Cambios

Un año ha pasado desde que Ciel se volvió un demonio. Ahora que está solo con Sebastián, algo le aqueja, la mirada de mayordomo es diferente desde aquel día y él, por alguna razón, no lo soporta.

Diclaimer: Kuroshitsuji no me pertenece, solo la trama de la historia.

(Yo: Lamento la tardanza, es que quería hacer más largo el capitulo aunque quizás me pase. Gracias por sus comentarios.

Pero antes de continuar me gustaría sugerirles que lean "Quisiera haber estado allí para salvarte" de KuroNoHatter. La razón, es que fue una de las inspiraciones que me impulsaron a escribir esta historia; siendo honesta, llore, llore como la primera vez que vi Titanic.

También quería anunciar que pronto estaría añadiendo un capitulo que QUIZÁS contenga Lemon: TAN SOLO QUIZÁS. Además un amigo aquí me pregunto por qué Yaoi y no shonen-ai, pues… mi mente pervertida me impulso a algo más allá del enamoramiento. Solo esos dos me envían a esos oscuros rincones de mi mente, pero me encanta!

Sin más, la historia)

Capitulo 11

El pasillo parecía ser interminable, oscuro, asfixiante. Mientras más se adentraban más difícil se volvía el ver lo que tenían frente a ellos pero eran capaces de avanzar sin topar con ningún obstáculo. Algunos metros frente a ellos resonaban los pasos de aquel sospechoso mayordomo que durante el baile había vigilado entre las sombras, alejándose de ellos, internándose en lo profundo de la estructura.

Ciel notaba que cada tantos metros se apreciaban colgados de los muros cuadros que presentaban a un bufón, hilos en sus brazos y piernas que desaparecían en lo alto del cuadro cual marioneta al mismo tiempo que desde abajo, humanos desnudos de aspecto decrepito se admiraban de él desde la inmundicia. Cual si estuvieran contemplando una aparición divina. Patético. En todos los cuadros se veía al mismo bufón en diversas situaciones, siempre con una multitud de fanáticos ahogados en su inmundicia y con los hilos de marionetista atándolo.

Se oyó el sonido de una puerta al cerrarse pesadamente. Sentía como el aire se volvió menos asfixiante con la cercanía, como si hubiesen pasado del interior de la mansión a alguno de los pasillos externos repentinamente. Pronto encontrarían lo que buscaban.

Pasos resonaron detrás de ellos. Atentos ante un posible ataque ambos se volvieron rápidamente, Sebastián empuño sus confiables cuchillos mientras que Ciel se preparo para sacar su pistola.

-Ah! Oscuro y pesado como si fuera la boca de una mounstro- una voz femenina vino desde las sombras, desconocida pero extrañamente familiar- Además, encontrarme con dos demonios inquietos en estas circunstancias. Debe ser obra del destino que juega conmigo.

La poca luz que había les permitió ver una silueta remarcada por el rojo de un abrigo. A paso calmo y lento estrecho la distancia que la separaba de ellos.

-¿No lo crees? Sebas-chan- finalmente pudieron ver su rostro. Ojos verdes, largas pestañas, gruesos labios de color coral, cabellos rojo carmesí, tez rosada y una sonrisa de dientes afilados.

-Tú…- el joven estaba sin palabras, reconocía a la persona frente a él pero el cambio era extremo- ¡Grell Sutcliff!

-Hasta que finalmente- cruzo los brazos frente a si- Comenzaba a preocuparme de que no me reconocieras enano.

Su mirada pasó de la sorpresa al enojo, se hizo agria como ese día en que Lizzy rompió su anillo. Jamás le gusto que le hicieran menos por su altura o por su edad, y aunque estaba allí para recuperar a su maid, en ese mismo momento lo único que quería era desaparecer a la pelirroja aún a pesar de su batalla interna contra su propia curiosidad.

-Grell-san, ¿Qué significa esto?- ni siquiera el perfecto mayordomo sabía cómo llamar ese cambio de género en el shinigami- Por lo que se, solo lo ángeles son capaces de alterar su forma.

-Eso es cierto, los shinigamis no poseemos tal capacidad. Esto simplemente ocurrió, ni siquiera yo sé cómo- se detuvo a unos pasos de ambos. El pelinegro ya había guardado sus cuchillos y Ciel simplemente la observaba como si quisiera clavarle una daga- Pero ¿No crees que me vea bien?

Dando una vuelta sobre si misma rápidamente mostro su cambio a ambos demonios. Notaron las nuevas vestimentas junto con el abrigo de Madam Red, el nuevo largo de su cabello y su estatura. Apenas si tuvieron un leve intercambio de palabras pero Sebastián pudo notar un drástico cambio de actitud en comparación con encuentros anteriores. Quizás su presencia les fuera útil.

-El hecho de encontrarla aquí significa que busca un alma ¿no es así?- la chica se detuvo, sonrisa inmutable gracias al saberse finalmente reconocida como mujer por el mismísimo Sebastián Michaelis, mientras sacaba su libro de quien sabe dónde.

-Sí, así es- pasó unas páginas hasta llegar a la indicada- Septiembre 10 de 1890. Amo y mayordomo. Muerte por heridas graves. Después de las 01: 30 am.

-Ya veo- sacando su reloj verifico la hora- 12: 05 pm. Todavía falta hora y media, ¿Qué hará, Boochan?

-Es obvio ¿no?- Esbozó una sonrisa digna de un demonio y una mirada certeramente astuta. En respuesta obtuvo una sonrisa similar de su mayordomo, y un "Hmm" por parte de la sonriente shinigami.

¿Qué hacer? Esa pregunta era realmente innecesaria, después de todo no era la primera ocasión en que sus asuntos se cruzaban con el trabajo de los shinigamis. Dio media vuelta, retomando su camino, seguido de cerca por el alto peli negro y la peli roja. Si esa noche alguien moriría, seria por sus manos, entonces ¿Por qué no tener algo de entretenimiento antes de que la sangre fluyera?

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El baile estaba mucho más animado que al comienzo, en parte gracias al alcohol. El vizconde disfrutaba la amena conversación con las jóvenes, distrayéndose de vez en cuando buscando al hermoso petirrojo pero este parecía haber desaparecido en el aire. Ningún invitado poseía ni la más mínima sospecha de lo que pasaría en la siguiente hora.

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Una enorme puerta doble, una entrada de más de tres metros de alto. Construida de madera de roble presentaba un tallado realmente exquisito que detonaba el status social y la fortuna que poseía el dueño de aquella mansión. En la madera podía apreciarse la figura de una hermosa mujer semi desnuda en el centro donde se unen ambas puertas cuya línea parecía cortar justo por la mitad a aquella joven de gesto sereno, detrás de ella una luna y jaula superpuesta que creaban la ilusión de que la luna se encontraba prisionera justo por sobre su cabeza. Con el cabello ondulado ocultando su pecho, sus brazos extendidos como si estuviese invitando al observador a acercarse y una falda con aberturas a los costados que desaparecía junto con las piernas de la chica en un estanque cuya agua le llegaba por encima de las rodillas. Ese estanque parecía pacifico a excepción de las pequeñas ondas causadas por la mujer en el agua, se encontraba bordeado por enredaderas con flores de siete pétalos completamente florecidas que ocultaban perfectamente la verdadera naturaleza de las enredaderas: eran zarzas de espinas abundantes, estas cubrían todo el tallado cual si de un enorme marco se tratara.

Ciel no tardo en notar que estas plantas se encontraban peligrosamente cercanas a la joven, amenazando con rasgas su piel en cualquier momento con las espinas sin llegas a hacerlo. Una imagen bastante simple, supuso el Conde hasta que observo con mayor cautela. Entre las zarzas y las flores había engranajes y en el centro de estos podían verse como alguna especie de líquido e derramara de estos hacia las plantas. A pesar de que podía pensar que se trataba de agua, a su mente vino inmediatamente la palabra "sangre". Puede que simplemente se tratase de un juego de su psique la cual acostumbraba a desviarse continuamente por oscuros caminos, pero su intuición le decía a gritos que su suposición era correcta.

Un minuto paso contemplando las puertas antes de que Sebastián diera dos pasos hacia ellas. Estaba a punto de empujarlas cuando estas se abrieron de par en par dejando ver a un hombre y una oscuridad espesa a sus espaldas.

-Conde Phantomhive- su voz gruesa encajaba perfectamente con su aspecto. Alto, más que Sebastián, fornido y de tez oscura, ojos marrones que no reflejaban brillo alguno casi como los de un muerto, cabello al ras de color chocolate, vestía con traje negro similar al del demonio-mayordomo. Dio una reverencia respetuosa antes de continuar- Le estábamos esperando, pasee por favor.

Se aparto al tiempo en que invitaba con un gesto a pasar a la penumbra. Desconfiadamente entraron sin quitarle la vista de encima al gran mayordomo hasta que este cerró las puertas, dejándolos en la más profunda y silenciosa oscuridad por un minuto.

Mientras esperaban la habitación se ilumino repentinamente, cegándoles por unos segundos hasta que su vista se acostumbro. Se trataba de una habitación un poco más pequeña que el salón, de paredes blancas con columnas de estilo corintio, 3 a cada lado; el techo estaba formado por ventanales cual si fuera un invernadero, el suelo era de mosaicos blancos, en el centro la enorme mesa que antes ocupaba el salón con un mantel del más pulcro blanco rebozando de distintas comidas cuyo aroma inundaba sus sentidos invitando a probar bocado. Pero en semejante situación ni Amo ni mayordomo probarían bocado (aunque Ciel estuviera realmente hambriento por no haber comido nada desde el almuerzo hacia varias horas).

-Mi Amo le pide a usted y a su mayordomo paciencia en su llegada- otra respetuosa inclinación luego de ver sentarse al oji azul, mientras sus ojos marrones se posaban en ellos antes de dirigirse detrás de una de las columnas ,con pasos bastantes silenciosos para su contextura, antes de desaparecer y dejarlos solos ante aquel banquete.

-¿Por qué no te mencionó?- finalmente luego de varios segundos silenciosos, el chico se dirigió a la pelirroja que simplemente estaba parada al otro lado de su silla.

-Sebas-chan ¿Qué le has estado enseñando a este chico?- le otorgo una mirada algo indignada al pelinegro, el cual simplemente la devolvió indiferente, mientras movía la silla de al lado y tomaba asiento -Es una habilidad única de los shinigamis, podemos decidir ante quien mostrar nuestra presencia y quién no. Se llama "Invisibilidad selectiva". Es por ello que ese grandote no puedo verme, oírme o sentirme. Aunque es prácticamente un desperdicio de energía si se usa frente a demonios.

-Una habilidad realmente útil.- esta vez fue el oji rojo quien hablo. Y no mostraba señal alguna de estar mintiendo, ante la vista de la shinigami, pero sabiendo cómo eran los demonios quizás se estaba burlando. Cualquiera sea el caso, un cumplido era un cumplido y Grell lo tomo como vino.

Se escucho el sonido de ruedas acercándose, atrayendo toda la atención de los tres presentes hacia la misma columna por la que antes había desaparecido el mayordomo. Vieron entrar al mismo mayordomo empujando con cuidado a un hombre bastante demacrado en una silla de ruedas, con cabello castaño claro descuidado, tono de piel demasiado pálido, su contextura física era casi como la de un cadáver y sus ojos eran más como fosas negras. Una vista enfermiza y deprimente. Patética si se le añadía el hecho de que vestía un traje que intentaba disimular su delgadez cadavérica y por encima un abrigo de piel abundante que simplemente le hacía ver más escuálido.

-Bienvenido Conde- su voz se escuchaba rasposa, apenas elevándose más que el murmullo, como si el hecho de articular palabras le produjera dolor. El mayordomo le dejo justo en la punta de la mesa, a la izquierda de Ciel, a dos asientos de joven Conde quien se mantenía con gesto totalmente indiferente en el momento en que recibió una sonrisa de aquel personaje. Aunque más que una sonrisa era una mueca débil.

-El Duque d'Avila, supongo- el tono de voz del chico era completamente indiferente a la visión de su "anfitrión". En cambio Grell no pudo evitar mostrar una mueca de asco ante esa persona, no necesitaba ser un demonio como los otros para darse cuenta de cuan desagradable y penoso seria su Registro Cinematográfico cuando recogiera su alma.

-Así es, es un honor poder conocerle en persona Conde- el silencio, prueba de ese tenso ambiente, solo era roto por el sonido de la vajilla en la cual era servidos los alimentos al peli azul al castaño mientras Sebastián seguía con la vista todos sus movimientos anticipando cualquier posible ataque- Quizás tenga hambre, le aseguro que la comida de D'jhonn es exquisita.

Lo único que obtuvo fue silencio mientras degustaba la comida en su plato. Los ojos azules del adolecente se pasearon por el cuarto entero durante unos segundos, examinándolo de arriba abajo, notando en ese momento de unos extraños aparatos empotrados de a pares en las esquinas del techo: aparentaban estar hechos de madera, con forma rectangular y una especie de malla negra en uno de los lados.

Bajo inconscientemente hasta la puerta, contemplándola durante varios segundos rememorando el tallado al otro lado de esa vista más sencilla. Obviamente había sido creado para impresionar a quienes entraran pero no a quienes salieran. Si es que alguien salía de allí.

-Vi que le atrajo el tallado de la entrada- la voz del noble le arrastro fuera de sus pensamientos. Extrañamente cada vez que la oía, la repugnancia que sentía hacia esa persona aumentaba al doble- Se basa en una legenda de hace más de cinco siglos.

Trata sobre una joven de una antigua tribu en Medio Oriente, cuya inteligencia superaba con demasía a los más sabios entre su pueblo. Se dio cuenta que el universo poseía demasiados misterios que en su propia existencia humana no llegaría a conocer por el corto tiempo que significaba la vida.

Decidida, rezo a los dioses por la iluminación. Comenzó a viajar por tierra lejanas obteniendo conocimiento hasta que dio con lo que buscaba.

En sus estudios sobre la naturaleza, encontró la forma de preservar el cuerpo vivo durante cientos de años, quizás más. Un cuerpo que no caía por enfermedad, por heridas, ni por el tiempo. Logro encontrar la forma de superar la muerte.

Grell, abrió los ojos en señal de sorpresa. Eso era algo imposible, ningún humano en la historia había podido lograr tal cosa como superar a la muerte. Quizás eludirla si es que cambiaban el destino de la humanidad pero jamás superarla. Además de ello, tal violación a la naturaleza misma estaría registrada en los archivos de los shinigamis.

-Eso es algo imposible para un simple humano- afirmo Sebastián tomando la palabra luego de su largo silencio- El escapar de la muerte, todo ser vivo es incapaz de realizar tal "milagro"

-Aun así, no sería su Amo una prueba de ello, ¿No es así Conde Phantomhive?- pronuncio luego de una risa ahogada, clavando sus ojos negros en el chico -Según los registros de la policía, usted desapareció y según la información de sus allegados, murió. Sin embargo se encuentra justo frente a mis ojos, completamente saludable a mi parecer. ¿Por qué razón, alguien tan importante como usted Conde, desaparecería tan repentinamente del público anunciando su deceso?

Inmediatamente reconocieron que toda aquella platica, el relato, era una mera formalidad antes de pasar a la pregunta que seguramente quiso hacerle desde el inicio. Sabiendo que pronto surgiría tal interrogante, el Conde simplemente sonrió altivamente, como si estuviese por explicarle latín a un mero gusano que pasaba sus días arrastrándose por la tierra en busca de comida ignorando por completo la realidad que le rodeaba.

-Si realmente quiere saber… fue porque ya no poseía un propósito por el cual vivir- cerro sus ojos, articulando cada palabra con total seguridad -En el momento en que logre alcanzar mi mayor objetivo, mi vida, mi existencia ante los otros debía desaparecer. El día en que mi "deseo" se cumplió mi vida termino definitivamente.

Oculto sus ojos bajo su flequillo, creando una sutil sombra sobre estos que le quito cualquier luz a su mirada. La pelirroja estaba asombrada. ¿Cómo podía existir alguien que pensara tal cosa de su propia vida? Aunque ella ya había recolectado las almas de varios suicidas, cuyas opiniones eran ligeramente similares, había grandes diferencias entre ellos y el joven demonio frente a ella; sus muertes se debían a la tristeza, la culpa, la debilidad y la cobardía. Ninguno de ellos quería realmente morir, pues en lo más profundo de su alma se aferraban con desesperación a la vida como un naufrago en medio del océano a un trozo de madera. Pero Ciel simplemente afirmaba que su vida ya había dejado de ser útil, a pesar de seguir viviendo.

"Realmente… está roto", no encontraba otra forma de nombrar esa sensación que le transmitía el chico Phantomhive. "¿Este es el sobrino que tanto amabas, Angelina?" No logro evitar pensar en aquella mujer, en como al último momento no había logrado herir a la única persona que amaba pensando que todavía conservaba algo del pequeño niño que ella conocía. Aunque… quizás Madam Red no estaba tan equivocada. Después de todo, nuestro pasado nos define y construye quienes somos en el presente; quizás, tan solo quizás, ese pequeño aun existiera pero era más que seguro que estaba encerrado en lo más profundo de su corazón.

Era un mentiroso, y uno grande. Agradeció sus años de práctica en cuanto a controlar sus emociones, se convirtió en un gran actor. Creía medianamente en lo que había hablado. Pero al mismo tiempo… Desde el comienzo lo único que deseaba era lograr su venganza y finalmente morir, tener un leve momento de paz en el olvido. Pero incluso eso le fue negado. Se vio atrapado en un juego bizarro del destino y acabo consiguiendo todo lo contrario a lo que realmente quería.

Su vida, en el presente no tenia motivación por la cual avanzar, sin embargo el seguía moviéndose. Seguiría adelante hasta encontrar una nueva motivación. A sus ojos volvió el brillo. Buscaría un nuevo deseo.

Desde su izquierda Sebastián bajo la vista hasta su Joven Amo, viendo solamente una parte de su perfil. Su mirada era indescifrable pero la intensidad con la que se poso en la nuca del peli azul prácticamente obligo al menor a resistir el impulso de verle por el rabillo del ojo y mantenerse concentrado en el castaño.

Inesperadamente las puertas se abrieron de par en par atrayendo la atención de todos y cada uno de los presentes. Con el chirrido de la goma contra la loza empezó a ingresar una especie de estructura recubierta por una larga sábana blanca; tanto Ciel como Sebastián alzaron una ceja en forma de muda interrogante, Grell observaba con rostro indiferente lo que acontecía, D'jhonn continuaba con su rostro inexpresivo, dirigiendo su atención a su Amo. La sonrisa que este esbozó habría helado la sangre a cualquier persona normal, como un oscuro presagio. En el momento en que estuvo completamente dentro del lugar, las puertas se cerraron con un leve chasquido; el enorme armatoste dejo moverse antes de que por el costado izquierdo de este se asomara un joven, casi de la misma edad de Ciel, que dejo a este y su mayordomo sorprendidos.

El joven media 1,69 m, tez blanca, sus ojos de un verde agua ya conocido para ellos al igual que su cabello, el que se encontraba pulcramente peinado hacia atrás. Vestía un traje de similar al del moreno mayordomo: un frac de un negro levemente grisáceo, chaleco de un gris claro, camisa blanca con un listón cortó sujeto con una pequeña piedra de forma romboidal del mismo color que sus ojos. Un brillo atrajo su atención hasta su cuello donde, como una gargantilla, se veía una especie de dispositivo metálico colocado por encima del cuello de la camisa. Sus ojos, a diferencia de los Ludacris, carecían de brillo al igual que los del moreno.

-Ah!, permítame presentarle a mi querido Aikaze- su tono presumido era insoportable, parecía regodearse por la simple presencia del chico frente a ellos, para después volver su vista hasta el joven Conde con una grotesca sonrisa de orgullo- Como podrá suponer, es el hermano de mi pequeña Ludacris. Hemos estado realmente preocupados desde que se perdió no imaginara mi alivio al saber que usted la encontró, Conde.

-¿Perdida?- eso casi le provoca comenzar a reír, era más que obvio que fuere lo que fuere lo que ese decrepito hombre le hiciera, la impulso a escapar- Por lo que veo, son especiales para usted no es así?

-Sí. Lo son realmente- cual padre que habla orgulloso de su pasado a sus hijos comenzó el relato - Sabe, hace unos cinco años me fue diagnosticado una enfermedad muy grave: parálisis aguda ascendente o Parálisis ascendente de Landry (PAL). Después de haberme graduado de medicina no es difícil hacerse una idea de los estragos que me provocaría la enfermedad.

En esos tiempos yo era un hombre muy acostumbrado a la sociedad, mi empresa se expandía y disfrutaba de mi tiempo libre con la compañía de las jóvenes hermosas. Vivía como si cada día fuera eterno, hasta que eso pasó. Comenzó con un leve adormecimiento en mi pie derecho que luego paso a mis piernas. En medio año, no era capaz de mover nada de las rodillas para abajo.

Mi vida fue decayendo en una espiral vertiginosa desde ese momento. Me vi sometido a moverme en una silla de ruedas permanentemente con el conocimiento de que en algún momento la parálisis llegaría hasta mi pecho, incapaz de valerme por mi mismo en algunas de las tareas más mundanas. Cada vez que me veía a mi mismo en el espejo notaba como el peso del tiempo, que durante mi juventud parecía no pasar, me atacaba inmisericordioso. Me hundí en la depresión. Aún así, como la cabeza de mi compañía era mi obligación atender todas y cada uno de los asuntos que conllevaban mis negocios, pues el dejársela a la cabeza de la Familia Ferro seria lo último que llegaría a hacer, sin importar mi propia melancolía. Al menos hasta que, en un viaje de negocios hacia Oriente descubrí unos manuscritos en una biblioteca olvidada por el tiempo. Su contenido estaba en una lengua antigua sin embargo luego de aprender por autodidacta educación me fue sencillo traducirlo y, no temo admitir, me obsesiono su contenido.

-Esos manuscritos ¿Contenían, acaso, algo que le supuso valioso?- finalmente estaban llegando al punto crítico de la conversación.

- Sí, algo realmente valioso, no solo para mi persona, sino que para toda la humanidad en general- a la mente del chico acudió inmediatamente la frase "Jugar a ser Dios", lo cual era irónico por ocurrírsele precisamente a él.

Hablaba de una manera de preservar el cuerpo, evitar el envejecimiento, las heridas y… las enfermedades. Tarde un tiempo en entender el procedimiento, pero luego de mucha práctica logre dominarla. Desgraciadamente me encontré con que, por mi condición no era apto para aplicar tal cambio a mi anatomía. Al final acabe gastando gran parte de mi tiempo en la búsqueda de los materiales y los sujetos correctos.

Corrí con suerte aquel día de invierno en Japón, cuando los encontré en un callejón de Hokkaidō. Dos niños, hermanos, gemelos, vestidos con harapos, abandonados a su suerte por la Okaasan de su karyukai , indeseados por ser su madre una simple Geisha la cual murió tras una terrible enfermedad. Sin padre, fueron rechazados por la sociedad. Al momento de verlos me atrapo su belleza. Su inocencia constratada con la blanca nieve que caía, era un crimen el dejarles allí. Los "guarde bajo mi ala". Cuide de ellos durante meses hasta que su condición física mejoro, no sabe cuán grande fue mi regocijo al notar que serian los sujetos perfectos para el "cambio". Ya tenía los sujetos pero me faltaban los materiales que fueran lo suficientemente resistentes como para perseverar durante largo tiempo. Pensé en darme por vencido cuando apareció esa persona.

-¿Esa persona?- ambos, tanto Conde como mayordomo dirigieron su completa atención.

Si un, individuo realmente extraordinario. Gracias a él logre conseguir crear una nueva rama en la especie humana. Aunque no llegue a pertenecer a esta por mí mismo, se convertirá en mi legado para el mundo en sí. Por ello me di cuenta que llamarles humanos seria amontonarlo a una especie involucionada, por ello he decidido nombrarles Androids. De igual forma que la clase alta y la clase baja se diferencian con los títulos de Nobleza y Prole es necesario diferencia a la raza inferior de su contraparte superior.

Pero todo cambio conlleva obstáculos. Para lograr la perfección en esta nueva raza era necesario deshacerse de algo que ha provocado todos los conflictos durante la historia humana, una enfermedad llamada "Libre Albedrió": por esta "enfermedad" es que los hombres matan, codician, violan, traen la oscuridad y la suciedad a este mundo.

Si quiero iniciar una nueva raza, cualquier atisbo psicológico de la anterior debe ser totalmente eliminado mediante recompensas y castigos ante las obediencias o las desobediencias de las órdenes que se les dan.

Mientras pronunciaba esto D'jhonn hizo un gesto con su cabeza indicándole al joven que removiera el manto del objeto que este trajo consigo. Con rapidez la tela desapareció revelando una enorme jaula, similar a la de un ave; dentro de esta contenía una figura menuda que colgaba por encima del nivel del suelo de la misma jaula, sostenida por grilletes desde las muñecas conectado por gruesas cadenas al techo de esta.

Por el color del cabello que caía delicadamente por sobre sus hombros supieron reconocerla inmediatamente. Ludacris mantenía la cabeza gacha, quizás se encontrara inconsciente o débil, y respiraba pausadamente. Estaba vestida con un traje ajustado en color blanco y negro, las mangas de color negro iban separadas del resto del conjunto, medias rayadas por encima de las rodillas y zapatos negros con adornos de flores. Su cabello había sido amarrado en una media cola, dejando sus ojos ocultos tras un flequillo levemente ondulado.

En su cuello, también había un aparato, similar al de Aikaze. ¿Qué es lo provocarían esos instrumentos? Pronto lo averiguarían.

Un sonido comenzó lentamente a llenar el lugar, al comienzo como un arrulló volviéndose cada vez más fuerte, hasta que finalmente descubrir que trataba de música, más específicamente, la música de la banda que en esos momentos tocaba en el salón principal. La pieza comenzó tranquila tornándose más rápida al poco tiempo.

La sonrisa que momentáneamente había dejado su demacrado rostro durante su discurso sobre su deseo, regreso más oscura y tétrica al percibir que el show en el salón ya comenzaba. Con sigilo, abrió un compartimiento oculto en el bazo izquierdo de su silla de ruedas, tanteo hasta encontrar lo que buscaba. Solamente presiono con suavidad antes de que gritos se unieran como una insólita sinfonía de agonía. Podían ver el brillo de las corrientes eléctricas atravesando el cuerpo de la chica mientras su garganta se desgarraba por sus gritos, sus ojos se abrían por el dolor clavando la mirada en el cielo, intentando aguantar tal dolor mientras apretaba los dientes pero siéndole imposible no gritar. Los tres observaban con espanto (dos de ellos, al menos) como su cuerpo se retorcía espasmódicamente.

El rostro de Sebastián dejo atrás su expresión inicial de sorpresa para adoptar uno indiferente aún ante la visión de la chica sufriendo semejante castigo frente a él. En su larga vida había presenciado miles de veces como los humanos se torturan entre ellos, mejorando con paso del tiempo los métodos. Siempre inventaban nuevas formas de causarse sufrimiento… realmente, los humanos podían llegar a ser peores que los demonios. Lo que si le había dejado sorprendido fue el hecho de utilizar electricidad como medio de tortura, era algo nuevo pero obviamente bastante efectivo.

Ciel estaba en lo último de su paciencia. Ver esa desagradable sonrisa en el rostro de ese demacrado sujeto al tiempo que escuchaba con ojos cerrados el bizarro sonido que formaban los gritos y la música. Esa maldita mueca tan similar a la de los cerdos que le habían humillado, provocando que la ira comenzara a bullir con mayor fuerza en su interior. Regreso a vista hacia la enorme jaula, notando al muchacho a la izquierda de esta, aún cuando su rostro seguía igual él pudo notar como mantenía tensa la mandíbula y cerraba con fuerza sus puños. Evidente a sus ojos era la frustración que Aikaze sentía en esos momentos por no poder ayudar a su hermana, seguramente a sabiendas que si desobedecía algo similar le sucedería a él.

Grell estaba más asombrada que espantada debido a la resistencia de esa chica, seguir viva después de recibir semejante descargas. Recordó entonces a algunos de sus compañeros hablando acerca de una serie de asesinatos que no estaban dentro de la lista, mencionaron que la forma en que se producía la muerte parecía ser bastante dolorosa pero que no había sangre ni ningún rastro de algún veneno o algún otro agente externo en los cuerpos a la hora de recoger las almas, como ella tenía cierta reputación preconcebida entre los miembros de la oficina por lo de Jack el Destripador, fue de su persona que sospecharon primero. Gracias a William, quien intervino a su favor aseverando que sus métodos eran mucho más sangrientos por su gusto por el color rojo de la sangre, logro que quitaran las miradas de sus superiores de ella asignándole al mismo tiempo el investigar esas muertes y encontrar las causas. Quizás estas fueron víctimas del mismo método de tortura que ahora usaban con la chica de cabello verde-agua, debía reportárselo a Will cuando acabara el trabajo.

El cese de los gritos la saco de sus pensamientos, cuando escucho el click detrás de ella, volvió la vista hasta la punta de la mesa. Vio a ese patético remedo de humano con el rostro desencajado por la sorpresa mientras un sudor frio caía por su frente al ver fijamente el cañón del arma que en ese momento el peli negro azulado apuntaba justo entre sus ojos. Su mirada era la de alguien que observaba a gusanos ahogándose bajo la lluvia, retorciéndose en busca de oxigeno. El Duque no pudo evitar ver esos orbes azules que en ese momento asimilaban la fosa más profunda y oscura del océano pero que también transmitían un frio glacial que le caló hasta la medula.

El tiempo pareció haberse detenido, nadie más parecía moverse a la misma velocidad que el joven. Ni el fornido mayordomo a tan solo unos pasos ni Aikaze al otro lado de la mesa parecieran reaccionar con la suficiente rapidez, en cambio el dueño de los ojos rubíes simplemente estaba estático en su puesto sin intención alguna de detenerle.

-Humanos, como tú… me dan asco- susurró lo suficientemente fuerte como para que el escuálido noble le escuchara, notando como su rostro se deformaba por el miedo, antes de que la bala le atravesara por completo la cabeza. La sangre salpico el suelo al momento en que la su nuca se abrió por la fuerza de empuje del disparo.

Al momento en que el sonido se expandió por la sala pareció que el tiempo regresaba a su curso. Un pesado silencio se instalo entre los presentes, siendo levemente perturbado por la respiración agitada de Ludacris y los repetitivos goteos de la sangre del desgraciado que caía por la espalda de la silla de ruedas manchando la madera y agrandando el charco poco a poco.

Un segundo. Escucho como un silbido se acercaba cortando el aire cerca de él. No pudo volver la mirada antes de sentir como una corriente frente a sí cortaba con el filo de un cuchillo unos cabellos antes de sentirse separar del firme suelo. Ahora se encontraba en el aire, sostenido por la cintura por su propio mayordomo apartándose de un salto a varios metros de la mesa. Aterrizaron con suavidad, contemplando como el polvo y el humo se dispersaba lentamente sin revelar a su atacante todavía.

-Sebastián- bajo la mirada hasta el chico, notando que por segunda vez en la noche mantenía aferrado al joven cerca de él. Soltándolo se alejó un paso de él mientras el chico acomodaba sus ropas- No tenias que hacer eso.

-Me disculpó- cruzo su brazo sobre su pecho y dio una pequeña reverencia- Pero, al igual que antes su bienestar esta primero.

Le dedico una mirada de molestia para después devolverla al extremo de la mesa. Lo que él pelinegro había argumentado era verdad, al restablecer el contrato se re-aplicaban las mismas tres condiciones que habían sido impuestas en un comienzo. Pero también existía una diferencia enorme a ese momento: al ya no ser humano su bienestar ya no era tan importante como antes, al menos desde su punto de vista, añadiéndose el hecho de que el mismo contrato había sido restablecido con un hechizo le permitía al mayor no acatar tan estrictamente estas condiciones. Esto lo había sopesado al hacer el hechizo, su más grande desventaja era que ahora el demonio podía mentirle, si bien no en cosas de demasiada importancia, este podría encontrar la forma de hacerlo sin desobedecer con más facilidad que antes. Desde el momento en que decidió retomar el contrato conocía esta consecuencia y la acepto.

Salió de sus propios pensamientos al ver, donde él antes se hallaba de pie al peli verde con su mano en el suelo de baldosas, todas rotas y resquebrajadas en diámetro de dos metros a su alrededor. Observando donde se encontraba y el lugar donde antes estaba, justo en el otro extremo de la mesa a tres metros de está al lado de la jaula, y tomando en cuenta el tiempo que le había tomado pasar de un punto al otro dio cuenta de que la velocidad que este poseía era realmente avasalladora.

Mientras el chico se erguía nuevamente, el más corpulento de los dos mayordomos se adelanto hasta su lado, pasando con total indiferencia frente al cadáver de su señor que, tendido sobre el suelo como un muñeco de trapo debido al impacto del ataque, formaba un creciente charco de sangre. ¿Qué era lo que estaba sucediendo?

-Ya veo- escucho desde su espalda hablar con tono levemente burlón a Sebastián- Es inusual encontrarse con Mayordomos tan leales entre los humanos.

-Las ordenes del Amo son absolutas- tono decidido y cortante, sin lugar a replicas, ocupaba la profunda voz- Aún después de su muerte, es nuestro deber como Mayordomos de la casa D'Avila acatarlas.

Cuan conocidas eran esas palabras para ambos individuos, sin embargo, en ese preciso momento no eran más que el augurio de unos problemas. Volcando completamente su atención al chico a las espaldas del mayor, pudo notar como este dedicaba una corta mirada al decrepito cadáver. En su mirada un minúsculo brillo de alivio. Con un delicado y elegante movimiento de su mano, Sebastián se coloco en pos de defender a su amo, justo antes de que el moreno se lanzara directamente hacia ellos.

En un instante, el sonido del metal y las chispas del choque de los filos ocuparon todo el espacio. En algún momento, D'jhonn había sacado desde debajo de la mesa una espada, de hoja larga y reluciente, mango dorado envuelto en vendas blancas y un acabado de hojas de oro y flores con gemas de blancas. Obviamente algún tesoro del finado Duque, que hubo prepara para esos momentos. Esta ahora se enfrentaba a los confiables filos de los cuchillos de plata del pelinegro.

Con un movimiento, y utilizando su fuerza, lanzo lejos al fornido hombre pero no reacciono a tiempo como para atajar a Aikaze, quien solo con sus manos se abalanzó sobre Ciel, sujetándole del cuello, estampo al más joven contra la pared a sus espaldas de manera violenta pero no lo suficientemente fuerte como para marcar el golpe en su cuerpo.

El ojiazul cerró los ojos en un leve rictus de dolor y sorpresa que simplemente duro unos segundos. Lo único que había podido procesar era que estaba de pie detrás de Sebastián, observando como el moreno caía con gracia felina sobre las baldosa, y acto seguido un dolor sordo en su espalda l invadió. Hora se encontraba acorralado contra la pared, sujeto por el ojiverde del cuello de la camisa. Gracias a la leve diferencia de altura, se observaban a los ojos, no era ni siquiera necesario recurrir a su otra naturaleza para ver más allá de los ojos "muertos" frente a sí. Tampoco paso desapercibido que no lo mantenía sujeto con toda su fuerza.

Una sonrisa irónica cruzo sus labios. Los humanos, sin importar que aconteciera en sus vidas, eran tan fáciles de leer. Con la misma velocidad que su mayordomo, desenfundo su pistola. El otro, al ver el cañón del arma apuntando justo hacia su rostro le soltó y se alejo de un salto, colocándose en guardia para la pelea. Rio para sus adentros, tanto que se había regodeado aquel decrepito remedo de hombre, pero lo que él había armado todavía era finito, la reacción de ambos mayordomos lo decía. Desvió levemente su mirada hacia la derecha, percatándose de que aunque el demonio estuviera enzarzado en una pelea de habilidades similares, desviaba su vista hasta él. Asintió casi imperceptiblemente. No necesitaba que el otro le ayudara.

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1:15 a.m.

Mientras que la fiesta en el salón continuaba con amena música, la pelea en las profundidades de la edificación continuaba sin ningún vencedor obvio por el momento. Increíblemente el moreno había logrado mantenerse en batalla contra el experimentado pelinegro. Cosa realmente asombrosa para un humano. En tanto el japonés esquivaba con gracia todas y cada una de las balas del ojizafiro, que ahora mismo se encontraba vaciando su sexto cartucho de balas. Mientras, de tanto en tanto lograba acercarse lo suficiente para intentar acertarle algún golpe directo

Desde la mesa, sentada sobre un lugar vacio en el mantel, la pelirroja observaba entretenida la pelea como si estuviera viendo una obra realmente novedosa. Con su confiable moto sierra bajo su mano, esperaba tranquila a que ambos demonios acabaran con su enfrentamiento para realizar su trabajo. Paso su mirada por todo el lugar. Lo que antes había sido una preciosa habitación con un festín digno de la realeza era ahora nada más que un campo de batalla: en las paredes las marcas de balas y cuchillos de plata, junto con los surcos de las estocadas y los golpes fallidos, decoraban el lugar convirtiéndole en un campo de batalla que distaba mucho de su apariencia original.

En el suelo, los casquillos y los restos de la bajilla y la comida descansaban mezclándose en un menjurge con un aroma y colores que a cualquiera quitaría el hambre. Paso su vista por el lado izquierdo luego de escuchar un tenue gemido, vio allí, aun colgada en la jaula, ignorante de lo que sucedía a su alrededor, a la joven de cabellos verde agua. ¿Cuán extenso habría sido el cambio realizado dentro de su cuerpo para resistir con vida la anterior tortura?

Al pensar en ello, no pudo evitar regresar la vista al lado contrario. Su mirada se poso en el cascaron vacio que ahora era el cuerpo de ese decrepito remedo de humano con complejo de Dios, el hermoso rojo escarlata de su sangre ahora era un color oscuro similar al vino tinto más espeso. Y a había recogido su alma, como dictaba el deber, apenas la pelea se hubo iniciado. Ese estúpido humano había resistido vivo algunos minutos después de que su cráneo se hubiese roto y sus sesos se desparramaran por el suelo. Realmente, sus últimos instantes debieron ser un infierno por el dolor.

Esto le saco una sonrisa de satisfacción a la chica.

Como había anticipado al verle, ni siquiera le fue necesario ver el Cinematografic Record a profundidad. Aunque aún le quedaba el tortuoso trabajo de averiguar dónde estaba ese dichoso pergamino. Desafortunadamente, los recuerdos de ese tipo solo le mostraron cuando lo encontró, no donde lo guardo. Debía recordar incautarlo y ponerle a salvaguardia antes de volver a las oficinas; los humanos no debían romper con las reglas de la existencia que ya habían sido dictadas de antemano, sus historias de vida, sus destinos. No debían ser alterados.

Dirigió, inevitablemente su vista al enano, al joven demonio que mantenía a raya al peligroso joven mayordomo con su pistola, sin ninguna voluntad obvia de matarle. Era más como si jugara con él, simplemente ganando tiempo. El pelinegro azulado había sido un caso… excepcional, tanto en la historia humana como en los registros shinigami: un Ángel había alterado todo su destino en el momento en que dio muerte a los Phantomhive, en el instante en que su vida se vio sumergida en una tormenta de plumas negras y sangre. Grell solía llamar a eso, un humano destinado a la desdicha.

Casi tan rápido como el repicar de sus balas, el peli verde se abalanzo hacia su persona al tiempo que el moreno se encargaba de dar una certera estocada al dueño de los ojos color rubí. Sebastián obviamente lo esquivo, además de lograr acertar dos de sus confiables cuchillos en la espalda del moreno, cerca del corazón, pero el hombre ni siquiera pareció percatarse o darle importancia al dolor por más de dos segundos. En cuanto a Ciel, dejando de lado su pistola por un instante, esquivo por unos centímetros el puño enguantado del adolescente y dando una vuelta sobre sí mismo, le conecto una patada en la espalda que lo envió varios metros por el aire hasta dar contra una de las paredes.

"El mocoso tiene lo suyo" pensó Sutcliff. Después de todo era un demonio… incluso desde antes de renacer.

-Oye, ¿te quedaras allí sentada?!- Devolvió su vista al chico de pie frente a ella, que jadeaba considerablemente. Se encontraba recargando su arma, con un nuevo cartucho que extrajo de quien sabe dónde. Su aspecto comenzaba a detonar la situación en la que se hallaba debido a un sutil pero perceptible desarreglo.

Con sus ojos clavados en ella, le pareció que le lanzaba dagas por sus ojos. Le sonrió con sorna en respuesta antes de ver como sus ojos se tornaban de un rosa infernal con pupilas afiladas, justo al tiempo en que Aikaze salto hacia él intentando conectar un golpe que, gracias a esta advertencia instintiva, logro esquivar.

-Según el protocolo de los shinigamis no debemos interferir en los destinos de las almas que buscamos- "Acaso, ¿ahora se abstiene al protocolo?" quiso gritar el oji azul pero estaba ocupado evadiendo los rápidos golpes de Aikaze- Además, no quiero. Pero, estoy muy aburrida así que terminen rápido con ellos.

Una vena comenzó a resaltar en su frente. No solo se negaba a hacer algo, sino que ahora les apuraba… decididamente "ella" comenzaba a ganarse uno de los primeros lugares en su lista de individuos molesto a "quienes eliminar en un futuro cercano".

Sebastián que no perdía detalle de las acciones de su Joven Amo, a pesar de estar concentrado en su propia pelea, decidió interceder. Esa pelea estaba durando demasiado para su gusto y lo último que quería era continuar en la misma habitación que el/la shinigami. Aprovechando sus impecables reflejos, en un movimiento le arrebato la espada de la mano al moreno, le dio una patada justo en la cabeza, mandándole contra el muro. De igual forma, utilizo el arma recién obtenida para, con un lanzamiento, clavar por las ropas al peli verde a la pared opuesta a su compañero.

-Grell-san, si nos ayudara terminaríamos más prontamente-se detuvo frente a ella, a escasos centímetros, fijando sus hipnotizantes luceros rojos en los ojos verdes tras los marcos rojos. Prácticamente podía sentir la respiración del pelinegro sobre él, de su cuerpo se desprendía un perfume que en tan solo segundos comenzaba a hacer mella en su autocontrol.

Manzana. El fruto prohibido que provoco la caída de la humanidad.

Sus mejillas amenazaron con pintarse de rojo. Entonces supo que era mejor responder de una buena vez. O si no iba a quedar a total merced de ese hombre tan atractivo para cumplir cada uno de sus deseos. Irónico y no por eso menos real.

-Está bien, que molestos- "¡Dios! ¡¿Por qué tenía que ser tan sexy e irresistible?!" se levanto a regañadientes de la mesa, sujetando con fuerza su Death Scythe y se alejo en dirección al moreno mayordomo que comenzaba a levantarse, visiblemente desorientado.

Si Will se enteraba de lo que estaba por hacer, seguro le daría todo el papeleo extra del departamento. Frunció los labios y presiono sus rojas uñas contra su palma.

El demonio-mayordomo sonrió con satisfacción ante esto, mientras hacía caso omiso a la insistente mirada de su amo. El chico mostraba una mirada tanto acusadora como desconfiada.

El maldito demonio siempre encontraba una forma, sutil o directa, de manipular a todos a su alrededor. Con palabras en dulces susurros. Gestos leves u obvios. Inclusive sus impecables modales y su perfecta estética. ¿Cuántas veces había sido él quien cedía a hacer algo que detestaba por el simple hecho de que el pelinegro se hubo burlado de su persona? ¿Cuántas veces le había dejado sin argumentos validos en sus discusiones? "Un demonio… ¿verdad?"

Debía admitir, al menos para sí mismo, que había ocasiones, pequeños momentos, en que olvidaba en parte sus naturaleza. Por unos segundos olvidaba que él era… que ambos eran demonios.

Salió de sus pensamientos cuando oyó el sonido de algo pesado y robusto al chocar contra el suelo. Levanto la vista (que el peli azul ignoraba haber bajado) para encontrarse con una gran sección del muro cayo justo sobre el tipo, quien llego a moverse lo suficiente como para no ser completamente aplastado pero si acabo atrapado del torso para abajo por una enorme viga.

Escucho como a sus espaldas el peli verde dejaba de forcejear con la espada, que sobresalía de la pared por encima de la mitad. Sebastián frente a él, le observo, una sonrisa aparentemente normal, sin embargo él pudo verlo. Estaba esperando su orden. Relucía en lo oscuro de su mirada rojiza.

Tomo el parche negro que cubrió su ojo derecho todo ese tiempo. En su ojo, brillando como siempre lo hizo, el sello del contrato. Nadie más que ellos sabría jamás que el sello original había sido roto tiempo atrás. Lo guardarían en lo más recóndito de sus mentes. Tan solo un demonio del grado de Sebastián se daría cuenta que brillaba con menor intensidad.

-Es una orden, Sebastián- tono altivo, seguro, orgullo, digno de su persona- Cumple la lista del shinigami.

Sonrió sádicamente ansioso. Levanto la mano hacia su pecho y dio una marcada reverencia al joven.

-Yes, My Lord- su voz aterciopelada y profunda pareció hacer eco en todo el lugar pero eso solo fue la percepción de Ciel. Alzo su mirada. Sus ojos brillando de rosa infernal.

Toda la estancia se sumió en una profunda oscuridad, en la cual solo sus ojos sobresalían.

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La noche era clara. El cielo refulgía por las estrellas, compañeras incansables de la luna que, serena, iluminaba suavemente a esos extraños individuos de pie junto a un carruaje. Una mujer pelirroja, un hombre de frac y cabellos negros y un joven de cabello negro azulado con elegantes ropas. Se encontraban en una callejuela a varias calles de una enorme mansión cuyas ventanas empezaban a resplandecer con una cálida luz.

Ciel miraba el interior del carruaje, gracias a la puerta abierta. Dentro, en el asiento que daba la espalda hacia el cochero, se encontraba recostado contra la pared un dormido Aikaze que mantenía aferrada en su regazo a una inconsciente Ludacris. Estaban cansados y heridos. Si no fuera por ello, no les hubiera permitido viajar dentro de su carruaje con él.

Grell estaba hablando algo con Sebastián que él no escuchaba mientras jugaba con un desgastado rollo de pergamino, lanzándolo y atrapándolo con presteza. Le siguió con la mirada. Ese era el tan afamado pergamino que el antiguo Duque había hallado en oriente.

Luego de la muerte de D'jhonn, Aikaze se había mostrado pasivo e inofensivo. Aparentemente era nada más que un esclavo. Eso le explicaba a Phantomhive que durante la pelea no hubiera puesto toda su fuerza; le fue sencillo saber lo que sucedió aún si el chico no se hubiera explicado: Durante años le habían practicado tanto a Ludacris como él cirugías invasivas cuyo cometido era… experimental. Se convirtieron en conejillos de indias. El collar en su cuello, el cual Sebastián se encargo de romper, era usado como un medio de adiestramiento.

Lo único que realmente anhelaba era salvar a su hermana menor de semejante vida a merced de ese gusano y su estúpidamente leal mayordomo, que a pesar de ser uno de los experimentos fallidos del hombre, le sirvió hasta su último instante.

Les había ayudado a encontrar la habitación donde el muerto ocultaba todos los documentos relacionados a ellos. Grell prácticamente le arrebato el pergamino de la mano cuando este se lo entrego y le inspecciono detenidamente. Sebastián, en cambio, había inspeccionado entre las cartas y folders de la habitación por una orden tacita de Ciel; quería averiguar quién era esa persona de la que el fallecido hablaba, aquel que le había otorgado los materiales para lograr su bizarro objetivo.

Lo único que habían sido capaces de hallar fueron unas pocas cartas dirigidas hacia el Duque firmadas únicamente como "Tu socio y amigo". Los sobres no estaban por ningún lado. Según les informo el peli verde, su antiguo Amo las quemaba tras leer las cartas y el chico tampoco podía serles de utilidad en identificarlo pues él jamás lo veía directamente: siempre le atendía en una habitación a oscuras, el invitado jamás hablaba en su presencia, y el jamás le escoltaba a la salida.

Fuere quien fuere cuidaba su identidad. La voz de la pelirroja despidiéndose del pelinegro, solo como ella lo podía, le saco de sus pensamientos de vuelta a la realidad. Últimamente se estaba dejando llevar mucho por sus recuerdos y pensamientos.

Grell apenas había dado tres pasos alejándose cuando se detuvo repentinamente.

-Antes de irme, recordé algo- se volvió levemente sobre sus hombros con una sonrisa de tiburón que no auguraba algo bueno - Todavía me debes ese día con Sebastián, enano.

El mencionado frunció el seño. Había alejado semejante cosa de su mente con éxito durante casi dos años y no planeaba sacarlo a conversación en lo que restaba de la eternidad. Por el rabillo del ojo observo a su Boochan a quien evidentemente no le hacía nada de gracia el apodo demostrándolo en un simple gesto: rodó los ojos.

-¿Enano?, apenas si eres un centímetro más alta- susurro molesto, el apodo ya comenzaba a colmar su paciencia, pero sabía que era verdad. Fue una tontería que dijo durante el caso de las chicas desaparecidas, el mayordomo-marioneta y el casi perder a Lizzie. Ahora que lo pensaba ¿Qué estaría haciendo ahora?- ¿Y qué hay con ello?

-Lo he estado pensando y decidí que no te lo cobrare…- el chico tuvo la sensación de que el aire regresaba a sus pulmones mientras sus tensos hombros se relajaban por primera vez en todo el día- Pero solo si puedo tener un beso de Sebas-chan.

Un escalofrió recorrió la espalda del desafortunado demonio. Un beso de la shinigami. Inaceptable. Un demonio de su categoría no se rebajaría a semejante… ni siquiera era capaz de nombrarlo. En cuanto a Ciel, el chico simplemente la veía sin creerlo. ¿Realmente la pelirroja estaba dispuesta a cambiar un día con *escalofríos* SU Sebas-chan, por un simple beso?

Por un momento se vio tentado a decir que si, solo para ver la expresión del mayor pero desistió al momento. El imaginarse esa escena le provocaba una molesta sensación en su estomago que no deseaba. Observo directamente a la shinigami, su sonrisa y su mirada delataba impaciencia por su respuesta, sin embargo, el joven solo le regreso una mirada profunda y fría antes de volverse hacia el carro.

-Vámonos, Sebastián- los dos entes le vieron mientras comenzaba a subir los escalones del vehículo. Mientras el mayordomo se disponía a seguirle, la Diosa de la Muerte frunció levemente el seño para luego sonreír de manera burlona. No permitiría que se fuera tan fácil esa oportunidad.

-Faltaras a tu palabra. Eso no es muy digno de un Phantomhive- esas palabras detuvieron al peli azul en el segundo escalón. La sonrisa de Grell se acentuó, había dado en el clavo. El orgullo del chico era una debilidad en ciertas ocasiones.

-Está bien, haz lo quieras-no se volvió a verlos porque sabía que la chica sonreía con burla. A veces maldecía su inquebrantable orgullo. Al escuchar los tacones contra el suelo no pudo evitar ver por sobre su hombro izquierdo disimuladamente.

La pelirroja se acerco a Sebastián. Este se mantenía inmutable en su lugar, viendo como ella le sujetaba por la corbata lo obligaba a inclinarse hacia su persona. Frente a esta escena, Ciel se mantenía aparentemente sereno, sin embargo apretó sus puños de manera inconsciente. El ver como lentamente se aproximaban a ese beso le producía un nudo en el estomago y una desagradable sensación en su pecho que según él no tenía explicación alguna.

Tan solo unos milímetros restaban para que unieran sus labios, cuando, para sorpresa de ambos, la chica se desvió de los labios del pelinegro y acabo dándole un beso justo en la mejilla. Demasiado cerca de la comisura pero sin tocarla.

-Nos vemos después, Sebas-chan- finalmente desapareció rápidamente, saltando de tejado en tejado, dejando a dos desconcertados demonios junto a una carroza.

"¿Qué… fue eso?"

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Desde el Big Ben dos figuras observaban atentamente mientras las llamas comenzaron a alzarse a la distancia.

-Él… ¿Piensas que será un obstáculo?- el más alto de los dos individuos se acuclillo contra el tejado, sujetándose desde la punta. Su cabello moviéndose gracias a la fresca brisa nocturna.

-No, al contrario. Su presencia nos será muy útil… por ahora- la figura más compacta, sentada en el borde con las piernas colgando frente al gran reloj, sonrió con superioridad.

En medio de la noche, las llamas se alzaron por encima de la edificación. La mansión que solía pertenecer a la Familia Ferro se quemaba hasta los cimientos. Todos los invitados habían salido antes de que el fuego se propagara al salón principal.

A la mañana siguiente se descubrirían los cuerpos calcinados del Duque d'Avila y su mayordomo principal. Scotland Yard recupero los cuerpos y le realizaron la autopsia para la tarde. El forense fue terminante en su informe. Causa de muerte: quedaron atrapados en el incendio.