Disclaimer: Hetalia pertenece a Hidekaz Himaruya. Este fanfic no ha sido escrito con fines de lucro, ni con ninguna otra intención que hacer pasar más rápido una mañana sin Internet.


"Te observé oculto bajo tu cortina de hojas. Con tu sonrisa de comisuras flojas e indecizas y ojos menguantes sin brillo. El farol parpadeaba e iluminaba a momentos tu rostro pálido. Cuando las ramas del árbol quedaron finalmente desnudas, te fuiste en un intervalo de luz y sombra."

Fragmento del librito ese que encontré en el cajón de mi abuela cuanto tenía 10. No recuerdo el nombre, pero me memoricé este fragmento y aunque se me ha olvidado casi, recuerdo la mayor parte.


Feliciano Vargas nunca olvidaría aquella tarde que cambió por completo el curso de su vida. Tenía 12 años y estaba llorando en el salón, pues su querido vecino se había mudado, cuando escuchó una melodía de guitarra proviniendo del piso superior de su casa. La música parecía danzar tristemente con el silencio, ondeando su vestido dejando un rastro frio en el corazón de Feliciano. Sin hacer ruido subió con un cuidado poco común en él los escalones. La puerta de la habitación de su hermano estaba cerrada. Feliciano pegó su oído comprobando el origen de la música y casi deslizándose por la madera vio a través de la cerradura.

Lovino tenía la ventana abierta, el viento movía las cortinas al mismo ritmo que a su cabello, al mismo ritmo lento, apagado y dulce del sonido que le quitaba el aliento a Feliciano. Como si la guitarra hablara por Lovino y expresara palabras que el no se atrevía a decir. Lovino estaba llorando en silencio, las lagrimas recorría su rostro sin descanzo y caían sobre el curvilineo instrumento que reposaba en sus piernas de niño. Sin fruncir el ceño, sin gritar, solo llorando apaciblemente, a través de la cerradura, a través de la puerta, Feliciano encontró una visión que hizo su alma temblar y su sangre fluir con furia y calor a través de sus venas. No podía dejar que semejante imagen se perdiera en el tiempo en el olvido de su desenfocado cerebro. Corrió a por un lápiz y con Lovino, su expresión, la habitación, la ventana y la guitarra grabados en sus ojos comenzó a dibujar.

Ludwig Beilschmidt no era ningún aficionado al arte, o a la música, o a cualquier cosa que fuera remotamente subjetiva. La razón por la que se encontraba en una galería de arte de algún artista que desconocía no tenía nada que ver con sus gustos o decisión propia. Su hermano mayor, Gilbert, se había emborrachado junto con sus otros dos amigos -perdidos de la vida, bodrios elementales, piedras en el zapato, los enormes sacos con los que Ludwig había tenido que cargar desde la niñez- en algún pub al otro lado de la ciudad y habían terminado en la ya mencionada galería.

-Hubiéramos llamado a la policía-le explicó un guardia de seguridad- pero nos dieron pena y decidimos contactar al número más usado de este que parecía el más lucido.-señaló a Gilbert, que lloraba aferrado a la pierna de su hermano, disculpándose por no ser un buen hermano mayor, por no haberlo invitado, por haberle hechado la culpa doce años atrás cuando su abuelo encontró la colección de revistas porno.

-Lamento que mi hermano y sus amigos le hayan dado problemas .-Se disculpó avergonzado. Cogió a Francis del cuello pues se había quitado la camisa mientras besaba una estatua y buscó a Antonio con la mirada. Le encontró observando embobado la pintura de un niño, que al parecer tocaba la guitarra. Ludwig no le prestó atención.

-Lovi, joer como ti' extrañao- Escuchó como balbuceaba mientras se acercaba al cuadro con los brazos abiertos. Ludwig se lo echó al hombro. Y comenzó a caminar con dificultad hacia la salida. Si tener que arrastrar con la pierna a un hombre adulto ya era difícil, hacerlo cargando a otros dos al mismo tiempo era casi imposible. Avergonzado, desvió la mirada de un par de señoras que cuchicheaban a un costado. Y ahí lo vio.

Era un cuadro bastante simple, comparado con el resto de los cuadros exageradamente alegres y coloridos. Constaba de una Iglesia de aspecto sencillo, en una esquina de una calle empedrada y antigua, rodeada de casas del siglo pasado, bajo un cielo negro de tormenta. Todo pintado de tonos grises y marrones a excepción de los vitrales, que brillaban como si el sol se encontrara detrás de ellos y los rayos se les escaparan. Ludwig acarició la imagen con los ojos embelesado como nunca antes.

-Ludovico voy a vomitar-La voz de Antonio le sacó de su ensimismamiento, con velocidad leyó el titulo del cuadro, corrió y como si de un balón de futbol americano se tratara, lanzó a Antonio que rodó por la vereda y expulsó una cantidad enorme de churros, sangría, vino, cerveza y un par de botones en los zapatos de quien convenientemente era un taxista. Ludwig se disculpó y pidió que lo llevaran, ofreciéndose a pagar el doble. El hombre asintió, asqueado. El trío de borrachos se fue atrás, Gilbert ahora llorando aferrado al brazo de Antonio quien también lloraba por llorar.

-La dama era encantadora, pero tu, querida, tienes uno senos de muerta.- susurró Francis al oído del taxista, ebrio como cuba.

-¡De muerte!-corrigió Antonio cambiando el llanto por risa, una risa que duró medio trayecto.

-¡Ludwig! ¡Para de manosear a mi hermano!-le gritó Gilbert a Antonio.

Ludwig, ignorando a la vergüenza de la familia, se centró en sus pensamientos, sin poder borrar la imagen de la iglesia de su cabeza. Nunca un cuadro le había hecho sentir de esa forma, ni siquiera se sintió así de emocionado cuando entró a estudiar ingeniería, ni tan maravillado como cuando fue a aquel campamento militar (no por necesidad, sino por diversión) nunca se sintió tan intrigado como en el momento en el que leyó el título del cuadro.

Ánima.

Al día siguiente, Ludwig volvió a la galería, para encontrarse con que estaba cerrada y que los cuadros del artista serían exhibidos en una ciudad a 30 km de distancia. Decepcionado se apoyó en la pared más cercana y resopló frustrado. Se pasó una mano por el pelo y miró al cielo de un azul grisáceo por la contaminación. Este pequeño paseo se salía de su horario y rutina, y sin embargo, con tal de ver un estúpido cuadro, él, el amante de los horarios y las rutinas decidió tomar un taxi para observar una vez más un papel con manchas que le daban forma a algo.

Pero no, no era un estúpido cuadro, y mucho menos un papel manchando. Era una imgen que le sobrecogió como nunca nada antes lo hizo. Y por alguna razón se sintió enojado consigo mismo.

-Ve, está cerrado.-suspiró un joven a su lado. Ludwig ni se molestó en mirar.- oye ¿Tu sabes cuando abrirán?

Algo sorprendido por la repentina confianza en las palabras del chico, le observó alzando una ceja. Era delgado y algo más bajo que él, llevaba un bolso negro al costado, tenía el pelo castaño rojizo y pese a ser liso en su mayoría, un rulito se alzaba con orgullo desde un costado de su frente. El muchacho tembló, al parecer de miedo, al sentir la mirada inquisidora de Ludwig, quien relajó la expresión para responder.

-No abrirán, el último día de la exposición fue ayer.

-Ve, no puede ser. Y yo que quería asistir.-Ludwig asintió desinteresado y comenzó a caminar cuando sintió a alguien corriendo detrás de él-¡Espera, espera!

-¿Mmh?

-A tí...eh, ¿Te gusta este artista?

-No realmente, pero un cuadro suyo me llamó un poco la atención.

-¿Cuál?-Ludwig vaciló un poco antes de contestar.

-Ánima.

Los ojos del extraño se iluminaron y una sonrisa enorme creció tal cual malesa en su rostro, malesa difícil de sacar y que aparecía a la mañana siguiente incluso si el pobre jardinero lograba arrancarla.

-¿De verdad? ¡A mi también me gusta ese cuadro! Pero a nadie le gusta, Lovino me dijo que era estúpido, aunque el dice que todo lo que hago es estúpido. Y los criticos dijeron que el estilo se salía del no se qué establecido y no entendí nada, y me puse a llorar porque no les gusto, y luego Lovino me pegó porque estaba llorando, y a mi me dió más pena, y era mi cumpleaños, pero al parecer no lo era y yo me había confundido y Heracles también porque me regaló un gato. Le puse Pasta, pero ahora cada vez que lo llamo me da hambre y...

Los oídos de Ludwig se cerraron en reacción a la verborrea del desconocido durante los diez minutos que se mantuvo hablando de dios sabe que cosa.

-...Vergas.

Ludwig creyó escuchar una palabra un tanto mal vista, por lo cuál pidió abochornado que repitiera que era lo que acababa de decir.

-Que me llamo Feliciano Vargas.

-Ah, Ludwig. Ludwig Beilschmidt.

-Wow ¿Eres alemán?

-Si.

-¡Lovino me dijo que si me hacía amigo de un alemán me iba a cortar el rulo- dijo señalando el rulo en su frente- pero no importa porque no le voy a contar nada. ¡Mira una pizzeria! ¡Vamos Lud!

Feliciano le agarró de la mano y le arrastró hasta la pizzería, en cuanto entró gritó su pedido a modo de saludo, recogiendo miradas de desdén y sorna, que brotaron de los ojos de la clientela, se fue a sentar. Ludwig, suspirando resignado se sentó en frente de él. Preguntándose a que gitana había atropellado para tener tan mala suerte.

¿Y que es lo que más te gusta de Ánima?- preguntó Feliciano ansioso.

Ludwig dudó en como responder, desviando la mirada y apoyando la espalda en silla suspiró por enésima vez ese día. Decidió ser honesto.

-En realidad no sabría decirte, no logré verle con detenimiento. Pero me pareció un cuadro inexplicablemente hermoso.

-Uwah ¿De verdad? ¡Grazzie! ¡Grazzie Mille!

Pese a no entender ninguna palabra en italiano, Ludwig asintió como si lo hiciera.

-¿Te gusta el arte?-siguió preguntando.

-No.

-¿Y que hacías en una galería de arte?

-Entré... por casualidad.-Mintió. Feliciano, ingenuo como era, se tragó la mentira enseguida.

-Entonces fue cosa del destino ¿Verdad?

-Si lo quieres ver de esa forma...- Feliciano asintió sonriendo.

-Que bueno que estabas ahí, no es la primera vez que confundo los días de exhibición. La última vez me quedé tres horas esperando a que abrieran, estuve tanto tiempo sentado en la acera que la gente comenzó a tirarme monedas.

En el rostro de Ludwig se dibujo una sonrisa de media luna. Vaya que ser tan estúpido.

En ese momento la cara de Feliciano cambió, de su bolso sacó un bloc y comenzó a dibujar con rapidez y una expresión seria que parecía no encajar del todo en ese rostro alegre. Ludwig lo dejó pasar y comenzó a mirar por la ventana. Ese momento se sentía tan fuera de la realidad que Ludwig dudaba que en realidad fuera de verdad. Todo por una pintura.

En el momento en el que Feliciano terminó de dibujar, llegó la pizza. Ludwig apenas había terminado de comer un trozo cuando notó que Feliciano le llevaba media pizza por delante, y la mayor parte probablemente la tenía en la cara. Ludwig cogió su ultimo pedazo y sin darle mayor importancia dijo una oración que cambió el resto de su vida.

-Si quieres, puedes comerte lo que queda.

La sonrisa de Feliciano, más que una malesa, era la planta de habichuelas de juanito.

El extraño ruido que creyó oír ludwig entre el ajetreo de la pizzeria, y que atribuyó a su imaginación, no era nada más ni nada menos que el corazón de Feliciano saltando como nunca había hecho antes.

Antes de irse, Feliciano escribió su numero de celular en una servilleta y se despidió histriónicamente, casi saltando. Ludwig se la guardó en el bolsillo de la chaqueta. Pago la cuenta, al parecer Feliciano no tenía dinero, Ludwig supo al instante que era mentira.

Decidido a olvidar aquel día sin sentido, se compró una cerveza camino a casa.

Un mes después, Ánima y Feliciano golpearon su rostro tomando la forma del amigo francés semidesnudo de su hermano.

Gilbert y Ludwig compartían departamento, Ludwig estaba en su último año de universidad, por lo cual no podía darse el tiempo de buscar un trabajo de medio tiempo. La mayoría de las veces Gilbert se hallaba fuera, durmiendo donde alguno de sus amigos, su novia, o en la calle. Pero cuando estaba ahí, nunca estaba solo, pues esas dos lapas que tenía como amigos del alma no le abandonaban ni para orinar.

-¡MON DIEU! ¡Ludwig! ¡Ven a explicarle a tu hermanito que significa esto!- Francis pechopeludo Bonnefoy abrió estrepitosamente la puerta del último lugar tranquilo que le quedaba a Ludwig, mancillando con su presencia en ropa interior la pulcra habitación del menor de los Beilschmidt.

-No sé de que hablas- Ludwig masajeó sus sienes dejando los cuadernos de lado.

-¡Ven aquí West de mi East! ¡Tu bruder estáorgulloso de tí! -Gritó Gilbert desde el comedor, acompañado de la bobalicona risa de Antonio.

Ludwig irritado fue a donde se hallaba su hermano, que observaba la laptop mientras reía burlonamente. Ludwig volteó el aparato que tantas veces antes le trajo problemas gracias a su hermano. Y esperando encontrar algún photoshop extraño, algunos mensajes troll o porno de Francis se encontró la imagen de un cuadro, en la que pintado se hallaba un joven rubio peinado hacia atrás, con ojos azules, que sonreía levemente desviando la mirada. Los colores murieron en su rostro que quedó blanco y vacío y renacieron como un fenix en tonos rojos tan ardientes como el fuego mismo. Era él, ese joven de la pintura era él, Ludwig Beilschmidt.

-Pero qué...

-¡Hace años que no te veía sonreír así! ¡Porque no me dijiste que eras modelo!

-Yo no... ¿Donde hallaron este cuadro?

-Resulta, que yo amo el arte, y buscando imagenes de un artista que me...

-Calienta- dijo Antonio.

-… Despierta admiración. Fuí a dar con una imagen de uno de sus cuadros.-respondió pechopeludo.

Ludwig pulsó la imagen y y la ventana que se abrió era una galería virtual de imágenes del mismo artista, entre ellas su obra más reciente, que resulto ser Ludwig. Pero antes que nada, otra foto de otro cuadro totalmente distinto llamó su atención. Volvió a hacer click y ante él se encontró Ánima, maravillosa como siempre, pero verla a través de una pantalla no era lo mismo, no le hacía justicia. Acto seguido buscó una imagen del artista y al instante le reconoció. Ahí, sonriente ante las cámaras Feliciano Vargas saludaba parado frente a uno de sus cuadros.

El corazón de Ludwig se detuvo.

Así como el de Antonio.

-Feliciano...-susurró Ludwig

-¡Lovino!-exclamó Antonio, que apartó a Ludwig y se apoderó de la laptop.

-¿Que pasa Toñin? -Preguntó Francis melosa-mente.

-¡Es Lovi! ¡El que está pintado ahí es Lovi!

El cuadro frente al que estaba parado Feliciano era la imagen de un niño tocando la guitarra, al lado de una ventana abierta, no se podían notar muy bien los detalles, pero Antonio reconoció al modelo del cuadro enseguida.

"Feliciano Vargas frente a una de sus primeras obras, Fratello, la cual le impulsó a la fama" Leyó Ludwig conmocionado.

-¡Joder! ¡Que es Feli! ¡No me di cuenta! ¡Está enorme!

Antonio estaba hiperventilado y sonreía mirando a Francis, a Gilbert, y luego devuelta a Francis. Ludwig fue a su habitación, rebuscó en el bolsillo de su chaqueta y ahí le encontró. Tomo su celular y marcó el número escrito en la servilleta.

-¿Ve?

-Soy yo, Ludwig.

-¡Lud! ¡Hola! ¡Pense que nunca me llamarías! me puse tan triste pero ya...

-Si, si. Escucha, ese del cuadro, el último que pintaste, soy yo ¿No es así?

-¡Si! ¿Te gustó?

-No es que me haya gustado o no, no puedes andar pintando a la gente sin su permiso y luego andar exhibiendola como..., bueno, como una pintura.

-Ve, Lovino me dijo lo mismo cuando lo pinté, pero con insultos y luego me pegó.

-Ese no es el tema Feliciano

-¿Feliciano? ¿Estás hablando con Feli?- preguntó Antonio desde la puerta. En un instante le arrebató el celular a Ludwig y comenzó a hablar atropelladamente.

-¡Feli! ¡Feli soy yo! ¡Soy Toño! ¿Te acuerdas de mi?

-Ve ¿Toño? ¡Toño! ¡Uwah ha pasado tanto!

-¡Vi una foto tuya! ¡Has crecido mucho! ¡Y te has vuelto un artista famoso! ¡Y pintaste a Lovino!

-Si, ve, se enojó mucho. ¿Quieres hablar con él?

-¡Por dios claro! ¡Claro que si!

-Antonio estás babeando- rió Gilbert que había seguido a su amigo.

-¿Aló? ¿Quién eres, qué quieres y como te atreves a llamar a mi hermano a la hora de la cena?

-¡Lovi love! ¡Soy yo! ¡Antonio! ¿Te acuerdas de mi? ¡Eramos vecinos! ¡Te he extrañado mucho! ¿Donde estás? ¡Quiero verte! ¡Lovi! ¿Lovi?... cortó.- Ludwig nunca había visto una expreción tan triste en el rostro de Antonio.

-¿Quién no cortaría? Parecías un perro en celo, tienes que mostras mas sutileza- Francis pechopeludo dijo deslizando el telefono de las manos con rigor mortis de Antonio.

El celular comenzó a sonar. Francis contestó

-Aló.

-Argh, joder Antonio. M-me sorprendiste. ¡Menudo cabronazo que eres! A-así llamando de la nada y luego de tanto tiempo...

-¿Qué llevas puesto?... cortó.

Antonio, ya devuelto a la vida, le quitó el teléfono a Francis y marcó al último numero llamado.

-¿Ve?

-¡Soy yo! ¡Toño!

-Ve ¿Toño? ¡Toño! ¡Uwah ha pasado tanto!- Antonio sintió un extraño deja vu.

-¿Y Lovi?

-¿Lovino? Espera un poco...

-¿Qué mierda quieres?

-¡Lovino! ¿Como has estado?

-¿Quién era el hijo de puta que respondio antes?

-Mi amigo, Francis.

-¿Y? ¿Qué te pasa? ¿qué quieres? Estoy ocupado.

-¡Quiero verte! ¡Dime donde nos vemos y ahí estaré!

-… púdrete.

-Oh vamos, Lovi.

-¿Sabes donde queda el edificio principal de la C.U.E.R.N.O.*?

-¡Por supuesto!-mintió descaradamente.

-Nos vemos ahí, a las tres. No llegues tarde.

Ludwig, con la paciencia abandonada en el comedor, le arrebató el telefono a Antonio que temblaba de emoción.

-Lovino ¿Verdad? Necesito hablar con Feliciano.

-Por tu asqueroso acento puedo deducir que voy a tener que cortarle un rulo a alguien.

Y antes de siquiera poder responder, le cortaron.


C.U.E.R.N.O.

Corporación Unida de Ermitaños Roñosos sin Nada de Orgullo.

Mierda, he enfermado y me he quedado en casa, extraño tanto a mis amigos que he escrito un fanfic del anime con los personajes que más se parecen a ellos. Que voy a hacer durante las vacaciones.