El último capítulo. Terminado 3 minutos antes de que se acabe el tiempo para hacerlo xD

Muchas gracias a Bella y a Annie Thompson por sus reviews :) Espero que os haya gustado la historia y que no os decepcione este capítulo :)


PERDIDOS EN EL TIEMPO

EPÍLOGO

El inicio de una nueva vida

Albus abre la puerta de la primera habitación que ve. Así, a simple vista, no es más que un sitio pequeño, de paredes desnudas y que tiene una fea mancha de humedad.

Aun así es perfecta. Cumple todas sus expectativas.

Cuando vuelve al salón ve a Rose y a Scorpius hablando con la de la agencia. Van a hacerlo, van a alquilar ese piso gracias a un préstamo que les ha hecho Dumbledore.

—Yo digo que nos la quedemos —murmura imaginándose las posibilidades.

Allí debería haber un gran sofá y, si podían, incluirían una tele muggle. Se pusiera Scorpius como se pusiera. Estanterías, una mesa para tomar el té (que utilizarían como mesa de comedor. Porque en el fondo es más fácil).

—Entonces es un trato —murmura Scorpius sacudiendo la mano de la mujer.

—Bienvenidos a Little Stone número 14.


Un trabajo nuevo

Entra en la sala y no sabe muy bien qué esperar. Es alargada, tanto que sus paredes se pierden en la inmensidad. Llena de estanterías, con las luces del techo encendidas (que recuerdan a Albus los neones, pero sin llegar a serlo, claro), simplemente, sobre coge.

—De momento... encárgate de que esté limpio.

Parpadea e intenta esbozar una sonrisa. En realidad, el trabajo no estaba tan mal. La paga no era nada del otro mundo, claro, pero tenía posibilidades. Podían enseñarle, podía ascender.

Y le habían escogido a él para hacerlo. Ni a Rose ni a Scorpius.

—Ten cuidado con las Profecías, son muy valiosas, ¿de acuerdo? Contienen toda la historia de Inglaterra —continua hablando el hombre. Es mayor, ridículamente mayor, con entradas pronunciadas y una nariz ganchuda.

—Sí señor.


Guerra

Rose entra en la casa pálida y herida.

Scorpius corre ante ella y prácticamente la arrastra hasta el sofá, con expresión preocupada. Al final han comprado el sofá: no es el más grande, simplemente es el que se podían permitir.

—¿Qué ha pasado? —pregunta obligándola a sentarse.

Albus, que hasta ese momento está estudiando un rollo sobre teoría mágica aplicada a la adivinación, cierra el libro que ha estado consultando y la ira.

—¿Estás bien? —pregunta observándola detenidamente. Ve los rotos de su ropa, el moratón que crece desde su mandíbula y se extiende hasta su pómulo.

—Ha sido una tontería —murmura apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá y soltando un sonoro suspiro—. Han venido a la editorial. A por el dueño, por ser... un nacido de muggles. Merlín, ¿qué otra cosa podíamos hacer? ¿Dejarles pasar?

Lo dice con lágrimas en los ojos. Albus alarga la mano y le acaricia la pierna, intentando sonreír.

Sabe que está pensando en su madre.


El favor (narrado por Scorpius)

Ser aprendiz de sanador es una locura de los pies a la cabeza. Empiezas a vivir de la cafeína más que del agua, el sueño y el alimento. Haces horas por todas partes y cada instante parece una prueba.

Lo peor... lo peor es la competencia.

Todo el mundo parece dispuesto a sacarte un ojo y a comérselo si con ello aumentan ínfinamente sus posibilidades para terminar el programa.

Claro, que él es Scorpius Malfoy y, si hiciera falta, lo haría. Bueno, es cierto, no les sacaría los ojos. Pero el apellido trae consigo una especie de respeto mezclado con temor.

Con el temor de lo que el dinero y generaciones de ideas erradas han hecho.

Gracias a Merlín, ninguno de sus compañeros saben que si tiene el apellido es por una cuestión práctica. Que no conoce a Abraxas Malfoy y que Lucius Malfoy probablemente lo mataría.

(No, no exagera. Conoce a su abuelo y, lo que es peor, él no le conoce. No como su nieto por supuesto).

—Nos vemos el martes —se despide Shelda. Es una chica bonita, con el pelo castaño y corto. Quizá si no estuvieran metidos en aquella mierda, si no fuera el pasado, ella tuviera edad para ser su abuela (como diría el idiota de Albus) y un montón de cosas más lo intentaría.

—Hasta el martes —responde sin girarse hacia ella, colocando su uniforme en la taquilla que le han asignado.

La gente personaliza las taquillas. Les va poniendo un algo, pero Scorpius... Scorpius tiene un par de libros de medicina para estudiar en los descansos, un paquete con rectángulos de azúcar moreno para echarle al café (o al té, depende del momento) y sus instrumentos de trabajo.

—¡Tú!

No se sobresalta. En realidad, apenas se mueve. Se queda muy quieto intentando pensar. Conoce la voz, por supuesto. Y no necesita girar la cabeza para mirarlo. Para saber quién es.

Y probablemente qué es lo que quiera.

—Lucius —murmura antes de voltearse. Suena raro llamarlo así. Y mirarlo, tan joven. Tan diferente a su apreciado abuelo (incluso a aquel apreciado abuelo que perdía los nervios con el Ministerio de Magia y que emprendía a improperios a todo el que se cruzara en su camino).

Ese Lucius está hecho un asco. En una palabra. Tiene el cabello rubio platino muy corto, despeinado y sucio. La túnica negra y demasiado genérica, no se parece en nada a lo que solían llevar.

Una mano en el abdomen. La mirada desenfocada, barba de varios días.

—¿Ahora sí? —pregunta disfrutando, a pesar de todo, el momento. Lucius Malfoy, el que le atacó y le dijo que desapareciera, estaba allí. Mirándolo de aquella manera, dispuesto a pedirle ayuda.

—Cállate —ordena, apoyándose contra una de las taquillas.

—¿Aurores o la Orden? —pregunta sonriendo. Ve a Lucius arrugar el ceño y hacer un movimiento raro con la mano en la que lleva su varita.

(Sí, va armado. Pero le necesita. Y Scorpius piensa saborear el momento).

—No me jodas —susurra. La mano izquierda la tiene manchada de sangre.

—Tranquilo —murmura dando un par de pasos hacia él con expresión tranquila—. ¿Para qué está la familia?

No se plantea las consecuencias morales de lo que hace. De curar a una persona que es un asesino. Pero también es su abuelo. Y a pesar de todo, de todo lo que han hablado, han decidido, él también tiene derecho a romper ligeramente las reglas.

—Hermano —le llama Lucius. Y Scorpius no tiene ni idea de lo que está diciendo. Solo sabe que tiene su confianza.

Y eso es más de lo que esperaba.


31 de octubre

La cafetera italiana que Rose se empeñó en comprar empieza hervir. Hace un sonido muy característico. Una especie de fsssshhhh que envuelve todo el salón.

Están sentados, observando su despertador como si fuera una especie de ritual. Los tres saben lo que está pasando. Que podrían cruzar el país y salvarlos. A pesar de que su relación no acabó siendo la mejor. Tienen en sus manos la oportunidad de hacer algo diferente. De salvarlos.

Albus se levanta a apartar la cafetera del fuego.

Nota sobre sus hombros cada segundo, cada respiro. Nota que podría ir y hacer que las cosas fueran diferentes. Que valieran la pena, aunque fueran a su manera.

Podría ir y matar a Scorpius y a Rose (claro, y a él mismo) de un plumazo. Es ese el miedo que le ata.

Coge tres tazas y las lleva junto a la cafetera a su mesita de café. Albus había pensado que lo suyo era comprar una, pero aquella se la había encontrado tras una guardia en el Departamento de Misterios. Y, oye, tampoco estaba tan mal.

¿A quién le importaba los bordes de mármol resquebrajados y el metal de las piernas curvo y oxidado?

—Voy a por el azúcar y la leche —murmura Scorpius levantándose y dirigiéndose con prisa a la cocina.

Es estúpido, él ya estaba de pie. Nota la mirada de Rose, casi es una disculpa.

—Estoy bien —murmura. Aunque sea mentira. Aunque lleve todo el mes sin dormir bien. No sabe lo que va a pasar.

Solo sabe que necesita que pase, que acabe. Que deje de...

Es egoísta.

Sirve un poco de café y vuelve a sentarse.

23:45.


Harry Potter

—No lo entiendo, yo soy su familia más cercana. Merlín, soy su hijo.

Dumbledore le mira. Es una sombra de fuego, pero aun así está misteriosamente presente. Rojizo, cansado. La guerra ha terminado, aunque de manera inesperada. Sirius Black (vete tú a saber por qué llamaría su padre a su hermano James Sirius por él) ha resultado ser un asesino psicótico. O algo así.

Albus se siente tan cansado, tan triste. Tan jodidamente engañado.

—Petunia es el familiar más cercano a Lily —niega el hombre con suavidad—. Tú no... Mira, te prometo que estará bien.

Se ha atrevido a ir. No sabe por qué es, de pronto, tan importante.

—Lo cuidaría como si fuera mi hijo.

—Lo siento...

—Esa mujer es...

A Dumbledore le da igual.

Y, si no le da igual, no deja que se le note.


La editorial (narrado por Rose)

Todo está en silencio. Es una de las reglas de la oficina, esa y que siempre haya café a punto. Está sentada en su cubículo, con una pila de manuscritos a un lado y la última novela de un tal Gilderoy Lockhart entre las manos. Rose tiene que admitir que, si es verdad lo que cuenta (que es una historia real), el tío tiene un par de huevos.

Está segura de que a su editor le encantará leerlo. Y hacer una oferta por él.

Tiene posibilidades.

Coge un trozo de pergamino y hace un par de apuntes antes de dejarlo en la pila de los posibles. Tiene una letra alargada y puntiaguda. Su abuela Jane siempre había intentado arreglársela.

Pero Jane ya no está en su vida, así que puede seguir escribiendo las notas que ella quiera.

Esa es...

Esa es su vida. Leer, leer libros y juzgarlos. Es la primera línea. La que se lee toda la mierda y sabe encontrar un diamante en bruto entre todo el carbón. Es más difícil de lo que se piensa.

Quiere ascender y es posible que aquel libro la ayude. Quiere ser la que coge los diamante y los pule. La que tacha capítulos enteros de libros y manda al diablo a los autores más obstinados.

Le gusta mandar.

Coge el siguiente. Sea quién sea quién lo ha escrito se ha molestado en añadirle una encuadernación apropiada.

Nada más abrirlo pierde el color. Harry Potter. Su historia. Nota como su garganta se cierra y mira a su alrededor. Odia aquellos libros. Nadie tenía ni idea de nada. Todos los meses recibían alguna edición de la biografía de un niño de tres años que llevaba dos años desaparecido.

(Más o menos).

Cada vez que llegaba uno a sus manos hacía lo mismo.

Lo destruía.

(Y este no fue una excepción).


El autobús

No lo puede evitar. Lleva meses espiándolos. Necesita verlo, es una necesidad que le crece en la garganta y se extiende por sus extremidades. Siempre ha pensado que sería Rose la primera en caer.

Hasta el día que llegó con una sonrisa extraña en sus labios y anunció que su padre iba a nacer. Estaba contenta de una manera extraña y retorcida. Una manera que solo ellos eran capaces de entender.

Así que él se ha pasado los últimos meses observando. Mirándolo. Es cierto que se parecen muchísimo. Delgaduchos y pequeños (aunque su padre peca en exceso. Le gustaría detener a Petunia y preguntarle qué mierdas pasa. Pero sabe que no debe, que no puede. Que inmiscuirse puede ser peor), con el pelo demasiado oscuro y unas gafas que ocultan los ojos de Lily.

Pensar en Lily siempre le pone triste.

Quiere saludarlo. Quiere que sepa que está allí, que va a estar cuidándolo. Que si necesita, que si lo necesita, irá en un momento. Así que se monta en el autobús y espera a que entren, a que se suban.

Está también su tío Dudley, pero él no es el objetivo. Él siempre ha sido muy grande y fuerte. No le necesita.

(Seguro).

Se levanta. Es un movimiento calculado, un paso detrás de otro. Alarga la mano y sonríe. El niño la toma sin entender nada. Es un apretón cálido, corto y nervioso. Ve en el rostro de Petunia la ira mal contenida.

Se baja.

Sería el momento perfecto para decidir no volverse a lavar las manos.

(Es una lástima que siga viviendo con Scorpius. Seguro que le maldecirá en el mismo instante en el que se dé cuenta de lo que pretende).


La Mansión Malfoy (narrado por Scorpius)

La mansión familiar, en la que Scorpius se crió, no se parece en nada a la que se abre frente a él. Es... distinta. Tiene más antigüedades, más cuadros, más jarrones. Parece la acumulación de generaciones y generaciones.

—Gracias por venir, Scorpius.

Sonríe. Con los años, sobre todo gracias a la guerra, se ha convertido en una persona de confianza para Lucius Malfoy. Lo llama hermano. Eso debe pensar que es: su hermano. Un bastardo del que se supone que es su bisabuelo.

Pero Scorpius no piensa corregirle. Así que sonríe.

—Me has llamado, ¿verdad?

Normalmente jugaría un poco a su juego. Aceptaría una copa, sus halagos y entonces, de manera sutil, se dejaría embaucar.

Aunque sea innecesario porque ya está de su parte.

Lucius parece un poco descolocado.

—Si. Sé que es un poco tarde, pero... —Hace un gesto vago con las manos—. Narcissa se lleva quejando todo el día y pensé que podrías echarle un vistazo. Ya sabes que no le gustan los hospitales.

Le entiende. Así que sonríe con simplicidad.

—Eso no hace falta ni que lo preguntes.

Lo conduce hasta su habitación. En su futuro, durante su niñez, no estaba situado en aquella habitación. Era una habitación del corredor del fondo. No tenía sentido observarlo, por supuesto, desde que todavía no había pasado.

—Adelante —pide abriendo la puerta. Scorpius le obedece.

La habitación de sus abuelos es grande y muy luminosa. Tiene una cama enorme, con postigos, que le recuerdan un poco a las de una princesita o algo así. Su familia siempre ha sido ostentosa a más no poder.

—Buenas tardes, Narcissa.

Ella sonríe, está tumbada en la cama con un camisón de apariencia bastante valiosa. Está perfectamente peinada y, a parte de unas ligeras ojeras, está perfectamente.

A su lado, sentado sobre la cama y vestido con un pijama demasiado serio para un niño, está su padre. A Scorpius le hace gracia mirarlo, pensar que en el futuro será la persona que lo educó.

Y que en el presente, su nuevo presente, no es más que un niñato consentido.

—Hola, Scorpius. Me alegra que hayas podido venir.

—No hay ningún problema. Hola, Draco.

—Ummmph —responde el niño apretando los labios.

Scorpius deja escapar una risita y saca una rana de chocolate y se la ofrece. Por supuesto, vino preparado. Le gusta mimar a su padre. La ironía de todo el asunto.

—¿Cómo te encuentras, Narcissa?


Día de compras (narrado por Rose)

La editorial en la que trabaja está en una segunda planta, en la calle más transitada de todo el Callejón Diagón. Y desde la historia de Lockhart, Rose tiene uno de los mejores despachos (que no cubículos) que hay que ella.

Tiene unos ventanales enormes desde los que puede ver toda la calle. Todos los que van y vienen. A todos los niños que van a hacer sus compras para su primer año de Hogwarts.

Todos los años ha estado atenta a estas fechas, desde que su tío Bill cumplió los once años. Pero este año le resulta más fácil que nunca cuando ve a una marea pelirroja salir del Caldero Chorreante.

Se levanta de un salto y, tras comprobar su aspecto, coge una cesta repleta de golosinas.

Todos los años hace lo mismo, pero éste es especial. Muy especial, a su manera. Es el año en el que su padre empezará el colegio. Y no sabe cómo explicar el orgullo que siente por dentro.

—¡Arthur, Molly! —les llama prácticamente corriendo a su encuentro.

Arthur sonríe. Cree que es una prima lejana o algo así. Tiene tantos primos que le cuesta contar.

—¡Rose! —parece contento de verla. Molly, a su lado, sonríe también. Sus abuelos paternos son dos de las mejores personas que conoce. Con sus cosas y todo.

—¿Qué tal todo?

Le gustaría darles dinero. Sabe que es incómodo y que jamás lo aceptarían. Pero ella tiene más que suficiente. Son tres sueldos en su casa con apenas gastos. Y Merlín, ellos son nueve con uno solo.

—Muy bien. ¿Y vosotros? ¿Los chicos ya tienen ganas de empezar el colegio?

—Estamos todos genial, ¿y el trabajo?

—¡A Percy le han hecho Prefecto! —dice Molly empujando a su hijo al frente. Su tío, que sonríe con prepotencia e hincha el pecho como si llevara una Orden de Merlín

—Eso es estupendo.


La foto

Rose se sienta sobre uno de los brazales del sofá (que ahora es tan grande como puede serlo), y le pasa uno de sus brazos alrededor de sus hombros.

—¿Qué haces?

—Hagrid me ha escrito —murmura Albus ojeando viejas fotos. No tienen muchas. Siempre les ha dado algo de apuro hacérselas. Por si algún día vuelven al futuro y resulta que dejan toda aquella información en el presente. Olvidada.

—¿Para?

—¿Te acuerdas que en mi casa solía haber un álbum de fotos enorme y de aspecto...? ¿Destartalado?

—Oh —susurra—. ¿Lo hizo él?

Albus mira la foto que tiene entre las manos. Es una de las pocas que tiene con Lily. De antes de que se enfadaran y todo aquello.

—Parece. Se la voy a mandar.

—Pero...

—Lo sé.

Pero ya la ha tenido demasiado tiempo. Ahora le toca a su padre disfrutarla un poco.

(Y la mete con sumo cuidado en el sobre que ha hecho a base de pergamino).

—Espero que le guste.

—Si lo guardó tantos años, seguro que sí.

Y aunque lo dice en pasado, ambos sabe que (en realidad) todavía no ha pasado.

—Yo solía mirar esta foto, ¿sabes?

Salen todos, en una salida a Hogsmeade. Había sido Mary la que los había llamado y los había obligado a posar. Siempre le había dascinado.

Ahora entiende por qué.


Sirius Black

—Se ha escapado —murmura Albus mirando con una mezcla de furia e incredibilidad el periódico.

—Es natural, ¿no?

—¿Cómo que es natural? —le espeta mirándola con el ceño fruncido.

—Ya lo sabes, tonto. —Rose, que está vestida con uno de sus pijamas infantiles, se deja caer en el sofá y derrama medio contenido de su taza—. Todos los mortífagos huyeron de Azkaban antes de que empezara la guerra.

Pasado. Presente. Futuro.

Qué ridículo. Qué irónico.

—No voy a permitir que le haga daño a nadie.

—Lo sé —responde ella sin mirarle.


La boda

—Arthur me ha mandado una lechuza —anuncia Rose girándose hacia ellos—. ¿Os podéis creer que me ha invitado a la boda de Bill?

Hace tiempo que no añade el "tío".

—¿Y qué piensas hacer?

—Ir, desde luego. ¿Quieres venir, Al?

Albus la mira. Rose se parece más que nunca a su madre, con el cabello largo y enredado. Necesita un buen corte.

—¿Por qué no se lo pides a Scorpius?

—Porque van a estar tus padres, tonto. Y Scorpius la jodería de algún modo, seguro. Como proclamando a todo el mundo lo orgulloso que está de su familia.

(Los mortífagos. Los que casi asesinan a Dumbledore. Los que metieron mortífagos en Hogwarts).

Albus sonríe.

—Y yo que pensaba que me habías escogido porque soy mejor compañía.

Sonríe.

Rose le pega un puñetazo en el hombro.


La guerra, de nuevo

—Deberíamos luchar.

—No.

—No.

Scorpius y Rose responden a la vez, sin mirarle. Es una decisión cobarde, segura. Que les mantiene a salvo en su cómoda casita perdida de la mano de dios. La casita que los separa del mundo.

—¿En serio? ¿Lo vais a soportar otra vez? ¿Estar encerrados? ¿Tener miedo?

—No —repite Rose con voz autoritaria—. Ya lo hemos hablado muchas vece. Merlín, lo hemos hablado hasta con Dumbledore. Ya sabes lo que opina.

Albus la mira con el ceño fruncido.

No vuelve a hablar con ellos, no de verdad, hasta que la guerra acaba.


Segundas oportunidades (narrado por Scorpius)

Draco ha vuelto a ir a verle. Está pálido como un muerto y las manos le tiemblan. Scorpius no le culpa, pero no puede dejar de sentir lástima por aquel hombre que se parecía tanto a su padre y que, en realidad, no lo era.

Le quedaba un camino muy largo por recorrer.

—Tienes que perdonarte a ti mismo —murmura pasándole un vial de poción tranquilizante. Draco le mira, por encima. Merlín, ¿hará cuánto que no dormirá una noche entera?

No le responde, por supuesto. Scorpius se siente muy viejo al mirarlo. Tiene casi cuarenta años.

Su padre no llega a los veinte.

—Te prometo que todo irá mejor si lo intentas.

—¿Y si yo no quiero intentarlo, tío? ¿Y si todo esto es una especie de...?

Scorpius se muerde el labio. Empieza a estar harto de aquellas conversaciones. Lo que necesita su padre es una buena bofetada.

Suspira y se arma de paciencia.

—El universo no te está castigando, eres tú.


El libro (narrado por Rose)

Es enero del año 2012. Rose lo tiene marcado en todos los calendarios. Es el año en el que cambiará su vida para siempre. Es extraño pensar que existen dos Roses. Que existen dos móviles iguales en dos partes diferentes del mundo.

Entre sus manos está un libro muy especial. Fue su novela favorita de infancia y lo ha leído un millón de veces. La diferencia es que esta no es su versión vieja que coge polvo en su armario. Esta es...

Este es el manuscrito.

Cierra los ojos y suspira. El corazón le late muy deprisa.

Se acerca el día... y tiene que tomar una decisión.


Jane Granger es una mujer mayor y a la que la vida la ha tratado muy bien. A pesar de que ya es abuela, sigue llevando su clínica con su marido. Y tiene suerte de tener una hija que la adora y pasa horas y horas en su casa.

Jane supone que es una especie de compensación por todas las cosas que pasaron antaño. Que los abandonara, que los mandara al otro lado del mundo. Pero no hace falta.

Nunca han tenido que perdonarla porque la entendían.

Siempre lo han hecho.

—Rose está como loca por ese nuevo libro suyo. "Amor en tiempos de muerte". Mamá, te juro que es una novelucha rosa y no sé cómo...

Ring.

Jane comprueba el teléfono y arruga el ceño.

—Es Rose —informa a su hija descolgándolo—. ¿Rose?

—¿Rose? —repite Hermione mirando el reloj y arrugando el ceño.

—Hola abuela. Merlín, no sabes lo que he echado de menos que me llames.

La voz es calmada, aunque mucho más áspera de lo que debería. Tiene un timbre extraño. Hay algo que no coincide.

—¿Está mi madre contigo?

—¿No es muy pronto para que llegues a Hogsmeade? —pregunta ignorándola.

—Abuela, es muy importante. ¿Puedes ponérmela?

Le pasa el teléfono.

—¿Rose? ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?

—Pon el altavoz, niña.

Oye un suspiro al otro lado.

—Mamá, solo quiero decirte que te quiero. —Hermione arruga el ceño. No entiende nada—. No, no me interrumpas. Que te quiero y que nunca me he olvidado de ti. Ni de ti ni de papá, claro. Y que... y que a nuestra manera hemos sido felices. Al, Scorpius y yo, ¿vale? ¿Se lo dirás a sus padres?

—Rose, ¿de qué diablos estás hablando?

—Mamá... —La voz se quiebra. Hermione mira a Jane sin entender y ella aprieta los labios.

—Rose, deja de decir tonterías. ¿Qué ha pasado?

—Dale un beso a Hugo de mi parte —susurra antes de colgar—. Y a papá.

Hermione parpadea sin comprender.


Fin.


Hasta aquí hemos llegado.

Cuando empecé a pensar esta historia, la verdad, tenía muy claro cómo quería que acabara. Y era algo así (aunque, tengo que admitir, en su momento tenía romance. Quería hacer un Albus/Rose/Scorpius, todos juntos y revueltos). Desgraciadamente, no lo planteé bien y tras hablarlo con Kristy SR, decidí no hacerlo: además, este final relativamente abierto permite, dentro de lo que cabe, que os los imaginéis como queráis xD

Por otro lado, me gustaría saber si os ha gustado. Qué hubieseis cambiado y un largo etcétera. Nuestro viaje acaba aquí, han sido unos meses locos y todo eso. Así que, ¡IMPRONUNCIADOS, YO OS CONVOCO!

(a ver si cuela. Se aceptan tomates, ¿eh? xD).

Un saludo y gracias por compartir este viaje conmigo :)