Personajes: Rivaille x Eren
Categoría: Shingeki no Kyojin
Género: Romántico
Clasificación: Mayores de 18
Advertencias: Lemon.
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, (lógico) sino a Hajime Isayama.

Bueno, esto es algo parecido a un prólogo ~ Habrá parejas secundarias que no quisiera decir, pero también son de mis favoritas y serán claves para la historia~ Espero que les guste~ !


–Licenciado Corporal... –le llamó su asistente.
El susodicho levantó la vista de los papeles que estaba releyendo y miró a esa mujer. Llevaba puesta una falda negra a la mitad del muslo, ajustada a sus anchas caderas que se encaminaban a paso felino hacia él. Además, su blusa blanca semi desabotonada le daba un aspecto oficinal, aunque vulgar. El hombre suspiró, sabiendo lo que ocurriría; dejó sus papeles en la mesa y, aún con su pierna derecha sobre su pierna izquierda, se cruzó de brazos, en espera de la propuesta de esa mujer.
La fémina interpretó eso como aprobación hacia lo que ella iba a hacer y se sentó en el escritorio donde el licenciado trabajaba; cruzó las piernas y se mordió el labio. El estricto abogado no se inmutó y eso emocionó mucho más a aquella secretaria vulgar. Cuando se acercó a su rostro, dispuesta a besarlo, sintió el aliento del hombre y se detuvo al escuchar sus frías palabras.
–Estás despedida.
Fue tan directo como siempre. Era la quinta secretaria del mes a quien tenía que despedir por ofrecerse de una forma tan poco elegante. Parecían ninfómanas a quienes no les importaba el trabajo ni el dinero y sólo buscaban tener sexo con aquel exitoso licenciado. La mujer le vio con los ojos abiertos, muy sorprendida. Se notaba a leguas que ella no estaba acostumbrada a ser rechazada, pues era ciertamente hermosa, como aquellas modelos que salen en revistas.
–Toma tus cosas y vete. –le dijo con dagas frías en lugar de palabras.
La secretaria no dijo nada, tomó sus pocas pertenencias, salió del privado del abogado en jefe, se despidió de las otras secretarias que estaban fuera del cubículo y se retiró del edificio. Justo le habían pagado su semana y no tenía ningún otro asunto que arreglar, pues estaba de prueba y no tenía ni siquiera un contrato.
El licenciado suspiró y volvió a relajarse, pero sin cambiar su expresión. Tomó un cigarrillo del bolsillo de su pantalón y subió sus pies al escritorio, para alejarse un poco de la realidad. Pero sabía que eso no pasaría si tenía la puerta abierta. De ella, entró una mujer de cabellos cobrizos, con lentes de mucho aumento y traje gris de pantalón.
–¡Rivaille! ¿Has despedido a otra pobre chica? –le gruñó mientras se acercaba a donde él se encontraba y suspiró.
–No es mi culpa que todas sean unas cerdas ninfomaníacas. –le contestó con tranquilidad, mientras soltaba el humo que tenía retenido en sus pulmones.
–¿Qué es…? –Le miró sorprendida y frunció el entrecejo –¿No lo habías dejado ya? Dame eso. –le gruñó y tomó su cigarrillo, para apagarlo en un cenicero que hacía mucho no se usaba.
–Es mi problema si fumo o no –le gruñó –Además, es mi maldito privado. Privado, ¿sabes lo que significa eso?
–Escucha. –llamó su atención, ignorando su anterior comentario –Si no consigues una secretaria estable para el viernes, te asignaré a Sasha.
El licenciado se enderezó, mirando con odio a Hanji. Esa horrible mujer sabía dónde pegarle duro.
–De acuerdo. Conseguiré una… Sólo no traigas a esa chica. Es torpe como una papa. –bufó.
–Me alegra que nos entendamos –le sonrió y, antes de irse, le miró. –Rivaille… ¿No has considerado contratar a un chico? Si el problema son tus feromonas, entonces un hombre sería perfecto, ¿no crees? –rio.
–Si ninguno lleva falda de prostituta, entonces perfecto. –le contestó mientras sacaba otro cigarrillo de su pantalón, sin que la mujer lo divisase.
Hanji sonrió y salió del privado de Lance Corporal Rivaille, su amigo de infancia. Aquel hombre tan frío como un témpano, tan directo como un niño pequeño y tan discrepante como un felino furioso. Era una persona realmente extraña; siempre manteniendo ese entrecejo fruncido, con una cara igual de expresiva que una pared. Inflexible, inconforme y exigente. Siempre firme, seguro… y siempre en lo correcto. Nunca había perdido un solo caso que se le hubiese sido asignado. Ni uno solo, desde sus inicios litigando. Y es que él era un amante de su trabajo; había veces en que se quedaba en la oficina hasta pasada medianoche. Después de todo, era su propio despacho; aunque estaba comenzando, ya tenía muy buena fama. Pero como todo hombre exitoso, muchas mujeres le seguían. A pesar de su carácter, el abogado tenía algo que los demás hombres pocas veces poseían; feromonas magnéticas, o así le llamaba Hanji a su excesivo atractivo… y no es que fuese el hombre más apuesto del mundo. Llevaba un extraño corte de cabello, al estilo de los años treinta, su entrecejo fruncido daba miedo y no medía más de uno con sesenta. Incluso dentro del despacho habían bromas sobre su estatura, pero sólo cuando él no estuviera, pues tenía un oído del diablo. Por lo anterior, sus secretarias nunca duraban más de una semana. Ya era fama suya… Y necesitaba una pronto. Pero Hanji le había presentado una opción bastante viable; contratar a un hombre, no a una mujer loca por sexo. Sí… uno joven sería mucho más conveniente; así podría moldearle a su estilo de trabajo. Y lo decidió.

–¿Qué me puedes ofrecer tú que los demás no? –le preguntó a uno de los chicos a quienes había entrevistado.
–Daré mi mayor esfuerzo –le dijo sonriente y el licenciado hizo una casi imperceptible mueca de desagrado. –Haré lo mejor que pueda… –le sonrió algo intimidado por el aura oscura del abogado.
–Uhm… Lo siento, no me sirves. –le dijo con un aire desinteresado y el chico, de alguna forma, se sintió excesivamente aliviado. Estar en el mismo privado con el abogado Lance Corporal era algo muy agotador psicológicamente…
–S-Sí… Gracias… Con su permiso… –le dijo saliendo de su gran cubículo y Rivaille suspiró.
Todos aquellos chicos y no tan chicos, le eran inútiles. En su mirada se reflejaba debilidad y poca determinación. Todos le decían que se esforzarían al cien por ciento, pero no se sentía convencido. Como si lo máximo que ellos pudieran ofrecerle, era una taza de café instantáneo mal preparado. Suspiró. Era jueves y aún no encontraba ningún chico para cubrir la vacante. Le dieron escalofríos de pensar que Sasha… No, ni siquiera quería imaginárselo. Suspiró de nuevo. Aquel chico había sido el último de aquel día. Al siguiente, sería viernes y tendría que escoger a uno de esos inútiles chiquillos que, aunque no fuesen tan chicos, los veía como niños, pues él tenía veintinueve años.
Continuó su trabajo hasta pasadas las nueve de la noche. Ya todos se habían retirado a las siete; sólo estaba él y sus resmas de documentos sin revisar. Ese día no tenía ganas de quedarse más noche. Tomó su saco negro y salió de su privado, le cerró con llave y abandonó el pequeño edificio.
Al llegar a su departamento, se echó sobre el sofá y comenzó a fumar. Su hogar era silencioso. No había una hermosa esposa con la cena lista, ni un perro que le moviera la cola cuando llegara a casa. Ni siquiera mensajes de voz en su teléfono fijo. Era un hombre solitario; ya estaba acostumbrado a hacer todo por y para él mismo. No cumplía caprichos ni se esforzaba en satisfacer expectativas porque lo lograba sin la intención de darle gusto a los demás… él sólo lo hacía para complacerse a sí mismo. Esa noche no estaba de humor, pero recordó el wiski que había en su cocina y se sirvió un trago, aun con el cigarrillo entre sus labios. Luego vino el segundo trago y, después del quinto, perdió la cuenta. Sólo estaba ahí, viendo hacia su pared de vidrio que le mostraba un nocturno espectáculo de luces urbanas, pensando en qué le hacía sentir ese vacío; en qué le hacía falta. Pero, aunque cualquier persona hubiese pensado que necesitaba una novia con la cual casarse para vivir juntos y procrear, él no se imaginaba su vida junto a una mujer. No se la imaginaba con nadie; y no quería hacerlo, tampoco. No entendía qué era aquel elemento que le haría sentirse completo. Quizá un trago más. Quizá un cigarrillo más. Quizá sexo o quizá unas vacaciones. No quería averiguarlo. Simplemente se puso de pie, caminó hacia su habitación y se desvistió para volverse a vestir con algo más cómodo. Miró su gran cama vacía y bien ordenada; ¿de verdad necesitaba tanto espacio para él solo? Suspiró de nuevo. No le apetecía tener ese tipo de dudas, así que las desechó y se dispuso a dormir, pensando en que, al día siguiente, tendría que lidiar con mocosos inútiles.

Por la mañana, se preparó un café negro cargado, para acompañar su escaso desayuno; dos tostadas. Salió perfectamente vestido de su departamento; una camisa blanca de manga larga, pantalones negros de vestir, los ligeros que iban de sus hombros a las cintillas de su pantalón, zapatos negros de agujetas y uno de sus sacos negros que lo hacía lucir más frío y serio que de costumbre. Al llegar a su despacho, todos le saludaron con respeto y cierto miedo. Aquel hombre causaba escalofríos a las personas a su alrededor. Bueno, había excepciones…
–¡Rivaille, idiota! –le gritó la mujer y golpeó con un periódico la cabeza de su amigo.
Todos los rostros de los presentes palidecieron; ¿cómo esa mujer tenía las agallas de hablarle así a Lance Corporal Rivaille…? ¡Y sobre todo de pegarle con un periódico, de forma tan denigrante!
–Más te vale que sea importante. –le gruñó sin dejar de caminar.
–Lo es –le dijo Hanji. –Me dejaste tu agenda ayer, ¿lo recuerdas?
–Ve al grano, mierda. –gruñó de nuevo y, estando a unos cuantos metros de la puerta de su privado, Hanji le tomó del hombro y le miró.
–Olvidaste que tenías una cita hoy. El chico lleva aquí más de quince minutos.
–¿Chico? Ah, sí… Al que entrevistaría.
–idiota. –le repitió y el abogado chasqueó la lengua.
–Cuando se vaya, llévame mi agenda. –le exigió y la mujer sonrió. –Y no vuelvas a abrir mi privado sin mi autorización.
Hanji era la única persona a quien le había dado una copia de la llave de su cubículo. Realmente no sabía por qué, simplemente, cuando se dio cuenta, aquella mujer ya tenía una, pero no se preocupó en pedírsela. Confiaba en ella.
Entró a su despacho y vio a un chico de espaldas, sentado en uno de los asientos frente a su escritorio. Cerró la puerta tras de sí y se quitó el saco mientras caminaba hacia su silla.
–Siento la demora. El tráfico es una mierda. –se excusó y el chico abrió los ojos, sorprendido de que un profesional se expresara de esa manera tan informal.
–No se preocupe; está bien. –le sonrió.
Cuando Rivaille tomó asiento, cruzó sus piernas y brazos. Por primera vez, vio sus ojos. Eran unos ojos de un color verde muy extraño.
–¿Tienes una copia de tu solicitud de empleo? –le preguntó mientras bostezaba, saltándose por completo las presentaciones, y el chico asintió.
El joven le entregó una hoja al abogado y éste la leyó con pereza.
–Jaeger. Interesante apellido... ¿Tienes descendencia alemana? –le preguntó sin despegar la vista del papel.
–Ah, no lo sé… Mis padres murieron antes de que pudiera preguntarles–rio con algo de vergüenza y el abogado levantó imperceptiblemente una ceja.
–¿Hace cuánto murieron?
–Uh… Hace diez años. Accidente de auto. –le respondió con simpleza, como si ya no le ocasionara dolor hablar de aquello.
–Tienes diecinueve… ¿Quedaste huérfano a los nueve, cierto?
–Sí.
–¿Te quedaste con algún tío o algo? –le preguntó Rivaille.
No le preguntaba por curiosidad ni por lástima. Sino porque aquel chiquillo tenía un pasado similar al de él. Quería saber si tenía esa fuerza que Rivaille tenía y buscaba.
–No… Bueno, sí. Mis padres tenían un amigo, el doctor Ackerman. Él movió papeles y de más para quedarse con mi custodia y que no me llevasen a un orfanatorio. Además, yo era amigo de su hija, que tiene la misma edad que yo.
–Supongo que sigues viviendo con ellos.
–No, no. Apenas cumplí dieciséis, comencé a rentar un departamento en el centro, a nombre del doctor. Pero cuando cumplí dieciocho, pusieron a mi nombre los recibos. Y, bueno, tuve que trabajar para poder pagar la renta… –rio, con un aire orgulloso. Rivaille sonrió internamente.
–¿En qué has trabajado anteriormente?
–Mi primer trabajo fue de mesero. Luego fui gerente, en el mismo restaurante. –sonrió con complacencia –Pero hubo unos problemas internos y tuve que renunciar… Y aquí estoy.
–¿Qué tipo de problemas?
–Ah… Bueno… –sus mejillas se enrojecieron. –Había un cliente que iba constantemente sólo para verme… luego, para hablarme, regalarme cosas y, en las últimas semanas… acosarme sexualmente…
–¿Cuánto tiempo trabajaste ahí? –le preguntó, pasando por alto aquello que le estremeció.
De sólo haberse imaginado a uno de esos cerdos pervertidos asechando a aquel chico de apariencia tan inocente, le hizo molestar. Por personas como esas, es que era abogado penal.
–Cuatro años. Empecé a los quince, luego me mudé yo solo y así fue pasando. –le dijo con alivio por haber dejado pasar el detalle de su renuncia.
–¿Estás estudiando? –le cuestionó. Quería saber si tenía otras responsabilidades. Jaeger asintió.
–Derecho. Estoy por terminar el cuarto semestre y pensé que podría hacer mis prácticas profesionales aquí.
–Uhm… ¿Por qué estudias derecho? –esa pregunta… sí la formuló por curiosidad.
–Porque todos son unos cerdos… –dijo sin ningún remordimiento por utilizar una palabra así. Rivaille sonrió internamente. Aquel chico le agradaba. –Si todos están tan podridos, ¿quién hará justicia? Estudio derecho porque quiero encarcelar a toda esa panda de inútiles desvergonzados, escorias y… –y, entonces, se dio cuenta de que se estaba dejando llevar –A-Ah… Lo siento –dijo en pánico –No medí mis palabras… Lo siento… –agachó la cabeza.
Rivaille suspiró. Aquel chiquillo…
–¿Qué puedes ofrecerme tú que los demás no? –le hizo la pregunta definitiva y el chico lo encaró.
–Todo lo que usted desee, exija o necesite, lo haré tal cual me lo pida. O incluso mejor. –le contestó con determinación y, en ese momento, Rivaille suspiró, intentando reprimir su sonrisa satisfecha.
–¿Cuánto estás dispuesto a recibir de sueldo?
–No menos de cien dólares a la semana. –le dijo con simpleza y Rivaille bufó.
Aquel chiquillo no se andaba con rodeos… era una cantidad considerable, pero bastante acertada. Sus anteriores secretarias ganaban ciento veinte, pues ya tenían experiencia… Pero ese mocoso de diecinueve años era un estudiante, no tenía deudas, ni familia…
–Preséntate el lunes a las nueve aquí. –le dijo con simpleza, mientras extendía su mano, para que Eren la tomase con entusiasmo. –Te pondré a prueba una semana.
–Gracias. –le sonrió cálidamente, se puso de pie, tomó la mano del abogado y se despidió, para retirarse con una enorme curvatura en sus labios.
Ah, mierda, ¿qué había hecho? Lo había contratado sin pensar en los otros dos chicos que habían hecho cita para ser entrevistados ese día… Tuvo que llamarles y explicarles que agradecía su interés, pero la vacante ya había sido llenada. No dejaba de pensar en que quizá, aquel chico, Eren Jaeger, podría traerle una buena racha de trabajo. Ni siquiera le había puesto a prueba, pero sabía que era un buen subordinado, fácil de moldear y, sobre todo, obediente. Eso le agradaba. Además… tenía esa actitud que le gustaba y pensaba de cierta forma parecida a la de él. Ambos pensaban que el mundo estaba lleno de escoria, de cerdos que merecían estar encerrados tras unos barrotes. Sonrió ligeramente mientras sacaba un cigarrillo de su pantalón. Subió los pies a su escritorio y cerró los ojos, mientras fumaba. Sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Sasha no tendría que ser su secretaria… y, en cambio, podría tener un asistente de su agrado. Sólo era cuestión de días para saber qué tan bien podía trabajar aquel mocoso.