Algunas veces no te entiendo, o tal vez critico tu forma de ser conmigo. Algunas veces soy terco e intento hacer todo a mi manera, y cuando sale mal corro hacia ti. Tal vez no soy lo que tu creías que sería, ni tú lo que yo esperaba, pero te quiero y sé que tú a mi también. Sé que hoy, estando entre la multitud, me escuchas y piensas "Qué cursi, hijo, sé más hombre." Pero, papá, esto es lo que soy, esto es lo que el mundo me hizo, lo que tú me enseñaste y parte de mi. Aprecio lo que haces por mí, tus enojos, tus regaños, tus asfixiantes abrazos que suelen faltar –y aprovecho ahora para confesártelo- aprecio que hagas lo mejor para mi, pero papá… a veces me hieres, a veces me criticas demasiado y duele. Yo lo intento, te lo juro, pero simplemente no puedo ser tú, ni lo que tú esperas de mi. Lo siento, sé que estoy llorando, pero es todo lo que puedo hacer para mostrarte todo el odio, el rencor, la tristeza, el cariño, el amor, y todo lo que siento respecto a ti… papá… te quiero, y tal vez no siempre pueda ser lo que quieres, pero prometo esforzarme más… por ser quien tú quieres. — Lágrimas cayeron de las mejillas del chico de ojos verdes, mojando sus mejillas llenas de pecas, haciéndolo sonrojar mientras leía la última palabra. Vio como su padre se levantaba de entre todas esas personas, extrañas a su vista, e iba directo a abrazarlo, aún él con lágrimas en los ojos.

— Te amo, hijo, no me importa ya cuánto me juzguen, te amo y jamás dejaré de hacerlo… mi pequeño Hipo…

Fue entonces que Hipo despertó, con su cara empapada en lágrimas como siempre. El sueño se había repetido por semanas, casi un mes desde que su padre, Estoico el Vasto, había muerto en batalla… y él no había podido decirle adiós.