único que ofreció como respuesta. Y si bien no era falsa tal información, también Kuroko omitía ciertos segmentos de ésta.

Kagami alzó una ceja, asintiendo no muy seguro. Pese a todo, el rostro del albino lucía impertérrito como siempre; sin ningún ápice de debilidad que pudiese perturbarlo.

Ladeó su rostro, resoplando hacia un lado. Debía de aprender a confiar en las acciones de Kuroko. Sí de algo tenía cierta certeza era que fuese quien fuese la persona con la que se había topado Kuroko, no era Aomine. Lo sabría de inmediato, ya que conocía el tipo de semblante final de Kuroko frente a esto, aunque intentara mantener su inexpresiva expresión como refuerzo.

Al menos, se sentía un poco más capacitado en dilucidar a través de esa mascarada.

—¡Cómo sea! Va a comenzar —bufó Kagami por lo bajo, irguiendo aún más su posición para contemplar la formación de ambos equipos.

Sin que pudiese apreciarlo, Kuroko relajó su expresión al escuchar cómo dejaba de lado su pseudo interrogatorio.

Le aliviaba un poco que Kagami no fuera detallista, de lo contrario, habría notado la hinchazón de sus labios por la intrépida acción de Kise.

Kuroko reanudó su atención en las figuras de Aomine y Kise, quienes ya se estaban enfrentando en sus respectivas posiciones, aumentando la tensión del partido pese a que no poseían el balón aún.

La mirada del rubio lucía determinada; sin dudas en cuanto a su resolución por vencer a Aomine. Pero detrás de esa faceta llena de vigor, Kuroko sabía que aún se hallaba una que trataba de aislar; aquella que le había intentado depositar con todas sus fuerzas minutos previos. Solo esperaba que esa liberación valiera la pena.

Contempló absorto el momento en que el balón era robado por Kasamatsu. Automáticamente, sus ojos viajaron hacia Kise, quien gracias a este arranque, pudo desmarcarse de Aomine alejándose al extremo opuesto para seguir el trayecto del pase de su capitán, dando origen a un ataque sorpresivo por parte del equipo de Kaijou.

La reacción había sido rápida, sin embargo, no lo suficiente para que Kise no se viese obstaculizado por Imayoshi cercano a la zona de puntos. Fue precisamente allí donde se inició el verdadero contraataque. Sorprendiendo a todos, incluso al propio Kuroko, en cuestión de segundos y sin titubear, Kise se encargó de imitar casi a la perfección una de las técnicas de agilidad de Aomine para sobrepasar al capitán de Tōō. El desconcierto y la desesperación eran tales, que incluso el propio Imayoshi se vio expuesto a cometer una falta en su intento por frenarle.

Kise estaba forzado y decidido a imitar a la perfección a Aomine, pero aquello era solo una pequeña muestra de lo que realmente podía hacer. Y por la expresión enardecida del moreno ante esa demostración de poder, Kuroko suponía que estaba disfrutando del cambio de actitud que enfrentaría.

El verdadero cuestionamiento era: ¿por cuánto tiempo aguantaría Aomine para ver la forma completa de la técnica de Kise? Kuroko no lo sabía con exactitud, pero conociéndolo… Definitivamente, no sería por mucho.

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Aomine Daiki debía de conceder solo un punto de beneficio a Kise. Y es que, efectivamente, le causaba cierta curiosidad, e incluso un poco de gracia, ver hasta dónde podía llegar el rubio en su afán por derrotarlo. Sin embargo, con cada minuto transcurrido y observando que esas tácticas aún no eran aplicadas directamente sobre él, francamente, ya lo estaba aburriendo su aplazamiento. Solo le estaba dejando claro lo obvio: aún no estaba preparado en un cien por ciento para enfrentarlo. Fácilmente, lo podía decir al ver como sus jugadas imitadas eran principalmente enfocadas en Imayoshi, Sakurai y Wakamatsu. Pero jamás en él.

De hecho, no pudo evitar sisear entre dientes al ver que Wakamatsu cometía una falta sobre Kise, ya que gracias a ello, el árbitro le estaba concediendo dos tiros libres que seguramente haría efectivo sin el menor esfuerzo.

Aomine caminó en silencio hacia la línea de lanzamiento, pero aun así permaneció alejado de sus compañeros de equipo. Gracias a ello, pudo evaluar la postura de Kise, la cual era ligeramente rígida, como si estuviese realmente concentrado en su propio mundo.

Resopló por lo bajo. Realmente, se estaba hartando de tanta espera.

¿Por qué demonios Kise actuaba tan cauteloso aún? ¿Acaso le era tan difícil asimilar que los resultados no cambiarían, ni siquiera ante una burda copia?

Tendría que hacérselo ver a la fuerza: no existía persona alguna que pudiese detenerlo.

Nadie, excepto él mismo.

Tras el último tiro libre de Kise, el balón quedó en dominio de Tōō por Imayoshi. Éste lo lanzó hacia su dirección, a lo cual Aomine no tardó en alcanzar. Kise se dirigió a marcarlo, sin embargo, ni siquiera se preocupó de su bloqueo. En menos de un segundo, lanzó de forma directa el balón hacia la canasta desde su posición sin siquiera corregir su postura y posición. Como si no existiese presión de por medio. Aunque, en verdad, así era.

A Aomine no le importaba que se quedaran en silencio o escépticos por su tiro, incluso si de esto se trataba su propio e incrédulo equipo. Su paciencia estaba al borde de lo aceptable, ya que lo que menos quería era que Kise le mostrase algo tan predecible. Conocía a la perfección las fortalezas y debilidades de éste, por ende no podía consentir a que formara parte de ese montón sin talento que le temían por su mera presencia en la cancha.

Tenía que desgarrar toda su existencia de sí.

— ¿Te vas a quedar ahí parado, Kise? Si no vas a poder imitarme, déjalo ya —sentenció Aomine con irritación mientras se alejaba de su estupefacto contrincante—. No soy lo suficientemente paciente para esperar hasta que estés listo.

Porque si lo fuera, ni siquiera se habría enfrentado a él en primer lugar.

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No, las palabras de Aomine no debían de significar nada del otro mundo, ni siquiera aunque se tratara de la verdad. Pero aunque intentara restarle importancia, bien sabía Kise que de todas formas se transformaría en un golpe bajo de su parte.

Hizo una mueca, disgustado consigo mismo.

Esta vez Aomine tenía razón. No tenía el tiempo, ni el marcador a su favor. Éste último estaba ya a catorce de puntos de diferencia, con una clara ventaja para Tōō. Solo bastaba una anotación más y tendrían que abandonar el plan, al igual que aceptar que sería difícil remontar tal puntaje.

Ante dicha puesta en escena, Kise se quedó sin aliento.

Si eso llegase a ocurrir, entonces: ¿qué sentido tenía el esforzarse tanto?

—¡¿Qué?! ¡Ha lanzado un disparo forzado!

Kise expandió sus ojos, atónito. Siguió con la vista a Kasamatsu, que ya había lanzado hacia la canasta de Tōō. Bajo ésta se hallaba resguardando Hayakawa, preparado para realizar el rebote ofensivo y así ganarle a Wakamatsu en su territorio. El marcador reflejó la jugada efectiva reduciendo la diferencia a doce puntos, avivando más el espíritu de lucha en sus compañeros. Lo mismo ocurrió cuando el balón quedó en poder del escolta de Tōō. Moriyama no dudó en interponerse en el tiro de Sakurai, recuperando la posesión del balón a su favor.

Desesperadamente, ellos aún intentaban reducir la diferencia de puntos confiando en el despertar de sus verdaderas habilidades y en él.

Pese a la adversidad del contrarreloj… Aún lo hacían.

—Sempai… —fue lo único que Kise logró decir al estar conmovido por las hazañas que estaban demostrando frente a sus ojos.

—No te preocupes, concéntrate en lo tuyo —le instó Moriyama, mientras Kasamatsu tomaba el control del balón, siendo el encargado de retomar la ofensiva—. A cambio, si ganamos, me presentarás a unas chicas guapas. O montamos una fiesta los dos —añadió, ignorando el reproche de un sorprendido Hayakawa siendo seguido por Kobori Kōji.

Sobrecogido por la escena, Kise se abstuvo en su posición observando cómo los chicos de segundo de año tomaban la delantera, respaldándolo.

Al estar perdido en sus propias limitaciones, Kise había obviado la parte más importante de todo juego: la confianza en los otros. Aquella de la que había sido reticente en aceptar durante su ingreso al Instituto Kaijou y al equipo de baloncesto, pero que gradualmente se había ido perpetuando en su interior con creces a medida que participaba con ellos y, en especial, tras su derrota frente a Kuroko y Seirin.

Kise tenía aún arraigado en su esencia el concepto que ser fuerte significaba no depender de nadie. No obstante, desde su primer encuentro con Kuroko, éste se había encargado de demostrarle las diferencias sutiles que pasaba por alto ante su propio engreimiento. Por lo mismo, estaba agradecido que aún permaneciera dentro de su vida para enseñarle esas lecciones tan importantes.

Escondió su mirada bajo el flequillo. Probablemente, no era el momento más propicio para dejarse llevar por el sentimiento de aceptación que estaba recibiendo por quienes más lo necesitaban. Aunque para ser más preciso, lo cierto era que él también necesitaba de ellos… Más que nunca.

—Últimamente, parece que empiezo a comprender lo que Kurokocchi me dijo. Lo que debería hacer por el equipo del que Kurokocchi me habló… Y lo que necesito hacer ahora —musitó para sí mientras recuperaba su postura y corría a su posición, obteniendo el balón.

El marcaje de Aomine no tardó en llegar. Kise aspiró aire con sutileza al toparse con él, nuevamente, frente a frente.

Aomine aún parecía negado a reconocerle como tal. Y aun cuando los recuerdos del pasado se aglomeraran en su mente con tan solo observarle, Kise debía de aceptar que aquello solo se podía remontar a esa época, porque era una verdadera lástima que quien le había abierto las puertas a ese mundo se viera así de vacío. Y pese a todo, nunca sería capaz de olvidar del todo el embelesamiento por sus ejecuciones y acciones, por aquellas agridulces derrotas que obtenía tras desafiarlo a diario a sabiendas de que no tendría ventaja alguna, como también por todos los sentimientos ambivalentes que despertaba su sola presencia.

Aomine siempre pertenecería a esas hermosas memorias que no podría suplantar.

—"Él es diferente. Es todo lo contrario que tú y yo, pero en un partido se puede confiar en él" —le había dicho Aomine en una oportunidad cuando aún se negaba en admitir a Kuroko como alguien que tenía valor.

Y asimismo, tampoco olvidaría las agudas sensaciones que había intentado esconder a causa de los celos al saber que consideraba a alguien tan importante para sí. Por tener noción de que gran parte de sus sonrisas eran debido a la sola presencia de Kuroko, y que con dificultad podría replicarse hacia a él. Era un sentimiento ambivalente y egoísta, porque no quería perder a ninguno de los, ni verlos separados de sí, pero tampoco deseaba permanecer excluido.

De la misma forma se había sentido el día en que había visto cómo las emociones y sentimientos de Aomine se apartaban hacia un punto desconocido, alejándose de todo lo que le ayudaba poner los pies sobre la tierra. Ese día que había abandonado a Kuroko en medio de la cancha, también había percibido como una parte de sí se distanciaba. Estaba perdiendo todo lo que más quería frente a sus ojos, incapaz de hacer algo para poder remediarlo.

Como siempre, Aomine lo empujaba a sus límites más extremos.

—"El único que puede derrotarme, soy yo mismo".

Era lo que había dictaminado el moreno en esa oportunidad, ignorando la desazón y conflictos que desencadenaría en el futuro.

Kise había intentado seguirle los pasos, pero sin resultados positivos. Lo conocía más que nadie, incluso se atrevía a decir más que el propio Kuroko, aunque sonara ególatra de su parte. Porque había permanecido a su lado hasta el final, incluso en esos días sin color en los que ya no existía motivación por el mañana. No obstante, gracias a eso, Kise se había percatado cómo el moreno desde la distancia mantenía sus ojos fijos sobre el peliceleste, incapaz de liberar su imagen en su totalidad pese a sus palabras.

Nadie se salvaba de un doble discurso.

Ryota endureció su mirada a medida que ajustaba su postura a una bastante similar para su contrincante.

Exhaló el aire contenido en sus pulmones.

Olvidaría todo.

Olvidaría cada maldita sensación y emoción perteneciente al Kise Ryota que velaba con recelo su pasado y lazos, abandonando de sí el ridículo perfil de Aomine que tenía de ese entonces. Porque si había arrojado a Kuroko en el abismo de sus propios, y no concluyentes, sentimientos, podía decir que asemejaba a una acción de la que Aomine hubiese tomado como la más viable en la actualidad.

Dedicaría a impregnarse de la desdeñosa figura que estaba frente a él sin escrúpulo alguno en su rostro, esperando su siguiente movimiento con impaciencia. Anularía cada una de sus defensas y reclamaría con vigor lo que le pertenecía por derecho tras todo ese maldito tiempo ocultándolo.

Todo sería parte de él ahora.

—Entonces, ¿qué es lo que pasa cuando tu oponente eres tú mismo? –inquirió con seriedad, destruyendo con ello sus últimos remordimientos e ignorando la mirada pasmada del moreno en el proceso.

Aomine lo había exigido, por lo que le daría un último gusto. Se convertiría en su peor enemigo: él.

Kasamatsu, que observaba la situación a unos pasos alejados de la zona de enfrentamiento, siseó entre dientes.

—Ya nos habíamos cansado de esperar —farfulló hastiado mientras veía los movimientos adquiridos ahora por el rubio, sin contención alguna—. Ve por él, Kise.

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Perplejidad.

Conmoción.

Ningún sinónimo bastaba para la sensación que había adquirido Kuroko al contemplar la intensidad con la que Kise se escabullía de Aomine por imitarle al detalle. Incluso Kagami se abstenía de emitir algún tipo de comentario frente a lo absorbente que se había convertido la situación en la cancha. Un juego en donde todo podía ser posible a base de riesgos y de decisiones críticas, por lo que los gritos del público y de los equipos respectivos —tras unos segundos de espasmo— no se hicieron esperar más.

Kise se movía con agilidad mientras Aomine le seguía el paso raudamente. Estaban muy a la par, pero el rubio conseguía la ventaja dado el factor sorpresa de sus ejecuciones copiadas en Aomine. Kuroko veía cómo el moreno insistía en recapturar el balón frenando a Kise, aunque éste demostraba dominio de sus propios puntos ciegos acelerando el paso hacia la canasta rival.

Estaba demostrando su nivel más óptimo para que Aomine lo reconociera como tal.

—No te pongas engreído —soltó Aomine antes de abalanzarse hacia al chico e impedir el tiro—. ¡Kise!

El grito espantado de Momoi a continuación alertó a Kuroko, concretándose con el pitazo del árbitro ante la acción deliberada de Aomine.

Kise tampoco perdió el tiempo.

Seguro de sí mismo, lanzó el balón a la canasta por detrás del moreno, asegurando su jugada a favor de Kaijou.

Lo que el árbitro estaba señalando entre los gritos de ovación hacia Kise, y la de horror emitidos por otros, era la nueva falta que cometía Aomine durante el partido, con lo que además le otorgaba un tiro libre para Kise y así repuntar. De allí provenía la desesperación de Momoi para que Aomine no cayera en esa trampa: era la cuarta falta que tenía sobre sí. Algo que Kuroko no se había percatado hasta ahora en los últimos cuatro minutos del tercer cuarto.

Los murmullos exaltados no se dejaron esperar, ni siquiera en el equipo de Seirin quienes comentaban la cautela que debía de adquirir el moreno y la baja de su rendimiento en el juego para no ser expulsado ante la posibilidad de una quinta falta. Sin embargo, Kuroko se mantuvo reservado en cuanto a sus opiniones, dado que estaba demasiado abstraído en las figuras de Kise y Aomine, quienes ya se enfrentaban por primera vez tras la falta realizada.

Sus ojos se expandieron al ver la puesta en escena entre esos dos, en donde era Kise quien miraba lastimosamente a Aomine y negaba con su cabeza con decepción.

—¿Kuroko? —escuchó la voz preocupada de Kagami a su lado. Probablemente, debido a la rigidez con la que observaba la interacción entre sus dos ex compañeros—. ¿Es tanta la diferencia que hay entre ellos?

—Kise-kun está dando lo mejor de sí para superar a Aomine-kun. Pero… —pausó Kuroko, siguiendo la figura del moreno—. Aunque parezca lo contrario, Aomine-kun va tan en serio como él. No es de las personas que se reserva cuando se trata de sus amigos.

Tras esa declaración, la interacción se suspendió debido a la reanudación del juego.

Pero si Kuroko se hubiese tomado el tiempo necesario para girar su cabeza e inspeccionar el rostro de Kagami, probablemente se habría sorprendido. Porque si bien no existía una respuesta directa por medio de sus palabras, sí que estaba descrita en sus tensas facciones ante la situación que le había planteado.

"Él sí era ese tipo de persona".

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Dentro de todas las posibilidades por haber, Aomine Daiki debía de admitir que estaba ligeramente impresionado y severamente molesto.

Kise se la había hecho. Pero no era esa la razón principal por la que se encontraba ensimismado bajo las sombras de la incredulidad. Ni siquiera debido a la reducción de nueve puntos con la que volvía a remontar Kaijou por el tiro libre del rubio o por sus cuatro faltas cometidas. Sino que se trataba del puto gesto que había realizado Kise como si, verdaderamente, sintiera pena por él.

Solo pensar en ello le hacía revolver el estómago.

¿Qué demonios estaba pensando ese idiota para verlo de esa forma?

¡¿Con qué derecho se atrevía a…?!

—¡Aomine! —le gritó espantado Imayoshi desde su izquierda para que agarrara el balón.

Sin embargo, su llamado fue tardío: la desconcentración había sido mayor. Gracias a ello, Aomine no logró seguir a tiempo su pase, conllevando a un rápido robo por parte del rubio quien no dudó en dejarlo atrás para ir en dirección hacia su canasta.

Aomine vio cómo el resto de sus compañeros corría a detener a Kise a la brevedad. No obstante, éste pasaba de ellos con facilidad al copiar, nuevamente, la versatilidad de sus cambios de velocidad que tanto lo caracterizaban. Ni tampoco se hicieron esperar los gritos de euforia por Kise.

El moreno chasqueó su lengua.

—Joder —masculló con hastío a medida que avanzaba raudo para interceptar al rubio—."Honestamente, esas cuatro faltas fueron por mi propia estupidez. Pero, ¿era eso lo que él quería? Lo dudo. Aunque Kise aceptara esa estrategia por el bien del equipo, en el fondo de su corazón no debió de haber querido llegar a esto. Pero aun así, que me ponga esa cara…" —dio un vistazo a la banca, lugar donde su amiga de la infancia lo miraba turbada—. "¿Cuál es el problema de Satsuki? Esa preocupación..." —siguió corriendo, dejando atrás a Imayoshi y Sakurai—. "¿Por qué todos se ven tan asustados?". —Sus facciones se tensaron al darle alcance a Kise—. "¡¿Qué demonios les pasa a todos?! ¡No me subestimen!".

Su nivel de descaro lo tenía emputecido.

Saltando con ímpetu, y mediante un fuerte manotazo, Aomine consiguió arrebatarle en el segundo preciso el balón a Kise. A Daiki no le importó en lo más mínimo el trayecto que obtuvo por su fuerza éste, ni tampoco si por producto de ello había dañado a alguna persona en las galerías. Sinceramente, era lo de menos para él.

Todo lo que tenía en mente era dejar las cosas bien establecidas, puesto que si Kise pensaba que todo terminaría allí, estaba muy equivocado de con quien verdaderamente estaba tratando.

Soberbio, Daiki se impuso ante Ryota mientras éste se levantaba del suelo tras el breve y efervescente intercambio realizado en el aire.

—¿Pensaste que me acobardaría por esas cuatro asquerosas faltas? ¡No me hagas reír! —anunció Aomine, grave—. Pero tú eres al que menos soporto de todos, Kise —expuso con desdén, frunciendo el ceño y adquiriendo un tono de voz más iracundo—. ¡¿Cómo te atreves a preocuparte por mí?! ¡Si tienes tiempo para preocuparte, ven a por mí con todas tus fuerzas! —exclamó, harto de toda su maldita condescendencia.

Dicha queja había descolocado a los presentes, sin embargo, con una sorprendente quietud, Kise se mantuvo en silencio escuchando el insólito llamado de atención de su parte.

Ciertamente, y sin poder negar a una parte de su interior, Kise se sentía ansioso por escuchar alguna palabra de reconocimiento por parte de Aomine. Después de todo, debía de significar algo para él todo ese cambio. Sus esfuerzos no podían ser en vano, no a esas alturas.

Aomine tenía que reconocerlo.

Tenía que fijar sus ojos sobre él y no debía perderlo de vista.

Estaban insertos en el mismo lugar, bajo las mismas condiciones.

Como iguales.

—Vaya, menudo discurso —respondió finalmente Kise, esbozando una leve sonrisa. No obstante, en sus ojos no existía atisbo alguno de diversión. Su espíritu clamaba con sed su nombre—. Pero si esto hubiese acabado así de fácil, me habrías decepcionado. De cualquier forma, está claro que el último cuarto va a ser explosivo.

Y aunque Aomine le frunciera el ceño —evidentemente, mosqueado por su atrevimiento—, a Kise no le pareció algo negativo en lo absoluto. Aquella furia no debía de ser nada comparada a la que seguramente le depararía el futuro en algún punto obtuso. Seguramente, inserto donde el daño estaría más que consumado y sus lazos totalmente desintegrados ante sus caprichosas acciones.

Rozó su labio inferior con el dedo pulgar.

Pero no podía titubear.

No allí y, por supuesto, no más.

Dirigiéndose hacia la banca de su equipo, Kise otorgó un pequeño vistazo a la galería. Todos los espectadores seguían maravillados y escépticos por el cambio drástico del ritmo del partido.

Esperaba que Kuroko no se perdiese los detalles del reflejo perfecto de su contrariado amor.

—Kise —le llamó Kasamatsu alcanzándole una toalla y botella.

El rubio cogió ambas cosas con cierto estupor. Había perdido la noción del tiempo por la emoción del momento: solo quedaban treinta segundos de los dos minutos del receso para el último cuarto. Rápidamente, se sentó en la banca secando el sudor de su frente y bebiendo parte del energizante.

Las instrucciones del entrenador seguían siendo las mismas, asimismo lo era el ánimo de sus compañeros que lo apoyaban.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Moriyama, preocupado por el cansancio mental que debía de tener.

—Sí, no es nada.

Debía de seguir permaneciendo fuerte ante esa lucha interna. No debía ceder ante el agotamiento.

—¡Aunque consigamos sacar a Aomine no te puedes venir abajo! ¡Tienes que seguir fuerte hasta el final!

—¡Claro! —respondió Kise, relajando sus facciones con un leve atisbo de presunción—. ¡Tal vez no lo creas, pero salgo a correr hasta en mis días libres!

—¡Eso ya lo sabíamos, idiota! —protestó, escandalosamente, Hayakawa a su lado.

—Ingenuo.

Kasamatsu, que se mantuvo al margen de la conversación, se levantó del banco haciendo el gesto para que lo siguieran al ver que el tiempo finalizaba.

—Creo en ti. Desde siempre.

Ante esas palabras, los demás solo asintieron con sus cabezas, dejándolo atrás. Estaba de sobra añadir algo más a lo que su capitán había señalado con tanta precisión.

Sobrecogido, Kise se puso de pie observándolos en silencio.

Nuevamente, esa emoción inexplicable calaba en su interior con vigor por la aceptación que le brindaban. Especialmente, por Kasamatsu que seguía infundiéndole ánimos para continuar.

Lleno de convicción, se dirigió hacia al centro de la cancha.

Era cierto: ya no luchaba solo.

Lo debía con grabar con fuerza en su cabeza y corazón, porque era gracias a ellos que estaba allí y era también por ellos que lucharía. Lo daría todo, aunque tuviese que partir su alma en el juego.

Algo que, por cierto, ya tenía más que expuesto.

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Todo se debatía entre lo original y la copia perfecta. Ésa era la puesta en marcha que se había dado sin tregua hasta los últimos nueve minutos del juego. El furor, con el que todos comentaban en un principio cada aspecto del partido, ahora había volcado hacia un silencio interminable y no porque se volviese monótono, sino que nadie cabía en su asombro por el potencial sublime con el que ambos ases anotaban a la par para sus equipos.

Sin embargo, pese a los aplaudibles esfuerzos de Kaijou, la brecha se cerraba aún en diez puntos de ventaja para la Academia Tōō.

Dentro del minuto y catorce segundos restantes, Kise nuevamente intentó remontar la diferencia siendo seguido por Aomine. Al realizar el cambio de velocidad para su ejecución, su tobillo izquierdo se resintió ante el desgaste muscular que conllevaba imitarle. No obstante, e ignorando las punzadas de dolor, Kise insistió en anotar bajo una posición incómoda, consiguiéndolo con dificultad, para darle la última oportunidad de ganar a Kaijou.

Ahora todo se debatía a una jugada clave, a una que alimentaba la desesperada esperanza por vencer.

—"¡Reconozco que eres fuerte, Kise! ¡Pero no pienso darte ventaja, porque sé que en este partido aún tienes una oportunidad!". —Era el curso de los pensamientos de Aomine al momento de bloquear a Kise, quien se veía absolutamente concentrado en marcarle—. "¡Siempre y cuando tengas la misma mirada que Tetsu!".

Porque si existía algo que le había enseñado Tetsuya desde el primer día, era esa admirable pero testaruda determinación para enfrentar los momentos más adversos. Un espíritu inquebrantable que reconocería hasta con los ojos cerrados. Y si Kise se había propuesto en adoptar tal osadía, entonces Aomine la respetaría sin mayor objeción… Aunque por realizarlo implicara la destrucción de cada una de sus convicciones.

No se permitiría en darle menos a lo que esperaba.

Al ver que el rubio lograba robar el pase de Sakurai, Aomine no escatimó recursos para impedirle el paso; era el momento decisivo que tanto habían esperado. El choque entre lo real y la imitación; un duelo en donde sus propias habilidades eran en su contra.

Kise lo conocía bien, de eso no le cabía duda al respecto puesto que también se aplicaba a su caso. Los lazos forjados en Teiko no podían ser despreciados ni tirados al olvido: seguirían siendo parte de un sueño que había culminado bajo su propia responsabilidad. Pero la amistad ya no era válida a esas alturas. Quedaba fuera de todo, al igual que su propio corazón que se mantenía indolente bajo la oscuridad del aislamiento. Por lo que pensar cuál sería el próximo movimiento de Kise —haciendo alarde de los suyos— era inútil en tales circunstancias.

Para contratacar, Aomine solo se debía dejarse llevar mediante el instinto; estando atento a cada uno de los más insignificantes gestos. Fue dentro de esas manías inconscientes del rubio en donde encontró la llave para su victoria.

Todo se redujo a una mirada esquiva, que perfectamente pudo haber sido un engaño para adelantarlo en un crossover, pero en ese intento desesperado por anotar, Kise efectuó una maniobra que jamás habría realizado Aomine en su estado actual. Un movimiento que le costaría caro: un pase hacia atrás para su capitán. Preparado para ello, Aomine giró rápidamente para arrebatarle el balón, aventándolo hacia al suelo.

El rostro de Kise lucía estupefacto, quizás por estar consciente de la derrota ahora sería inminente.

Aomine volteó hacia a él, solo para hacerle ver el error garrafal que había cometido.

—La verdad es que lo hiciste bien hasta ese último pase. Ahí tenías una posibilidad de ganarme, jugando los dos solos. Hiciste una finta con tus ojos a la vez que le echabas un vistazo al número cuatro en el área derecha. Pero, ¡si hubiese sido yo, no habría hecho una finta hacia allá! —Aomine miró con seriedad a Kise, quien recaía aún más en sus errores—. ¡En otras palabras, tuviste la intención de pasar, pero se supone que eso es lo último que debes hacer! —pasó por su lado, dejándolo atrás—. ¡Con mi estilo de juego no dependo jamás de los otros!

Kise enmudeció, a su vez que la realidad se tornaba difusa por los dichos de Aomine.

El juego continuaba, pero su concentración en ello estaba fuera de lugar.

La defensa que había construido con esmero en un inicio se estaba desmoronando, mientras que su última oportunidad se desvanecía y la derrota, debido a su error, solo se avecinaba con cada segundo.

Había defraudado a todos.

A Aomine, a Kuroko, a sus compañeros y así mismo; todo por lo que había luchado iba ahora en picada.

Un fuerte golpe lo hizo reaccionar.

—¡No te despistes! ¡Nuestro partido aún no se ha terminado! —le regañó Kasamatsu por detrás, aún con su mano sobre su cabeza.

Kise parpadeó, reprimiendo los deseos de llorar al ver que el resto de su equipo lo estaba protegiendo de la penosa imagen que estaba proyectando.

Apretó su quijada, obligándose a sí mismo a continuar en el juego.

Los segundos transcurrían al igual que el marcador que ya dictaba el ganador irrefutable del juego. Solo era cuestión de segundos para que acabase la tortura, pero lenta y dolorosa como solía ser, quedaba aún parte de ella.

—Te he ganado, Kise. Hiciste algo atípico a lo que haría y se notó, esa es la razón por la que pierdes. Porque eres alguien débil que necesita depender de los otros —señaló Aomine una vez que volvió a marcarlo.

Kise no pudo refutarle al respecto.

—Tal vez sea así... —musitó mientras el moreno robaba el balón a Moriyama. Sus pies se movieron de inmediato para alcanzarlo—. "Si no hubiese hecho ese pase, a lo mejor habríamos tenido una oportunidad. Pero yo solo no habría llegado tan lejos… Me habría rendido hace mucho" —admitió, instando a sus músculos saltar una vez más para frenar a Aomine frente a la canasta—. ¡No intentes interponerme tus valores por solo haber perdido este partido! ¡Si hay una razón por la que he perdido, es por no ser lo suficientemente fuerte! —exclamó, interponiéndose en su tiro aún con su mano sobre la pelota.

Aomine expandió sus ojos.

—Ja. ¡No hables como si pudieses ganar! —criticó a medida que aumentaba la presión en la pelota para encestar, logrando su objetivo.

Tras esa anotación y el tiempo finalizado, el marcador daba su veredicto. Un triunfo que quizás a muchos les parecía venir, pero no de esa forma tan reñida y perfectamente balanceada.

El árbitro dio la orden de agruparse para el saludo correspondiente y cerrar así el primer juego de los cuartos de final.

Aún en el suelo por la colisión en el enfrentamiento con Aomine, Kise intentó apoyarse en sus piernas para levantarse. No obstante, debido al agotamiento físico de su esfuerzo por imitarle, éstas no le respondieron cayendo sin remedio a la cancha.

Sus compañeros gritaron de inmediato su nombre al verlo caer de esa forma tan lamentable, sin embargo, lo que más le daba impotencia a Ryota era de ser visto por Aomine bajo esa condición.

Tensó su quijada mientras estampaba su puño contra el piso.

Resultaba tan humillante.

¿De verdad habían sido en vano todos sus esfuerzos…?

Una mano se extendió frente a sus ojos.

Por una fracción de segundo, Kise mantuvo la esperanza de que se tratara de una conocida, aquella que en el pasado lo ayudaba a mejorar. A esa mano que muchas veces reconoció por sus golpes, pero también por sus abrazos cálidos cuando compartían en grupo junto a Kuroko.

—¿Puedes ponerte de pie? Aguanta hasta que nos alineemos —dijo Kasamatsu, con una inusitada calma.

Sin embargo, la realidad era más cruda y le estaba dando una verdadera bofetada.

Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos, tornando difusa la ahora lejana silueta de Aomine.

Fue en ese momento que Kise se dio cuenta que alimentar sus esperanzas era lo peor que podía hacer.

Tratar de acaparar todo era imposible, casi inviable, menos cuando se trataba de los sentimientos de las personas. Por más que quisiese a Aomine o a Kuroko junto a él, por más que sus sentimientos efervescentes por Aomine le dictaran robar su atención, la verdad seguía siendo innegable: no puedes hacer cambiar a alguien que jamás ha tenido el más mínimo interés en ti. La admiración tenía su límite, al igual que la adoración misma. Aquella ambivalencia, por la que se había escudado con tanto afán era para no ser capaz de visualizar ese grave problema, ya que suponía que si uno no le correspondía el otro sí podría hacerlo.

Pero lo que en realidad deseaba Ryota era no estar solo y vacío como siempre había sido al inicio. Porque aunque estuviese rodeado de personas, no era más que una falsedad. Solo esos dos habían logrado la conexión que tanto había anhelado, derribando gran parte de su soledad al igual que los chicos restantes a su grupo en Teiko.

Sin embargo, ahora todo oficialmente se había terminado. Ese anhelo estaba más que fragmentado en miles de pedazos.

Probablemente, perdería gran parte de la amistad de Kuroko y de Aomine, el cual seguiría éste último estando dentro de ese aislamiento autoimpuesto del que no había sido capaz de ingresar. Mientras que, por otra parte, ese equipo que tanto había depositado su confianza en él, demostrándolo hasta el último segundo, se sentiría defraudado por su ineficacia. Era lamentable que pese al haberlo dado todo, incluso quebrantando su alma en el proceso, los resultados estuviesen siempre en su contra.

—Sempai, no he… —balbuceó Kise en medio del dolor.

Kasamatsu cogió su brazo derecho para que rodeara su cuello y así poder levantarlo sin mayores inconvenientes hacia al centro de la cancha.

—Nos has hecho sentir orgullosos. Además, ¡no todo está perdido! —Expresó, palmeando su cabeza—. En cuanto el invierno llegue, nos las pagarán.

Tembloroso, Kise mordió sus labios intentando frenar con ello sus gemidos de desconsuelo.

No había podido derrotarle, por ende, ya no tenía derecho para continuar. Debía de abandonar esa ridícula ilusión y seguir avanzando; deshaciendo esa parte de sí que procuraba vivir en los luminosos recuerdos del pasado y que protegía todo lo amado hacia a esos dos.

Aunque el dolor lo carcomiera en el camino, tenía que hacerlo. Solo así podría mirar adecuadamente a Kuroko y Aomine tras ello.

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Por otro lado de la cancha, Imayoshi se acercó curioso a Aomine al ver que no había auxiliado al chico.

—¿Te vas a ir así sin más? ¡Si es tu ex compañero de equipo! —preguntó, aunque en realidad no le preocupaba mucho la situación. Lo que en verdad le generaba interés era lo que le había causado a Aomine a nivel personal el enfrentamiento.

Pero anticipándose a la situación, el moreno ni siquiera volteó a su dirección. Hacerlo significaba regocijar a la retorcida mentalidad de su capitán con detalles innecesarios.

—¿Eh? Hasta tú te pondrías hecho furia si intentara consolarte después de ganarte, ¿no? —masculló Aomine, apático—. Para alguien que ha perdido después de darlo todo, nada de lo que diga el ganador lo consolará.

Aomine dio un vistazo leve hacia Kise, aunque hubiese preferido no hacerlo. Esa apariencia tan lamentable era debida a su causa, lo cual sabía que ocurriría tras el partido. Se conocían bien el uno al otro, pero Kise debía de abandonar esa tonta idea en su cabeza sobre el pasado: los lazos de antaño ya no podrían recuperarse. Todo lo que estaba a su alrededor se destruía en una espiral sin rumbo.

Y Kise había terminado calcinado tras ello.

Entrecerró sus ojos, desviando su mirada en un acto de indolencia a la galería, encontrando entre los centenares de rostros escépticos y emocionados a uno que sería capaz de reconocer en cualquier lugar y tiempo.

Probablemente, todo se desmoronaría a su alrededor reduciéndose en cenizas.

Sin embargo, solo Tetsuya era el único capaz de aferrarse a él aun estando en ese abismo por el cual había desertado y dañado a tantos.

El único.

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Al ver que el partido había finalizado, los integrantes de Seirin comenzaron su retirada por los pasillos en un no muy silencioso andar. Todo se debía a los deseos de continuar los siguientes juegos en que seguramente participarían los otros miembros de la Generación de los Milagros, un aspecto que por sobre todo quería comprobar Kagami con sus propios ojos, proponiendo alojar en algún hotel o cabaña. No obstante, fue una posibilidad que de inmediato resultó denegada por Hyuuga ante las escasas finanzas que les estaba dejando el campamento de verano, además de aprovechar de sacarle en cara que él sí podía hacerlo en su caso al ser un niño rico que vivía solo, como también del temido castigo del padre de la entrenadora si no regresaban a Tokio a tiempo.

Kuroko permanecía en silencio.

El encuentro entre Kise y Aomine le daba para pensar demasiado, sobre todo, con aquel final. Entablar una conversación con Kise a la brevedad sería contraproducente. Lo que menos querría Kise sería exponerse en su estado más débil, emocionalmente. Las heridas tardarían en sanar, pero debía de asegurarse en tener una conversación apropiada con él. Kuroko no podía dejarlo a la deriva, ni siquiera por haberlo besado contra su voluntad. Frente a todo, la amistad estaba primero.

Y si, efectivamente, los próximos juegos eran del resto de sus ex compañeros de Teiko, la posibilidad de encontrarse con ellos también era alta. No dudaba que sería inevitable hacerlo, pero sí se preguntaba si habrían cambiado a esas alturas… O si seguirían igual como cuando abandonó el club de baloncesto por aquella época.

Kagami, que estaba por delante de él, se giró para ver si aún seguía el paso y así evitar perderlo como anteriormente había sucedido.

—Kuroko, tienes los cordones desatados —señaló Kagami sin mucho interés a su zapatilla izquierda.

Agradeciendo su aviso, Kuroko se agachó para atarlos de inmediato. Fueron en esos segundos que un chico mucho más alto que el propio Kagami —impresionándolo también de paso—, caminó por su lado comiendo diversas golosinas.

—¡¿Por qué tienes que perderte siempre, Murasakibara!? —era la queja de alguien desde la otra esquina del corredor.

En el momento que escuchó dicho apellido, Kuroko volteó su cabeza para comprobar si efectivamente era quien creía. Aunque no pudo ver su rostro por completo, su figura correspondía a la que recordaba en el pasado.

—¿Qué pasa? —preguntó Kagami, al ver que aún observaba con insistencia a la dirección por la que se había marchado ese sujeto que medía alrededor de dos metros.

—Nada. Solo pensé que debí haber saludado a alguien —respondió Kuroko, inmutable.

Parecía ser que sus encuentros no estaban propuestos a ser tardíos después de todo.

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Lo primero que hizo Aomine Daiki al llegar a su hogar, fue ir directo al baño para relajar sus músculos mediante una larga sesión de agua caliente. No era a causa del sobreesfuerzo, porque no había ocupado ni la cuarta parte de ello. Sino que en algún punto en el enfrentamiento con Kise, parte de su hombro se había resentido con una de las ejecuciones. En sí, no sentía que se tratara de un gran daño, pero incluso si lo tuviese, Daiki tampoco se quedaría en la banca como un idiota. De hecho, eso sería lo último que haría, puesto que no se detendría ante la oportunidad de hacerle frente al resto de sus ex compañeros de equipo, siendo Murasakibara o Akashi como opciones de ser sus siguientes rivales.

Al entrar a su alcoba, Daiki arrojó su toalla a una esquina mientras bebía una soda energizante. Ni siquiera se propuso a ponerse alguna ropa de cambio, a excepción de su bóxer. Gracias al calor del ambiente, no sentía la necesidad de otras prendas. Aunque, si debía ser aún más sincero, tampoco le gustaba hacerlo independiente de la temperatura que hubiese.

Se sentó en su cama cogiendo una de las tantas revistas que permanecían tiradas en el suelo desprolijamente. Las de Horikita Mai estaban personalmente clasificadas por fecha de lanzamiento en uno de los cajones de su escritorio, al igual que su colección de zapatillas LeBron James en el interior del armario.

Aomine necesitaba distraerse y sacar de su cabeza las imágenes del partido contra Kise. Porque aunque no lo deseaba, siempre terminaba con cierta sensación de amargura tras la victoria. Pero ahora esto se acentuaba, debido a que había agrietado la fortaleza de alguien a quien en su tiempo había considerado como su molesto camarada y también amigo.

La escena en donde Kise se había quebrado era la que más tardaba en desvanecerse, lo cual no soportaba con lidiar. Resultaba tedioso albergar dichas preocupaciones.

Exhalando con pesadez, Aomine abandonó la revista dejándola nuevamente en el suelo. Como iban las cosas, la única opción viable al parecer era la de dormir. Por lo menos allí no lo distraerían esos pensamientos tan absurdos.

Dejando el resto de su bebida sobre el escritorio, el moreno por primera vez se percató del estado de su celular. Permanecía apagado ante lo poco y nada que lo había cargado la noche anterior.

—Solo deben haber llamadas y mensajes de Satsuki —comentó aburrido. No es que le diese importancia, pero era mejor borrar el centenar de mensajes que la chica de seguro le habría mandado para cerciorarse de su llegada al partido.

Conectó el cargador a su celular con ese único propósito en mente. Y, efectivamente, era tal cual como había supuesto.

Agradecía no haber tenido el aparato móvil consigo, de lo contrario, lo habría arrojado a la primera oportunidad ante el acoso de la chica por su nula puntualidad.

Siseó entre dientes con hastío mientras seleccionaba todos los mensajes y llamadas perdidas para eliminarlos. Sin embargo, fue uno de ellos que llamó profundamente su atención: había uno por parte de Midorima.

Alzó sus cejas, totalmente escéptico. Incluso, tuvo que releer su nombre por segunda vez para cerciorarse de que se trataba de él.

¿Acaso Midorima se habría puesto a beber por primera vez, y en medio de la ebriedad envió mensajes aleatorios como demente?

¿Le habrían robado el celular mientras sostenía alguno de sus estúpidos amuletos de la suerte?

A Aomine no se le venía a la mente el sentido de ello, pues sabía de antemano que no era para Midorima una de sus personas favoritas, lo cual era recíproco también de su parte. Por un minuto, estuvo realmente tentado a borrarlo de la bandeja de entrada. Un mensaje más, un mensaje menos de su parte no haría ninguna diferencia significativa. No obstante, el hecho de que hubiese un archivo adjunto como principal asunto también le intrigaba.

Bajo un sonoro chasquido con su lengua, Daiki procedió a abrir el mensaje de Midorima. Se trataba de una foto, una jodida foto que se descargaba con extrema lentitud por la escasa señal de su red inalámbrica. Hartándose de tanta espera, estuvo a punto de apartar el celular de su mano, sin embargo, fue en ese momento en que la imagen comenzó aparecer. Su ceño se pronunció al reconocer a los dos protagonistas de dicha fotografía, quienes eran Tetsuya y Kagami… besándose. La ira no dudó en manifestarse cuando tuvo noción de la acción que ambos estaban realizando.

Sin medir las consecuencias, Aomine aventó el celular contra la pared. La pantalla de éste se destrozó eventualmente por el impacto, mientras que la batería se hallaba desprendida en algún lugar del suelo.

—Debe ser una puta broma —murmuró Daiki con impotencia. Pero por más que cerrara sus ojos, la maldita escena de Tetsuya besándose con otro permanecía fija en su mente.

Apretó su quijada, rechinando sus dientes.

¡Quería distraerse, pero no con eso!

Pero si hubiese preferido vivir en la ignorancia, ¿habría sido lo mejor? ¿Habría sido el golpe menos duro?

Estampó sus puños contra la pared.

No, no existiría diferencia de ninguna maldita manera. Ni siquiera aunque recordase a la perfección como Kagami ya le había advertido que arrebataría a Tetsuya de sus manos, como también que éste último ya había exhibido delante de él cierto interés —algo que realmente no deseaba comprender— hacia su compañero de equipo.

Todas las piezas encajaban, pero no a su favor.

Daiki se levantó de su cama con dirección hacia el ventanal. Su rostro, totalmente sombrío, se expuso al viento cálido que calaba con fuerza a la habitación.

Sin embargo, no debía perder los cabales pensando en ello. Porque no importaba quién fuese el/la idiota de turno que estuviese con Tetsuya o con él: su mera existencia prevalecería por sobre cada uno de ellos, siendo así en cada respectivo caso.

—Pero parece ser que debo recordarte aún unas cuantas cosas, Tetsu —murmuró gutural, permitiendo que los rayos de sol opacaran su visión. No así su interior.

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Despidiéndose de su abuela bajo una apacible expresión, Kuroko se dirigió al Instituto Seirin para continuar las actividades correspondientes al club de baloncesto.

Solo habían transcurrido un día desde el retorno a Tokio por el campamento de verano. Pese a que quedaba alrededor de un mes para el comienzo de las clases del segundo cuatrimestre, el plan de entrenamiento realizado por Riko seguía teniendo las mismas exigencias para optimizar las condiciones físicas de todos los integrantes. En ese punto, la joven entrenadora no estaba dispuesta a tranzar hasta obtener resultados positivos para el equilibrio del equipo. Aunque no era la única que tenía dicha motivación, puesto que tras presenciar el partido entre Kaijou y Tōō, los deseos por jugar y mejorar por parte de todos se habían recobrado al cien por ciento.

Avanzando y dirigiendo su futuro, juntos.

Ante esa consigna, Kuroko aceleró el paso al ver que le quedaba media hora para llegar a tiempo. Quizás se había entretenido demasiado en escuchar las historias aleatorias de su abuela durante el desayuno.

El entrenamiento daría comienzo a las diez de la mañana y aún le quedaban cuarenta minutos de caminata. No quería imaginar, ni mucho menos experimentar el castigo que pudiese conllevar su retraso, por lo que se dirigió de inmediato a la parada de autobuses para acortar el tiempo en unos quince minutos.

Fue a la mitad del recorrido en el bus que su celular comenzó a vibrar al interior del bolso. Kuroko lo sacó para ver de quién provenía la llamada o mensaje, quedando finalmente impresionado de que se tratase de Kise con dos sencillos textos. Aunque sus facciones no se alteraran por ello, lo sorprendente en ese punto en cuestión era que se tratasen de textos que no superaran los cien caracteres. Resultaban demasiado simples a lo que usualmente el rubio recurría.

Contradictorio, pero si se trataba de Kise, podía serlo. Debía de existir otro significado de por medio.

"¡No me arrepiento de nada, Kurokocchi~!".

Kuroko prosiguió a leer el segundo mensaje, sin bajar la guardia:

"Quisiera que fuese así, pero no es del todo cierto. Je… Lo siento".

Sus manos dejaron de sostener con firmeza el aparato mientras se obligaba a releer nuevamente ambos textos, esta vez sintiendo la real congoja de su amigo detrás de cada palabra escrita. Y es que no podía dudarlo, no tras haber visto su imagen decaída tras el partido. Pues por muy necio que fuese Kise en la forma de concretar sus caprichosos propósitos, Kuroko seguía creyendo en él. Un hecho que probablemente el rubio tal vez creía mancillado por su irracional acción.

Probablemente, si el antiguo Kise se atreviera a preguntarle directamente si lo odiaba, con toda certeza no lo negaría. Sin embargo, añadiría que no sería más allá de lo usual, causando que el rubio sollozara y protestara por su frialdad. No obstante, aquella muestra expuesta de su parte solo era un extracto mínimo de su ambivalencia. Ambivalencia que radicaba entre lo intocable y lo irreparable; destruir lo amado versus mantenerse frenado para contemplarlo.

Bajo las circunstancias actuales, Kuroko sabía que entablar con Kise no sería fácil. Al hacerlo, sería imposible no tratar con el pasado, lugar que ambos tenían en común, como también de un segmento que tanto Kise ni él daban por superado... Aún.

Frunció sus labios mientras procedía a responder ambos mensajes de texto en base a una sola llamada, que fue enviada directamente hacia al buzón de voz. Al parecer, Kise ya había apagado su celular como momento de desquite. Pero no le importó realmente a Kuroko. En algún momento del día el rubio descubriría y escucharía su conciso mensaje. Con eso bastaría para que Kise entendiera de verdad su sentir.

—Siguiente parada: instituto Seirin.

Ante el mensaje del conductor, Kuroko se apresuró en guardar su móvil en el bolsillo del pantalón y así dirigirse a la puerta trasera.

Al bajar del autobús, lo primero que escuchó fueron las risas de entusiastas niños de primaria jugando en el parque adyacente a su instituto. Con esa imagen a la vista, se recordó que debía de apresurar el paso para cambiarse de ropa al vestidor y calentar con el resto. Sin embargo, sin siquiera avanzar dos metros, unos ligeros ladridos se manifestaron a su lado, causando el cese del trote.

Giró levemente por sobre su hombro, encontrando que debajo de uno de los árboles se hallaba un cachorro de pelaje blanco y negro, dentro de una descuidada caja, que le observaba insistentemente con la lengua fuera del hocico.

Si existía una cosa a la que no se podía resistir Kuroko, definitivamente era su preferencia hacia los animales domésticos. Había crecido con ellos gracias al consentimiento de su abuela, pero tras el fallecimiento de su único gato por producto de un envenenamiento, sus padres se volvieron renuentes a adquirir uno nuevo ante lo doloroso que había significado esa pérdida.

Un nuevo ladrido llamó su atención.

Nuevamente, al voltear hacia a él, el cachorro lo miraba expectante, invitándolo a acercarse con confianza. Kuroko relajó su postura, rindiéndose ante el encanto de esa pequeña criatura de profundos ojos celestes y de orejas puntiagudas. No debía de superar los dos meses, y por sus características parecía ser una versión miniatura de un siberiano. Aunque se encargaría de investigar qué raza exacta sería.

—¿Te abandonaron? Es curioso que ningún niño te haya visto aún —murmuró Tetsuya suave. Se arrodilló frente a él con cuidado, sin embargo, el perro no dudó en avanzar hacia a él para que le acariciara, a lo cual solo sonrió mientras desplazaba sus manos por su cabeza y puntiagudas orejas—. Tampoco tienes un collar —señaló, a la vez que palpaba dicha zona causando que le lamiera con entusiasmo—. Pensaremos en una solución, pero primero te llevaré a un lugar más seguro.

Dejarlo en plena vía pública, y a tan solo unos escasos metros de la calzada principal, constituía un serio riesgo para su integridad física. Además, también le preocupaba que cayera en la deshidratación, aunque afortunadamente aún la temperatura ambiental era estable a esa hora de la mañana.

El cachorro giró un par de veces en el interior de la caja cuando se dispuso a levantarla con ambas manos, sin embargo, no perdió el tiempo ladrándole o gimiendo, sino que simplemente se sentó para observarlo con detenimiento, meneando su cola en un agitado vaivén. Parecía muy interesado en sus movimientos y expresión.

Ante esto, Tetsuya no pudo más que sonreír.

Lo importante allí era que debía de ayudar a ese pequeño can a sobrevivir; dejarlo abandonado a su suerte no era una opción para él. Tenía la esperanza de hallar una solución paliativa y así conseguir un poco más de tiempo para mentalizar a sus padres sobre la idea de la tenencia responsable de una mascota.

Con cuidado, transportó al animal consigo hacia el gimnasio de Seirin. Tras unos cinco minutos de caminata, el ruido proveniente del chirrido de las zapatillas en la cancha, al igual que las exclamaciones de sus compañeros se hacía escuchar con claridad.

—Buenos días —saludó un tanto extrañado por ver los rostros sudorosos de todos. Estaba seguro de que había llegado a la hora fijada días previos.

—¡Ahí estás! Hemos empezado temprano el día de hoy —le explicó Hyuuga, otorgándole espacio para que entrara.

—Tengo esto —dijo Tetsuya sin esperar más, alzando la caja que contenía al curioso cachorro para que lograran visualizarlo. Éste también decidió hacer acto de presencia con un par de ladridos que sobresaltaron a todos. Las exigencias por una explicación no se hicieron esperar, por lo que Kuroko procedió a relatar en breve los detalles de su repentino encuentro.

Aunque su capitán se encontraba aún renuente a la idea de que el perro estuviera con ellos, el resto de sus compañeros sí parecía aceptar con agrado la idea de que estuviese presente. De hecho, fue en medio de dicho debate que Izuki tuvo una observación clave: el parecido de sus ojos con los del cachorro. Nadie, ni tampoco él se había percatado de ello, causando exaltación en los ánimos y avivando más los deseos para que se quedara. Entre risas, Koganei incluso se había encargado de crearle un apodo al cachorro, quedando marcado como Tetsuya Nigou (dos).

Sin embargo, lo más revelador en todo ese proceso fue otorgado por Kiyoshi, pues solo él parecía reparado que faltaba alguien en escena allí:

—¿Qué haces allí, Kagami? —preguntó curioso el castaño al ver que el chico, desde que Kuroko había dado a conocer el perro, se mantenía apartado en una esquina temblando de pies a cabeza. Como si estuviese de verdad suplicando al cielo para que al apocalipsis acabara.

—Pues… Tengo problemas con los perros —admitió Kagami, luchando consigo mismo para que su voz no sonara tan aterrada. Un intento mal hecho, porque incluso había lagrimillas en sus ojos.

Tetsuya observó la escena con interés. Honestamente, de todas las cosas que pudiesen darle miedo, esto era algo que no esperaba en absoluto por parte de Kagami, mucho menos con la fuerte imagen que proyectaba hacia al exterior. Aunque, ciertamente, nadie lo asimilaba, en especial su capitán que no paraba de exigirle a que no se dejara intimidar frente a un cachorro con su porte y nombre.

No obstante, Tetsuya debía de admitir que aquella faceta revelada traumáticamente era un tanto fascinante. Quería conocer más a Kagami, incluyendo sus miedos más absurdos que lo hacían ser más entrañable tras toda la testosterona acumulada.

Sacó a Nigou de la caja y se acercó con él en sus brazos hacia al pelirrojo.

—Kagami-kun, por favor no digas eso.

—Kuroko… —Taiga alzó su mirada dejando el pavor de lado, pero al ver que se aproximaba con el cachorro no dudó en levantarse y correr para alejarse de él.

—Mira, ¡es demasiado lindo! —insistió Tetsuya, siguiéndole los pasos de inmediato.

—¡Mantente alejado de mí! —Bramó, aunque con su rostro aún asustadizo solo aumentó la persistencia del ojiceleste—. ¡Maldita sea, Kuroko! ¡Detente o te mataré después!

Sin embargo, sería una advertencia que no tendría mayor peso durante el resto del día.

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Cuando Momoi Satsuki se presentó en la casa de su mejor amigo y vio a la madre de éste recibirla con un semblante angustioso, supo de inmediato que alguna clase de rencilla había tenido con su hijo. Era gracias a esa conexión que desde niños habían cultivado al tratarse como verdaderos hermanos, por lo que si alguien le preguntaba, era capaz de decir con total certeza cada aspecto de Aomine Daiki o de la familia de éste.

Animándose a continuar, se aventuró en ir a la habitación de Daiki esperando encontrar el caos que comúnmente la recibía en sus mejores días. No obstante, para su gran sorpresa, no había ápice de desorden alguno por los alrededores, ni tampoco la presencia del moreno al interior de la habitación. Para tal estado de pulcritud, siendo un rasgo muy opuesto en él, debía de haber ocurrido algo terrible para doblegar parte de su conocida rutina.

—¿Qué haces aquí? —le cuestionó Daiki, apareciendo por detrás de ella. Por su tono de voz, estaba claramente disgustado por su imprudente presencia.

La chica reprimió un grito al ser tomada desprevenida, sin embargo, prefirió no hacerle un alboroto por ello, ni tampoco por su hostil recibimiento.

De hecho, a Satsuki no le impresionaba que su pregunta sonara más arisca que de costumbre. Probablemente, debía estar aún tenso por la discusión con su progenitora, como también por el enfado ante la decisión del entrenador en dejarlo fuera de la nómina oficial contra los partidos de las semifinales y finales debido a la lesión que tenía en su hombro por el partido de Kise, detalle que había sido expuesto por ella pero del que aún no sabía de su participación.

Al enfrentarlo, se percató que estaba preparado para salir, aunque con planes evidentemente muy diferentes a los de ella. La razón de su visita radicaba a llevarlo a la fuerza al partido de las semifinales como un simple espectador, circunstancia que de seguro agravaría el estado de humor del moreno al ser un partido que se disputaría un lugar en el que participarían los equipos de sus ex compañeros.

—Pensé que querrías ir a ver el partido de las semifinales. —Aunque Satsuki sabía que con ello no aseguraría la ida del chico—. Hoy juega el equipo de Akashi-kun contra Mu...

—No me interesa, Satsuki —le interrumpió, conciso y apático, haciéndose a un lado para sacar su billetera. Tenía que aprovechar de comprar un nuevo móvil tras el arrebato del día anterior—. Y en caso de que tu intención sea el de darme un sermón, pierdes tu tiempo. No quiero esa porquería ahora.

Incapaz de soportar su intransigencia, Momoi se plantó frente a él con las manos sobre la cadera.

—Estás más idiota de lo usual tras el partido con Ki-chan.

—Tsk. El idiota de Kise no tiene nada que ver en esto —respondió, frunciendo el ceño mientras introducía las llaves de la casa en el pantalón.

—¿Entonces qué lo es?

Daiki apretó su quijada, incapaz de contener por más tiempo su enfado.

—Maldita sea, Satsuki… ¡¿Qué diablos te importa?! ¡Déjame en paz un maldito segundo! —protestó, estampando su puño contra la puerta. La chica lo quedó observando espantada por su actitud, a lo cual solo avivó aún más su frustración. Nadie podría comprender sus problemas; ni siquiera su propia familia. Prefería mantenerse solo, apartado de todo, pues nadie más que él bastaba para ello—. Ve con el resto a ese juego. No tengo nada que hacer allí —repuso sin mirarle, abandonando la habitación a pasos apresurados, impidiendo que la chica intentara razonar con él.

Con segundos de diferencia, Momoi se encogió de hombros al escuchar el estruendoso azote de la puerta principal. Aturdida, posó su mano a la altura de su prominente pecho. ¿Qué tenía tan encolerizado a su amigo? Ciertamente, iba más allá de su comprensión sino era por la restricción del entrenador o la discusión con su madre. Sacar a flote lo sucedido en el partido contra Kise también parecía resonar, pero no era la razón trascendental.

Miró a su alrededor buscando alguna pista, sin embargo, ante la limpieza profunda que inexplicablemente había ejecutado Daiki, se hallaba aún más descolocada. Observó el reloj de escritorio, confirmando que eran apenas las dos de la tarde. El partido de las semifinales comenzaría a las cuatro, por lo que debía de comenzar a dirigirse hacia al punto de reunión con su equipo.

Dio un último vistazo al escritorio, percatándose por primera vez, para su completa perplejidad, que encima de éste se encontraba el celular azul del moreno totalmente destrozado. Se acercó para examinarlo, no obstante, observó que el ordenador aún se encontraba encendido. Movió el mouse, concentrando su atención en la pantalla, donde ahora se visualizaba la bandeja de entrada de correo electrónico.

Momoi Satsuki mordió sus labios. Sentía que estaba invadiendo severamente la privacidad de Aomine, pero si con ello podía descubrir exactamente qué aquejaba a su mejor amigo y así poder ayudarlo, entonces cometería ese desliz enfrentando las consecuencias.

No había nada en particular, excepto un correo que Midorima había enviado hace más de dos días atrás. No tenía asunto, ni tampoco un mensaje concreto; solo un archivo adjunto que solo necesitaba descargar. No podía negar que le causaba extrañeza que éste se encargara de enviarle algo a Daiki, puesto que no era precisamente un secreto el hecho de que no se soportaran mutuamente.

Ansiosa, apretó el botón para visualizar el archivo.

Sin embargo, su curiosidad le jugaría una mala pasada segundos posteriores; destrozando por completo la imagen proyectada de sus más cercanos y a quienes más estimaba.

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Con Nigou a un lado y Kagami en el otro, Kuroko pensó que la escena no podía ser más dispar.

Se encontraban de camino a casa tras el entrenamiento, y aunque prácticamente todo el día se había encargado de acosar al pelirrojo para que compartiese con el cachorro de raza husky siberiano (detalle que se había encargado de buscar apropiadamente durante el receso) con el fin de que así lo aceptara, el momento crucial había sido durante los minutos previos a la jornada de termino. Parecía ser que, durante su ausencia, Kagami había logrado aceptar la existencia del can un poco más, pero no por ello se permitía a acercarse más allá de lo estrictamente necesario. El hecho de que un perro lo hubiese mordido cuando niño no se borraría, pero al menos con el pequeño Nigou ese miedo podría comenzar a superarse lenta y sanamente.

—¿Estás seguro que tu familia lo aceptará? —le preguntó Kagami, llevando consigo un paquete de comida para Nigou gracias a la colecta de todos los miembros del club.

—No lo sé, pero espero que lo hagan —confesó el ojiceleste, observando al cachorro en cuestión con una mirada apacible—. Ha pasado un tiempo desde que tuvimos una mascota. Nos frenaba el dolor ante la pérdida, sin embargo, esta vez será distinto. ¿Verdad, Nigou?

El cachorro ladró ante su llamado.

Kuroko solo se limitó a sonreír, pero aun así logró apreciar de reojo cómo Kagami tensaba sus hombros al escuchar su ladrido. Definitivamente, sería un desafío a largo plazo que se encargaría de llevar a cabo personalmente.

Al llegar a casa de Kuroko, Kagami se encargó de dejar el saco de comida frente a la entrada para que el chico no tuviese tantos problemas en maniobrar con Nigou y su correa. Lo cierto era que estaba lejos de su imaginación tener que compartir con un perro, pero estando con Kuroko todas las cosas que alguna vez le parecían remotas en su determinado momento, se estaban convirtiendo ahora parte de su vida cotidiana con total naturalidad.

Todo había cambiado desde su primer encuentro, dando giros inexplicables y encajando en situaciones cruciales hasta llegar al presente: junto a él.

Se dirigió a las afueras de la casa, puesto que no tenía sentido permanecer más tiempo allí. Sobre todo, ante la posibilidad de curiosas miradas que lo ponían de verdad nervioso.

—Kagami-kun.

Taiga bajó su mirada hacia a Kuroko, que ya se había encargado de soltar a Nigou en el antejardín cerrando la reja tras de sí. Dio un vistazo a la casa, que no tenía luces encendidas. Parecía ser que nadie se hallaba en el interior, ni siquiera la perspicaz abuela del chico que había logrado otorgarle uno de los empujes para permanecer de la forma actual con Kuroko.

—¿Qué pasa?

Kuroko se acercó a él con una libreta en mano.

—Se te cayó esto —dijo extendiéndole el documento: era su identificación de estudiante. Probablemente, se le había caído del bolsillo al dejar la comida de Nigou.

—Oh, gracias.

Hubiera sido un verdadero problema no tenerlo consigo.

—¿Mañana es tu cumpleaños, Kagami-kun? —le preguntó Tetsuya sin mayor titubeo.

Ante la pregunta formulada, sorprendido, Taiga asintió tensando sus facciones. No esperaba que Kuroko se percatara de ese detalle.

—Si es dos de agosto, debe de serlo.

Fue la escueta y arisca respuesta que realizó mientras introducía la libreta toscamente en el bolso.

Kuroko mantuvo serena su expresión. Sin embargo, debía de admitir que no esperaba que, dentro de todas las posibilidades por haber, Kagami tuviese tanta renuencia al tema sobre la fecha de su nacimiento. No descartaba que hubiese personas que detestaran ese día por diversas razones, pero sí le sorprendía que Kagami fuese parte de ese inusual porcentaje. Resultaba intrigante.

—¿Hay alguna razón en particular por la que no te agrade esa fecha? —se aventuró a preguntar alzando su mirada, observando la seriedad que exponía el pelirrojo en su rostro pese a la escasa luz que aportaban los faroles de la calle al parpadear constantemente.

—Es un día sin importancia, Kuroko. No tiene nada de especial —respondió Kagami, bajo un inusual tono de condescendencia.

—Pero es gracias a tu nacimiento que puedes estar aquí y ahora.

—No necesariamente se deben relacionar una con la otra —rebatió, soltando una carcajada sarcástica.

Kuroko frunció el ceño ante su actitud.

—Kagami-kun, eres un idiota —el chico quiso replicarle de inmediato, pero se lo impidió—. No sé qué clase de experiencia habrás tenido para tener ese concepto. Tampoco te obligaré a decírmelo, pues es algo personal. Pero sí te voy a pedir solo una cosa: no menosprecies parte de tu existencia con ello, sobre todo delante de las personas que te aprecian.

El pelirrojo exhaló sonoramente.

—¿Por qué diablos te gusta decir cosas tan vergonzosas? —cuestionó, cubriendo parte de su boca con evidente bochorno. Kuroko siempre se encargaba de atacarlo en aquellos puntos en los que más flaqueaba: la afectividad.

—A veces te hacen reaccionar —dijo Kuroko, ya más apacible al ver su típica expresión.

Kagami abrió sus ojos, un tanto atónito por la respuesta, sonriendo finalmente segundos después.

Olvidaría que tenía a Nigou como espectador en primera fila desde la reja, esperando ansioso por la entrada de su nuevo cuidador.

Olvidaría por una maldita vez los problemas que conllevaría si alguien lo viese acercarse a Kuroko, más de lo estrictamente necesario, en la vía pública.

Olvidaría la sensación de pesadez por el pronunciamiento de esa fecha que deseaba pasar desapercibida en su historial.

Ahora se encargaría de recordar por completo la calidez de las manos de Tetsuya uniéndose a las suyas con cierta timidez debido al nerviosismo que ambos sentían. Recordaría sus profundos orbes celestes que no denotaban mayor brillo más que el observarle con expectación a la siguiente acción que realizaría; a sus labios entreabriéndose con una lentitud insana que lo tentaban a auxiliarle con los suyos.

Y por sobretodo, plasmaría la embriagante sensación de querer todo de él.

—Espero más que apreciación de tu parte, Kuroko —añadió Taiga.

Estando a tan solo pocos milímetros por cazar sus labios, rozándolos y apreciando la suavidad de éstos mientras sus respiraciones se entremezclaban a la perfección, solo una cosa podía arruinar el momento: ciertos y reiterados gemidos.

Ambos parpadearon, dirigiendo sus rostros hacia Nigou que los observaba con sus orejas caídas por la falta de atención.

El rostro de Kagami se coloreó al instante. Todos los minutos de autoconfianza se estaban yendo por la borda ante la interrupción, específicamente, canina.

Kuroko se separó lentamente de él, pero se encargó de retener aún sus manos entre las suyas.

—Sé que probablemente no desees celebrar tu cumpleaños, pero hay otras actividades que también se pueden realizar. Mañana hay entrenamiento hasta el mediodía, así que podríamos organizar un juego con el resto en alguna cancha del parque para pasar la tarde.

Kagami reestableció su postura, resoplando por lo bajo.

—Es odioso ver que ni siquiera te alteras —masculló, intentando tranquilizarse para alejar de sí la vergüenza.

—Se trata de Nigou, ¿cómo podría intimidarme? —repuso Kuroko, ladeando su rostro un tanto fascinado hacia el pequeño can.

—¡¿Cómo puedes poner esa cara de felicidad tan rápido solo por él?! —le acusó, apuntando sin el menor reparo hacia la comisura de sus labios.

—¿Estás celoso...? ¿Por un perro? —preguntó el ojiceleste, parpadeando incrédulo ante la revelación—. ¿En serio? ¿Acaso eres un niño?

Tanto Kuroko como el cachorro lo observaron con cierto nivel de compasión, causándole mayor irritación. Lo soportaría si se tratase solo de Tetsuya, pero que incluso un perro se uniera a ello (siendo algo ilógico) resultaba inconcebible.

—¡Con un demonio, yo no...! —pero su protesta fue silenciada por la intrépida rapidez en que los labios de Tetsuya se posaron sobre los suyos, siendo un acto que no esperaba para nada de su parte. Sus bocas se fundieron con el transcurso de los segundos, al igual que sus respiraciones agitadas, sin embargo, antes de que pudiera ceñir sus manos sobre él para afianzar aún más el beso, Tetsuya se alejó de Taiga con lentitud—. ¿Qué sucede…?

Kuroko titubeó un poco. Parecía ser que ante la falta de oxígeno, su imaginación le había jugado una mala pasada al visualizar por un breve segundo la silueta familiar de alguien.

—…Alguien te está llamando —murmuró Kuroko con la voz entrecortada, señalando el bolso. Su cadera había colindado con éste, por lo que pudo sentir las vibraciones del celular. No así Kagami, que parecía enfrascado en otras cosas.

Haciendo un poco de memoria, Kagami supuso que el único que podía llamarlo a esas horas era su padre, ya que con Alex charlaba por videoconferencia. Semanalmente su padre lo llamaba al departamento para saber de él, y como no estaba en casa, la única vía que le quedaba era por el móvil.

—Probablemente, fue mi padre. Hace una semana que no sé nada de él —comentó, rascando su nuca despreocupadamente—. Nos vemos mañana, Kuroko —se despidió haciendo un ademán con su mano, apartándose de él para avanzar a la calle principal.

—Hasta mañana —le respondió el ojiceleste, tranquilamente.

Taiga frunció sus labios, dudando si debía decir o no lo que se había cruzado por su mente. Finalmente, decidió detener sus pasos. Sus hombros se hallaban más tensos de lo usual, pero aun así giró por sobre éste, para expresar aquello aunque se arrepintiese toda la noche por su atrevimiento:

—¡Mañana te quiero a ti! —exclamó con brío, totalmente sonrojado, sorprendiendo a Kuroko. Pero negado a escuchar una posible respuesta, bloqueado por los nervios, se alejó a pasos agigantados del lugar.

Kuroko quedó pasmado, con su corazón latiendo frenéticamente ante la vehemente exigencia del pelirrojo. Debido a sus observaciones sabía que Kagami era una persona bastante simple, pero cuando tenía reacciones tan espontáneas como las anteriores, lo descolocaba por completo causando un gran revuelo en su interior.

Abrió la reja, dejando que Nigou saltara a sus piernas juguetonamente para ser acariciado. Lo introdujo a la casa limpiando sus suaves extremidades en el felpudo de la entrada. Encendió las luces principales de la sala, procediendo a recorrer las habitaciones junto con el curioso cachorro, confirmando que nadie estaba en casa aparte de ellos. Se dirigió a la cocina para servirle agua y comida a su nuevo amigo, sin embargo, fue en ese momento que se percató que la bolsa que contenía su alimento permanecía aún en la entrada del antejardín, lugar en que Kagami la había depositado.

Dándole unas palmaditas a su cabeza y ordenándole que se quedara allí, salió en búsqueda del mencionado saco de alimentos.

Cerró la puerta principal tras de sí, dejando que su cabello se removiera ante la brisa nocturna. Al encontrar el saco apartado a las afueras de la casa, Kuroko intentó cogerlo de una vez para no hacer esperar más a su invitado, no obstante, se vio imposibilitado ante la insistencia con la que resonaba su móvil desde su pantalón.

Soltando un breve suspiro y encogiéndose de hombros, revisó para ver qué de quien se trataba, conllevando a que un ligero escalofrío recorriera su espalda al descubrirlo. Tras ello, la razón por la que se había separado de Kagami se acentuó: no había sido parte de su imaginación.

Efectivamente, esa persona había estado allí... Viéndolo todo.

Se apresuró hacia la reja sin meditarlo, abriéndola de par en par. Observó a los alrededores, encontrando su figura en la muralla de la casa vecina bajo una quietud totalmente inusual que lo sobresaltaba.

—Hasta que saliste —pronunció esa voz áspera y tan conocida para él—. Últimamente, parece que te has propuesto en desafiarme, Tetsu.

Sus palabras sonaban ácidas como de costumbre, pero era en su rostro sombrío que Tetsuya enfocaba su atención.

Demasiado calmado, demasiado para ser él.

—No he centrado mis decisiones en ti, Aomine-kun —logró decir con dificultad. Su respiración se hacía más irregular conforme transcurrían los segundos, puesto que no soportaba ver ningún ápice de emoción en Daiki. Estaba conteniéndose, por lo que no dudaba que ante el menor estímulo, pudiese explotar de la peor manera—. ¿Qué haces aquí?

El moreno reclinó su cuello contra la muralla de la casa colindante, observándole de reojo.

—¿Acaso necesito una puta carta de invitación para verte?

—No puedes venir cuando te plazca a estas horas—contestó a la brevedad, pero tras esa respuesta Tetsuya logró vislumbrar cierto cambio en sus facciones que causó que su estómago doliera.

—Eso no pareció molestarte antes. Es curioso, porque hubo un tiempo en que decías que estarías a mi lado sin importar lo que sucediera. ¿Solo fue una promesa vacía? No es que me importe de todas formas a estas alturas, Tetsu.

Tetsuya apretó sus puños.

—Las cosas que te he dicho jamás han sido sin un significado —aseguró, mirándole directamente a los ojos.

Aomine abandonó su posición para acercarse hacia al pálido ojiceleste. El ambiente entre ellos estaba más denso de lo usual, puesto que las razones estaban más que expuestas.

—Lo sé —masculló, rodeando sus hombros con uno de sus brazos mientras su boca se avecinaba a la altura de la oreja de Tetsuya—. Por eso es una lástima que te dejes llevar por ese reemplazo que escogiste deliberadamente.

Kuroko tensó su quijada.

—Kagami-kun no es tu substituto —rebatió. Ese punto estaba fuera de cuestión para él.

—Lo es. Todos lo sabemos, incluso el idiota de Kise lo acepta como tal. —Ante esa revelación, Tetsuya abrió ampliamente sus ojos. ¿Por qué ahora involucraba al rubio? ¿Acaso siempre estuvo enterado sobre esa ambivalencia extraña de su parte?—. Conozco a Kise tanto o mejor que tú, Tetsu. ¿Crees que él, de todas las personas del mundo con su encaprichamiento hacia a ti, querría que estuvieras con alguien más aparte de mí? Solo con esa idea vaga en la cabeza podría hacerlo.

Kuroko entrecerró sus ojos. No, no era que Aomine viese la particularidad de Kise: solo estaba viendo la parte opuesta, aquella que no había visualizado por su propia cuenta. Tenía exactamente el mismo problema de verse a sí mismo como el antagonista de esa ambivalencia.

—Esto no tiene nada que ver con él —prefirió decir a que corregirlo. Solo el tiempo y el propio Kise serían los únicos en abrirle los ojos hacia esa característica.

—Cierto. Nos centraremos en lo importante —Aomine contuvo el aire en su oreja, causando que a lo largo de su cuerpo se extendieran una serie de escalofríos, conllevando a que se sostuviera de su antebrazo—. Buena reacción. Parece ser que Kagami no tiene los huevos suficientes para hacerlo aún.

Kuroko exhaló profundamente, tratando de mantener su compostura.

—¿Qué quieres en verdad, Aomine-kun? —Daiki se estaba tomando demasiadas vueltas, algo que ya lo estaba incordiando. Además, tenía a Nigou esperando por él en la casa—. Si tienes algo que decirme, dilo de una vez. Es molesto.

Al terminar esa frase, el moreno lo liberó por unos instantes, para luego empujarlo contra la reja de la casa. Su espalda tocaba las barreras de metal, pero la mayor prisión eran los brazos interpuestos a cada lado de su cuerpo para no darle opciones de salida.

El moreno tensó su quijada mientras endurecía su mirada. El contacto con sus ojos resultaba ciertamente abrumador. El sentido de la realidad estaba apartándose, al igual que la fortaleza que Kuroko había intentado mantener para enfrentar a Aomine.

—Recibí la fotografía de Midorima. Parece ser que era el único idiota que no lo sabía, aunque tuviese una idea vaga al respecto —comentó con desdén, incrementando la presión entre ambos cuerpos—. ¿Acaso no puedo venir a felicitarte, personalmente, por tratar de huir?

Tetsuya abrió sus ojos, un tanto pasmado.

—No estoy huyendo de ti.

—Claro que lo haces, Tetsu —le acusó Daiki, cogiendo su mentón—. Desde que abandonaste Teiko lo has hecho. Pero aunque trates de avanzar por tu cuenta, el ciclo se repetirá. No hay forma de escapar —masculló entre dientes.

—Tal vez el ciclo intente repetirse, pero a diferencia del pasado, esta vez no estoy solo. —Su frase provocó que el agarre de Aomine en su mentón flaqueara por unos segundos—. Kagami-kun está consciente que el lazo que tenemos es irreversible. Sabe cuánto la presencia del otro nos aleja de todo aunque no digamos una sola palabra al respecto. Y pese a todo, él aún ha decidido permanecer a mi lado, incluso cuando he tratado de mantenerlo al margen —sus ojos celestes se encargaron de enfrentar a los azules metálicos de Daiki, enfrentando por primera vez aquella verdad—. No importa cuán atado esté a ti, no importa qué tan asfixiante sea la necesidad de voltear hacia a ti. Yo… he decidido avanzar junto a Kagami-kun.

Asimilando el significado de sus palabras, el moreno solo procedió a entrecerrar sus ojos.

—Eres un gran necio, Tetsu —masculló Aomine, acortando la distancia entre sus rostros—. Pero ha sido la principal razón por la que siempre me has gustado.

Sorprendido por tal confesión, Kuroko entreabrió su boca. Sin embargo, fue en ese momento de debilidad que Aomine aprovechó de descender a sus labios y así besarle con una vehemencia abrumadora. Se trataba de una explosión de emociones donde ninguna era capaz de liderar por sobre otra.

Resultaba tan frustrante que sus bocas se acoplaran a la perfección, reconociéndose con nostalgia y decepción, anhelándose con saña y pasión.

Tetsuya posó sus manos sobre el pecho de Aomine para apartarlo, pero éste solo las se encargó de afirmarlas.

Debía de pararlo y debía de frenar también él por su cuenta.

No podía flaquear a esas alturas, no allí en plena vía pública.

—¿Kuroko?

Sus ojos se expandieron, atónitos.

Y mucho menos con Kagami siendo principal testigo de aquella placentera tortura.

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Notas:

Debo de confesar que realizar este capítulo fue un verdadero calvario por Kise, mi personal drama queen~. Todavía hay que resolver ciertos nudos con él,como también de ciertas circunstancias que deberá enfrentar (#PRAYFORKISE).

¡Hay tantas cosas que se vienen que no salgo de la conmoción! ¿Alguien quiere leche y galletas? Yo sí, así que se lo pediré amablemente a Taiga para que se encargue, aunque no sé qué tan dispuesto estará tras la escena anterior...

Espero que hayan disfrutado el capítulo. Ante cualquier observación, estaría muy agradecida de saberlo a través de sus comentarios~.

No debería prometer nada a estas alturas, pero me esforzaré por traerles una actua navideña. Tal vez no sea larga como los he acostumbrado, sin embargo, creo que será el pie de inicio perfecto para el nuevo arco de la historia.

¡Cariños!

PD: Aki-chan funciona mejor con la presión (?) :v.