Jardín de verbenas
Hessefan
Disclaimer: Shingeki no Kyojin le pertenece a Hajime Isayama. No lucro con esto.
Prompt: 010. Piña [Fandom Insano]
Advertencias: Dub-con, o de plano es un non-con. Spoiler sobre algo que pasa en el capítulo 49 del manga (si sabes lo de Erwin, adelante, sigue leyendo sin miedo).
Beta: Neko Uke Chan (gracias por ofrecerse a soportarme también con este fic, así que ahora sí, ¡este engendro tiene beta!)
Extensión: Serán seis capítulos de 2500 palabras aproximadamente cada uno.
Notas: Empieza en rating T, escala hasta el M y termina haciendo un desastre con las normas XD por eso lo estaré subiendo —cuando lo tenga completo— en mi cuenta de AO3… Por si las moscas, ¿vio? Iba a ser un regalo, pero no me gusta la idea de regalar un fic con un rape, así que estaré haciendo otro mejor para mi pobre víctima del AISF. El prompt y Kaith me ayudaron a pulirlo.
Capítulo 1
—¿Tiene familia, señor?
La voz de Eren sonó fuera de lugar; había quebrado de manera inesperada el silencio a medias en el que estaban sumidos los tres. Erwin levantó la cabeza, plasmando una efímera y suspicaz sonrisa antes de volver la vista a los papeles.
—Por supuesto —fue la respuesta de Rivaille, un poco aletargada, quizás por la sorpresa o tal vez por el sopor en el que estaba sumido gracias a la bebida.
—¿D-De verdad? —Hubo descreimiento en la pregunta— ¿Está casado?
—Oh, no... —negó con ligera energía, o tanto como Rivaille puede imprimirle a las palabras— Ninguna quiso casarse conmigo, decían que era muy violento… esas putas.
Erwin aguantó una carcajada al oír semejante disparate, sabía muy bien que lo más cerca que había estado ese hombre de una relación formal era la que en el presente tenía con la Legión misma. Conocía muy bien a su mano derecha —actualmente en un sentido tan literal que alimentaba aún más ese nefasto humor negro que cargaba— y no pisaría un altar por el sencillo motivo de que Rivaille no creía en preceptos morales.
—¿Tuvo hijos?
—Ya perdí la cuenta, pero sí… algún que otro bastardo habré dejado en cada pueblo.
El hombre, sentado unos metros más atrás, tuvo que contener la risa tras los papeles. El ruido llamó la atención tanto de Eren como de Rivaille, quien continuó hablando, imaginando el regocijo de su comandante. Era el único que entendía y había aprendido a apreciar ese mismo nefasto sentido del humor.
—Tengo más hijos que los Dálmatas, ¿conoces a esa familia? —preguntó escondiendo una minúscula sonrisa tras el pico de la botella de ron que ya llevaba por la mitad— Dicen que son como ciento uno...
—¡Sargento, está bromeando! —La carcajada ronca de Erwin se lo confirmó, el chico miró a uno y luego al otro.
—Eren —espetó Rivaille con saturación y obviedad—, ¿crees que estando en la Legión tendría tiempo para formar una familia? Gracias que a veces puedo follar en algún sucio callejón con el equipo de maniobras puesto.
—Entonces... —continuó, jugando con la pluma entre los dedos, como si ya hubiera olvidado su propio e insistente ofrecimiento de ayudarles con el trabajo burocrático— ¿T-Tiene padres?
—Claro, no nací de un repollo —arqueó una ceja con total indiferencia—. Tuve padre, madre, hermanos.
—Me refiero a...
—¿Quieres preguntarme si están vivos? —vio que el chico asentía, apocado— No. Todos están muertos y enterrados de cabeza.
—¿Por qué de cabeza? —Frunció el ceño, extrañado.
Suponía que debía tratarse de algún tipo de ritual que no conocía, a fin de cuentas ignoraba tanto de ese mundo dominado por titanes que no le extrañaría que se tratara de una liturgia desconocida por él.
—No sé… después de asesinarlos me pareció artístico enterrarlos de cabeza —Perdió la mirada, bucólico, simulando reflexión y pena— A veces me arrepiento... mi hermanita todavía respiraba. No tuve que haberlo hecho —abstraído, negó con la cabeza.
—¡Sargento, dígame que está bromeando de nuevo! —Suplicó al borde de la risa, mirando al comandante sentado más atrás con el afán de escucharle reír y así poder confirmar sus sospechas.
Dicho y hecho, la carcajada de Erwin en esa ocasión fue más sonora y libre. No obstante Rivaille seguía con la imperturbable seriedad de siempre, esa tan indiferente que acojonaba a soldados y a titanes por igual.
—Mi familia murió por la peste que son los titanes —confesó con naturalidad y un deje de hostigamiento en la voz, pero enseguida continuó con falsa presunción—: Yo me salvé porque soy inmortal.
—Lo creo —Eren rió, contento de ver que los rumores eran ciertos: Rivaille tenía un pésimo humor, pero al menos tenía.
—Eren… ve a dormir —ordenó el comandante, cual padre que no era.
—Eso, que no estás ayudando en nada, solo estás distrayéndome con tus preguntas.
—Lo siento —se disculpó el chico huyéndole la mirada. Se puso de pie y juntó los pocos papeles que había llenado para dárselos al comandante.
—Gracias —dijo Erwin apilándolos sobre los demás.
—… por darme una mano que necesito —completó Rivaille en un mordaz murmullo.
—Buenas noches comandante, Sargento —saludó con formalidad.
Tras atravesar la puerta Eren estiró los brazos tratando de desentumecerse del aburrimiento. Miró hacia los costados, notando los pasillos vacíos; aunque era tarde no tenía una pizca de sueño y el día siguiente era feriado, no tenía nada mejor que hacer que prestar su ayuda en las tareas administrativas, pero el comandante lo había echado, quizás no de una manera literal, pero lo había hecho.
Le gustaba estar con ellos. O mejor sería decir que le agradaba estar con el Sargento y poder conocerlo un poco mejor. Cuando recién había llegado a la Legión le costó perderle ese miedo tan reverencial; le llevó tres años acostumbrarse y aun más reparar en su propia necesidad, esa que le arrastraba a buscar su compañía. Creía que se debía al irrefutable hecho de que Rivaille velaba por él en mil sentidos diferentes, pero luego de madurar lo necesario, pudo reparar en sus deseos.
Hasta entonces, el único sentimiento que se permitía tener era la ira. Odio hacia los titanes y también un poco hacia la humanidad por permitir su sometimiento.
Tuvo intenciones de ir a dar una vuelta, pero la voz del comandante, vigorosa y firme, lo congeló en el sitio. Tal vez porque había nombrado al Sargento y eso era suficiente en el presente para acaparar toda su atención.
—Rivaille… —canturreó en son de reproche— sabes que no puedes.
—¿A qué te refieres?
—También sabes a lo que me refiero.
El impugnado chistó dándole otro sorbo a la botella; hacía horas que no le prestaba atención a los papeles frente a él.
—Es ilegal —insistió Erwin, no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. El único, puntualizaría con sorna el hombre sentado pocos metros adelante. A veces Rivaille podía ser muy cruel, como el mundo del que tanto se quejaba y simulaba detestar.
—¿Qué cosa? —cuestionó con enfado y el comandante señaló la puerta por donde Eren recién se había ido— ¿Hablar con Eren? ¿Desde cuándo se volvió ilegal hablarle? No me avisaste que había tal norma.
—No te hagas el gracioso, y deja de beber en horas de trabajo.
Sabía que una actitud era consecuencia de la otra. Conocía tan bien a Rivaille que comprendía esa necesidad de evadirse, así también lo que implicaba bromear de esa manera frente a Eren. Por lo general era una faceta que no exponía a la gente, a lo sumo a los caballos. Sí, tenía más trato, o al menos uno más afable, con los equinos. Y si bien Eren ya llevaba tres años con ellos, Rivaille era muy reticente a mostrarse como era ante los otros compañeros del muchacho, quienes llevaban el mismo tiempo tratándole.
Rivaille le hacía bromas a Eren, pero no a Jean, a Armin o a Mikasa.
No por temer un juicio, no había hombre al que le importase menos la opinión de los demás que él, sino porque eso implicaba abrirse a otra persona; ceder un lugar y compartir momentos. Era algo muy peligroso —además de insensato e innecesario— fortalecer vínculos en un sitio que era más parecido al patíbulo de la muerte que la misma "milla verde".
—Ya no estoy de servicio, no empieces a ponerte paternal, Erwin, que no es Año Nuevo. Además no hice nada con él… todavía.
—Ni nunca. Por tu rango no puedes… —Borró la sonrisa para dejarle en claro que estaba hablando en serio. Oh, sí, cuando Erwin miraba con dureza hasta las piedras se deshacían—; sin quitar que es menor de edad y que tu responsabilidad es vigilarlo, no follarlo. No mezcles los tantos.
—A ver… ¿dices que es ilegal meterle la verga en el culo solo porque es mi subordinado?
—Sí.
—Joder, entonces no quedará otra: que me la meta él.
—Santo cielo, contigo no se puede.
Eren estaba petrificado en el sitio y con la boca entreabierta por la sorpresa, pero el ruido de la silla siendo arrastrada contra el suelo le hizo dar un respingo. Ese movimiento activó su cuerpo y, temiendo ser descubierto, tomó distancia a toda prisa sin poder quitarse de la cabeza esa conversación entre sus superiores.
—¿Desde cuándo te volviste celoso?
—No son celos —aseguró, y era verdad—. No quiero que tengas problemas, es todo.
—Di la verdad: no quieres que te de problemas a ti.
—Más de los que me das usualmente... Sí —rió, debía admitir que estaba un poco cansado de rendir cuentas por él ante los altos mandos.
—No voy a pedirte permiso para follar —avisó con fastidio. Erwin tenía la tendencia, muy de vez en cuando, de inmiscuirse en sus asuntos personales—. Ni tampoco pienso meterte en problemas. Quédate tranquilo.
No tenía ninguna intención de despreciar un fidedigno cuidado, ni iba a menospreciar la paciencia que le tenía, mucho menos a pagárselo con problemas; pero sí, Erwin tenía razón… Como siempre.
Rivaille también se había dado cuenta del repentino interés de Eren. Repentino para él, porque para Erwin fue como ver una obra de teatro con final predecible, ya que el chico era muy transparente con sus emociones y si bien al principio solo era eso: un chico, Eren comenzaba a convertirse en un hombre. Y no miraba las pocas figuras femeninas que lo rodeaban, él solo parecía tener ojos, voz e interés en el hombre que en ese momento lo miraba con los párpados entrecerrados y las orbes un poco enrojecidas por el alcohol.
Quizás Rivaille no lo sabía, pero también le resultaba fácil leerlo a él. Aunque negase con ahínco que le agradaba el interés que despertaba en ese renacuajo, eran evidentes las razones que tenía esa noche para huir en una simple bebida. En el fondo, Rivaille era un tipo común y corriente, lejos de la deidad que los humanos veneraban.
Habían vuelto de la última expedición —hacía pocos días atrás— con Eren en un estado lamentable. De no haber sido un titán, nadie dudaba que estaría muerto. Erwin nunca había visto a Rivaille preocupado por alguien de esa forma, de una manera tan imperceptible que pasó desapercibido para todos.
No fue alevoso, se limitó a preguntar por el estado del chico en dos ocasiones durante ese día fatídico, pero Erwin nunca antes había percibido esos pequeños ojos grises llenos de incertidumbre, bailoteando nerviosos, buscando con disimulo la presencia de Eren en cada rincón del refugio. Rivaille pecaba de inexpresivo para la gran mayoría, sin embargo, por eso mismo era fácil leer en él las emociones que lo atormentaban.
—Estás preocupado —Había sido su observación.
—Joder, ¿cómo quieres que no lo esté? Una expedición más que nos salga así y nos cuelgan de las bolas, Erwin.
Pero Erwin sabía que no era eso lo que más le inquietaba. Nunca le había agobiado lo que los superiores opinaran o hicieran al respecto, a fin de cuentas la responsabilidad era del comandante.
Y cuando Rivaille no quería o no tenía ganas de enfrentar la mierda del mundo —en palabras propias— buscaba escapes, fuera en el sexo o en las drogas como el alcohol. Más de uno podía tildarlo de inmaduro, pero Erwin comprendía que era eso: follar y beber o matar y morir. Estar en la Legión requería más que unos nervios de acero, requería además unas cuantas neuronas menos.
Eso también entendió Eren con más claridad cuando, después de su huída, escuchó un golpe seco y un barullo tras su espalda. Quiso alejarse de la curiosidad, pero no pudo evitar volver sobre sus pasos.
Atravesó el pasillo que conectaba las salas hasta la cocina, para encontrar allí al Sargento sosteniéndose de la larga mesa, con trastos desperdigados en el suelo que su paso errático había arrojado.
Eren dio un paso al frente y sus botas terminaron de resquebrajar el cristal de una copa. Ese ruido llamó la atención de quien estaba acuclillado tratando de vomitar en cualquier lado… total, a él no le tocaba limpiar al otro día.
—Vete.
Eren ignoró la orden. Se acercó al hombre y trató de incorporarlo. Contrario a lo imaginado, Rivaille no rechazó la ayuda y se dejó conducir hasta el cuarto sin quitarle la mirada de encima.
Maldición… ¿Tenía que ser tan alto?
—Me molesta.
—¿Qué cosa?
—Tener que ponerme de puntas de pie para alcanzar la jodida lata de galletas cada puta mañana.
Eren empezó a reír con ganas, sorprendido por descubrir lo boca sucia que podía ser el Sargento en ese estado, pero silenció al sentir la mirada seria de él clavada en su rostro.
—P-Perdón —No sabía por qué se disculpaba, pero le nació de manera natural hacerlo.
—¿De qué te ríes, imbécil?
—De… de un chiste que me contaron —mintió, tratando de no provocar a un Sargento borracho.
Si sobrio tendía a ponerse irascible con facilidad, temía suscitar una violencia colosal en ese estado.
—A ver… —desafió, empujando la puerta de su cuarto sin soltarse del cuello del chico— cuéntamelo.
—¿S-Sabe cuál es el colmo de un titán? —No esperó respuesta— Ser vegetariano.
Para sorpresa de Eren, Rivaille empezó a reír, de manera apagada y difusa, con la hilaridad de un borracho y las mejillas teñidas de rojo, pero lo hacía. Eso lo cautivó, hasta que el Sargento volvió a adoptar una postura adusta.
Eso es todo por ahora. Lo de "enterrados de cabeza" me trae muchos bonitos recuerdos de hace ya bastante tiempo… de estar con Yageni en la playa, planeando fics para Get Backers, diciendo muchas estupideces.
Espero que les haya gustado, gracias por leer =) En unos días estaré actualizando este y Resurrección (no, no me olvidé de él ni pienso dejarlo de lado por este).
Un beso.