DISCLAIMER: HETALIA LE PERTENECE A HIMARUYA HIDEKAZU, ASÍ MISMO LOS PERSONAJES QUE APARECEN EN ESTA HISTORIA.

Espero les guste~


Estábamos en una típica reunión de la ONU. Todos discutían y hablaban entre gritos sobre cosas innecesarias y sin sentido. Como el Héroe que soy debería ponerle un fin a todo el alboroto que los demás están armando, debería exponer mis ideas geniales y grandiosas para demostrarles cuan equivocados están con respecto a lo que proponen. Sin embargo, esta vez no tengo ganas de detenerlos. Esto simplemente porque YO, Estados Unidos de América, Alfred F. Jones, el Héroe de este mundo, estoy enamorado. Algunos dirán que eso no es para nada malo pero para mí no hay arreglo. Por increíble que parezca, no soy correspondido. ¿Quién es la persona que ocupa el corazón y mente del Héroe que todos aman y admiran? No es nada más ni nada menos que Inglaterra, mi antiguo protector. Desde que nos encontramos – ¡hace más de dos siglos! – en aquella pradera, no he dejado de pensar él. Recuerdo todo como si fuese ayer. La primera vez que conocí a Inglaterra, él era el tipo de nación que le costaba sonreír.

Como era una nación nueva, llamé la atención de muchas naciones que, por supuesto, vinieron a verme. En aquel tiempo, todos eran casi tan fuertes y geniales como lo soy ahora yo. No puedo negar que fueron amables, trataron de ganarse mi afecto con cualquier cosa. Especialmente Francia. Cuando pequeño, quería que fuésemos una gran familia, en la que yo tendría muchos hermanos y no estaría tan solo en mis vastas tierras, demasiado grandes en ese entonces. Pero desde ese momento supe cómo funcionaban las cosas en realidad. Comprendí que las naciones riñen y discuten entre ellas, algo como lo que sucede actualmente.

Aquella vez peleaban por quién sería mi protector y yo de verdad deseaba tener a alguien conmigo. Aunque estaban mis amigos animales, estar con ellos no era lo mismo. Con ellos no podía comunicarme realmente. Me sentía solo y por lo mismo decidí que si tenía que ser solo uno, escogería a alguien con quien pudiese ser feliz y, a su vez, que fuese feliz estando conmigo también. Francia e Inglaterra me ofrecieron cosas que me podían interesar. Arthur no fue verdaderamente bueno en ello, me dio tanto miedo que no sabía que estaba tratando de hacer, si sonreír o asustarme. Solo sabía que Arthur me recordó a los fantasmas que habitaban en el bosque por la noche. Lloré de miedo y traté de alejarme de él de inmediato. Francis, en cambio, me ofreció comida que lucía deliciosa. Jamás había probado algo que se viera tan sabroso. Intentó calmarme y trató de llevarme a su lado. La boca se me hizo agua con todo lo que vi, quería coger un bocado hasta que noté a Inglaterra al lado de un árbol, afirmando sus rodillas contra su pecho y con lágrimas surcando su rostro. Incluso en un momento trató de esconder su rostro, hasta ahora pienso que fue un gesto conmovedor.

En medio de esa pradera, sentí que mi mundo se sacudió y un dolor extraño se depositó en mi pecho, haciendo que llorara, ya no de miedo. Arthur en ese entonces parecía tan fuerte, tan temible, y pese a eso estaba llorando por haber perdido. Se había rendido en su único intento, porque vio cómo su rival lo había vencido, con un elemento que él no poseía.

Eso sucede porque no eres bueno tratando con los demás…–Francia murmuró por lo bajo.

Algo me decía que Arthur siempre estaba solo… por sí mismo enfrentando todo. Debo protegerlo, pensé y sin pensarlo más me encaminé hacia él y le pregunté, sin entender bien en ese momento, si es que estaba bien. De algún modo supe lo que Arthur sentía y terminé escogiéndolo a él. Me di cuenta de que él necesitaba a alguien tanto como yo, y yo quería estar con alguien que me necesitara. Si nos necesitábamos el uno al otro, ambos podríamos ser felices… Si podía estar con él, me encargaría de que no faltara la felicidad. Nos tendríamos mutuamente, como hermanos quizá. Algo, que no entendí muy bien en ese momento, me decía que iba mucho más allá de la hermandad.

Arthur no me obligó a llamarlo Hermano. Me fue extraño, eso significaba que él no necesitaba un hermano. Ah… este mundo es para nosotros dos solamente. Pensaba inocentemente. Arthur prometió cuidarme y que estaría para mí cada vez que lo necesitara. Sonreí y acepté todo sin dudarlo. Yo también decidí protegerlo y cuidarlo con todas mis fuerzas. Desde ese momento quise ser su Héroe…

Pasó un tiempo en el que Arthur iba y venía de su país al mío. Siempre estaba malherido y el olor a sangre era casi permanente en sus ropas. Me sentía inútil y lloraba por no poder hacer nada para evitar sus heridas. Mi parte de la promesa no se estaba cumpliendo y él, a pesar de todo su dolor, me daba amplias y hermosas sonrisas. Esas que ya no suelen salir tanto, pero que sigo amando.

Mientras estaba en su nación y yo permanecía en la mía, la tristeza me invadía. Me enviaba cartas que me hacían sentir mejor pero no menos solo. El cielo despejado es como el color de tus ojos. De un azul sereno y calmo, que acompañado por los rayos del sol me recuerda mucho a ti, por tu desbordante alegría, escribía. Siempre me preguntaba si realmente me podía recordar aun cuando su cielo estaba cubierto de nubes.

Inglaterra muy pocas veces podía ir a verme, pero cuando podía se quedaba un largo tiempo. En verano, nos quedábamos observando las estrellas y me contaba mil historias sobre ellas. Como él viajaba en barco, se daba el tiempo de observar el cielo con detenimiento y gracias a eso conocía a todas y cada una de las estrellas, tal como veía un mapa. Me enseñó que cada vez que una caía podía pedir un deseo. Que Arthur nunca me olvide, por favor, coreaba sin cesar cada vez que veía una estrella fugaz. Aquellas historias no las recuerdo hasta el día de hoy.

Había veces en que Francia aparecía para preguntarme si me había arrepentido, trayéndome un poco de su comida. Arthur sin esperar lo echaba, furioso por su presencia. Siempre observaba como discutían. Aunque se dijeran cosas hirientes o se lanzaran golpes, parecían cercanos entre ellos había una confianza que no comprendo aun. Con él, Arthur se mostraba diferente, y eso causaba un revuelo en mi interior. Francis siempre ha sido atrevido. Lo abrazaba o trataba de besarlo, solo por fastidiarlo. Cuando él se iba, yo corría a abrazar a Arthur, tratando de borrar la sensación de Francia sobre el cuerpo de Inglaterra. Arthur no comprendía el porqué de mi actuar y solo acariciaba mi cabeza con una sonrisa dibujada en sus labios. Eso me irritaba. Demostraba que él, sin importar qué, no vería más allá que el hermanito pequeño. Y yo odiaba eso. No quería ser menos que Francia, quería estar de igual a igual con Inglaterra. Quería saber las cosas que los otros sabían, quería ser yo el que más supiese de Inglaterra… quería ser el primero y único en su corazón, pero Inglaterra no lo notó. Mi deseo creció tanto, que ya no pude soportar estar bajo el cuidado de Arthur. Decidí que era el momento de distanciarnos para cumplir mi promesa.

Busqué mi independencia y libertad. Lo que necesitaba para llegar a su corazón sin restricciones, pero mis sentimientos no lo alcanzaron y nuestra relación empeoró. Hasta un poco antes de las guerras mundiales, no me aceptaba realmente como un igual. Hasta puedo afirmar que sentí que me odiaba. Cuando nos encontrábamos no me dirigía a la palabra y evitaba mirarme, solo trataba conmigo lo justo y necesario, a pesar de que nuestros países se relacionaban en algunos ámbitos. Cuando las guerras estallaron, comencé a ser partícipe de ellas, fue aceptándome paulatinamente, hasta llegar a lo que tenemos ahora. Sin embargo, no podemos conversar con normalidad. Arthur me sigue viendo como un niño y no hace más que criticarme. A lo que no puedo evitar responder con ironías. Y eso es lo que hay, gritos, peleas e ironías.

Definitivamente Arthur no es el mismo que conocí cuando pequeño. El Arthur que conozco actualmente muestra muchas más facetas que antes. Suele exaltarse con rapidez, casi siempre está de mal humor, y cuando no lo está es porque está hablando con sus ilusiones, haciendo una de esas expresiones puras e inocente, tan enternecedoras que me cautivan, pero siempre trato de ocultarlo. Actúa como un anciano la mayoría del tiempo, lee y escucha cosas antiquísimas, además de que todo lo que tiene que ver con él –tanto su música, su literatura, su comida y más– es… peculiar. Sobre todo su comida, que incluso desde la primera vez que la probé no ha cambiado su inigualable sabor a carbón. Comida que yo comía con el afán de verlo feliz cuando decía que estaba delicioso. Inglaterra no es para nada amable y para mi cumpleaños se enferma gravemente, faltando a casi todas las fiestas que lo he invitado. Y así puedo ir enumerando un montón de cosas que hacen que todo en él sea anormal. Es extraño, lo sé, aunque es sarcástico, quisquilloso con todo lo que digo y hago, se la pase gritándome por la forma en que hago las cosas, aunque llore con facilidad y se confine en el aislamiento ante cualquier molestia… lo que siento por él en vez de disminuir, va en aumento. Sin poder evitarlo, todo lo que hace, todo lo que tiene que ver con él captura mi atención. Sus muecas, su expresión sonriente – que pocas veces muestra –, su expresión enojada, su expresión triste… no puedo evitar reparar en cada detalle, pero siempre finjo que no me importa y me comporto indiferente. No quiero que él sepa.

A veces el odio me invade por las cosas que le rodean y se le acercan. Cuando le sonríe a Japón o a Noruega, y a mí no. Cuando discute con Sealand y le da scones, como si ese chiquillo hubiese robado mi lugar. Quiero alejarlo de todos, quiero que sea solo mío. Quiero que no haya cosas que yo desconozca de él. Pero no puedo… lo único que logro es extender esa barrera invisible entre nosotros. Cuando me reprende le hablo con sarcasmo, al instante su expresión y ánimo se descomponen. Se aleja inmediatamente de mí, colocando distancia entre nosotros. Sus ojos llorosos evitan los míos, tratando de esconder el dolor...

Pocas expectativas tengo en cuanto el futuro se trata. Ese futuro en que llegue a sentir lo mismo sin recordar a cada momento el pasado.

Suelto un suspiro, recordar todo esto me desanima… Cuando vuelvo a poner atención a mí alrededor, todo sigue igual. Discusiones y gritos que no me molestó en entender. Buscando a Inglaterra con la mirada, noto que él estaba sentado tranquilamente bebiendo su té y leyendo un libro, ajeno a todo lo que sucedía en su entorno. A pesar del bullicio, su expresión permanecía tranquila y relajada, como si estuviera solo en algún lugar sin ruido. Decido observarlo mientras no esté alerta. Seguramente estaba con una pierna cruzada sobre la otra bajo la mesa, una costumbre que quizá no ha abandonado. Con su rostro calmado y sus ojos sumidos en la lectura, indicaba que estaba muy concentrado para tomar en cuenta a los demás. Su concentración siempre fue alta. Su pelo rubio estaba desordenado, pero de una manera que no perdía su elegancia natural. Sus pobladas cejas resaltaban, como siempre, en su delicado rostro. Como no está frunciendo el ceño o algo por el estilo, se ven relativamente normal. Sus profundos ojos verde esmeralda siguen posados en el libro. Esos ojos que cargan una gran soledad son tan fáciles de leer. Siempre he querido que sean dirigidos a mí y no a un libro, otra nación o a sus ilusiones. Su nariz agraciada y lisa, que en invierno se torna de un color rosa suave provocando que se vea más tierno. Su piel tersa y blanca como la nieve, se vería deliciosa sonrojada. Mientras bebía el té – asumo que es su favorito, el de frambuesa– sus labios, delgados pero gruesos, estaban húmedos por el líquido que pasaba entre ellos. Pasó su lengua para saborear el resto del té en su boca y yo no pude evitar morder mi labio inferior.

– Rayos–juro en un murmullo.

Vuelvo mi visión a mis manos y me abofeteo mentalmente. Respiro disimuladamente para poder calmar mi pulso acelerado. En un momento quise pararme e ir a besarlo y gracias a ese pensamiento, no puedo impedir que la sangre se me suba al rostro. Sigo inspirando y expirando aire para tranquilizarme y me toma unos minutos poder volver a posar mi mirada sobre él. Sigo observándolo detenidamente, tratando de grabar hasta el más mínimo detalle en mi memoria. Trato de parecer desinteresado mientras descaradamente recorro mis ojos sobre su perfil, hasta que de pronto sube la mirada de su libro y nuestros ojos se encuentran. Me congelo y no desconecto mi mirada de la suya. Pensé que reaccionaría de algún modo ante mi investigación pero él no desvió la mirada tampoco. Incluso se mantuvo quieto. Sus ojos brillaban con un destello que antes de que pudiera descifrarlo desvío la mirada, con un pequeño rubor en sus mejillas pálidas.

¿Qué diablos significa eso?

Me sorprende su reacción y tuve que volver mis ojos hacia otro lado también. Decido fijar la vista en el ventanal que tengo a mi lado mejor, para distraerme un poco. Siendo un esfuerzo inútil. En el exterior mantengo una expresión calmada, sin embargo en mi interior no puedo dejar de pensar en su reacción, que por imperceptible que pudo parecer, algo significó. Analizo la situación, buscando algún indicio, comparándola con algún contexto anterior y no encuentro respuesta. Miles de preguntas cruzaban mi mente pero negándome a formar falsas expectativas sacudí mi cabeza para ahuyentar todas esas ideas que aparecieron.

Parece mejor opción observar el exterior a través del ventanal.

Ya estaba empezando a oscurecer y las estrellas ya se vislumbraban. Sé cuál es cual porque Arthur me dijo y luego investigué un poco. Alcanzo a divisar a algunas por la ventana y una memoria vino a mi cabeza. Cuando encontré una estrella nueva, que Arthur no conocía, de inmediato la reclamé como mía y la que estaba junto a ella, era de él. Allí estaban brillando ambas y la nostalgia me invade. Encuentro al trío del cinturón de Orión y unas pocas más. Vi un par que se suponía pertenecían a un triángulo. El triángulo de verano. Aquellas tres siempre resaltaban unidas y Arthur con una voz inocente me explicaba, señalándolas con el dedo. Deneb, Altair y Vega… Altair y Vega resplandecían pero no podía ver a Deneb… Quizá desapareció. Me pregunto si las estrellas pueden sentir soledad…

– ¡OUCH! –grito de dolor al sentir algo duro golpear mi cabeza, trayéndome de golpe a la realidad.

Me acaricio un poco la zona dolida y me quejo un poco. Subí la mirada enojado para ver quién era el causante. Éste era Arthur y su libro. Me desconcierta verlo de pie frente a mí, con el ceño fruncido y brazos cruzados, con el libro colgándole de una mano. Me compuse y recorrí la sala con la mirada. No queda nadie y la reunión parecía haber terminado hace mucho. – Oh, vaya…

– ¿Te quedarás sentado ahí como un idiota? ¿Siquiera sabías que había acabado la reunión o estabas contando marcianos en tu mente?

Como siempre tan delicado y amable, mi querido Inglaterra. Quise decir pero me mordí la lengua. Quizá se molestaría y se iría, quiero alguna vez hablar con él sin empezar una pelea.

– Ah, bueno, en realidad no. Estaba distraído pensando en un pequeño problema que tengo –sonreí sin sentirlo realmente.

No puedo decirle que estaba pensando en él y que veía las estrellas recordándolo. Es difícil definir cuál sería su reacción, pero no quiero que explote y me golpee aquí.

– ¿Está todo bien? – de pronto su expresión ceñuda se tornó a una de preocupación e inquietud.

Woah… Está preocupado…

Pero es imposible, debe ser simple cortesía o quien sabe qué. Es lo que haría con cualquiera. Hasta con Francia. De pronto me siento molesto, aprieto los puños.

– Claro que sí. No hay nada que no pueda solucionar. Como Héroe no tengo debilidades –me apunto con el pulgar y rio ruidosamente para ocultar mi molestia. Dudo que pueda solucionar este problema que tengo. Tal vez para llegar a su corazón tome más tiempo del que me tomó escogerlo como mi protector.

Su semblante cambió, pareció suavizarse. Aunque sus ojos se veían inquietos aun. Trato de convencerme lo que más puedo que no es así, quizá tengo una oportunidad…

– Bien…–desvió la mirada hacia otro lado y un débil sonrojo se asoma por sus pómulos –. Aprovechando que estás aquí, me preguntaba si es que…– vuelve a mirarme, con determinación – si es que quieres dar algún paseo o… algo así…– su voz se fue apagando y el sonrojo crecía más.

Me sorprende el hecho de que él mismo se haya decidido a invitarme.

– ¿Por qué? –susurré bajo mi respiración sin darme cuenta.

– Oh, tú sabes, quiero comer helado y quiero aprovechar una promoción que el barbudo mencionó. Quería invitar a Sealand, pero se fue con Suecia y Finlandia. Pensé que un niño malcriado como tú querría venir… no es porque quiera invitarte realmente o algo así. Solo quiero aprovechar el descuento y…– habló rápidamente. Mis ojos no creían lo que veía ni mis oídos lo que escuchaban, ¿no es mi imaginación? – ¿Quieres o no?

Me rio un poco ante la propuesta. Me siento feliz. – Está bien, iré. Ya que me lo pides de esa forma…– tanteó un poco para ver su reacción.

– Te dije que no era nada especial – dijo, con un poco de fastidio en su voz –. Solo si quieres…

– Oye, Arthur, no he dicho que no quiera – levanto ambas manos en son de paz –. No me perdería un helado gratis por nada del mundo.

Y sonrío, sonrío sin poder evitar que Arthur lo note.

– ¿Cuál es el chiste? – pregunta sin entender, pero yo no respondo.

Quién lo diría… Arthur invitándome.

-x-

Ya saliendo del edificio de reunión, veo que la noche cayó totalmente. Había olvidado que nos encontrábamos en Paris. Las calles estaban llenas de luces, colores y de fragancias dulces que embriagaban. No es un mal lugar. Avanzamos intercambiando pocas palabras, con silencios tranquilos, sin tensión. ¿No está enfermo, cierto? No está de mal humor ni tampoco despotricando por alguna cosa. Reí disimuladamente. Si le digo lo que siento, me gustaría que esté así de tranquilo.

– ¡Eh, Estados Unidos, Inglaterra!

Siento un grito de una voz conocida. Me volteo esperando inútilmente que sea quien creo que es. Pero no, ahí estaba Francia, con un grupo. Canadá estaba tras él. España y Romano, Alemania e Italia, Prusia tirando del brazo de Austria y Hungría con una mirada asesina, Liechtenstein a su lado, curiosa. Suiza con cara de pocos amigos… Todos juntos interrumpiendo mi momento con Arthur. Escuché a Inglaterra chasquear la lengua y supe que él piensa lo mismo. Debe ser porque recordé cosas que absolutamente no desperdiciaré esta oportunidad de estar con él tranquilamente.

– ¡Vamos! –tomo su mano y tiro de ella mientras comienzo la carrera.

– ¡A dónde! –preguntó un poco agitado cuando cruzábamos por las calles.

– ¡No lo sé! – respondo casi riendo. La adrenalina recorre mis venas y creo escuchar como una risa pequeña escapa de los labios de Arthur. Recordé a los detectives que perseguían criminales mientras corríamos sin destino definido.

Anduvimos así por mucho tiempo, hasta que llegamos a una plaza donde las luces eran tenues y decidimos detenernos. Los faroles daban un toque mágico a nuestra noche agitada. Caminamos a través de la plaza y llegamos a un sector que era todo de pasto. Nos tiramos de espalda al piso y nuestras manos no se soltaron en ningún momento. En mi pecho siento que de a poco un calor se forma.

–Vaya… hace mucho no corría… tanto…–reí entrecortadamente, aun jadeando. – Fue una total… locura… gran huida…

– No…pudimos comprar… el estúpido helado…– Arthur soltó entre risas. Un sonido realmente fascinante.

Nos quedamos ahí tratando de acompasar nuestra respiración. Nuestros brazos extendidos a los lados, con nuestras manos aun unidas.

Quiero decirte lo que siento. Que sepas los sentimientos que he guardado por ti todo este tiempo, esos de los que nunca te has enterado.

Miro el cielo fijamente, sabiendo que Arthur hacía lo mismo. Nuestras respiraciones ya casi no se sentían. El tiempo pareció detenerse y de pronto llovían estrellas en el cielo, miles de estrellas fugaces, dándonos un grandioso espectáculo de astros. Aun con la lluvia de estrellas fugaces pude encontrar mi estrella y la de Arthur.

– Oh, mira Ar…–quedé sin palabras al girar mi rostro y ver por entero el suyo. Una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios y su vista estaba totalmente pegada en el cielo. Se veía hermoso. Las luces hacían que sus facciones y piel tomaran un toque enigmático, casi mítico. Su tez pálida adquirió un atractivo fascinante, haciendo que pareciese irreal su presencia. Un débil sonrojo declaraba que él era Inglaterra, la persona que amo.

¿Qué quieres hacer realmente? Una voz sonó en el fondo de mi mente.

Ese verano en que vi las estrellas junto a Arthur no volverá. Tampoco lo harán las oportunidades que tuve de estar junto a él y no aproveché. O las veces que he querido decirle lo que siento y no le he hecho…

Este mundo es cruel. El tiempo y distancia nos separan, las estrellas desaparecen y cada vez estás más lejos. Sin embargo, este mundo es hermoso porque tú existes en él. Por favor no me olvides. Por favor acepta mis sentimientos…

Mi vista permaneció fija en su hermosura, que desde pequeño me cautivó. Esas lágrimas que vi caer, hicieron vibrar mi mundo. Esos ojos son los que iluminan mi vida inciertamente inmortal. Quiero que este momento dure por la eternidad. Quiero tomar sus labios, pero un dolor en el pecho me detuvo.

Oh, lo había olvidado, no sabes que te amo.

Arthur volvió su mirada hacía a mí. Noté sorpresa cuando se dio cuenta que lo observaba, pero luego mantuvo la mirada. Nuestras miradas estuvieron conectadas por unos segundos que parecieron años. Busqué en la profundidad de sus ojos alguna respuesta o señal. Intente recuperar el tiempo perdido en ese corto tiempo, pensé en una forma de sacarlo de la soledad que ha cargado por tantos años.

Déjame ser quien te proteja esta vez…

– Alfred… yo…– dulcemente susurró mi nombre, se veía avergonzado y de un momento a otro desvió la mirada. Casi suelto un quejido al perder la conexión con sus ojos. Pero otra vez volví a la realidad.

Recordé que estábamos en Paris. Que somos naciones. Que debemos volver. Que a pesar de ser independientes el uno del otro, no somos seres mortales ni individuales. Que mis sentimientos no eran correspondidos. Que esto significa estar enamorado y que lo que siento por Arthur es algo que solo yo sé.

– Creo que… es hora de volver a hotel –señalo incómodo. La verdad es que no quiero que este momento acabe, pero es inevitable seguir con lo que nos compete.

– Sí, tienes razón – respondió con la voz un poco ronca, poniéndose de pie lentamente y sacudiendo sus ropas.

Te deseo tanto, que duele…

Me incorporo lentamente. Remuevo el polvo de mis ropas y ambos nos dirigimos al hotel a paso lento. No hablamos mientras caminamos de vuelta, quedando el helado en el olvido. Siento mi cara acalorada, puedo saber que tengo las mejillas rojas. Por el rabillo del ojo veo a Arthur y él también lo estaba. No soltamos nuestras manos en ningún momento y así seguimos por las bellas calles de Paris.

Porque deseo que tu dedo señalo aquellas estrellas brillantes en el cielo. Que ese tono inocente y puro me explique las constelaciones. Que pueda amarte como he querido siempre…

Ruego a las estrellas que cayeron esta noche y a las que cayeron hace mucho aquel verano, que ese deseo que repetí tantas veces…

Se haga realidad.

~FIN~


Hola~ espero les haya gustado la historia... Mis bebes son tan hermosos y cada vez se me ocurren más cosas de ellos. Espero que les haya gustado.

¡Nos vemos!