Tangerines at 5 pm
Los personajes pertenecen a S. Meyer. Me adjudico la historia y algunos personajes.
Beteado por Lucero Silvero (Beta Reader FFTH)
- Octubre -
Esme deja entrar a Bella al consultorio como todos los viernes a las cuatro de la tarde.
—Lamento la tardanza. Tuvimos que barrer la nieve en la entrada de mi casa y lo terminamos un poco tarde.
—No hay problema, Bella. Toma asiento.
La muchacha asiente y se despoja el gorro de la cabeza, disfrutando del cálido ambiente del consultorio debido a la calefacción.
Cuando se sientan, una frente a la otra, Esme le regala una amplia sonrisa.
—Feliz cumpleaños, por cierto.
Aquél detalle toma por sorpresa a la jovencita.
—¿Cómo lo supo? —Sonríe enigmáticamente.
La mujer señala el cuaderno que sostiene entre sus manos.
—Mi tarea es memorizar el expediente de cada uno de mis pacientes. —Encoge sus hombros.
—Oh, cierto. —Se ríe—. Gracias.
—¿Tienes algo que contarme hoy?
—Bueno… ayer hicimos una fiesta. No fue grande, pero sí agradable.
—¿Recibiste muchos regalos?
—Algo así. Chucherías. Un poco de ropa. Oh, pero el mejor regalo fue una nueva bicicleta. Me la dio papá. Una más… adulta.
Esme asiente, anotando en su cuaderno con tranquilidad.
—Suena a una linda reunión. ¿Fueron todos tus amigos?
—No… no pudieron ir todos. Pero está bien, ¿sabe? —comenta con nostalgia—. No necesito demasiada compañía en ese día.
—Dieciocho años. Eso es algo importante, ¿no?
—Lo sé, la pasé muy bien en realidad. Además, estuve todo el día pensando en otra cosa como para concentrarme realmente en la fiesta. Pero lo disfruté, por supuesto.
—Otra cosa… ¿Cómo qué? ¿Las mandarinas?
Bella la observa detenidamente.
—En él.
—¿Estabas pensando en él? —Esme anota con claridad, reconociendo inmediatamente al susodicho.
—Sí.
—Bueno, usualmente piensas en él.
—Pero esta vez fue distinto. Hubo un motivo.
—¿Y cuál fue ese motivo?
Bella frunce los labios.
—Vino a la fiesta.
La mirada de Esme se clava concisamente en la jovencita.
- El día anterior –
—¿A dónde me llevan? —pregunta Bella una vez que Emmett le cubre los ojos con las manos.
—Ya verás. Es una sorpresa.
La familia Swan, en compañía de algunos conocidos, tales como el matrimonio Woodgate, Sam, Victoria, Bree y Jacob, acompañan a Bella hasta el patio de su residencia.
—¿Lista? —cuestiona una vez que se detuvieron a cierta distancia del nuevo regalo.
Ella asiente varias veces. Emmett aparta sus manos y Bella contempla finalmente su regalo: una hermosa y blanca bicicleta, con un bonito moño rojo encima.
Bella se regocija de felicidad. Es exactamente lo que ha deseado hace meses, el motivo por el que venía ahorrando con mucha dedicación y paciencia. Es nueva, más grande y mucho más rápida que la que tenía.
La joven agradece a su padre, porque aunque pudo haberle regalado un auto, ella prefiere la bicicleta.
—Yo que tú la estrenaría para hacer tus últimos pedidos, ¿eh? —bromea el señor Woodgate.
—¿Podemos hablar de otra cosa que no sea la Universidad? Hoy es su cumpleaños. Deja de tocar esos temas. —Su esposa le reprende y todos se ríen.
El examen de ingreso a la Universidad Online de Phoenix será en unos pocos meses. Hasta entonces, Bella seguirá siendo una de las empleadas del matrimonio Woodgate.
La celebración es armoniosa y cálida a pesar de la nieve que envuelve al pueblo entero. Pero eso no es un problema para Bella. Se siente mucho más cómoda utilizando ropa abrigada.
A las ocho de la noche, la fiesta finaliza, pero el matrimonio Woodgate se queda un par de horas más para conversar con los Swan. La última amiga en irse es Sam.
—Me comí dos porciones de ese pastel y sigo con hambre.
—Vaya. ¿Quién es el padre? ¿Jacob?
Sam golpea a Bella. Todavía no quiere admitir que le gusta.
—Muérdeme. Voy a arreglar esto.
Sam levanta su mano, enseñándole la uña que acaba de romperse.
—Bien. Y después dejo que me arregles las mías —bromea por la obsesión que tiene Sam por mantenerse pulcra.
—Trato hecho.
Bella saluda a su nueva mejor amiga mientras ésta se marcha de la residencia en su bicicleta.
Vuelve a entrar al living, con la intención de ayudar con la limpieza del hogar.
—Bella, ¿te importaría traerme mi bufanda? La dejé afuera —le pide su madre.
—No hay problema.
Ella vuelve a salir de la casa para rastrear la bufanda roja de su madre. Se rasca la cabeza. No la encuentra.
Se aleja un poco más, creyendo en la posibilidad de que se le haya caído en la nieve. Todo está muy oscuro, pero una bufanda roja debería ser notoria sobre la nívea superficie.
Y entonces, dos piernas aparecen en su campo de visión. Alza la cabeza, y encuentra a la última persona que podría esperar en ese día.
—Hola, Bella.
Ella se levanta lentamente, con la mirada fija en el perfecto rostro de Edward.
—¿Estabas buscando esto? —le pregunta, con la bufanda roja entre sus manos—. La encontré hace unos pocos minutos.
Sin decir nada, ella asiente y toma la bufanda. ¿Es él realmente? ¿En verdad se encuentra frente a sus ojos? ¿Por qué?
—¿Bella? —pregunta él, frunciendo el ceño. Aún no reacciona.
La muchacha sacude su cabeza varias veces y vuelve a pensar.
—¡Edward! Lo siento, h-hola —le saluda rápidamente, dándole un abrazo a la vez—. ¿Qué… qué haces aquí?
Antes de que él pueda contestarle, Bella observa la bufanda y dice:
—Espérame un segundo.
Echa a correr y cinco segundos después, le devuelve la bufanda a su madre.
—¡Vuelvo en unos minutos! —anuncia al resto de la familia, cerrando la puerta a su paso y regresando hacia donde se encuentra Edward.
Dan un corto paseo por el lugar. Pero no dicen nada.
Edward no deja de observarle. Luego, sonríe y niega con la cabeza.
—Lo has hecho.
—¿El qué?
—Tu cabello. Te lo has cortado.
Bella acaricia las puntas que le llegan hasta los hombros.
—Ahh… eso. Una… larga historia.
—Te queda bien.
Ella se sonroja.
—¿Volviste al pueblo?
Edward frunce sus labios, medio sonriendo.
—No exactamente. Otra larga historia…
—Oh, bien.
—Pasé por aquí al enterarme que es tu cumpleaños. Es una lástima que no tenga un regalo para ti.
—¿De qué hablas? —Bella se ríe—. Tenerte aquí es uno de los mejores regalos que me han otorgado.
—¿En serio?
—Bueno, no. Me regalaron una bicicleta. Es muy bonita.
Edward se ríe.
—Pero me alegra tanto verte…
Detienen el paso y se miran por un largo rato.
Él le sonríe con calidez.
—Deberías volver a casa.
—La fiesta ya terminó.
—La camioneta de los Woodgate sigue allí.
—Los veo todos los días. —Encoge sus hombros—. Quiero estar contigo.
Edward asiente.
—¿Tienes tiempo mañana?
Técnicamente, debe estudiar. Pero podría hacer una excepción si se esfuerza el doble al día siguiente. Edward al fin había vuelto.
—¿O te irás otra vez del pueblo?
Edward suspira.
—No, tengo… varias cosas que hacer. Me quedaré un par de días más.
—¿Podemos salir?
Ladea una sonrisa.
—Sí, podemos hacerlo.
- Al día siguiente –
Luego de salir de su sesión, Bella toma la bicicleta con la intención de encontrarse con Edward en la salida del pueblo. Si bien, nadie sabe que ellos mantuvieron un romance, bastaría una sola señal para empezar a sospechar que aquella jovencita, es la famosa tercera en discordia que deshizo el matrimonio de los Masen.
Una vez que se encuentran, se ponen a caminar un largo rato.
—Me sorprende que aún quieras hablarme.
Bella mira a Edward con sorpresa.
—La forma que me marché… tenía que hacerlo y no me arrepiento. Pero sabía que me odiarías.
Ella se ríe.
—Está bien.
Ahora él la mira.
—¿Está bien?
—¿Qué otra cosa podías hacer? Ambos estábamos demasiado asustados.
—De todas formas… esa no fue la manera correcta de contestarte después de haberte confesado. Lo siento.
—Sigo preguntándome si en verdad estaba enamorada de ti, o si sigo haciéndolo.
Edward se detiene.
—¡No te asustes! —Levanta sus manos, riéndose—. No pretendo que hagas nada ni que te quedes por mí. Resulta ser que me ayudabas a calmar mi ansiedad, y no estoy segura hasta qué punto fue amor o hasta dónde fue obsesión.
Siguen marchando en silencio, cada uno mirando en dirección al suelo.
—¿Cómo vas con eso? —le pregunta él, en voz baja.
—¿Mi ansiedad? —responde ella con casualidad—. Voy bien. Hago terapia y visito a un psiquiatra una vez al mes. No hay cura, pero al menos puedo sobrellevarlo.
—Lo he notado. Luces más relajada.
—Son los medicamentos. Me dejan dormir y pensar con claridad. Hasta son buenos para la memoria. Me ayudan a estudiar. El año que viene, debería entrar en la Universidad.
—Eso me alegra, Bella.
En el camino, ella percibe el recorrido y sonríe.
—¿Quieres acompañarme a un lugar? Quiero enseñarte algo.
—Claro… eh, no quiero incomodarte, pero… ¿no son las cinco de la tarde?
Bella observa su reloj. Son las cinco y treinta.
—No, está bien. Puedo hacerlo más tarde. —Encoge sus hombros. Tal vez ya no precisa del horario, pero todavía necesita hacerlo al menos una vez al día. Ese es un gran progreso, en realidad.
Ella lo lleva hasta el árbol donde Sun se encuentra enterrado. Después de relatarle la historia sin lujo de detalles, toma unas flores de su mochila y las coloca sobre el césped.
Se quedan en silencio, sentados frente a ese árbol.
—Aquí solían venir unos adolescentes a acampar. Pero ya nadie lo hace. Todo el pueblo sabe que este lugar es importante para mí y lo respetan. Cuando dijiste que no podría irme del pueblo, me molestó mucho ya que eso era lo que trataba de hacer. Pero tenías razón. No necesito hacerlo. Al menos, no ahora.
—Luces bien, Bella.
Ella ladea su rostro y él le sonríe.
—Luces muy bien.
—Gracias. —Se ríe—. Tú también. Dime, ¿estás aquí por los chicos…?
—¿Haz estado frecuentándolos? —pregunta con curiosidad.
Bella niega.
—Su madre no les deja hablarme. No estoy segura de que sepan mucho sobre el asunto. Tampoco he intentado acercármeles.
—¿Por qué?
Encoge sus hombros.
—Sospecho que tú no has hablado de mí con ellos, ¿verdad?
—No lo haría. Jamás.
Ella asiente.
Permanecen otro rato en silencio.
—Me estoy divorciando, Bella.
Esto captura por completo su atención.
—Después de lo ocurrido, no me marché tan lejos como creerías. Regresaba los fines de semana para estar con mis hijos. No quería… verte, hasta saber exactamente lo que Heidi y yo haríamos. No me parecía correcto. Pero… así es como las cosas se dieron.
—¿Por eso estás aquí? ¿Para terminar con los papeles?
Edward asiente.
—No iba a funcionar. Tarde o temprano tendría que suceder. Tú simplemente agilizaste el proceso. De otra forma, me habría arrepentido a los cuarenta años. Todavía soy joven.
—Lo eres. Eres muy joven. ¿Qué es lo que harás? —pregunta, en especial, por sus hijos.
—No lo sé.
En pocos minutos, el viento comienza a soplar fuerte. Una tormenta de nieve se acerca.
—Será mejor que nos vayamos —advierte él.
—¿A dónde?
—Sígueme.
Edward le toma la mano —mientras ella arrastra su bicicleta— y la lleva hasta la posada donde, al parecer, se hospeda durante sus visitas a Double Springs.
Por suerte, nadie identifica el rostro casi oculto por un gorro de Bella.
Una vez que atraviesan la puerta de la habitación, él enciende la calefacción y ella observa el lugar.
Es bastante acogedor, pero no hay muchos muebles. No planea quedarse allí por mucho tiempo.
—¿Por qué no te quedas con tus padres? —Bella se lo pregunta.
—No lo sé. Tal vez porque cada vez que los visito, me advierten de la "pésima" decisión que he tomado. Me gusta estar solo.
Ella sonríe.
—A mí no, me gusta estar acompañada. Me aburro en la soledad.
Escucha la suave risa de Edward.
—Estás acompañada.
Por primera vez, las mejillas de Bella vuelven a ponerse coloradas.
—¿Quieres tomar algo? —ofrece—. ¿Chocolate?
—Chocolate estaría bien —responde, mientras se sienta en el sillón del living.
—Entonces… ¿nunca más cabello largo? —bromea él.
Se ríe.
—No, para desgracia de muchos.
—¿Por qué?
—Porque ya nadie puede considerarme atractiva. Ya no soy una especie exótica en este pueblo —dice con sarcasmo.
—No es cierto. Ahora toda la atención recae en tu rostro. Sigues siendo atractiva, incluso más. Luces… madura. No estoy viendo a una adolescente.
—Tú nunca quisiste verme como una. —Se ríe.
—Pero lo hacía, muy en el fondo. Tal vez esa era mi mayor fantasía.
—Yo lo admito. Me ponía mucho estar con un hombre más viejo que yo. Tal vez soy una irremediable sumisa.
—¿Tú? ¿Sumisa? Claro.
—Pero si eso es lo que me gusta. Someterme. Me gusta obedecer.
Él no responde nada, pero nota que sonríe internamente.
Para cuando Edward se acerca ofreciéndole el chocolate y para sentarse a su lado, Bella sabe que esta es una prueba que superar. ¿Podrá superar los encantos de Edward?
—¿Tienes novio, Bella?
De nuevo, se pone colorada.
—No, qué va…
—Ya tienes dieciocho.
—Suenas como si estuvieses sugiriéndome que ahora ya es legal acostarte conmigo —bromea ella, pero muy en el fondo se sonroja.
Él también se ríe.
—Sabes que no me refería a eso. Estoy tratando de ponerme al día contigo.
—Hablaste de fantasías… ¿sigues teniendo una así o… ahora te vas a fijar en mujeres de tu edad?
Edward se lo piensa durante un momento y suspira, alargando sus brazos sobre el sillón.
—Tal vez necesite estar alejado de las mujeres por un tiempo.
—Y yo estoy aquí, a pocos centímetros de ti. —Se ríe en voz baja.
Él no responde nada, pero ella sabe que sonríe. Se da cuenta que su brazo está a pocos centímetros de su hombro. Como si intentara tocarla, aunque ese no es el objetivo de Edward.
—Perdón. Es que estoy nerviosa.
—¿Por qué estás nerviosa?
—Porque tú me pones así. Me intimidas.
—¿Intimidarte? Pero si no te haré nada.
Bella le mira.
—¿Y por qué estás tan cerca de mí? —pregunta en voz baja.
Se miran durante varios segundos. Ese hilo se rompe, cuando uno de los dos decide mirar a los labios del otro. Y es entonces cuando la tentación vuelve a aparecer y decide no resistirse a ella.
Hay algo distinto cuando le vuelve a besar. Miles de recuerdos vienen a su cabeza, y la mayoría de ellos son gratos. Pero no es solo atracción física. Es atracción emocional.
Y esto es recíproco.
Edward se detiene y Bella no dice nada. Se muerde el labio.
—¿Qué es lo que haces conmigo, Bella? —Niega varias veces—. ¿Por qué me tienes así de loco?
Pero entonces, Bella sonríe para sí misma al darse cuenta de algo.
—Vaya.
—¿Qué?
—No era obsesión, después de todo.
Edward acaricia un mechón de su cabello.
—Me mudaré a Tucson. Al menos, hasta que decida qué es lo que haré.
Bella ya tiene planes para su vida. Se lamenta.
—Tal vez esto tenía que ser así. Estaba destinado a terminar así.
—Tienes tanto por delante. Eres muy joven…
—Y tú también —dice ella con dulzura—. Tú también deberías hacer muchas cosas.
Edward acaricia su mano.
—Oye, tengo dieciocho años. Puedo hacer viajes sola. Tucson no está tan lejos.
Se ríe.
—Concéntrate en tus estudios, Bella. Tienes un gran futuro por delante. Mantente sana y sigue creciendo. Y… bueno, si me necesitas, tienes mi teléfono.
Bella golpea juguetonamente su pecho y se ríe.
Él tiene razón. Ella es muy joven y necesita enfocarse en otras cosas. Pero el futuro es tan distante e incierto que parece innecesario tener que resolver las cosas pronto. Tal vez deba esperar un poco de tiempo.
Nunca sabes cuándo la vida podría volver a unirte a esa persona de nuevo.
Aquél encuentro le deja con la conciencia intranquila a Bella, pero no tiene nada que ver con sus sentimientos, sino con sus deberes. Por la forma en que actuó durante los últimos tres meses. Hay algo que necesita ser cerrado.
En su nueva bicicleta, se acerca hasta la residencia de los Masen. Viejos recuerdos guarda allí y todo se siente distante, desde el Edward de hace unos meses hasta el muchacho con el que se encontró hace pocos días. Pero sobretodo, es un sentimiento de amargura y nerviosismo.
Golpea la puerta. Heidi atiende. La mira con asombro.
—Yo… me enteré de… bueno. Lo siento. Lamento haberme acercado a su familia. Lamento el dolor que le he causado. Y sobre todo, lamento no haberme acercado a usted y a sus hijos para redimirme de mis actos. Yo… espero que pueda perdonarme por…
La mujer abofetea a Bella.
Ésta permanece estupefacta.
—No vuelvas a pisar mi casa ni hablarle a mis hijos, nunca más.
Cierra la puerta sin precaución alguna.
Tal vez no es la respuesta que esperaba, pero siente que al menos ha hecho algo. Al menos lo ha intentado. Sin embargo, le duele la mejilla. Se acerca hasta el jardín, coge un poco de nieve y se refresca la zona lastimada, buscando un poco de consuelo.
No se ha dado cuenta que Micah se encuentra parado allí, frente a ella.
—Hey, Micah…
Se acerca hacia él.
—Yo… —Suspira—. Perdóname. Por todo. Pero sobre todo, por haberme alejado de ti.
El muchacho duda por unos segundos.
—¿Puedo preguntarte algo? ¿Es… cierto?
Los rumores podrían ser ignorados por la pequeña, pero no por un muchacho de ya quince años.
Asiente, con vergüenza.
—Creí que eras distinta.
—Estoy intentando —responde ella.
El muchacho observa el suelo, encogiéndose los hombros.
—Sé que todavía hablas con él. Me lo ha dicho. Bueno, se lo he preguntado.
—¿Quieres que deje de hablar con él?
—¿Haría alguna diferencia?
Niega.
—Ya he lastimado a demasiadas personas. Pero lo he pagado, ¿sabes, Micah? Lo he pagado muy bien.
Micah observa la ventana de su casa.
—Mi mamá no me deja hablar contigo.
—A mí tampoco. Pero, no necesitas hacerle caso. A no ser que tú no quieras hablarme, podría entenderlo.
—No lo sé, es extraño.
Bella asiente.
—¿Tu hermana no…?
—No.
—Bien.
Bella se da la vuelta, dispuesta a marcharse.
—¿Bella? —él la llama.
—Te perdono.
Ella le regala una buena sonrisa y sacude su mano en dirección hacia él.
Micah hace lo mismo.
Toma su bicicleta para marcharse, dispuesta a dirigirse hacia la biblioteca —parte de su rutina diaria— y estudiar un poco. Revisa el reloj y se da cuenta que es la hora de tomar uno de sus medicamentos. Pero no carga una botella de agua con ella. Entonces, se dirige hacia una de las cafeterías y, de paso, aprovecha para pedir un poco de café caliente.
Cuando le entregan su pedido, se marcha hacia la entrada, y en el camino, encuentra dos rostros conocidos.
Los de Esme y Carlisle. Se encuentran tomando café en una de las mesas.
No planeaba saludarlos, pero entonces se da cuenta que es la ocasión perfecta para hablarles.
Se acerca a ellos y Carlisle es el primero en notarla.
—¡Bella! Hola.
—Hola. No sabía que frecuentaban las tiendas de este pueblo.
Los Cullen no viven allí, pero trabajan en Double Springs.
—Es un lugar agradable. —Esme encoge sus hombros, luego de compartir una mirada conspirativa con su esposo—. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí?
—Iba hacia la biblioteca y pasé a comprarme esto —Sonríe sin problema, señalando su café—. Yo… quisiera agradecerles por todo lo que han hecho. No los molestaré con ese tema ahora —advierte rápidamente y el matrimonio sonríe—, pero… sí, eso. Gracias.
Asiente una sola vez y decide marcharse de nuevo, pero la voz de Carlisle le detiene.
—No te dejarán beber eso en la biblioteca. ¿Quieres acompañarnos?
Sonríe con sorpresa y se sienta en el último asiento disponible de esa mesa.
FIN
NOTA DE AUTORA:
Y ese ha sido el final... agradezco a todas las personas que confiaron en que mejoraría la forma en que escribo y las historias que traigo. Me ha gustado este cierre que no es cierre, porque son etapas de la vida, pero quise mantenerlo realista en todo momento. No habrá epílogo ni secuela. Este es el final.
Alguien me preguntó por mis planes... ¿ahora? voy a continuar mi otra historia, The Hopscotch's Seventh Floor y esa será la única. No tengo planes de empezar una hasta terminar esa. Tengo otra historia en mente, pero es tan compleja que necesitaré mucho tiempo para armarla. Tengo planes de retirarme pronto de este fandom y comenzar historias originales. Si desean seguir mis historias, pueden unirse al grupo de facebook. El link está en mi perfil.
De nuevo... muchas gracias por confiar en mí. x
Mia Masen