Disculpad por este capítulo tan aparentemente intranscendente, pero tenía que meter la conversación entre Jeb y Wanderer antes de que Jared llegara a las cuevas con la noticia de la muerte de Ian. Puede que parezca que lo he introducido a presión ;)

Este capi se lo dedico a AV Bellamy, pensaba que no me seguiría con tantas ganas en su primer review y me alegra haberme equivocado. Electrica, los review que no proceden de cuentas (los anónimos) permanecen 3 días en espera por lo que he traducido de las instrucciones.

Saludos a todos los Hosters (en especial a robstar, que no le dé un ataque) que me siguen, deseo mucho que os guste y que no os haya agotado la larga espera.


CAPÍTULO 5 (Continuación):
Reflejada – Reflected (Wanda)

—¿Es por eso que te construiste este refugio? ¿Por miedo? —inquirí con mucho interés.

—Sí y no —repuso Jeb inextricablemente—. ¿Todavía recuerdas la historia que te conté sobre cómo encontré este sitio? ¿De la caída que me di de joven y todo lo demás?

Asentí entre titubeos, la firmeza de la cornisa que había bajo mis pies me daba una sensación artificial de seguridad. Pero era particularmente consciente de la altura a la que nos encontrábamos sobre el gran jardín alumbrado por la luz de la mañana. La alusión del relato de Jeb provocó que mis piernas temblaran inseguras y chocaran las rodillas como si fueran unas castañuelas. Él debió de malinterpretar mi vacilación y comenzó a refrescarme la memoria.

—Tenía más o menos la edad de Jamie cuando me di ese leñazo —comenzó a decir Jeb con tristeza—. Mi familia estaba de paso por aquí de vacaciones para visitar a unos primos. Sólo iba a ser una breve parada en ruta, pero los planes se arruinaron por mi culpa. Recuerdo que Magnolia, Guy y yo jugábamos en el viejo rancho que construyó mi tatarabuelo. Trevor era un renacuajo por aquel entonces y casi nunca se despegaba de las faldas de nuestra madre, por lo que no formaba parte de nuestras excursiones.

Nosotras no encontramos la casa que salía en la foto cuando vinimos aquí, ¿qué fue de ella? —pregunté mordiéndome la uña del dedo índice e imaginando a Jeb de adolescente con la pinta de Jamie, ya que no lograba encontrar la manera de desechar su espesa barba blanca y todas sus arrugas de la imagen que tenía de él. Para Mel y para mí siempre había sido así, como si estuviera inmortalizado en una fotografía, pero me aturdía pensar que Jeb alguna vez hubiera sido tan sólo un jovencito.

—La granja de caballos fue a pique cuando el pozo del que se proveía se secó y ningún Stryder se había asentado en estas tierras desde la Gran Depresión —explicó Jeb la desaparición de manera somera—, así que la hacienda estaba medio demolida. Aunque todavía quedaba bastante de la fachada de piedra y pilas de tablones de madera blanqueada por el sol con la que divertirnos un rato, mientras nuestros padres descansaban.

—¡No quiero pensar la clase de juegos que se os ocurrían con esas cosas! —bromeé recordando a los traviesos retoños de Lucina.

—Ninguno acabó descalabrado aquella vez —Jeb susurró la última parte de la frase—. Magnolia y Guy eran unos completos diablillos, pero se comportaron mejor de lo esperado ese día. Hasta que dieron con un madero que estaba surcado de larvas de escarabajo y creyeron que eran las marcas de un tesoro escondido por nuestro antepasado. Los dos se pusieron eufóricos y empezaron a vagar por los alrededores del rancho, mientras yo intentaba convencerles de que no se alejaran. No sé en qué momento los pude perder de vista, tal vez no habría sucedido nada si hubieran respondido cuando los llamé a gritos. Pero los condenados se ocultaron en el interior de la chimenea del rancho y me ignoraron adrede —ahogué un jadeo al oír semejante irresponsabilidad—. Me adentré en el desierto cuando ya atardecía siguiendo, sin saberlo, las huellas dejadas por una tortuga, para coger a mis hermanitos de las orejas y llevarlos de regreso. Sin embargo, el destino está lleno de ironía. El que acabó extraviándose fui yo, no mis hermanos. Di un mal paso, abrí un agujero y rodé por la abertura más al nordeste. No fue como Alicia bajando por la madriguera del conejo, casi ni me enteré de que me había caído hasta que me incorporé del suelo enlodado por el monzón y vi que estaba en mitad de la oscuridad más absoluta —arrugué la nariz en una mueca de preocupación al recrear en mi mente la escena.

No sé qué me producía más angustia de lo que me describía Jeb. Si imaginármelo enfangado de pies a cabeza, lleno de contusiones y heridas o el detalle de que el gran jardín estuviera a oscuras. Aquella inmensa caverna de techos inaccesibles era el único sitio dentro de estas cuevas en donde podíamos disfrutar de la sensación de bienestar y de libertad sin necesidad de salir al exterior.

—No tenía ni una linterna o unas cerillas para poder hacerme una idea de cómo era. Fue muy duro, sobre todo por el silencio… —Jeb se detuvo en su odisea adolescente con la mirada perdida en esos recuerdos—. Tardé una semana entera en hallar la salida del laberinto de piedras y lodo que era este lugar. Pero mis padres habían liado una buena afuera, mientras yo estaba aquí dormitando con los murciélagos y los sapos del monzón. Todo el mundo me estuvo buscando, publicaron un artículo en la gaceta del condado sobre mi desaparición y mis padres llamaron al FBI ante la posibilidad de un secuestro. Con el transcurrir de los días las expectativas se fueron volvieron pésimas y mi madre cayó en una depresión. Ya nadie se esperaba que reapareciera, la oficina del Sheriff incluso había pedido voluntarios para rastrear mi cadáver por el desierto… ¡Je, je, je! ¿No te parece un déjà vu?

Puse los ojos en blanco al ver cómo Jeb le quitaba hierro al asunto y solté una risita tonta. Los dos habíamos sido unas ovejas descarriadas.

—Sin embargo, el enigma de mi desaparición quedó sin solventar. Cuando las autoridades me preguntaron acerca de dónde había estado todos esos días, les mentí una y otra vez. Les conté que no sabía porqué tenía la ropa hecha jirones y que no recordaba nada de lo sucedido en ese lapso de tiempo. Fingí que tenía amnesia y me hice el loco para que no me obligaran a llevarles hasta aquí. Tenía tanto pánico a la idea de regresar que yo…

Di un respingo que casi me hizo levantarme:

—¡Espera, no me dijiste esto la última vez! —le reproché ligeramente mosqueada.

—Censuré un poco los detalles, nada más —repuso Jeb burlonamente. No parecía muy arrepentido de haberme mentido cuando me relató su primer encuentro con las cuevas—. El punto al que quería llegar, Wanda, es que fue el miedo lo que selló mis labios y mantuvo este lugar en secreto. Ni siquiera se lo desvelé a mis hermanos. Guy estuvo durante mucho tiempo atosigándome porque creía que había dado con el tesoro perdido del tatarabuelo Jasper. Magnolia, por el contrario, tuvo la teoría de que unos alienígenas me habían abducido en su platillo volante y no quería admitir que me exploraron con sondas…

—¡Ups! —me eché las manos al trasero y Jeb frunció el ceño ante mi mirada abochornada. Su rostro se desencajó en una mueca de confusión.

—¡Era broma! —le aclaré inmediatamente, no sin antes reírme de su asombro—. Las almas no emplean métodos tan invasivos.

Jeb siguió recelosamente con la historia:

—En fin, no fue hasta después de la muerte de Anne que regresé a este sitio y decidí, de una vez por todas, hacerle frente —Jeb ignoró la pena que el recuerdo de su esposa le provocaba—. Esa vez vine bien provisto, con una mochila de camping, muchas cuerdas, lámparas y demás equipo profesional para la espeleología. Nadie había reclamado el hallazgo de estas cuevas y temía que si algo me ocurría dentro no habría una patrulla de rescate. Pero me llevé una profunda decepción cuando localicé la entrada y me interné aquí, no era como lo recordaba. Con un poco de luz iluminando las paredes no era tan espeluznante ni tan gigantesco. Exploré muy pocas rutas en esa excursión inicial, sólo hasta localizar los baños y comprobar que el agua seguía siendo potable. Mi objetivo inicial no era convertirlo en un refugio, ya lo ves, con tantos orificios en los techos, aquí no aguantaríamos una lluvia nuclear —Jeb miró arriba cómicamente—. Sin embargo, me absorbió la idea de investigar a fondo cada caverna y cada gruta, hasta conocerlas como la palma de mi mano. Quería que fuera mi guarida, alejada de todo. Después de hacerme un mapa de la distribución de las galerías empecé a averiguar la manera de iluminar el gran jardín y convertirlo en un terreno de labranza subterráneo. Debo de admitir, a mi pesar, que no se me ocurrió usar los espejos en un principio, contemplé varias alternativas antes de dar con esa. Los generadores diesel no me servían y robar electricidad de la red de la autopista tendiendo un empalme, tampoco es que fuera muy práctico que digamos.

Jeb se incorporó del suelo ayudándose del rifle a modo de bastón, ya apretaba demasiado el sofocante calor, como para que permaneciéramos un sólo segundo más debajo de ese crisol.

—Pero finalmente lograste llevar la luz a las tinieblas —exclamé confortada al comprender que Jeb no era del tipo de gente que se dejaba arrastrar por sus miedos de manera irracional, si no que buscaba tenazmente un modo de superarlos. Esa imagen me complacía más que la del joven indefenso y perdido con el semblante de Jamie.

—¡Vaya! Echaba mucho de menos tu habilidad para contar historias y darles tu toque personal —respondió Jeb sinceramente encandilado, me entusiasmé al escuchar su inesperado elogio—. Dicho de esa manera parece más impresionante de lo que fue en realidad. Sólo pude montar todo el tinglado cuando logré más mano de obra a mi disposición, después de la invasión. No obstante, debo revelarte que estas cuevas esconden más secretos de los que te puedes imaginar —Jeb se sacó por el cuello de la camisa un cordel con un trozo de metal oxidado en forma de cuña para que lo examinara de cerca—. Yo no fui el primero en descubrirlas, qué más quisiera haberme apuntado ese tanto. Desenterré esta punta de flecha cuando exploré la ruta de la salida Sur y también restos de hogueras. Los indios debieron usar la caverna que ahora es nuestro hospital como un campamento temporal para ocultarse de las tropas del ejército cuando Arizona pasó a pertenecer al territorio americano.

—Te refieres a los Apaches, ¿no? —exclamé dándole vueltas a aquel instrumento de muerte cuyo agudo filo había sido hurtado por un siglo a la intemperie. Jeb asintió con la cabeza, aunque me dedicó una honda mirada de estupor. Le devolví el colgante con un escalofrío recorriéndome la espina dorsal. No podía tocar un arma aunque ésta fuera poco más que una antigualla—. ¿Qué sucede? ¿Ni que hubiera dicho algo extraño? ¿No fueron los Apaches Gerónimo, Cochise y su hijo Taza, los que pelearon durante años en estas tierras? Y después de su rendición fueran llevados a Florida sin posibilidad de regreso a sus hogares.

Jeb parpadeó con parsimonia, mientras me ayudaba a izarme de la polvorienta cornisa.

—Sí, pero pensaba que no conocías nada de nuestra historia antigua, Wanda —dijo dejándome con la palabra en la boca, literalmente.

«¡Arrea! ¡Pues es verdad!», me quedé absorta unos instantes al darme cuenta de que sabía bien del tema que estaba exponiendo Jeb: Las últimas guerras contra los nativos americanos que habían empezado, casi cien años antes, tras la guerra de la Independencia. La cual emprendieron inicialmente las treces colonias para expropiar los territorios a sus legítimos dueños y quebrantar los convenios de paz sellados con el Imperio Británico. Ninguna guerra tenía excusa (desde el punto de vista de las almas) y mucho menos una en la que proclamaba falsamente la libertad como meta.

—No sé de dónde… —exclamé desorientada, con una sacudida de vértigo recorriéndome todo el cuerpo. Zarandeé la cabeza y centré la vista en el suelo pero todo parecía seguir dando vueltas y más vueltas. Jeb me cogió de los hombros cuando casi me iba a dar de bruces.

—¿Todavía tienes problemas con Petals? —preguntó amablemente mientras me recobraba.

—Sí, creo que todavía sigo aclimatándome —esbocé una sonrisita no muy convincente—. En ocasiones echo de menos la guía de Melanie. Es muy difícil que te lo pueda explicar en palabras que comprendas, Jeb —prorrumpí cuando elevó una de sus velludas cejas a modo de pregunta. Intenté buscar un símil, ya que no me concedió tregua—. Vale, los recuerdos de Pet son para mí como… un armario lleno de ropa al que sólo puedo echar una ojeada con una bombilla que no deja de parpadear. No logro formarme una idea de lo que saco al buscar. Es muy frustrante esa falta de trasfondo y la ausencia de pistas que me ayuden. Sé que debería estar muy agradecida de no tener a nadie ajeno en mi cabeza, así ha sido siempre en los anfitriones que he tenido antes en otros mundos. Pero no me acostumbro tras haber convivido tanto tiempo con mi hermana.

Me di cuenta de que era la primera vez que empleaba esa palabra en presencia de Jeb, pero no hubo síntoma de contrariedad por su parte. Jamie, Mel y yo no la usábamos cuando Maggie o Sharon andaban cerca de nosotros, ya que ponían cara de pocos amigos al incluirme en el árbol familiar de los Stryder de extranjis.

—Entonces, ¿no vas a cambiar de personalidad, de pronto? —inquirió Jeb, más preocupado por mi seguridad que por otra cosa, mientras se mesaba la espesa barba encanecida, pensativo.

Negué con la cabeza sin darle importancia.

—No te inquietes, Jeb, sigo siendo yo. Sólo es una cuestión de tiempo el que me adapte.

Permanecimos de pie en silencio, mirándonos a los ojos el uno al otro, en un intento de descifrarnos mutuamente el pensamiento. Resultaba sumamente divertido que ambos siguiéramos con este singular juego de diálogos banales y demás. Me recordaba las largas horas que compartíamos antes que Manny apareciera en las cuevas. Estaba al tanto de que quería sacar a colación un tema, pero él no sabía cómo tantearlo adecuadamente.

—Había algo más que querías preguntarme, ¿verdad? —exclamé con fingida indiferencia.

Jeb frunció el ceño algo sorprendido.

—Pues sí que hilas fino tú —repuso.

—Tengo un montón de práctica leyendo tus expresiones, Jeb —me encogí de hombros como si tal y sofoqué una risita tonta—. Pregúntame.

Jeb me analizó con sus ojos azul pálido antes de soltar la lengua de una vez por todas.

—Sabes lo de Pórtland —aquello no fue una pregunta, sólo la constatación de un hecho.

Solté un suspiro al ver que se trataba de eso. Por todas las evasivas que había realizado, creí que sería algo más alarmante.

—Sí, me lo sopló un pajarito —bromeé.

—No pareces molesta —dijo manteniendo el tono de su voz circunspecto. Me había esperado que Jeb me cuestionara por mis fuentes y yo ya tenía pensado corearle la misma pregunta. Brandt seguramente se había chivado anoche, después de que termináramos de bailar hasta las tantas y cada uno se fuera a dormir. Pero no quería hablarle de Ian, por si le podía meter en problemas la revelación que me había hecho en nuestra habitación.

—No veo porqué —contesté pacientemente internándome en la oscuridad de la galería que conducía al gran jardín con Jeb a la espalda—. Cuando tomé la decisión de enseñaros a sacar las almas de los cuerpos, ya supuse que no se quedaría recluido ese secreto únicamente aquí. ¿Es esa la razón por la que piensas que debería de estar molesta, Jeb? ¿O que me escondierais vuestros planes? —noté que el compás de sus pies sobre la roca se redujo—. Perdona que no me quede claro, pero todavía soy inexperta en muchos asuntos humanos.

«¿He sido muy hiriente?», no se porqué pero sospeché que mis palabras no habían sido todo lo imparciales que hubiera deseado.

—Tenía mis motivos para ocultártelo, cariño —exclamó Jeb, un par de pasos más atrás de lo que me esperaba.

—Pensabas que me negaría —conjeturé.

Sí, ahora definitivamente había una tonillo de amargura en mis palabras y no me gustaba nada que le pudiera ofender personalmente.

—No. Quería evitar que te responsabilizaras de lo que pueda acontecer a partir de mi decisión —la profunda voz de Jeb reverberó en el techo, por lo que le perdí el rastro en la penumbra—. Mel me contó que te sentiste responsable de la muerte de Wes y lo mucho que te torturaba que fuéramos a matar a la buscadora. Eres una chica encantadora, pero, francamente, tienes la pésima costumbre de tomarte las malas noticias muy a pecho y a actuar por tu cuenta —quise contradecirle, pero no pude encontrar ni una pega a su sermón—. He aprendido a confiar en tu buen criterio, Wanda. Tú lo has demostrado reiteradamente, como cuando salvaste la vida a Kyle y luego le perdonaste sin rencor. Me avergüenza admitir que no habría sido tan clemente si hubiera estado en tu misma situación. Pero en lo referente a las células humanas y las extracciones, he sido lo más prudente posible manteniéndote al margen. Es demasiado lo que está en juego y no quiero cometer una equivocación y ponerte en una situación de peligro o muy comprometida.

Cruzamos una abrupta esquina que bajaba en espiral y vimos una entrada de luz por una claraboya natural. Jeb se había adelantado unos pasos y caminaba a mi lado, siempre me sorprendía cómo se movía sin necesidad de palpar las paredes.

—Pues no me supuso mucho esfuerzo descubrir lo que estabais tramando —silbé por lo bajo.

—¿Quién fue ese pajarito que te lo sopló? —inquirió cuando nos paramos brevemente bajo la tenue cortina de luz. Tragué saliva con dificultad, al saberme acorralada, y confesé el nombre:

—Ian, pero no lo culpes, por favor —le pedí con todo mi corazón, pero el semblante de Jeb mostraba su cara de póquer y le pillé.

—Me extraña mucho que fuera Ian —explicó de inmediato sus inquietudes al echar a andar—. Jared fue el que más insistió en decírtelo a ti y a Melanie. Me temí que hiciera caso omiso de mis avisos. Pero Doc e Ian parecían estar de acuerdo con el plan desde el principio.

«No hay modo de ocultarme un secreto a mí», pensé en un derroche inusitado de fanfarronería.

—Ian no pudo evitarlo, puedo ser muy persuasiva cuando me lo propongo —solté sin reflexionar y un estallido de sangre, recorriendo por mis venas, encendió mis mejillas al caer en la cuenta de lo que acababa de insinuar. Aparté velozmente mi rostro del examen de Jeb y recé porque hubiera bastante oscuridad como para ocultar mi turbación. No solía ser indiscreta con mis intimidades, nunca, en realidad. Por fortuna, pude cerciorarme de que Jeb también se incomodaba con los temas de pareja. Miró hacia otro lado cuando le oteé por el rabillo del ojo y simuló un oportuno ataque de sordera, rascándose el oído izquierdo con ganas.

Se aclaró la garganta antes de volver a hablar:

—Puede que tú no veas inconveniente en que compartamos información con Nate y los demás que están con Burns. Pero existe un riesgo que no podemos permitirnos, cielo —reflexionó en voz alta Jeb, con ansiedad—. No sé si son de fiar, ni si se atendrán al mismo pacto que tú y yo formamos. Son tiempos muy difíciles los que estamos viviendo y es muy tentador usar un arma como esta que nos has proporcionado, de la peor manera posible. Tengo miedo de que una vez que salga del amparo de estas cuevas, no pueda evitar una tragedia —el volumen de su voz fue apagándose a medida que hablaba, hasta que llegamos al gran jardín, y casi era un quedo balbuceo. Comprendí que nuestros temores eran exactamente los mismos.

—Jeb, sé lo mal que puede terminar todo esto —me paré bajo el umbral, en parte deslumbrada por el brusco cambio de claridad y en parte sobrecogida por la importancia de la cuestión que estábamos tratando—. En estos momentos hay siete mil millones de almas habitando este planeta y no sé cuantos cientos de millones esperando indefensos en sus criotanques. El secreto que os entregué podría ser la mayor masacre de los de mi especie desde que los buitres llegaron al Origen. Aunque también podría suponer la única oportunidad de un futuro para las personas que más quiero en este mundo. Y no me importa sufrir las consecuencias, aunque tú quieras impedirme ese mal trago.

—Wanda… —comenzó a decir más serio.

Le frené con una mirada aún más grave.

Quizás Jeb no comprendía mi perspectiva, pero tenía fe (ese concepto tan huidizo que en una ocasión quiso enseñarme Mel) en que la humanidad podía dar lo mejor de sí mismo una vez más.

Quizás la última vez.

—¿Ves? Por esto es por lo que no quería que te enteraras hasta que estuviese terminado —Jeb se echó al hombro el rifle y negó con la cabeza tercamente—. No tienes la culpa de nada.

—No, no soy culpable… Soy una traidora —puntualicé. Contemplé como se le descomponía el rostro a Jeb. El azul empalidecido de sus ojos me pedía un poco de compasión por mí misma.

«Soy Wanda, la traidora, no la viajera», dije para mi fuero interno. Tenía gracia que antes me hubiera formulado la misma pregunta que había provocado este guirigay.

Nos habíamos tropezado por enésima vez con la célula de Nate la aciaga noche de finales de noviembre en la que todo se trastocó. Burns y yo estábamos charlando acerca de las curiosidades que acarreaban nuestros nuevos cuerpos humanos, cuando tuve un pequeño desmayo por culpa del hambre y Jared se interesó por mi estado. Sé que él no tuvo intención de causar ese problema y realmente ninguno de los seis estaba preparado para lo que aconteció posteriormente.

—¿Tienes problemas con el cuerpo de Petals? —fueron las palabras que pronunció en esa hora funesta de mi décima vida. Era una pregunta que había escuchado repetida hasta la saciedad en las cuevas, así que no le presté atención al inesperado silencio que se alzó entre todos los humanos.

Pero en cuanto Burns escuchó aquellas breves palabras, vislumbré por su mirada que acabamos de meter la pata hasta el fondo. Después empezó una cascada de preguntas por parte de Nate y sus hombres. Limpia, taxativa y concienzudamente, fueron desgranando en un interrogatorio la historia de mis últimos meses con Melanie y de cómo había cambiado de cuerpo. Pregunta a pregunta, sin descanso, mientras observaba todavía la cara de Burns y su expresión contrariada que se oscurecía paulatinamente con cada sincera respuesta. No logré resistir la manera en que me evitaban sus ojos azul oscuro y conté la verdad sin ponerle trabas a mi lengua, para intentar disculparme.

Había podido escapar de mi conciencia durante mucho tiempo, en parte porque la única alma que podía haber cuestionado mis actos me tenía en alta consideración y además estaba demasiado agradecida conmigo. Sunny no me había juzgado ni una sola vez desde que regresé, pero debía de albergar las mismas dudas en su interior que Burns. Lo que hice fue más allá de cualquier cosa imaginable.

Mel había tildado de hipócrita a Burns injustamente, después de que la célula desapareciera aquella misma noche. Pero él encajaba mejor en la definición que Ian tenía de inadaptado social. Se consideraba un rebelde y rechazaba la adquisición de este mundo, como yo. Pero Burns nunca había dado la espalda a las almas, ni las había puesto en grave peligro.

—No quiero que pienses de esa manera —me solicitó Jeb, leyendo tan fácilmente en mi cabeza como en un libro abierto—. No eres una traidora.

Negué con la cabeza en un gesto displicente.

—Más bien, soy una cobarde —exclamé con un suspiro de resignación—. Os confié mi secreto creyendo que mi vida se iba a terminar y os forcé a cumplir un pacto sin poner de mi parte ninguna garantía. Me comporté como una niñata, sin comprometerme ni aceptar mi carga. Supongo que es justicia poética que siga con vida para ver el final.

—Preferiría que no menoscabes tu coraje, porque me menosprecias a mí también —respondió poniendo los brazos en jarras—. Recuerda que te confié la vida de todas las personas de aquí y lo volvería a hacer sin dudarlo. No te salvé del desierto porque buscara la manera de sonsacarte un arma, vi tu humanidad y tu buen corazón. Y por una vez en mi vida puedo sentir verdadero orgullo de haber hecho lo correcto al impedir que la buscadora muriera por pura venganza.

—¿Incluso a pesar de Lacie? —pregunté con un exagerado y chistoso tono de sorpresa, que no disipó su enérgico ánimo.

—Sí —afirmó Jeb rotundamente—, incluso a pesar de Lacie.

Nos quedamos en sumidos unos instantes en un profundo y espeso silencio, hasta que rompimos a reír en voz baja de mi ocurrencia. La conversación se había vuelto demasiado embarazosa para nuestro gusto, a ninguno nos agradaban los dramas.

—Todo irá bien —me prometió, dándome una palmada en el hombro—. Ya verás cómo consigo convencerles de que cumplan nuestro pacto, y así no tendrás que preocuparte de nada, pequeña.

—¿Cómo? —quería creer que sería capaz.

—Bueno, yo también puedo ser muy persuasivo cuando me lo propongo —citó mis palabras sin sonrojarse e inclinó la cabeza educadamente, antes de dar la vuelta. Tenía claro que no nos referíamos al mismo tipo de persuasión, pero confié en que él no descansaría hasta lograr su promesa.

—Fue Albert Einstein —exclamé súbitamente cuando Jeb se alejó un par de pasos, con un pensamiento cruzándoseme por la mente de pronto.

—¡¿Qué?! —se giró y me miró con extrañeza.

—El que dijo eso de que la locura es repetir el mismo acto, una y otra vez, esperando diferentes resultados —declaré con los pulmones henchidos de orgullo al recordarlo—. También dijo que sólo creía que dos cosas fueran infinitas, el Universo y la estupidez humana, aunque no estaba seguro de la primera. Y tampoco disponía de los medios para comprobar que tenía forma cerrada de hemicubo… —me estaba yendo por las ramas y paré. Que las almas hubiesen descubierto la manera de cartografiar el espacio exterior a partir de un solo átomo no era relevante ni primordial—. Fue Albert Einstein ese hombre sabio que decías antes.

—¿Conoces el nombre de Albert Einstein y no el de Elvis Presley? —preguntó con las puntas de las cejas escondidas bajo el pañuelo que le cubría la frente—. ¡Creo tu educación tiene lagunas muy grandes, Wanda! —exclamó meneando la cabeza de incredulidad y perdiéndose por el pasillo.

«¡Mi educación!», sonreí mientras me dirigía a los dormitorios atravesando el gran jardín.

Era totalmente ridículo, pero me puse a meditar sobre el inesperado chispazo de conocimiento que no pude ubicar en mi pasado. Saltar de cuerpo era mucho más complicado de lo que me esperaba. No podía deshacerme de los pocos recuerdos de Mel que tenía y no lograba conciliar la vida, cómoda y serena, de Pet en Seattle con la angustia de la etapa superviviente de Mel. Era como intentar juntar dos cargas eléctricas del mismo signo, a la más mínima alteración saltaban con una fuerza arrolladora.

Partes de mi memoria parecían estar duplicadas en mi cabeza, los mismos días vividos en lugares distintos y en circunstancias muy alejadas la una a la otra.

Por poner un ejemplo, el día que Jamie y Mel escaparon de Los Ángeles, se abría hueco a codazos con el feliz Acción de Gracias que Cloud Spinner le preparó a Pet. Podía recordar el olor del pavo relleno, la salsa de arándanos y la tarta de pacana si me concentraba lo suficiente. Pero luego se divergía, nuestro padre intentó dejar inconsciente a Jamie con un spray y yo… No, yo no. Mel le derribó de un fuerte puñetazo para impedir que le hicieran la inserción y huyó de la casa de sus abuelos en Los Ángeles. Mientras que la misma jornada de Petals fue una dicha de risas, juegos y visitas de familiares, que terminó con su madre arropándola cariñosamente a la hora de ir a dormir.

No había punto de comparación entre ambas.

Llevaba muy poco siendo humana y aunque aprendía rápido, seguía sintiéndome igual que al principio. Puede que sólo necesitara más tiempo, como le había asegurado a Jeb, para que los recuerdos no fueran tan apabullantes y turbadores. O tan sólo necesitaba más vivencias propias para compensar mi mente. Y evitar cuanto fuera posible pensar en el pasado para no liarme yo solita.

¡Quihubole! —Me saludó Manny con voz ronca y restregándose las legañas. Venía en dirección contraria, bizqueando por culpa de la luz del sol que se reflejaba en los espejos oblicuamente. Detrás de él había toda una comitiva de la misma guisa, rostros somnolientos de párpados cansados y extenuados. Algunos (como Aaron y Brandt) se sujetaban la cabeza con las palmas de las manos abiertas, como si fuera a desprendérseles del cuello si no la mantenían aferrada con fuerza. Manny señaló a su espalda, hacia los dormitorios—. Es mejor que no vayas por ahí ahora, chamaca, esos dos están dándose un buen agarrón.

—¿Quiénes están haciendo qué? —pregunté, sorprendida por la expresión de cansancio de los que desfilaban ante mis ojos—. ¿Qué sucede?

Trudy negó con la cabeza, aún sonámbula.

—Si quieres saberlo, Wanda, sigue tu oído. No tiene pérdida —respondió Geoffrey alicaído.

Yo no tenía ninguna intención de cotillear, tan sólo necesitaba un poco de ropa limpia para poder cambiarme del baño y quitarme de una vez la asquerosa capa de roña que impregnaba mi piel. Pero no pude evitar reconocer la voz que escuché cuando llegué a la intercesión en forma de pulpo, era muy fácil porque más que voz era un berrido.

«¡Diantre!», me quedé patidifusa en la entrada, sin poder creérmelo.

Sunny estaba gritando una serie de improperios a cada cual más duro que el anterior. Después de unos segundos se detuvo, como si ella se hubiera quedado sin aire en los pulmones, y comenzó otro ruido parecido a un gorgoteo que fue ascendiendo, junto con un insólito murmullo apenas apreciable. Tardé un minuto completo en comprender que ese murmullo era la llorera furibunda de Sunny y Kyle estaba intentando apaciguarla con palabras suaves. Seguidamente (y de una manera tan súbita que me hizo dar un bote), Sunny volvió a gritar palabrotas, con el tono de una motosierra eléctrica oxidada.

Agudo y estridente.

Con razón todo el mundo se estaba levantando de mal humor y salía con prisas de sus habitaciones, aquello era peor que un toque de diana.

Pude distinguir mi nombre entre tanto chirrido histérico y me encogí asustada por los problemas que le pudiese estar causando a Kyle. Ese ciclo de gritos y gemidos se repitió unos minutos más con una precisión milimétrica. El ánimo fluctuante de Sunny iba subiendo y bajando como los caballitos en un viejo tiovivo. El enfado le hacía comportarse de un modo impulsivo y poco racional, durante los breves estallidos de insultos. Pero tras desahogarse la lengua, ella inmediatamente se arrepentía de sus actos y la aflicción la hundía por los suelos.

Kyle, a su vez, tampoco ayudaba a romper ese círculo vicioso en el que habían quedado encerrados. Cada vez que él intentaba acercarse a Sunny, para consolarla y aceptar sus injurias, lo único que provocaba era que se avivasen las llamas de su ira.

Agité la cabeza y marché directamente hacia mi habitación cuando se me pasó por la mente aclarar el malentendido. No era una buena idea, se mirase como se mirase, meterse en medio de los dos. Mi primer impulso había sido el propio de una alma.

Pero no me hizo falta oír la voz de Mel para saber que sólo lo empeoraría si me asomaba por ahí.

—¡Oh, no! —exclamé horrorizada cuando me vi de refilón en el espejo. El color del cabello en vez de ser rubio dorado, se había vuelto parduzco y oscurecido a parches. Mis manos, antebrazos y piernas, que tenía al descubierto, estaban tiznadas de un sutil violeta y rojo, que de lejos podía dar la impresión de que se me había podrido la carne en vida. Igual que uno de esos zombis sacados de las películas de terror que Cloud Spinner nunca quería que viera por las noches. Por si fuera poco, mi boca abierta del sobresalto (con los labios resecos y cuarteados) parecía aterradoramente famélica.

Cogí rápidamente un par de mudas limpias, un pantalón pirata de Violetta que estaba dado de sí y una camiseta de Ian que había usado a veces como pijama para acostarme. Me distraje únicamente un par de segundos en inhalar el aroma de Ian de esa prenda y dejar que mi mente se quedara cautivada por un torbellino de recuerdos de nuestras noches. ¡Era una gozada que por fin mi cuerpo, mi alma y mi corazón estuviesen en sintonía! Pet, este cuerpo que habitaba, anhelaba con la misma pasión a Ian que yo y suspiraba por cada momento lejos de él. Valía la pena haber saltado, sólo por sentirme así. Cualquier otro inconveniente que pudiera aparecer quedaba mitigado por esa sensación de plenitud.

Comencé a notar que la mezcla de sudor y fino polvillo de roca púrpura estaban fraguando sobre mi piel como el cemento al quedarme abstraída. No quería acabar como una estatua a escala natural de mí misma, así que salí a toda pastilla.

Continuará…


Nota de Traducción

Cloud Spinner: Hilandera de las Nubes (Planeta de las Arañas) aparece en capítulo 59 del libro The Host. Es la madre de Petals Open to the Moon.

Dejá vù: Expresión francesa que significa 'ya vivido'.

Tengo un problemón gordo con las expresiones de Manny en Mexicano (apenas sé algo de vocabulario de las telenovelas y para de contar), si me equivoco, por favor, hacédmelo saber y lo editaré.

Estoy escribiendo también un fic de Hunger Games y me roba un poco del (escaso) tiempo que tengo para escribir los fines de semanas (^_^¡) ¡Hasta que nos leamos!