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Capítulo 1: Hogwarts Express

El suelo de mármol inmaculado como un tablero de ajedrez era duro y frío contra su espalda magullada. El sudor le perlaba la frente y el dolor se había tornado insoportable. Se mordía la lengua con fuerza para no gritar y solo consiguió hacérsela sangre. Apretó los ojos con fuerza rogando por Morgana que alguien atravesara esa puerta y la sacase de allí ya. Por unos segundos nada pasó. Confiada respiró mas calmadamente y entonces alguien le jalo el cabello con fuerza. Demasiada. Cuando la sostuvo en el aire, un gemido de dolor se escapo de la garganta de la chica. Era consciente de que dolía, mucho, pero no pensaba otorgarle el lujo de llorar o suplicar. Moriría con valentía, como rezaban en su casa, pensó en un momento de lucidez.

_ ¡¿Dónde?! _ chillaba la loca desquiciada sin aflojar su agarre_ ¡HE DICHO DE DONDE LA SACARON!

Y sin más miramientos arrojó a la muchacha al suelo con un golpe seco, para luego patearle las costillas. La joven se hizo una pelota instintivamente, intentando contener el dolor. Acababan de romperle una costilla, o dos.

_ ¡Repugnante escoria!_ gritó estallando en risas_ ¿Te crees muy valiente, no es así? Digna de la casa de Godric Griffindor…_ se burló._ pero no eres digna de lamer el suelo donde piso, sangre sucia… ¡Dime donde esta!_ chilló y la dura punta de su bota se estrelló contra el rostro de la chica, abriéndole el labio. _Veo, impura, que te cuesta trabajo comprenderme, así que te lo preguntaré una vez más_amenazó_ ¿De dónde sacaron esta espada? ¿La sacaron de mi bóveda en Gringotts? ¡ADMITELO!_ le gritó. Más a la muchacha ya no le quedaban fuerzas…

Una parte vaga de su cerebro proceso las palabras de la chiflada lentamente. Esta quería algo, algo importante y ella no podía dárselo por nada del mundo. Entonces, la joven elevó la mirada del suelo y la mantuvo fija en los ojos color brea, en una muda resistencia. Sangre espesa y dulce manaba de su tierna boca en un hilo. La muchacha trató de limpiársela con una manga e incorporarse, pero inmediatamente perdió el equilibrio y se quedó quieta.

Como castigo por su osadía, la mortífaga clavó su varita en el brazo de la chica, que al sentirla punta perforar tejido, carne y hueso cual cuchillo comenzó a pegar patadas, rasguñar y morder, con tal de soltarse de aquel martirio, mas todo en vano. Aquellas uñas largas y sucias le sujetaban con fuerza. No fue consciente de cuando, pero estaba llorando y gritando, las dos cosas a la vez, si es que aquello era posible… Sentía como la varita trazaba dibujos en su brazo, como grabando en madera, sabía que pronto perdería la consciencia, y casi deseaba no despertar. Había luchado ya suficiente…

Estaba regodeándose en la autocompasión, cuando un sonido de brisagas y abrir y cerrar de puertas precipitado le hizo abrir los ojos de golpe. Un joven alto, delgado y de buen porte entro veloz en la instancia y se quedó de piedra al contemplar la escena. Estaba pálido, como si fuera a desmayarse y había algo en aquel personaje vestido de verde y gris que removió un recuerdo en la mente de la chica. No había rogado a su captora, eso sería patético, y dudaba de que ayudara mucho, pero el muchacho parecía más voluble, menos sádico…

_ Draco…_ el nombre salió de los labios de la chica sin que esta fuera consciente, el interpelado la miró con una máscara de terror._ Por favor, por favor…Ayúdame…_ lloró desesperada. Sabía que solo él podría ayudarla, solo él podría salvarla… Él le sostuvo la mirada y lentamente empuño la varita, la joven entonces se permitió albergar esperanzas… Entonces e inesperadamente, el muchacho salió corriendo a toda prisa de la habitación.

_ ¡No! ¡No! ¡Por favor! ¡Ten compasión!_ le llamó la joven entre jadeos y llantos, hasta quedarse ronca. Pero el muchacho rubio no regresó.

Entonces, un ruido extraño, mezcla de risa e incredulidad llenó el lugar. Era desequilibrado y a la chica le heló la sangre.

_ ¡Pobre pequeña sangre sucia!_ le decía aquella voz infantil _ Mi sobrino compadecerse de un engendro del demonio como tú…_ se burló despectivamente. Entonces, de improviso, su gesto se endureció y pasándose la lengua por los dientes la miro con odio_ No te confundas_ silbó con una voz tan fría que no era humana y apunto a la chica _ Lo único que él quiere que sientas es ¡DOLOR!¡ CRUCIO!

El grito de la joven resonó en toda la estancia, y la loca mujer sonrió complacida, con la muerte en la retina.


Hermione se levantó de golpe gritando hasta quedarse sin voz. Aún sentía la varita hundiéndosele en la piel y aquellos gritos dementes perforándole los tímpanos. Lentamente se obligó a volver en sí, solo había sido una pesadilla, a ella no le había pasado nada…Como rebatiendo aquello, sus ojos vagaron inmediatamente a la cicatriz de su muñeca, esa en la que estaban grabadas con sangre el recordatorio constante de que ella era menos, de que era inferior, de que su sangre era sucia. Una lágrima perdida rodó por su mejilla, y ahogó un gemido, no vaya a ser que despertara a sus padres.

Podría decir sin temor a equivocarse que eran las cinco en punto de la mañana, hora de Londres, porque a esa hora se despertaba siempre, noche si, noche no, con el grito en la garganta. Y siempre aquella sensación de desazón y desamparo total. Aunque había pensado en una explicación, lo único que se le venía a la mente era aquel par de ojos grises como el hielo, que la dejaban desamparada a su suerte.

Apretó los dientes con rabia y se incorporó de la cama, no tenía sentido volver a dormirse, dentro de unas horas partiría el expreso rumbo a Hogwarts, Colegio de Magia y Hechicería. Y mientras se vestía con su ropa más muggle, Hermione Granger pensó en todo aquello que había cambiado desde el pasado verano.

Lo primero que había hecho al acabar la guerra fue buscar a sus padres en Australia, lo cual había sido básicamente sencillo. Devolverles la memoria, eso no tanto. Hermione sabía que ella era probablemente una de las brujas más brillantes de su generación, pero tenía sus límites, y un Obliviate muy fuerte era uno de ellos.

Los medimagos de San Mungo le habían ayudado en lo que habían podido. Pero ella y sus padres no tardaron en descubrir que había lagunas mentales que eran imposibles de recuperar. Y si bien esto era triste para la castaña, tener a sus padres de vuelta era muy afortunado. Por eso se había pasado los anteriores meses ayudando a sus padres a recordar. Se había autoaislado de la sociedad mágica en uno de los momentos más difíciles de su historia, cuando las tensiones estaban más fuertes que nunca. Y aunque El Profeta era mucho más fidedigno que años anteriores, no podía evitar pensar que toda esa aura de caos solo podía vivirse en primera persona.

Por eso, cuando las lechuzas de Harry y Ron les informaron de que ninguno de los dos pensaba regresar a Hogwarts para, o bien repetir año, o cursarlo, como estaban haciendo muchos magos jóvenes, ella se obligó a analizar profundamente la situación. Sus amigos iban a iniciar sus pruebas para auror, y, obviamente esperaban que ella fuese con ellos.

"Será muy divertido, la pasaremos genial, como en Hogwarts, ya verás" le había dicho Ron sin poder dejar de agregar: "Dicen que la comida es incluso mejor". Harry en cambio, un poco más serio, había aclarado: "Piénsalo, Hermione; ¿Volver a Hogwarts? ¿Al sitio de la guerra donde murieron tantos amigos?". Con énfasis en la palabra tantos. Y No era que ella fuera una insensible sabelotodo, como le había dicho Ron, solamente sentía en su corazón que debía volver a Hogwarts, no solo a completar su año, que era más que importante, sino que había algo que le atraía de ese lugar, tenía cuentas pendientes, como bien habría dicho su padre.

Hermione Granger había pensado tanto y sobre tanto durante esas vacaciones, que la cabeza casi se le funde. Y otra de las grandes revelaciones de esas semanas había sido que ella realmente no amaba a Ron, o al menos no era la clase de amor que ella había creído al principio. Sí, se habían besado en la Batalla Final, no iba a negarlo. Pero no fue la gran cosa, ella creía que la adrenalina había tenido mucho que ver. Y aunque no quiso lastimar a Ron, ella sabía que el muchacho se había deprimido por un tiempo.

Entonces, cuando hace dos semanas atrás le había llegado la lechuza de Ron, Pigwidgeon, con una carta de Molly invitándola como todos los años a pasar una temporada en la Madriguera antes de empezar las clases, Hermione había tenido que decir cordialmente que no. No solo no podía pasarse dos semanas en la casa del chico al que acababa de romper el corazón, sino que lo más seguro era que Harry y Ginny estuviesen por ahí supe acaramelados, sin hacerla sentir más que culpable, y deprimida porque sabía que ni siquiera Ron le amaría tanto. Lo más probable era que acabara solterona y con cuarenta gatos como la Señora Figg. Y vale, estaba divagando. El punto era que no tenía sentido engañarse con que sí, ese sería un año como cualquier otro, que Ron y Harry estarían allí para hacerle compañía, y que lo único importante era aprobar todas sus materias con Extraordinario. Porque aunque seguía fiel a sus costumbres, la guerra le había enseñado que una nota en un pergamino no te preparaba para lo que había haya afuera…


_ ¡Vamos, Papá, que llegaremos tarde!_ el gritó que Hermione dio desde el quicio de la escalera se escuchó en toda la casa. Tenía a Crookshanks firmemente agarrado bajo un brazo y con el otro empuñaba la varita con la cual conjuraba un Levicorpus para mover su equipaje al automóvil.

Media hora más tarde se había despedido de sus padres y aguardaba paciente en el andén 9 y ¾ mientras veía llegar a los alumnos que regresaban al colegio. Le alegró comprobar que eran muchos más que años anteriores, en especial los de primero. De mas estaba decir que la Guerra había acabado.

Como Hermione había llegado a la estación con tiempo de sobra, había subido y bajado ya varias veces del expreso, llevando sus maletas y ayudando a otros alumnos, que al fin y al cabo era su deber como prefecta.

Cuando se hartó de aquello aguardó entre la multitud al grupo de cabelleras pelirrojas que, sabía, no tardarían en aparecer. Lo que vio entonces le dejó momentáneamente atontada, habría jurado que entre la masa de magos eufóricos, segundos antes había una cabellera de un color rubio platinado, casi blanco, perteneciente a un mago en particular, o bueno, a una familia de magos. Pero considerando que la Guerra no había tratado demasiado bien a los Malfoy, ella no creía que Draco fuese a volver. Lo último que había sabido de él y su familia era que habían esquivado Azkaban por los pelos, sobretodo porque ella y sus amigos habían estado a favor de su indulgencia.

_ ¡Hermione!_ una voz la llamó a la distancia y ella apartó la vista del punto sorprendida. Ron corría hacia ella a toda prisa, con su rostro más rojo de lo normal.

_ ¡Ronald!_ dijo una Hermione mezcla entre emoción e incomodidad, el pelirrojo intentó abrazarla pero ella se echo hacia atrás sin miramientos._ ¡Harry! ¡Ginny!_ saludo a los muchachos que venían detrás con la señora Weasley para disimular su esquinazo.

_ ¡Hermione!_ dijo una alarmada Molly_ ¡Pero mira que flacucha estas! ¿Es que tus padres no te alimentan?_ Hermione sonrió ante la preocupación de la bruja por su salud.

Luego de las pláticas habituales de un reencuentro, Hermione miró a una demasiado feliz Ginny abrazada de un deslumbrante Harry.

_ Tienes mucho que contarme_ le susurró por lo bajo en una distracción del moreno._ Tenemos que irnos Ginny, ya es tarde_ agregó con su tono mandón, Le pareció oír un "¿Tarde para qué, mamá?", en voz baja, pero no se giró para comprobarlo.

Ya se estaba yendo, cuando una mano la asió firmemente de la muñeca, reteniéndola.

_ Herms…-¿ese era Ronald Weasley pudoroso?_ Pensaste…pensaste en lo que te dije sobre… ya sabes, sobre nosotros…

_ ¡No hay un nosotros, Ronald!_ exclamó, tal vez demasiado hastiada._ ¡Por favor!_ agregó más calmada_ Tengo que irme._ Y sin más desapareció de la vista del pelirrojo.


Hermione no había querido contestarle de malos modos a Ron, es solo que las situaciones afectivas le ponían histérica y no sabía reaccionar de otra forma. Odiaba tener que rechazarle, aunque fuera lo correcto. ¿Para quién? ¿Para ti?, le chilló una vocecita en su cabeza. Furiosa y con sensación culpable había atravesado todo el tren hasta llegar al último vagón, el de los Prefectos. Apunto estaba de girar la manija para abrir la puerta, cuando alguien se le adelanto desde el lado de adentro.

Sobresaltada, Hermione retrocedió unos pasos.

_ Granger, si serías tan amable de apartarte, me ocupas espacio.-aún sin necesidad de ver aquel rostro pálido de cabello rubio claro y ojos grises supo quién era. Hermione habría reconocido aquella voz arrastrada y fría inclusive en sueños, bueno, no tanto. ¿Estás segura de eso?, otra vez la molesta voz. Automáticamente, sus ojos vagaron hacia Draco Malfoy, de pie delante de ella. Era consciente de que él no le había faltado el respeto, ni parecía tener la intención o motivación.

La guerra le había cambiado, estaba más pálido y delgado, si cabe, como todos, pero había madurado de golpe en poco tiempo. Atrás quedaba el niño caprichoso y malhablado, ahora era tan solo un hombre que sufrió demasiado. Un hombre apuesto, notó sobresaltada. ¿Ella fijándose en Malfoy?

No se había dado cuenta de que había pasado todo el rato en una muda contemplación hasta que la tos intencional de Malfoy la devolvió a la realidad. Se sintió enrojecer hasta las orejas.

_ Ehh…Sí, ¿Qué tal todo, Malfoy?_ Balbució. ¡Estúpida! ¿Por qué había dicho aquello? Lo más probable era que Malfoy no quisiera ni verla, solo estaba tratándola como persona por vez primera. La chica estaba segura de que le odiaba, después de todo ella había contribuido considerablemente a la derrota de su familia. Y en todo caso, responderle "¿Qué tal todo?", no hacía falta ser una sabelotodo para saber que no muy bien. Salvado por los pelos de Azkaban, su tía asesinada y lo que quedaba de su familia repudiada. Sí, no parecía agradable.

El chico ahora se había parado y le observaba atentamente, como sopesándola. La chica se preguntó si debería sacar su varita, cuando entonces Malfoy esbozó una de esas sonrisas artificiales tan suyas, de lado.

_ Excelente_ respondió_ el mejor verano de mi existencia_ alegó sarcástico. Si Hermione no le hubiera conocido mejor, habría jurado que la alegría era auténtica.

_ Genial…_ dijo sin querer arruinar el trato civilizado. Cuando el rubio le preguntó con aparente interés por el suyo, eso fue demasiado para Hermione, quien chillando un pávido "Bien", había salido corriendo a toda prisa de allí, olvidándose de entrar al vagón.


Draco miraba divertido el lugar donde minutos antes se había topado con Hermione Granger. Ante todo pronóstico, no habían discutido. Quizás solo era suerte, mas él ya no creía la mayoría de los ideales que años anteriores había profesado a pies juntillas:

La guerra le había enseñado que todos los magos, más o menos dignos, eran seres humanos. Incluso los tontos muggles, y matándolos no se solucionaba nada. Los problemas de los sangre pura eran más prejuicios que otra cosa.

Además, no podía darse el lujo de ir maltratando alumnos por ahí el primer día de clases. A ninguno de ellos. Todas las miradas estaban puestas en él, el mortífago, esperando la excusa perfecta para sacarlo a patadas del colegio.

La muy rencorosa de McGonagall le había impuesto la peor de las condiciones para volver a Hogwarts, Draco ni siquiera podía pensar en ello sin sentir nauseas.

Que estuviera arrepentido y limitado no implicaba que él iba a ceder ante las locas proposiciones de la anciana. Aunque Narcissa no había opinado lo mismo. "Lo harás", había dicho sin más, zanjando el tema. Y Draco rumiando había tenido que aceptarlo.

Volviendo a Hermione Granger, Draco se preguntaba en que habría estado tan ensimismada que ni siquiera se había percatado de su presencia hasta que él había llamado su atención. La parte buena era que había podido repasarla detenidamente sin ser importunado. La chica estaba cambiada, eso estaba claro. Ya no era la sabelotodo petulante que se las sabía todas, y Draco sospechaba que parte de ese honor se lo llevaba su muy amada y queridísima, para matarla, tía, que en paz descanse, Bellatrix Black.

Después de la tortura que él había presenciado en su sala de estar, no había conciliado el sueño en semanas, a veces, hasta oía los gritos de la chica en su cabeza, y sus propios pasos amortiguados corriendo a traer al duende, para que les sacara de aquello.

Quizás por eso, quizás porque le debía varias, Draco no había molestado a Hermione Granger el día de hoy. Aunque finalmente no había podido resistir a la tentación y le había preguntado por sus vacaciones a la Griffindor.

La expresión de pánico en aquel rostro de armoniosas facciones no tenía precio.

Aún riéndose, Draco Malfoy se alejó con paso firme al compartimiento de unos de primero para conseguirse unas ranas de chocolate. Después de todo, Draco Malfoy era Draco Malfoy, y ser una embustera, farsante y escurridiza serpiente era su elemento. Aunque, según la loca de McGonnagal también lo eran las Artes Oscuras.

Pobre Hogwarts, pensó para sí mismo, que bajo había caído su colegio si el mismo iba a ser todo cuanto tuvieran a la hora de aprender a defenderse de los magos tenebrosos.