Capítulo 6


Rivaille desatendió la orden del Comandante en pleno campo abierto, atestado de titanes. Debía ir con el grupo hacia el sur, pues los aldeanos esperaban por la ayuda de a quien se lo consideraba el mejor soldado de la humanidad, pero el hombre en ese momento era uno común que no tenía voluntad para nada más que seguir a Eren.

El muchacho era su "humanidad".

Era evidente que Erwin no podía pelear en esas circunstancias y que era Comandante solo de nombre, sin embargo todos respetaban sus indicaciones. Las funciones eran relegadas en el Sargento por necesidad. Por eso intentó hacerle ver que su responsabilidad en el presente era mayor que en el pasado, pero Rivaille no supo mantenerse al margen al ver a Eren en serio peligro.

De haber sido otra la situación hubiera actuado con más frialdad y la calma le hubiera permitido analizar la circunstancia para hacer golpes más certeros, pero estaba fuera de sí, ajeno a que el número de titanes se incrementaba más y más, y que el grupo solo buscaba evitar un enfrentamiento directo mientras él, en cambio, intentaba llegar a Eren, atravesando esa avalancha de horror que no lo amedrentaba porque no estaba dispuesto a reparar en su propio desatino. Además era mejor morir intentándolo que vivir en el arrepentimiento.

Cuando Eren lo vio saltando por los tejados, la transformación se estaba deshaciendo. Se sentía molido de cansancio y comenzaba a fallarle el cuerpo, luego de haber sido atacado por un número absurdo de titanes que el Simio había convocado. Sin embargo sintió toda la adrenalina recorrerle el cuerpo hasta las piernas en cuanto lo divisó, y se puso de pie, tan alto como era en su versión de titán, para seguir dando pelea.

Ver al Sargento allí le encogió el corazón de miedo. Era insensato, además de estúpido; porque por muy legendario que fuera, Rivaille era un humano con sus lógicas limitaciones.

De no haber sido por Erwin, quien dio la orden al grupo de ir hacia allí para ser un refuerzo, ninguno de los dos hubiera podido contra tantos titanes.

La desesperación hizo mella en Eren cuando sintió que el cuerpo lo abandonaba en el peor momento, pues aunque Rivaille era muy veloz, un titán se las había ingeniado para aferrarlo de una pierna en pleno vuelo.

No supo de dónde sacó energías para evitar perder el dominio, pero logró lanzarse sobre el titán con el único fin de que soltara a ese hombre. Desde ese momento todo fue confuso para Eren, quien ya no pudo detener la desintegración un segundo más, quedando a merced de esa horda de titanes. Al igual que Rivaille, solo que en peores condiciones.

(…)

Cuando sintió el calor y el perfume natural de Mikasa, se obligó a reaccionar. Tenía la cabeza sobre su regazo y seguían en campo abierto, rodeados de cadáveres. Se puso de pie, mientras su hermana le rogaba que se quedara acostado hasta que llegara la carroza.

Buscó entre los cuerpos tendidos al Sargento, con el horror y la necesidad de no encontrarlo allí.

Pudo ver al Comandante acuclillado en el césped, junto a otros soldados veteranos y, con las piernas temblorosas, caminó hacia él con temor de lo que podía llegar a encontrar. Alivio fue lo que sintió cuando los ojos de Rivaille bailotearon dilatados hasta posarse en él.

—Tomen distancia para que las carrozas puedan llegar —dijo el Comandante poniéndose de pie.

Eren cayó de rodillas a un costado de Rivaille. Miró la pierna derecha, luego la faltante… había sangre, mucha sangre, preciada sangre.

—¿Ves, pendejo? Por esto no quería… —murmuró el hombre con la voz trémula por el dolor físico— Si sobreviví hasta hoy fue porque nunca me aferré a los afectos.

Lo sabía, lo supo desde el principio: Si le permitía a esas emociones ceder, tarde o temprano cavaría su propia tumba. Eren era su Leviatán, su lobo, una pretendida sentencia de muerte.

—Sargento no muera, por favor…

—Sin embargo —agregó con satisfacción—, no me arrepiento ni un solo segundo…

Los párpados se le cerraban contra su voluntad, aun así podía oír con difusa claridad. Escuchó a Eren gritar con desesperación, exigiendo que se apuraran de una bendita vez para que lo cargaran en la carroza.

Cuando pudo volver a abrir los ojos, estaba en el refugio; reconocía el techo de vigas que en tantas noches de insomnio había contemplado. El dolor seguía presente en todo el cuerpo, pero suponía que estaba mitigado por una droga muy fuerte para solo sentirlo como una molestia insistente.

—Estoy vivo —dijo, confirmando con algo de descreimiento esa certeza.

Por un segundo no creyó que lograría llegar al refugio, pero se aferró a la vida porque le destrozaba la idea de dejarle a Eren una herida irreparable y esa intensa sensación de culpa que había leído en sus ojos.

Y por lo visto esa misma necedad a morir era lo que le había salvado la vida.

—Sin una pierna, pero vivo —apuntaló Erwin. Rivaille abrió grande los ojos, reparando en ese detalle sin necesidad de tocarse la extremidad faltante, podía jurar que todavía la tenía. Enseguida se relajó, porque no tenía sentido hacerse mala sangre por algo irreparable.

—Joder, qué equipo hacemos nosotros dos, Erwin… un manco y un cojo, me parto —En cambio se burló, logrando que el Comandante lanzara una risilla apagada. En los próximos días habría muchos ascensos en la Legión, aunque personas como Mikasa y Armin ya ejercían funciones específicas sin nombramiento alguno.

—¿Ahora puedo ser yo quien haga bromas pesadas?

—Sargento, despertó —Eren entró a la habitación y caminó hacia la cama tratando de disimular su ansiedad.

Erwin de nuevo sentía sobrar, no solo en el cuarto, también en la vida de Rivaille. Sonrió con amargura y se marchó.

—¿Por qué lloras, imbécil? —reprochó al verlo arrodillado a un lado de la cama como si en vez del lecho de un enfermo fuera un ataúd— No podré correr una maratón, pero estoy vivo… o acaso ¿vas a dejar de quererme por tener una pierna menos? —Admitía que la idea de un rechazo lo conmovía desde los cimientos de su inquebrantable y frío espíritu, pero Eren era muy joven todavía y no lo culparía por ello.

—No digas idioteces, Rivaille —se quejó limpiándose la cara con el revés del brazo—. Y si lloro es de felicidad.

—Me obligarán a dejar la Legión —chistó en la penumbra, perdiendo la mirada—, maldición…

—Si el Comandante sigue dando indicaciones, no veo por qué… —trató de consolarlo.

—Es distinto un brazo a una pierna.

—Lo siento —se disculpó con pesar, Rivaille recién entonces se dio cuenta que el tormento del chico era incluso mayor de lo que intuía.

—No es tu culpa, Eren.

—Yo… —negó con la cabeza— quiero que dejes la Legión. Por eso lo digo —Vio como Rivaille le clavaba la mirada, cargada de recelo.

—¿A qué…? —Enseguida comprendió que el chico se sentía culpable por la sensación de alivio que sentía ante lo irremediable de su situación. Rivaille dejaría la Legión, estaría lejos de los titanes y del peligro, ¿qué otro deseo podía pedir? Pero todo a costa de un precio quizás demasiado alto, aunque en el estilo de vida que llevaban, más bien podrían considerarlo privilegiado.

—Es peligroso que… —se apresuró a decir— lamento sentirme aliviado por algo así —finalizó, cambiando a último minuto el repertorio.

No tenía sentido explicarle a Rivaille cómo se sentía, después de todo habían sido esas mismas emociones las que lo arrastraron al Sargento a actuar de manera tan imprudente. Y Eren no lo podía culpar porque en su lugar él hubiera hecho lo mismo.

—No sientas culpa. No me arrepiento, Eren. No sé por qué, pero no puedo sentir remordimientos por quererte así.

—Fue insensato lo que hiciste —Había sido más fuerte que él y necesitó reprochárselo. Sí, aunque Rivaille lo entendiera mejor que nadie.

Lo peor de todo —pensó, y supo que era una idea compartida— es que ambos sabían que tarde o temprano algo así podía ocurrir. Lo que no esperaba ninguno de los dos es que fuera tan pronto.

—Lo sé —Rivaille le sonrió, para enseguida borrar la mueca y plantar una de desazón—. No quiero dejar la Legión —protestó. No le preocupaba la ausencia de trabajo; sabía que acabarían por delegarle alguno burocrático, pero adiós a las excursiones.

—Será lo mejor.

—¿Y quién te cuidará en campo abierto?

—Yo —aseguró Eren—, yo me cuidaré a mí mismo. Si tú no estás en peligro, podré hacerlo… Lo sé.

Rivaille asintió para conformarlo y pensó en Mikasa.

Ella… sin dudas esa mujer haría lo imposible por traer a Eren sano y salvo de cada maldita expedición; mientras él debía quedarse como una puta princesa a la espera de su retorno, con el corazón en un puño, temiendo no volver a verlo cada vez que se marchara.

Vaya panorama.

—Es una pesadilla —murmuró, abstraído, envuelto en ese hipotético futuro para nada prometedor.

—Que algún día terminará —completó, consiguiendo que el hombre relajara las facciones. Rivaille le había dicho eso: que todo llegaría a su fin—, y cuando todo termine y yo sea libre, iremos a vivir a una casa pequeña... ¡con Mikasa! Porque ella no estará feliz si no la llevo conmigo.

Rivaille soltó una carcajada ante la idea. Un poco infantil, pero tierna… así como era Eren.

—Oh —musitó con solaz—, podríamos pedirle que nos dé hijos. Es una buena idea, soldado.

—¡Sargento! —se quejó, horrorizado por semejante propuesta perversa, pero que le hizo reír.

Rivaille lo prefería así antes que con ese semblante acabado.

—En el campo —continuó el hombre mirando el techo—; quiero que sea en el campo, no me gusta la ciudad.

Eren asintió antes de dejarle un beso en la mejilla. De momento debía concentrarse en la misión, debía mantenerse con vida, debía cuidarla más de lo que hasta ese momento lo había hecho. Era lo único que podía hacer para enmendar sus errores y poder retribuirle un poco, solo un poco, de todo lo que el mejor soldado de la humanidad ya había hecho por él.

Rivaille lo había protegido hasta entonces, y era su turno de hacer lo mismo de por vida. Quizás solo así sentiría su alma redimida y todo podría ser perfecto en su maltrecho mundo imperfecto.

El amor no siempre conlleva felicidad; también genera amargura y esta es tan intensa que no es insensato desear insensibilidad ante ese padecer, pero solo amando el hombre puede sentirse en verdad vivo incluso estando muerto, pues la memoria de los que quedan se encargarán de revivirlo, una y otra vez.


Fin


No los maté, ¿vieron? XD Me tienen miedo, ¡ja, ja, ja! pero fui buena esta vez.

Nunca expliqué de dónde viene el nombre y nadie me lo preguntó, lo sé, pero verbena es una planta con muchísima historia. Usada en la brujería y en ritos antiguos, también es un ligero psicotrópico (por eso también era usada en los ritos u_u), además la palabra verbena etimológicamente significa azote, látigo —cualquier cosa que sirva para castigar—… y verga (sí, el aparato reproductor masculino, aunque "verga" también tiene otros significados, malpensados).

Imagino que cualquier historia de amor en SNK es como un jardín de delicadas verbenas (no por la verga, pervertidos). Así que el título se puede traducir tranquilamente a Jardín de azotes, Jardín de castigos o sí… Jardín de vergas XD (Yo quiero uno así en mi casa *se imagina un montón de hombre enterrados boca arriba*… después me pregunto de dónde viene el humor negro de Levi en mis fics). Por otro lado, verbena también significa "fiesta" o se puede asociar a una. Las grandes orgías que organizaban las llamadas "brujas" se las conocía como verbenas. Y soñar con verbenas (lo busqué, porque soñé que recogía flores de esta planta, pero yo le echo la culpa al fic) augura amor (o que tu subconsciente te está diciendo que necesitas verga… ¿quién sabe?). La cuestión es que es una planta muy relacionada al amor.

En fin, que yo la conocí gracias a Hofmann y su libro "Planta de los dioses", muy recomendable. Ahí hablaba justamente de las plantas y los usos que le da el humano desde la antigüedad.

Muchísimas gracias por haber leído hasta el final =).

Ah, y la persona que en anónimo me hacía una pregunta: Sí, tienes mi autorización... aunque no sepa quién eres.


2 de noviembre de 2013

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.