note. Esto sale de mi mente, de un día de calor y de esa certidumbre de saberte perdido y sin nada que hacer.

para Etheral, brielle y theblueblitzkrieg. os amo.

1.

—lo malo del principio es que termina en fin.

"El primer paso para solucionar un problema, es aceptar que tienes un problema."

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It's my fault when you're blind
It's better that I see it through your eyes
All these thoughts locked inside
Now you're the first to know

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—Necesito droga. Y la necesito ya.

La frase se hace corta y se expande despacio en el aire viciado. El pequeño apartamento está lleno de bártulos de naturaleza indecible, ropa sucia en el suelo (no, no es una alfombra guay), botellas de ron vacías, ceniceros con forma de elefante llenas de cenizas, un par de bolas de pin-pong y media docena de sujetadores con lentejuelas que, de manera poco decorosa, andan prendidos del cochambroso ventilador del techo. En el aire se puede oler ese inconfundible hedor a sudor que se te condensa sobre la piel cuando el calor pasa de apretar a asfixiar. Es penetrante y acre, del tipo de aroma que se te desprende del cuerpo cuando has agotado hasta la última gota de paciencia y tal vez hasta le debas un poco a Dios. Ni libros, ni películas, ni series de televisión… . Nada. El panorama se presentaba duro, poco alagüeño y extremadamente aburrido, y a Karin no se le había pasado por la mente mejor forma de despegarse del sofá que arguyendo que necesitaba algún tipo de sustancia alucinógena o excitante para no morirse del puto coñazo que se había convertido el sobrevivir en aquel ambiente tan deprimente.

Sale del comedor en bragas, mirándo casi extasiada de desconocimiento como sus rodillas huesudas se marcan en la piel pálida y llena de moretones. Sakura no ha reaccionado ante su demanda de estupefacientes, con el pelo sudado y húmedo, rosa, recogido en una par de coletas altas, con mechones sueltos pegados a la frente redonda. Le da un breve vistazo a Karin cuando desaparece por el pequeño pasillo en dirección a la cocina. La indumentaria de Sakura es para tirar cohetes de feria. Los stockings agujereados que se le pegan a la carne blanda de los muslos son un regalo de sus quince, por parte de su madre. Lleva un sujetador blanco de media copa desabrochado, un pantaloncillo de flores deshilachado color crema y unas gafas de pasta muy gruesas le resbalan por la nariz. Teclea rápido mientras le da sorbos cortos al bote de cocacola de cereza que reposa, ya caliente, en el escritorio. Tiene que terminar su maldito trabajo de fin de año y aún no va por la mitad.

En la cocina, observando a Ino dormir sobre la mesa de la terraza, bajo la sombra del toldo, Karin con sus bragas de encaje agarra una cerveza y devora un paquete extra grande de golosinas. Lleva todo el pelo agarrado en varias trenzas enlazadas unas con otras en lo alto de la cabeza porque a Ino se le ocurrió que en lugar de estudiarse su lección, era mejor profanarle el cuero cabelludo hasta que le doliera como el carajo.

Bosteza Ino. Maldice Karin. Y Sakura teclea aún más deprisa en su ordenador, lo aporrea y termina cagándose en la puta madre que parió a la profesora, aplastando la lata de cocacola, y entrando en la cocina con los ojos turbios y algo embriagados de Karin fijos en sus gafas de pasta, ahora en la cara redonda de Sakura.

Karin le lanza un gesto con la mano libre mientras una golosina se le resbala por los labios llenos. Sakura bizquea, le tiende las gafas y se da cuenta del cuerpo vibrante de Ino postrado en la mesa de la terracita, bajo a los parterres de flores.

Mira a Karin y luego, despacio, se sienta en la encimera a su lado, con los muslos blancos y húmedos tocándose.

—¿Te queda algo de esa droga?

Karin sonríe dándole un último sorbo antes de pasárselo a Sakura, que vuelve a masajearse las sienes.

—Seguro.

Se relajan con el sol de las seis de la tarde reflejándose en el vientre de Ino, que, junto a la peonías y las camelias, dormita en silencio.

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Los vecinos de Sakura están encantados de que Ino y Karin se hayan mudado con ella. El piso es pequeño y con las tres todo el día allí encerradas el aire aún está más viciado que de costumbre, el sol pega fuerte todo el día y las dos habitaciones se vuelven un cocedero, del que se refugian sentándose en el salón a escuchar algo de jazz en el viejo reproductor de vinilos que Karin había conseguido salvar de su madre cuando se largó de casa. Lo único bueno que tenía aquella ratonera en la que se habían refugiado del exterior era la enorme terraza desde la que se veía toda la parte oeste de la ciudad. Ino, Sakura y Karin se pasaban las tardes de aquel caluroso verano hablando, fumando hierba y bebiendo cerveza hasta altas horas de la madrugada, amparadas bajo la luz de la luna, las estrellas y la fragancia de las peonías en flor. La mesa de madera sobre la que Ino se tumbaba a tomar el sol hacía las veces de cuartel general, dónde Karin solía poner en práctica sus intrincados experimentos para sus lecciones de química avanzada. Sakura se apresuraba a escribir su tesis de fin de año, se le acumulaba el trabajo y terminaba emborrachándose y escribiendo todo tipo de genialidades que, al día siguiente, no le parecían para nada fascinantes.

—Esto me va a terminar matando, te lo aseguro —volvían a ser las seis de la tarde, los mismos stockings agujereados, las gafas de pasta de Karin sobre su nariz, y la maldita coca-cola de cereza. En el sillón y con un botellín de cerveza entre las piernas, Karin pasaba los dedos distraídamente por el cabello de Ino, que a medias escuchaba música, a medias que observaba con ojos vacíos en culebrón de la tarde—. Esa zorra que tengo por profesora es una malfollada. No para de agobiarnos con los créditos del proyecto. Y el otro día Naruto le preguntó educadamente por el decálogo que había que usar en el último paso, y la tía va y se pone a gritarnos que si somos unos inútiles, que si no nos enteramos de nada y no qué cosa…¡MALDITA MIERDA!

Sakura resollaba cuando Karin se levanta a coger un pequeño bote de salsa del alero, junto al mueble de bajo la tele. Ino gruñe cuando su cabeza se choca contra el cojín del sofá, pronto, Karin está de vuelta y vuelve a ronronear.

—Deberías mandarla a paseo de una puta vez. Haz como yo, te olvidas de ir a clase y tener que chuparles la polla a los profesores —Karin se mete la boquilla de la salta de tabasco en los labios, impasible—.Acabé muy hasta las narices de que las algunas se llevaran las mejores notas por hacerles carantoñas a los profesores. Deja la evaluación continua Sakura, es puro masoquismo. Si sigues así, vas a terminar transparentándote.

Ino resopló.

—Corazón, escucha a Karin. Queremos lo mejor para ti —siente los ojos tornasolados de Ino en su nuca. Sakura deja de teclear y suelta un quejido bajo y húmedo—. Y deberíamos salir por ahí. No sé, igual encontramos algún dulce chambelán de esos y nos pones las pilitas.

Sakura soltó una risita ahogada, estornudó con las burbujas de coca-cola saliéndole por la nariz.

—Habla por ti, yo soy virgen como la madre de Jesús Cristo —Karin suena apesumbrada.

Sakura frunce el ceño.

—Y no nos lo explicamos, en serio.

—Qué le voy a hacer, el único hijo de puta con el que me habría abierto de piernas se va tras un par de tetas bien puestas —la voz de Karin es como una cama de agujas y suena oxidada, como si fuera pronunciada por una de esas abuelas octogenarias y drogadictas de la televisión. Agarra el dedo de Ino y contesta—. Y no me vengas ahora con que mis tetas son de ensueño. Una puta tabla de planchar tiene más curvas que yo.

Aquello parece exaltar a Ino.

—¡Corazón! Aquí la que tiene cuerpo de infante es la frentona —señala a Sakura y a sus pantalones de flores. Gruñe y le lanza a Ino una mirada airada—. No me mires así, tus pechos están igual que mi tarjeta Golden Flower a fin de mes. ¡Sin curva!

—Mis tetas deberían traértela fresca, cerda —Sakura golpea su ordenador con furia—. Llevo demasiado tiempo metida en este puto agujero infernal, el maldito técnico del aire acondicionado dijo que vendría esta mañana… . Casi estoy planteándome eso de salir a dar un paseo o algo...

—Entonces…¿ qué os parece si nos pasamos por el Baratz? —la sugerencia de Karin hace que Ino brinque de su hueco y salga disparada al cuarto, bailoteando.

—¡Hoy toca el grupo de Kin-chan! ¡Es nuestra oportunidad de pillar!

—Eh, ¿perdón? —es Sakura, con el ceño fruncido y la frente cruzada—. Con este calor horrible no tengo ganas de pensar en nada sexual. Además, ya tengo a Sasuke…

Se sonroja cuando lo dice.

—Sakura la mata libido — ,la voz de Ino llega lejana, desde el retrete.

—Que os jodan. Yo no he tenido de eso hasta hacía dos meses.

—Karin, amor. Tu capricho con el esquizofrénico roza lo enfermo, ¿vale? Y no hablo solo por mi, frentona también me secunda, ¿cierto? —el tecleo psicótico ha dejado de llenar el espacio tenso del salón de estar. Sakura y sus stockings de agujeros están en el campo de visión de Karin.

—Mierda, verdad de la buena. Ese tipo no sabe hacer la o con un canuto. Ni te cuento ya follar ¡Por Dios bendito! Hay que hacerle un maldito mapa para que sepa dónde meterla. Es horrible.

Ino suelta una risita cascada y maligna, su aparición estelar por el pasillo deja a Karin deseando guardar su ropa interior en sitios más escondidos…las ligas verdes que lleva Ino fueron un capricho de sus dieciocho.

—Sigo pensando en que necesito echar un polvo.

—Y yo.

—Sakura, tu a callar, que chasqueas los dedos y el depravado de tu novio aparece como por arte de magia…—Ino hace una pausa dramática—.Será verdad lo de que eres una bruja.

—Cierra la bocaza cerda.

—Que te jodan, frente de marquesina.

—Eso quisiera yo.

—Por fin aceptas lo evidente, ¡tu novio no te satisface! —Ino suena triunfal.

—Chicas —Karin habla.

—Silencio Zanahoria.

Karin reflexiona sobre ese insulto.

—Daltónicas. Mi pelo es rojo, no naranja, nadie encuentra sexy el pelo naranja.

—Seguro que a tu amiguito el de los dientes eso no le importa.

—¡Eh!

—¡Chicas!

Karin e Ino se miran.

—Lo siento.

—Perdona.

—Vale, vale —Sakura se masajea las sienes con el dedo índice, resume el contenido esencial de toda aquella conversación, y finalmente habla—. Vamos para el Baratz.

Tarda dos horas y cuarenta minutos en ducharse, vestirse y maquillarse. El reloj marca las nueve y diez de la noche cuando abandonan el pequeño salón.

Afuera, en la noche, se oye el crujir hueco de un grillo romper el silencio.

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Fin 1/?