Bienvenidos al nuevo capítulo de Happy Family! Lamentamos mucho la tardanza!

Kariy:... Vamos, confiésalo...

Curlies: ;u; Okay, Kariy me mandó el capítulo hace casi 2 semanas, pero yo, po no podía u olvidaba corregirlo y agregarle el lemon (que me corresponde a mí escribir) (sí, este capítulo viene con todo y lemon incluido ;D) Así que asumo la responsabilidad por la tardanza, lo siento mucho!

Kariy: Hmpf!

-.-

La puerta del departamento se abrió, rompiendo el silencio en el que el lugar había estado sumergido desde hacía ya varios días. Erwin dejó las llaves sin cuidado en el mesón de la entrada y de manera automática, se dirigió a su habitación. La cabeza le dolía, no había tenido una buena noche de sueño desde que Rivaille había sido admitido en el hospital.

Aun así, el rubio sabía que no podría conciliar el sueño, por lo que prefirió entrar al baño a darse una ducha. Rápidamente, perdió la noción del tiempo, probablemente llevaba parado bajo el chorro de agua fría, minutos, tal vez horas. No le podía importar menos.

Había salido del hospital con la excusa de ir a buscar ropa limpia para su esposo. Rivaille sería dado de alta el día siguiente. Erwin simplemente no podía soportar estar en esa habitación, con su esposo con esa mirada tan apagada, tan ida, tan. muerta.

Un montón de pensamientos cruzaron por su mente cuando le dijeron que había perdido a su hijo, pero el que no pudo sacar y el que aún le atormenta es cómo será su vida de ahora en adelante. Rivaille era fuerte, sí, pero no sabía cómo lidiar directamente con el dolor emocional.

Tal vez sólo lo ocultaría, tal vez sólo se alejaría y se encerraría, apartando a todo el mundo, Erwin incluido. El rubio no podía permitir que eso pasara. Quería estar ahí para su esposo, ser su apoyo. Que Rivaille saliera del hospital sería como si la vida comenzara de nuevo.

Ya vestido, Erwin comenzó a remover los cajones de Rivaille para buscar qué llevarle al hospital. Para su sorpresa, se encontró con una foto que creyó estaría en la basura desde hace tiempo. Era una foto tomada por Hanji en la oficina, casi un mes atrás. Rivaille, sentado junto a su escritorio, tenía una pequeña sonrisa en el rostro mientras que Erwin acariciaba su vientre y lo miraba con dulzura.

Una sonrisa amarga cruzó su rostro mientras tomaba la foto y la rompía en dos, tirándola sin ningún miramiento a la basura. Ya listo, con la ropa del pelinegro en una pequeña maleta de viaje, se dispuso a bajar las escaleras, pero algo le detuvo.

Entró al cuarto decorado con motivos infantiles y miró alrededor. Se suponía que ese lugar estaría inundado de felicidad, pero ahora parecía una triste recordatoria de lo que debió ser. Miró la blanca cuna, el pequeño ropero con la ropita del bebé, las paredes pintadas de colores pastel y la mesa para cambiar y bañar al bebé. Soltó un suspiro al ver la mecedora, y algo en su mente se rompió cuando vio al pequeño conejo de peluche azul en ella. Unas silenciosas lágrimas recorrieron su rostro mientras tomaba una decisión.

Una hora después, todo lo que había en la habitación estaba completamente guardado en cajas, a excepción de la cuna y el armario ya vacío. Dando una última mirada al lugar, Erwin metió el pequeño conejo azul en una de las cajas y dejó la habitación, dispuesto a llamar más tarde a Mike y pedirle que recogiera las cajas, la cuna y el armario.

Pronto, las dos semanas que le doctor les había pedido esperar antes de que la enfermedad se fuera, pasaron. Era Domingo y Rivaille y Erwin habían decidido que no se podían mantener a base de comida rápida y decidieron ir a comprar una nueva estufa.

Por la mañana ambos se ducharon, se vistieron y desayunaron cereal. Sin decir mucho bajaron al estacionamiento y subieron al carro. Rivaille frunció el ceño. Llevaba toda la mañana con la molesta sensación de que algo faltaba.

- ¿Llevas dinero? - Preguntó con los brazos cruzados a la altura de su pecho.

- Llevo la tarjeta de crédito.

- ¿Cerraste la llave del agua? - Erwin solo soltó una pequeña risa y se inclinó para darle un beso en los labios a su esposo, aprovechando que el semáforo estaba en rojo.

- Cerré la llave del agua, puse mi ropa sucia en el cesto, tapé la pasta de dientes y apague el aire acondicionado del cuarto y el .

Sin importarle las posibles multas, Erwin frenó en seco y dio una vuelta en U digna de un buen policía, mientras pisaba el acelerador a fondo. Ya le pediría a Hanji o Mike que se encargaran de eso después.

Sin decir palabra, Rivaille se bajó del auto, esperó paciente a que el elevador llegara al piso donde vivían y abrió la puerta del apartamento. Subió las escaleras y entró al cuarto del mocoso. El rubio aún dormía completamente ignorante al olvido de los mayores. Rivaille tomó algunas prendas del armario y se acercó a la cama para tomar al niño entre sus brazos y, sin despertarlo, bajar de regreso con su esposo.

Erwin estaba estacionado en frente del apartamento esperado a ambos. Rivaille abrió la puerta trasera del auto y se metió junto con Armin. Aún en silencio comenzó a vestirlo mientras Erwin reanudaba el camino.

- Tú sabes, él no tiene por qué enterarse de esto - Dijo Erwin con una sonrisa nerviosa y voz culpable.

- Lo superará- Fue lo único que Rivaille dijo mientras comenzaba a colocarle la camisa al niño.

El Lunes llegó sin más contratiempos. Rivaille se vio obligado nuevamente a levantarse temprano para llevar a Armin a la escuela. Erwin tenía una reunión con los altos mandos y se tuvo que salir de la casa a las seis de la mañana.

Ahora, el pequeño rubio y Rivaille se encontraban en el camino a la escuela del menor. Armin llevaba en sus brazos el libro que siempre cargaba con él y se miraba un poco nervioso. Tal vez le ponía nervioso haber faltado dos semanas completas a la escuela, o que en el rostro aún tenía unas pequeñas marcas de la varicela.

Rivaille agradecía el hecho de que la mayoría de sus marcas estaban distribuidas de su cabeza para abajo, no soportaría el tener que verse ridículo con un montón de marcas en el rostro. Al llegar a la escuela, Armin bajó rápidamente del auto y se dirigió a la entrada, donde la maestra Petra recibía a los niños.

- Recuerda comerte todo lo que llevas - Dijo Rivaille asomándose por la ventanilla del auto antes de partir. Armin sólo asintió, llegando al lado de la maestra.

- Bienvenido de nuevo Armin - La castaña recibió con una sonrisa al niño, después de que logró apartar la mirada del lugar donde había estado ese apuesto pelinegro.

- Gracias, señorita Petra - Armin entró al edificio sin darse cuenta que era seguido por la curiosa mirada de un pequeño, no muy lejos de ahí.

Las clases fueron normales para Armin. Colorearon un poco y jugaron juegos de números y palabras. La hora del desayuno llegó rápidamente, y todos los niños corrieron a lavarse las manos para ir al comedor.

La semana que el rubio había sido capaz de asistir antes de enfermar, le había servido para hacer algunos amigos. Ahora compartía la mesa de la comida con Annie, una rubia que normalmente permanecía callada y que, de hecho, se había acercado un día sin decir palabra y había comenzado a comer con él. También estaban Bertholdt, un niño bastante tímido (tal vez un poco más que el mismo Armin) que siempre estaba con Annie, y Mikasa, una niña con rasgos orientales y cabellos negros. Mikasa había comenzado a hablar con Armin por curiosidad, y ahora siempre se acercaba al rubio para jugar y platicar.

Los cuatro niños comían tranquilamente sus alimentos, Bertholdt le platicaba a Mikasa de un nuevo cachorrito que sus padres le habían comprado y de un nuevo vecino que recién se había mudado al lado de su casa. Annie y Armin estaban en silencio como siempre. Armin disfrutaba del sándwich de queso amarillo que había hecho el señor Rivaille para él. Aparte del sándwich, el pelinegro había mandado un poco de manzana y naranja picadas, leche de soya y galletas de animalitos.

- Hola - Armin miró a su lado, Jean se había acercado y lo había saludado de manera tímida. Armin lo miró extrañado, después del incidente durante su primer día de clases, el castaño no había cruzado palabra con él.

- Hola - Fue todo lo que le dijo Armin antes de comenzar a comer nuevamente.

Sin preguntar, Jean se sentó a un lado del rubio y sacó una caja con comida de su lonchera. La abrió y se la acercó a Armin. El rubio vio el contenido y frunció un poco el ceño. Sándwich de jamón en cuadritos pequeños y salchichas picadas.

- Come - Jean miró esperanzado a Armin, mientras que el rubio no sabía que decir.

- No puedo comer eso.- Antes de que pudiera explicar la razón, Jean lo miró molesto, cerró la caja y salió corriendo. Mikasa y Bertholdt miraron la escena sin decir nada.

- ¿Por qué no quisiste comer eso? - Preguntó Annie, seria como siempre.

- Porque no como carne, pero no me dejó decírselo.

Los tres niños miraron a Armin con confusión. Solo bastó que Mikasa dijera "Eso es un poco raro" para despejar la tensión. Los cuatro niños siguieron comendo como si nada hubiera pasado.

La hora de la salida siempre llegaba después de la hora del cuento, la parte favorita de la escuela de Armin. Todos los niños se sentaban alrededor de la señorita Petra y la escuchaban contarles algún cuento nuevo cada día.

Esta vez, casi en cuanto la campana de salida sonó, el señor Rivaille apareció en la entrada del salón para recoger a Armin.

- Parece que tu papá llegó por ti, Armin - Petra se acercó al niño y, mientras le ayudaba a recoger sus colores en su mochila, el niño se preguntó si la maestra estaría enferma cuando vio un pequeño sonrojo en sus mejillas - Ahora que lo pienso, no he visto a tu mamá venir por ti.

Armin negó con la cabeza antes de contestar.

- No vivo con mi mami - Ante las palabras del niño, Petra abrió sorprendida los ojos y el sonrojo se hizo mayor.

- Entonces tal vez sea la novia de tu papá la que te cocine el desayuno.- Armin se planteó el sacar de su error a la señorita Petra. El señor Rivaille no era su papá, sin embargo, cuando el niño miró nuevamente a la puerta, pudo ver perfectamente como el pelinegro comenzaba a perder la paciencia.

- ¡Ah! Él hace el desayuno y no tiene novia - Fue lo único que Petra escuchó antes de ver al niño correr hacia el pelinegro.

Petra se quedó considerando las palabras del niño mientras pensaba en un sinfín de posibilidades, y todas terminaban con ella en los brazos de ese apuesto pelinegro.

- Señorita Petra, nuestros padres esperan - Annie sacó de su ensoñación a la castaña, quien se dio cuenta del montón de padres esperando recibir a sus niños en la puerta.

Nuevamente, los días pasaron. Toda la semana, fue Rivaille el que se encargó de llevar y recoger al niño a la escuela. Para pesar de Armin, Jean no parecía darse por vencido en hacerlo comer algo de lo que llevaba. No lograba entender porqué la insistencia del niño en compartir comidas y no le molestaría a Armin si no fuera por que técnicamente todo lo que el castaño llevaba a la escuela era carne.

A Armin no le daba oportunidad de decirle al niño que no podía compartir sus comidas por que ante la primera negativa del rubio, Jean salía corriendo hacia otra mesa, donde su mejor amigo, Marco, le esperaba expectante.

Esa tarde de Jueves, como era costumbre, Rivaille pasó por él a la escuela. Petra se acercó al pelinegro mientras Armin terminaba de arreglar sus cosas para irse.

- Hola, soy Petra, la maestra de Armin - Rivaille alzó una ceja, por supuesto que sabía eso, pero prefirió aceptar la mano que le ofrecía la castaña y asentir.

- Rivaille.

- Solo quería decirle que tiene un niño muy inteligente - Petra se acomodó nerviosa un mechón de cabello castaño detrás de su oreja - Aunque al inicio es tímido, es bastante participativo y le gusta aprender cosas nuevas.

- De seguro se parece a su madre - Comentó Rivaille. El pelinegro había conocido brevemente a Rose, pero sabía, por lo que le contaba su esposo, lo inteligente y curiosa que la mujer era.

Petra miró un poco incómoda a Rivaille.

- Um, si, por supuesto.

- ¡Estoy listo! - Armin llegó a la puerta y esperó a que Rivaille comenzara a caminar para seguirlo. Petra los miró retirarse en silencio y muy emocionada, internamente, de finalmente haber dado el primer paso para concer a ese hombre.

Rivaille subió las cosas del niño al carro y esperó a que el rubio se abrochara el cinturón antes de comenzar a conducir.

- Tengo que pasar a dejar unos papeles que Erwin olvido en la casa - Dijo Rivaille sin apartar la vista del camino - Después podemos ir a comer a cualquier lado, no me dio tiempo de hacer la comida.

Armin sólo asintió, mientras abría su libro de cuentos, el que siempre cargaba con él. Rivaille miró por el retrovisor al niño, tal vez era tiempo de preguntarle qué demonios tenía con ese libro.

Minutos después, llegaron al edificio que fungía como departamento de policías. Un edifico de diez pisos, bastante imponente. Rivaille aparcó el auto enfrente de la entrada principal y dejó abierta la ventana.

- Quédate aquí, iré rápido - Sin esperar una respuesta del niño, el pelinegro bajó del auto y se dirigió a la entrada del lugar. Sería la primera vez que regresaría a su antiguo lugar de trabajo.

Rivaille mentiría si dijera que no le estresaba un poco tener que regresar a la central. Le traía demasiados malos recuerdos. Por eso, al llegar al piso donde se encontraba el cuartel de casos especiales, paso lo más rápido que pudo el camino al despacho de Erwin.

Sin embargo, y como si fuera una película, cuando pasó al lado de su antiguo escritorio, el tiempo se detuvo al igual que sus pasos. De un momento a otro, la sensación de la sangre corriendo entre sus manos, el dolor que su cuerpo experimentó y su respiración agitada golpeó en su cabeza. Por instinto su mano se dirigió a su vientre. Necesitaba salir de ahí.

- ¡Rivaille! Es todo un milagro que estés aquí, hombre - Nunca lo diría, pero agradeció que Hanji hubiera aparecido de la nada y pasara su brazo por sus hombros. Había comenzado a perder el equilibrio.

- Deja de ser tan ruidosa, vine únicamente a entregarle estos papeles a Erwin - Rivaille alzó la carpeta amarilla que llevaba en la mano para darle fuerza a sus palabras. - El mocoso me espera en el auto.

- ¡Aw~! ¿El pequeño Armin está aquí? ¡Lo hubieras traído! - La castaña lo miraba emocionada. Tan ruidosa como siempre, pensó Rivaille, rodando los ojos.

- Es un niño, este no es lugar para niños, ahora, si no te molesta, iré a dejar esto.

Hanji miró a Rivaille ir en camino a la oficina de Erwin. La sonrisa que adornaba su rostro se desvaneció enseguida. Se dio la vuelta preguntándose como demonios se le ocurría a Erwin pedirle a Rivaille que regresara al lugar donde había perdido a su bebé.

Cuando entró a la oficina de Erwin, Rivaille se encontró con Mike y el rubio discutiendo algún plan para la próxima misión.

- Oh Rivaille, llegaste - Erwin se levantó de su asiento y se acercó a besar a su esposo - Eso es todo, Mike, puedes irte - Mike sólo asintió antes de salir por la puerta por donde Rivaille había pasado momentos antes. Erwin cerró la puerta detrás del otro y Rivaille no notó cuando le puso el seguro.

- No me vuelvas a pedir venir a este lugar de nuevo - El pelinegro parecía molesto con el rubio. Erwin sólo sonrió mientras besaba a Rivaille.

-Disculpa, debió ser difícil, pero necesitaba que vinieras - Erwin comenzó a besar el cuello de Rivaille mientras que lo dirigía a su escritorio - te he extrañado tanto.

El pelinegro supo enseguida de qué se trataba. No habían podido tener ese tipo de contacto desde que Armin había llegado a la casa. Las pocas veces que estuvieron a punto de llegar lejos, Armin irrumpía en la habitación o simplemente alguno de los dos no estaba de ánimo.

No lo dudó dos veces antes de responder a las caricias de Erwin. Ambos se besaron intensamente, jugando con sus lenguas, mientras Rivaille se abrazaba al cuello del mayor y Erwin colocaba su pierna entre las del otro, friccionando eróticamente la hombría de su querido esposo.

-Ahh... Erwin...- gimió Rivaille, comenzando a mover las caderas para sentir más intensamente el contacto que su cuerpo tanto añoraba.

Maldita sea, él nunca había sido tan "necesitado", jamás creyó que estaría en esa situación tan clandestina en la oficina de Erwin, como una pareja que llevaba semanas queriendo tener relaciones pero siempre eran interrumpidos. Oh, un momento, así era.

Tener sexo no lo era todo en un matrimonio, pero VAYA que si era necesario.

El pelinegro le desató la corbata negra a Erwin entre besos, dejándola caer al suelo y desabotonó su camiseta, casi arrancando los botones, dejando al descubierto una parte de su bien formado pecho, que no tardó en comenzar a acariciar.

Rivaille llevó su mano atrevidamente a la entrepierna del rubio, sintiendo la dureza de su hombría y apretándola entre sus dedos. Separaron sus bocas y el menor se hincó en el suelo, con el rostro a la altura del pantalón de Erwin. Se sostuvo de la tela del mismo y bajó el cierre usando los dientes, con gran maestría, liberando finalmente su miembro grande y palpante.

Erwin sonrió al ver como Rivaille se lamía los labios, igual que una persona emocionada de devorar su comida favorita. Soltó un gemido grave al sentir la punta de la lengua del otro torturando su glande. Y un leve escalofrío le recorrió la espalda al reconocer como Rivaille se lo metía todo a la boca, jugando con la lengua, haciendo movimientos circulares con ella.

Mientras su boca estaba ocupada atendiendo a Erwin, los dedos de Rivaille fueron a su propio trasero, comenzando a prepararlo, desesperado por volver a sentirlo en su interior después de tanto tiempo.

Al sentirse cerca del clímax, Erwin alejó a Rivaille de él, para no terminar tan rápido, después lo llevó hasta el escritorio y lo recostó sobre él. Rivaille se dejó hacer, separando las piernas, tan flexible como sólo él lo era, mostrándole todo su ser al hombre con el compartía un juramento de amor inquebrantable.

Erwin bajó para besar el cuello y pecho de Rivaille. El cuerpo pálido de Rivaille era tan frágil frente a sus ojos, tan delgado, que sentía que si lo apretaba muy fuerte, lo rompería. Le gustaba tratarlo con cariño y amor, ser paciente y torturar al otro con sus caricias lentas pero certeras. Era algo que Rivaille no soportaba y muchas veces se desesperaba por eso y terminaba queriendo tomar el control.

-Eres tan hermoso. Tan delicado...- le susurró con ternura el rubio. Rivaille hizo una mueca.

-Deja esas cursilerías para una puta de bar y métemela en este instante, Smith- ordenó entre dientes el otro, con voz excitada.

Erwin sonrió. Ya estaba acostumbrado a esa actitud agresiva de Rivaille durante el sexo. A Rivaille no le gustaba ser tratado como a una mujer, no le gustaban los detalles románticos, las flores, las velas, la música sensual de ambiente, ni mucho menos las palabras amorosas durante (o fuera...) del acto. Créanle. Él lo sabía.

-No tengo un condón- mencionó el rubio.

-Creo que debo sentirme más tranquilo al saber que no los traes a la oficina- bromeó el menor -No importa, tengo pastillas en la casa, sólo házmelo ya- dijo el otro, casi en modo de súplica.

Bueno, Erwin no discutiría con eso. De hecho, la simple idea de que Rivaille no tomara la pastilla y terminara embarazado de nuevo le gustaba... Aunque sabía que a Rivaille no le haría mucha gracia eso...

Lo penetró de una estocada, sacándole un gemido a Rivaille. El pelinegro llevó la cabeza hacia atrás, sosteniéndose con una mano del hombro de Erwin y con la otra de la mesa, mientras el rubio le embestía.

-Ahh… Ahí… Ngh, si, Erwin…-gemía, con lágrimas en los ojos del dolor y placer aglomerados dentro de él, aferrándose al cuerpo de su amante. Gimiendo cada vez más fuerte a medida que las embestidas aceleraban.

Lo sintió golpear contra su zona más sensible y se corrió de inmediato, aprisionando el miembro de Erwin en su interior por las convulsiones y forzando al otro a depositar su semilla dentro.

-…Ahh… ah…- suspiró Rivaille, agotado por el clímax. Cuando Erwin salió de él, se dejó caer sobre el escritorio, intentando recuperar el aire. Erwin sonrió satisfecho, vistiéndose de nuevo. El pelinegro por su parte hizo un esfuerzo para sentarse en el escritorio y pujar sus entrañas para sacar todo el líquido que había quedado en su interior. Sacó un pañuelo de su pantalón y se limpió mientras veía como Erwin se abrochaba el cinturón.

Maldición, se había dejado llevar y ahora tendría que llegar a casa y tomarse esas pastillas que a veces le mareaban…

-Por cierto, ¿dónde está Armin?

…Oh, mierda…

Era Viernes, la hora del desayuno llegó a la escuela. Los niños se concentraban en las comidas que sus madres les habían preparado. Jean miraba con disgusto su lonchera. Su madre le había puesto banderillas, pero como guarnición había agregado un montón de vegetales. La mujer le había advertido sobre comer todo lo que había puesto.

Jean suspiró, Marco no había ido a la escuela por ir a un viaje familiar, y ahora se había quedado sin alguien a quien darle las verduras. Sin muchos ánimos, tomó asiento a un lado de Armin. El rubio lo miró con expectación, después de todo, Jean siempre le ofrecía su comida, antes de ser rechazado e irse con su amigo de pecas. Sin embargo, esta vez Jean se limitó a sentarse y comenzar a comer.

Armin, de alguna manera, agradecido por la falta de insistencia del castaño, siguió comiendo lo que el señor Rivaille le había mandado. Jean por su parte, comenzó a sacar la verdura del trastecito y a colocarla en la tapa del mismo, la cual descansaba a su lado. Ya con los vegetales bien lejos de su comida, comenzó a comer sus banderillas.

Sin embargo, cuando estaba a punto de darle una segunda mordida a su comida, un pequeño sonidito llamó su atención, y volteó la mirada a su lado. Casi se le cae la banderilla de la mano cuando vio como Armin estiraba la manita para tomar de una en una las verduras dejadas de lado en la tapa del trastecito y se las llevaba a la boca.

- Ah umm… Lo siento, ¿lo ibas a comer? - Preguntó Armin nervioso, al notar la mirada del castaño fija en él, con una zanahoria a medio camino de su boca.

- Yo… Tú… ¡Estás comiendo de mi comida! ¡¿Por qué?! - Jean dejó de lado la banderilla y tomó al niño de los hombros, comenzando a zarandearlo un poco - ¡Te he ofrecido de todo! ¡Todo! ¡Y cuando me doy por vencido, vas y te comes mi verdura!

Bertholdt y Mikasa miraban la escena bastante entretenidos, mientras seguían con sus comidas. Annie sólo ignoraba a esos dos mientras se concentraba en tomar de su jugo de manzana.

- ¡Yo no como carne! - Gritó Armin por primera vez en su vida, perdiendo la paciencia y tomando de los hombros de Jean y, al igual que el castaño, zarandeándolo - ¡Te intenté decir, pero siempre corrías antes!

Jean se quedó en blanco. No comía carne. Pensó que, torpemente, todo lo que le había ofrecido hasta el momento eran cualquier tipo de carnes.

-Oh…

Jean soltó a Armin al igual que el rubio hizo, y se quedó mirando como tonto a los vegetales que Armin había estado comiendo.

Ahora se sentía tonto.

- Ten - Jean regresó su vista a Armin, viendo como este sostenía un sartencito con lo que le pareció pastel de chocolate dentro. - El señor Rivaille me lo dio en la mañana, creo que se siente mal por haberme dejado en el carro casi una hora. Podemos compartir.

Jean no estuvo seguro de porqué, pero la sonrisa que le dio Armin fue suficiente para hacerlo sonreír todo el día.

Esa tarde, cuando Jean le pidió a su mamá que le pusiera verduras y frutas para llevar diario a la escuela, la mujer se sintió tremendamente orgullosa de su pequeño hijo... Si tan sólo supiera.

Armin esperaba a que el señor Rivaille llegara por él, y no parecía ser el único. Petra se miraba nerviosa en una ventana tratando de acomodar su cabello. Le pareció un poco extraño que el pelinegro no llegara aún, ya que después del incidente del primer día de clases, siempre había llegado temprano por el niño.

- Buenas tardes - Petra volteó su mirada a la puerta, encontrándose, para su decepción, con un alto hombre rubio y de ojos azules. - Vengo a buscar a Armin.

- Lo siento, pero su padre no dijo nada sobre alguien más recogiendo al niño - Se apresuró a decir la castaña. No se suponía que las maestras dejaran ir a los niños con cualquier extraño que cruzara por la puerta.

- ¿Su padre?... Oh, se refiere a mi esposo - Dijo Erwin con una sonrisa radiante en el rostro.

- ¿Su... esposo? - Petra lo miraba confundida.

- Si, Rivaille, cabello negro, bajito. - Petra se sonrojó enormemente.

- Pensé que Armin no vivía con su madre.

- La madre de Armin murió, yo me hago cargo de él. Soy su tío, y el pelinegro que lo viene a dejar y a recoger es mi esposo.

Petra no estaba segura de qué decir, pero algo le decía que su cara hablaba por ella. Nerviosamente, bajó el rostro y acomodó un mechón de su cabello detrás de su oreja.

- Yo... ¡lo siento tanto! - Sin decir nada más, dejó que Armin se fuera con su tío.

Y esa es la historia de cómo la joven maestra sufrió su primera ruptura de corazón. Al llegar a casa comería litros y litros de helado mientras veía películas románticas.

Ya en el carro, Erwin no pudo evitar soltar una sonora carcajada ante la mirada interrogante de Armin.

- ¿Qué pasa, tío Erwin?

- Lo siento Armin, es sólo que - Erwin trató de regular su respiración y se limpió una pequeña lagrimita del ojo - A veces olvido que Rivaille siempre ha sido todo un rompe corazones.

Era Sábado por la mañana cuando a Rivaille se le había ocurrido hacer limpieza intensiva en la casa. Decidió meter todo aquello que no necesitaran más en cajas y meterlo en un armario que había en el cuarto de huéspedes. Afortunadamente para Erwin, ese día trabajaba hasta tarde, por lo que todo el trabajo había caído en hombros de Rivaille (no que le molestara) y Armin.

El niño apenas y había tenido tiempo de desayunar antes de que Rivaille lo atascara de deberes (por supuesto, lo suficientemente aptos para el niño). Ahora, Armin se encontraba parado sobre una silla, con un paño cubriendo su boca y otro sobre su cabeza, tratando de limpiar la parte de arriba de su armario.

- Cuando termines con eso lleva esta caja al armario - Dijo Rivaille, dejando una caja en el suelo. La caja contenía sábanas y cortinas que no se usarían más, lo suficientemente liviana para Armin.

- ¡Si, señor!

Así fue como, después de terminar de limpiar, Armin bajó con cuidado de la silla y tomó la caja para llevarla al armario. El armario era lo suficientemente grande para que Armin entrara en él, había un montón de cajas más, muchas de ellas parecían tener ya un tiempo ahí. El rubio dejó la caja en el piso y se dispuso a salir del armario, cuando una caja medio abierta llamó su atención.

Se acercó y observo que la cinta que mantenía cerrada la caja se desprendió, probablemente por el tiempo y el polvo. Con curiosidad, la abrió completamente para ver su contenido. La caja no parecía tener más que ropa y algunas sábanas, todo eso demasiado pequeño incluso para un niño. ¿Un bebé, tal vez? Pensó mientras seguía revisando la caja.

Debajo de unas cuantas prendas más, Armin tomó lo que le pareció ser una orejita de conejo. Y no se equivocó, un conejo de peluche azul estaba enterrado entre la ropa y las frazadas. Armin lo miró y sonrió, ese conejo le gustaba, era realmente lindo y suave. Se preguntó porque ese conejo estaba ahí metido. Parecía nuevo, no estaba descosido ni manchado.

- Mocoso ¿Cuánto tiempo te puede tomar meter la caja en el armario? - Armin se sobresaltó al escuchar la voz del señor Rivaille detrás de él.

Rivaille había estado esperando por el mocoso para mandarlo a limpiar otro armario, al ver que no regresaba fue a buscarlo. Era demasiado lento para una simple tarea. Sin embargo, al entrar al armario se quedó congelado.

A un lado de Armin se encontraba una caja abierta, la cual contenía un montón de ropa de bebé que identificó enseguida. Sus ojos se abrieron grandes y su garganta se secó.

"No puede ser…"

Su mirada enseguida se dirigió al pequeño rubio, quien hasta ahora caía en cuenta que sostenía un pequeño peluche azul. Enseguida un montón de recuerdos golpearon su mente. Uno tras otro, recuerdos que se suponía debían ser felices lo embargaron por completo.

— Señor Rivaille ¿de quién es este peluche? — Armin preguntó con curiosa inocencia — ¿Puedo tenerlo?

La mirada de Rivaille pasó de ser de completo shock a ira. Armin enseguida notó el cambio y un poco asustado apretó el conejo contra él.

— Suéltalo…— Apenas y murmuró el pelinegro. El niño lo miró confundido, sin saber qué hacer. Sin embargo, sin pensárselo, Rivaille se acercó a Armin y sin medir su fuerza lo tomó de la muñeca que sostenía al conejo y con su mano libre se lo arrebató de un jalón. — ¡No quiero que lo vuelvas a tocar NUNCA! ¡¿Me entendiste?!

Armin estaba estático. Nunca había visto al señor Rivaille así de enojado, su mirada parecía la de alguien listo para atacar. Sostenía protectoramente el conejo contra su pecho, como si fuera la cosa más valiosa para él en todo el mundo. El pelinegro aumentó la presión en la muñeca de Armin, ocasionando que el niño comenzara a temblar y sus ojos comenzaran a llenarse de lágrimas. Estaba aterrado.

— ¡Si vuelves a tocar alguna de esas malditas cajas, yo mismo me aseguraré que te largues de esta casa! — Los gritos de Rivaille subían de tono a cada palabra, parecía como si lo único que quisiera hacer fuera herir al rubio — ¡Te mandaré a un maldito orfanato, justo donde deberías de estar en este momento!

Sin ningún tipo de contemplación, y aún con el conejo contra su pecho, Rivaille soltó bruscamente a Armin provocando que el niño cayera al suelo, con el rostro inundado de lágrimas. El pelinegro sólo dio la vuelta y subió a su habitación.

No sabía cuánto tiempo había pasado, sólo estaba ahí acostado, con el conejo contra su pecho. Nunca le había cuestionado a Erwin qué había hecho con las cosas del bebé, tampoco tenía ganas de hacerlo. Suponía que algunas cosas quedaron en ese armario, pero jamás se esperó verlas.

Y justamente, de todas las malditas cosas que el niño pudo haber sacado, tenía que ser ese maldito conejo. Rivaille seguía con la mirada perdida en el techo, sintiendo el suave tacto del peluche. Las horas siguieron pasando, probablemente la hora de la comida había llegado, pero no le importó en lo más mínimo que probablemente el niño tuviera hambre, tampoco le importaba que no había terminado de hacer el aseo de la casa, no le importaba que Erwin llegara y encontrara la cena sin preparar y probablemente a Armin llorando. No le importaba nada.

Cerró los ojos y respiró profundo. Necesitaba relajarse, necesitaba pensar. No supo en que momento fue que perdió la conciencia y cayó dormido.

El centro comercial estaba repletó, la gente caminaba de un lado a otro con bolsas de compras en las manos. Rivaille miraba molesto el mar de personas que pasaban enfrente de él y su esposo. Agradecía a los cielos que, al contrario de muchos, su temperatura corporal tendió a bajar en lugar de subir con el embarazo, por que llevar botas, abrigo, bufanda y guantes en una tienda repleta del calor corporal de un montón de personas, aunque fuera noviembre, era una locura.

¿De verdad no tienes calor? — le preguntó nuevamente su esposo, con su abrigo en el brazo y abanicándose con una mano.

Estoy bien — Rivaille comenzó a caminar. Quería salir de ese lugar lo antes posible. Tenía una mano en su vientre de siete meses, como una forma de protegerlo del montón de personas que pasaba a su lado descuidadamente. — ¿A dónde querías ir? — Preguntó impaciente. El bebé había comenzado a moverse de un momento a otro, tal vez igual de molesto que su padre por estar rodeado de un montón de extraños.

Oh vamos, cariño. Basta con esa actitud — Erwin rodeó por detrás la cintura de su esposo y le dio unos cuantos besos en el cuello. Fue lo más que se pudo permitir antes de que el pelinegro lo apartara, odiaba tantas demostraciones de afecto en público. — Estamos aquí para comprar cosas para nuestro pequeño, deberías estar más entusiasmado.

Rivaille rodó los ojos, pero no pudo evitar que una sonrisa cruzara su rostro. Tal vez su esposo tenía razón, necesitaba entusiasmarse más. Como si fuera alguna clase de señal, el bebé le dio una pequeña patadita, la cual Erwin sintió claramente al tener sus manos en el vientre de su esposo.

¿Lo ves? Nuestro pequeño también está emocionado.

Después de eso, Erwin lo llevó de tienda en tienda donde vendieran artículos de bebé. En cada una de ellas, el rubio se entusiasmaba con cada pequeño artefacto que encontraba, y en las tiendas de ropa casi corría de un lado a otro viendo los pequeños trajecitos de niño y los vestiditos de niña.

Ya que quieres esperar a que nazca para saber lo que será, deberías al menos concentrarte en la ropa de colores neutros, idiota.

Tienes razón, amor — Contestó Erwin con una sonrisa en el rostro, mientras acomodaba de nuevo en su lugar un vestidito rosado que había tomado.

Claro, que si quieres saberlo te lo puedo decir… —

¡Basta! Aun no puedo creer que le hayas preguntado a la doctora el sexo de nuestro hijo. Se suponía que esperaríamos — El rubio miró con falsa molestia a su esposo, que sólo sonreía con altivez.

Tú dijiste que esperarías. A mí no me gustan las sorpresas.

Después de comprar más ropa neutra para el bebé, ambos hombres no pararon hasta que ya tenían la cuna blanca con detalles amarillos y un hermoso roperito de madera pintada de un ligero plateado con bordes dorados.

¡Bien, ahora solo queda comprar pintura para el cuarto! — Rivaille sólo había visto así de entusiasmado a su esposo cuando una misión complicada tenía éxito.

Lo que sea por ir a la casa ya, no sé tú, pero yo debo soportar el peso de un bebé y no es precisamente cómodo como lo hacen ver en los jodidos anuncios de embarazados.

Claro, lo siento, te prometo que te daré un masaje en los pies cuando lleguemos… ¡Oh dios! — Erwin se detuvo en seco y tomó a Rivaille de los hombros — ¡Hemos olvidado los peluches!

—… ¿Qué?

Peluches cariño, peluches — Como si nada, Erwin tomó del brazo de Rivaille y caminó hasta entrar a la primera tienda de artículos para bebés que vio — Hanji dijo que era importante mantener acompañado al bebé en todo momento, y que un peluche servía para darle esa sensación cuando los padres no estaban.

¿No habíamos acordado no hacerle caso a Hanji nunca más desde que dio código rojo sólo porque alguien se robó unas cuantas rosquillas de la estación de café en la oficina?

Mira, ¿este no te parece lindo? — Peguntó Erwin, ignorando completamente lo dicho por su esposo. Rivaille alzó una ceja, la cosa que el rubio le mostraba era alguna clase de deforme elefante rosa.

Si, está perfecto, si lo que quieres es causarle pesadillas al bebé.

Ok, mal comienzo. — Erwin comenzó a buscar en una pila de animales de peluche, todos de diferentes colores y tamaños. — ¿Y éste? Lo hará sentir que estas a su lado siempre.

Debía ser broma. ¿Era eso…un jodido ravioli con cara?

Baja eso en este instante y tal vez considere dejarte dormir en el sillón en vez de la bañera.

Después de eso, la búsqueda por el peluche perfecto fue un fiasco. A todos los peluches que Erwin encontraba, Rivaille les tenía un pero. Después de dos horas más, y varias tiendas, el rubio se dio por vencido.

Espera, para en el supermercado, se acabó el cloro — Dijo Rivaille, ya de camino a casa en el auto.

Ambos bajaron al supermercado, Erwin sabía que de alguna manera Rivaille terminaría comprando más que sólo cloro, como siempre pasaba cuando entraba al pasillo de limpieza, por lo que tomó un carrito y siguió a su esposo por los pasillos del lugar.

Como pensó, pasaron otra media hora únicamente en el pasillo de limpieza del hogar. Rivaille no se decidía si comprar el cloro con extracto de limón o el neutro. No le gustaba el olor artificial de los desinfectantes con alguna fruta, pero últimamente el aroma del cloro neutro le causaba náuseas. Sin lograr decidirse, metió ambos al carrito, junto con una escoba nueva, unos guantes nuevos, jabón para ropa y varios quitamanchas.

¿Es todo amor? — Preguntó Erwin con sarcasmo, recibiendo una mirada de advertencia de parte del pelinegro.

Si, es todo, cariño — Respondió con el mismo tono al rubio.

Caminaron hacia las cajas, Erwin hablándole sobre la próxima misión que tendría con Mike y Hanji en un mes y en lo complicada que sería. Sin embargo, a unos metros de las cajas se percató de que había perdido al pelinegro. Regresando sobre sus pasos, demasiado acostumbrado a que su esposo se quedara mirando alguna oferta en productos de limpieza, comenzó a buscar a Rivaille.

No tardó en encontrarlo con la mirada perdida en uno de los estantes más altos (que obviamente no alcanzaba, pero Erwin era demasiado listo como para hacer algún comentario sobre eso si es que quería seguir casado) del pasillo donde se encontraban los suavizantes de telas.

¿Rivaille?

Encontré el peluche perfecto — Dijo sin más, aún sin apartar la mirada del estante.

Debes estar bromeando — Ahora fue el turno de Erwin de alzar una ceja y mirar escéptico el conejo de peluche azul que estaba atado a un galón de suavizante para ropa de bebé, como parte de una promoción.

Lo quiero — Rivaille entrecerró los ojos y jaló de la camisa de Erwin hacia él — Bájalo.

Sin cuestionar lo dicho por el pelinegro, el rubio se estiró un poco y tomó con facilidad el galón de suavizante con todo y el peluche. Tal vez en el trabajo Rivaille hacía todo lo que le pedía sin rechistar, pero hacía tiempo que había quedado bien en claro quién era el que mandaba en casa.

Nada más tener el suavizante en manos, Rivaille apartó el peluche que estaba atado con una cinta. El conejo era suave al tacto, además de que olía bien.

Viéndolo bien, tal vez si le guste al bebé. — Comentó Erwin con un deje de cariño.

Después de pagar se dirigieron al departamento, donde fue Erwin quien se encargó de acomodar todo lo comprado en el cuarto que apenas estaba siendo preparado para el bebé.

Mientras tanto, con los pies cansados, Rivaille se sentó en la mecedora que Erwin había comprado para él apenas su vientre comenzó a crecer.

Te he comprado un peluche — Comenzó a hablar con su mano en su vientre — Bueno, técnicamente fue gratis, pero tu entiendes.

Permaneció en silencio unos momentos, con una sonrisa en el rostro.

No puedo esperar a que lo veas, espero que te guste…

Erwin llegó a la casa un poco más tarde que de costumbre. Eran cerca de las 8 y media de la noche y las calles ya eran iluminadas por las luces artificiales del alumbrado público. Cuando el rubio entró a la casa, se esperó oler el fuerte aroma de los desinfectantes, aromatizantes para piso, lustradores de madera y demás artículos de limpieza. Sin embargo, para su sorpresa, las luces estaban totalmente apagadas, la sala tenía varias cajas vacías, los pisos no parecían ni la mitad de limpios de lo que quedaban cuando su esposo se ponía en serio a hacer la limpieza.

Preocupado, se dirigió a la cocina. Tal vez simplemente no le había alcanzado el día para terminar todos los deberes de la casa. Frunció el ceño cuando, al entrar a la cocina, en lugar de encontrar a su esposo con el delantal blanco que siempre usaba al cocinar y la comida hecha, encontró nuevamente las luces apagadas y los platos del desayuno aún sucios en el lavatrastos.

El rubio se pasó una mano por el rostro tratando de pensar con claridad. Rivaille no le había llamado para decirle que saldría, no era propio de él dejar de lado cosas como la limpieza de la casa y al parecer tampoco había rastros de Armin.

Fue entonces que escuchó un pequeño llanto desde el comedor. Enseguida, por instinto y costumbre, se llevó la mano al cinturón, donde portaba su arma. Repasó mentalmente su entrada momentos antes. La puerta no estaba forzada, y dejando de lado las cajas y las escobas, todo estaba en su lugar. ¿Qué tan posible era que alguien hubiera irrumpido en la casa y lastimado a su esposo y su sobrino?

Aún con la mano en el arma se fue acercando al comedor, debía ser cuidadoso. Una y mil escenas pasaron por su mente, todas ellas con algún trágico final. Aún así, al ver a su pequeño sobrino sentado en una de las sillas, al parecer ileso, le tranquilizó enormemente. Rápidamente quito la mano del arma y se dirigió al niño.

— Oh Dios, Armin, ¿estás bien? — El niño levantó la mirada confundida a su tío. Erwin notó entonces el pan de molde que estaba sobre la mesa, junto con una cuchara embarrada de mayonesa, la mayonesa y varias rebanadas de queso amarillo. También notó los ojos hinchados y rojos del pequeño rubio — ¿Qué te pasó? ¿Dónde está Rivaille?

Armin sólo bajó la mirada ante la mención del mayor. Lo único que dijo el niño fue "arriba" y al parecer eso bastó para desatar su llanto nuevamente.

— Po-por favor, no quiero ir a un orfanato — Las suplicas del niño confundieron al mayor ¿De qué hablaba? Él jamás enviaría a su sobrino a un orfanato y nunca dejaría que eso pasara.

Pasó un rato antes de lograr tranquilizar al niño, jurándole que nunca lo alejaría de él y que pasara lo que pasara, siempre podría permanecer en la casa. Sin embargo, Armin no le dijo lo que había ocurrido. Parecía que siempre que lo mencionaba, el niño rompía en llanto de nuevo.

Después de que Armin le dijo que lo único que había comido era un sándwich de queso, Erwin decidió pedir una pizza, en vista de que la cena no estaba preparada.

— Espera aquí — le pidió al menor — iré a hablar con Rivaille.

El niño sólo asintió mientras veía a su tío desaparecer escaleras arriba.

Como ya se lo esperaba, Erwin encontró la habitación en penumbras. Sin pensarlo dos veces, encendió la luz del cuarto, encontrándose con Rivaille profundamente dormido, recostado sobre su costado y sosteniendo contra su pecho un peluche azul. Los ojos de Erwin se llenaron de comprensión. Una idea de lo que había pasado cruzó por su mente. Suspirando se acercó a su esposo, moviéndolo lentamente del hombro.

— Rivaille, despierta — El pelinegro abrió lentamente los ojos, un poco encandilado por la luz.

— ¿Qué horas son? — Preguntó mientras se restregaba un ojo con el dorso de la mano, tratando de enfocar la vista en el rubio.

— Casi las nueve de la noche — Ante las palabras, Rivaille se enderezó completamente, aún sin soltar el conejo.

— Agh… el mocoso no ha comido.

— Se las ingenió para hacerse un sándwich y he pedido pizza para la cena — El menor solo asintió, mientras terminaba de pararse y colocaba con delicadeza el conejo en la cama.

— Vamos a comer.

La cena pasó sin más contratiempos, sin embargo el ambiente en el comedor era tenso. Armin se había sentado a un lado de Erwin, con la silla lo más cerca de lo que pudiera del mayor, evadía la mirada de Rivaille y se tensó cuando el pelinegro se inclinó sobre él en la mesa cuando iba a recoger su plato.

— Iré a ayudar a Armin para que vaya a la cama — Rivaille sólo asintió ante las palabras de su esposo.

El pelinegro se quedó solo con los trastes sucios en la cocina. Dormir toda la tarde le había ayudado, ahora había tomado una decisión, una de la que no podría dar marcha atrás.

Armin se encontraba sentado en la cama con la lámpara que se encontraba a un lado de su cama encendida. Tenía su libro abierto y pasaba los dedos por las páginas con delicadeza, tratando de descifrar que decía cada palabra. Vagamente recordaba a su madre leyéndole el libro todas las noches y aunque siempre intentaba recordar qué era lo que decía, apenas y podía recordar vagas palabras y partes de las historias que el libro contenía.

Sin embargo, lo que siempre recordaba y tenía grabado en su corazón, eran las palabras escritas con una perfecta caligrafía en cursiva en la primera página de libro.

Con todo mi amor, para mi pequeño niño.

Mamá.

Una lágrima escapó de los ojos de Armin. Extrañaba a su mamá y a su papá. La cariñosa mujer que siempre le leía historias y le hablaba de la hermosura del mar y como algún día irían todos juntos a verlo y el dedicado hombre que siempre jugaba con él y lo cargaba en sus brazos cuando llegaba a casa, sin importar lo cansado que estuviera.

Cuando la puerta se abrió, Armin rápidamente secó sus lágrimas. No quería que su tío se preocupara más por él, que se cansara de tener a un niño molesto a su lado y lo mandara lejos. Para su sorpresa, no era su tío quien se encontraba parado en la entrada del cuarto.

— ¿Aún no te duermes? — Preguntó el señor Rivaille con expresión seria en el rostro.

— ¡Me-me dormiré enseguida! — En su apuro por acomodarse en su cama para dormir, Armin dejó caer el libro al suelo. Iba a pararse a recogerlo, pero Rivaille lo tomó antes que él.

El pelinegro examinó la portada. Era un libro grueso y ya viejo, con forro color turquesa y letras doradas que rezaban "Cien historias increíbles del mundo". Rivaille alzó una ceja, ese era un libro extraño para que tuviera un niño. En una rápida pasada a las hojas pudo apreciar varias imágenes sobre diversos lugares del mundo, sin embargo estas imágenes no eran fotos, si no dibujos. El mayor cerró el libro, pero reparó en la dedicatoria en la primera página antes de regresárselo al niño.

— ¿Un regalo de Rose? — Armin sólo asintió — ¿Sabes leer? — El niño se tomó un momento antes de, tímidamente, negar con la cabeza. Rivaille miró el reloj. Ya era tarde, sin embargo el día siguiente sería Domingo, ninguno tendría que despertar temprano. — ¿Quieres que te lea un poco antes de dormir?

Armin miró sorprendido al mayor. El señor Rivaille aún tenía esa expresión seria en el rostro, pero sus ojos ya no daban el miedo que daban en la tarde, cuando lo había tomado de la muñeca para quitarle el peluche.

— Si — Dijo quedamente el niño.

Rivaille sólo asintió y suavizó sus expresiones antes de indicarle a Armin que se moviera un poco para tomar lugar al lado de él en la cama. Así, sin agregar nada más, el pelinegro comenzó a leer el libro que hablaba sobre las maravillas que se encontraban fuera, en lugares distantes e inexplorados del mundo. Armin escuchaba atento a Rivaille mientras que Rivaille le contaba sobre cada uno de esos lugares maravillosos.

La voz de Rivaille era pacífica y fluida, las palabras se deslizaban por sus labios y llegaban a Armin y lo relajaban. De vez en cuando, el pelinegro se tomaba pausas para mostrarle los hermosos dibujos de los lugares que se describían y para explicarle algunas palabras complicadas al niño. Las horas pasaron y pronto dieron las doce y media.

— Mi mamá me regaló el libro cuando cumplí cuatro años — Comentó el niño, recostado junto a Rivaille y soltando un bostezo. Ambos estaban apoyando la cabeza en la almohada, aún con el libro abierto ante ellos — Me sentí muy feliz cuando me lo dio. Fue el mejor regalo del mundo.

Rivaille cerró los ojos antes de hablar. Las palabras dolieron, pero era lo que debía hacer.

— El peluche lo compré para mi bebé — Armin miró con sus azules y curiosos ojos a Rivaille. Recordaba que su tío había mencionado alguna vez que, al igual que él perdió a sus padres, ellos habían perdido a su hijo. — Supongo que se cómo se sintió Rose cuando consiguió ese libro para ti. Tan entusiasmada porque vieras lo que había comprado para ti, solo para ti. Con ansias de saber si te gustaría, si lo disfrutarías. Y lo mejor debió ser verte sonreír cuando te lo dio.

El pelinegro hizo una pausa, su vista perdida en el libro aún abierto frente él.

— Me hubiera gustado dárselo al bebé. Me hubiera gustado sentir lo que Rose sintió. Por eso me molesté cuando te vi con el peluche. No se suponía que nadie más lo tuviera más que él. No quería lastimarte ni gritarte, solo…perdí el control. — Armin seguía en silencio, pensando en las palabras del señor Rivaille. El mayor se paró de la cama y se dirigió a la entrada del cuarto, se agachó y tomó algo del suelo, algo que, sin que Armin notara, había dejado ahí. — No me di cuenta de que, tal vez, aún podía sentir eso contigo.

Para sorpresa de Armin, Rivaille le tendió el peluche azul. Algo temeroso Armin lo tomó. Sus ojos azules se dirigieron a los oscuros del pelinegro, como buscando su aprobación.

— Puedes tenerlo.

Una sonrisa atravesó el rostro de Armin al tiempo que apretaba el conejo azul contra su pecho. Algo dentro de Rivaille se removió, dejando una sensación cálida ante la sonrisa del niño.

— Es hora de dormir — Rivaille se acercó al niño y quitó el libro de la cama, acomodándolo en la mesita de noche. Con cuidado, lo arropó y apagó la luz de la lámpara.

— Buenas noches señor Rivaille. — Rivaille se detuvo en medio del camino hacia la puerta y miró al niño.

— Puedes decirme "papá" — le dijo el pelinegro, con una sonrisa, era la primera vez que el rubio le veía sonreír y de pronto todo su ser se sintió en paz, como si regresara a sus días con sus verdaderos padres.

— O-ok… p-papá— Dijo Armin algo nervioso.

—Buenas noches, Armin.

Esa era también la primera vez que Rivaille le había llamado por su nombre al niño.

El pequeño rubio sonrió ampliamente antes de cerrar los ojos y caer completamente dormido.

De algo estuvo seguro Rivaille esa noche. Y era que las cosas cambiarían completamente para todos en la casa.

Erwin, parado a un lado de la puerta del cuarto del niño, no pudo evitar soltar una pequeña risa ante lo adorable de la escena.