Inspirado en el OST 5 | OST 24 | OST 8 | De Kamisama Hajimemashita 2. Link en mi perfil.

A Andreea Maca, con todo mi cariño. Por ser la persona adorable y amable que es, por el apoyo a estas letras y porque sé lo mucho que ama a cierto personaje. Eres un sol (:


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Especial de Año Nuevo

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| El oro de las cicatrices |

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"El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos."

Ernest Hemingway.

I.

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Tengo una historia escrita en un diario.

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Sobre unos niños que nacieron de una cosecha de libros. Donde sus semillas fueron sembradas en un alfombrado piso, sin ningún tipo de fertilizante de su tipo o algo que menguara el golpe tras ser abandonadas. Entre miles de repisas con un millón de libros e historias más. Entre nubes ardientes y batallas victoriosas de grandes historias de ficción estaban ellos dos. Sin un libro al cual pertenecer, sin una historia que contar, sin recuerdos que compartir.

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A raíz del abandono y de la soledad, el primer libro, que inició siendo solo pedazos de papel sin armar, comenzó a hacerlo. Arrastrando sus hojas, resintiendo las noches frías, juntó las primeras letras del nombre que años más tarde se le daría. Y de esas primeras hojas a medio coser nació un niño. De carne y hueso, de dolor y esfuerzo, de frío y de hielo. Con un deseo por escribir miles de versos para engañar a su soledad, esperó con paciencia a que del segundo libro emergiera alguien similar.

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Por mucho tiempo solo habitó él. Entre sueños y fantasías, entre historias que no le pertenecían, esperando a que de esa semilla alguien finalmente le hiciera compañía.

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—Quiero a alguien con quién jugar —las Leónidas en el cielo nunca se animaron a contestarle cada noche al pedir su deseo. Estaban ausentes y silenciosas, viéndolo a él sentado bajo el cerramiento de la única ventana abierta del pequeño mundo en el que solía habitar. Meciendo sus pies hacia adelante y hacia atrás en símbolo de la añoranza y de la espera que llevaba ya por tantos años—. Por favor, apresúrate a nacer —pero esa noche especialmente, cayendo rendido de tanto pedir, las hojas sueltas a su lado se comenzaron a mover.

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II.

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Esperó la llegada de la primavera con impaciencia, pero antes de eso ocurrieron otros sucesos inolvidables.

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La segunda semilla había brotado. El segundo libro había abandonado la antigua forma de solo ser aquellas hojas sueltas y se había unificado también. El niño le sostuvo entre sus brazos sintiendo lo frágil que era su pasta junto a la poca resistencia que tenían sus hojas. Lo hojeó con cuidado topándose con la certeza de que estaría en blanco. Tal como él, su historia no estaba escrita. Sin embargo, con la misma certeza de saber que él había nacido de un libro, esperó. Esperó mucho tiempo. Y siguió esperando. Durante toda la mañana, durante toda la tarde, durante toda la noche.

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Pero la tercera certeza fue cruel.

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—¿No vas a nacer?

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Dentro del país de los libros permaneció llorando encima de aquél libro del que esperaba ver a alguien más nacer. Sin poder detener sus lágrimas ve que sus manos se han extendido solas y lentamente se comienzan a mover dándole la vuelta a lo que sostiene, pretendiendo escuchar risas y carcajadas a detenerse y darse cuenta que el silencio es muy doloroso. Apañando su languidez tiernamente lo abraza percatándose de que hay un par de letras grabadas en el frente.

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—Sakura… —murmura con la voz cargada de una ternura que no puede ser maleable ni mal vista—. Te estoy esperando.

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Y la espera se hace menos dolorosa ahora que sabe que alguien está a punto de llegar.

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[Sasori]

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III.

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Dentro de ese libro se encontraba ella junto a las cicatrices de su alma.

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Estaba la raíz que tardó mucho años en fortalecer, el tallo que no se animaba a crecer, los pétalos que por muchos inviernos se tuvieron que sostener. Cuidé de ese libro cuando aún era tan solo un par de hojas sueltas sin sentido. La añoré aun sin su nombre conocer. Cuidé de ella desde que tuve la fuerza para reparar los daños que el tiempo le propiciaba aun sin nacer. Cuando el viento las desprendía y las escurría por todo ese mundo que nos pertenecía. Por encima de un anaquel, debajo de la alfombra, o simplemente regándolas por doquier.

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—Está bien, Sakura. Coceré nuevamente tus hojas —aun cuando en ellas no hubiera ni siquiera escrita una sola palabra.

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IV.

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"Hoy será el día. Hoy nacerá"

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Cada vez que repetía la misma frase, nada sucedía. Mi figura ya no era la misma. El cabello se me había teñido de rojo y los ojos de caramelo. Los pantalones parchados ahora eran dos veces más pequeños que cuando nací del primer libro. Mirándome en el reflejo de la ventana que me daba vista al cielo solo se me ocurrían preguntas similares a las de un simple payaso quitando el aburrimiento de las demás personas. Pero eran puras, inocentes, reales. Eran lo más cercanas a una conversación que podía tener con ella.

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—Espero que te guste el color de mis ojos.

(…)

—Mi cabello es rojo. Te dejaré acariciarlo.

(…)

—Me pregunto, ¿cómo será el tuyo?

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Y arrullado entre preguntas y cariñosas respuestas del sonido de sus hojas moverse, a la mañana siguiente sucedió.

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V.

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Pero me di cuenta que era más frágil que yo. Con un cuerpo humilde y un corazón que latía a un ritmo más lento que el mío. Que su andar era tambaleante y su hablar impreciso. Sakura estaba rota, estaba incompleta pero eso no la hizo menos amada por mí. Le faltaban piezas, le faltaba un corazón. ¿De qué manera podría repararla? Sin darme cuenta hice de Sakura mi marioneta. Mi dulce muñeca.

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De párrafos de libros ajenos quise reconstruirla. De libros empolvados y empaquetados en una caja, guardados en un estante oscuro, pensando que a la mañana siguiente emitiría algún sonido, tendría ganas de bailar y cobraría vida. Que celebraría una fiesta de té en el jardín y el resto de las flores la verían danzar. Pensando que crecería, juraría amor eterno a algún hombre, se casarían y festejarían ruidosamente junto a la comparsa de otras almas vivientes. Era maravilloso pensar así pero en el fondo deseaba que nunca lo hiciera, que nadie más se fijara en ella, para que de esa manera nadie pudiera lastimarla.

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—Vamos, Sakura. Estoy aquí.

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Sus primeras palabras se manifestaron la misma mañana en que la primera nevada se asomó por nuestra ventana. Y sus ojos resplandecieron como dos libélulas sobre la superficie de un lago a media noche. Brillantes pero inquietas. Sus primeros pasos y sus primeras caídas fueron amortiguados por el amistoso pasto de ese jardín que era solo nuestro; y sus primeras sonrisas se las dedicó al primer botón de cerezo que brotó luego de que acabó el invierno.

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—¿Sasori?

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—Dime.

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Recostados encima de las hojas que nos pertenecían y que ahora pequeños y cortos párrafos tenían, solíamos hablar antes de dormir. A veces me preguntaba qué tan largo crecería su cabello con el paso de los años. ¿Alcanzaría para rodearnos a ambos o algún día se lo cortaría? ¿Seguiríamos creciendo o permaneceríamos siendo niños? Éramos eso, dos niños nacidos de hojas blancas con historias a medio contar aún. Pero Sakura era especial. Con el paso de los días se desgastaba más. A veces era su voz la que se perdía, a veces su piel era la que fría se sentía, a veces era su corazón el que no sonreía.

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—¿Por qué soy defectuosa?

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Esa fue la primera vez que lloré a su lado.

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Que la abracé sin poder responder. Que las primeras hojas de la mitad de su historia se rasgaron y que no había manera en que yo pudiera repararlas o pegarlas. Esos fragmentos de ella se dispersaron por el cielo, perdiéndose, y aquello se repitió por varios años más. Sakura fue perdiendo más que solo pedazos de sus hojas, fue perdiendo sonrisas y el resplandor que la caracterizaba. Y ambos nos desgastamos como cuando un libro no es usado en mucho tiempo o es abandonado.

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Habíamos nacido como espejos hechos del cristal más trémulo en el mundo. Mismo en el que nos reflejábamos, a veces fiel, a veces deformado.

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—Sasori —alcé los ojos esa vez, y luego de dieciséis años la volví a mirar bien. Seguía en una pieza pero sus hojas cada vez estaban más amarillentas y raídas—. ¿Vas a responder a mi pregunta alguna vez?

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¿Cómo se le miente a una dulce marioneta? Dejé de preguntarme cuando la historia dentro de mi libro cumplió diecinueve años; cuando los hombros se me hicieron anchos y mi altura se volvió mayor pero no tanta como la de un árbol. Cuando comencé a leer las historias del resto de la compañía que estuvo siempre a nuestros ojos desde el día en que nacimos. Descubrí que ignorarla, a medida que preguntaba cosas más complicadas, era una manera de sentirme menos inútil. No era que me estuviese volviendo insensible, solo prefería fingir que nada pasaba y que Sakura tarde o temprano se recompondría de esa extraña anomalía.

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O quizá simplemente esperaba encontrar –dentro de esos libros- una cura para volverla la niña sana y feliz que era hace unos años.

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—Sasori —la observé detenidamente ante tanta insistencia. Cada vez más pálida y delgada. Entrecerré los ojos. Era como si las páginas de su libro se estuviesen disgregando, como si la vida que emitía ese libro, mismo que la tenía atada, ya no fuera suficiente—. Cuando yo ya no exista, ¿seguirás aquí? —me estremecí.

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—¿A qué te refieres? —la contemplé, y vi en ella un gesto de pura tristeza. No por ella, sino por mí.

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—¿Seguirás aquí…atado a esas páginas?

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Aquella vez no lo entendí, que Sakura volaría y yo me quedaría aquí.

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VI.

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Nos desgastamos. Nos cubrimos de polvo. Nadie se atrevía a escribir en nosotros, así fue durante varios meses más, hasta que alguien ajeno a ella y a mí trazó una línea visible sobre la tapa empolvada del libro de Sakura. Y la devolvió a la vida.

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[Normal]

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El amo de las marionetas los observó detenidamente, los observó todos los días, observó cómo su más querida marioneta trazaba un camino lejos de él. El titiritero sabe el destino de sus marionetas, y sabe también en que momento no entrometerse. Sabe en qué momento soltar los hilos y dejar que otra fuerza universal sea quien le de vida a su más entrañable muñeca.

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—¿Y te duele? —pregunta su curiosa, pequeña e inesperada compañía sentada a su lado. Esa a la que le ha hablado durante toda la noche mientras están sentados en el espacio que alguna vez compartió con su dulce muñeca. Él acaricia su cabeza, y la niña solo se arrima para sentirlo más cerca. No hay Leónidas esa noche, solo hay un jardín cubierto de nieve y un silencio que no incomoda.

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—¿Qué cosa?

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—El corazón.

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Las marionetas no tienen corazón, eso pensó una vez al no percibir nada más que un cuerpo vacío en Sakura. Pero estaba equivocado en ambas historias. En la que acababa de contar y en la que vivió hace unos años. Solo los que con el corazón miran y aman, se convierten en marionetas. Sakura estaba más viva que cualquiera, y la prueba más grande era que había sido capaz de engendrar una vida más. Algo de lo que él nunca sería capaz, ni aquél hombre que a su lado ahora comparte mil 'te amo'.

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Y con los ojos ciegos, con la incertidumbre de que algún día alguien que no fuera él cortara esos hilos y la mantuviera viva y sin necesidad de ellos, se preguntó que debió de haber respondido el muchacho que lo representaba a él en aquél cuento.

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"—¿Seguirás aquí? ¿Atado a esas páginas?"

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Hizo lo mejor que pudo con ella pero su tiempo de volar a manos de otro hombre, uno que la amara y la procurara tanto como él la soñó antes de nacer, llegaría tarde o temprano. Y ella no quería que viviera una eternidad atado al pasado.

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—No realmente —contesta, absorbido por la quietud de esa noche silenciosa y de los sentimientos que a nadie le ha mostrado jamás.

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—Entonces…¿Por qué lloras como si estuvieses roto?

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[Sasori]

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Traspasando las barreras de cualquier lógica me miré a mí mismo dentro de un vórtice de recuerdos, me miré dentro del cuento que a mi pequeña compañía le acaba de relatar. Y me vi roto. Me vi solo. Me vi añorándote en cada una de las estaciones, sentado viendo como cambiaba el color de las hojas, como un día amanecía soleado y al otro nublado. Me vi esperándote en el cuerpo de un niño que amaba ver las Leónidas.

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Y una vez que naciste me vi suplicando por tu salud, me vi siendo fuerte, me vi siendo frágil, me vi siendo algo más que un niño que nació de un libro. Y recordé las palabras faltantes que vinieron después de la pregunta que nos hicimos cuando tenías dieciséis.

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"—¿Por qué me preguntas eso?"

"—Porque tú me reparaste. Y sé que tú también estás defectuoso como yo."

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No. No era ella. El defectuoso siempre fui yo. Su corazón siempre fue frágil pero su espíritu era el doble de fuerte, como las raíces de un sauce en pleno renacimiento, como los rayos del amanecer cayendo directo en los ojos; hizo que se desataran los hilos del pasado que la amarraban a ese libro y tuvo la fuerza para volver a danzar con una bella sonrisa en los labios junto a una luna reflejada en sus iris. Y yo me quedé solo, con la compañía de mis lágrimas, siendo su incondicional y fiel sombra.

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—Yo también quiero ser reparado —murmuré dos veces, endeble como una hoja, bajo mi propia voz y bajo la voz infantil del niño presente en el cuento que había creado.

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"—Te lo mostraré algún día, que de una persona rota puede nacer una más bella y hermosa. Que aunque estemos rotos nuestro valor no es menos corto"

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—¿Tío Sasori? —Y he sido traído de vuelta al presente, lejos de los fantasmas de mi mente, volviendo a ser como cualquier niño indefenso—. ¿Tío Sasori no sabe caminar? —pregunta con la inocencia de su edad, preguntándose también si la comida que ha preparado Shion me ha caído mal una vez que mis rodillas, en un intento en vano por ponerme de pie debido al llanto, fallaron dirigiéndome al suelo con fuerza. Reí sin el temor de ser juzgado y con tantas lágrimas que en mi vida había brotado.

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—No le vayas a decir a tu mamá. ¿Vale? —asiente, y ahora es cuando estoy listo para ser reparado—. ¿Puedes enseñarme?

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De repente ya no quedan huellas, sino grietas, y ninguna de ellas duele porque han comenzado a ser rellenadas con oro. Como un adhesivo fuerte, o como la fuerza de gravedad, mi pequeña compañía me arrastra al jardín. Y en lugar de llorar e intentar consolar mis dolores y defectos, ella los celebra. No es el viento lo que me mueve, es esta niña de corta edad. Recogiendo mis pedazos, riendo mientras baila conmigo y los va juntando, y con hilo de oro borda mis cicatrices y repara lo que antes estaba roto.

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Aun siendo pequeña esta mano tiene una gran fuerza. Llevándome hacia donde los recuerdos son preciados y hacia donde la tristeza también lo es. Comenzamos a andar bajo la misma nieve que una vez nos vio a Sakura y a mi caminar. Las estaciones cambian y esta niña es el nuevo viento que está soplando, es el nuevo brote en las ramas de un árbol, es prueba de que hubo sonrisas reflejadas en el pasado y también llanto.

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Yo no era exactamente la mejor persona del mundo, pero tenía mis luces y sombras. Vivía con el puñado de recuerdos que existían en un viejo libro, desgastándose con cada viaje de mi memoria de nuevo al pasado. Pensando en sí la vida me había calificado como un buen hermano. En que permanecer atado al pasado dentro de ese pequeño espacio no era tan malo cuando lo que necesitaba era también ser escuchado incluso si fuera por la persona menos insospechada.

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—¿Te duele? —se refiere al corazón. Nos hemos detenido en medio de los copos de nieve, de pie compitiendo por quien tiene la nariz más roja y quien da al otro un apretón de manos más fuerte.

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—Un poco —confieso, sonriendo—, pero parece que ya está sanando —con un gesto pide que me agache—. ¿Qué pasa?

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—No importa si duele. Mamá dice que eso es prueba de que estás respirando —respingo, conmovido, y soy incapaz de seguir pretendiendo ser fuerte frente a esta niña de escasos años e inocencia inmaculada. Sakura tenía razón; una persona rota es ridículamente conmovida por cualquier cosa, es vulnerable y llorona, es caprichosa y humana. Y esta niña es un ser irrompible que me ha levantado y reparado con su ternura—. Oye, ¿de qué tamaño es tu corazón?

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—¿Tamaño?

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Y con sus dos pequeños brazos para nada largos, los extiende, y pienso que son los más grandes del mundo cuando me mira sonriente.

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—¡Tengo un corazón que no cabe en este mundo! ¡Así! ¿Y tú?

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¿Y yo? , yo pienso que una persona rota nunca deja de ser sorprendida.

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VII.

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Nacemos intactos pero con los años nunca seremos los mismos. A veces con piezas escondidas que nos hacen sentir que estamos inconclusos. Como un rompecabezas que es constantemente deshecho para volverlo a armar. Piezas perdidas debajo de las alfombras, entre páginas de un libro, en cajones y rincones, es historias o sueños, en el corazón de los que no han nacido, en el corazón de un niño.

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La última vez que el sitio menos recordado para dormir había sido usado, ahora para Sarada era el sitio más acogedor y menos frívolo del mundo. Sobre mis largas piernas sueña esta dulce muñeca, luego de haber hablado toda la noche sobre temas que quizá ella no recuerde mañana o en un par de años, en este espacio en el que muchos inviernos vi a Sakura resguardarse entre libros de texto. La escena se ha vuelto tiernamente similar a la del cuento.

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—¿Sasori? —Sakura finalmente llega a la casa, asomándose por la puerta del estudio se filtra su silueta—. Lo siento, llegamos un poco tarde —se disculpa aunque en realidad fue mi idea el de cuidar a Sarada mientras Sasuke y ella se demoraban en empacar sus pertenencias y en salir a comprar un par de cosas para el viaje de regreso a Ishikari.

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—No importa —murmuro bajo.

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—¿A sucedido algo bueno?

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—¿Por qué lo dices? —y no hace falte que pregunte más pues su mirada y su sonrisa son más que suficiente para que capte la idea.

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Me quité el apellido y dejé solo mi nombre. Me quité la máscara y me convertí en solo un hombre con cicatrices. Me quité la inseguridad y dejé que Sakura ganara nuevamente. Dejé de pretender ser grande y valiente, y me volví vulnerable. Sentado en el suelo del estudio, con la espalda pegada a la ventana y con solo una frazada cubriendo lo necesario, estoy abrazando a una adormitada Sarada pero también estoy abrazando, dentro de mis más preciados recuerdos, a una pequeña Sakura luego de haber tenido un mal sueño en donde seguramente papá y mamá no volvían.

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Y ahora ella me está abrazando a mí, valorando cada cicatriz del hueco que hay en mi corazón, mismo que ella sanó y que es prueba de vida igual.

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—Ganaste —siseo, escondiendo mi rostro en su cuello una vez que se ha colocado de cuclillas para darme un beso—. Tienes una hija muy astuta.

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—No —ríe—. Quizá ella tiene un tío muy sensible.

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—Tío Sasori…. —Sarada murmura, sonriendo, pareciendo tener un grandioso sueño.

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VIII.

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Tengo una historia escrita en un diario.

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Sobre él. Sobre ella. Sobre ésta niña y sobre mí también. Sobre quien habita y atesora su propia historia. Sobre muchas tazas rota. Sobre grietas que son hermosas.

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—Cuando te rompas. ¿Puedo volver? —la mano tierna que poseía una gran fuerza quizá ahora no se percate de lo fuerte que va a llegar a ser.

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Sonrío, pues mi pequeña sobrina aún tiene largas historias que contar,...

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—Todas las veces que quieras.

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...y yo también.

"Tengo una historia escrita en un diario.

Sobre unos niños que nacieron de una cosecha de libros.

Sobre cicatrices que se siguen viendo pero...

que ahora son adornadas de oro"

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FIN.


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A favor de la Campaña "Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo.

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Leónidas*: La lluvia de los meteoros (o lluvias de estrellas fugaces).

Kitsungi: El kintsugi es la práctica (técnica japonesa) de reparar fracturas de la cerámica con barniz o resina espolvoreada con oro. Plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarse. Así, las cicatrices son las que embellecen el objeto.

Notas.

...entonces creo que las palabras sobran para explicar lo que trato de decir.

Pensé en esto, y en la forma en que se puede aplicar en una persona. Cuanto está roto puede ser todavía aún más bello. Y aquí Sasori es la taza rota, y Sarada es el oro. Quise resumir su vida desde el nacimiento de Sakura y como él también fue rompiéndose. De como su alma, -nuestra alma-, queda llena de arañazos irreparables e incluso cruzada por grietas y heridas que nada ni nadie pueden restañar. Pasado un tiempo, la vida sigue.

Los japoneses tienen la creencia de que cuando alguna cosa ha sufrido un daño adquiere una historia personal y única que la hace más hermosa. El Kitsungi trata de eso, de reparar con oro, pero no de borrar. De como, en este caso una persona, no trata de ocultar o disimular los daños o las grietas (como una taza) sino que resalta los defectos para transformarla otra vez, eso sí, en algo completo.

No sé. Fue algo que había leído hace muuuucho tiempo en un blog. Además que saben de sobra que soy fanática de todo lo que tenga que ver con Japón xDD , y este pequeño escrito, creo yo, que resalta lo que muchas personas sentimos (me incluyo), y creo que en este año que ya casi se acaba, o quizá también a lo largo de los años de mi vida, he recibido muchas heridas, muchas grietas, pero han sido sanadas. Han sido cubiertas de oro, y las muestro con orgullo.

Otra cosa que quise transmitir con estas poquitas letras, y que definitivamente para mi lo hace sumamente especial, es la espera de un hermano. Me proyecté he de confesar xDD y en algún punto tuve que dejar de escribir. Recordé lo mucho que yo esperaba a mi primer hermano. Lo mucho que la pedí. Lo mucho que la deseé. Y me volví Sasori tras Sakura nacer. Quería protegerla de todo, quería hacerlo todo por ella, cuando en realidad tenía que dejar que empezara a crecer. Tenía que dejarla ir, como un padre ve volar a sus hijos.

En fin. Pienso que todas las personas estamos rotas, pero hemos sido resanadas por oro y nos hemos hecho más valiosas de lo que somos.

No se que me depare el 2016. Quizá mas grietas, pero espero que también me espere oro para poder sanarlas. Y que el Kitsungi sea mas que arte para reparar tazas de cerámica.

Solo me resta desearles feliz año! ¡Gracias por un año más conmigo! En verdad, no se como agradecer el cariño tan grande que me han transmitido, y mucho menos las grandes amistades que he obtenido.

Y a Andreea Maca. No se si es lo que esperabas xDD pero lo hice con mucho cariño. A pesar de que no hablamos mucho se nota el gran ser humano que eres. Muchas bendiciones! 3

¡GRACIAS!