Él no lo había pedido, pero se lo estaban arrebatando. Su hermano había muerto, por derecho su reino le pertenecía, pero hasta su misma familia, su sangre, le traicionaba, se levantaba contra él, para robarle todo lo que legalmente le correspondía. No había escrito las leyes, pero así eran, los Siete Reinos le correspondían por derecho, por herencia, por la sangre que corría por sus venas. Ni Renly ni su abominable sobrino… todo debía ser suyo.

Pero ahí estaba, rogando por aquello que le debía ser otorgado, suplicando a sus señores vasallos que defendieran su legítima y justa causa y apretaba la mandíbula para soportar los reproches que le llegaban de todas partes.

Nadie le quería, lo sabía. No era todo sonrisas y cortesía, ni un alegre borracho, no, él no era sus hermanos, él era diferente. Todos los señores caballeros que alguna vez le juraron lealtad se escondían detrás del ejército de su hermano menor. Todos aquellos señores por derecho tenían que servirle a él, al legítimo soberano.

Había nacido donde la roca detiene a la tormenta, lamida por las aguas bravas, pero Robert le había concedido el señorío a su hermano Renly y a él le había despojado de todo, lanzándolo a Roca Dragón, un islote perdido en la inmensidad del mar, para gobernar sobre el último bastión de los Targaryen. Y había cumplido el cometido, resignado, con la mandíbula prieta. Había ayudado a su hermano a gobernar, sin agradecimientos, sin piedad. Nunca se había quejado por todas las injusticias, por los desprecios, por los reproches, jamás. Era el hermano del rey y su deber era cumplir con su voluntad, justa o no. Pero ahora el rey era él y a su causa sólo acudían los señores de sus dominios, mientras que Bastión de Tormentas se unía a la rosa para hacer frente común contra el pretendiente único al Trono de Hierro.

Y ahí estaba, tratando de conciliar el sueño, oyendo los aullidos furiosos del viento arañando su tienda, erigida en el centro del campamento, pensando en su hermano pequeño, su sonrisa confiada y su galantería. En lo mucho que le había humillado y en todo lo que había callado. Apretó más fuerte los dientes, hasta hacerlos rechinar, hasta el dolor. Pero lo conseguiría. Algún día su causa se alzaría por encima de todo y aquellos que lo habían injurado recibirían su justo castigo. Sí, porque su aspiración era legítima, justa y legal, algún día todos lo sabrían, desde el Muro hasta Lanza del Sol. Sí, todos sabrían los crímenes de la casa Lannister y restauraría el honor perdido de su nombre, acusado de traidor, de sublevarse contra el trono en el que se sentaba su sobrino, el hijo de dos hermanos incestuosos. Y los Dioses acabarían otorgándole la victoria, porque era como tenía que ser.

Y al fin cerró los ojos y soñó con todos aquellos que lo habían insultado y con los melocotones que le había ofrecido su hermano.