Continuamos con esta historia, procuraré hacerlo mucho más constante, en serio. Muchas gracias por sus comentarios, por el tiempo que se dan para leer esta historia tan rara.

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Sherlock y Doctor Who no me pertenecen, no gano nada por escribir este texto, salvo el gusto de poder escribir algo que me gusta.

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04

Épsilon estaba de pie frente a un cadáver. Sherlock nunca había visto ese gesto indiferente, insensible, en la cara de John Watson, por lo que en ese momento resolvió llamarlo Épsilon, el timelord que vivía dentro de su John, que había sido abandonado hacía treinta y cinco años en el pasado por su abuelo, el hombre de corbata de moño que miraba con gesto triste al cuerpo en la mesa.

Su acompañante, una pelirroja llamada Amelia –Amy– Pond, se mantenía tras él, evitando mirar directamente el cuerpo. Mycroft estaba al fondo de la habitación, incomodado con la presencia de un cadáver, pero dando toda la información relevante del caso.

No había nada extraño a los ojos de Sherlock. Un hombre de mediana edad, asesinado por una cerbatana, miembro del gobierno británico, específicamente de la secretaría de comunicaciones. Un alto cargo, quizás eso era lo más llamativo aquí, pero la verdad a él le parecía algo muy burdo.

Mycroft no dejaba de explicar aquello, por lo que debió actuar como si le importará. Se inclinó sobre el cadáver con su lupa en mano, comenzando a ver cada parte del mismo. Vio el dardo, largo y delgado. Quien fuera la persona que la uso, sin duda alguna era una persona con mucha habilidad para no tragarse algo como eso. Era excesivamente delgada.

Doctor, el hombre de moño, se inclinó suavemente para tomar aquel dardo de sus manos. Lo acercó a su rostro para finalmente suspirar con resignación. John se mantuvo al margen, con las manos metidas en sus bolsillos. Parecía que nada le importaba, que ese muerto era otro más para él. Lo era. Tenía treinta y cinco años viendo cadáveres humanos, pero incluso antes de eso, vio cadáveres de timelords en su hogar, en su planeta natal.

Vio cadáveres en cada viaje con su abuelo y su amada Susan. No pudo evitar sentir que Susan caminaba sobre su cadáver, haciendo que algo en su vientre se torcía. Doctor era una mierda como persona después de haberles hecho eso. Se había esforzado por no saber nunca más de Doctor, para no hacerse más daño, y ahora no podía más que sentir un odio burbujeante en la boca del estómago, una imperiosa necesidad de romperle la nariz. De golpearlo hasta que se regenerará.

― ¿Qué piensas al respecto, Sherlock? ―Mycroft preguntó directo, cubriendo su rostro con un pañuelo suavemente. El aroma lo ponía mal.

―Qué esto es una pérdida de tiempo. Obviamente esto fue hecho por alguien que quería al hombre fuera, aunque me asombra que usará una cerbatana. Es un arma poco común y no muy precisa…

―No fue una cerbatana― John –Épsilon, se corrigió–, dio un paso al frente para sujetar el dardo, que en realidad era una espina. ―Esta es una espina venenosa de un Slitheen. Son una familia alienígena proveniente de Raxacoricofallapatorius, cercas de la espiral de Mutter. Esto lo hizo un alienígena.

Sherlock se quedó callado. John había sonado tan… superior. Era un alienígena también, uno brillante. Uno simplemente asombroso. Doctor apretujó sus manos, mordiendo su labio.

No pudo evitar recordar a la preciosa chica de cabello rubio que reía, que había dicho Raxacoricofallapatorius correctamente antes de brincar a sus brazos feliz. Esa hermosa chica que aun amaba, a su modo, claro. Levantó la mirada verdosa hacía los ojos azules de su nieto. Este le miró con tal frialdad antes de soltar el dardo justo sobre el cadáver de aquel político. Volvió a meter las manos en sus bolsillos, volviendo la vista a Mycroft, demasiado indiferente en realidad.

―Buscan a un alienígena que apesta, es bastante simple. Me largo a casa.

Doctor suspiró tan profundo cuando John hubo desaparecido de la habitación. Amy estaba sentada en un mueble alejada del cuerpo, pero solo miró preocupada a Doctor, jugando con las mangas de su suéter naranja. Estaba preocupada por ese hombre, su nieto parecía ser un maldito odioso y hería a Doctor.

Claro, ella había escuchado la historia y sabía que Doctor había pedido a gritos ser tratado de ese modo. Mycroft suspiró lentamente, abriendo la puerta principal para que todos salieran. Él no estaba tan sorprendido. En realidad, una parte de él suponía que John Watson no era del todo humano desde el momento que le conoció. Había actuado de una forma muy particular, ni que decir cuando mató a un hombre sin dudar por salvar el pellejo de Sherlock.

El detective consultor era en realidad un mar de emociones y pensamientos.

John Watson siempre fue el leal John, el tonto John, el valiente John, el dulce y emocional John. Siempre fue su John. Ahora era totalmente opuesto. Épsilon era totalmente diferente. Tenía 300 años de vida y provenía del futuro, de un planeta llamado Gallifrey, según le explicó brevemente Doctor cuando John había adelantado sus pasos de ellos, molesto de caminar al lado de aquel hombrecillo gracioso sin cejas.

Le era difícil aceptar que su buen doctor era un genio de otro planeta. Suspiró frotando su nuca y solo miró a su hermano. Este entendió, por lo que le paso un cigarrillo del bolsillo dejando que fumará. El tabaco lleno sus pulmones y él se sintió un poco más relajado.

―Amy y yo comenzaremos a trabajar. Dudo que quieran trabajar con nosotros, Épsilon no estará muy satisfecho de tenerme cercas…

―John― Doctor se mostró un poco confundido. Sherlock sólo le miró con el cigarrillo en la boca, con un gesto duro en el rostro. ―. Cuando lo abandonaste aquí dejó de ser Épsilon y se volvió John Watson. No te atrevas a llamarlo con ese estúpido nombre alienígena.

―Cierto, yo…― Se disculpó el timelord, pero no supo exactamente como continuar. Bajó la mirada mientras humedecía sus labios que de repente se sentían muy secos. Amy Pond frunció el ceño, pero se mantuvo callada. Algo le hizo ver que el problema de ese sujeto no era exactamente con ellos. ―. Ve con John, siempre fue… sensible… Y se ve que tú le agradas. Si él está de acuerdo en que trabajemos juntos, puedes llamarme.

Señaló con su destornillador sónico hacía el celular de Sherlock, grabando así el número de teléfono de la TARDIS. Con un simple asentir de cabeza, él y la chica pelirroja se esfumaron del lugar.

Los hermanos Holmes se quedaron a solas, pero callados. Mycroft sabía las cosas que debían pasar por la mente de su hermano, y seguramente estaba terriblemente confundido por la realidad que acababa de explotarle en la cara.

El de ojos grises nunca antes había tenido una red tan enmarañada, una personalidad tan bien construida bajo sus narices que ni siquiera fuera capaz de darse cuenta de que estaba tan enamorado de una persona que no existía. Sintió algo parecido a la compasión por él, y coloco la cajetilla de cigarros en el bolsillo de Sherlock. Este le miró, entendiendo el mensaje, y con un giro dramático de su capa, desapareció por la puerta principal rumbo a Baker Street. John Watson tenía tantas cosas que explicarle.