Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está escrita con el único fin de entretener y sin ánimo de lucro.

Regalo de cumpleaños para I Can Be Your Worst Nightmare: "Naraku/Kagura. Romance/Humor. Que esté basada en la película "10 Things I Hate About You".

Topic del cumpleaños en el foro ¡Siéntate!(link al foro en mi perfil): /topic/84265/95633371/1/Cumpleaños-de-I-Can-Be-Your-Worst-Nightmare

Dedicatoria: Nightmare, discúlpame un montón por tardar TANTO en publicar el primer puto capítulo. De plano que no encontraba cómo acomodar a los personajes en la historia, pero sabes que fue amor a primera vista cuando vi tu reto de cumpleaños y no me pude resistir, así que, sí o sí lo hacía y lo voy a hacer o.ó también debo decir que este fic será de varios capítulos (máximo diez, depende de cuánto me dé la historia adaptada a la película) así que te pido paciencia u.u pero créeme que no dejaré esto sin terminar, mucho menos tratándose de un regalo (y por lo tanto acosaré muuucho a Morgan (?)). Y ahora sí, aunque ya es muy tarde, espero lo hayas pasado genial en tu cumpleaños, y espero este fic te agrade n.n


"Odio cómo me hablas y tu forma de conducir,
odio tu corte de cabello y lo que llegué a sentir,
odio tus espantosas botas y que me conozcas bien,
te odio hasta vomitar, qué bien va a rimar

Odio que sepas pensar y que me hagas reír,
odio que me hagas sufrir y odio que me hagas llorar,
odio tanto estar sola, que no hayas llamado aún,
pero más odio que no te pueda odiar y aunque estés tan loco, ni siquiera un poco lo he de intentar."

10 Cosas que odio de ti


Odio tu forma de conducir

Byakuya se quedó estático en su lugar y para liberar su propia tensión y sorpresa, metió ambas manos en las bolsas del saco de su uniforme azul marino, torciendo la boca. Frente a él volvía a desarrollarse una escena no poco común y que se había vuelto ya cosa de todos los días, como una especie de rutina matutina para desemperezar a los afortunados morbosos que se topaban con el par de chicos que protagonizaban la pelea de ese día.

Kagura pasando frente a él, por el pasillo de la escuela, sin reparar en su hermano menor y empujando a Kouga Katashi en el proceso. La muchacha, que era de ultimo año al igual que su ahora rival de pelea, tiró su mochila al suelo como si fuese un costal de pesado ladrillos y amenazó tanto a Kouga como a su pequeño séquito de amigos.

—Quítate de mi camino, Kouga, a menos que quieras una paliza como la de la otra vez —amenazó la joven con voz potente, a propósito. Claramente lo hacía para provocar, quizá incluso para despertar por completo y empezar su día.

Dos de los chicos que acompañaban a Kouga y que tenían pinta de punks en decadencia, temblaron de miedo, para molestia del líder del grupo que siempre se jactaba de la valentía y la actitud temeraria de sus compañeros. Por otro lado, un pequeño grupo de muchachos se había congregado alrededor de Kagura y Kouga, lanzando al aire una serie de obscenos sonidos, instigando la pelea, ansiosos por ver algo que se salía del control educativo de todos los días.

—Escúchame, niña, no te metas conmigo —El joven moreno se acercó a su rival con prepotencia, sintiéndose de pronto acosado por todo el montón de muchachos a su alrededor que ya habían comenzado a animar el anuncio de una pelea. Y no era para menos que estuvieran tan emocionados.

Si bien era considerado algo malo el golpear a una chica, lo interesante de Kagura es que era tan brava y descarada que no le molestaba tener que enfrentarse así fuera a una chica o un chico. Ella no discriminaba ni se permitía ser discriminada. Iba directo a la pelea y la acción y, para su suerte, sabía pelear, así que no le costaba mucho lanzar buenos golpes contra el que se le pusiera enfrente y se atreviese a desafiarla. Tener un hermano menor no le sirvió para eso, cabe destacar. Era algo amanerado y no era un joven de mucha acción, era más bien un observador (justo como en ese momento), así que Kagura había aprendido relativamente sola.

Lo que nadie sabía es que ella no había tomado clases de ningún tipo: el mismo Kouga Katashi le había enseñado a pelear, pero la percepción que la gente tenía de ellos es que la semana pasada Kagura le había dado la paliza de su vida al joven, al mismo que de vez en cuando apodaban "Chico Lobo". De una forma u otra, e independientemente de los motivos que podían tener para ser rivales y discutir cada dos por tres, las enseñanzas de Kouga se le habían volteado en contra y en plena cara y más de uno podía considerar que Kagura había estado en todo su derecho de hacerlo, si es que se supiera el motivo y el por qué, por supuesto, asunto del cual ninguno de los dos quería hablar.

Cuando ella terminó por empujar a Kouga, sin miedo y con fuerza, el chico se fue hacia atrás por pura inercia y enseñó los dientes como un lobo rabioso cuando tomó la decisión de no contenerse más y lanzarse contra la joven.

La gente a su alrededor gritaba más fuerte cuando estuvieron seguros de que se aproximaba la lucha. Byakuya miró de reojo a Jakotsu, quien sonreía emocionado y ya lanzaba porras para el Chico Lobo. El hermano de Kagura entornó los ojos y volvió a la escena frente a él, atento a lo que sucedería y condenando mentalmente la impulsividad de su hermana.

—¿No deberías de salir a defender a tu hermana? —preguntó Jakotsu en voz baja, alzando una ceja cuando notó cómo su amigo parecía mantenerse al margen, como siempre.

—No creo que sea necesario. Se tendría que ser un suicida como para meterse con ella estando así de acelerada —Byakuya procuró echarse hacia atrás justo antes de que ningún golpe de verdad fuera lanzado, no fuera a ser que su hermana se equivocara "accidentalmente". En ese instante y como si el muchacho lo hubiese predicho, Kagura empujó a Kouga contra la pared y ahí lo acorraló, causando un gran estruendo cuando las ventanas temblaron con el golpe y los bufidos y gritos de los demás jóvenes aumentaron de intensidad, ya con la emoción y la adrenalina a flor de piel.

—¡Hey, chicos, ya basta! —gritó, a modo de órden, una voz que sonaba bastante cuerda y centrada en medio de toda la furia primitiva que se había concentrado en el pequeño espacio del pasillo.

Kagome Higurashi corrió hacia el centro de la pelea y se abalanzó a los dos chicos, poniendo una mano en los hombros de ambos, tratando de calmar los ánimos.

—¡Este no es lugar para pelear! —insistió enérgica al ver cómo Kagura no soltaba a Kouga, prendada a su idea de terminar las cosas ahí y aún agarrando al chico de la camisa blanca, sometiéndolo contra la pared.

—Muy bien, entonces pelearemos afuera —sugirió la muchacha con una sonrisa maliciosa y el característico tono de peligro que imprimía a su tono, como si quisiera dejar en claro que toda es violencia la emocionaba. Para su desgracia no provocó la furia embravecida que esperaba ver en Kouga como respuesta, pues este al ver a la jovencita que trataba de detenerlos, prácticamente le comenzaron a brillar los ojos y se las arregló para quitarse a Kagura de encima.

—¡Mi querida Kagome! Qué bueno verte —El muchacho se acercó a la joven y tomó sus dos manos, a lo cual la muchacha no pudo más que sonreír incómoda—. Tu presencia siempre alegra mis mañanas.

Kagura tuvo la mala suerte de observar la escena desde la primera fila. Aquella destilación de ternura por parte de su rival le arrancó la más profunda exclamación de fastidio, enfriando sus ánimos de pelea al instante.

Bah, no podía golpear a un chico distraído por el puto amor. Era casi como golpear a alguien en silla de ruedas.

—Joder… —masculló malhumorada, atrayendo la atención de la pareja—. Cuando dejes de vomitar arcoíris, me avisas, Kouga —agregó torciendo la boca y dándose la vuelta, pasando a tomar su mochila sin importarle las miradas de decepción que se cernían sobre ella.

Cuando notó que Hakkaku y Ginta la miraban con cierto temor ella hizo amago de abalanzarse sobre ellos, mostrando los dientes como una bestia y sacándole a ambos una exclamación de miedo. Rió por lo bajo al ver su reacción (y es que los dos pobres chicos estuvieron a punto de abrazarse) y comenzó a caminar por el pasillo, abriéndose paso entre los jóvenes decepcionados al ver que la pelea no había pasado de unos cuantos empujones. En ese momento Kouga llamó a Kagura, aún sosteniendo las manos de Kagome.

—¡Eh, Kagura! —gritó, provocando que ella se detuviera y se volviera hacia él con expresión de fastidio—. No he terminado contigo.

Para toda respuesta la muchacha levantó el dedo medio con su mejor cara de cinismo y pegó media vuelta sin más, perdiéndose entre la multitud. Al dar unos cuantos pasos se topó de frente con Inuyasha Taisho, quien parecía estar buscando a alguien por encima de todo el conjunto de cabezas amontonadas frente a él.

—Eh, idiota. Allá adelante el Chico Lobo te está robando a tu chica —dijo Kagura al pasar junto al joven. No esperó respuesta alguna. No había dado ni un paso cuando escuchó a Inuyasha gruñir como perro y abrirse paso entre la gente a punta de palabrotas hasta que gritó el nombre de Kouga con furia, exigiendo que se alejara de Kagome.

Para cuando Kagura entró a su salón ya se escuchaba la pelea entre el Chico Lobo y Taisho (mucho más comunes que las de Kouga contra Kagura) con los melodiosos gritos de Kagome como música de fondo tratando de calmar los ánimos, nuevamente.

A diferencia del prospecto de pelea que todos esperaban entre la joven de ojos rojizos y el moreno, ya no se escuchaban maldiciones e instigaciones de los muchachos que se habían quedado ahí, sino frenéticas risas. Para desgracia de ese par que se las daban de tan rudos, a la hora de pelear sus discusiones y roces alimentados por los celos podían caer en lo cómico y más si tenían a Kagome en medio, quien evitaba en lo posible que se soltaran a los golpes.

Jakotsu estuvo a punto de meterse en la pelea entre Kouga e Inuyasha, según él, para robarse al chico de platinado cabello, a lo cual Byakuya se vio forzado a jalar a su amigo de las greñas para no armar más alboroto, sin contar que a esas alturas un par de maestros ya se dirigían al lugar a toda prisa y listos para repartir reportes y regaños. Mejor estar bien lejos de todo ese embrollo antes que meterse en problemas. Contrario a su hermana mayor, Byakuya se consideraba un pacifista, un chico que se hacía el normal y sólo navegaba con bandera de tonto; era la forma más sencilla y divertida, cabe destacar, de engañar a los demás y al final estos ni se enteraban qué los había golpeado.

Cuando estuvieron lejos del lugar Jakotsu tomó algo de aire al verse separado de su "amor" y no pudo evitar soltar sus impresiones del reciente acontecimiento tal y como lo haría la más chismosa de las chicas.

—No puedo creerlo, tu hermana es una arpía —exclamó el muchacho con un chillido agudo—. Mira todo lo que provocó. Cuánto a que fue ella quien le dijo a Inuyasha lo de Kouga y Kagome.

—Es lo más probable —contestó Byakuya con serenidad—. Kouga la mandó al diablo en plena pelea. Fue su forma de vengarse.

Jakotsu lo pensó unos instantes y no pudo evitar darles la razón al chico y a su hermana. A nadie le gustan que lo manden al diablo de esa forma, menos a alguien como Kagura, pero dentro de toda esa rivalidad entre la hermana menor de su amigo y el "tierno lobito" (como a Jakotsu le gustaba llamarlo), sentía que algo se le escapaba.

—Byakuya, no entiendo por qué tu hermana odia tanto a Kouga —confesó el muchacho, que más que muchacho, de lejos, parecía una chica quizá demasiado alta y con hombros algo anchos; por lo demás hasta se maquillaba y contra toda regla de la escuela, usaba uniforme femenino, con todo y falda, razón por la cual era constantemente reportado. Ese día sólo se había salvado porque no lo había visto aún ningún prefecto.

—Yo tampoco lo sé. A mí qué me preguntas —Byakuya se encogió de hombros—. Mi hermana es completamente hermética y nunca me cuenta nada, y créeme que no tengo intenciones de indagar en las características de su retorcida mente —Mientras se acercaban a su salón de clases, agregó—. Si te soy sincero, no sé si habrán tenido algún problema. Yo recuerdo que mi hermana se juntaba con Kouga y su banda de motociclistas, pero ya ves. De pronto se volvieron rivales.


Kagura estaba en clase de literatura, muriendo del aburrimiento hasta el hartazgo e ignorando en lo posible la forma en la cual algunos de sus compañeros se le quedaban viendo y cuchicheaban en voz muy baja. A esas alturas del día seguro ya era la comidilla del instituto luego de su encuentro con Kouga y la posterior pelea de este con Inuyasha. Todos sabían que ella era la causante de aquello y, como tal, la condenaban por "perturbar" la armonía del lugar, aunque encontraba todo aquello risible. Todos deseaban algo de acción de vez en cuando en medio de todo ese controlado ambiente escolar. Si se presentaba algo interesante o fuera de lugar además de las clases y las interminables tareas, se volvían locos aunque lo negaran.

Por supuesto que mientras ella fuera la protagonista de la pelea, nadie se quejaba (sobre todo si se le levantaba la falda), pero si ella provocaba otra discusión, era condenada.

A Kagura todo eso la fastidiaba. Para su desgracia solía ser una de las protagonistas si se trataba de hablar sobre los alumnos con peor fama en la escuela, aunque era algo que le importaba muy poco y por otro lado incluso la llenaba de un malsano orgullo.

Siempre los típicos chicos malos, la gran diferencia es que en su escuela todos aquellos que gozaban de mala fama como ella se encontraban divididos, cada uno en sus propios asuntos y forjándose su propia fama de intempestivos sin siquiera hablarse entre ellos cuando, lo más usual, era que se encontraran "unidos en maldad" o cualquier cosa que a los ingenuos de sus compañeros se les ocurriera.

Ni siquiera se consideraba una "chica mala", empezando porque le daba igual; la única razón por la cual todo el mundo le temía es porque gustaba de gritar a los cuatro vientos su opinión, lo cual en si no era malo; el problema es que no tenía pelos en la lengua y solía hablar sin anestesia, sacando de su armonía a cualquiera que se atreviese a desafiarla.

Para ella sólo existían dos tipos de personas: los que le temían, que eran la mayoría, y los que la desafiaban, que eran pocos, justo como Kouga.

Al recordarlo su mente hizo una automática mueca de disgusto y por pura inercia se cruzó de brazos, tratando ahora de mantenerse atenta a las palabras del maestro. La clase tampoco le gustaba y nunca le había agradado la forma en la cual el maestro se expresaba. Estuvo a punto de levantar la mano cuando preguntaron qué opinaban de Shakespeare, cuando entonces un administrativo de la escuela entró discretamente al salón y le comunicó algo al maestro en voz baja. Al retirarse este se volvió hacia Kagura y se dirigió a ella viéndola por encima de sus gafas.

—Señorita Katsuguri —La aludida levantó la mirada—. Se solicita su presencia en la dirección.

Rodó los ojos, fastidiada, y pasó a torcer la boca con un gesto de disgusto cuando un par de sus compañeros lanzaron abucheos burlones, mismos que fueron frenados en seco cuando el maestro ordenó en voz alta que guardaran silencio mientras Kagura, cargando su mochila de mala gana, salió del salón a grandes zancadas y maldiciendo por lo bajo. Ya imaginaba para qué la habían llamado, así que no esperaba sorpresas ni mostraba temor alguno por un posible reporte o reprimenda; estaba demasiado acostumbrada a esas cosas. Aún así no dejaba de resultarle molesto.

Cuando llegó a la dirección y pasó a la oficina de la consejera educativa se topó de frente con Kouga, quien le dirigió una hostil mirada que competía en alto grado con la que Kagura le devolvió, sin mediar palabra alguna en el breve encuentro donde se vieron forzados a pasar uno al lado del otro. Internamente la muchacha se sonrió, al menos no era la única en problemas y lo más seguro es que Inuyasha acababa de pasar por ahí también.

—Buenos días, señorita Katsuguri —saludó con una amabilidad monótona la mujer parada detrás del escritorio, dándole a entender que se sentara con un gesto. La joven le devolvió un saludo frío y escueto, apenas cortés. No veía caso a las formalidades. Sólo quería su regaño de siempre, la usual advertencia de que se comportara y salir de ahí.

—Bueno, Katsuguri, me comunicaron que esta mañana, antes de empezar las clases, peleaste con Kouga Katashi —Directo al grano, como siempre. Lo usual era que hiciera una pregunta de rutina sobre cómo estaba el alumno o cómo andaba su día, pero luego de haber tenido a Kagura sentada en su oficina innumerables veces se había dado cuenta que esa clase de preguntas no la ayudaban a entrar en confianza y que, en su lugar, sólo irritaban profundamente a la muchacha.

—Sólo fueron unos cuantos empujones y gritos —aclaró con pereza, cruzando una pierna y recargándose en el respaldo de la silla en una pose defensiva que la mujer notó enseguida—. ¿Por?

La consejera tomó aire profundamente antes de hablar. Estaba segura que nada bueno saldría de ahí y que en realidad no tenía mucho caso que le mandaran a la joven.

—Katsuguri, tienes ya más de cinco reportes por mala conducta, eso excede el límite. No paro de recibir quejas de tus maestros por tu mala actitud y pereza en clase y además, la semana pasada peleaste a golpes con Kouga en el patio de la escuela.

—Sí, lo sé, eso ya me lo sé de memoria —interrumpió con fastidio—. ¿Algo nuevo?

—Bueno, Kouga no perdió la mano, por si te interesa —respondió la consejera con un sarcasmo que podía parecer poco ético, pero en presencia de Kagura se sentía siempre en la necesidad de usarlo, sin contar que se había percatado de que era el mejor lenguaje con el cual se podía comunicar con la muchacha.

¡Esos jodidos jovencitos con pinta de chicos malos! A veces la sacaban de quicio, pensó la desesperanzada mujer.

—Eso ya lo vi, por desgracia —Kagura sonrió con malicia y se cruzó de brazos. Ya comenzaba a desesperarse, y nada mejor que usar aquel gesto que alzaba una barrera invisible y automática para que la consejera perdiera rápidamente la esperanza y la dejara ir.

—Kagura… —prosiguió la mujer, tomándose la libertad de tutearla y llamarla por su nombre—. Tu actitud se ha agravado en las últimas semanas. Me preocupas.

En ese momento la aludida entornó nuevamente los ojos y respondió: —No tiene nada de malo ser algo… intempestiva.

—Hija del mal, es el término más apropiado —Se apresuró a decir la consejera con un sarcasmo aún más marcado. Para su sorpresa, en lugar de ver la expresión de furia contenida por parte de la jovencita o algún tipo de gesto que indicara ofensa, esta pasó a sonreír con cierta malignidad mirando hacia arriba, como diciéndose mentalmente que el apodo no le iba nada mal.

La mujer tuvo que tomar una gran bocanada de aire. Esa muchachita era imposible. Hasta parecía que se esforzaba por caerle mal a todo el mundo.

—Un sarcasmo, nada más, como tanto te gusta —aclaró tratando de mantener la calma y usar sus reservas de paciencia—. Quisiera saber la causa de tu comportamiento.

—¿Causa?

—Sí, no entiendo por qué eres así, a menos que me lo digas y podamos hacer algo para ayudarte.

Kagura desvió la vista unos segundos, como si pensara en la propuesta. Fingió un rostro desolado por unos instantes y luego se aproximó un poco hacia el escritorio, volviendo a adoptar su gesto cínico en un dos por tres.

—¿Y yo qué voy a saber? —exclamó de mala gana—. Soy así desde que salí del útero de mi madre. Sólo pregúntele a mi padre.

—Ya le he preguntado a tu hermano —aclaró la consejera con una sonrisilla.

—Jodido chismoso… —murmuro Kagura en voz baja, mirando hacia un lado. Ya se las vería con ella el muy cabrón de Byakuya.

—¿Disculpa?

—No, nada —exclamó la joven meneando una mano despreocupadamente. Luego pasó a mirar fijamente a la mujer frente a ella. En estos momentos la observaba con atención, como si pretendiera escanearla, leer sus gestos y sus movimientos, tratando de encontrar una causa viendo a través de ella. Hubo algo en esa actitud que la molestó profundamente—. ¿Qué quiere que le diga? ¿Si tengo problemas en casa y por eso soy así? ¿Si sufro algún tipo de abuso? Sé muy bien lo que está suponiendo.

La consejera se quedó callada unos instantes, creyendo ingenuamente que había, al fin, tocado alguna fibra sensible que le diera una respuesta.

—¿Y es así?

—No, no es así —contestó Kagura, y no mentía. Nada en ella indicaba mentira alguna. No tenía problemas con su padre a pesar de ser un hombre sumamente ocupado que casi no podía pasar tiempo en casa, pero estaba acostumbrada a esa vida familiar, una que no era poco común en la sociedad donde vivía. Y si bien, cuando fue más joven añoraba la presencia de su padre, lo terminó por mandar a la banca pocos años antes, al comprender que simplemente le había tocado tener que valerse por sí misma un poco más temprano que los jóvenes de su edad, contrastando fuertemente con la sobreprotección que su padre imponía sobre su hermano y ella con reglas intransigentes que rayaban en lo absurdo; la desesperación de un padre por tratar de hacer lo posible porque sus hijos no se desviaran ante la poca atención que era capaz de darles. No era nada del otro mundo y tampoco era algo tan malo.

Hacia tiempo que Kagura había comprendido eso, y hacia tiempo que también lo había superado; en todo caso el que más problemas tenía con eso era su hermano, Byakuya, cosa que a Kagura poco o nada le importaba.

—¿Entonces? —preguntó la consejera ante el repentino silencio de la chica, a quien sacó abruptamente de sus pensamientos.

—¿Entonces, dice? Entonces el problema no soy yo, sino los demás, que no soportan que les digan la verdad en la cara y mucho menos por parte de una chica. Por eso se ponen como locos.

La mujer no pudo evitar hacer una mueca de cansancio cuando Kagura dijo lo último. Otra cosa en la fama de la joven: todo el mundo la tachaba, quizá malamente, de feminazi, y la mayor parte de la gente no quería escucharla cundo comenzaba a hablar sobre esos temas. Lograba ser, precisamente, intempestiva, y sus palabras fuertes y certeras con esa tonadita sarcástica siempre sonaba como un tornado a punto de destruirlo todo a su paso. Nadie quería estar cerca cuando ella se decidía a comprobar y afirmar, de la forma que fuera necesaria en el momento, de sus palabras y creencias.

—¡¿Lo ve?! —exclamó luego la joven—. Hasta usted pone cara de fastidio. Pues yo estoy igual de fastidiada.

—Lo siento, Kagura — La consejera se llevó una mano a la frente y masajeó el puente de su nariz unos instantes antes de levantar la vista a la muchacha, dando por terminada la charla al ver que no sacaría más que eso—. Mira, si quieres luego seguimos charlando de esto, que tengo a un montón de desubicados ahí afuera esperando.

Kagura asintió a pesar del, precisamente, desubicado comentario por parte de la consejera. Tampoco podía culparla. La mujer se pasaba el día entero tratando con mocosos que tenían por pasatiempo favorito el desafiar cuanta autoridad vieran, justamente como ella. Pero no podía ayudarla así como ella no podía —ni quería— ayudarla ella, así que simplemente pasó a levantarse. Antes de salir de la oficina la mujer la llamó una última vez.

—Sólo trata de no ir sacándole los ojos al primer muchacho que te topas por ahí.

—Mientras no me provoquen… —murmuró con tono sombrío y una sonrisilla traviesa, mirando por encima de su hombro.

Kagura se ajustó el lazo de la mochila al hombro y se dirigió a la puerta. Justo cuando se disponía a salir otro muchacho, uno alto y de cabello larguísimo, se topó con ella, chocando hombro a hombro bruscamente, sacándole a la joven una rápida mueca de disgusto mientras el lazo de su mochila resbalaba por todo su brazo. Gruñó por lo bajo esperando una breve disculpa, segura de que él había sido quien chocó con ella, pero lo que recibió no fue nada de lo que esperaba.

—Fíjate por donde caminas —masculló el muchacho de mala gana, sin dignarse a voltear a verla. Kagura abrió la boca, sorprendida, y súbitamente llena de ira apretó la mandíbula antes de responder.

—Fíjate tú por dónde caminas, idiota.

—¡Kagura! —exclamó la consejera, pero para cuando la llamó la aludida ya había salido de ahí. El joven de larga cabellera miró hacia atrás esperando encontrarla y responderle un par de cosas no muy agradables, pero ya no estaba. Luego se volvió hacia la mujer y alzó una ceja, contrariado.

—¿Esa chica me dijo idiota? —murmuró, sin creerlo, más para sí que para la mujer—. Vaya fierecilla, eh.

La consejera volvió a aspirar aire y le hizo una seña para que se sentara. Un día de esos terminaría renunciando y uniéndose al circo, no podía ser peor tratar con fenómenos de circo que con preparatorianos.

—Bueno, te lo merecías un poco, ¿no crees? —contestó la mujer mientras el joven se sentaba—. Otra vez aquí, Kagewaki Naraku. Qué novedad.

—Todo sea portarme como un pillo para poder verla, ¿no cree? —Naraku esbozó una sonrisa picara y se recargó en el respaldo de la silla, extendiendo los brazos y cruzando una pierna sobre la otra, como coqueteando con una arrogancia descarada y casi burlesca.

La consejera rodó los ojos y pasó a sentarse solemnemente. ¡Otro insufrible sacándole canas verdes!

—Sí, claro, Naraku… ahora, ¿qué esperas? —Alzó una ceja y extendió una mano sobre el escritorio haciendo un gesto exigente. Parecía esperar que él le entregara algo. Naraku miró su mano unos segundos y cuando pasó a ver a la mujer a los ojos con su exigente mirada masculló algo por lo bajo y sacó un objeto de su mochila.

Le terminó entregando una cajetilla de cigarros maltratada y a medio terminar, cajetilla que la mujer tomó y confiscó guardando en uno de los cajones de su escritorio, junto a otro montón que ya antes le había confiscado a él y a otros muchachos.

Nunca eran devueltos, en parte porque todos esos chicos eran menores de edad y se suponían no debían fumar… y porque a veces ella se los terminaba fumando.

—Sabes bien que no puedes traer esas cosas a la escuela —Lo reprendió juntando las manos y apoyando los codos sobre la mesa, adoptando la pose más seria y formal que tenía—. Otra vez te descubrieron en la azotea de la escuela fumando con Bankotsu.

—Ah, eso… —respondió despreocupadamente, con un cinismo divertido, como si apenas se acordara de algo no muy importante—. No deberían hacer tanto alboroto por nada. Al menos no estaba en la azotea tratando de aventarme desde ahí.

—¿Ahora eres suicida, Naraku? —La mujer alzó una ceja. El chico soltó una carcajada.

—No, pero sería divertido arrojar a alguien desde ahí —Esbozó una enorme sonrisa, encantadoramente desagradable, mostrando sus dientes y mirando con malignidad a la mujer. Ella negó con la cabeza. Desde la última vez que lo había tenido sentado frente a ella no había cambiado nada.

—Me alegra ver que no pierdes tu humor negro.

—Antes muerto —Alzó ambas cejas y sonrió con aún más cinismo. La consejera cerró los ojos unos momentos, sin molestarse en responder al comentario, mientras abría una carpeta con el historial escolar del muchacho y sus hojas de calificaciones, así como algunos exámenes y trabajos.

—Naraku, además del asunto de tu vicio… —comenzó, alzando una ceja—. Tus maestros se quejan de tus constantes faltas. Según ellos y tus exámenes, todo indica que eres brillante. Tus calificaciones serían excelentes de no ser porque te saltas las clases cuando se te da la gana para irte a fumar por ahí.

—¿Cómo saben que sólo me voy a fumar? —Naraku ignoró el asunto de sus maestros y calificaciones y dejó la pregunta flotando en el aire, y como si esta tuviera incluso poder allí en el aire esperando ser respondida, el ambiente en la oficina de pronto se volvió oscuro y sardónico—. Tal vez hago cosas más interesantes que eso…

La mujer ignoró el comentario unos segundos, pero no pudo evitar soltar un mordaz comentario en base a los rumores que rodeaban la oscura fama del muchacho.

—¿Ah, sí? ¿Cómo qué? ¿Irte por ahí a pasear con la mafia, acaso?

—¡Son chicos tan divertidos y bulliciosos! —exclamó burlón—. Justo ayer le corté el dedo meñique a un traidor, aunque si por mi fuera sería más interesante sacarles el corazón y guardarlos en frascos con formol. Es un buen adorno para la sala, muy original, ¿no le parece? Lástima que yo no dicto las reglas.

—No me digas —contestó la mujer utilizando el mismo tono burlón, segura de que el joven sólo le seguía el juego, tanto a ella como a los rumores que lo rodeaban, incluso esa infame reputación que se cargaba parecía alegrarle, pero luego la mujer adoptó un semblante serio—. Naraku, como te decía: tus calificaciones son buenas, pero si sigues con esta actitud apática para con tu educación y las autoridades, ¿cómo piensas entrar a una buena universidad? ¿Conseguir un trabajo? ¿Ya has pensado qué vas a estudiar?

El joven fingió pensarlo unos instantes, incluso se llevó un dedo a los labios y abandonó su postura arrogante.

—Sí, quiero estudiar leyes.

—¡Leyes! Tienes mucho potencial para eso y una gran capacidad de convencimiento —exclamó con algo de sarcástica sorpresa la mujer, aunque en el fondo esperanzada de que lo dijera en serio. Y no era para menor: si el muchacho tenía pinta de mafioso o de abogado. Lo que sucediera primero.

—Claro. Se puede ganar mucho dinero salvando a los Yakuza de la cárcel —La consejera se quedó mirándolo como diciendo "tienes que estarme jodiendo" pero antes de poder decir nada (y no muy segura si el muchacho lo decía en broma o en serio, sobre todo si ponía ese gesto endemoniado de misterio que parecía anunciar una broma de mal gusto) él agregó: —Pero, como todos dicen, yo ya estoy con esos chicos. Me iría mucho mejor si en unos cuantos años me convierto en jefe. Sangre y poder gratis sin tener que lidiar con juzgados y gordinflones aburridos.

La mujer terminó mirando al cielo, elevando una ferviente plegaria, no por esos chicos de oscuro humor negro que largaban comentarios sarcásticos llenos de insolencia (que aún no terminaba de descifrar si lo decía en serio o no) sino pidiendo más por su paciencia para lidiar con ellos sin volverse loca y armar un tiroteo cualquier despejada mañana de verano.


La cafetería estaba a rebosar de gente aprovechando su rato de descanso mientras disfrutaban de un buen desayuno. El día era ligeramente cálido, pero las nubes aplacaban un poco el sol, por lo cual Jakotsu estuvo tentado a comer fuera. Byakuya se negó rotundamente, quedándose ambos en la cafetería. Más que nada, Byakuya se había negado a salir de la cafetería porque sabía muy bien que Inuyasha probablemente estaba en el patio o la azotea comiendo con Kagome y sus amigos, y en esos momentos el muchacho de ojos azules no tenía ánimos de aguantar los ridículos espectáculos que montaba Jakotsu por el chico albino (por más que Bankotsu le dijera que se resignara porque era obvio que no era correspondido).

Mientras Byakuya se metía un pequeño puñado de arroz a la boca, Jakotsu observó con cuidado un folleto que leía lentamente, como si no lo creyera. Su amigo notó que los ojos le brillaban de manera peculiar y por un momento creyó que lloraría de la emoción, despertando así su curiosidad.

—¿Qué es eso? —preguntó luego de tragar el arroz.

—Es el folleto de la fiesta que Miroku hace cada año —exclamó mostrándosela y prácticamente muerto de la emoción. Byakuya por poco se ahoga con el sorbo que dio a su refresco y le arrancó la hoja de las manos.

—Tienes que estarme jodiendo! —vociferó leyendo varias veces las palabras escritas en él—. Dicen que son las mejores fiestas, tan salvajes como te puedas imaginar.

—¡Lo sé! —respondió Jakotsu con la flautilla casi irritable que imprimía a su tono de voz falsamente femenina—. La hace cada año, pero nunca había querido ir porque siempre está lleno de chicas. Ahora sí quiero ir porque sé que estará ahí mi lindo Inuyasha.

Jakotsu juntó ambas manos con una sonrisa cursi surcando su rostro y miró hacia un lado, como si los mismos dioses acabaran de bajar para decirle la revelación más hermosa de todas o como si fuera el mismo Inuyasha pidiéndole ser su novio. Ante esto Byakuya entornó los ojos y luego su amigo lo miró.

—¿Piensas ir?

—Me muero por ir —exclamó el muchacho con emoción, pero luego su gesto se trastocó a uno parecido a la de la más profunda depresión—. Pero sé que no podré asistir.

—¿Por Kagura?

—Sí. Ya sabes cómo es mi papá. Impuso la regla de que si ella no sale, yo tampoco saldré. ¿Puedes creerlo? —Byakuya negó con la cabeza, recargándose en el respaldo del asiento con pose derrotada.

—¡Pero eso es idiota! En ese caso jamás vas a poder salir.

Byakuya asintió y apoyó los codos en la mesa. Detuvo su cabeza con ambas manos, apesadumbrado. No podía decir que se llevara demasiado mal con su hermana mayor o que su relación con ella fuese pésima, ¡pero cómo la odiaba en esos instantes!

—¿Pues por qué crees que lo hizo así? Es una mierda. Yo sólo quiero divertirme e ir de juerga, pero Kagura…

—Tu hermana es la chica más antisocial y antipática que he conocido —recalcó sabiamente Jakotsu, cruzándose de brazos—. Es ridículo. Ella nunca sale, eso todos lo saben.

—Ella debe asistir a la fiesta si yo quiero ir —murmuró el chico dando un rápido trago a su refresco, pensando unos instantes cómo poder asistir—. ¿Pero cómo diablos la voy a convencer?

El muchacho, al darse cuenta que era misión imposible lograr convencer a su hermana de hacer una pequeña aparición en una simple fiesta llena de jóvenes de su edad, supo que estaba perdido. ¡Por todos los cielos! Ni siquiera tenía que sacar platica con los demás o volverse loca de borracha y ponerse a bailar sobre una mesa. ¿Tanto le costaba simplemente ir y quedarse en un rincón observando a los demás y hundiéndose en su propia amargura? ¡No la juzgaba por eso! Cada quien se divierte a su manera, pensó, ¿pero por qué llevárselo a él entre las patas?

Es decir, la última fiesta a la Byakuya había asistido fue cuando tenía jodidos cinco años de edad. ¡¿Dónde quedaba entonces su muy alocada y salvaje adolescencia?! ¡¿De qué cosas se iba a reír cuando fuera un adulto?! Simplemente no le parecía justo.

—Podría escaparme por una ventana… —murmuró Byakuya, tomando muy seriamente la opción.

—O podríamos hacer otra cosa mucho mejor… —susurró Jakotsu con malicia, riendo por lo bajo y causando que un escalofrío recorriera la espina del muchacho. Siempre que reía de esa manera tan tétrica y hasta perversa indicaba que se estaba formando algo realmente retorcido en su cabeza.

Cuando Jakotsu le compartió su idea, Byakuya lo tomó por deschavetado.


Al fin la jornada de clases había terminado y Kagura, como todos los días lo deseaba, al fin podía regresar a casa. Podía asegurar que ese era el mejor momento de sus días.

Iba caminando a lado de Yura Sakasagami, su única amiga en lo que Kagura considera una institución educativa especializada en crear animales idiotas. Yura, al contrario de ella, era una chica divertida y relativamente sociable, pero los hombres solían huir de ella por muy guapa que fuera, conociendo a la perfección su obsesión por el cabello, causa por la cual siempre se encontraba soltera. Eso, de todas formas, a Yura no parecía molestarle. En una ocasión Kagura la escuchó afirmar que "sus novios" eran las distintas pelucas que tenía guardadas en casa; podía pasarse horas cepillándolas y arreglándolas, pero jamás las usaba.

A pesar de todo eran amigas y solían regresar juntas a casa. Caminaron con tranquilidad por el estacionamiento de la escuela, charlando sobre el evento de la mañana y su posterior charla con la consejera escolar, mientras Kagura mascullaba cosas sobre lo cotilla que consideraba a aquella mujer (incluso bajo sus buenas intenciones y una paciencia que se esforzaba en creer que poseía).

Fue entonces cuando, en la parte favorita de Kagura, es decir, la de despotricar contra medio mundo, ambas jóvenes escucharon el característico y chirriante sonido de un par de llantas derrapando en el pavimento y luego deteniéndose violentamente, seguido de una maldición gritada en voz alta y sin pudor alguno.

—¡Eh, niñatas, a ver si se fijan por dónde caminan!

Kagura se quedó paralizada unos instantes, con el corazón latiendo aceleradamente por el repentino susto mientras Yura reía por lo bajo, ligeramente nerviosa cuando el susto se le pasó. Kagura se volvió hacia aquel que había gritado y las culpaba del hecho de casi ser arrolladas. Yura giró la cabeza a su vez, mientras su lustroso cabello se movía a compas del movimiento, marcando su delicado rostro.

Lo que vio le gustó, al contrario de su amiga Kagura, quien no pudo evitar fruncir el ceño irritada y a punto de estallar al ver al muchacho (cuya voz le pareció familiar desde la primera palabra pronunciada). Era el mismo con el cual se había topado al salir de la oficina de la consejera, montado en una motocicleta y sin tomarse la molestia de usar siquiera casco.

—¡Oye, imbé…!

Kagura se detuvo en seco cuando antes de que tuviera oportunidad de terminar con su primer grosería, el joven volvió arrancar la motocicleta y las evitó conduciendo con agilidad, alejándose rápidamente y montado en las dos ruedas, sin tomarse la molestia de disculparse (pues había sido su culpa ir manejando tan rápido en medio del estacionamiento de una escuela, incluso si no lo aceptaba. Pero él era Naraku, y Naraku no se disculpa con nadie).

Se quedó boquiabierta, observando furibunda cómo el chico se alejaba, mientras Yura sentía que se enamoraba a primera vista al ver el largo cabello de este volar al viento mientras conducía a una velocidad que le costaría seguro una buena multa.

—¡Pero qué imbécil! —exclamó Kagura al viento—. ¿Viste? El tipo casi nos atropella por andar conduciendo como loco, ¡y encima nos echa la culpa!

—Sí, es algo patán, o al menos eso dicen —La secundó Yura, sonriendo apenas de medio lado—. Pero debes aceptar que ese cabello que tiene…

Kagura entornó los ojos y jaló a su amiga del brazo para que saliera de aquella ensoñación. Si bien Yura era su única amiga en ese lugar y de las pocas chicas capaces de hacerla salir de su mal humor, detestaba esa obsesión que tenía sobre el cabello, especialmente el de los hombres, aunque debía aceptar que tenía un cabello especialmente bonito gracias a ella y sus muchos consejos sobre cómo cuidarlo.

—No deberías volverte loca por un tipejo como ese sólo porque tiene el cabello largo —susurró mientras volvía a retomar su camino—. ¿Qué no ves que está loco?

—No tanto como tú, Kagura —apuntó Yura, burlona, con la intención de fastidiar un poco a su amiga—. El tipo se llama Naraku Kagewaki. Dicen que trabaja para la mafia y que fue actor porno.

Kagura alzó una ceja y torció la boca, sin creerlo, y aunque trató de evitarlo terminó por largar una sonora carcajada.

—¿De verdad? Pues seguro que se muere de hambre como actor porno…


Debo admitir que yo misma me he quedado un poco de WTF? Con este primer capítulo. Nunca había escrito un AU de Inuyasha que fuera con trama escolar y temo que los personajes me salgan un poco OOC, pero bueno, la película precisamente sucede principalmente en una escuela, y ando tratando de adaptarla lo mejor que puedo.

Sé que Kagura parece que pelea demasiado, pero en capítulos posteriores se verá por qué Kagura odia tanto a Kouga y cuál es el motivo de su rivalidad, y bueno, en si en este primer capítulo es donde ella pelea más, luego ya no tanto. Igualmente aunque ahorita ando presentando varios personajes los principales serán, obviamente, Naraku y Kagura, junto con Byakuya y Jakotsu.

También, para quienes han visto la película, obviamente habrá muchas cosas similares a la película las cuales trato de adaptar a cómo son los personajes e igualmente intento cambiar otras cosas (por ejemplo, en la película, la protagonista tiene una hermana menor que quiere ir de fiesta y tener novio, pero debido a las reglas de su casa y al desinterés de su hermana mayor por eso, no puede. En este caso Byakuya es el hermano menor, quien únicamente está interesado en salir y en asistir a la fiesta de Miroku).

En fin, estoy nerviosa con ese fic xD nunca había intentado adaptar nada y no quiero que quede TAN copia, pero espero hayan disfrutado de este primer capítulo y les siga agradando el fic. Muchas gracias por tomarse el tiempo de leer.

Me despido

Agatha Romaniev