Hola, les traigo una adaptación de Dulce Prisionera de Kat Martin, espero que les agrade

"Ocho años atrás, Natsu Dragneel había jurado vengar la muerte de su padre y recuperar su buen nombre. El ambicioso Zancrow, su medio hermano, había matado a su padre y lo había incriminado a él. Natsu escapó de la muerte por poco, pero las cicatrices de su alma son más profundas que las de su cuerpo. Con ayuda de un amigo, ha pergeñado un plan para llevar a Zancrow a la ruina, y este plan incluye a la muy atractiva joven llamada Lucy"

Los personajes pertenecen (al siempre troll) Hiro Mashima


Capitulo 1

Fiore, 1752

- ¡Te lo prohíbo! ¿Me oyes?

El rostro del duque de Hargeon se tiñó de distintos tonos de rojo bajo la espesa melena de cabellos blancos.

- Tú eres un Dragneel - dijo el duque con la mirada clavada en su apuesto y desafiante hijo - Eres un conde, un par del reino, y el heredero del duque de Hargeon. ¡No permitiré que continúes tu sórdida relación con esa ramera!

La espalda de Natsu se puso rígida. De pie en medio del recargado despacho de paredes revestidas de nogal de Hargeon Hall, la fastuosa finca rural del duque, Natsu apretó las mandíbulas para impedir que saliera la furia que estaba acumulando en su interior, y los músculos de sus anchas espaldas se tensaron.

- ¡Por lo que más quieras, padre, ella es la condesa de Garou, no una casquivana moza de taberna!

Él tenía diecinueve años, era alto y apuesto, un hombre hecho y derecho, sin embargo su padre lo trataba como si fuera un chiquillo.

- Te lleva cinco años y además es una viuda que se ha acostado con medio mundo. Es obvio que no se detendrá ante nada si se trata de conseguir el título de los Hargeon y la fortuna correspondiente.

Natsu cerró los puños.

- No te permito que hables así de Kamika. Y además, lo prohibas o no, trataré a quien me dé la gana.

Sin inmutarse por el golpe de la carnosa mano de su padre sobre el escritorio de palisandro, Natsu salió precipitadamente del estudio, con pasos furiosos que resonaron en el suelo de mármol. Lleno de ira y humillación, tomó la fría determinación de hacer todo lo que estuviera al alcance de su mano para frustrar los deseos de su padre.

Fuera de la casa, su estilizado caballo bayo lo aguardaba piafando inquieto, como si estuviera al tanto de lo acontecido. Natsu agradeció al mozo de cuadra con una seca inclinación de cabeza y montó de un salto.

En una ventana a sus espaldas, la luz de la lámpara de aceite que iluminaba el estudio de su padre se sacudió cuando éste salió como una tromba al vestíbulo; a continuación se oyó un portazo que resonó en la enorme mansión de piedra.

Una sensación de desasosiego se instaló en la espina dorsal de Natsu. Seguramente, su padre no se atrevería a seguirlo hasta la taberna. No, no sería capaz. Ni siquiera un hombre de la arrogancia y obstinación del duque de Hargeon se atrevería a hacer algo así.

Natsu aguardó unos instantes más, pero su padre no apareció. Algo más sosegado, se alejó de la casa con cierto alivio de que el enfrentamiento hubiera terminado, al menos por el momento. Cabalgó a medio galope; rato después, el paso regular y constante del animal le ayudó a relajarse un poco más. Los claros rayos de la luna atravesaban las ramas de los árboles, y una brisa ligera despeinaba los cabellos del joven al tiempo que enfriaba la furia que aún ardía en su nuca.

A medida que avanzaba, sus pensamientos se iban alejando de las palabras amargas de su padre y se centraban en la mujer cuyo cuerpo cálido y complaciente lo estaba esperando. Kamika. Lady Garou. Alta, de figura esbelta y hermosa desde la cabeza de cabellos oscuros y elegantemente peinados, pasando por el busto curvilíneo y la estrecha cintura, hasta los arcos elevados y femeninos de los pies.

Se veían desde hacía tres meses; a menudo se encontraban en "El báculo del peregrino", una posada íntima y elegante a medio camino entre Hargeon Hall y Garou Park, la casa de campo de la condesa. Habían planeado encontrarse allí esa noche; Natsu percibió su erección en los ceñidos pantalones negros al imaginar la placentera sensación que le esperaba cuando viera la condesa en la cama.

En menos de una hora estuvo frente al familiar arco cubierto de hiedra que coronaba el patio y señalaba la entrada de la posada, lo que hizo que a Natsu le hirviera de nuevo la sangre. Lo atravesó y entró en el patio cercado por una tapia. Los cascos del caballo resonaban en el suelo adoquinado. Desmontó, palmeó el cuello de su airoso bayo y entregó las riendas a un mozo de cuadra que aguardaba delante de él.

Con paso firme y ansioso, Natsu se encaminó hacia la parte posterior del edificio. Accesible desde el interior de la taberna, o también desde afuera a través de una segunda y discreta entrada, la habitación alojaba con frecuencia a clientes acaudalados. Natsu apresuró aún más el paso pero, viendo que algo se movía en la esquina, hizo una pausa.

- ¿Una moneda, señor? Una moneda que le sobre para este hombre ciego; sin duda Dios lo bendecirá.

Se trataba de un mendigo mugriento y encorvado; estaba sentado en el suelo envuelto en harapos de arriba abajo y tenía una vieja taza de lata en la mano. A pesar de la oscuridad, Natsu advirtió las llagas que tenía en la macilenta piel. Echó una moneda en la taza, se encaminó hacia la parte trasera de la posada y subió la escalera de dos en dos. Golpeó la puerta una sola vez, y Kamika lo invitó a entrar.

- Milord - susurró sonriendo mientras iba hacia sus brazos. Era esbelta y a la vez voluptuosa, una adorable visión en el resplandor del fuego que ardía en la chimenea - Natsu, mi amor, estoy tan contenta de que hayas venido.

Apretó los labios contra los suyos y lo besó con ardoroso abandono, provocando la súbita erección del joven. Natsu la besó con la misma urgente calidez que percibía en ella, y le soltó las horquillas que le sujetaban el sedoso cabello, tan largo que casi llegaba al suelo. Brillaba con un tono entre azul y negro a la luz de la lámpara y descendía liso por su espalda, un tapiz de medianoche que contrastaba con su propio cabello osa, por encima de los hombros, y recogido en la nuca en una cola de caballo.

- Kamika... Dios mío, parece que han sido años en lugar de sólo una semana.

Le besó el lunar que tenía debajo de la oreja, y después sus besos fueron recorriendo los hombros desnudos para después comenzar a desabrochar con cierto frenesí los botones del vestido de seda, de un intenso azul zafiro, casi el mismo tono que sus ojos.

Kamika vaciló un instante.

- Yo... temía... sé lo que piensa tu padre... pensé que tal vez no vendrías.

- La opinión de mi padre no me importa. Al menos respecto de lo nuestro.

La besó de nuevo, como si quisiera confirmar sus palabras, después comenzó a besar la garganta arqueada descendiendo hacia los senos, pero se detuvo en seco al oír que alguien aporreaba la puerta con insistencia.

No se habrá atrevido, pensó Natsu, y recordó los distintos tonos encarnados del rostro de su padre. Pero, tal como temía, abrió la puerta y allí estaba el duque, en el umbral.

- He venido porque tengo algo que deciros. A los dos - sus miradas se cruzaron, y relampaguearon los distintos verdes de esos ojos. La mirada sombría de su padre se volvió acerada y feroz, para terminar posándose sobre el desaliño que mostraba la condesa, su melena despeinada y el vestido arrugado - No me marcharé hasta que diga lo que he venido a decir.

Natsu apretó los dientes, luchando entre la furia y la humillación, tanto por Kamika como por él mismo.

- Di lo que tengas que decir y márchate.

Cuando su padre entró en la habitación, Natsu retrocedió unos pasos y cerró la puerta. Se acercó a Kamika y le pasó un brazo protector por la cintura, maldijo a su padre en silencio y dio gracias a Dios por estar al menos completamente vestidos.

El duque de Hargeon fijó la mirada gélida en los dos y abrió la boca para hablar. Entonces frunció el entrecejo y desvió la mirada hacia un movimiento que le pareció percibir en la puerta al otro lado de la habitación. Por un instante, permaneció inmóvil. El eco de un disparo puso fin a lo que hubieran sido sus palabras, y un ruido ensordecedor llenó la habitación mientras la bala de plomo le daba de lleno en el pecho.

La condesa lanzó un grito ahogado, y Natsu se quedó sin aliento al advertir la sangre que brotaba del centro del chaleco plateado de su padre. El duque apretó con las manos la mancha que se iba extendiendo, como si quisiera evitar que se le escapara la vida; finalmente se desplomó hacia delante cuando las rodillas se doblaron bajo su peso.

- ¡Padre! -la palabra estalló en la garganta de Natsu.

Se dio la vuelta hacia el agresor y observó con horror el rostro familiar de su hermanastro, Zancrow, que había subido por la escalera exterior y disparado desde la ventana abierta. Sintió entonces un dolor terrible que estallaba en su cabeza. La habitación le dio vueltas y las piernas se negaron a sostenerlo. Unas manchas brillantes le nublaron la visión y comenzó a derrumbarse.

- Padre... -susurró luchando contra los círculos negros que se arremolinaban delante de los ojos. Dio un grito y cayó hacia delante, inconsciente, a unos pocos pasos del cuerpo inerte de su padre.

La condesa se dirigió hacia la puerta con cuidado de no pisar los fragmentos de cristal del jarrón roto que quedaron esparcidos por el suelo, después abrió la puerta y entró el hombre ataviado a la última moda que aguardaba afuera.

- Muy bien, querida – Zancrow Dragneel peino un mechón de cabello rubio y lo volvió a su sitio - Siempre has sabido estar alerta.

Sin hacer caso de los golpes insistentes en la puerta que daba al interior de la posada, se arrodilló y colocó la pistola, aún humeante, en la mano fláccida de Natsu.

La condesa esbozó una leve sonrisa.

- Siempre hay que estar preparada cuando se presentan las oportunidades.

Zancrow se limitó a asentir con la cabeza.

- Siempre supe que eras lo bastante inteligente como para saber que el viejo duque no iba a permitir jamás que te casaras con su hijo.

- Yo lo sabía, aunque Natsu no parecía darse cuenta de ello.

- Bueno, ahora ya tienes el problema resuelto - contempló los cuerpos en el suelo con macabra satisfacción - Jamás imaginé que el viejo duque iba a hacerlo tan fácil.

- ¡Abrid la puerta!

La voz enronquecida del posadero se oyó desde el pasillo. Con sus pesados puños aporreaba los gruesos tablones de roble de la puerta.

- Deja que yo me encargue - dijo él.

Kamika arqueó una elegante ceja negra.

- Por supuesto.

- Recuerda, un pequeño escándalo no es un precio tan alto, a cambio de tu parte en esta inmensa fortuna.

Su hermosa boca se curvó en una sonrisa.

- No tema, lo recordaré... excelencia.


Y que les pareció? quieren continuar?