CAPÍTULO XXX: AMANECER

Naruto estaba dormido cuando Sakura abrió los ojos.

Al principio no sabía dónde estaba. Se asustó. Sólo había un gran techo blanco. Estaba tumbada. Al escuchar los ronquidos de Naruto, Sakura se dio la vuelta y sintió un pinchazo cuando vía intravenosa que le inyectaba el suero se soltó. El Hokage dormía, o mejor dicho, maldormía, en una silla. Estaba en un hospital. Se miró así misma. Vio el mono blanco de paciente. Estaban allí por ella.

Como si fuera el flash de una máquina de fotos, lo recordó todo. Absolutamente todo y sintió que quería llorar. Había pasado de vivir el momento más feliz de su vida, por fin, al unirse en matrimonio con el hombre al que amaba a estar en ese hospital. Pero el autor de ese cambio no era otro que el Señor de los Siete Rostros. Recordaba la fuerza con la que su genjutsu la había levantado del suelo y cómo se había asfixiado así misma… luego sus recuerdos sólo eran un sueño, un onírico mundo consumido por las llamas verdes.

Sakura había creído caminar por ese mundo oscuro y creado por la retorcida mente de Nanaitsumi durante mil años. Había viajado por áridos desiertos, había encontrado mares negros, escalados escarpadas montañas mientras las llamas lo devoraban todo y le hacían llorar. Se había sentido realmente mal. El crujido del fuego al chisporretear le indicaba a dónde tenía hasta que encontró a un fantasma que le pareció que era la Geisha, o su cadáver. Allí le habían dado una oscura profecía. Sabía que todo era un genjutsu, pero…

- ¡Naruto! – Le llamó asustada - ¡Naruto! – Cuando intentó levantarse no pudo. Le dolía toda la espalda. Pudo sentir cómo su cabeza también se resentía.

Éste despertó al instante. Se levantó de un salto y se puso de rodillas apoyando los brazos en la cama. Luego le acarició la mano. Nunca había visto que tuviera el sueño tan ligero.

- ¿Cómo te encuentras, Sakura-chan? – le preguntó.

- Creo, creo que bien… ¿Naruto, qué sucedió?

Sakura había recorrido todo aquel mundo sola y buscando al sol de su vida, Naruto Uzumaki, pero había encontrado allí la más oscura verdad que le podrían decir a una mujer. Con su voz venida de ultratumba…

- Nanaitsumi te sometió a un genjutsu y durante la pelea no pude protegerte. Has sufrido algunos traumatismos, creo que dijeron los médicos – su expresión era muy seria, demasiado para ser de Naruto.

Los ojos de aquel fantasma sólo eran dos cuencas oculares vácias de las que salían millares de gusanos. Su voz era gélida y cortante. Era un susurro metálico. Sakura seguía recordando más el sueño del que había sido víctima que atendiendo a Naruto mientras que éste le explicaba qué había ocurrido. Ahora sólo le importaban dos cosas y ninguna de ésas era saber el desarrollo de la pelea.

- Naruto, ¿por qué estoy aquí? – Le preguntó.

Él miró hacia otro lado.

Sakura se temió lo peor. El fantasma de la Geisha empezó a decirle:

- Estás tan muerta por dentro como yo. Este mundo es oscuro como tu vientre está vacío. Eres la última de una línea y morirás siendo la última. No hay más que muerte en tu interior y ninguna semilla florecerá en tu interior. Sólo cuando el oeste y el este, el norte y el sur, el fuego, el viento, el rayo, la tierra y el agua se encuentren, sólo así, volverá tu vientre a dar vida. Hasta entonces estarás muerta, MUERTA, MUERTA – y empezó a vomitar gusanos y otros insectos que se alimentaban de cadáveres. Su vientre se abrió y pudo ver cómo un cadáver comenzaba a vomitar gusanos también – Estás muerta Izuno, estás muerta.

Las llamas verdes empezarona a consumirla…

- No creo que ahora te sea conveniente saberlo – le dijo interrumpiéndola de su recuerdo. "Es como si lo estuviera viviendo" – pensaba todavía.

- ¿He perdido al bebé verdad? – dedujo ella, tal y como temía. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas. En su mente resonaban las palabras de la vidente muerta.

Naruto suspiró y le agarró la mano con fuerza. Sólo con ver su mirada, ella supo que era verdad. Que había perdido a su hijo, al hijo que apenas habían creado hacía un mes, del cual sabían de su existencia desde el mismo día en que lo habían concebido.

- ¿Cómo fue? – Quiso saber algo enfadada - ¿Fue él?

- No te interesa ahora saber eso. Estás débil. Sangraste mucho. Casi te pierden. Tuviste que recibir una trasfusión de sangre. Kakashi-sensei se asustó mucho. Te tenía en sus brazos cuando empezó a verte a sangrar. Te trajo al hospital mientras que la ciudad era atacada por Shuha. Nos ha costado mucho liberarte de ese genjutsu

Todo encajaba y entonces…

- Naruto, si me quieres, dímelo.

- Te quiero, Sakura-chan – le dijo él.

- ¡No! ¡Dime quién ha asesinado a mi hijo! ¡¿Fue él?! ¡¿Fue Nanaitsumi?!

El chico se sentó en la cama. No le miró a la cara.

- Está muerto. Yo le he matado. Me tomé la molestia de comprobarlo y no quedó nada.

Sakura estaba tan enfadada que no pudo ver cómo los ojos de Naruto empezaban a brillar, advirtiendo de que querían llorar. El dolor de una mujer al verse privada de uno de los mayores regalos de la naturaleza era insuperable. Si eso se debía algo tan trágico como un ataque el día de su boda, era muchísimo peor. Además su corazón empezó a teñirse de un negro sentimiento que le pedía discutir con Naruto. Racionalmente sabía que no tenía la culpa, pero estaba tan desgarrada por dentro que necesitaba gritarle. Así lo hizo.

- ¡Todo esto es por tu culpa! ¡Si no hubieras tirado de los hilos ahora estaríamos celebrando nuestra luna de miel! Pero debías investigar. Tiene siempre que salvar el mundo y no has podido salvar a tu familia – Sakura no comprendía el daño que le estaba haciendo mientras decía esas palabras – Siempre pensando antes en los demás que en ti mismo. ¡Naruto, todo esto es por tu culpa! – Él no respondía sólo miraba al suelo culpado – Si no hubieras accedido a casarte como quería el Señor Feudal, todo hubiera sido más tranquilo. No nos hubiera atacado. ¡Siempre tan servicial con todos! – Se iba quedando sin argumentos y la rabia iba dando paso a la angustia y a la tristeza. Empezaba a calmarse.

De repente, Sakura dejó de gritarle y se abrazó a él y empezó a llorar. Naruto la rodeó con sus brazos y empezó a acariciar su larga melena del color del cerezo mientras le decía que estaban juntos y que lo único que importaba era en aquel momento que se recuperaran. Sin embargo, ella no percibía cómo Naruto estaba haciendo todos sus esfuerzos por no llorar, por ser fuerte. En un mes habían pasado de vivir en una nube, casi tocando el sol, a bajar a los infiernos de oscuridad y verde fuego.

- Sakura-chan, somos jóvenes. Nos queremos. Sé que esto nos llevará tiempo asumirlo y me gustaría poder consolarte, dattebayo, pero, todo se verá mejor cuando amanezca de nuevo. Confía en mí.

Pero ella seguía llorando y cada vez más. Había perdido a un hijo. Era una shinobi y eso debía asumirlo. Quizás no había sido durante una batalla, sino durante su enlace con el padre del bebé que llevaba en su interior. Sin embargo, las palabras del sueño sonaban en su interior: nunca darás vida en tu interior, estás muerta como yo por dentro. Era un genjutsu, pero algo había que le decía que no.

Sakura empezaba a sentirse sucia, realmente sucia. La habían lavado y habían tenido que tratarla para que no se desangrara, pero ahora sentía toda esa sangre ahí. Al cerrar los ojos podía sentir el gélido calor de las llamas verdes, la voz de la ilusión sonaba en su mente. No era real, pero se lo parecía y lo peor es que temía que fuera verdad. Muchas mujeres podían quedar estériles de un aborto mal tratado… ¿Nanaitsumi le había hecho algo?

En una situación así, empezaba a agradecer las palabras de Naruto que hacía que la reconfortaran. Ahora ya no le culpaba. Había explotado y necesitaba decírselo. Le había dado todo igual. Sin embargo ahora se sentía como una vil y rastrera mentirosa. Nunca más… Y si era verdad, nunca más podría tener hijos.

"No pienses ahora en eso" escuchó que le decía una voz. Era una voz áspera y grave.

Abrió los ojos y se sintió rodeada por el chackra de Naruto o el de Naruto en el modo kurama. La abrazó con fuerza. Ese abrazo signficaba: "comprendo ahora cómo te sientes, lo superaremos juntos, como siempre hemos hecho, toma de mi chackra y restablece tus heridas, pero sobre todo limpia tu corazón".

- Sakura-chan, tu alma es preciosa. No dejes que nada la emponzoñe.

- ¿Cómo?

- Simplemente puedo y tú también.

Ella cerró los ojos y entonces dejó de ver el infierno verde al que Nanaitsumi la había sometido. Ahora todo era un mundo de cristal con un gran árbol en el centro. Aquel mundo resplandecía de perfecta, elegante y cristalina luz. Naruto apareció a su lado.

"¿Qué es esto?" pensó.

"Esto es… no sabría explicártelo. Sólo que cuando quiero puedo estar aquí. Me ha llevado tiempo hacerlo por mi mismo. Empleando el chackra de Kurama puedo llegar aquí y no siento más dolor. Quería estar aquí contigo.

"Naruto… yo" se vio impulsada a decirle la verdad que la atemorizaba.

"No me hace falta saber lo que te asusta. Sakura-chan, el destino se puede cambiar y lo vamos a hacer. Cuando te sientas mal, déjame que yo esté aquí contigo para hacer que te sientas bien. Te quiero, dattebayo"

Abrió los ojos asustada y volvió a la fría y radiactivamente luminosa sala del hospital. Por un momento, había vuelto a sentirse bien.

Miró a Naruto.

Decían que había miradas en las que se decía todo. Hacía tiempo que ellos comprendían cuanta verdad decían aquellas palabras. En esa mirada no dijeron nada. Habían perdido el vínculo que antes habían estado formando. Ella sólo podía ver al hijo que nunca conocería y se sentía realmente mal. Sin embargo, el chackra de Naruto y aquel lugar eran el mejor sitio del mundo.

Éste le sonrió triste.

- Incluso en los momentos más oscuros se puede encontrar la felicidad si somos capaces de usar la luz, dattebayo.

La kunoichi le abrazó con más fuerza que nunca, casi tanto que hizo daño a Naruto, éste le devolvió el abrazo y dejó que su chackra fluyera hacia ella. El dolor volvió a su corazón. Le costaría superar lo que le había pasado. Aún en su interior seguía culpando injustamente a Naruto. Empezaba, sólo a entender por un poco, a la otra persona.

Eso era el amor. Habían vivido los momentos más felices de una pareja y en aquella situación tan dramática, Naruto seguía allí. Como siempre. Sakura se prometió que nunca la vería triste, aunque lo estuviera. Lógicamente sabía que en muchas ocasiones incumpliría esa promesa, pero los ojos azules de Naruto, sinceros y llenos de vida le hicieron tomar tal consideración.

Aún le hacía daño sólo el hecho de pensar en lo que no habría en un futuro. Pero sí que sabía una cosa de éste. Naruto estaría allí.

Nada parecía real y todo irreal. Nanaitsumi no distinguía qué era real y qué no. Desconocía dónde estaba y cuanto tiempo había trascurrido. De hecho se cuestionaba si todo lo que ahora estaba viviendo era real o si tan sólo un sueño que se le estaba haciendo letalmente eterno. Con hastío pensaba que al fin y al cabo esos eran los efectos de la droga con la que le estaban manteniendo vivo. Todos los días, cada varias horas, le obligaban a tragar una pequeña dosis de un exótico y dulce líquido que adormecía su mente y sus sentidos impidiéndole saber qué era lo que en realidad le ocurría.

Una sensación de atemporalidad y desconcierto le rondaba desde hacía tiempo. Su percepción de la realidad había cambiado drásticamente, pero su mente luchaba por sobreponerse y encontrar algo que le sirviera para volver al mundo que sabía que era real.

Se encontraba en un infinito espacio de luces y colores exóticos que jugaban intermitente. Era un universo paralelo, extraño y a la vez seductor. Era placenteramente relajante y estando así sólo sentía una quietud extraña. Podía decir que había encontrado la felicidad pues ya no sentía nada más que placer, pero él sabía perfectamente que no era más que complacencia de lo que estaba disfrutando. Sin embargo, Nanaitsumi no había estado siempre en ese estado. Recordaba con dificultad como había llegado a esa situación y quizás era la única manera de mantenerse en contacto con la realidad.

Naruto. Dos soles. El Hokage de los Dos Soles. Eran sus últimos recuerdos.

Desde entonces había estado divagando entre la locura, la irrealidad y el onírico mundo que las drogas que le suministraban para privarle de sus sentidos le ofrecían. No sabía si había pasado un día o si habían pasado cien años.

Pero se obligó a despertarse. Todo estaba oscuro.

- He muerto, ¿por fin? – preguntó.

Nadie le respondió. Debía haberse muerto. Sin embargo se seguía sintiendo igual. ¿Ni siquiera la muerte calmaría el dolor que sentía? Era la peor sensación que podía alguien soportar. Como si le hubiesen clavado siete puñales en el corazón. No dejaban marca. No estaban ahí, pero el dolor seguía. No podía llorar y quería. Sus ojos ya no podían llorar. No estaba muerto. No había acabado. La Nueva Fe tenía que llegar.

Se dio la vuelta y se recostó quedándose dormido. Sintió un pinchazo provocado por la vía intravenosa que tenía conectada. Luego pudo percibir el desagradable olor de la carne quemada y cómo las vendas se pegaban a su malherido cuerpo. Todos los fármacos que le estaban dando le mantenían en un estado de seminconsciencia.

Sin embargo el ruido de la calle le llegaba. Las fuerzas ciudadanas de seguridad, la maquinaria, los operarios, estaban intentando organizar y racionalizar la reconstrucción de la Ciudad Capital. No podía ver nada. Tenía los ojos vendados. Al intentar quitarse las vendas le dijo una voz joven y algo andrógina:

- No lo hagas. He tenido que transplantarte dos ojos más y curar esas feas quemaduras. Deberías agradecer a Obito que no destruyese su almacén de Sharingan. Liberaste demasiado tarde el Izanagi. La técnica no pudo evitar esas quemaduras. Te acompañarán para siempre.

- Shin-sama…

- Sí. Aquí estoy, Nanaitsumi.

- Lamento haber fallado.

Estar con su maestro era lo único que le reportaba calma. Aunque también miedo y zozobra. Shin-sama, era el más poderoso de los Siete hermanos. Había sobrevivido a todos sus hermanos, a todos y cada uno de ellos. Seis se le habían enfrentado y a todos les había sobrevivido. Ahora sólo quedaba él, el legítimo heredero del Sabio.

- No, Nanaitsumi, no me has fallado, hijo mío.

Le conocía desde hacía ocho años, cuando tenía doce y vino hasta él, buscándole. Mikono le intentó proteger, pero el Destino era inamovible. Nada se podía hacer contra el creador del, quien dominaba el tiempo y el espacio y quien había sido injustamente apartado de su obra.

Aunque con un aspecto muy distinto al que ahora podía intuír que lucía. Le había contado su verdad y le había dado la posibilidad de escapar a ese agónico mundo. Desde entonces le había llamado Shin, porque él era su fé. Había entrenado duro. Muy duro. Siempre le había dicho que sus auténticos padres, Minato Namikaze y Kushina Uzumaki eran dos grandes ninjas y que él había heredado su poder, al igual que Naruto, su hermano gemelo, el que nació después que él.

No sabía bien cuando pero el odio se fue implantanto en su corazón. Él no debería estar vivo. Él debería estar muerto. Le había quitado la vida a su madre, a Kushina, y luego al hijo de la mujer que le había creado. ¿Todo para qué? "Para que tú, Naruto y yo, seamos uno solo y dominemos al Juubi y al Fennisuku" Ése era su destino. Ser uno con su hermano. Habían venido a este mundo juntos y ambos se irían de la misma forma y todo en provecho de quien le había mostrado el brillo de la oscuridad.

Fue Shin quien le dio su nombre. Había dejado de responder por el nombre que le diera Mikono, la mujer a la que llamó madre y a la que había matado: Menma

- No me has fallado – dijo Shin.

- ¿Así lo crees?

- Tus discípulos les han mostrado al mundo qué puede ocurrir cuando están dispersos. Les han enseñado que necesitan una autoridad que les gobierne. La seguridad es lo que ahora centrará sus preocupaciones. Habéis atacado al más poderoso de los países del continente en su propio corazón y habéis creado un gran caos. Mis planes están cerca de cumplirse.

- ¿Pero la Casa de la Eternidad? – Preguntó asustado.

- No te preocupes. Ahora ha llegado el momento de que Naruto venga a nosotros por su propio pie. No habéis de enfrentaros más. No hasta que todo esté listo. Sólo una persona puede abrir la Casa de la Eternidad.

- ¿Quién?

- Izuno… y sus descendientes.

- ¿Qué haremos entonces?

Sintió como su maestro se levantaba y abría la ventana. Sólo pudo verlo todo rojo, el efecto de tener los ojos cerrados y ver un poderoso sol que decía por despertar.

- Lo que siempre he hecho. Permanecer en la sombra. Mover los hilos y dejar que todo suceda como yo lo he querido – se rió, casi parecía una mujer, pero su voz era la de un hombre – Odio este cuerpo, aunque sin duda lo escogiste bien… Tardarás meses en recuperarte y cuando lo hayas hecho comenzará tu entrenamiento. Debes conocer todos los secretos de las dos máscaras y de los pergaminos.

- Seremos pacientes.

- Seremos pacientes - concordó.- Una nueva era ha llegado. Amanece un nuevo tiempo.

Ya no había nadie en aquel lugar. El peregrino gruñó enfadado. Ya no quedaba nada. Hacía tiempo que el enemigo había abandonado aquel lugar, aunque seguían manteniéndose las prácticas obscenas y sangrientas por los llamados acólitos de la nueva Fe, la fe a Hashin. Sólo un estúpido no lo vería. Ha-Shin.

Recorrió las estancias personales de Shin-sama durante un rato más intentando averiguar más información sobre su enemigo. En un principio sólo era una habitación. Sin ningún tipo de decoración. Sólo que parecía una biblioteca. Había muchísimos libros. Le hubiera gustado leerlos para intentar desubrir algo más sobre aquel extraño dios, que no era más que un hombre.

Había tardado demasiado. Desde que un espía de una tal Geisha le había dado la información hasta que entrara en el templo de Hashinkamigakure había pasado más de un año. Ni siquiera sabía cómo se habían puesto en contacto con un fantasmal peregrino que sólo vagaban por el mundo buscando la expiación de sus culpas.

Se puso su capucha y con el mismo sigilo con el que había entrado abandonaba el templo cuando alguien le dijo:

- ¿Encontrado lo que buscabas lo has? Jejeje. – El peregrino desenvainó su katana.

El peregrino se dio la vuelta y encontró a un anciano monje. Vestía una sensillo kimono negro de monje que acompañaba con una toga blanca marcada con extrañas letras. No sabía dónde las había visto. Estaba calvo. Tenía los ojos cerrados y muchas arrugas, casi tantas como años debía tener. Tenía una larga barba blanca y las cejas muy pobladas. Su voz era agradable a pesar de hablar de una manera extraña.

- No pareces de aquí – comentó con su voz ronca. Hacía semanas o meses que no hablaba más que lo justo. Guardó su arma.

- Que no lo sea posible es. ¿Acompañarte a la salida puedo?

- Haz lo que quieras.

El peregrino dio un saltó y subió hasta el techo. Luego empezó a correr. El anciano monje le imitó y le siguió, casi con la misma velocidad a pesar de que cuando andaba lo hacía apoyado en su bastón viejo y arrugado como su portador. Le comentó que era muy divertido hacer aquello, algo que hacía años que no hacía.

Cuando salieron del templo, le preguntó:

- ¿Por qué venido aquí has?

Éste no le respondió.

- Pocas palabras dices. Tu oscuro corazón la paz no encontrado ha. ¿A por respuestas venías? ¿Expiar tus culpas ayudándoles pretendías?

- ¿Crees que me importan?

- Saberlo no puedo. Un monje soy. Solo las almas leo y en la tuya preocupación veo, jejeje.

- Estás resultando un incordio, piérdete.

- En peligro están.

- No me importa – por extraño que pareciera, sabía a quiénes se refería. A las dos personas que le importaban en este mund - Voy por libre. No soy de Konoha.

- Claro, negarlo lo has. ¿Por qué a Shin destruir querías?

- Me resultaba molesto – dijo esquivo.

- ¿Molesto por qué pretende destruir al Hokage? – le inquirió.

El peregrino de un movimiento felino extrajo su katana de su funda y fue a atacar al Monje. Éste apareció detrás de él. De nuevo, el peregrino intentó atacarle… y de nuevo volvió a fallar.

- Odio. Ira. Rabia… No buenas compañeras son. No, no, no. Cerca del modo tsumi estás.

- ¿Modo tsumi?

- ¿Fingir que lo conoces haces? Ha sido las sandalias con las que has recorrido el camino. No llamarlo tsumi puedes, no su poder empleas, pero si sus bases tomas como credo. Tu corazón abierto a mí está. Dudas, miedos, rencores, rabias, recuerdos… ¿Sentirte bien puedes?

El peregrino no pudo responder. El monje le había noqueado.

- Más digo yo. A ellos dos los veo ahí, en tu corazón.

- ¿Y qué puedo hacer?

- Venir conmigo puedes.

- ¿A dónde?

- A todas partes y ninguna… Jejeje, ¿cómo te llamas?

Éste se quitó la capucha y respondió:

- Llámame Naruto.


FIN DE LA PRIMERA TEMPORADA... CONTINUARÁ