Catorce: El jefe de Gryffindor.

19 de septiembre de 2021.

Norte de Escocia.

Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.

El curso llevaba poco de iniciado y el trabajo para los de quinto curso era en verdad agotador. Estaban comprobando en carne propia lo que era "el año de los TIMO'S", aquel que los alumnos de sexto consideraban una de las experiencias más estresantes de su vida.

Por suerte para Hally, aquel domingo no tenía muchos pendientes. El día anterior envió temprano a Snowlight a casa con una carta y una tarjeta de cumpleaños para su madre, así que esa mañana acabaría una redacción de Alquimia a la que solo le faltaba la conclusión. Cuando bajó a la sala común, se topó con Procyon y Henry sentados a una de las mesas, sujetando las plumas y discutiendo en voz baja sobre algo.

—¿Qué pasa? —les preguntó ella cuando estuvo a dos pasos de distancia.

—Terminamos con una tarea de Autodefensas Muggles —respondió Henry con vaguedad.

—Ah, y aquí está tu conclusión para Alquimia —Procyon le pasó un trozo de pergamino.

—Un momento, yo no…

—Hally, tienes las pruebas de quidditch hoy, apenas te iba a dar tiempo.

—¡Pero si ya tenía un borrador de…!

—Oigan, si no les importa, ¿podrían cortar con su pelea de enamorados? Me marean.

—¡Henry! —Hally miró escandalizada al de ojos verdes, sintiéndose acalorada de repente.

—Lo siento, pero… Procyon, retírate un momento.

—¿Por qué?

—Por favor, hazlo.

Al notar a Henry tan serio, Procyon se encogió de hombros, recogió sus cosas y musitando algo de guardar sus trabajos, subió al dormitorio de los chicos.

—Lo siento, Henry, ¿de verdad te sientes mal? —quiso saber Hally.

—No exactamente. Siéntate.

Ella obedeció, arqueando una ceja.

—Ya les he dicho que si ustedes son felices, yo también —comenzó el castaño, mirando de reojo la chimenea de la sala común con aire pensativo —El problema es que… Hally, no entiendo por qué te sorprende tanto que Procyon quiera tener detalles contigo.

—¿Detalles con…?

—Mira, yo mismo me di cuenta este verano, con Rose. Parece que a las dos les sorprende que Procyon y yo las tratemos como… Bueno, como se supone que se trata a una novia.

—¿No deberíamos?

—De Rose lo entiendo, aunque no me guste, porque soy su primer novio. Pero creí que tú ya lo habías vivido con Corner.

Hally hizo una mueca y Henry, sin querer, sondeó con su Legado el motivo de la misma, pero no dijo en voz alta lo que detectó, prefiriendo que su amiga se explicara.

—Melvin no me trataba así —confesó ella finalmente, en voz baja.

—¿Nunca? —por primera vez, Henry sintió enfado hacia Corner, uno muy similar al que le daba antes a Procyon cuando veía al Ravenclaw con Hally.

—No exactamente, es que… ¿De verdad debo decírtelo?

—Por favor. Me serviría mucho. Descubrí que sabiendo lo que hay detrás de un sentimiento ajeno, es más fácil evadirlo. Y como ustedes son…

—Somos cercanos a ti y nos percibes más, sí… —completó Hally sin mucha convicción, antes de suspirar —Mira, salir con Melvin era agradable, lo admito, pero… A Melvin nunca quise molestarlo pidiéndole regalos, o que me ayudara con las tareas, aunque de vez en cuando lo hacía, pero era cuando yo comentaba algo al respecto, como si… Como si…

—Como si tuvieras que recordárselo —completó Henry, meditabundo.

—Sí, eso. Y me sentía rara, como triste, no sé si comprendas… Pero con Procyon no es así. Es como si él se diera cuenta de que necesito algo sin que se lo tenga que pedir.

—Eso, Hally, es porque te presta atención. Porque te quiere.

—Me abruma —admitió ella en un susurro —No quiero que se preocupe por…

—No tiene nada de malo —aseguró el otro con un asentimiento de cabeza —No me considero un experto en esto, pero creo que no deberías pelear con él cuando intenta ayudarte. Mejor dale las gracias e intenta hacer lo mismo por él. Así no sentirás que te da más de lo que tú le das.

—¿Y dices que no eres experto? —soltó Hally, sonriendo levemente, con visible alivio.

—Solo intento que estés mejor para que… Lo lamento, es que de verdad me marea y… —Henry hizo una mueca de fastidio —Genial, ahora sueno como un idiota egoísta —masculló.

—¡No, no, está bien! Si tú no te enfermas, no nos preocuparemos y no podrás sentirte peor y…

—Sí, sí, comprendo. Sonará tonto, pero también hablo contigo por Rose.

—¿Por Rose?

—No quiero sentirme mal para no preocuparla.

Hally asintió. Sabía perfectamente lo sensible que era su pelirroja amiga sobre el bienestar de las personas que quería. Y hablando de la reina de Roma, la susodicha apareció en ese momento en la sala común, los vio y se dirigió a ellos con una enorme sonrisa.

—¡Con que aquí están! Son increíbles, estudiando a estas horas —apuntó, mirando en la mesa un libro abierto, el cual no supo de qué asignatura era por fijar los ojos en Hally —¿Tú no tenías que ir con Ross por la lista de aspirantes de quidditch?

—¿Qué dices? —Hally miró el tablón de anuncios cercano, donde alguien había colocado un calendario del mes, y abrió los ojos con pasmo —¡Maldición! —espetó, levantándose de un salto.

—¡No te preocupes! —Rose le hizo señas para que volviera a sentarse —La recojo yo. Tengo que buscar a Nerie, de todas formas.

—¿A Nerie? —inquirió Hally, sin comprender.

Pero Rose ya había salido a toda carrera para traspasar el hueco del retrato. Y a buena hora, porque la concentración que tenía para acordarse de su prima pequeña se le estaba esfumando y quería entretener su cabeza con lo que fuera. Sin embargo, el haber bajado del dormitorio de las chicas precisamente cuando Henry y Hally estaban hablando no parecía la mejor de sus ideas. ¿Pero ella qué iba a saber? Sí, esperaba hallar a alguno de los dos acabando sus pendientes antes de las pruebas de quidditch para suplentes, pero no así, juntos y teniendo una conversación sobre sentimientos y algo de no preocuparla a ella. ¿Pero qué se habían creído? ¿Acaso pensaban que se iba a desanimar por cualquier tontería? Como si fuera posible…

Sacudiendo la cabeza, Rose se recordó que debía distraerse para no sentir algo que enfermara a Henry al detectarlo. Era muy difícil. Le había pedido que no lo hiciera, pero intentarlo de vez en cuando no hacía daño a nadie. Si él no quería preocuparla, ella tampoco quería hacerle daño.

Justo al querer adentrarse a un tapiz que Hally le enseñó como entrada a un pasadizo que llevaba al despacho de Lupin, la pelirroja se reprendió mentalmente por su descuido y tomó rumbo hacia la conserjería, pues allí debía estar su nuevo jefe de casa.

Hasta la fecha, lo que se decía de él era que hacía rondines por el castillo solucionando cualquier problema con utensilios de limpieza variados, un pase de varita o mirando de manera hosca a cuanto alumno encontrara desobedeciendo las normas. A Rose no le cabía en la cabeza que un tipo que apenas decía tres frases al día consiguiera intimidar incluso a estudiantes de séptimo, pero así era, a juzgar por cómo Óscar Wood procuraba evitar como pudiera a Julius Ross, desde una vez que volvió de los invernaderos especialmente sucio.

Casi sin dase cuenta, llegó ante la puerta indicada. Llamó con fuerza, esperando unos segundos para saber si le permitirían entrar, pero nada se escuchaba del otro lado, lo cual le pareció raro. Solo esperaba que Ross no hubiera bajado temprano a desayunar…

—Pase —se oyó entonces desde dentro.

Suspirando de alivio, Rose abrió con cuidado, asomando la cabeza hacia el interior. Sus primos le habían descrito el sitio, pero jamás creyó que no hallaría lo que imaginara con anterioridad.

Lo que habían contado los Cuatro Insólitos era que aquella oficina era oscura, tétrica, con un ambiente tan lúgubre que incluso ellos pensaron, al menos en una de sus visitas, que debían dejar de hacer bromas. Sin embargo, la estancia ahora estaba bastante iluminada por una gran araña que colgaba desde el centro del techo, lo cual era estupendo si se consideraba que carecía de ventanas. La mayor parte de las paredes eran cubiertas por archivadores de madera, los cuales contenían información de cada alumno que, antaño, Filch y sus predecesores castigaran alguna vez. Rose sonrió al ver, de reojo, un cajón entero etiquetado con los nombres "Fred y George Weasley".

—Buenos días.

El saludo hizo que la chica diera un respingo. Se había olvidado por completo de Julius Ross, quien sentado en una butaca detrás del escritorio, la miraba con atención sosteniendo un montón de pergaminos que, seguramente, leía antes que ella llegara.

—Buenos días —correspondió ella, haciendo una leve inclinación de cabeza —Vengo de parte de Hally Potter, señor Ross. Necesita la lista de los candidatos a suplentes de quidditch —avanzó unos pasos y estiró una mano.

El señor Ross, después de unos segundos, asintió y dejó de mirarla, repasando luego su escritorio con una ojeada. Suavizando un poco sus tirantes facciones, tomó un pergamino, volteó hacia la pelirroja otra vez y se lo dio. Ella no tardó en tomarlo y guardárselo en un bolsillo.

—Aquí tiene. Dígale a la señorita Potter que quizá pase a ver las pruebas.

La pronunciación del nuevo conserje, que hasta ahora Rose no había escuchado, le pareció lenta, demasiado cuidadosa, recordándole a cuando ella misma aprendía algo de español con Penny, el último verano. Dejó la idea de lado, procurando no parecer demasiado curiosa sobre el asunto, por lo cual hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y dio media vuelta, lista para irse.

En ese momento, llamaron a la puerta y al mismo tiempo, las luces por encima de su cabeza parpadearon de forma tenue pero ininterrumpida. La pelirroja dio un pequeño brinco por la sorpresa, volviéndose hacia el señor Ross, quien con toda la calma del mundo, miraba al techo.

—Pase —dijo el hombre.

—Buenos días, Julius —la profesora Smith entró a la conserjería con una sonrisa —Te aviso que mis chicos tendrán pruebas de quidditch también hoy, después de los tuyos, ¿está bien, cierto?

Después de un minuto observando con atención a la profesora Smith, el señor Ross asintió con la cabeza y comentó serenamente con su voz lenta.

—La señorita Potter solo hará pruebas para suplentes.

—Muy bien, le avisaré a mis chicos. Nos vemos en el desayuno, Julius.

La profesora se giró y salió, seguida de cerca por Rose, quien antes de cerrar la puerta tras de sí vio por última vez al conserje, quien con la cabeza gacha, leía con semblante abstraído.


—Buenos días a todos. Estas son las pruebas de quidditch para suplentes.

El saludo de Hally fue recibido con nerviosismo al menos por una veintena de niños y niñas que, aferrando sus escobas, la veían con notoria admiración. La joven se acomodó los lentes, un tanto avergonzada, antes de carraspear con suavidad y proseguir.

—Desde hace unos años se dio la oportunidad a los de primer año para que sean nuestros suplentes en caso de extrema urgencia. Para eso, necesitamos saber qué tan bien pueden jugar, aunque claro, ahora no lo haremos de forma real. Primero, revisaré cómo vuelan. Divídanse en cuatro grupos, por favor, y sigan a nuestra guardiana, Rose Weasley.

La recién nombrada, de pie a la derecha de Hally y también con escoba en mano, les sonrió ampliamente a los de primero, quienes le correspondieron con timidez.

En pocos minutos, Hally pudo descartar casi a la mitad de los participantes por la sencilla razón de que no sabían volar. Meneando la cabeza, hizo señas para que se reunieran todos en cuanto el cuarto grupo aterrizó de forma bastante chapucera y dijo quiénes seguirían con la prueba.

—Ahora, vamos a jugar un poco, aunque no como se hace normalmente. Primero, aspirantes a cazadores, van a intentar anotar al menos un tanto a nuestra guardiana.

Rose se volvió a elevar, esta vez acomodándose delante de los aros de gol más cercanos, prefiriendo observar desde allí el cómo su amiga ordenaba en una fila a quienes tirarían la quaffle. Quiso soltar la carcajada al verla mover los brazos de manera excesiva, seguramente queriendo que le prestaran atención, pero se distrajo cuando vio hacia las gradas a su derecha.

Sus amigos de las otras casas estaban allí sentados, y a un par de filas por encima, el señor Ross.

¿Era en serio que se pasaría por allí?

—¡Rose, preparada! —avisó Procyon, que junto a Henry, estaba al pie de los postes de los aros, revisando la única bludger que usarían ese día.

—¡Sí, claro! ¿A qué hora prueban a sus suplentes, chicos?

—Después de esto —contestó Henry, agitando una mano en alto, la que sostenía el bate.

A continuación, Hally despegó montada en su Saeta de Fuego 2.0, seguida de cerca por los aspirantes a suplentes de cazador. Dio unas instrucciones rápidas y los niños de primero, por turnos, tuvieron la quaffle en sus manos para intentar anotar.

Para Rose esa prueba era demasiado tediosa. La mayoría de los tiros pudo bloquearlos, aunque en ocasiones los chiquillos estuvieron realmente inspirados y la sorprendieron. Finalmente, Hally decretó que esa prueba había terminado, descendió con los novatos a tierra y la pelirroja no tardó en seguirla, queriendo enterarse de qué sucedía.

—¿Quiénes crees que se queden? —preguntó Henry de improviso.

—¿A qué hora llegaste a un lado mío? Casi me matas del susto —riñó Rose.

—Hace un momento, pero dime, ¿qué piensas?

—Creo que los dos morenos del principio lo hicieron bien. Y la niña del final.

—Ah, sí… Curiosamente todos tienen apellidos extranjeros. Dejaron de estar asustados cuando empezaron a jugar, ¿puedes creerlo?

Rose miró a su novio con asombro.

—¿Has estado de antena sentimental otra vez? —espetó por lo bajo.

—Me preocupaba que les pasara algo y creo que eso hizo que los percibiera sin querer. Pero no me pusieron mal, eso ya es avance, ¿verdad?

—Como digas…

—¡Rose, ven un momento!

La aludida acudió enseguida, trabando enseguida conversación sobre los candidatos, lo cual a Henry también le levantó el ánimo, pues detectó una punzada de alegría mezclada con orgullo proveniente de su novia por ser tomada en cuenta por Hally. De momento dejó el pensamiento, dio media vuelta y regresó con Procyon a preparar la prueba para los suplentes de golpeador.


En su cómoda y elevada posición desde las gradas, Julius Ross vigiló prácticamente la totalidad de las pruebas para suplentes de quidditch, pensando en lo distinto que se jugaba cuando él mismo era estudiante… Cuando podía jugar…

Hizo una mueca apenas perceptible, se acomodó la túnica marrón y siguió con los ojos fijos en el campo, pues estaban por examinar a quienes suplirían a los golpeadores. Los titulares, un chico castaño y otro de brillante cabello negro, estaban frente a cuatro niños de primero, turnándose para hablar y moviendo los brazos mientras señalaban el cielo, probablemente explicando lo que estaban a punto de hacer. Debía reconocer que era inteligente de parte de Potter distribuir las tareas, a juzgar por cómo la chica alta y pelirroja hablaba con tres candidatos rodeada de los cazadores titulares, antes de irse a los aros de gol y probar a los posibles suplentes de guardián a la vez que a los golpeadores. Eso dejaba a Potter con entera libertad para dedicarse a buscar un buen suplente de buscador, posición por demás importante.

Por debajo de él, miró de nuevo al peculiar grupo de jóvenes que había ocupado unos asientos, que no paraban de señalar el cielo e intercambiar comentarios entre risas. Llevaba el suficiente tiempo en el colegio como para suponer que eran los amigos que Potter y compañía tenían en otras casas, lo cual de entrada era extraño, sobre todo considerando a la delgada rubia de largo cabello recogido en una coleta alta, cuyos opacos ojos azules no demostraban superioridad o desdén al observar los movimientos del equipo oficial de Gryffindor.

Curioso, siendo esa rubia la capitana de Slytherin.

—¿Este año nadie se quejó de nuestra presencia?

La pregunta la hizo el pelirrojo de ojos verdes que era prefecto de Slytherin, lo cual a Ross le recordó unos cuantos comentarios en la sala de profesores sobre lo sobresaliente que era el chico y la gracia que causaba que alguien como él, de familia muggle, hubiera sido seleccionado a la única casa en la que jamás lo aceptarían del todo. Los profesores, ahora que recordaba, también dijeron algo sobre su memoria prodigiosa, que seguramente era responsable de gran parte de su éxito en clase. Ross dejó de recordar eso cuando notó que una chica de pelo largo y castaño hacía ademán de responder, aunque se distrajo cuando una joven de trenzas castañas señaló el cielo.

El equipo de Gryffindor hizo gala de sus buenos jugadores, casi no se notaba que estaban en la búsqueda de los novatos que, en caso de necesidad, los reemplazarían en los partidos de quidditch. En menos de lo que imaginó, Ross contempló las pruebas restantes, cuyos resultados, por lo que vio al estar todos los chicos en tierra, causaron algo de revuelo, pero se solucionaron rápidamente, antes de que Potter despachara a los de primer año y se quedara un momento con sus jugadores titulares. Eso hizo que los chicos delante de Ross dejaran las gradas de forma apresurada, por lo cual el hombre los imitó.

Quería comprobar una cosa.


—Y bien, ¿todos de acuerdo?

Hally veía con gesto de interrogación al resto del equipo, después que se marcharan del campo los de primero. Rose asintió en silencio mostrando una gran sonrisa, mientras que Procyon y Henry, al mismo tiempo, alzaron un pulgar.

—Yo no tengo inconveniente —aseguró con sencillez Odette Wood.

Alan Copperfield y Luigi Alighieri hicieron ademán de estar de acuerdo con Odette.

—Bueno, lo pondré en el tablón cuando volvamos. Si no hay contratiempos, los entrenamientos comenzarán la semana que viene, el jueves tal vez.

Mientras los cazadores se mostraban entusiasmados, Rose meneaba la cabeza, mirando hacia el cielo, esperando que para el jueves no tuviera tantas tareas o se volvería loca. Para tener libre ese día, había hecho infinidad de malabares con sus horarios durante la semana, acabando redacciones entre comidas o yendo a la biblioteca después de cenar a toda velocidad.

—Buenas tardes.

El saludo sorprendió al equipo, pero menos a Rose, quien de alguna forma, ya se lo esperaba. Por fortuna, la pelirroja notó que Hally se recuperaba rápidamente y esbozaba una sonrisa.

—Eh… Buenas tardes, señor Ross —saludó la de anteojos —¿Pudo ver algo de las pruebas?

Un momento de silencio, que se hacía incómodo conforme todos fueron observados por algunos segundos por el adulto recién llegado.

—Pude observar casi todas las pruebas —respondió el señor Ross con su pausada voz —Me parece que su sentido de organización es muy bueno, señorita Potter. Espero ver los resultados de su entrenamiento desde el principio de la temporada.

—Claro, señor. Nosotros esperamos verlo en los partidos.

Ross fijó los ojos en Hally por varios segundos más de lo estrictamente necesario.

—Procuraré estar allí —afirmó él.

Acto seguido dio media vuelta y se retiró, causando que los miembros del equipo de quidditch intercambiaran miradas de desconcierto. A excepción de Rose esa misma mañana, ninguno de ellos había oído hablar a su nuevo jefe de casa.

—Parecía interesado —apuntó Alan al cabo de un rato.

—Es más de lo que podemos decir de los profesores —hizo notar Odette, ceñuda.

—Sabemos que a ti el quidditch te importa tanto como respirar, no empieces…

—¡No lo digas así, Alan, me haces ver mal!

El resto de los compañeros de ambos se echaron a reír y así, más relajados, se encaminaron al castillo, dispuestos a disfrutar lo que les quedaba de domingo. Al abandonar el campo se cruzaron con sus homólogos de Hufflepuff, quienes les dedicaron diversos ademanes de saludo.

—¡Nos vemos luego, Amy! —le avisó Rose en voz muy alta, a lo que la nombrada sonrió y asintió en silencio —¡Válgame, espero que Smith no la moleste!

—¿Después de lo que hiciste la última vez? Estaría loco de intentarlo —apuntó Procyon.

—¿Entonces es cierto? —se interesó de repente Odette, con ojos muy abiertos —¿Le diste una bofetada a Smith después del partido de febrero?

—¿Qué esperabas? Smith decía que Amy que tuvo la culpa de que Hufflepuff perdiera. ¡No me iba a quedar sin hacer nada! ¡Esa vez él jugó como si no hubiera más cazadores!

—Recuerdo ese juego y sí, fue culpa de Smith —concordó Luigi, arrugando la frente.

El resto del camino lo hicieron echando pestes de Aaron Smith, preguntándose cómo podía ser tan distinto de su hermana, compañera de curso de Alan y Odette. Seguían riéndose del tema al subir la escalinata de piedra y para cuando llegaron al vestíbulo, Alan les pedía de favor que no siguieran con eso delante de la susodicha.

—¡No bromees! —Odette meneó la cabeza —Megan sabe bien cómo es su hermano.

Los demás fueron dejando el tema al entrar al Gran Comedor para almorzar, sobre todo cuando vieron a Odette reunirse con una niña de abundantes rizos oscuros que charlaba animadamente con Nerie Longbottom y Agatha Copperfield.

—Hablando de familia… —soltó de pronto Rose, sentándose a la mesa —Chicos, por favor, recuérdenme a la hora de comer que le pregunte a Ryo por el niño de Frank.

—¿No te han escrito de tu casa? —se extrañó Hally.

—Sí, pero Ryo se cartea más seguido con su hermana. Además, mamá está de viaje.

—¿De viaje? ¿Ahora? —Henry frunció el ceño.

—Solo fue un par de días, a ver al novio de Penny. Por lo del artículo que le vendió.

—Seguramente Ryo sería feliz conociendo a ese chico —comentó Procyon, sonriendo.

—¡Es cierto! Le preguntaré a Penny si Ryo puede escribirle a su novio. Ya saben, para que le dé unos consejos o que le regale un par de libros de criaturas, él me prestó unos geniales.

—¿Quién eres tú y qué hiciste con Rose Weasley? —bromeó Procyon, haciendo que Hally contuviera la risa —¿Leíste más de un libro en el verano? ¿Sin que fuera para una tarea?

—Tenían muchas ilustraciones —aclaró la pelirroja, encogiéndose de hombros, antes de sonreír y aclarar —Aunque los que me trajo Henry eran más bonitos. ¡Uno hablaba de esos pajarillos que llevó la selección de México al Mundial de Quidditch!

—¿Le regalaste libros? —le preguntó Procyon a su amigo castaño en un susurro.

Henry asintió sin darle importancia, sirviéndose salchichas fritas, mientras que Procyon, por primera vez, se preguntó qué otra cosa descubriría de sus amigos con el paso del tiempo.


Conforme la mañana dio paso a la tarde, los rumores acerca de las pruebas de quidditch de las distintas casas fueron esparciéndose por el colegio. A diferencia del curso anterior, no se enfocaron en el desempeño de Hally Potter y Danielle Malfoy como capitanas, sino que se decantaron por sus elecciones para los suplentes, algunas aparentemente sin fundamento. Por otro lado, Hufflepuff y Ravenclaw debió reemplazar a algunos de sus jugadores titulares, así que por una vez, llamaron más la atención.

Tal como Rose había pedido, uno de sus amigos (en este caso, Hally) le recordó buscar a Ryo a la hora de comer. Sin importarle demasiado algunas de las miradas de los alumnos mayores de la casa del águila, la pelirroja le dedicó una sonrisa al susodicho y se sentó frente a él, aprovechando un sitio vacío a la derecha de Paula.

—¿Has sabido del bebé de John? —preguntó Rose casi enseguida.

—El jueves Sun Mei me envió una lechuza. Dice que el niño se parece mucho a tu primo. Por lo visto, tiene el pelo rojo.

—¿En serio? Seguramente es muy bonito, ¿no ha enviado fotografías?

—Todavía no, pero cree que para el mes entrante ya tendrá algunas. ¿Sabes cómo se llama?

—Sí, ¿por qué?

—¿No crees que suena raro? Franklin Tao… No sé en qué pensaba mi hermana…

—Bueno, según mamá, ella y John hicieron como Frank y su mujer, y el bebé se apellida Weasley–Mao, no Weasley a secas. Quizá quiso que el nombre hiciera juego con eso.

—Tal vez, pero sigo pensando que suena raro.

—No tanto como la voz de Ross, créeme.

—¡Es verdad! Lo vimos en sus pruebas —comentó Paula, hablando por primera vez.

—¡Debieron estar allí cuando bajó al campo! Yo lo escuché antes, cuando recogí la lista de candidatos en la conserjería, pero de todas formas… —Rose fingió un escalofrío.

—¿Por qué creen que hable así? —se interesó Paula inesperadamente.

—Me recuerda a cuando habla la prima de Hally —comentó la pelirroja.

—A mí también, pero no tiene Tardobius —aseguró Paula, arrugando la frente —De ser así, no se movería de manera normal, ¿verdad? A menos que tomara algunas pociones…

—Todavía no eres sanadora, Ai —bromeó Ryo.

—Ya lo sé, pero me llama la atención.

—Bueno, los dejo discutir las razones de la pronunciación de Ross, si quieren. Voy a mi mesa a comer. ¡Ah, sí! Paula, ¿ya tendrás los horarios?

—Sí, se los pasaré a la hora de cenar.

Con el ánimo más alegre, Rose se levantó y se encaminó a la mesa de Gryffindor, corriendo a ocupar el primer sitio libre que encontró a un lado de Henry.


Golfo de México.

Isla Tesoro de la Bahía.

Una de las viviendas más conocidas de la isla mágica Tesoro de la Bahía era la del ex campeón de Calmécac en el Torneo de las Tres Partes, Tonatiuh García Quezada. Era tal el reconocimiento que recibía el susodicho, que los invitados a su casa se quedaban perplejos ante las muestras de admiración de las cuales llegaba a gozar.

—Don Tonatiuh, le mandé unos buenos filetes a su casa —indicó en la calle un hombre robusto de poblado bigote castaño.

—Gracias, don Filemón, ¿no se los dejó muy caros a mi mujer?

—¡Cómo cree! Fueron por cuenta de la casa. Y más le vale no querer pagármelos.

Mientras Tonatiuh meneaba la cabeza con cierta resignación, los dos que lo acompañaban mostraban expresiones muy distintas: uno contenía la risa y el otro arqueaba las cejas.

—¿Para qué trabajas si te dan todo, García? —inquirió el segundo, un castaño con cara de pocos amigos, que vestía una túnica azul marino.

—No digas tonterías, Terruño. Eso no pasa con frecuencia.

Por cómo apretaba los labios el otro, un rubio, Terruño dudó de la veracidad de la frase.

—Los García en esta isla son como Emilia Alonso —dijo de pronto el rubio, después de inhalar profundamente para quitarse las ganas de reír —Ya sabes, la novelista. ¿Nunca has leído uno de sus libros? Quizá no, son algo cursis…

—Conozco las novelas. Mi madre las escucha cuando las interpretan para la radio.

Esta vez, el rubio no pudo contener una carcajada.

—No sé por qué, pero creo que tu madre me caería bien, Terruño, ¿quién lo hubiera dicho?

—¿A qué viene eso, Mercader?

—Lalo es admirador de las novelas históricas de Emilia Alonso desde que Itzi le prestó una —comentó Tonatiuh García en voz baja, aprovechando que el rubio se había adelantado unos pasos.

—Es una broma, ¿verdad? ¿No acaba de decir que esas novelas son algo cursis?

—Las históricas no tanto. Además. Emilia Alonso es de los Pérez. Saber Historia le es normal.

—Ah, sí, los Pérez. ¿Tu mujer no está emparentada con ellos?

—Ella no, su abuela. Una Pérez es su cuñada.

Dejaron la conversación allí cuando el rubio delante de ellos finalmente se había callado y, deteniendo sus pasos ante una casa de sencilla fachada marrón, charlando con una castaña que usaba anteojos y lucía un embarazo avanzado.

—¿Seguro que solo tendrás un bebé, García?

—Sí. Itzi nunca se equivoca.

Al escuchar eso, Jonathan Terruño Álvarez se preguntó, de nuevo, si hacía lo correcto.

—¡Hola, Ton! —saludó la castaña, sonriendo con suavidad, antes de ladear ligeramente la cabeza y ver a quien venía detrás —Buenas tardes, Terruño.

Ella habló de manera ligeramente más seria entonces, pero Terruño se lo esperaba. Movió la cabeza en señal de haberla oído y se esmeró en mostrarse amistoso, cosa que le resultaba un tanto incómoda. Procuró entrar a la casa al final, sintiéndose un tanto cohibido al percatarse de que García, fuera de su creencia inicial, no hacía ostentación de su fama o su linaje.

—Por aquí, Terruño —indicó la mujer, moviendo la mano hacia donde se alcanzaban a ver varias sillas simples de madera alrededor de una mesa —Me alegra que no estuvieras ocupado.

—Es domingo, Itzel. No debí ni trabajar, para empezar.

—Creí que se respetaban mucho los días libres de los tlapiantin.

—Normalmente sí, pero por este mes los cancelaron. ¿No te lo contó tu marido?

—No, solo dijo que tenían muchas patrullas.

Al ver encogerse de hombros a aquella mujer, Terruño tuvo la desagradable sensación de hablar con alguien que sabía mucho más de lo que dejaba ver.

—¡Itzi, vamos a poner la mesa!

—¡No, Lalo, déjame…!

—¡No te preocupes!

—¿Mercader se la vive aquí, verdad?

—¿Cómo lo sabes?

Terruño hizo un ademán para restarle importancia a sus palabras, sin poder contener una ligera sonrisa. Acto seguido, siguió a la señora de la casa al comedor, donde ya estaba todo dispuesto para sentarse a la mesa y disfrutar de la comida, que no era mucha pero sí de aspecto apetitoso.

—¡Tan bueno como siempre! —alabó el rubio, sonriendo después de probar un gran bocado de un filete —Deberías dejar Inteligencia Mágica y vender comida, Itzi.

—No digas tonterías, Lalo, ¿para qué me mato estudiando, entonces?

—Eres rara, mira que gustarte eso de investigar en vez de que te dé la luz del sol… Aunque en eso te pareces a tu amiga inglesa, la güera, ¿cómo se llama?

—Mara.

—Tú tienes suerte, tu mujer es tlapiani —indicó Tonatiuh, sonriendo de lado —O lo será cuando acabe el entrenamiento.

—Lo sé, lo sé… No creo poder verla hasta Navidad, pero ni modo.

—¿Ella es la ex campeona china, no?

La pregunta de Terruño tuvo como consecuencia un silencio tenso que duró apenas unos segundos, pues enseguida el rubio sonrió con alegría y asintió con la cabeza.

—No puedo comprender qué te vio una muchacha como esa —comentó Terruño con aire pensativo —Eso y que no recuerdo que fuera muy conversadora.

—Tú no le caíste muy bien, por eso casi no hablaba delante de ti —aclaró Lalo, el rubio, encogiéndose de hombros —Ya veremos qué cambia. ¿Qué cambia, Itzi?

De nuevo se hizo el silencio, pero Terruño se dio cuenta que duró más que la vez anterior, además de que no se sentía tan abrumador.

—Yue Lin confiará en quien yo confíe —dijo Itzi con voz pausada, observando su plato a medio vaciar con expresión crítica —Lo mismo que Mara. Eso dependerá, claro, de qué tan útil sea lo que Terruño nos informe.

—¿No crees que podría ser un embuste? —inquirió Lalo con expresión neutra, lo que contuvo a Terruño de quejarse: el rubio no hacía más que exponer una posibilidad.

—Probablemente, pero quiero pensar que sabe lo que está en juego si miente.

—Oigan, les agradecería que no hablaran como si no estuviera aquí.

—Hablamos así porque estás aquí —aclaró Lalo, encogiéndose de hombros al tiempo que sonreía —Hay que dejar las cosas claras desde ahora, ¿no?

—Comprenderás que no es fácil tomar tu palabra por cierta, Terruño —indicó entonces Tonatiuh, entrecerrando sus ojos color miel —¿Supiste lo del empleado con un Imperius que se coló en Inteligencia Mágica antes que acabara el mandato de Echeverría?

—Sí, lo supe. Mi padre estaba seguro que alguien quería llegar precisamente hasta Echeverría. Lo cual no tenía mucho sentido, si me lo preguntan.

—No lo tenía —corroboró Itzi, haciendo una mueca —Echeverría solo es un mago metido en la política hasta el cuello, pero no sirve de nada sin ser Secretario de Magia.

—Hablando del Secretario… —Terruño dudó por un segundo, antes de carraspear y seguir —Mi tío tuvo una reunión el mes pasado en su casa, cuando se comprometió su hija.

—Las fiestas de la crema y nata de la sociedad mágica, qué interesante —masculló Lalo.

—La reunión de la que hablo no fue muy común que digamos. Hablaron de tu familia.

Miró a Itzi, quien arqueó una ceja en claro signo de estar interesada.

—No creo que te refieras a los Salais —observó ella con simpleza.

—Claro que no. Para no hacerles el cuento largo, y según lo que entendí, ellos le pidieron a una tal Dinorah que investigara los… dones de tu familia.

—¿Dinorah? —se extrañó el rubio.

—Es mi tía —respondió Itzi, no muy contenta —La madre de Abil y Anom. Ya me parecía que no era muy buena. ¿Entonces se casó con mi tío Acab solo para saber de los Legados?

—Según lo que entendí, sí, querían saber cómo funcionan.

Cuando Terruño habló, lo hizo con lentitud, casi temiendo por su vida, debido a que Itzi mostraba una expresión fría que hizo a su marido y a su amigo rubio tragar saliva.

—Eso encaja con lo que mi tío Acab logró averiguar de ella en Europa —comenzó a explicar Itzi, cortando lentamente un trozo de su filete. Los tres varones presentes notaron que las manos le temblaban ligeramente mientras ejecutaba dicha tarea —La denunció en el Ministerio de Magia de Reino Unido. La acusó de matar al marido de Abil, de causar el ataque a La Isla…

—¿La Isla? —se extrañó Lalo.

—La isla de Wight, ¿no te enteraste? Hubo un horrible disturbio en la casa que los Edmond tienen allí. Sí, los dueños de Edmond Company.

—¡Por Nanahuatzin! —exclamó por lo bajo el rubio.

—Eso no es lo peor. Ya nos enteramos de por qué Dinorah Puch quería ir tras los Edmond y si en algún momento consigue lo que quiere, todos los de la Coalición estaremos en problemas. Estados Unidos va a unirse, por lo del Centro Rockefeller, y algunos países de Sudamérica no lo pensarán dos veces si se repite lo de Machu Picchu.

—México oficialmente no está en la Coalición —indicó Terruño, frunciendo el ceño.

—Lo estará. De eso se va a encargar tu tío. Tal vez con mi familia tenga motivos no muy buenos, pero se preocupa por México. Casi podría perdonarlo por eso.

—¿Casi? —con una sonrisa torcida, Lalo agitó la cabeza —¡Qué buen chiste, Itzi!

—Sí, lo que digas… —la aludida movió la mano como si espantara una mosca molesta —A estas alturas, Dinorah debe estar desesperada y muy presionada, así que es muy fácil imaginarse cuál será su siguiente movimiento. No necesito Legado para eso. Envié un mensaje y si todo va bien, no los tomará por sorpresa.

—¿A quién le escribiste? —se interesó Tonatiuh.

—Al único que conozco dentro de la Edmond Company.

—¿Conoces a alguien que esté en esa empresa enorme? Sabía que tu familia tenía buenos contactos, Itzel, pero no tantos —intentó bromear Terruño, aunque no le salió muy bien.

—¡Ah, no! Este contacto no es de la familia. Es nuestro. Lo conoces también, Terruño.

—¿En serio?

Itzi asintió, sonriendo, pero por el rabillo del ojo, Terruño vio que Lalo y Tonatiuh tragaban saliva, casi temerosos. ¿Acaso pasaba algo allí que él ignoraba?

—Lo siento, pero los Terruño van a lamentar muchísimo haber confiado en Dinorah para esto. Ellos y esos magos horribles con los que ella se juntó. En Reino Unido tendrá lo que merece.

—Itzi, ¿segura que no usaste…? —comenzó a preguntar Tonatiuh.

—No, no lo hice —aseguró ella, inclinando la cabeza —Lo que sabía era que Terruño iba a venir. Lo que ha dicho confirmó algo que mi tío Acab y yo habíamos estado imaginando cuando supimos lo que quería Dinorah. Si mandé el mensaje antes que viniera Terruño fue para ganar tiempo, ¿comprendes? Así lo de Dinorah coincidirá con el anuncio del Secretario.

—¿Mi tío va a dar un anuncio?

Ahora el sorprendido era Terruño, y con razón, ¿cuánto podía saber Itzel Salais realmente con ese don familiar suyo? Daba escalofríos el solo imaginarlo.

—Sabrás de cuál hablo en cuanto lo oigas —aseguró ella con semblante serio —Volverás a estar aquí, de hecho. Mientras tanto, quiero que se cuiden mucho los tres y no duden en reportar cualquier cosa extraña al señor Ócelotl. Lo que sea.

Los otros tres se miraron con lentitud, antes de dedicarle breves vistazos a la castaña que, tras rendirse al intentar acabarse la comida, posaba una mano en su vientre. Para ellos era un poco irritante darse cuenta que ella no les estaba diciendo todo lo que sabía, pero no podían evitar confiar en ella. Seguramente estaba haciendo lo que creía mejor.

—Espera, ¿voy a estar aquí otra vez? —soltó Terruño de repente.

—¡Itzi, eso debe ser una broma! —fingió quejarse Lalo.

—¿Por qué estará él aquí otra vez? —inquirió Tonatiuh con serenidad.

—Porque quiere ayudar, Ton. Para él hay cosas más importantes que una pelea de escuela. Y habrá, no lo dudes. Tarde o temprano, todos tenemos a alguien por quién pelear.

Aunque no quisiera admitirlo en voz alta, Terruño sabía que Itzi tenía razón. Quizá antes no fuera la mejor persona del mundo y quizá jamás cambiara del todo, pero había elegido ser un tlapiani por una razón, la cual era proteger a la Nación.

Si honrar los valores de la Tlapixqui significaba que a la larga traicionaría los deseos de su familia, Jonathan Terruño no dudaría en hacerlo.


19 de marzo de 2015. 5:25 P. M. (Hora de Aguascalientes, Ags. México).

¡Hola, gente querida! En primer lugar, ¡felicidades a todos los que se llamen José! Ya sea en español, en inglés o en el idioma de su preferencia (Bell tiene muchos parientes con ese nombre). Seguramente estaban despotricando en mi contra por abandonarlos, ¿verdad? (Bell rueda los ojos). Como sea, bienvenidos sean a un capítulo que me ha salido corto en comparación con los anteriores, pero que si no acababa aquí, no podía pasar al siguiente y bueno, sería cuento de nunca acabar (quién lo diría, Bell escribe todavía más lento estando en el desempleo… A ver si ya sale algo).

Como dice el título, las escenas más importantes han sido casi todas en torno al nuevo líder de la casa del león, Julius Ross, que como han podido leer, tiene unas cuantas peculiaridades que desconciertan a los estudiantes. Los de Gryffindor apenas han tratado con él asuntos importantes, como Hally con lo de las pruebas de quidditch, pero el hombre se está creando una reputación. A saber si será mejor o peor que Filch, pero el simple hecho de que sea un mago capaz de llevar bien el trabajo de conserje ya es algo. Por allí se coló una charla sobre los noviazgos que en boca de Henry se me hace rara pero cierta; casi al final, se menciona que ha nacido el hijo de John Weasley y su mujer, cuyo nombre completo es Franklin Tao Weasley–Mao (si alguien piensa algo como "pobre niño", Bell los mirará mal), así que en realidad, la parte de Hogwarts tiene de todo, ¡hasta mencioné de pasada que es el cumpleaños de Hermione! Soy única…

Por otro lado, la escena final es en México, durante una reunión algo peculiar: Tonatiuh García lleva a comer a su casa a su inseparable amigo, Lalo Mercader, y también a un personaje que hacía mucho no salía: Jonathan Terruño Álvarez, quien en sus tiempos en Calmécac no era el más simpático de todos, pero por lo visto ha descubierto algunas cosas sobre su familia que no le gustan (si les interesa saber un poco más de ello, pueden leerlo en el One "Forjando ideas"). Lo curioso es que Ton y Lalo estén un poco nerviosos por la actitud que tomó Itzi, ¿qué le espera realmente a Dinorah Puch por querer hacer mal uso de los Legados? ¿Y a quién conoce ella en la Edmond Company, por cierto? No es difícil adivinarlo…

Dato aparte, no he designado personaje a El Mundo, se me complica y no sé por qué, así que seguirá la convocatoria un poco más.

Cuídense mucho y nos leemos lo más pronto que pueda (es todo lo que Bell puede prometer).