A/N: Bueno, he aquí el primer capitulo de este nuevo proyecto. Los comentarios serán más que recibidos. Espero que les guste, y estaré publicando el capítulo de Sherlock en los próximos días. Gracias!

The kind of bad that's sweet.

Someone sad had the awful luck to meet

Someone bad, but the kind of bad that's sweet

No one knows what a glimpse of paradise

Someone who's naughty showed to someone who's nice

"I'm in love again" by Cole Porter.

(Joan)

-i-

Por un tiempo, intenta descubrir más acerca de ella. De La Mujer. ¿Quién es esta criatura que logró captar la atención de Sherlock, de un hombre disperso, qué sólo llega a interesarse por lo bizarro, por lo increíble, por lo único?

La Mujer es un enigma en sí misma. Y Joan ha comenzado a desarrollar un interés sobrehumano por los enigmas.

Ella es especialista en los rompecabezas. Lo era aún antes de conocerlo a él. Como cirujana, después de todo, se encargaba diariamente de unir piezas que estaban empeñadas en no funcionar juntas. Encontraba el error, diagnosticaba la enfermedad, programaba la intervención, proponía la cura, y continuaba con su vida. Un proceso no tan lejano al deduccionismo obsesivo de su cliente. Y a ella le funcionaba tan bien como a él.

Hasta que un día le falló.

Y es extraño como una falla, una sola entre mil, puede hacerte dudar de aquello en lo que durante tanto tiempo depositaste tu fe.

No, no en un sistema. En ti mismo.

Eso es lo que ve Joan en Sherlock ahora. Detrás de toda la parafernalia egocéntrica, maniática, zumbante y constante, se esconde un hombre al que le han herido el orgullo. O peor, el corazón. Y Joan sabe cuán difícil resulta arreglar un corazón roto.

(Eso, lamentablemente, no lo aprendió en la Escuela de Medicina).

Así que al principio, pregunta por ella. Por la causa de su caída. Por aquella mujer a la que Sherlock amó más que a sí mismo (lo cual es mucho decir). Pregunta porque es parte del proceso. Pregunta porque cree que a él le hace falta. Pregunta por curiosidad.

Él le dice lo justo y necesario.

Y, eventualmente, ella deja de preguntar.

Porque mientras más lo conoce, peor le sienta toda la historia. Sherlock, un hombre que creció sin el cariño de una familia, sin pertenecer a ningún lugar, creyéndose demasiado único como para ser amado… había encontrado una persona a la cual amar y que le devolvía ese amor. Y se la arrebataron. Se la quitaron de las manos, destruyéndolo por completo. Le hizo sentir que la vida no valía la pena.

Se pregunta si Sherlock logrará cerrar aquella historia alguna vez. Si otra mujer ocupará el lugar de Irene. Si podrá abrirse tan completamente a alguien más.

La curiosidad de Joan se transforma entonces en una profunda tristeza que le impide ahondar en esa historia, aún cuando él ha superado la reticencia inicial a compartir esa etapa de su vida con ella.

Extrañamente, le recuerda a aquel momento, años atrás, en que se enteró de que su padre tenía una amante. Allí también la curiosidad y la tristeza la embargaban en partes iguales. Allí también, la Otra Mujer la invadía en sueños.

Lo más extraño es que, técnicamente, ahora ella es la Otra Mujer. Algo que Joan no entiende en un principio. Algo que sólo entiende cuando Irene Adler reaparece en sus vidas, confundida y rota.

"¿Debería irme?" le preguntó a él en esa ocasión.

"No, este es tu hogar" fue la respuesta que consiguió.

Nunca fue un caso de una o la otra. Irene lo necesitaba a él. Él la necesitaba a Joan. Joan preferiría morir a dejarlo sólo en un mal momento. No le molestaba ser la Otra Mujer. La acompañante, la roca.

Pero cuando todo se termina, Irene no desaparece. Se transforma en una sombra, un muñeco, la pieza ficticia (pero no por eso menos dañina) de un plan mayor. Una sombra que parece anidarse entre los rincones de la casa, esperando el momento preciso para atacar. Un sombra que, en las noches largas, deja a Joan sin dormir.

Es ella la que tiene que recoger las piezas, una vez más. Es ella la que tiene acompañarlo en su duelo, en su ira, en su dolor.

Atrapar Moriarty no fue el fin, si no el medio. Joan no se sentirá completa hasta que Sherlock no sane. Y por un tiempo, eso le parece improbable. Casi imposible. Porque si hay algo más difícil de reparar que un corazón roto… es el orgullo.

Joan decide entonces que debe darle espacio, tiempo. Inconcientemente, vuelve a colocarse en la piel de la acompañante, y deja que Sherlock venga a ella, deja que él tome la iniciativa.

Sin embargo, no siempre funciona. A veces, la curiosidad puede más que la iniciativa, la voluntad. Hoy es una de esas veces.

Está leyendo una tarde, sentada en el borde del ventanal de la cocina, sus pies colgando hacia el descuidado jardín del edificio, su cabello atado desprolijamente. Es una lectura interesante, acerca de los tipos de armas fabricadas por los rusos durante la década del ochenta. Lectura que se ve interrumpida por el sonido del violín que baja por las escaleras, como una niebla espesa que no puede ser ignorada, inundando la sala, el comedor, la cocina y la mente de Joan. No conoce esa canción. Conoce lo suficiente de música clásica como para saber que esa melodía no le pertenece a ninguno de los grandes músicos, no al menos a los que Sherlock suele dedicarles sus sesiones de violín.

Intenta seguir con su lectura, pero su curiosidad termina por imponerse.

(Él estaría orgulloso, piensa ella. O no. Tal vez la reprendería y le pediría que deje su lado curioso para ser explotado en sus investigaciones).

Él nunca toca para ella. Simplemente… de vez en cuando, muy esporádicamente, toma su violín y elige una de las habitaciones, permitiéndose relajarse por un segundo. Joan se ha acostumbrado al sonido del violín filtrándose debajo de la puerta de su propia habitación. No le avergüenza admitir lo relajante que le resulta sentir la música susurrando en la casa, entre los listones de madera del suelo, escabulléndose en los rincones, transformándola en un hogar. Escucharlo tocar es conectarse con una parte de él muy íntima, muy privada. Y sin embargo, Joan nunca se siente fuera de lugar. Si él no quisiera compartirlo con ella, cerraría la puerta.

Y la puerta está abierta de par en par. Joan se detiene en el umbral por un segundo para mirarlo. Está sentado en un viejo sillón verde al que le falta una pata, que ha sido reemplazada por una caja de herramientas, de espaldas a la ventana, mientras Clyde camina por la habitación en su paso perezoso. Él no la mira, pero no deja de tocar. Ella toma eso como una invitación.

Cruza la pequeña sala para sentarse en el diván que reposa bajo al ventana. La luz de la media tarde se filtra por los sucios vidrios, dibujando constelaciones de manchas en el piso de madera oscura. Y Sherlock toca. Despacio y dulcemente, como lo hace siempre. Toca y las notas le fluyen, como gotas de lluvia entre sus dedos. Está relajado, calmo, respirando lentamente en cada nota, con una media sonrisa en los labios. Parece otra persona.

Joan cierra los ojos y se recuesta contra la pared, dejándose envolver por el sonido de la música. El sol le pega en el rostro, y el violín la arrulla. Está tan relajada que podría quedarse dormida.

Por esto, cuando la canción termina, Joan siente como si acabaran de arrojarle un balde de agua congelada.

"La escribiste tu, ¿no?" pregunta, sin abrir los ojos.

"Sí" responde él. No está dispuesto a elaborar. Eso nunca la detuvo.

"¿Era para ella?" inquiere. Puede sentirlo moviéndose nervioso en su asiento, como si quisiera esquivar la situación. Sin embargo, no se aleja. No la deja sola, con la pregunta flotando entre ellos.

"Ella tenía… otras canciones. Muchas. Esta la escribí… no hace tanto" explica él. Es la evasiva más que nada lo que la obliga a ella a abrir los ojos. Es una respuesta demasiado escueta, aún cuando proviene de Sherlock. Joan pensó, tal vez equivocadamente, que ya habían superado ese estadio de su relación, que él se sentía lo suficientemente cómodo como para hablar de ese tema con ella. De Irene. De Moriarty. De ambas y de ninguna. Se siente… herida. Defraudada. Le lastima pensar que cada vez que cree que ella y Sherlock han avanzado… él da dos pasos en reversa.

El sol ya se ha perdido detrás de los árboles de la entrada, y la habitación parece vacía, helada, sin vida, invitándola más a irse que a quedarse allí. O tal vez es el humor de ella lo que ha cambiado.

Está por ponerse de pié para abandonar la sala cuando él vuelve a hablar.

"Melodía Elemental. Así la he llamado" explica, mientras limpia el violín con un pedazo de camisa vieja. Joan se congela en su lugar.

"Elemental, querida Watson " eso es lo que él dice a veces, al final de algunos de sus razonamientos, cuando cree que lo que ella está diciendo es, en efecto, elemental, evidente (pero no por eso menos importante).

"Tócala de nuevo" le ordena ella, en un arrebato de seguridad, movida por una profunda emoción, volviendo a acomodarse en su antiguo lugar. Él obedece.

Joan nota que no tiene partituras. La está tocando de memoria. Es una melodía dulce, conmovedora. Es extraño pero, al escucharla, le hace a ella pensar más en él que en ella misma. Ese es Sherlock Holmes, piensa. El hombre no puede ajustarse a los parámetros de normalidad con la que la mayoría de los hombres se manejan. Y puede que sea eso, más que nada en el mundo, lo que ella aprecia de él. Porque Sherlock puede hacer de tu vida un desastre… pero también puede hacer cosas como esta. Puede quemar todas tus panty medias en un experimento, y puede ponerle tu nombre a una nueva especie de abejas. Puede meterse en tu vida privada sin el menor resquemor, y puede abrirte las puertas de su casa, invitarte a su hogar, a compartir tu vida con él. Puede componerte una canción de un par de minutos que te hace olvidar todo lo demás.

Ser la Otra Mujer no está tan mal, después de todo.

-ii-

Hubo un verano, en su segundo año en la Universidad, en el que Joan se vio forzada a permanecer en el campus una vez que las clases terminaron. Era joven e ingenua, y había tomado un trabajo a medio tiempo en la enfermería sin darse cuenta de que sus vacaciones iban a tener que ser sacrificadas por él. Volver a casa en medio de la separación de sus padres no la entusiasmaba, sin embargo. Era, sin lugar a dudas, una de esas situaciones en las que no puedes ganar.

Joan recuerda que las horas en el pequeño consultorio se le hacían interminables. No había nada para hacer, puesto que la mayoría de los estudiantes habían regresado a sus casas, su compañera era de lo más aburrida, y el calor amenazaba con matarla lentamente, segundo a segundo, una gota de sudor tras otra. El consultorio tenía sólo una ventana, y un viejo ventilador en el techo, de paletas de madera, que rechinaba cada vez que lo encendían. No había forma de aplacar el calor. A veces, Joan se quitaba los zapatos por un segundo para poder sentir el frío piso de granito en sus pies. A veces, metía la cabeza por un instante en la heladera en la que guardaban algunos de los medicamentos, para inundarse los pulmones de algo que no fuera el pesado y húmedo aire de la oficinita. A veces fantaseaba que asesinaba a su compañera. Su imaginación no era muy prolifera, y sus planes siempre se veían coartados por el hecho de que, de llevar a cabo su plan, ella misma sería, en todo caso, la única sospechosa de matar a Betty Johnson. Ahora tiene más recursos. Pero Joan no es una persona vengativa. En su vida no hay lugar para los rencores. O tal vez eso se deba a que nadie le ha hecho nunca algo tan horrible, tan doloroso como para ganarse su rencor (excepto Moriarty; pero ese es un caso aparte). Joan ha vivido cerca de mucha gente que no puede decir lo mismo. Sabe que tiene suerte.

Es ese pensamiento, más que nada, lo que le recuerda que no está sola en ese habitación. El calor la ha adormecido. Casi que le cuesta respirar. Más que un estado del clima, Joan piensa que en los días como hoy, el verano es un estado de ánimo. Lo ha sentido así sólo una vez en la vida. Han pasado más de diez años desde aquél verano en la enfermería, y sin embargo el calor de este Martes por la tarde es tan similar, que Joan cree que al abrir los ojos, aún se encontrará adentro del pequeño consultorio.

Su actual compañero suele ser más hablador y entretenido que la insulsa Betty, pero el calor parece afectarlo tanto como a ella.

Joan se acomoda más en el viejo diván, colocándose el vaso de té helado que acaba de preparar contra la frente, mientras un ventilador de pie oscila entre refrescarla a ella y refrescarlo a Sherlock. No han intercambiado una palabra en más de una hora. El calor citadino hace que ninguno de los dos se sienta con ganas de hablar. Y eso es decir mucho, considerando que Sherlock habla hasta en sus sueños, literalmente. Hoy, sin embargo, se ha dedicado a reparar un viejo reproductor de música que Joan ha visto previamente. Estaba guardado en el armario del segundo piso, en ese en el que Sherlock guarda todos los objetos que, a simple vista, carecen de valor o de utilidad. Joan quiso ordenarlo hace un par de meses, esperando desechar algunas cosas para obtener algo de lugar para sus propias porquerías. Sherlock se negó rotundamente.

"Es un caos controlado, Watson. Aunque no lo parezca, todo en ese armario ocupa un lugar importante" le había dicho. Ella ni siquiera se dignó a poner los ojos en blanco. Eso es lo peor, piensa. Tarde o temprano terminas por acostumbrarte a la locura de Sherlock, al desorden, a su enmarañada lógica. Tarde o temprano aprendes a elegir tus batallas.

Joan terminó por comprar un nuevo armario por Internet, y Sherlock estuvo más que contento de armarlo para ella, y colocarlo en su habitación. A Sherlock le encanta armar cosas. Tiene infinidad de herramientas y utensilios, y no se da por vencido fácilmente. La perspectiva de ensamblar ese armario de dos puertas y tres estantes lo entusiasmó casi tanto como un nuevo e intrincado asesinato. O quizás… quizás lo que en realidad lo entusiasmaba era la idea de que ella se estuviera asentando de a poco, acomodándose más, haciendo de su apartamento compartido un hogar. Joan sonríe a medias ante esa idea, mientras pesca con sus dedos uno de los hielos de su bebida, que se descongelan rápidamente, y se lo mete en la boca como si se tratara de un caramelo.

Sherlock suspira, deja su destornillador y su lupa de lado, y se recuesta sobre las tablas de madera que cubren el suelo. Al parecer él también va a permitirse darse por vencido. Al menos por un momento.

"Vas a llenarte de astillas" murmura ella, y le toma toda la energía que posee decir esas cinco palabras. Sherlock suelta un resoplido. Claramente no le interesa. A ella tampoco le interesaría del todo. Si pudiera quitarse también la sudadera y acostarse en el suelo semidesnuda, lo haría. No se cierra ante la idea, sin embargo. Si este calor persiste durante los próximos días, tal vez su desesperación termine por superar a su pudor.

De pronto y sin aviso, el sonido de una explosión irrumpe en la pequeña sala, haciendo que Sherlock se ponga de pie, mientras que Joan se incorpora casi de un salto, escupiendo el hielo que sostenía en el boca.

"Ha venido de la esquina sur…" comenta él, corriendo hacia a la puerta. Ella lo sigue, aún con el vaso en la mano, y el corazón palpitándole con fuerza, la sangre en sus venas golpeando contra sus oídos. Por un momento, considera sugerirle a su compañero que tenga cuidado… pero entonces recuerda con quién está tratando. En cuanto pone un pie en la escalinata de la entrada, Joan suelta un suspiro que no sabía que estaba conteniendo.

"Fue sólo la bomba de agua" dice, aliviada, cuando ve al grupo de niños que ya se está juntando alrededor del fresco chorro que se evapora al tocar el pavimento. Sherlock mira la escena con detenimiento por un segundo.

"Parece que se ha aflojado el tapón regulador del hidrante, y la controladora de presión. Iré a por mis pinzas" explica, girándose en sus talones. Joan lo toma del codo, obligándolo a quedarse en su lugar.

"Déjalos" le pide, con una media sonrisa, sentándose en la baranda de la vieja escalera, debajo de la sombra de los árboles. Él frunce el ceño.

"Si eso sigue perdiendo, puede que nos quedemos sin agua para esta noche" dice. Ella se frunce de hombros, y pesca otro hielo de su bebida.

"¿Nunca fuiste niño, Sherlock?" bromea ella, mientras ve como el grupo de niños corre debajo del chorro de agua, intentando atraparla entre sus manos, riendo sin parar.

Sherlock suspira su respuesta.

"No" es todo lo que dice, y desaparece escaleras arriba, cerrando la puerta tras de sí.

Joan también suspira, sintiendo como se forma en su garganta el tan conocido nudo que la culpa le provoca. No quiso hacerlo sentir mal. Pero Joan a veces cae presa de la fachada de Sherlock, de la máscara de hombre duro e indiferente que él suele cargar. A veces, a ella se le olvida que, en muchos aspectos, este hombre es la persona más sensible y más débil que ella ha conocido jamás.

Está por ir a buscarlo cuando oye la puerta abriéndose de nuevo, y los frenéticos pasos de Sherlock bajando las escaleras.

"¿Vienes?" inquiere él, con una pistola de agua en cada mano, y otras cuatro mas pequeñas en los bolsillos de sus bermudas color caqui. Las cejas de Joan desaparecen entre su cuero cabelludo.

"¿Hay una historia detrás de esto? O mejor… ¿Quiero saberla?" pregunta ella, con asombro y desconfianza, tomando la pistola más grande. Sherlock sonríe.

"Las compré hace unos años, cuando aún vivía en Londres. Son excelentes para emular salpicaduras de sangre y otros fluidos corporales. Sin embargo, hasta el día de hoy nunca han sido utilizadas como simples pistolas de agua" explica él. Joan asiente, consciente de que aquel argumento le suena razonable, aún cuando no debería serlo. Le da un último trago al te antes de dejarlo en la baranda de la escalera, y ambos emprenden camino hacia la esquina.

No hay autos en la calle. Los negocios están cerrados. Nadie en su sano juicio saldría a la calle en el día más caluroso del año. Nadie, excepto Sherlock y Watson, y el grupo de niños que corre bajo la bomba de agua.

"¡Eh, camaradas! ¿Qué tal una partida? Nosotros dos, contra ustedes cuatro. Si yo gano, ustedes me ayudan a pintar la sala. Si ustedes ganan… les doy mi tortuga"

"¡Sherlock!" exclama Joan, escandalizada ante la idea de perder a su mascota. Él sonríe con confianza, mientras les arroja las pistolas a los niños, que comienzan a cargarlas en el profuso chorro.

"Tranquila, mi querida Watson. Estos imberbes nos ganarán el día que Nueva York sea atacada por un enjambre de abejas asesinas gigantes" le murmura, casi fanfarroneando, su pecho inflándose de orgullo.

Joan sólo suspira, entregada, rezándole a quien sea que escuche para que en caso de perder, las madres de estos pequeños no les permitan quedarse con Clyde.

Alguien parece oírla, porque al caer la noche, su equipo vence al de los niños por una ventaja no muy holgada, pero ventaja al fin. Al parecer, Sherlock está bien entrenado en el arte de las armas, aún cuando estas sean de plástico. Los chicos cumplen su promesa, y un par de semanas después, los ayudan a pintar de gris las descascaradas paredes de la sala.

Comienzan a venir una vez por semana. A los niños les encanta cuando Sherlock les habla de explosivos y de persecuciones y cosas por el estilo. Al principio, Joan no puede evitar sentirse un poco escandalizada al oírlo relatándoles historias policiales a niños de diez años, sobretodo cuando cabe la posibilidad de que Sherlock tenga entre sus pequeños seguidores a un asesino en potencia. Pero, con el paso del tiempo, ella entiende que es más probable que tengan frente a ellos futuros policías e investigadores que otra cosa. La idea la enternece, al punto tal de que estas reuniones informales se transforman en uno de los momentos favoritos de su semana.

(De todas formas, Joan se encarga de contactarse con las madres de los niños y aclararles la situación. Más vale prevenir que curar, piensa. Ninguna se opone a la idea de que su hijo pase tiempo con un asesor de la policía. Ninguna conoce a Sherlock del todo, pero Joan prefiere que eso quede así).

En el otoño, Sherlock los reta a un partido de futbol callejero. Watson oficia de arquero. Ganan por tres goles de ventaja, y los niños ayudan a Sherlock a construir un apiario nuevo sobre el tejado (las Euglassias Watsonias se están reproduciendo con rapidez, y el espacio ya les queda pequeño).

Con el invierno llega el tiempo del ajedrez y de las guerras de bolas de nieve. Allí consiguen que les limpien la chimenea y les pinten la cocina.

Para cuando llega la primavera, Watson está segura de que estos niños son masoquistas. Aman perder. No existe otra explicación.

"Deberías dejarlos ganar alguna vez" dice ella, mientras junta los vasos vacíos que los niños han dejado, y los restos de emparedados de mantequilla de maní. Sherlock coloca con cuidado su juego de dominó en su caja de madera, con una sonrisa triunfal aún en el rostro. Verlo tan feliz por vencer a unos niños es penoso y tierno al mismo tiempo. Pero Watson está acostumbrada a las contradicciones. Con Sherlock, todo tiene doble filo.

"Ganarán algún día. Eventualmente, encontrarán algo en lo que realmente puedan hacerme competencia. Los estoy entrenando para la vida, Watson. No tendría sentido dejarlos ganar sólo porque sí. No funciona de esa manera" dice él frunciéndose de hombros. Joan suspira, sacudiendo la cabeza.

"Podrías al menos darles un empujón en la dirección correcta" agrega ella, retirándose a su habitación, y es consciente de que su voz suena condescendiente, casi maternal. El tipo de tono que nadie usa con Sherlock, excepto ella.

"Buenas noches, Watson" es todo lo que él dice, y ella puede sentir la sonrisa en la voz de él.

"Pequeñas victorias" murmura para sí misma, mientras se mete a la cama.

Porque esta es una batalla. Una silenciosa y sutil, pero batalla al fin. Y tiene la impresión de que lleva las de ganar.

-oo-

Dos días después, Sherlock invita a sus pequeños amigos a un torneo de videojuegos. Pierde horriblemente y, como premio, cada niño se lleva a su casa un tomo gordo y pesado de la enciclopedia favorita de Sherlock, a elección.

"Oh, ¿te llevas el de los autos, Billy? Es uno de mis tomos favoritos, voy a extrañarlo…" se queja él, de forma exagerada, cuando la madre de Billy viene a recogerlo. Joan tiene que morderse el labio para evitar sonreír. Sherlock no necesita enciclopedias. Ella sabe que él ha estado exagerando sólo para entusiasmar más a los niños. Sólo Sherlock los recompensaría con una dosis de conocimiento, educándolos de forma tan encubierta y tan perspicaz que los niños ni siquiera notan que están siendo educados.

"A veces no se si eres de lo peor… o el mejor. No puedo decidirme" dice ella, en un susurro, mientras pasa perezosamente las páginas de la revista que está leyendo. Sherlock suelta una risita seca.

"Ambos. Definitivamente" responde, sentándose de nuevo en el piso y encendiendo los videojuegos. Va a seguir jugando hasta alcanzar el nivel de los niños, Joan lo sabe. Con un poco de suerte, se mantendrá entretenido por un buen rato.

"De forma extraña… fue lindo lo que hiciste hoy" murmura ella, en el mismo tono, como si estuvieran cerca, aún cuando están en extremos opuestos de la habitación. Él sonríe brevemente, permitiéndose el gesto.

"Pequeñas victorias, Watson. Eso es lo que me has enseñado" dice, su ceño fruncido, su vista clavada en la pantalla del televisor. Le parece casi imposible que ella le haya enseñado algo a él. Y sin embargo…

"Voy a preparar la cena" anuncia, poniéndose de pie. Él ni siquiera contesta. Al pasar a su lado, sin embargo, no puede evitar estirar su mano y acariciarle el corto cabello con la punta de sus dedos, movida por una extraña sensación de orgullo, de afecto. Él no se mueve, no muestra señales de haberse percatado de aquél gesto de cariño, y Joan continúa con su tarea, dejándolo sólo en la sala de los televisores.

Pero en cuanto sus pasos dejan de oírse, Sherlock suelta un suspiro que ha estado conteniendo por bastante tiempo. Tal vez desde la última vez que alguien fue dulce con él. Tal vez desde el primer día en que la vio.

Tal vez desde siempre.

-iii-

Joan no es una mujer que tenga muchos caprichos, ni se obsesiona con manías superficiales. No tiene demasiadas pretensiones, no demanda comodidades. Puede comer lo que sea, dormir donde sea, usar lo que sea. Aún si está incómoda o molesta, no te pedirá que le cambies la almohada, que compres otro colchón. Es adaptable. Las incontables horas que ha pasado en los pasillos de los hospitales, en las guardias nocturnas, la han moldeado por completo. Es casi como si, en su vida pasada, ella se hubiera estado preparando para su vida actual, para la convivencia con Sherlock.

Porque si hay algo que le falta a su vida en este momento, eso es comodidad.

Sin embargo, a Joan no le importa. Ama demasiado su nuevo trabajo como para detenerse en menudencias.

Por eso tolera el desorden, los experimentos, la comida fría, los horarios disparatados, el ritmo constante y dinámico de su compañero. A su forma de verlo, todos esos detalles contribuyen a un todo mucho mayor. Tener que comer spaghettis en una taza le parece una nimiedad frente a la perspectiva de convertirse en una investigadora de ley. O es, en todo caso, un mal necesario. Un pequeño escalón hacia un objetivo mayor.

Sherlock, sin embargo, es un poco más complicado que ella. Sus niveles de tolerancia son tan extraños y tan disímiles que en más de una ocasión ella no sabe si sus requerimientos son serios o simplemente una broma. La lista de requisitos que Joan recibe un día es corta, y tan extraña como su propio mentor. Debe tener las uñas cortas, sin excepción ("Las uñas largas tienden a romper los guantes de látex, Watson. No podemos permitirnos andar por la vida contaminando evidencias"); siempre debe llevar calzado cómodo ("No sabemos cuando un sospechoso puede darse a la fuga. Siempre debemos estar listos ante la posibilidad de una persecución"); Sus horas de recreación diaria no deben superar sus horas de estudio, en lo posible debe hacer sus lecturas mientras camina por la casa o realiza las tareas domésticas, para fortalecer su poder de concentración, y sus lapsos de sueño son cronometrados por Sherlock día por medio ("Aún debo encontrar tu patrón REM, no estoy muy conforme con los resultados"). Puede que estas sean peticiones razonables, entendibles, casi lógicas. Pero no son las únicas. Joan no puede limpiar ninguna habitación sin tener antes la autorización de Sherlock, a excepción de su propia habitación. No puede cambiar los productos de limpieza ni los condimentos de la cocina. Tiene que mantener siempre una distancia de quince centímetros o más de Sherlock cuando están trabajando, y sólo en casos de urgencia tiene permitido mantener contacto físico con él. No puede vestirse ni en naranja ni en verde, y cualquier tic nervioso que posea debe ser eliminado. No puede llevar monedas en sus bolsillos, ni pendientes o brazaletes que puedan distraer. Las carteras y los bolsos, por más pequeños que sean, son eliminados de su vestuario ("Todo lo que no puedas llevar en un bolsillo, no vale la pena").

Y ella acepta todo. Lo lógico, lo ilógico y lo descabellado. Porque, a fin de cuentas, todo profesor tiene sus pautas de enseñanza, todo jefe tiene sus requisitos de trabajo, y todo compañero tiene sus normas de convivencia.

(Y todo exadicto tiene sus posibles disparadores, disparadores que a veces son algo tan pequeño y tan simple como una cucharada de un condimento distinto en la sopa de arvejas).

Joan adhiere, entonces, porque no le significa sacrificio alguno, y se amolda a las condiciones de Sherlock sin presentar ninguna queja.

Sin embargo, Sherlock es conocido, entre muchas cosas, por tener una tendencia (a veces necesaria) a propasar los límites. Y a Joan le llega el momento en un Viernes gris, poco después del amanecer, cuando Bell los llama de urgencia para que examinen la escena de un nuevo crimen.

Una chica de unos dieciséis años ha desaparecido de su casa. Su madre volvió del trabajo para encontrar que la puerta de atrás había sido forzada, y que su hija ya no estaba.

En su lugar sólo dejaron vidrios rotos, un par de pisadas, y un charco de sangre.

"¿Crees que aún está viva?" inquiere Gregson, en un susurro, intentando que la madre de la víctima no lo escuche. Sherlock suspira, y se pone en cuclillas por tercera vez, intentando olfatear algo en el suelo.

Usualmente no le toma tanto tiempo dictar un veredicto, por muy preliminar y simple que éste sea. Pero a Joan le parece que esto le está tomando demasiado.

Ante el silencio de Sherlock, Gregson le echa a ella una mirada.

"¿Qué opina usted, señorita Watson?" inquiere, señalándole la escena del crimen con la cabeza. Por un momento, ella siente una oleada de algo parecido al orgullo que no puede evitar contener.

Aún no se acostumbra a que su opinión valga tanto.

"Bueno… a juzgar por las manchas de sangre, la principal y las que he visto en la escalera, diría que el atacante forzó la puerta trasera, subió hasta la habitación de la víctima, quién se resistió a ser llevada a donde quiera que él quisiera llevarla, lo que lo obligó a pegarle en el rostro con algún objeto, tal vez el mismo que utilizó para forzar la entrada…"

"¿Cómo sabe que fue en el rostro?" inquiere Bell. Joan se inclina sobre la mancha.

"¿Ve esto? La sangre está disuelta en varios lugares. Le apuesto una cerveza a que es saliva de nuestra víctima. Mi hipótesis es que él le pegó en el rostro, lo que la hizo caer al piso. Es demasiada sangre para provenir de un golpe en cualquier otro lado del cuerpo, por lo que creo que debe haberle pegado en la boca, posiblemente hiriéndola en el labio, las encías, o la lengua. Entonces la ató y la arrastró escaleras abajo, dejando el rastro de sangre a su paso"

"Excelente teoría Watson. De hecho, concordaría contigo si no fuera por el cloroformo" dice Sherlock, poniéndose finalmente de pie. Está más tieso que de costumbre, nervioso, casi enfadado.

"¿Cloroformo?" preguntan ella y Bell al mismo tiempo. Sherlock asiente.

"Me ha costado distinguirlo, pero está allí. Hay un perfume a lilas que me ha confundido, retrasando mi proceso. Es aturdidor. Casi asfixiante. Te pediría que la próxima vez que pienses en usarlo, Watson, no me acompañes. Tu tarea es asistirme, al tiempo al que aprendes. Cualquier cosa que interrumpa mi proceso de razonamiento y nuble mis sentidos no está permitida. En este momento eres más un estorbo que otra cosa" dice, quitándose los guantes de latex. Joan está tan sorprendida por este repentino ataque que sólo atina a asentir, cruzándose de brazos, y cerrando la boca. Tanto Bell como Gregson parecen increíblemente avergonzados de presenciar aquél altercado más que incómodo. "Bien, volviendo a lo nuestro…" continúa Sherlock, como si nada hubiera pasado; "Creo que nuestra víctima oyó al atacante en el piso de abajo, y corrió a esconderse detrás de la puerta. Cuando el atacante irrumpió en la habitación, ella le propinó un golpe con un arma a determinarse, tumbándolo al suelo por sólo un segundo, haciendo que el pañuelo que él llevaba con el cloroformo, destinado a adormecerla, impregnara esta zona de la alfombra. Cuando la víctima estaba por escaparse, él la tomó del tobillo, haciéndola trastabillar, y rompiendo la pulsera de cuentas que, a juzgar por las fotos recientes, llevaba en dicho tobillo. Si buscan, encontraran las cuentas desparramadas por toda la habitación. Yo he contado dieciocho, para ser exactos".

"Así que la ataca, la duerme, y la lleva escaleras abajo a su vehículo…" recapitula Bell, escribiendo en su pequeño anotador. Sherlock asiente.

"Un sedán, marca a determinarse, modelo de los '90s, a juzgar por los patrones de las ruedas. Necesitaré echarle un vistazo al computador de la víctima y tal vez a su móvil, pero creo que esto esta casi cocinado. Tienen al menos cuarto litro de sangre del agresor. Y, a juzgar por la tierra en las huellas de sus zapatos, ha estado recientemente en Chinatown. No les será difícil encontrarlo." finaliza, colocándose las manos en los bolsillos, y retirándose de la escena del crimen sin mas.

Joan lo sigue, manteniendo al menos medio metro más de la distancia requerida, sin decir una sola palabra.

Al menos, hasta que llegan al apartamento.

"¿Podemos hablar?" inquiere, quitándose el abrigo. Sherlock deja la caja que Bell le ha dado en el suelo, y se quita los zapatos.

"Primero, haremos algo de te. Después armaremos la pizarra y…"

"No. Vamos a hablar de esto ahora" dice ella, con firmeza, colocándose entre él y la tetera, impidiéndole la tarea de preparar el té. Sherlock aprieta la mandíbula, y antes de que pueda protestar, ella arremete. "No voy a trabajar en este caso. Voy a tomarme unos días" explica, cruzándose de brazos, como si ese simple gesto diera todo por terminado. Sherlock frunce el ceño.

"Entiendo que este caso parece estar cerrado, Watson, pero estamos lejos de eso. Aún tenemos que determinar el móvil del secuestro y-"

"Mi decisión no tiene nada que ver con el caso, Sherlock. Tiene que ver con tu total falta de respeto hacia mi" lo interrumpe, intentando contener la ira que comienza a borbotear en su estómago. Él la mira por un segundo, y entonces suelta una carcajada seca, sin humor.

"¿Tiene que ver esto con mis observaciones en la escena del crimen? ¿Qué acaso no estás aquí para aprender?"

"¡Lo que hiciste no tuvo nada que ver con nuestro acuerdo, ni con mi proceso de aprendizaje! Me… me regañaste como si fuera una niña, en frente de nuestros compañeros de trabajo. Fue denigrante, y fue angustiante, y me lastimó. Y no tolero siquiera estar cerca de ti en este momento, así que prefiero irme a la cama y dejarte solo antes de ser… un estorbo " finaliza ella, enfatizando sus últimas palabras, tomando sus cosas y retirándose a su habitación.

"¡Por Dios, Watson! Te creía más inteligente" grita él desde la cocina, y ella puede sentir la decepción en su voz. Eso sólo logra aumentar su furia.

"¡Y yo te creía más respetuoso!" responde ella, en el mismo tono, cerrando la puerta de su habitación con fuerza, haciendo que los pocos cuadros que ha colgado en las paredes bailen peligrosamente.

Él contesta algo que ella no alcanza a oír.

Se recuesta en la cama sin siquiera quitarse las botas y, por primera vez en meses, en años, en siglos, llora hasta que el sueño la invade, y Sherlock no es más que un lejano fantasma que merodea en la planta baja, murmurando teorías, hablando consigo mismo.

Llora hasta que no le quedan lágrimas. Llora y, con cada bocanada de aire, sus pulmones se llenan de su propio perfume, dulce e intoxicante. Y eso sólo contribuye a su pena.

-oo-

Se despierta horas después, cuando el sol de la media tarde comienza a pegarle en el rostro, y los sonidos de la calle que se filtran por la ventana ya no pueden ser ignorados. Por un momento, le cuesta recordar cómo llegó allí, y porqué le duele tanto la cabeza. Entonces recuerda la escena del crimen y la posterior discusión con Sherlock… y suspira hondo, frotándose los ojos, tratando de aplacar el sueño. Se incorpora en la cama, sentándose despacio, recostándose sobre el respaldo. Alguien le ha quitado las botas, y la ha tapado con el cobertor. Alguien que dejó la puerta y las ventanas abiertas.

Alguien que, sin lugar a dudas, quería que ella se despertara.

Por alguna extraña razón, se siente avergonzada. ¿La ha visto él llorando? ¿La ha escuchado acaso? No quiere que él sepa cuánto la afecta su opinión. Sabe que ha sido una reacción infantil, casi inmadura, pero a veces ni siquiera alguien como ella, medida y centrada, puede evitar que sus inseguridades la invadan. De todas formas, Joan sabe que no hay problema que se solucione esquivándolo. Sabe, sobre todo, que Sherlock no va a entender que es lo que ha hecho mal hasta que ella no se lo explique. Porque el hombre es la persona más inteligente que ella ha conocido jamás, pero las inteligencias son múltiples, y él carece de ciertas habilidades, especialmente de las que están relacionadas con la convivencia y el respeto por el otro.

Toma coraje entonces, y se pone en marcha.

Sus pies, calados en sus gruesas medias tejidas, apenas hacen ruido contra los escalones de la escalera. La casa está sumida en un silencio preocupante. No hay televisores encendidos, ni se oye el sonido del viejo tocadiscos, de la tetera en el fuego o del frenético investigador corriendo de un lado al otro de la habitación, soltando teorías, poniendo y sacando papeles y notas de su pared de los disparates. Tal vez resolvió el caso sin ella, y decidió irse a dormir. Tal vez salió con Bell a interrogar a un sospechoso, o Gregson lo llamó a la comisaría para que revise otro caso. En otro día, a Watson no le molestaría este breve lapso de silenciosa soledad. Lo disfrutaría, de hecho. Pero hoy… bueno, la falta de Sherlock se siente más.

Está preparándose un café para aplacar el insistente rugido de su estómago cuando nota, apenas saliendo del cesto de la basura, una pequeña botellita celeste, con un diseño complicado y una tapa plateada. La reconoce al instante.

Es la botella de perfume. Vacía por completo, a excepción de las pocas gotas que han quedado en el tubito del aspersor.

Y eso basta para que toda la rabia y el enojo, que hasta entonces habían sido olvidados por completo, aparezcan por arte de magia, quemándole las entrañas.

"¡Sherlock!" grita, desde el fondo de sus pulmones, tomando la botella y corriendo escaleras arriba, olvidándose del café, del discurso conciliador y educador, de mantener la calma. "Juro que cuando te encuentre…" comienza, pero no logra terminar la idea. Porque en cuanto entra a la habitación de Sherlock el olor del perfume le corta la respiración.

"Ah, Watson, ya estás despierta. Fantástico" dice, sin siquiera mirarla, recostado sobre el piso de madera, sus ojos fijos en el cielorraso, adonde ha pegado todas las notas y los archivos del caso. Luce cansado. No, no cansado. Más bien… frustrado.

"¿Quieres explicarme esto?" inquiere ella, sin dejarse influir por la triste apatía de él. El hedor del perfume le está haciendo doler la cabeza, tiene que taparse la boca con la manga de su suéter para no vomitar.

"Ah, eso… verás… ha sido una noche larga, y no podía pensar con claridad." explica él, poniéndose de pie lentamente, estirando las piernas. "Nuestro… altercado me ha dejado algo disperso. Y usualmente, en este tipo de circunstancias, buscaría la asistencia certera de tu claridad mental, pero teniendo en cuenta tu expreso deseo de mantenerte fuera del caso, me vi obligado a recurrir a un… emulador" dice, aún sin mirarla, quitándose la camiseta que lleva puesta y colocándose una nueva, de forma casi instintiva, como si verdaderamente no estuviera pensando en lo que hace. "Pero, no temas, Watson. No he obtenido resultado alguno con este pequeño experimento. En otras palabras… no eres fácil de reemplazar." finaliza, y se sube a una escalera metálica que tiene oculta detrás de la cortina, para comenzar a descolgar las notas y los archivos. Joan suspira, intentando calmarse, y el hedor a lilas le nubla la vista por un segundo.

"Entonces, ¿me estás diciendo que no podías solucionar este caso sin mi, y en lugar de despertarme y disculparte, preferiste inundar tu habitación con mi perfume?" inquiere, resumiendo. Él asiente.

"Dijiste expresamente, y cito, 'no voy a trabajar en este caso, voy a tomarme unos días'. Creo que dejaste muy en la claro que la opción de despertarte en el medio de la noche no era en realidad opción alguna" explica, colocando la evidencia en una caja, y saliendo de la habitación, obligándola a seguirlo. "Lamento haber gastado todo tu perfume en un experimento tan estéril, Watson. Pero ya he contactado al proveedor. Otras tres botellas estarán arribando en los próximos días. Me he tomado la libertad de elegir distintas fragancias, de hecho, además de la de Lilas Salvajes. Ahora, si me disculpas, tengo un caso que resolver" agrega, dejando la caja en la mesa de la cocina, y dirigiéndose hasta la heladera.

Joan se deja caer en una de las sillas. Aún cuando ya no están en la habitación, puede sentir el olor de las lilas nublándole los sentidos. Se estira un poco y abre una de las ventanas, dejando que una leve brisa le golpee el rostro, cerrando los ojos, permitiéndose meditar su próximo paso. Sherlock coloca una taza frente a ella, y el aroma del café recién preparado le aclara la mente.

"¿Entiendes que lo que hiciste ayer estuvo mal?" inquiere ella, tomando la taza y mirándolo sobre el borde, mientras le da un sorbo. Los hombros de él se tensan, pero no como producto de la terquedad o en defensiva. La forma en la que esquiva la mirada de Joan le hace entender que, en realidad, lo que siente es culpa.

"Entiendo que expresé mi descontento de la forma errónea y en el lugar equivocado. Y lamento que eso haya resultado angustiante para ti. No fue mi intención. En el futuro me aseguraré de darte mis indicaciones en privado… y respetando tus sentimientos" dice, en un tono monótono y medido, casi como si el mensaje estuviera ensayado. Eso no lo hace menos genuino.

Joan sonríe a medias, sin responder. Se estira sobre la mesa entonces, y por un segundo Sherlock se congela en su lugar, como si temiera que ella fuera a abrazarlo. En lugar de eso, ella toma el primer archivo de la caja, lo abre en la mesa, y comienza a separar las fotos de la escena del crimen, mirándolas con detenimiento.

"¿Sospechosos?" inquiere, dándole un trago a su café. Sherlock se mueve en su silla, sin poder contener su emoción.

"Dos. El padre de la niña es dueño de una empresa constructora que ha pasado recientemente por una reducción de personal. Tres de los cinco obreros que han sido despedidos tienen antecedentes penales, pero sólo uno tiene una coartada. Los otros dos están bajo sospecha" explica, buscando las fotos de ambos en otro archivo.

"¿Y que hay del novio de la víctima?" pregunta ella. Sherlock frunce el ceño.

"No hay nada en su cuenta de email ni en su teléfono que indique que la víctima mantenía una relación amorosa" explica él. Watson deja los archivos a un lado, la intriga apoderándose de ella. Sherlock intenta en vano contener una sonrisa. "Presiento que tienes una corazonada, Watson. ¿Porqué no la compartes?"

"Oh, puede que no sea nada…"

"Nunca es nada. Cuenta"

"Bueno… anoche, cuando estábamos en la residencia de la víctima, noté que ella se había cambiado hacía poco de habitación. A juzgar por el color de las paredes y el estampado de las cortinas, esa solía ser la habitación de un joven, y no de una niña."

"Su hermano, Carter, está estudiando en la universidad. Se marchó de la casa de sus padres hace seis meses"

"Lo sé, vi las fotos de la graduación que su madre colgó en el descanso de la escalera. En todo caso, lo que realmente me llamó la atención fue que la víctima decidiera cambiarse a la habitación de su hermano, que es bastante pequeña y no tiene buena luz. Entonces, noté que la ventana de dicha habitación está enmarcada por una copiosa enredadera. Enredadera que había sido aplastada recientemente… como si alguien la hubiera utilizado para subir al segundo piso de la casa, y entrar por la ventana. Alguien que visitaba frecuentemente a la víctima, sin forzar la entrada pero sin entrar por la puerta principal. Alguien que no quería ser detectado" finaliza ella, cruzándose de brazos inconcientemente, tratando de sonar lo menos orgullosa de si misma posible.

Sherlock, sin embargo, no hace ese tipo de concesiones. Le da un golpe a la mesa tan fuerte que Joan tiene que aferrarse a su taza para que esta no se derrame.

"¡Excelente, Watson! ¡Excelente! Sigue así, y hasta puede que te deje usar no sólo el perfume, si no también un par de sombreros graciosos o una falda provocadora" dice, entusiasmado, discando en su teléfono y llamando a Bell, para comentarle las novedades.

"Watson acaba de darle un giro a todo esto, Bell. La querida Watson" lo oye decir, mientras camina animadamente por la sala de estar.

Encontrarán a la chica. Pondrán al culpable detrás de las rejas. Comenzarán con otro caso. Discutirán dos millones de veces más.

Pero, antes que nada, Joan se terminará su taza de café. Porque uno de los dos tiene que mantener la cordura.

-iv-

"¿Cuánto crees que demorará, eh? ¿Una hora? ¿Un día? ¿Una eternidad?" inquiere Pulls, sus fríos dedos tomándola por el cuelo, clavándose en su nuca. Huele a cigarros y a ajo. Pimentón, también. Debe de haber comido en un restaurante español. La escasez de luz y la humedad de las paredes le dice a Joan que están en algún lugar bajo tierra. A juzgar por los gastados ladrillos que cubren las paredes, debe de ser un túnel de fin del siglo diecinueve. Existen demasiados túneles en la ciudad como para que Joan pueda determinar exactamente adonde se encuentran. Sherlock podría. Sherlock sabría qué significa el símbolo que Pulls tiene tatuado en el brazo, y el tipo exacto de tierra en la que están parados, y la marca de las esposas que ella lleva puestas. Sherlock sabría con exactitud como librarse de esta situación.

Esa es la razón por la cual Pulls la ha secuestrado a ella y no a él, en definitiva. Sabe que ella es valiosa, tan valiosa como Holmes, pero también sabe que ella no cuenta con tantos recursos.

A cambio de ella ha pedido diez millones de dólares sin marcar. Les ha dado dos horas. Si no entregan el dinero en ese tiempo, ella muere. Joan no sabe cuanto tiempo ha pasado desde que emitió el mensaje. No tiene forma de saberlo. No sin al menos tener la luz del sol como guía.

Nota, sin embargo, que su captor está poniéndose impaciente. Y eso no puede ser buena señal. Joan sabe que los psicópatas son capaces de tomar medidas de los más atemorizantes cuando se sienten bajo presión. Empieza a pensar en lo peor.

Cierra los ojos, conteniendo las lágrimas, intentando calmarse. Casi puede ver a Sherlock, a Gregson, a Bell discutiendo la situación. ¿Pagan el rescate o intentan encontrarlos? Puede verlos paseándose por la pequeña sala de reuniones. Puede ver a Sherlock sentado frente al televisor, rebobinando el video de Pulls una y otra vez, intentando encontrar algo que delate su paradero. Puede verlo frotándose los ojos, suspirando, perdiendo la paciencia.

¿Qué le pasaría a él si ella… no estuviera? Joan no quiere pensar en eso. Sabe que Sherlock es capaz de hacer cosas terribles cuando se siente perdido, desesperado. La peor de todas, sin embargo, es su autodestrucción.

Pulls es uno de los peores secuestradores y asesinos en serie con los que han tenido que tratar. 187 víctimas, de todas las edades, razas, géneros y condiciones sociales. Abducidas sin dejar rastro, pidiendo a cambio los rescates más absurdos, y asesinadas tarde o temprano de forma brutal: ahogándolas en un tanque de agua.

Han estado trabajando en este caso por mas de seis meses. Gregson lleva buscándolo más de una década. ¿Van a permitirle escapar sólo para salvarla a ella? Joan lo duda. Por mucho aprecio que la policía de Nueva York le tenga, la vida de Joan es un precio que ella supone que están dispuestos a pagar. Y no los culpa. Ella misma desea con toda su alma que atrapen a este maníaco. Tal vez esto es lo mejor.

No se preocupa tanto por ella misma, entonces, si no por Sherlock. O al menos, eso se dice. Joan desearía poder decirle demasiadas cosas. Que esto no es su culpa. Que él le ha hecho vivir los mejores años de su vida. Que, de muchas maneras, ella no era ella hasta que él llegó.

Que cuide de las abejas.

"¡Ah, mire eso! El plazo se ha cumplido… y mi cuenta sigue en cero. Aparentemente, no le tienen tanto cariño como parecía, ¿no Watson? Que pena, que pena. Voy a tener que llevarla para que se de un chapuzón…" dice Pulls, rumiando las palabras, hablando más para sí mismo que para su víctima. Joan aprieta la mandíbula, conteniendo las lágrimas, intentando mantener la claridad mental. Pulls se acerca a ella, con un algodón empapado en algún químico (Joan supone que es para dormirla), y una cinta para taparle le boca. Pulls desata las sogas que la ataban a una de las columnas de la pared, pero le deja las esposas y la soga de los pies. Joan sabe que no puede escapar en estas condiciones. Sabe también que sus próximas palabras puede que sean las últimas.

"Él va a encontrarte" murmura ella, mirándolo directamente a los ojos. Pulls suelta una carcajada, escupiéndola en el rostro.

"¿A sí? ¿Cómo estás tan segura?" pregunta, tomándola del cabello, tirándola hacia atrás. Joan no aparta sus ojos de los pequeños, oscuros orbes de su secuestrador.

"Yo creo en Sherlock Holmes" es todo lo que alcanza a decir, antes de que Pulls le ponga el algodón contra los labios, presionándolo con fuerzas contra su rostro y su nariz, obligándola a respirar el químico, sintiéndolo en sus fosas nasales, quemándole la garganta, embotando su cerebro. Quizás si pretende que el anestésico ya ha hecho efecto él le sacará la venda.

"Es mucha fe la que tienes, ¿eh, Watson?" murmura él, su aliento contra la mejilla de ella, sus manos soltando su cabello.

"Y lo bien que hace…" interrumpe otra voz, saliendo de la infinita oscuridad de aquellas paredes que han pasado décadas en silencio. Joan sonríe.

"¿Qué demon-?" inquiere Pulls, pero sus palabras se ven interrumpidas cuando Joan se abalanza sobre él, aprovechando la confusión, golpeándolo fuertemente en la frente con su propia cabeza, haciéndolo caer en el piso.

"¡Directo en la mollera!" exclama Sherlock, visiblemente orgulloso, saliendo de entre las sombras con su bate en la mano. Le propina otros dos golpes a Pulls mientras este está en el piso, dejándolo inconsciente, sólo entonces dirigiéndose hasta su compañera. "¿Estas bien?" inquiere, preocupado y emocionado al mismo tiempo, tomándola delicadamente del rostro, mirándola a los ojos. Joan asiente, sintiéndose aún confundida a causa de la anestesia y el golpe en la cabeza.

"¿Porqué te demoraste tanto?" pregunta ella, apoyando su frente contra el hombro de él mientras Sherlock le desata los pies, porque le cuesta mantenerse erguida. Huele a café, al aire de la ciudad, a la leña de la chimenea, a papeles viejos. La tela de su viejo suéter se empapa con las lágrimas de ella.

"Lo lamento, Watson. Pero, como habrás de imaginarte, no estaba trabajando al tope de mis capacidades" se explica él, comenzando a trabajar en las esposas.

"¿Dónde están los demás?" inquiere, intentando mantenerse entretenida para no dejar que el sueño la invada.

"En el otro túnel. Teníamos dos posibilidades. Pero ya están en camino, no temas"

"No tengo miedo" dice ella, casi ofendida, mirándolo a los ojos. Él sonríe, y ella puede ver las bolsas debajo de sus ojos, el cansancio en su rostro.

"Lo se, Watson. Lo se" adhiere, poniéndose de pie y ayudándola a mantenerse erguida.

"Muy estúpido de su parte" dice Pulls, desde el suelo, empuñando su arma contra ellos.

Antes de que Joan pueda reaccionar, Sherlock se interpone entre Pulls y ella, al tiempo que se oye el sonido del disparo. Hay un segundo de incertidumbre, mientras el sonido se hace eco entre las paredes el túnel, y Joan cree que Sherlock ha logrado desviar el disparo.

Pero entonces, él cae de rodillas, y sus manos van hacia su lado izquierdo, debajo de su pecho. Joan puede ver la sangre que brota entre sus blancos dedos, tiñendo de rojo furioso el gastado suéter gris que a Sherlock le gusta tanto.

Lo que sigue es, sin lugar a dudas, un acto de inconsciencia. Joan, aún confundida y adormilada, se abalanza sobre Pulls, azotándolo contra la pared del túnel, propiciándole un golpe en la nariz, uno en el boca, uno en la ingle y uno en el estómago, dejándolo sin respiración, obligándolo a caer al piso, y quitándole el arma de las manos.

"¿Vas… a matarme… Watson?" pregunta Pulls, apenas controlando sus palabras, mientras la sangre le brota por las heridas del rostro. Ella toma el arma con ambas manos, el dedo en el gatillo, la adrenalina bombeando sangre a sus oídos.

Puede hacerlo. Se siente capaz. Puede…

Entonces siente los dedos de Sherlock en su talón, sujetándola con fuerzas.

"No lo hagas" significa. Él tiene razón. No vale la pena.

Desarma el arma entonces, dejando la carga caer al piso, quitando el dedo del gatillo. Pulls sonríe, triunfante.

"Yo que tu no me creería vencedor" dice ella, su voz llena de cólera, sus manos temblando. Pulls frunce el ceño por un segundo, lo que le da a Watson el tiempo suficiente para propinarle un golpe en la mollera con el arma, y estirarse para tomar el algodón que ha quedado en el piso, para apoyarlo contra el rostro de Pulls hasta que el químico hace efecto.

"Joan…" murmura Sherlock, tirando una vez más de su talón. Ella se gira, dejándose caer a su lado. Él se ha recostado en el piso, pálido y desecho, mientras el sudor baja por sus sienes y la sangre brota por su herida. Joan coloca sus manos sobre las de él, haciendo presión, sintiéndolo latir bajo sus dedos.

"Vas a estar bien, Bell viene en camino" dice ella, tal vez intentando calmarlo, tal vez intentando calmarse a sí misma. Él sonríe, y suspira.

"Escúchame. Esto no fue tu culpa…"

"No, no me des ese discurso…" lo interrumpe ella, sintiendo como las lágrimas se agolpan en su garganta.

"Tu me has hecho vivir los mejores años de mi vida…"

"Sherlock, por favor…"

"De muchas maneras, yo no era yo hasta que tu llegaste…"

"Volveremos a casa, te lo prometo…"

"Cuida de las abejas, ¿si? Y de Clyde…" dice él, cerrando los ojos, arrastrando las palabras… abandonándola en el frío túnel subterráneo.

Ella no deja de hacer presión. No deja de llamar su nombre. Aún hay tiempo, se dice a si misma. Aún hay tiempo…

Entonces, las luces de las linternas de la policía irrumpen en la escena, así como el sonido de los intercomunicadores y las armas listas para ser usadas.

No deja de hacer presión hasta que llegan los paramédicos, y la obligan a subirse a otra ambulancia.

Gregson se sienta a su lado mientras le hacen los chequeos, pero no hace ni una sola pregunta. Pretende no verla mientras ella llora en silencio, limpiándose la sangre de Sherlock de las manos.

-oo-

La han dormido. Esta vez, al menos, no es para tirarla en un tanque de agua y dejarla morir. Ha sido una enfermera amable y de manos huesudas, que le a prometido despertarla en cuanto sepan algo de Sherlock.

Lo están sometiendo a cirugía. La herida es grave, pero reparable. Joan lo sabe. En sus épocas de cirujana ha visto, e incluso realizado, decenas de operaciones como esta. Y sabe que Sherlock tiene grandes posibilidades de salir de esta. Sin embargo… no puede evitar preocuparse. Así que acepta la oferta de la enfermera, y deja que la duerman hasta que todo termine.

Se despierta en mitad de la noche, sin embargo, cuando oye un griterío proveniente del pasillo. Inconcientemente, se pone de pie y salta de la cama, sin importarle su falta de calzado, o el hecho de que sólo lleva puesta la bata del hospital.

"¿Qué está ocurriendo?" pregunta a su enfermera. Ella la toma del brazo, y por un segundo Joan cree que la va a llevar a la cama de nuevo.

"¡Gracias a Dios que ha despertado! No podemos calmarlo. Está como loco…" le explica, guiándola entre los pasillos hasta la habitación de Sherlock. "Quiere sacarse las agujas y grita en sueños, llamando…"

"A Irene, sí. Es su antigua-"

"No, no a la tal Irene. A usted" dice la enfermera, con un brillo en los ojos que a Joan no le gusta para nada. Joan intenta ocultar su asombro, pero se imagina que de todas formas debe ser evidente. La enfermera le da un apretón en el codo, señalándole una de las tantas puertas del pasillo. "Está ahí" agrega, dejándola sola.

Joan se acerca a paso apresurado, abriendo la puerta de par en par, para encontrarse con una media docena de médicos que intentan retener a Sherlock en la cama.

Ella tiene que contener una risotada porque, aún cuando él está herido y adormecido, parece superar a los médicos.

"Déjamelo a mi…" dice ella, acercándose a él.

"Todo tuyo" responde uno de los médicos, claramente superado por la situación.

Joan nota que el brazo derecho de Sherlock está lastimado, justo en la parte interna del codo, como si se hubiera quitado las agujas reiteradas veces. Ella apoya su mano suavemente sobre las heridas, y acerca su rostro a el de él, reposando su frente contra la sien de él, para susurrarle en el oído.

"¿Sherlock? Soy yo…" murmura ella, acariciándole el cabello con la otra mano. Él detiene sus movimientos al instante, relajándose en la cama, liberando la tensión.

"Watson… las agujas…" dice él, apenas abriendo los ojos, como si le costara toda su fuerza formular esas tres palabras. Ella asiente.

"No te preocupes, estas no son de esas agujas. Déjalos que te curen, Sherlock. Así podemos volver a casa. ¿Está bien?" le pide, usando un tono dulce, casi amoroso, que nunca ha usado con él. Él asiente, la barba de su mejilla raspándole el rostro.

"Quédate" le pide, en un suspiro, antes de quedarse dormido. Y ella obedece.

Se sienta en el borde de la cama de hospital, sus pies apenas tocando el suelo, su mano en el corto cabello de él. Una enfermera vuelve a colocarle las vías en el brazo, y esta vez él ni siquiera se mueve.

"Buen chico" le dice, dándole una palmada en la rodilla antes de dejarlos a solas. Ella suspira, y la mano que tiene libre encuentra la mejilla de él, apenas acariciándola con la punta de sus dedos.

"Watson…" murmura él, aún en sueños, el nombre escapándose entre sus labios de forma inconciente. Joan sonríe. Porque él está allí, vivo y latente, con su barba a medio crecer y sus medias de colores. Él está ahí, aún cuando por un momento ella creyó que no iba a oírlo decir su nombre nunca más.

"Duerme, Sherlock. Así mañana podré regañarte" susurra ella, la sonrisa en su voz, el color volviéndole a las mejillas. Y él obedece, perdiéndose bajo el contacto de sus manos, dejándose llevar.

Ella no sabe si esto significa algo. A Joan no le gusta pensar demasiado en las cosas. Tal vez significa que se quieren más de lo que se atreven a reconocer. Tal vez significa que ella lo ha ayudado a olvidarse de Irene, al menos un poco. Tal vez significa que le han dado unos somniferos bastante poderoso.

La única certeza que posee es que esto significa que él no se ha marchado. Que ella no ha sido una más de las víctimas de Pulls.

Que ambos podrán seguir cuidando de las abejas, al menos por un tiempo.

-oo-

"Estará en el hospital al menos por otros dos días, pero después de eso… pasará el resto de sus días en la cárcel" explica Bell, mientras Joan y Sherlock terminan de firmar los papeles con sus declaraciones. Joan suspira.

"Todo salió bien, entonces. ¿No?" dice Joan, entregándole a Bell los papeles.

"Excepto por el hecho de que ahora tengo un agujero en donde no debería, yo diría que sí" bromea Sherlock.

"Lo que hiciste fue una estupidez" lo reprende Joan. Sherlock suelta una risita irónica.

"Y eso viene de la misma persona que se abalanzó sobre un asesino serial armado sin tener nada con qué defenderse. Estando, además, bajo los efectos de un somnífero" dice él, jugando con sus pulgares.

"¿Qué querías que hiciera?" se defiende ella, al borde de la histeria, lanzando los brazos al aire. Bell toma los papeles y los mete rápidamente en su maletín, intentando marcharse lo antes posible. Murmura algo incoherente antes de abandonarlos, dejándolos solos en la habitación del hospital.

"Watson, el propósito de la misión era rescatarte con vida. Dejar que ese maleante te perforara el pulmón con una bala hubiera sido poco inteligente de mi parte" comienza él, sentándose en la cama. Ella suelta un resoplido, incorporándose más en el sillón que ha estado usando, hasta quedar a la altura de él.

"Y dejar que te perforen a ti es mucho más inteligente, ¿no?" dice ella, cruzándose de brazos.

"Cualquier investigador, cualquier policía, dejaría que le disparen para salvar a su compañero. Es un hecho, Watson. Investígalo" responde él, quitándole importancia. Ella niega con la cabeza.

"Nosotros no somos policías" murmura.

"No, no lo somos. Pero somos-"

"¿Qué? ¿Qué somos?" inquiere ella, haciendo la pregunta que, desde la noche anterior, ha consumido sus pensamientos. Él se mueve en su cama, acercándose más a ella, cerrando los ojos por un momento cuando los puntos de su herida le punzan.

"Somos compañeros. Eso somos. Holmes y Watson. Mírame y dime que no dejarías que te disparen por mi" dice, en un tono calmo, sereno, mirándola a los ojos.

Y aún cuando ella está enfadada con él, aún cuando le molesta darle la razón, Watson suspira y asiente, recostándose de nuevo en la cómoda silla, alejándose de él y de esa conversación tanto como le es posible.

Una parte de ella, teme por lo que puede llegar a salir de eso. La misma parte que, horas antes, sintió un chispazo de alegría al oír que era su nombre, y no el de Irene, el que él gritaba en sueños.

"Te debo una entonces" dice ella, dando por terminada la conversación, encendiendo el televisor. El suelta una risita seca.

"No lo creo. De hecho… era yo el que te estaba debiendo una" responde él, casualmente, leyendo algo en la tablet que Bell le trajo. "La forma en la que las motivaciones humanas funcionan es… extraña. Intrigante. Yo diría que en este caso… la idea de vivir una vida sin… sin tu valiosa compañía y tu irreemplazable aporte a mi trabajo me parecía más aterradora que, digamos, recibir una bala." explica, manteniendo un tono neutro, distante. Casi como si ella no estuviera ahí. "En algún sentido… creo que inconscientemente aún siento que te guardo una deuda por lo que has- por lo que haces por mi. Tu has traído a mi vida algo que no podría encontrar en otro lugar. Una calma… una fuente de serenidad que no logro encontrar en otra parte. Así que… lo que a simple vista parece una reacción altruista… termina siendo motivada por causas totalmente egoístas. Es extraño. Inquietante, diría" finaliza, sin levantar la vista de su lectura, sin mirarla a los ojos. Joan no se da cuenta de que ha estado conteniendo la respiración hasta que sus pulmones comienzan a gritar por aire.

"Puede que eso sea… lo más bonito que me has dicho hasta ahora" murmura ella, la emoción anudándole la garganta. Él asiente, sin darle mucha más importancia, y ella respeta eso.

Ella misma no sabría que más decir.

"Están sirviendo el almuerzo" comenta, subiendo los pies a la cama de él para darles un descanso. Él asiente.

"Algo con pollo, sin nada de condimentos. Vegetales hervidos. Y flan" dice él, sin titubear. Debe haberlo olido cuando el carrito pasó por la puerta hacia la habitación de al lado. Es bueno saber que su recuperación es completa.

"Le pediré a Alfredo que nos traiga café" comenta ella.

"Y un par de muffins de banana"

"Está bien"

"Y a Clyde"

"Eso… no. No puede traer un animal a un hospital"

"Clyde no es un animal. Es mi amigo. Y es una máquina de matar"

"Con más razón. No es no"

"Hay que aprender a hacer concesiones en un matrimonio, Watson"

"Qué suerte que no estamos casados, entonces"

Ninguno de los dos se ríe.

Joan quiere creer que la confusión general que siente no es más que un efecto secundario de las repetidas dosis de sedantes que ha recibido en las últimas horas.

-v-

"Sherlock? Ya estoy de vuelta!" exclama, en cuanto cruza el umbral de la puerta, dejando su chaqueta y su cartera en el perchero. Él no responde, ni siquiera con el gruñido característico que suele soltar como bienvenida. Joan sabe que él tiene una cita con Alfredo esa misma noche, pero aún no son siquiera las dos de la tarde. Su computadora está encendida en la mesa de la cocina, y la taza de té aún está tibia. Joan nota entonces el titular de la nota que, al parecer, él ha estado leyendo.

" Nick Palmer, conocido pianista y compositor, ha sido hallado muerto en su casa esta misma mañana. Los detalles del caso son aún escasos "

Al parecer, tienen un nuevo caso. Su té va a tener que esperar.

"Sherlock?" vuelve a preguntar ella, subiendo las escaleras. La respuesta viene en forma de golpe seco, seguida por el inconfundible sonido de un par de cajas cayendo al suelo, y una exclamación de dolor. "Sherlock!" exclama ella, corriendo hasta uno de los armarios del primer piso, porque el alboroto parece provenir de allí. En efecto, al llegar se encuentra con una pila de cajas que inunda el pasillo, y a su compañero tratando de salir de entre el desorden.

"Estoy bien, Watson. No hay de qué preocuparse" la calma él, limpiándose el polvo que le ha ensuciado el saco y los pantalones y acomodándose el cabello. "Al menos he encontrado lo que estaba buscando" agrega, tirando de una de las pilas de ropa hasta que una corbata azul marino aparece. Sólo entonces Joan nota que está usando un traje gris oscuro, que aún estando gastado luce bastante costoso.

"He visto que Nick Palmer ha muerto. ¿Tenemos un caso?" inquiere, aunque por algún motivo ya infiere la respuesta de él. Sherlock niega con la cabeza.

"Un funeral, más bien. Yo tengo que ir a su funeral" murmura, mientras intenta en vano anudarse la corbata. Joan asiente y se acerca a él.

"Déjame ayudarte" sugiere, levantándole el cuello de la camisa y tomando la corbata de sus manos. Sherlock suelta un suspiro largo, casi triste. No luce apenado, pero Joan sabe que eso no significa nada.

"Éramos conocidos. Él era mi compañero de habitación en la clínica de rehabilitación. Hemos mantenido… contacto por email desde entonces. Debo ir a presentarle mi más sentido pésame a su esposa y a su madre" explica él, sin que ella tenga necesidad de preguntar. Está evitando mirarla por todos los medios, y sus manos están rígidas a los costados de su cuerpo, cerradas en dos puños.

"Déjame ponerme algo más apropiado. Estaré lista en un segundo"

"No es tu deber acompañarme, Watson…"

"Sí, tengo que acompañarte. Quiero hacerlo. Déjame hacerlo" pide ella, acomodándole el cuello de la camisa por última vez y dejando que sus manos caigan en los hombros de él, dándoles un apretón. Sólo entonces él se relaja, asintiendo sin mirarla, como si hubiera estado esperando para que ella dijera eso.

"Te esperaré abajo, entonces. Tal vez puedas ayudarme a elegir unas flores para la viuda en el camino" es todo lo que dice, en un tono medido y neutral, antes de desaparecer escaleras abajo, dejándola con la pulsante sensación de que éste día no será para nada fácil de sobrellevar.

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"Él siempre hablaba de usted, ¿sabe? El detective británico, le decía. Tenía un par de historias divertidas acerca de sus días en rehabilitación, y todas parecían tenerlo a usted como protagonista" comenta la Sra Palmer, una mujer de no más de cuarenta años, a juzgar por su joven rostro. Demasiado joven para ser una viuda, piensa Joan.

"Nick era un excelente compañero. Y parecía extrañarla mucho" responde Sherlock con cortesía. Joan no sabe si eso es verdad, o si Sherlock lo ha inventado para hacerla sentir mejor. De cualquier forma, el comentario surte efecto, puesto que la Sra Palmer sonríe a medias, soltando una risita acuosa, ahogada en un lloriqueo contenido. "Si no le molesta, iré a presentarle mis respetos a su madre ahora. Con permiso" agrega él, incomodado por la situación, pero sin ser descortés. Tratándose de Sherlock, piensa ella, podría haber sido mucho peor. Joan se sienta al lado de la mujer, puesto que no quiere dejarla sola en el pequeño vestíbulo.

"Fue una sobredosis, ¿sabe? No lo han dicho en las noticias por respeto. Pero yo se la verdad. Lo supe en cuanto crucé la puerta y lo vi en el suelo" comenta la mujer, limpiándose el rostro con un pañuelo de tela. "Nunca pudo dejarla. No importa cuanto lo intentaba, cuanto se lo pedía, cuanto había en juego… siempre volvía a ella." continúa. Es extraña la elección de palabras que la Sra Palmer utiliza. Habla de la droga como si se tratara de una amante, de otra mujer. Y en muchos sentidos, así es como funciona. "Nick decía que no podía componer si no consumía. Que sólo era realmente él cuando estaba bajo el efecto. ¿Cuán triste es eso? No importa cuánto yo trataba de disuadirlo de lo contrario… él seguía creyendo que su talento no provenía de sí mismo, si no del contenido de un pequeño sobre de plástico. Nunca pude convencerlo de lo contrario." finaliza, encogiéndose de hombros. Joan se coloca en la piel de acompañante terapéutico entonces, y toma una de las manos de la Sra Palmer en la suya.

"Hay cosas que no podemos cambiar, que escapan a nuestro poder. No deje que la tristeza la convenza de lo contrario. Cuando amamos a alguien, intentamos lo mejor, tomamos chances, nos arriesgamos. No es en el resultado en donde reside nuestro amor, si no en el acto insistente de intentar lo mejor, de ofrecer ayuda" dice ella, usando la voz dulce y calmada que raramente usa en estos días (a menos que esté tratando de sacarle información a alguien en algún caso). La Sra Palmer asiente.

"Yo entiendo eso. Pero, ¿cuán triste es? ¿No es acaso desconsolador vivir siempre con miedo a perderlos, aún cuando intentamos por todos los medios protegerlos? ¿No vive usted con miedo de que algo, algo ínfimo, algo a lo que usted no le prestó atención, no le dio importancia, puede llevar a su esposo al borde… echar todo por la borda?" inquiere, buscando complicidad. Joan está por explicarle que Sherlock no es su esposo cuando uno de los hombres de la funeraria viene a por ella.

"Gracias por venir. Y buena suerte, sobre todo" dice la Sra Palmer al ponerse de pie, extendiendo su mano. Joan la toma, dándole un apretón que pretende ser más cariñoso que cortés. Sherlock aparece a su lado entonces, y se ve forzado a aceptar el abrazo de la Sra Palmer. Joan sabe que él no es del tipo de persona que disfruta de estas cosas y, sin embargo, Sherlock le devuelve el abrazo a la viuda sin mostrar señal alguna de disconfort.

"No puedo esperar a quitarme este traje. Huele a funeral" comenta él, desatándose la corbata, cuando ambos se hallan ya sentados en la parte trasera del taxi. Luce cansado. Molesto. El silencio cae sobre ellos, y sólo se oye el sonido del tránsito de fondo. Ella no sabe que más decir, y Sherlock parece estar en la misma situación. Joan también quiere regresar a casa lo antes posible.

Quiere dejar atrás, en el pequeño vestíbulo de la casa de los Palmers, la pena y el miedo que la conversación con la viuda han dejado en su pecho.

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Él sube a la terraza tan pronto como entran en la casa, deteniéndose sólo para cambiar su traje por uno de sus suéteres de colores. Joan se dispone a preparar un té, mientras se quita los zapatos de tacón y los cambia por sus pantuflas. Es como si realmente no estuvieran en su hogar hasta que no se colocan la vestimenta adecuada. Es una noción un poco sentimental, que hace que Joan sonría aún cuando no se siente con ganas de hacerlo.

Lo primero que siente al salir a la terraza es el zumbido constante y tranquilizador de las abejas. Es una fuente certera de confort, aún para ella. Le costó un tiempo entender la fijación de Sherlock para con estos insectos, pero debe reconocer ahora que disfruta de la compañía de las abejas casi tanto como él.

(Puede que tenga que ver con que un par de docenas de ellas llevan su nombre).

"Creí que querrías un poco de té" dice ella, tendiéndole una de las tazas. Él la acepta sin más protocolo. Se ha sentado en el banco de madera que usa siempre, de espaldas a la ciudad, observando con detenimiento a los especímenes con su lupa. Ella le echa un vistazo rápido y decide dejarlo solo, entonces. Sabe que forzar las cosas no suele surtir ningún efecto con él. Si Sherlock quiere hablar con ella, se lo hará saber.

"Él era un buen tipo" comenta él, casi como si estuviera leyéndole la mente. Joan toma esto como una invitación a sentarse a su lado, en el banco de madera restante. Se coloca mirando hacia la ciudad, entonces, cerrándose el suéter para contrarrestar el frío del atardecer. Sherlock le da un sorbo largo a su té, y ella lo imita. "Solía llorar todas las noches, sin excepción. Muchos ahí lloraban. Como bien sabrás, los primeros días de sobriedad suelen ser… difíciles. No consigues dormir, no puedes comer, te ves atacado por una angustia, por unas ansias que no puedes sacudirte con nada. Pero a mi siempre me dio la impresión de que Palmer no lloraba por eso. Creo que lo que más lamentaba era estar lejos de su mujer. En algún sentido… yo podía conectarme con eso." explica él, con un tono controlado, como si no quisiera realmente darle rienda suelta a su propia tristeza. Joan se acomoda un poco más en su asiento, acercándose un poco a él, hasta que sus hombros están reposando uno contra el otro. Él vuelve a suspirar. "Nunca hablábamos. Él quería hablar conmigo, ¿sabes? Siempre intentaba entablar conversaciones, siempre me buscaba cuando teníamos alguna actividad en conjunto; aún después de salir de la clínica, me enviaba emails preguntándome por mi tratamiento y mi sobriedad. Pero, como bien sabrás, no es fácil para mi abrirme hacia los extraños. Tal vez debí hacer un esfuerzo. Es algo que ahora… me pesa bastante." finaliza, frunciéndose de hombros.

"Sherlock…" comienza ella, pero las palabras se traban en su garganta cuando él la mira, directo a los ojos por primera vez en el día, sosteniéndole la mirada. Sus ojos azules apenas pueden contener la angustia.

"Sé lo que vas a decir… sé que suena ilógico, Watson. Sabes mejor que nadie que tiendo a racionalizar cada aspecto de mi vida. Pero también sabes que en muchos aspectos, yo no soy un hombre normal. Estable. Y hoy… mis emociones están nublando mi juicio. Tal vez mañana… la lógica volverá a mi. Tal vez el tiempo me ayudará a cerrar esta herida. Pero hoy le encuentro más sentido a la culpa que a cualquier otra cosa" finaliza él, frunciéndose de hombros, intentando una sonrisa que no alcanza a opacar la tristeza de sus ojos.

No quiere preocuparla, piensa ella. No quiere ponerla en el compromiso de tener que buscar las palabras adecuadas, el gesto seguro, el próximo paso a seguir. Pero no es compromiso alguno, ni obligación, intentar ayudarlo. Ahora más que nunca, Joan siente la necesidad de hacerle saber que cuenta con ella, que ella no se irá a ningún lado.

"Y si el tiempo no ayuda… tal vez yo pueda hacerlo" murmura ella, sonriéndole a medias, deslizando su brazo en el de Sherlock, dándole un apretón. "No me iré a ninguna parte, ¿sabes? No importa cuan… inestable puedas llegar a tornarte" agrega, bromeando sólo a medias. Y él suspira, asiente, esconde la mirada.

"Confiaba que ese sería el caso" susurra, fingiendo una seguridad que Joan sabe que no siente. Debe ser difícil para alguien como él creer en la fidelidad, creer cuando alguien te jura que nunca va a dejarte solo. "Sin embargo, no puedo contar con eso. Parece que destruyo todo lo que toco" agrega, en un suspiro, permitiéndose un breve momento de vulnerabilidad. Joan tira de su brazo, obligándolo a mirarla.

"Conmigo has hecho más bien todo lo contrario" señala ella, ahora sí sonriendo del todo. Porque a los hombres de lógica, a veces, les basta con un solo detalle, un mínimo ejemplo, para abandonar una teoría. El asiente, su vista fija en las avejas, pero se permite una media sonrisa. A Joan, con eso le basta. al menos por hoy.

Joan apoya su mejilla en el hombro de él, sobre el suave y cálido suéter, y su frente contra la barba de tres días que le adorna las mejillas. No sabe si está intentando darle algo de confort a él o conseguirlo para ella. Tal vez es un poco de las dos cosas. A él le toma un segundo analizar la situación, pero termina por ceder al contacto, sus músculos relajándose bajo los dedos de ella, su respiración aligerándose.

Las abejas siguen zumbando, y la noche les cae de a poco. El brillo naranja de los últimos rayos del sol le saca destellos a los edificios en la otra orilla. El té se ha enfriado, pero a ninguno de los dos le importa.

"Puede que este sea mi lugar favorito en el mundo" dice ella, sin pensar.

Él sonríe contra su cabello, besándole la coronilla, llorando en silencio, jugando con las puntas del cabello de ella.

Es el final de un día agitado. Es el principio de algo más. Y puede que a ella se le esté pegando la inconciencia de él... pero allí, en ese momento... no le teme a los cambios.

Más bien los espera con ansias.