Autor: Framba
Título: Domus
Tipo: Drama
Resumen: Milo y Camus se enfrascan en una relación en donde el control es el sentimiento más importante
Clasificación: D/s
Advertencia: AU
Pareja principal: Camus y Milo
Comentario adicional: Ahora que está en boga Fifty Shades of Grey, este nuevo fic está inspirado en la trilogía. No es un clon de la historia, sólo tomaré puntos esenciales y desarrollaré a los personajes por su propio rumbo.
Estado: Completo
Domus
-Colapso-
POV: Milo
En realidad había sido demasiado sencillo. Un día de un año, temperatura ambiente, sol en el horizonte, nubes en el cielo.
Era temprano cuando abordaste el tren que te dejaría en tu trabajo como cada día. Lo único que te mantenía despierto en esos largos trayectos eran las revistas de comida que llevabas contigo. No cocinabas mucho, pero te encantaba, por alguna extraña razón, leer recetas; había algo emocionante en ellas que no podías explicar, te encantaba leer los ingredientes, ver las fotos de los alimentos preparados, ver el paso a paso para llegar a crear un plato suculento.
Y esa mañana llevabas unas quince revistas en tu mochila, así que al sentarte en el asiento del tren, de inmediato las sacaste y las colocaste sobre la mesita frente a ti. Las sacaste todas porque no recordabas en cuál venía la receta de galletas con chispas de chocolate que estaba lista en 10 minutos, según la revista. Estabas esparciendo las quince revistas en el espacio reducido de la superficie de madera cuando una voz te interrumpió.
—Disculpe, ¿en cuánto las vende?
Volteaste hacia la voz. ¿Te estaban hablando a ti?
—¿Me habla a mí? —preguntaste.
Los ojos azules sostuvieron tu mirada un instante. Algo en ti se tensó.
—Sí, pregunté en cuánto vende las revistas.
El sujeto pareció no entender lo que habías dicho, como si hablaras en otro lenguaje. La respuesta fue inmediata de tu parte:
—No están a la venta.
—Disculpe, pensé que…
—No soy un vendedor —dijiste, cuando él se quedó en silencio.
—Tengo una nueva chica en la cocina y me urge que sepa cocinar, por eso cuando vi sus revistas, pensé que sería buena idea comprarlas… una disculpa.
Tomaste aire, esos ojos te tenían cautivado.
—No hay problema —aseguraste.
El chico de cabello verde azulado se inclinó y siguió su camino por el pasillo del tren.
Notaste que se sentaba tres lugares más abajo de donde tú estabas.
Sacaste el aire almacenado en tu pecho, pocas veces veías a un chico tan bien arreglado abordando el tren en esa ruta. La gente iba vestida formal a trabajar con un suéter o chamarra, pero este chico tenía un gran abrigo negro que le llegaba a las rodillas, una bufanda negra alrededor de su cuello y guantes negros, era difícil que pasara desapercibido.
Eso sin mencionar su gran y despampanante atractivo físico.
Volviste la vista a las revistas. Estabas perturbado, pocas veces habías visto un ser humano así de… bello. Qué impresionante, por todos los dioses. ¿En serio existía gente tan bien parecida y perfecta?, ¿qué hacía en el tren?, ¿se había caído del cielo, de alguna nube?
Sonreíste levemente a tus pensamientos.
Ya ni ganas tenías de buscar la dichosa receta de las galletas, más bien querías volver a ver esos ojos… nunca habías sentido tanta ansiedad por acercarte a un extraño.
¿Y si te acercabas a él nuevamente? Miraste por la ventanilla y, sí, apenas iban empezando el trayecto, tendrías tiempo de acercarte y volver a verlo, aunque parecerías un perdedor, demasiado necesitado, un acosador.
Mordiste tu labio inferior. Mejor te quedabas en tu lugar y seguías buscando la receta. ¿Qué podrías decirle?
Estuviste en ese debate unos diez minutos, hasta que decidiste que era tiempo de tomar una decisión. No tenías nada que perder, ¿cierto? Estaban a punto de llegar a la siguiente estación, era ahora o nunca.
Tomaste una gran bocanada de aire, juntaste tus revistas, cargándolas en una sola mano y te levantaste de tu lugar.
x-o-x
—Creo que la chica nueva en su cocina las aprovechará mejor que yo —dijiste al estar frente a él, extendiste tu mano y le ofreciste las revistas. Tu voz salió rasposa, tenías unos nervios terribles encajados en la garganta al pronunciar las palabras.
Sus ojos dejaron de mirar por la ventanilla y te enfocaron.
Dejaste de respirar.
Después de un segundo, él tomó las revistas de tu mano.
—¿Cuánto le debo? —preguntó y una diminuta sonrisa engalanó sus labios.
Te encogiste de hombros y dijiste:
—No es nada.
—Entonces no puedo aceptarlas.
—Tómelas. Yo no cocino tanto.
¿Podía él notar lo sonrojado de tus mejillas? Te miró un segundo más, con esa mirada penetrante. Continuó:
—Es un préstamo entonces. Las revisaré y haré que saquen copias de las mejores y después se las devuelvo. —Estiró su mano desocupada, indicándote que te sentaras; hasta ese momento notaste que el lugar frente a él estaba desocupado—. Siéntese, por favor, para tomar sus datos.
Agradeciste que pudieras sentarte, tus piernas empezaban a temblar.
Puso las revistas sobre la mesita entre ustedes y sacó su teléfono móvil de una de las bolsas de su elegante abrigo negro.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó.
—Milo. Milo Antares —contestaste.
Él extendió su mano derecha y la extendió para saludarte.
—Mucho gusto, señor Antares. Yo soy Camus Krest.
Cuánta formalidad, te pusiste más nervioso. Estrechaste su mano.
—Igualmente, señor Krest.
—¿En dónde puedo localizarlo, señor Antares?
Tragaste saliva, hasta ese momento te diste cuenta de tu boca seca, y dijiste:
—Mi teléfono es 25 48 88 00. O en mi correo, es milo08 en gmail.
Él apuntaba en lo que tú hablabas.
—Listo, ya tengo sus datos. Aprecio mucho a la gente con espíritu filántropo, gracias.
Quisiste decirle que más que filantropía, había surgido el sentimiento por una cuestión carnal, pero no dijiste nada.
—Espero sean útiles —comentaste.
—Claro que lo serán. Más le vale a esta chica que aprenda rápido a cocinar por la cantidad que le pagaré.
Mhn, no era una sorpresa que el sujeto tuviera dinero y hubiera dicho esa frase, de primera impresión, se notaba el gran poder adquisitivo. Estaban a punto de llegar a su destino, sentías que te quedaban escasos segundos enfrente de esos ojos.
—Quédeselas el tiempo que necesite, en verdad —agregaste.
El tren empezó a detenerse.
—Es un préstamo, se las regresaré.
La gente empezó a moverse para salir, ustedes se levantaron de sus asientos.
—Estamos en contacto. —Camus extendió de nuevo su mano para despedirse—. Un gusto.
—El gusto es mío. —Tomaste de nuevo su mano.
x-o-x
Caminaste por las calles hacia tu trabajo con una sonrisa idiota en tus labios.
No sabías cuánto tiempo iba a quedarse con las revistas, pero él dijo que iba a regresarlas, así que ibas a volver a ver a este sujeto, Camus, tarde o temprano. A menos que el dichoso Camus fuera un ladrón y no te regresara las revistas, pero desechaste ese pensamiento de inmediato.
Llegaste a tu trabajo y después de prepararte tu respectivo café, encendiste tu computadora. Casi escupes el café cuando abriste tu correo y viste un correo nuevo de parte de Camus Krest. Dejaste la taza en el escritorio y le diste click inmediatamente para abrirlo.
De: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 10:36
Para: Milo Antares [mailto:milo08[arroba] ]
Asunto: Agradecimiento
Estimado Señor Antares:
Ya seleccioné aproximadamente 50 recetas de las revistas que me proporcionó. Mi estómago y yo le estamos muy agradecidos.
Mi secretaria sacará las copias inmediatamente para que podamos devolverle su tan exquisito acervo. Si gusta puedo enviárselo en una hora aproximadamente, ¿me podría indicar la dirección a dónde debo mandarlo?
Saludos.
Camus Krest
CEO Gelum Inc.
Tu corazón latía a la velocidad de una carrera de caballos.
Buscaste en google la compañía Gelum y, sí, era justamente la compañía que pensabas: la compañía más importante a nivel mundial de venta de bebidas carbonatadas congeladas. Al ir al cine o a parques de diversiones, tú incluso consumías esas bebidas de hielo escarchado de sabores, te fascinaban.
Después buscaste su nombre en internet también y no había muchos datos de él, sólo confirmaste lo siguiente: dioses, acababas de conocer al mismísimo presidente de la compañía, al CEO.
Diste click en Reply.
De: Milo Antares [mailto:milo08[arroba]gmail[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 10:42
Para: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Asunto: Re: Agradecimiento
Adjunto: Dirección[punto]docx
Estimado Señor Krest:
No hay nada que agradecer, todo sea por la felicidad de los estómagos del mundo. Le recomiendo ampliamente la receta de galletas con chispas de chocolate.
Respecto al siguiente punto, puede enviarlas a mi dirección que le anexo en este correo, pero no es necesario que sea en este preciso momento, de verdad.
Buen día.
M. Antares
Esperaste no verte demasiado intenso (y necesitado) enviándole la dirección de tu casa. Este presidente de Gelum ya tenía todos tus datos, esperaste no te fuera a secuestrar o algo parecido… u ojalá que sí.
¿Qué demonios hacía en el tren en la mañana?
Antes de dar click en Enviar, leíste de nuevo tu correo, no querías parecer un idiota. Tus ojos se detuvieron en tu propia firma, no querías poner que sólo tenías un puesto administrativo, así que pensaste que tu nombre estaba bien.
o-x-o
Estuviste toda la mañana y hasta la hora de la comida checando tu correo cada diez minutos, por si recibías alguna respuesta, incluso tenías tu teléfono celular a un lado del teclado por si él llamaba.
Después de salir a comer y regresar, perdiste un poco el entusiasmo y dejaste de revisar tu correo con tanta frecuencia, lo revisaste unas dos veces más y después de eso hasta la salida de tu turno.
No llegó nada más.
o-x-o
De regreso en el tren hacia tu casa, sentías que toda la fuerza de tu cuerpo te había abandonado.
Obviamente, el encuentro entre ustedes para el CEO de Gelum no significó nada. Él quería regresarte tus revistas y ya. Habías sido un tonto al pensar que el encuentro había sido importante o especial, fuera de serie, un colapso entre universos. Claro, un dios no podía interesarse en un simple mortal, ¿qué estabas pensando?
o-x-o
Llegaste a tu departamento a las siete de la noche.
—Le trajeron un paquete —dijo el portero cuando cruzaste la caseta de entrada. Levantó algo del suelo, el paquete, y te lo entregó—. Tenga.
Tomaste la caja de cartón pequeña, no tenía ningún remitente.
o-x-o
Dejaste tus cosas y te quitaste tu suéter antes de abrir la pequeña caja. La recargaste en la mesa del comedor y la abriste.
Estaban ahí todas tus revistas y otra caja más pequeña de color blanco junto con una hoja doblada. Tomaste la hoja, la nota estaba escrita a mano, y leíste en voz alta:
'Su recomendación fue un éxito. Gracias por su ayuda. Krest.'
Sacaste la otra cajita y, envueltas en plástico, había cinco galletas con chispas de chocolate.
Sonreíste, mucho, tanto que dolieron tus mejillas. Desenvolviste las galletas y probaste una, sabía exquisita, era la mejor galleta que habías degustado en tu vida, en verdad.
Dejaste la caja y corriste a tu cuarto a prender tu computadora.
De: Milo Antares [mailto:milo08[arroba]gmail[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 19:08
Para: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Asunto: La chica en la cocina es buena
Señor Krest:
No tenía que molestarse con las galletas, así que mi paladar le está sumamente agradecido también.
Yo diría que la chica necesita quedarse de planta en su cocina.
Saludos.
M. Antares
Te quedaste mirando el monitor, no sabiendo qué hacer. No sabías si él contestaría, pero en tres minutos, un correo nuevo llegó.
De: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 19:12
Para: Milo Antares [mailto:milo08[arroba] ]
Asunto: Re: La chica en la cocina es buena
Señor Antares:
No hay nada que agradecer. Favor con favor se paga.
A la chica, Marín, le falta pasar la prueba de fuego preparando la cena de hoy. Dos opiniones son siempre mejor que una y me parece que su paladar será un buen juez, ¿estaría interesado en ayudarme a darle su calificación final?
Saludos.
Camus Krest
CEO Gelum Inc.
Se te fue el aire. ¿Te estaba invitando a cenar a su casa?, ¿a ti?, ¿en ese preciso momento?, ¿y en qué momento tus manos empezaron a temblar?
De: Milo Antares [mailto:milo08[arroba]gmail[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 19:16
Para: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Asunto: Re: Marín es buena
Señor Krest:
Me encantaría agradecerle personalmente a Marín las galletas que preparó.
¿A qué hora necesito llegar a la evaluación, digo, cena?, ¿me podría indicar dónde es?
M. Antares
Te levantaste de la computadora y fuiste directo a tu closet, buscando otro atuendo para cambiarte y asistir, esperaste que no estuviera muy lejos de donde vivías. Seleccionaste una camisa negra y suéter del mismo color. Regresaste a mirar la computadora y sí, ya estaba la respuesta.
De: Camus Krest [mailto:ckrest[arroba]gelum[punto]com]
Enviado el: viernes, 21 de diciembre de 2012 19:18
Para: Milo Antares [mailto:milo08[arroba] ]Asunto:
Re: Marín es buena
Señor Antares:
Pasarán por usted en quince minutos aprox.
Nos vemos pronto.
Saludos.
Camus Krest
CEO Gelum Inc.
Apenas te dio tiempo de cambiarte, lavarte la cara y los dientes, cuando sonó el interfono y el portero te dijo que habían ido a buscarte.
x-o-x
—Señor Antares, buenas noches. Suba, por favor.
Un sujeto alto de cabello oscuro, vestido de traje negro y camisa blanca te abrió la puerta. Te acercaste al auto, él había mandado a su chofer por ti.
Jamás habías ido en un auto con chofer. Se sentía extraño. Subiste al coche, dándole las gracias al chofer cuando cerró la puerta y fuiste mirando la ciudad mientras se alejaban de tu departamento.
x-o-x
No fue una sorpresa que llegaran a una de las zonas más exclusivas y caras de la ciudad. Entraron a un fraccionamiento y viste cuatro enormes casas antes de que el coche se estacionara.
La curiosidad por saber en dónde era el destino al que llegarían, te entretuvo de pensar en que estabas a punto de reencontrarte con esos ojos azules. Sentiste como si pequeñas navajas atravesaran tu garganta y tu nuca, una ola de nervios te bañó.
El chofer te abrió de nuevo la puerta y descendieron del auto.
Caminaron hacia la gran reja de barrotes negros. La reja se abrió. Caminaron por un patio con arbustos y hermosas plantas; un camino de piedra, por el que caminaban, guiaba el camino hacia la puerta principal.
La casa era grande, terminaba en pico, como las casas que uno dibuja de pequeño: con un rectángulo y un triángulo en la parte superior.
El chofer abrió la puerta de la casa.
—Adelante, señor.
Entraste y el chofer se quedó afuera, retirándose al cerrar la puerta tras de ti.
Regresaste la mirada al frente y te topaste con una mirada azul divino.
—Buenas noches, Señor Antares.
—Llámame Milo. —Limpiaste tu garganta y sonreíste. Los nervios iban a hacer que te desmayaras en cualquier segundo.
Él extendió su mano para saludarte y dijo:
—Milo, buenas noches, gracias por venir.
Escuchar tu nombre en sus labios mandó escalofríos por tu espina dorsal. Lo saludaste, estrechando su mano.
—Gracias por invitarme, Señor Krest.
—Hemos roto las formalidades, llámame Camus.
Asentiste con la cabeza.
Camus soltó tu mano y dijo:
—Bienvenido. Pasa.
Esperaste que te hubiera dado la bienvenida a su vida y no sólo a su casa.