Capítulo 1: El héroe solitario

Cuando tenía siete años huí de casa. En ese entonces creía que mi padre no me quería, de hecho, pensaba que nunca me quiso; pasaba horas encerrado en su oficina de trabajo, preocupado de armar sus aeroplanos y sólo lo veía algunas horas al día. Aunque me gustaba entrar a su biblioteca a leer y, a veces, él me contaba sobre sus libros como si fuera alguien mayor, claro yo igual le entendía. Pero después papá se casó y tuve que acostumbrarme a una desconocida que trataba de hacerse la amable, pero que en realidad me odiaba. Después tuvieron dos hijos, de un año de diferencia, y vi a mi padre sonreírles y jugar con ellos, haciendo cosas que nunca había hecho conmigo.

Poco antes de cumplir los siete empecé a ver cosas extrañas y las arañas me perseguían por todas partes, yo siempre les había tenido un pavor terrible y esto de cierta forma empeoró la relación con mi padre. Él creía que yo solo trataba de llamar su atención y, una vez, escuché a mi madrastra diciéndole que eran pataletas porque estaba celosa de mis hermanos pequeños. Me sentí sola y odié a todos en casa. Yo era diferente, lo había notado hace tiempo; aprendí a leer yo misma y entendía lo que papá me decía, tenía buenas notas en el colegio, aun cuando padecía dislexia, esto solo recalcaba mi inteligencia. Era capaz de hacer muchas cosas y estaba segura que estaría mejor yo sola, no necesitaba a mi padre y por eso decidí irme de casa. La única compañía era esa voz que a veces me guiaba en mi cerebro y mi inteligencia.

Hasta muchos años después me di cuenta del error que cometí. Me quité la oportunidad de tener una familia porque creía que las cosas funcionaban de otra manera, me sentía superior pero nunca puse de mi parte para que la convivencia funcionara, olvidé que las personas no son solo racionales, sino que también emocionales, y yo no aporté sentimientos a mi familia.

Después de huir de casa pasé algunos días caminando, guiada por la voz en mi cerebro, pero comenzaba a superarme el miedo por lo desconocido. Sabía que algo me rodeaba, que me observaban, y no era algo bueno, eran seres que querían hacerme daño. El miedo era peor porque no sabía qué o quiénes eran los que me seguían, o qué podía hacer para defenderme.

Cinco días después de huir, me encontré acurrucada en un callejón, completamente oscuro por la ausencia de la luna. Hacía frío y tenía hambre, porque se me había terminado la comida y no llevaba mucha ropa; había pensado en llevar poco peso, no pensé en que haría tanto frío cuando el invierno había terminado hace un mes. Tenía sueño porque no había dormido bien últimamente, pensando que algo me atacaría o vendrían las arañas, y estaba cansada de tanto caminar. La oscuridad me producía más sueño y la postura -acurrucada en un rincón para pasar el frío- no me ayudaba...

Un ruido de latas me despertó de golpe. Mi corazón golpeaba fuerte en mi pecho, pero no me moví, el miedo me tenía paralizada. Sentí unos pasos fuertes cerca mío y algo que olfateaba. Debí haber pensado que era un animal callejero, pero algo dentro me decía que era una bestia mucho peor, la cosa que me había perseguido desde que huí de casa. No sabía que hacer, después de dejarme llevar por el sueño mi cuerpo había despertado demasiado frío y cansado para moverme, me dolía todo y ni siquiera podía pensar con calma… ni siquiera la voz vino en mi ayuda.

La bestia se acercaba cada vez más y mis ojos, acostumbrados ya a la oscuridad, veían una sombra enorme y deforme, moviéndose torpemente. Estaba segura de que sabía donde estaba, porque había dejado de olfatear y se dirigió directo hacia mí... Algo dentro hizo que mi cuerpo reaccionara, tomé mi mochila y se la arrojé a la bestia, luego salí corriendo en la dirección contraria (por suerte no era un callejón sin salida).

Mi cuerpo se quejaba por cada paso que daba, pero no podía detenerme, no sabía donde estaba y las calles estaban todas abandonadas y oscuras; definitivamente no era un lugar para que una niña estuviera corriendo de noche. Además, sabía que la bestia me perseguía, esa especie de monstruo enorme, sentía su aliento cerca, casi sobre mí. Doblaba por las calles sin parar, esperanzada de encontrarme con alguien que me ayudara, pero todo seguía solitario. De pronto choqué de frente con una pared y, a pesar del cansancio y el miedo, me di cuenta que había entrado en una calle sin salida. Me di vuelta al escuchar al monstruo detrás de mí. La noche seguía oscura y tenía la vista nublada por las lágrimas, aún así vi su figura enorme abalanzarse sobre mí... me dejé caer, esperando mi fin... sabía que la bestia me mataría o me comería, ya esperaba sentir unos colmillos en mi piel... pero sólo sentí una nube de polvo caer sobre mí...

Los segundos pasaron y nadie me había caído encima. ¿Qué pasó? Tenía demasiado miedo para mirar.

Levanté la cabeza lentamente... por un momento me asusté al ver una sombra inclinarse sobre mí.

-¿Estás bien?

¿Eh?

Tuve de pestañear varias veces para notar que la silueta frente a mí era más pequeña que la de la bestia, no gruñía y tenía forma humana.

-Tranquila, no te haré daño.

Por la voz era un hombre, pero no tan hombre, más bien se escuchaba una voz joven, pero muy suave y tranquila, que de inmediato me hizo sentir mejor.

El joven se hincó frente a mí.

-¿Estás herida?

Apenas negué con la cabeza.

-Bien, vamos –dijo poniéndose de pie.

Pero yo no me moví. Aún no sabía quién era o qué le había pasado al monstruo. No sabía lo que él quería hacer conmigo.

-Vamos –repitió. Tenía una mano tendida hacía mí y mi brazo se movió inconscientemente para darle mi mano. Él me levantó sin esfuerzo-. Tengo un refugio cerca de aquí.

Él empezó a moverse, pero cuando traté de seguirlo me fui al suelo. Mis piernas no me respondían, estaba demasiado cansada para moverme y no pude evitar cerrar los ojos.

Desperté de golpe, tratando de levantarme, pero mi cuerpo protestó con dolor, por lo que volví a recostarme. No sabía dónde estaba o qué había pasado. ¿Lo de anoche había sido real? Estaba siendo perseguida por una clase de monstruo que quería comerme y luego... ¿El hombre que me salvó había sido real? Debía serlo o no estaría viva.

Pero, ¿ahora dónde estaba? Era un espacio pequeño, olía a tierra y árboles. ¿Era un bosque? Debía ser una especie de guarida, armada en medio de algún bosque o algo así. Podía sentir raíces con mis manos y... también había un olor extraño: era refrescante, limpio y agradable.

Traté de volver a sentarme, esta vez lentamente. Me dolía todo el cuerpo, suerte que el lugar era calentito. No, el calor venía del abrigo que llevaba puesto. Era grande, me cubría todo el cuerpo y, a pesar de ser delgado y pesar poco, se sentía muy cómodo y cálido. Supongo que el joven de anoche me lo puso al notar que me estaba congelando y me trajo a este lugar para descansar. Pero, ¿dónde estaba?

Me acerqué hincada a la salida, que se notaba por la luz que se veía entre las ramas. Al apartarlas la luz me cegó y tuve que cubrir mis ojos. Luego de unos segundos volví a mirar, para comprobar que efectivamente estaba en un bosque. Los árboles estaban separados, lo que permitía que la luz pasara libremente... era un lugar hermoso.

-¿Estás bien?

Sentí un susto de muerte y caí de espaldas dentro del refugio.

Que vergüenza, había estado tan concentrada en el bosque que no me fijé que el joven de anoche estaba apoyado a un lado de la entrada.

Volví a asomarme.

Ahora podía verlo, ya que había la suficiente luz, pero fue decepcionante. El tipo usaba ropa negra, no dejaba ver ninguna parte de su cuerpo, ni siquiera el rostro. Tenía la cabeza envuelta en una tela larga, como una bufanda, además usaba lentes oscuros por lo que ni siquiera podía ver sus ojos.

-Ten.

Me tendió una botella, no, era una cantimplora. Era de cuero y tenía extraños detalles; parecía muy valiosa.

-Toma solo un sorbo –me dijo, cuando la llevaba a mi boca.

El líquido era extrañísimo, ni siquiera podía definir el sabor; era como si mezclaran todos los sabores que me han gustado hasta ahora. Me sentí bien de inmediato, quería seguir tomando pero el tipo me la quitó de las manos.

-Sólo un sorbo.

-¿Por qué? –repliqué, sin poder contenerme. Pero él no me respondió-. ¡Oye!

-La primera palabra que dices y es una replica. Al menos deberías agradecerme el haberte salvado anoche.

Me sonrojé de la vergüenza. Después de todo gracias a él seguía con vida, o eso creo.

-Gracias –dije por lo bajo. No acostumbraba a pedir disculpas o dar las gracias, de hecho lo odiaba-. ¿Qué pasó con la bestia de anoche?

-Chica lista, ¿no? Te gusta saberlo todo.

Eso me sorprendió. Al parecer estaba acostumbrado a tratar con diferentes personas. Por su postura y el tono de su voz parecía alguien mayor, alguien que había vivido mucho y visto muchas cosas. Pero físicamente no lo parecía y el timbre de voz no era de un adulto.

-Lo de anoche era un monstruo. No necesitas saber nada más por el momento. Ya más adelante te enterarás.

No lo podía creer. ¿Cómo quería que me quedara con esa respuesta tan simple?

-Eres algo pequeña para que te sigan los monstruos.

-No soy pequeña, tengo siete años.

-Orgullosa. Ya me hago a la idea de quién eres.

-Ah, pues yo no tengo idea quién eres tú –le repliqué enfadada.

-Yo soy quien evitó tu muerte anoche y te va a llevar a un lugar seguro. Suficiente información.

-Pues para mí no es suficiente –volví a replicar con más fuerza, mientras me cruzaba de brazos-. No puedo confiar en alguien que no conozco. ¿Qué tal si me secuestras? Podrías ser un traficante de niños o un pervertido.

-Tendrás que conformarte con eso –me respondió sonriendo. Bueno, creo que sonreía por su voz, porque seguía sin poder ver su rostro.

-¿Por qué te cubres tanto?

-Porque no quiero que me vean –me respondió con simpleza. Vaya, este tipo era directo y preciso.

-Eso es obvio –le dije, un tanto molesta.

-Entonces por qué lo preguntas.

¡Agh! Esto me superaba.

-Vamos. No tenemos tiempo para esto.

Se puso de pie, tomó un morral de cuero que colgaba de un árbol y se lo puso al hombro.

-No voy a ir a ningún lugar con un desconocido –le grité molesta.

-¿Te quedaras sola esperando a los monstruos?

¿Qué? No, no quería volver a pasar por lo mismo de anoche.

-Dame mi abrigo o te dará demasiado calor –me dijo, ignorando totalmente mi estado. Cada vez me irritaba más.

Me quité el abrigo y se lo arrojé a la cara, pero él lo agarró en el aire como si nada y lo enredó en su morral. Luego empezó a caminar.

¡Diablos! ¿Qué hacía? Él era un desconocido... pero me había salvado y prometió llevarme a un lugar seguro. Me empecé a sentir muy sola.

-Vamos, pequeña –me dijo, mientras seguía alejándose.

-Te dije que no soy pequeña –le grité mientras lo seguía.