Nota: todos los personajes y situaciones pertenecen a George R.R Martin.

El primero de su nombre

Debería de haber llorado, pero las lágrimas no brotaban. Era su padre y había muerto, pero no lo sentía. Y ahora él era el rey y podría gobernar a su antojo los siete reinos, desde una punta a otra y todos sus habitantes le tendrían que rendir vasallaje y servitud, porque así debía ser.

No iba a tolerar la traición, no sería tan débil como su padre. Cortaría la cabeza de todo aquel que gozase insultarle o amenazarle, limpiaría el país de traidores y se rodearía de los mejores caballeros para su protección.

Los bardos compondrían canciones sobre sus hazañas, los libros de historia alabarían su reinado y las madres pondrían su nombre a sus hijos mientras que las doncellas bordarían su emblema con hilo de oro para ganarse su favor. Pero ya estaba comprometido, así que por educación las tendría que rechazar, pero por la noche se colaría en sus lechos para disfrutar de su amor. Era el rey y lo podría hacer. Aquel que se lo tratase de prohibir probaría el sabor del acero en su cuello. Su padre lo había hecho siempre, y antes que él, todos, así que mantendría la tradición. ¿Qué más daban unos cuantos bastardos del rey por el país?

Su reinado sería glorioso y sus hijos, preciosos. Aborrecía a la atontada niña Stark, pero debía reconocer que era muy hermosa. Y era suya, de su propiedad.

Sí, sería el mejor rey jamás visto. Todos le temerían y nadie se alzaría en su contra. No murmurarían "usurpador" en las tabernas, porque les cortaría la lengua por calumnias. Él era el rey legítimo, hijo de Robert I Baratheon, primero de su nombre y a él le deberían de respetar, obedecer y alabar. De lo contrario, iban a morir.

Porque él era Joffrey I Baratheon y estaba destinado a reinar por encima de los demás.