Disclaimer: Shingeki no Kyojin pertenece a Hajime Isayama y reconocerlo es duro (?)

Estreno fandom, espero que os guste el invento :)


Cuanto más tenemos...

Jean no es muy dado a la lógica que hace que las cosas sigan un orden natural, pero cuando escucha a Armin decirlo como lo dice todo, con ese aire descreído y esa sonrisa derrotada, supone que tiene razón. El chico tiene el don de la palabra, qué se le va a hacer. Tampoco hace falta que lo sepa pero el que calla otorga, y Jean está lo bastante inmerso en su té de naranja como para fingir que tiene ganas de hablar. Armin debería sentirse halagado porque se moleste en buscar una excusa, muy pobre, pero una excusa a fin de cuentas, para huir de una conversación que no vale la pena.

Antes tenía a Marco y tenía miedo a perderlo. Es un mecanismo sencillo y funciona así; quieres a una persona que tiene tiempo para bromear e ingenuidad para tener sueños y la quieres porque te hace la vida fácil, te distrae de la guerra, de los entrenamientos a sol y sombra y de la muerte acechando tras los muros. Es simple y no sabes qué es peor, si ver morir a Marco a manos de un titán y no poder hacer nada o tener que decir "bien, bien" cuando un superior te dice "es Bodt" y señala hacia abajo con el pulgar.

Es Bodt.

Y Jean quiso decir que sí, que siempre había sido Bodt, medio inseguro y medio niño todavía. Si fuera otra clase persona, habría dicho que era muy joven para morir. A Jean no le conmueve la edad de la gente que va muriendo. Lo que le conmueve son sus sueños, que se quedan en el aire, suspendidos como la ceniza y el polen tras una explosión, porque no es justo.

Joder, la guerra es una puta mierda.

Jean es de esas personas que tienden a no valorar la opinión de los que no han vivido lo mismo que él, y por eso le fastidia tanto Armin, porque ha vivido más que él en menos tiempo y ambos lo saben. Porque tiene todo el derecho del mundo a decirle Jean, te has equivocado y no lo dice. Y le cabrea, maldita sea. Le cabrea que Armin no sea tan insensato como Eren, que no le dé motivos para arreglarle la cara porque de verdad, cuántas ganas tiene de arreglarle la cara a alguien, al que sea. Preferiblemente a un tío, siempre y cuando no se llame Rivaille o Reiner o tenga un nombre que empiece por R. Le frustra que Armin lo mire así, como si no le costara contenerse para leerle la cartilla porque comparte el resentimiento de Jean por las lecciones de moralidad.

—Jean.

Armin tiene ese defecto tan suyo (tan unido a su dificultad para seguir una broma) de no perder los papeles contigo cuando la situación lo amerita. Jean gruñe en respuesta. Sabe que le está hablando a él porque en el Escuadrón de Reconocimiento no hay más Jeans y porque están solos en la mesa más desvencijada del comedor, sentados uno enfrente del otro. Un par de calderos de peltre relucen detrás de Armin, colocados bocabajo para secarse más rápido. Los churretes de cera derretida se ondulan en la base del candelabro de bronce y Jean se olvida por un momento de quién es y dónde está. Solo hay luz anaranjada titilando sobre la madera y Armin un poco más flaco de lo que lo conoció, con la mirada endurecida por la lluvia y la pérdida y la ropa de cama blanca que parece amarillenta bajo los charcos de luz.

Hay luna llena esa noche. Cuando un día te levantas y te das cuenta de que podría ser el último, aprendes a valorar ese tipo de gilipolleces.

—Que gracias por quedarte. Quiero decir…

—Sé lo que quieres decir.

Jean no lo sabe. No le interesa.

Está aprendiendo lo poco que cuesta hacer feliz a la gente. Sigue sin poder salvar todas las vidas que le gustaría y está asumiendo, se está resignando a que cuando se trata de proteger a otro nunca es suficiente. Acompañar a Armin hasta que un nubarrón especialmente negro tape la luna entra dentro de sus capacidades, y bueno, si puede hacerlo por qué no debería hacerlo.

No entiende mucho de qué va el tema pero Armin ha resultado ser de esas personas con las que te interesa llevarte bien, por todo eso de sentirte en paz contigo mismo. Tiene manos pequeñas y llenas de cortes que se hace sin querer, con el reverso de las páginas de los libros de tapas duras que siempre lleva pegados al pecho como escudos.

Es como una chica, Armin; demasiado astuto para ser un hombre y pequeño, tan pequeño como para obligarlo a agacharse y oír lo que tiene que decirle con esa vocecita demasiado pequeña para dos espadas tan grandes. La mera presencia de Armin en el escuadrón es un contraste tan brutal y tan gracioso que Jean no puede evitar mirarlo con intensidad, como mira a Mikasa y a las chicas que le gustan y se pregunta cómo sería besarlas y acariciarles la nuca con los pulgares.

Armin sería guapa si fuera una chica. Se parecería a Christa y sería un poco más alta.

—Lo que quiero decir es que haces más estando que diciendo.

Gracias Jean.

A Jean le han dicho muchas cosas esos últimos tres años, pero nunca le habían dado las gracias.

Es un cabrón destrozado y tiene ganas de reírse y explicarle a Armin que se está equivocando de tío, porque el Jean que él conoce dice cosas que hieren o joden a los demás o en su defecto, hace menos de lo que dice pero nunca, nunca hará más estando que diciendo. Y se lo va a decir como Dios manda, poniendo las cartas sobre la mesa y dando un par de hostias bien dadas para que Armin lo escuche con atención y deje de ver lo bueno que hay en él o le preste unas gafas o algo, porque Jean no ve nada más que un uniforme raído y una sonrisa burlona que le tocaría los cojones si conociera a alguien igual que él.

Y entonces ocurre, en un tac del tic-tac. Las pestañas de Armin son larguísimas y le hacen cosquillas al batirle contra las ojeras amoratadas. Se ha tenido que poner de puntillas y hace que Jean se sienta inmenso.

Dos manos vendadas y trémulas le cogen la cara entre las manos. Ignora cómo no se lo ha visto venir y se siente un poco raro y un mucho tonto al notar que bajan un palmo, sujetándolo de la mandíbula sin afeitar, casi acariciando, casi manteniéndolo en el sitio. Si quisiera, Jean podría apartarlo de un manotazo y enseñarle una lección. No quiere. Se está muriendo por un poco de contacto físico, el que sea. Esa noche le tocaba ducharse a la otra mitad del escuadrón y Jean se siente absurdamente inseguro. Sabe que apesta y que le brilla la piel, y no se le ocurre por qué Armin Arlert querría besar a Jean Kirschtein, como si le gustase de verdad y no entendiera por qué un poco de mugre y sangre reseca debería interponerse entre ellos.

¿Armin? ¿En serio?

Pues vale.

Lo besa con toda el alma, con más pena que gloria. No hay lengua pero hay dientes porque se ha pasado tres pueblos tomando impulso. Sabe a lo que tiene que saber, un poco como a dulce y a polvo y es un tío pero joder, es Armin. Incluso tiene su parte de mariposas en el estómago y toda esa mierda, lo cual es alarmante pero desde que vive de tiempo prestado, Jean se niega a atesorar principios inútiles.

Y hablando de principios inútiles…

Armin se ha puesto a temblar como una hoja, entrechocando las rodillas y todo. Todo un espectáculo, este chico. Parece vacilante y sorprendido, propenso a balbucear la primera disculpa no muy diplomática de su repertorio de disculpas o a salir corriendo antes de que Jean lo convierta en papillas para bebés titanes.

Así que antes de que se decida por ninguna de las dos, Jean le enreda la mano en el pelo y le deja sentir todo el cuerpo contra el suyo, lo sostiene de la barbilla contra el filo de la mesa. El gemido bajo él es corto y parece un lloriqueo. Nota la yugular palpitando contra la mano y la nuez moviéndose al subir y volver a bajar. Está a punto de soltar una risita desdeñosa, pero sería bastante patético. Está tan ansioso como Armin y la voz le sale seria y cavernosa, enronquecida.

Animal.

—Hay cosas que no se pueden hacer con tacto, ¿eh cariñín?

Es una de sus preguntas retóricas, pero esta vez Armin no puede responderle porque ese cariñín lo deja caliente y sin aire, tanto que le entran ganas de echarse a llorar.