3. Sueño
"En este mundo no existen las coincidencias… sólo existe lo inevitable."
Kaho Mizuki - Card Captor Sakura
...
Creo que había empezado mucho tiempo atrás, aquel deambular solitario y sin sentido, pero de algún modo parecía olvidárseme todas las veces. Otra vez me encontraba sola, como perdida, en medio de una oscuridad infinita, otra vez, avanzando ciegamente, con pasos como de sonámbulo o de fantasma; mirando pero sin ojos, tocando sin manos ni cuerpo, caminando sin apoyar el pie en ninguna cosa, deslizándome en un silencio profundo, un silencio como de muerte.
Lejos, en una distancia que en ese momento parecía inconcebible, estaban mi ciudad, mi casa, mi habitación, mi cuerpo. También había otras casas, otras habitaciones y otros cuerpos, cada uno con sus propias respiraciones, historias y tristezas, pero nada de eso importaba ahora, parecían cosas falsas, producto de un sueño o una ilusión; todo eso había quedado atrás. La verdad era que yo estaba sola para siempre, encerrada en un corredor fuera del tiempo, entre paredes oscuras y un suelo intangible, sin miedo, sin tristeza, sin sentir nada. A mis costados, las paredes lucían una extraña colección de máscaras, todas únicas y diferentes entre sí; mi única compañía en esa desolada inmensidad, pero yo pasaba delante de ellas indiferente, sin mirarlas siquiera. No podría precisar por qué estaban ahí o cómo eran, aunque de vez en cuando, durante breves instantes alguna atraía mi atención, alguna especialmente hermosa o grotesca; pero mi interés duraba poco, menos que un latido de corazón, y volvía la mirada vacía hacia adelante, a ese horizonte oscuro e interminable en el que estaba destinada a deambular. Y durante un lapso que pudo durar un minuto o mil años, me perdí en esa oscuridad espectral; dejé de existir, dejé de ser yo, me transformé en un fantasma.
Casi imperceptiblemente –jamás podría determinar cómo ni cuándo ocurrió–, en algún momento durante ese vagar infinito, un débil sonido comenzó a quebrar el silencio sepulcral y a llegar a mis oídos. Era una voz; parecía entonar una canción que era más bien como un lamento, y provenía de algún lugar del corredor; y me sobresalté al entender que se dirigía a mí. La voz me llamaba, arrancándome de mi ensimismamiento, despertándome del trance. Con cierto esfuerzo, como un recién nacido que todavía no controla bien su cuerpo, comencé a enfocar la mirada, a agudizar el oído, a dejarme guiar por mis sentidos, intentando descubrir de dónde provenía ese llamado increíblemente triste que me penetraba la cabeza.
Busqué el origen de la voz incesantemente, durante un lapso de tiempo que se estiraba como siglos, eones, con la ansiedad carcomiéndome por dentro. Mi deambular eterno, sin sentido, había encontrado una meta, un propósito, y esto me llenaba de sensaciones extrañas, de temores y expectativas.
Finalmente la encontré. La voz provenía de una de las máscaras. No necesité más que mirarla para saber que era la que me estaba llamando, que era la razón por la que yo estaba ahí, que era lo que había buscado toda mi vida. Era la imagen más hermosa y perfecta que había visto nunca; parecía el rostro de un ángel o un hada esculpida en finísima porcelana blanca, con apenas un tinte de color en las mejillas y los labios, y se movía, cantaba como si estuviera viva, como si realmente fuese una criatura celestial descendida de algún lugar mágico sólo para hablarme. Extasiada por su pétrea belleza, extendí las manos hacia ella, y en el momento que la toqué abrió los ojos, y no pude contener un grito de espanto. Eran los ojos más terroríficos que había visto en mi vida; parecían hechos de amatistas incandescentes y al clavarse en los míos pude ver que emitían un insoportable brillo lleno de tristeza, horror y sobre todo una furia sin precedentes. Intenté alejarme, asustada; entonces la mirada de aquellos ojos cambió inmediatamente, de repente se volvió amable, dulce y gentil. La máscara me miraba hipnóticamente y continuaba cantando en voz baja, como si me invocara; y supe que no podría dejarla allí, existía especialmente para mí y tendría que llevarla conmigo para siempre.
La tomé con las dos manos y la retiré de la pared, acercándola a mí –con el corazón temblando de miedo y de una extraña emoción al mismo tiempo- para intentar entender lo que estaba diciéndome. De repente tuve un pálpito, una especie de presentimiento muy lúcido, de que había solo un modo de entender el extraño lenguaje; y sin pensar demasiado en lo que hacía, como en un trance, la di vuelta y la apoyé contra mi cara. Fue entonces cuando su fría superficie tocó mi piel, y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, y con horror pude sentir que la máscara se pegaba a mí, se fundía con mi carne y las piedras preciosas se me incrustaban en los ojos. Atravesada por un sentimiento de angustia e impotencia devastadoras, caí de rodillas al suelo intentando quitármela, pero era imposible, ya era parte de mí y continuaría siéndolo para siempre. Quise abrir los ojos, pero estaban ciegos y lastimados; quise gritar pero ningún sonido salía por mi garganta, y en medio del mayor de los espantos sentí repentinamente como si una mano me tocara la mejilla a través de la máscara, como si unos labios me besaran suavemente, con una dulzura exquisita, a través de los labios de la máscara; y yo ya no entendía más nada, sólo sentía las lágrimas mezcladas con sangre cayendo por las cuencas de mis ojos aplastados y resbalando por mi piel de porcelana fría y blanca.
…
Desperté sobresaltada, con el cuerpo bañado en sudor y un grito ahogado en la garganta. Tardé bastante en darme cuenta que me encontraba en mi habitación, en mi cama; todo parecía irreal, todo carecía de solidez. Me sentía agotada, como si hubiera vuelto de un viaje muy largo. Me senté en la cama y me toqué la cara; estaba caliente y húmeda, como afiebrada. Aún sentía el cosquilleo de un beso en los labios, y los rocé suavemente con mis dedos temblorosos, como queriendo asegurarme que eran reales, de que eran mis labios, no los labios de porcelana de una máscara. ¿Qué era esta sensación, este cosquilleo inexplicable…? Ya se estaba desvaneciendo, pero por un momento se había sentido real, demasiado real para ser el resabio de un sueño estúpido…
Acaso…
Era completamente absurdo, pero de algún modo me parecía sentir la presencia de alguien, cerca, alguien que había irrumpido en mi sueño o… No seas ridícula, Tomoyo. Como si tú pudieras saber si alguien está aquí a no ser que lo vieras o lo escucharas. Tú no tienes esa clase de poder.
Y sin embargo, me parecía sentir un tenue aroma en el aire que no me pertenecía a mí, un aroma fresco, que me recordaba a…
Bosques... árboles... ¿cerezos?
Me estremecí. Podía haber jurado que durante un instante antes de despertar había sentido el cosquilleo de una respiración en mi rostro. Con los ojos bien abiertos intenté escrutar la oscuridad de mi habitación, en busca de alguna señal, algún movimiento, algo pudiera indicar la presencia de… ¿de qué?
En el fondo, sabía que se trataba de una fantasía, una ilusión, que algo así era imposible, no podía pasarme a mí, ni en un millón de años, no podía ser que…
- ¿Sa… Sakura?
Como era de esperarse, no hubo respuesta. Refregándome los ojos, sin poder ver demasiado en esa oscuridad, estiré la mano y encendí la lámpara sobre mi mesa de noche. Miré a mi alrededor, pero no había nadie, ni nada aparte de los muebles de siempre, nada. Estaba sola.
Suspiré.
Bueno, no era para sorprenderse. Obviamente había sido un sueño, algo que sólo podía ocurrir en mi cabeza, nunca en la vida real. ¡Si ya lo sabía! Y sin embargo, no podía evitar sentir la amargura, las lágrimas amenazando con asomarse a mis ojos. El único beso que había tenido en la vida había sido a través de una máscara en una pesadilla, y lo único más patético que eso era despertar para encontrarme sola, como todas las veces, en esta fría oscuridad, llena de deseos imposibles, de anhelos frustrados que jamás podrían ver la luz. ¿En qué era esto mejor que el sueño? Aquí no había ninguna hermosa máscara llamándome, ningún hermoso nada llamándome, aquí no había forma de despertar... Volví a sentir la desesperación del sueño. El pecho se me comprimió en un nudo doloroso. Deseaba llorar.
Apagué la lámpara y me dejé caer sobre las almohadas. Una lágrima rodó por mi mejilla. Más que cualquier otra cosa, deseaba dormirme de nuevo, pero el horror de la pesadilla se negaba a abandonar mi pecho, así como la maldita sensación del beso no desaparecía del todo de mis labios. Era imposible dormir en estas condiciones. Imposible pensar. Imposible hacer nada.
De pronto sentí mucho frío, y me di cuenta que la ventana estaba entreabierta, dejando entrar un aire helado que hacía ondular suavemente las cortinas blancas. La luz de la luna entraba a través del vidrio, bañando la habitación con una tenue luminosidad plateada que le daba un aspecto algo fantasmal. De algún modo acentuaba mi soledad, pero aún así era hermoso. Me sentí tentada a levantarme, caminar hacia la ventana; asomarme a la noche y respirar el frío y la oscuridad del mundo dormido, y, al menos por un momento, olvidarme de mí y dejarme arrastrar por esa silenciosa belleza.
…
Un rato después, caminaba calle abajo, casi corriendo. Me había puesto un abrigo largo, no sabía a donde iba y no entendía siquiera por qué había sentido de repente la urgente necesidad de salir en el medio de la noche sin avisarle a nadie. Todo lo que sentía era mi corazón palpitando fuerte, y la sensación de que no podía soportar mi habitación un minuto más, que no podía soportar los sentimientos que se arremolinaban dentro de mí, que necesitaba un escape. Necesitaba ir a algún lado, hacer algo, estar rodeada de gente, de ruido. De luz.
Era una noche muy fría, pero eso no era algo malo. Recibí agradecida el aire helado como cuchillas sobre la piel; me hacía sentir viva, como si me despertara de un letargo. Y la noche estaba tan hermosa. Su desolación casi siniestra no me asustaba, por el contrario, sentía que me envolvía como un manto protector, me invitaba y me consolaba con su helada caricia. Tal vez había sido eso lo que me obligó a abandonar la seguridad de mi habitación, a trepar como una loca por la ventana y salir a vagar desquiciadamente en medio de la noche. La sensación de que en tamaña inmensidad, algo podía estarme llamando, de que algo podría, aunque tan solo fuera en la forma de una metáfora torpe, parecérseme y entenderme y refugiarme. Al menos un poco.
Pero lo que sea que fuese, aún no lo había encontrado.
Por lo menos, el aire frío me hacía bien. Me refrescaba la cabeza, haciéndome consciente de toda clase de detalles sin importancia, como el aspecto que debería tener, con los ojos enrojecidos por tanto llanto contenido en medio de una cara pálida y desencajada, el maquillaje que había usado horas antes todo corrido, el pelo revuelto, ese saco largo y negro que hacía lo que podía para abrigarme pero no lograba evitar que la brisa se colara por debajo, atravesando mi ropa demasiado ligera, y poniéndome la piel de gallina. No muy diferente se vería un vampiro o engendro infernal que hubiese tomado forma humana; no dudaba que asustaría terriblemente a cualquiera que tuviera la mala suerte de toparse conmigo de golpe. La idea me producía una especie de satisfacción perversa.
Y ese era casi mi yo real, no más ilusorio que la amable, dulce Tomoyo que todos conocían y… ¿querían? Sí, pensé con algo de amargura, la querían, aunque ya no estaba tan segura de si eso significaba que me querían a mí. De cualquier farma, no importaba. La única persona que importaba no conocía esta parte mía, no conocía mis verdaderos sentimientos, no podía ni imaginarse las cosas que yo era capaz de hacer, ni podría imaginarme deambulando por las calles en medio de la noche luciendo como un no-muerto, sólo para escapar de la intensidad del dolor y del autodesprecio que mis sentimientos por ella me causaban, porque eran cualquier cosa menos puros, llevaban años sin ser puros y yo era demasiado débil para enfrentarlos o luchar por ellos u olvidarlos.
Así de patética era.
Pero no quería pensar más en esas cosas. No quería pensar en nada; sólo encontrar algún lugar donde el ruido fuera tan fuerte que anulara mi cerebro, y mis sentidos se llenaran de gente, de sus voces y su imagen y sus olores… Un poco de alcohol tampoco vendría mal. Sería muy agradable embotar mi cabeza y olvidarme de todo, dejar de pensar en flores de cerezo y corredores y máscaras... al menos por un rato.
Sin realmente pensarlo, mis pies me llevaron otra vez a ese lugar, ese pequeño tugurio donde había cantado horas antes. Estaba escondido en una callejuela oscura, y no se veía muy decente ni muy limpio, pero luego de un rato largo de caminar sin rumbo en la noche helada, en una orgía de autodesprecio, cualquier lugar venía bien. Además, la música que se escuchaba desde el exterior me gustaba, tenía un sonido algo furioso, algo melancólico, algo… empecinadamente amargo. Se ajustaba bien a mis sentimientos. Pensé que podía derretir mi cerebro, y eso era exactamente lo que necesitaba.
Humo, ruido y olores de todo tipo me recibieron al entrar, sorprendiéndome un poco. Al parecer en esos lugares el ambiente se viciaba más y más a medida que la noche avanzaba. No sin cierta aprensión, me adentré en el lugar y busqué una mesa. En el fondo del local, en una esquina oscura, encontré una que me agradó; estaba lo bastante escondida como para que pudiera pasar un rato tranquilo observando a la gente sin ser observada, y adaptarme poco a poco al lugar, a los fuertes aromas de tabaco y sudor, a la música que taladraba los tímpanos. Me senté, y después de pedir a la camarera una bebida al azar, empecé a sentirme cómoda y me dediqué a una lánguida, casi morbosa contemplación del lugar y de mis vecinos. El sitio tenía algo extraño, como una especie de presencia propia que me daba la bienvenida, aunque no llegaba a darme cuenta del porqué. No había mucha gente, una pequeña banda desconocida tocaba furiosamente y algunos observaban el show, aunque la mayoría, sumidos en sus vasos y en sus conversaciones, lo ignoraban completamente, como habían hecho con el mío horas atrás. Por supuesto, no me había importado; no había cantado para ninguno de ellos, y a decir verdad ni siquiera sabía por qué había cantado, o para quién. Simplemente había sentido la necesidad de hacerlo, imperiosa, impostergable; como si algo hubiera empujado desde adentro de mí, apoderándose de mí y sólo hubiera podido aquietarlo subiéndome a aquel escenario y soltando mi voz como hacía años que no me atrevía a hacerlo. Mi voz, que se había convertido en algo que me atemorizaba, que me arrastraba a profundidades de las que yo no quería saber; que me traicionaba y sacaba a la luz cosas que no debían ser mostradas, nunca. Que por momentos sentía que había dejado de pertenecerme.
El lugar era tal cual lo que parecía desde el exterior, un antro pequeño, oscuro, con una atmósfera cargada y sofocante, no demasiado limpio. Y sin embargo, había empezado a gustarme. Ahí nadie me conocía, nadie esperaba nada de mí, podía ser lo que quisiera; era un lugar para colapsar, para olvidarlo todo, para desaparecer. A mi alrededor, mis vecinos de mesa se veían casi todos iguales, extraños, taciturnos, embebidos en la música y en sus propios pensamientos. Traté de imaginar cuántos corazones rotos habría tras esos ojos inescrutables; cuántos desengaños y decepciones ahogándose en los vasos de licor, y sentí respeto por ellos, por su soledad, por su silencio; nunca hubieran podido molestarme. Eran mis iguales, mis hermanos.
Tan sólo cuerpos.
- Su bebida, señorita.
Por el rabillo del ojo pude ver la mano blanca con largas uñas rojas de la camarera, apoyando un vasito minúsculo lleno de un líquido ámbar sobre la mesa, junto con un salero y un platito con una rodaja de limón. Bueno, yo no tenía idea de qué hacer con todo eso. Miré extrañada lo que me había dejado e inmediatamente la miré a ella, y mi cara de novata debió haberme delatado porque la mujer sonrió, divertida.
- ¿Primera vez?
- Sí… - respondí algo abochornada, intentado restarle importancia. – Si pudiera explicarme…
La mesera me indicó rápidamente como debía beber aquella extraña bebida: se suponía que lamiera la sal de mi propia mano, luego echara el trago y finalmente mordiera el limón. Todo el procedimiento me pareció gracioso por algún motivo, pero era algo nuevo, algo emocionante, y decidí intentarlo.
Cuando el primer sorbo del licor llegó a mi estómago sentí un fuego que me subía hasta la garganta y me atraganté, y comencé a toser furiosamente. La camarera volvió a mi lado rápidamente.
- ¿Se encuentra bien?
- Sí, sí… - murmuré, semiahogada aún, intentando ocultar mi bochorno. Era un fastidio ser tan inexperta. - ¿Cómo se llamaba esta bebida?
- Tequila, señorita.
Ah, sí. Tequila. Claro. No era una bebida común en Japón, y la había pedido tan sólo porque me había gustado como sonaba el nombre. Tenía una cierta cualidad musical que me hacía pensar en el nombre de un demonio. Te-Ki-Lah.
- De acuerdo.- dije, intentando recuperar mi dignidad.- ¿Podría traer la botella, por favor?
La mesera pareció espantarse ante la idea, pero no dijo nada, y al minuto volvió con la botella. Luego, con una mirada que parecía entre divertida y preocupada, me aconsejó que fuera moderada con el tequila si era la primera vez que lo bebía. No hice caso; mostrándole mi sonrisa más amable le aseguré que me encontraba bien y que no se preocupara, y ella me dejó. Intenté no darle mayor importancia al asunto, pero a medida que llenaba nuevamente el vaso semi-vacío, me sentí algo horrorizada yo misma, como si estuviera a punto de cometer un asesinato. O un suicidio. Pero al mismo tiempo, en otro nivel, era emocionante, como atravesar una delgada línea que separara mi mundo en dos: el mundo donde todos me conocían, en el que yo era la dulce, gentil Tomoyo de siempre, y este otro, el que estaba descubriendo ahora, en el que era algo muy diferente, algo que no atinaba a definir todavía, algo que me asustaba pero que empujaba y empujaba dentro mío cada vez con más insistencia, dándome fuerzas para lidiar con cualquier cosa, incluso con aquel espantoso tequila.
Al menos, era algo nuevo.
El líquido ambarino me contemplaba desde el vasito con aprensión, como un testigo silencioso de mi torpeza; y de repente sentí urgencia por hacerlo desaparecer. Fue como lava ardiendo en mi garganta; una sensación nada agradable, pero a esta altura ya no importaba eso. Lo importante es que era fuerte, y quemaba, y eso era todo lo que necesitaba.
Cobrando valor, dejé a un costado la sal y el limón, ceremonias innecesarias para mi objetivo, y me tomé un segundo trago, vaciando el pequeño vaso en un instante. Sentí el fuego en el estómago nuevamente, esta vez de forma mucho más intensa que la anterior, tanto que tuve que hacer esfuerzos para no tener arcadas. Dándole apenas el tiempo justo a mi estómago para que se acostumbre a la sensación; rápidamente volví a llenar el vaso y casi a la misma velocidad lo vacié. Y luego otra vez. Y entonces, algo inesperado ocurrió: comenzó a quemar menos. Comencé a sentir mis brazos y piernas pesados, muy pesados, y una sensación de cálido cosquilleo se extendió por mi cuerpo, obnubilándome.
Se sentía raro. Divertido. La cabeza me pesaba más que todo el cuerpo, y me empecé a sentir algo mareada, pero al mismo tiempo percibí que podía pensar con más claridad que antes. Como si hubiera habido un velo cubriendo mis pensamientos y sentimientos, dejándome verlos solo difusamente, y de pronto lo hubieran quitado. Con mi nueva claridad, comprendí que era una actitud de principiante eso de beber así de golpe, que solo lograría sentirme mal rápidamente, y entonces me perdería la posibilidad de disfrutar este extraño mareo y la sensación de hilaridad que me estaban embargando. Algo sorprendida pero complacida ante mi nueva experiencia, decidí esperar un rato antes de volver a beber, darle tiempo a mi cuerpo de asimilar lo nuevo, dejar que se incremente gradualmente la sensación de pesadez y atontamiento, y que la quemazón en el estómago desaparezca de a poco... Se sentía maravilloso. Y raro. Sólo con esfuerzo podía recordar quién era yo, y qué estaba haciendo en ese lugar, pero aparte de eso, estaba pensando con mayor claridad y lucidez que en toda mi vida. Era muy raro, como si todo lo que estaba fuera de mi mente, incluido mi cuerpo, se moviera a otra velocidad, a una velocidad más lenta. Todo parecía estar en un ángulo extraño. Sentí una urgencia por reírme. ¡Era tan cómico! Me obligué a recordar lo que me había traído aquí, pero todo el asunto del video de Sakura y Li simplemente me parecía grotesco. Intenté recuperar los sentimientos que había sentido antes, el deseo, y la culpa, y la desesperación, pero parecía que se habían ido a alguna parte. Como si yo fuera otra persona, una persona diferente, mirando la situación desde afuera. Y ahora que lo pensaba no podía parecerme más que graciosa, hasta ridícula; pero no lograba entender por qué me había perturbado tanto. Era maravilloso. Nada dolía. Nada importaba. Tenía los ojos cerrados, me sentía muy bien; podría haberme quedado así para siempre.
No pude.
- Disculpa… - Inesperadamente, repentinamente, el sonido de una voz a mi lado me trajo de vuelta, haciéndome recordar que existía un mundo más allá de los confines de mi propia mente. - No quiero molestarte, pero, ¿no te parece un poco peligroso eso que estás haciendo?
Una voz. Mierda. Quienquiera que fuera, sin duda era un idiota si no se daba cuenta de que quería que me dejaran en paz. ¿Por qué tenían que molestarme justo ahora, cuando finalmente parecía haber alcanzado un pequeño remanso de calma, un agradable limbo donde perderme y descansar del mundo y de mí misma?
- ¿Qué cosa? – murmuré de mala gana y sin siquiera voltear ni abrir los ojos, como para dejar en claro que no pensaba entrar en ninguna conversación.
- Hamacarte así en la silla, luego de haber bebido tanto. Si perdieras el equilibrio te podrías desnucar.
- No va a pasar. – murmuré, comenzando a irritarme. Mi remanso de calma se alejaba velozmente con cada palabra que sonaba junto a mí. Fruncí el ceño al sentir (más que oír) el peso de alguien acomodándose en la silla que estaba junto a la mía, e inclinándose sobre la mesa. Así que pensaba quedarse. Mierda. Un idiota arrogante intentando hacer su conquista de la noche conmigo era realmente lo último que necesitaba hoy.
- ¿Seguro? Porque desde aquí parece que te estás yendo demasiado para atrás.
- ¿Eh?
Abrí los ojos repentinamente, sólo para ver como la mesa se alejaba y una sensación de caída libre y vértigo se adueñaban de mí. Por un instante al menos, hasta que una mano lo detuvo, y trajo la silla nuevamente a su lugar.
- ¡Mierda! – murmuré, manoteando la mesa solamente para golpear la botella y volcarla. La levanté, e inmediatamente tuve que llevarme las manos a la frente y apoyar ambos codos sobre la mesa mojada. Estaba más mareada de lo que creía, y la casi caída sólo había empeorado la situación.
- Sorprendente. – oí la voz decir a mi lado. - Si hay algo que nunca imaginé, es que tendría la oportunidad de escuchar maldecir a Tomoyo Daidouji.
¿Qué?
Oh, no. ¿Acaso era algún conocido? Levanté la mirada, tuve que abrir y cerrar los ojos varias veces hasta que la imagen se enfocó y pude ver la cara que...
No. No. No. No podía ser. Simplemente era imposible. Pero estaba casi segura, aún a través de la niebla que el alcohol había dejado en mi mente: esos rasgos eran familiares. Muy familiares. Imposible olvidar esa cara afable, casi infantil, surcada por esa sonrisa cordial que escondía tras de sí una cierta astucia, una cierta malicia que no se dejaba ver pero sin embargo yo percibía… ¡Pero no, no podía ser!
- ¿Hi…hiraa…gizawa? – murmuré, incapaz de dar crédito a mis ojos.
- Daidouji… - una sonrisa se pintó en su rostro – Qué amable de tu parte que me reconocieras al fin.
Parpadeé, perpleja. Y luego otra vez. Y otra. Si no se evaporaba pronto, si no desaparecía frente a mí, iba a tener que aceptar que no era una loca alucinación de mi mente alcoholizada, que realmente estaba aquí, sentado a mi lado, y eso, eso sería un total desastre.
Parpadeé por cuarta vez.
Seguía ahí.
- ¿Por qué… por qué no desapareces? – balbuceé, intentando encontrarle algún sentido. - ¡Tú no estás aquí! ¡Tú estás en Inglaterra!
Él se rió estrepitosamente.
- Reconforta ver que a uno lo extrañan. Yo también me alegro de verte, Daidouji.
- P-pero, ¿cuándo…? ¿cómo….? ¿cuándo llegaste? ¿cómo me encontraste aquí?
- Lamento estar en desacuerdo, pero en realidad tú me encontraste a mí, Daidouji. Yo ya estaba sentado en aquella mesa de allá desde antes de que tú llegaras a este lugar.
Parpadeé de nuevo. Así que había estado observándome todo este rato. Me sentí incómoda, molesta, como si hubiera violado algo de mi privacidad; pero de pronto me di cuenta de lo irónico que era que justamente yo me sintiera ofendida por algo tan insignificante como eso.
- Así que me estabas espiando.
- ¿Así es como lo ves? – se rió. – Yo más bien lo llamaría contemplación asombrada de una escena que no se ve todos los días. Imagínate, encontrar aquí, de todos los lugares posibles, a una antigua compañera de escuela, y no a cualquiera sino a la que solía ser la chica más gentil, correcta y educada que nunca conocí… Sola en este lugar de mala muerte, y bebiendo un tequila atrás de otro como una ebria empedernida… es algo de lo que difícilmente uno pueda sacar la mirada, ¿no lo crees? Perdóname, lo que menos quiero es molestarte, pero la curiosidad siempre me puede, Daidouji; así que tuve que acercarme a verlo mejor… sin ánimo de juzgar, te lo aseguro. Puro interés científico.
- Lo siento, Hiiragizawa... pero te vas a decepcionar. No soy un buen objeto de estudio; mi vida no tiene nada de interesante... ni científicamente, ni de ninguna otra forma.
- ¿En serio? ¿Tan aburrida es? - dijo, con los ojos muy abiertos - ¿Es por eso que solías filmar la de otras personas?
La sonrisa se me borró de la cara inmediatamente. De acuerdo, no era culpa suya, no del todo. Había sido una pregunta maliciosa, sin duda, pero él no podía saber hasta que punto. ¿O sí podía? Era difícil darse cuenta con esta persona. Siempre había habido un aura extraña a su alrededor, algo perturbador; como si pudiera leer los pensamientos, como si pudiera, en algún nivel, ver a través de los demás de un modo en que nadie podía ver a través de él. Y abusaba generosamente de ese poder.
No me gustaba. No me gustaba ni un poco. Ya tenía demasiados problemas conmigo misma, como para tener que lidiar con la extravagancia de otro, la malevolencia de otro. Y por supuesto, no tenía ningún deseo de escuchar comentarios insidiosos de parte de alguien que nunca había llegado a ser ni tan siquiera un amigo.
- ¿Qué es lo que quieres, Hiiragizawa? – respondí, bruscamente. Él pareció sorprenderse, pero se recompuso rápidamente, y me ofreció una de sus mejores sonrisas de arrepentimiento, que borró todo signo de burla de su rostro.
- Nada. - dijo – Sólo un poco de conversación, de verdad. Luego de siete años sin haber puesto un pie en Japón, me gustaría poder charlar un rato con una cara familiar. Discúlpame si te ofendí, Daidouji, no fue mi intención. Creo que tengo un talento especial para decir cosas inapropiadas, y a veces se me va de control.
No, eso no es cierto. Falso, repetía una voz en mi interior. Lo miré con recelo; mientras más se disculpaba, más parecía estar burlándose de mí. No tenía dudas; él no era la clase de persona que soltara comentarios inocentemente, sin percatarse del efecto que pudiesen tener en los demás. Era demasiado inteligente, Dios, ¡era demasiado viejo para eso! Había que ser estúpido para no darse cuenta. Sin embargo, también había algo extraño en esta simulación de cortesía. Se podía adivinar la burla a través de la sonrisa amable y los ojos apenados; se podía descubrir una cierta ironía oculta, pero por más que lo intentase, no lograba percibir ninguna frialdad. Era una especie rara de malicia la suya, una que parecía carecer de la sutil cuota de desprecio que ésta normalmente tiene, desprecio que yo conocía muy bien, que tantas veces sentí hacia mi misma, y algunas veces también hacia los demás. Él, en cambio, podía burlarse de forma sarcástica y hasta cruel, y sin embargo no parecía despreciar a nada ni a nadie. Por el contrario, transmitía una rara calidez, incluso mientras se burlaba. Esto solo era suficiente para intrigarme.
No podía decidirme en si estaba enojada con él o no.
- ¿Qué es lo que quieres? – insistí, con más suavidad esta vez, pero aún negándome a dejarle ganar terreno.
Él sonrió de nuevo, esta vez con una sonrisa más sincera; sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo, tomó uno, y lo encendió.
- ¿Honestamente? – preguntó, inhalando en la nube de humo plateado que acababa de crear – Bueno, esa es una pregunta muy difícil de responder, de verdad. Yo mismo no sé si me atrevería a hacérmela.
Y luego se quedó en silencio, pensativo, con la mirada perdida en algún punto del espacio. Me sentí extrañamente incómoda con la situación, con ese silencio, aunque no podía explicar bien por qué.
- ¿Así que... fumas? Nunca te hubiera imaginado fumador. - dije, por decir algo. Sus ojos descendieron nuevamente, letárgicamente hacia mí, y una nueva sonrisa se formó en sus labios.
- Es natural. Tenía doce años la última vez que nos vimos; no hubiera sido una imagen muy bonita. Aunque en realidad no soy un fumador. Y ya que lo mencionas, yo no te hubiera imaginado bebedora.
- No lo soy… - dije, algo irritada por el matiz ridículo que rápidamente estaba tomando la situación – Es raro. En general la gente que no fuma no lleva cigarrillos y encendedor en el bolsillo.
- Bueno, los llevo porque a veces me resultan agradables, como ahora por ejemplo, y como te imaginarás no me preocupa morir de cáncer de pulmón… Déjame decirte también que en general a las chicas que no beben uno no suele encontrarlas en bares de mala muerte con una botella de tequila en la mano.
- ¿Te estás burlando de mí, Hiiragizawa? Me sorprendes. No eres el caballero que aparentabas ser.
- Bueno, Daidouji… – me contestó, luciendo esa sonrisa de gato de Cheshire que había sido siempre su característica más notoria – Al parecer tú tampoco eres la ninfa del bosque que yo recordaba. Pero no me estoy burlando de ti, te lo prometo. Jamás sería capaz de burlarme de una chica que puede beberse cinco tequilas seguidos y no caer inconsciente sobre la mesa... De hecho, estoy empezando a sentir una extraña admiración.
- Tampoco me idolatres demasiado. – dije, sonriendo en contra de mi voluntad. – Siento el cuerpo cada vez más pesado, eso no puede ser buena señal. Y la lengua se me está trabando bastante... a cada minuto me cuesta más hablar.
- ¿En serio? Y yo que esperaba tener una charla interesante... Bueno, qué se le va a hacer. En todo caso, déjame ayudarte con esto, – dijo, alejando la botella de mí – porque si sigues bebiéndolo tendré que cargarte hasta tu casa, y realmente preferiría no hacerlo, Daidouji. El vómito no va a quedar bien en mi camisa nueva.
- No seas descortés. – protesté, algo ofendida. – No soy una niña, si quiero seguir bebiendo lo haré. Y tú no tienes ninguna obligación de llevarme a casa, así que no te preocupes. Yo volveré como pueda. No es tu responsabilidad.
- Bueno, si te vas a empeñar en seguir en carrera hacia el alcoholismo… al menos déjame invitarte algo. Necesitas beber algo más decente que este tequila barato, realmente. Algo que puedas disfrutar ahora, porque, y créeme en esto, querida, dentro de un rato no vas a disfrutarlo.
Llamó a la mesera, le susurró algo y ésta se llevó la botella de tequila. Luego apagó el cigarrillo en el cenicero, pensativamente, y durante el breve lapso que duró todo esto, no pude evitar mirarlo y notar, no sin cierta turbación, que estaba, cómo decirlo... agradable a la vista. Por supuesto, había crecido mucho; ya no era el niño que conocí en la escuela primaria sino un joven alto y de hombros anchos. La piel blanca de su cuello hacía un maravilloso contraste con el ébano del pelo en su nuca, y con el azul oscuro de su camisa. Impecablemente vestido y afeitado, era el perfecto prototipo del caballero inglés, y sin embargo, había algo en su aspecto que no cuadraba, que nunca terminaba de encajar, algo que pertenecía a otras épocas, más primarias quizás; como un cierto vestigio de fuerza oscura y magia arcana, que hacía que por momentos pudiera imaginarlo perfectamente con el cabello largo y salvaje, vistiendo una capa de piel, con el rostro adornado con pinturas tribales. Algo que al mismo tiempo parecía serle tan propio y tan ajeno… Las manos, de dedos largos y refinados y uñas relucientes y prolijas, eran sin embargo grandes y masculinas; las movía al hablar con una expresividad casi infantil, y me gustaban por algún motivo que no podía terminar de precisar. Así como su aspecto, todo su lenguaje corporal era prolijo y cuidado, todo en él parecía estar siempre sosegado y bajo control, excepto esas manos, y sus ojos…
Había cambiado, sí, pero sus ojos grises conservaban esa misteriosa cualidad que siempre habían tenido, que por momentos lo hacían ver viejo y cansado, como el ser milenario que realmente era; pero cambiaban en cuestión de segundos para convertirse en pícaros ojos de niño travieso, inspirando a la vez aprensión y ternura. Cómo lograba producir esa metamorfosis con tanta rapidez y facilidad era algo que yo nunca había podido descubrir, pero me intrigaba.
Me gustara o no, tenía que reconocer que Eriol Hiiragizawa era una persona interesante, y que su presencia no me molestaba tanto como había imaginado. Además, mientras estuviera a mi lado no se me acercaría ningún otro hombre, y eso era un buen plus.
Las cosas no estaban tan mal. Sin duda podrían haber sido mucho peor.
La mesera se acercó con la botella que había ordenado y dos copas. Él le hizo un gesto de que las dejara, y concienzudamente procedió a servirlas hasta la mitad, para luego ofrecerme una de ellas.
- Bueno, esto es mucho mejor. Pruébalo. Creo que te va a gustar.
No sin cierta desconfianza acepté la copa que me ofrecía, mirando con recelo el líquido rojo oscuro que contenía. Lo probé, esperando recibir otro agresivo golpe al estómago, pero para mi sorpresa y deleite fue todo lo contrario. Era increíblemente suave, dulce, con un leve aroma frutal y un dejo de alcohol que se extendía por mi cuerpo como una suave calidez, sin obnubilar.
- ¿Y? – me miró expectante; parecía un chico esperando la aprobación de la maestra ante una tarea bien hecha.
- Delicioso. – tuve que reconocer a mi pesar. Él sonrió con satisfacción.
- Te lo dije. Una copa de buen vino siempre es agradable y ameniza las cosas, en especial los reencuentros incómodos. Brindemos por eso.
Sin poder evitarlo, sonreí contra mi voluntad; vacilé durante un instante, y finalmente poseída por un sentimiento de "qué diablos", choqué mi copa contra la suya. Repentinamente me sentía ligera otra vez, alegre, casi hilarante. Los efectos del alcohol, sin duda.
- Bueno, ya que estás aquí, ¿me vas a decir qué estás haciendo en Japón? ¿Cuándo volviste, por cuánto tiempo…?
- Llegué hoy. No sé todavía por cuánto tiempo. En Inglaterra estaba todo muy aburrido… y como tenía algunos asuntos pendientes... - suspiró. - ¿Y tú, Daidouji? ¿Qué estás haciendo aquí?
- ¿Eh?
- Sabes que no me refiero a Japón.
Me miró, su cara se había puesto repentinamente seria. Vacilé. No me gustaba la dirección que estaba tomando la conversación, y no tenía ningún deseo de explicarme ante él. Me debatí internamente, con la cabeza enfebrecida por el efecto del alcohol, buscando en mi interior una respuesta seca y cortante, que no invitara a más preguntas pero que tampoco sonara excesivamente descortés. En ese momento, mis ojos se encontraron con los suyos, y para mi sorpresa sentí que mi enojo se evaporaba de repente. No entendía bien el por qué, quizás fuera porque no hallé en su mirada ninguna señal de malicia, más bien lo contrario; había algo cálido, acogedor, como si realmente estuviera interesado en lo que yo pudiera decir. Algo en esos ojos tuvo un extraño efecto en mí, y las palabras surgieron antes de que pudiera pensar en lo que hacía.
- En realidad no lo sé… Nunca había venido a este lugar antes de hoy. Es como si hubiera llegado hasta aquí traída por una sensación… tan solo caminé, y mis pies me trajeron. Puedes reírte si quieres... ya sé que suena ridículo.
- Como ves, no me río, Daidouji. Por el contrario, me resulta muy interesante. Continúa por favor.
- No, de verdad… – me reí tontamente ante la grotesca idea que comenzaba a formarse en mí. - No hay mucho más que decir.
- Si no quieres seguir, no voy a insistir, pero, ¿acaso tú crees en las coincidencias? ¿Es normal para ti estar en lugares como éste? ¿No es raro que en mi primera noche en Japón después de siete años de estar afuera te encuentre aquí? Sabes... creo que tal vez teníamos que encontrarnos hoy. Tal vez hice todo el viaje desde Inglaterra sólo para escuchar lo que tú tienes para decir ahora.
-Pfffft, déjate de cuentos, Hiiragizawa. – dije, entre risas, aunque sus palabras me habían sorprendido profundamente. Esa era la idea que se había formado en mi cabeza apenas unos segundos antes, que la situación era demasiado improbable para ser una mera coincidencia, que tal vez era cosa del destino que yo me cruzara con él en ese lugar, en esa noche. Pero, ¿para qué? ¿con qué fin? ¿y quién decidía estas cosas? Todo era soberanamente ridículo. Si existía un destino misterioso que se manifestaba a través de señales, por regla eso siempre les ocurría a otras personas, a personas importantes, como Sakura por ejemplo. No a una chica común y corriente como yo.
Sin embargo…
- Fue por culpa de un sueño. – me encontré diciendo de repente, sorprendida una vez más por la facilidad con la que estaba revelando cosas tan personales a este casi desconocido. Sin duda era cosa del maldito alcohol.
- ¿Un sueño? Eso es muy interesante. Los sueños nos dicen muchas cosas de nosotros mismos. ¿Sobre qué se trataba?
- ¿Qué importancia tiene? No te irás a poner freudiano conmigo ahora…
- Lejos de mí está el querer analizarte, querida. Pero resulta que en algunas de mis vidas pasadas tuve ciertos poderes de oráculo, por lo que el tema de los sueños siempre me resultó interesante. Y ya sabes lo que dicen de las viejas costumbres...
Lo miré, algo perpleja.
- ¿Vidas pasadas? ¿Plural? ¿Quieres decir que... además de la de Clow Reed... tuviste otras vidas?
Suspiró.
- Así es.
- Y las recuerdas... a todas.
- Lamentablemente... sí. - murmuró pensativo, frunciendo el rostro en una mueca que podía ser de disgusto o de tristeza. – Pero no hablemos de eso ahora. Ibas a contarme tu sueño, no creas que lo he olvidado.
- No, no iba a hacerlo.
- Claro que sí. Si no quisieras contármelo no hubieras empezado a hablar de él en primer lugar. Me habrías dicho alguna mentira, como que viniste aquí a encontrarte con alguien, lo cual además sería una excelente excusa para darme a entender que lo mejor es que me mande a mudar y no te moleste más. Ahora ya es tarde para eso; si llegaste hasta este punto no tiene sentido echarse atrás, ¿no crees?
Sonrió, triunfante, y durante un instante lamenté profundamente que no se me hubiera ocurrido la excusa de la cita desde un primer momento. La Tomoyo de siempre habría pensado alguna estrategia magistral para eludir cualquier tema de conversación que no le agradara, pero, la Tomoyo de siempre parecía estar de vacaciones esta noche. Volví a culpar al alcohol por esto.
Lo miré, indecisa; algo se revolvió adentro mío ante la idea de compartir cosas tan íntimas con otra persona. No era mi estilo y la mera posibilidad me incomodaba, pero al mismo tiempo, una extraña sensación me empezaba a embargar, un sentimiento completamente opuesto empezaba a crecer en mi interior: la necesidad de contarlo todo, de sacarlo todo afuera, de compartir con alguien al menos una pequeña parte de los fantasmas que me acosaban, de revelar al menos una pequeña porción de mi verdadero ser. Hablar sin mentir, al menos por un rato.
No podía ser peor que todas las otras cosas que ya había hecho esa noche.
La tentación era muy fuerte, y me rendí a ella. Aun sabiendo que luego me arrepentiría por ello, de repente me encontré hablando de corredores infinitos, de máscaras mortecinas, de besos en la oscuridad y de despertares ingratos. Todo, desde el segundo en que me dormí hasta que nos encontramos en este lugar. Hablaba como en un trance, sin apresurarme pero sin detenerme, como presintiendo que en el instante en que terminara de hablar la extraña puerta que había abierto se volvería a cerrar, quizás para siempre, y quisiera saborear ese instante, ese ínfimo momento de apertura, de proximidad con otra persona. Él escuchaba serio y atento, sin dejar de mirarme fijamente; la situación me resultaba tan absurda, tan irreal que era como si una parte mía se hubiera separado y observara todo desde afuera con ojos fascinados. Ahí estaba yo, Tomoyo, compartiendo una pequeña parte de mi alma con aquel extraño conocido de la infancia, pero en ese "ahí estaba yo" dejaba de estar; me escapaba, me perdía, el momento se me iba de las manos, el sentimiento de cercanía desaparecía rápidamente, hasta quedarme con nada más que una sensación de embarazosa franqueza innecesariamente derrochada, de una Tomoyo ebria innecesariamente expuesta.
Dejé de hablar y bajé la mirada, jugueteando con mi copa de vino. Esperé que él hablara, que llenara el penoso silencio con palabras gentiles, pero éstas no llegaron. Me sentía incómoda y observada, casi como si estuviera desnuda; ¿quién me había mandado a mostrar tanto, revelar tanto? Con aprensión, con timidez, murmuré unas palabras forzadas, intentando que no se notara mi turbación.
- Y bien… ¿qué piensas?
- ¿Acerca del sueño? ¿O acerca de ti?
Levanté los ojos, y vi que me miraba pensativamente.
- Del sueño. – me apuré a responder. No sabía por qué, pero no estaba segura de querer escuchar la respuesta a la otra pregunta.
- ¿De verdad? Te advierto que quizás no te guste lo que te voy a decir. ¿Seguro que quieres saber?
- Si llegaste hasta este punto no tiene sentido echarse atrás, ¿no crees? – lo miré, desafiante. La Tomoyo vulnerable estaba empezando a recomponerse. El sonrió.
- De acuerdo, pero primero quiero hacerte una pregunta. ¿Qué crees que pensaría Sakura de este sueño?
- ¿Eh? – la mención del querido nombre me puso instantáneamente en alerta. - ¿Sakura? ¿Qué tiene que ver ella con esto?
- ¿Por qué te enojas? Sólo fue una pregunta.
- Bueno…– intenté disimular mi alteración, dándome cuenta que podía ser aún más reveladora que todo lo dicho. – No sé lo que pensaría Sakura. Supongo que no le contaría este sueño.
- ¿Por qué?
- Porque no… ¿para qué iba a contárselo? No hay necesidad de preocuparla con tonterías.
- ¿Por qué piensas que se preocuparía? ¿Y por qué sería algo malo que se preocupara? ¿Acaso no es tu amiga?
- Mira, no sé a dónde quieres llegar con todo esto, pero sí, ella es mi amiga, y por esa misma razón es que no quiero preocuparla… ¿tan difícil es de entender?
- No, no es difícil. Lo que me sorprende es justamente lo contrario; parece demasiado fácil. En el sueño te ponías una máscara. Dime, ¿para qué sirven las máscaras, Daidouji?
Sus palabras fueron como una cachetada. Me quedé aturdida y sin palabras, y automáticamente me arrepentí de haberle siquiera mencionado el estúpido sueño.
- Olvídalo, Hiiragizawa, fue sólo un sueño, ¿de acuerdo? Y no veo cómo puede estar relacionado con Sakura. Fin del asunto.
- De acuerdo, pero escúchame todavía un momento. Te pregunté todas esas cosas porque tu sueño me recordó a un cuento de hadas que escuché una vez. Era sobre una princesa que estaba enamorada, pero tenía un problema: deseaba a una persona que sabía, nunca podría tener. Mientras más la deseaba, más fuertemente convencida estaba de lo imposible de su deseo, pero como era una princesa fuerte y orgullosa, no quería que el reino entero la viera sufrir. Un día apareció una bruja y le propuso un trato: había una forma en que nadie más la vería sufrir y ella podría estar unida para siempre a la persona que amaba, pero a cambio debería de pagarle un precio muy alto: su rostro, su alma, y todo lo que la hacía ser ella; pudiendo conservar sólo sus ojos. La joven princesa estaba tan desesperada que aceptó, pensando que por tener una ínfima esperanza de estar con la persona que amaba, valía la pena perder todo lo demás. Y entonces la bruja le entregó una máscara, y le ordenó que se la pusiera. La princesa obedeció y cuando se miró al espejo vio que tenía el rostro de la persona que amaba; igual en todo excepto en los ojos, y entonces comprendió que se había convertido en esa persona, y que estaba condenada a oír con oídos que no eran suyos, hablar con palabras que no le pertenecían y sonreír con la sonrisa de otra persona, pero viendo el mundo a través de sus propios ojos. La bruja había cumplido su promesa: nadie más la vería sufrir, porque la máscara la tapaba, y nunca se separaría de la persona amada, porque que la llevaba en sí para siempre. Pero a cambio de eso, la princesa se había perdido a sí misma. ¿Qué piensas de esta historia?
- Que para ser un cuento de hadas, es horroroso. ¿Lo acabas de inventar, verdad? –dije, con la voz vacilando entre la ira y el temor.
- ¿Acaso importa?
- Sí que importa. Importa, y mucho. Si me dijeras que sí, tendría que preguntarte qué quisiste decirme con eso, si acaso eres tan presuntuoso que pretendes haberme comprendido perfectamente y saber lo que significa mi sueño, y quién diablos te crees que eres para juzgarme de esa manera. –murmuré, temblando con una rabia que por primera vez en la vida, me resultaba difícil de controlar. – Tendría que exigirte que me expliques qué diablos quisiste insinuar antes cuando mencionaste a Sakura, y qué relación tiene ella con la ridícula historia que acabas de contar. Me enojaría mucho… Hiiragizawa.
- Bueno, no la inventé yo, Daidouji. No te exaltes. Simplemente recordé ese cuento porque mencionaste una máscara, nada más. Tampoco dije que hubiese ninguna relación entre Sakura y mi pequeña historia. Eso lo hiciste tú sola, y fue lo más honesto que has dicho en toda la noche. Eso y mostrar tu enojo, claro está. Antes eras más cuidadosa con ese tipo de tcosas.
- ¿Ehh?
- No te preocupes. Creo que me gustas más así, de todas formas. - añadió, mirándome con una sonrisa serena y afable.
Me levanté de la mesa casi de un salto, tan indignada que no me salían las palabras, y completamente dispuesta a marcharme, pero lo brusco del movimiento me mareó, y repentinamente mi estómago y todo el bar giraron en torno mío. Me apoyé contra la mesa, tratando de mantener el equilibrio, y tirando al suelo la copa de vino en el intento.
Inmediatamente sentí que unos brazos me sostenían, evitando que me cayera, y un instante después estaba apoyada contra el pecho que un segundo antes hubiera querido acuchillar. Escuché una voz preocupada por encima de mi cabeza.
- ¿Estás bien?
- Suéltame. – dije sin fuerzas, intentando liberarme débilmente de aquellos brazos. – Claro que no estoy bien.
Me hizo sentar nuevamente en la silla, y se inclinó frente a mí.
- Todo ese tequila barato tenía que hacer efecto. Te llevaré afuera. Necesitas tomar aire.
- No necesito tu ayuda… Hiiragizawa. – murmuré. Sentía que todo el color y la vida se habían retirado de mi rostro.
- Mírame. – me dijo, mientras me sostenía con fuerza por los hombros. Intenté mirarlo, pero levantar la cabeza hacía que me mareara aún más, y que mi estómago diera vueltas aún más violentas. – Espera aquí un segundo. No te muevas.
Lo sentí alejarse, y cerré los ojos, intentando hacer que el mundo dejara de girar a mi alrededor. Pasaron unos segundos que en mi aturdida cabeza parecieron una eternidad, cuando nuevamente escuché su voz a mi lado.
- Listo, nos vamos. Ponte el abrigo. Afuera hace frío.
Mientras hablaba, sentí que me tomaba de un brazo y me ayudaba a levantarme y a ponerme el abrigo, y luego pasaba uno de mis brazos por encima de su hombro, y el suyo por detrás de mi cintura; y me dejé llevar, a los tropezones, hacia la salida de esa cueva de humo, olores y ruido. Todo giraba a mi alrededor. Cerré los ojos para no marearme aún más.
Por fin estábamos afuera. El aire frío que me recibió alivió un poco la sensación de náusea, pero el mareo no se iba. Lentamente me atreví a abrir los ojos; el cielo aún estaba oscuro, pero la luz de los faroles de la calle lastimaba mis pupilas, y tuve que cerrarlos de nuevo. Las piernas apenas me sostenían. Me sentía débil, completamente agotada e indefensa, pero al menos el aire fresco me hacía bien. Respiré profundamente, mientras mi cuerpo se estremecía al contacto con la helada brisa.
- ¿Mejor? – susurró una voz junto a mi oído. De repente me di cuenta de que sus brazos seguían alrededor de mí, soportando casi todo el peso de mi cuerpo, porque mis piernas eran como de papel y no podía sostenerme sola. Estaba literalmente colgada de su hombro y mi cabeza caía sobre su pecho como un peso muerto; y al darme cuenta de ello me sentí extremadamente incómoda. En un afiebrado frenesí, quise soltarme, apartarme de él; mis piernas y mi sentido del equilibrio me traicionaron y trastabillé, pero no caí porque sus brazos me seguían sujetando.
- Hey… no hagas eso. – dijo. – Si te caes ahora te vas a lastimar. Tranquila, pronto estarás mejor. Es sólo el efecto de ese horrible tequila que te tomaste como una loca.
- Cállate. – murmuré. Él se rió. Sentí la vibración de su pecho, y apoyé mi cabeza contra él, inconscientemente. Irradiaba calor, pulso, era confortante, era…
Raro raro raro raro raro raro raro, la voz en mi cabeza repetía sin cesar. Sí, quizás era demasiado raro, demasiado absurdo, terminar aquella noche así, ebria, en la puerta de un bar de mala muerte, apoyando la cabeza contra el pecho del siete-años-desaparecido Eriol Hiiragizawa… Sentí una extraña sensación de vértigo, de irrealidad en la boca del estómago, recordé cómo había empezado la noche (¡siglos atrás, parecía!) y de repente la náusea volvió con todas sus fuerzas.
- ¡Oh, Dios, suéltame!
Fue todo lo que atiné a decir antes de empujarlo a un lado violentamente. Él murmuró algo, con tono sorprendido, pero no alcancé a escucharlo porque en ese momento ya me encontraba con el cuerpo doblado a la mitad, apenas sosteniéndome contra la pared. Vomitando como si quisiera expulsar de mis entrañas todo lo ocurrido aquella noche.
...
-Eso fue hermoso… simplemente hermoso.
- Gracias… No creo que pueda sentirme más humillada que ahora.
Él se rió.
- Oh, sí, claro que puedes. Sólo espera a que estés sobria de nuevo y verás. Pero tienes que prometerme recordarlo, porque sino no va a tener gracia burlarte con ello.
Una leve sonrisa se formó en mis labios. Noté que mi cabeza estaba apoyada contra su hombro, que su brazo me envolvía, y suspiré. ¿Y aquello me había parecido raro? Esto era raro, a niveles que no hubiera imaginado minutos atrás. De algún modo me encontraba sentada en el asiento trasero de un taxi, apoyada completamente contra el cuerpo de un viejo compañero de escuela, que casualmente además era la reencarnación del mago más poderoso de todos los tiempos, y del cual no había vuelto a saber hasta hacía poco menos de una hora atrás. Pero lo más extraño de todo, lo que más me sorprendía, no era eso. Era lo cómoda que me estaba empezando a sentir, a pesar de todo aquello.
- ¿Por qué estamos en un taxi? – murmuré lánguidamente, luchando por no cerrar los ojos que se sentían cada vez más pesados. Odiaba reconocerlo, pero la sensación de estar apoyada contra un cuerpo cálido, abrazada y protegida del frío exterior, un cuerpo que me cargaba, me subía al taxi y decidía todo por mí, era realmente reconfortante. Me sentía liviana y despreocupada, como un bebé. Hubiera sido tan fácil quedarme dormida… pero no quería hacerlo, porque cuando me despertara todo se habría terminado, y no quería que esta sensación se esfumara. Desde una distancia como una niebla, sentí una de sus manos rozando suavemente mi cabello, apartando unos mechones de mi cara; fui consciente del brazo alrededor de mis hombros, de que podía sentir su respiración contra mi frente… Y todo eso no me molestaba, sino más bien lo contrario. Había empezado a gustarme el leve roce de sus dedos en mi pelo y las vibraciones que se transmitían desde su pecho hacia todo mi cuerpo cada vez que hablaba, que se reía… Era algo rarísimo, y no quería que se terminara. Ociosamente me pregunté qué pensaría él si supiera en lo que yo estaba pensando.
No, mejor no seguir por ese camino. Además, no importaba. Yo estaba ebria, y los ebrios piensan muchas tonterías.
- Porque eres una loca que se bebió cinco tequilas seguidos, y ahora no puede caminar por sí misma. Y porque soy un caballero, y no puedo abandonarte en la calle en ese estado. – replicó, sonriendo levemente.
- Pero… ¿a dónde vamos?
- A casa. – dijo simplemente.
- Espera… – a esta altura ya me costaba mucho pensar con coherencia, pero no lo suficiente como para no darme cuenta de lo obvio. - No puedo ir a casa así. Aún vivo con mi madre, y…
Me detuve. No quería decirle que me había escapado por la ventana; y por ende, que no podía volver a entrar por la puerta. Y trepar hasta mi ventana en este estado estaba fuera de cuestión.
- Ya lo sé. Me imaginé algo como eso. Cuando dije "a casa", me refería a la mía.
- ¿La tuya? – me quedé helada, perpleja; no lograba decidir si debía alarmarme o no. Definitivamente esto era demasiado, sin embargo, tampoco se me ocurría otro lugar a donde ir hasta que se me pasara la borrachera. El pareció darse cuenta de mi perturbación.
- Sí, pero sólo si prometes no tirarte encima mío ni bien lleguemos. – se rió, probablemente había sentido la momentánea tensión en mi cuerpo. – Ya sé que soy increíblemente atractivo, pero tendrás que contenerte. Tuve un viaje largo, no estoy de humor para esas cosas.
- Uhh… de acuerdo. - murmuré. - Intentaré contenerme.
Sentí su risa contra mi cuerpo, y me estremecí levemente. Ya estaba decidido, y de pronto me di cuenta que ésta sería quizás la más cuestionable de todas las cosas que había hecho esa noche. Y honestamente... no me importaba en lo más mínimo. No tenía las fuerzas ni la voluntad para rebelarme, para volver a ser la concienzuda y escrupulosa Tomoyo que había sido toda mi vida. Sólo quería dejarme caer, dejarme arrastrar, perderme por completo…
Además, no podía volver a casa en este estado. Y para colmo de males… se sentía extrañamente bien estar ahí, dormitando contra el pedante pecho de Eriol Hiiragizawa. Al menos era cálido, y no estaba sola.
Al menos por un rato…
...
Notas de la autora
¡Por fin pude subir el tercer capítulo! Pido disculpas por la demora, trataré de revisar y resubir los otros en menos tiempo.
Actualmente me encuentro también escribiendo un capítulo nuevo para mi otro fanfic, que estoy publicando en inglés, y que es una continuación de éste, y me resulta algo extraño, un poco nostálgico recordar estas escenas, porque tienen un significado importante para todo lo que viene después... en fin, veremos si cuando termine de revisar y resubir esta versión me encuentro con energías para traducir al español la segunda parte... si es que hay gente interesada en leerla, por supuesto. Pero con calma, que para eso falta mucho; todavía faltan muchas, muchísimas cosas que ocurrir en este fanfic.
¡Agradezco a quienes me dejaron reviews en los capítulos anteriores! Siempre alegra y motiva al que escribe saber lo que piensan sus lectores. :)
¡Nos vemos en el próximo!