Kagome despertó aturdida, sentía que su cabeza daba vueltas. Con algo de dificultad se paró y se sintió mucho más liviana de ropa. Al mirarse comprobó que ya no llevaba su húmedo kimono blanco, en su lugar vestía una pollera verde esmeralda la cual tenía dos amplios tajos que dejaban ver sus sensuales piernas. En sus pies calzaba unos zapatos de apariencia delicada, los cuales tenían cintas que se ataban en su pantorrilla, haciendo que su piernas resultarán más atractivas a la vista. Un hermoso sostén dorado con incrustaciones de piedras preciosas era lo único que cubría sus formas femeninas, y delicados flecos de piedras preciosas, zurcidos sobre el sostén, caían provocativamente sobre su vientre. Su largo cabello azabache caía sobre su cuerpo y un broche de oro en forma de alas completaba la sensualidad de su cabello.
Para dar un último toque; Kagome llevaba puesto unos largos guantes que llegaban un poco más arriba de sus codos, y sobre sus hombros finas cadenas de oro caían delicadamente.
Kagome se miró sorprendida; nunca había vestido ropas tan finas y delicadas. Podía jurarse a si misma que era la primera vez que se veía tan hermosa, tan femenina.
-Si la señora Saida me viera se sentiría orgullosa de mi. Creo que nunca podría estar más femenina-
Por unos cuantos minutos Kagome miró con atención las prendas que llevaba puestas; jamás había visto telas tan finas como las que vestía. Un gesto de gran preocupación expresó Kagome al recordar su objeto más valioso.
Primero tocó su cabello y al no encontrar lo que buscaba se preocupó aún más. Miró todas las esquinas de aquel cuarto, el cual dejaba en evidencia que no se trataba de una casa o castillo, aquel lugar era una carpa; seguramente perteneciente a un grupo nómada.
Un roce extraño en su pierna hizo que fijara su mirada sobre su cadera y halló lo que tanto buscaba; su lazo estaba atada sobre su cadera. Al tocar su cuello, en busca de su preciada anillo, sintió la presencia de otro objeto el cual era muy frío y grueso. Lentamente se acercó al espejo que había en uno de los rincones de la carpa y al ver que era aquella molestia expresó con mucho enfado...
-¡¿Un collar de esclava?!...¡¿Qué mierda significa esto?!-
Miró con atención la pieza metálica, y resignada se sentó sobre los tantos almohadones que se encontraban sobre el suelo, haciendo aquella carpa más acogedora. Su mirada se dirigió hacia la izquierda y se encontró con un enorme arcón; llamándole la atención aquel objeto.
Lo abrió con cuidado y comenzó a sacar todo lo que encontraba dentro. Encontró varios trajes similares al que llevaba puesto, las diferencias más notables eran los colores de las telas y el diseño de los sostenes; unos eran más escotados, otros no tenían tiras para sujetarlos al cuello, algunos se complementaban con una chaquetilla de mangas largas aunque esta no se abrochaba y cubría solo un poco más de piel que el sostén.
-No cabe duda que desean ver mi cuerpo...¿Dónde estaré?- mientras decía esto Kagome seguía con su inspección al arcón.
En el fondo del arcón Kagome divisó una suave tela, y al sacar por completo la prenda se encontró con un hermoso vestido color marfil bastante transparente, el cual parecía un camisón fino. Un poco más al fondo, Kagome encontró dos capas de lana gruesa, ambas con capucha y lo suficientemente largas como para llegarle a sus tobillos, una de ellas era de color negro. La otra era de color gris plata, dando la impresión de estar hecha con el fino mineral.
Un movimiento brusco en la carpa llamó la atención de Kagome...
-Sígueme-
-Señor...¡brindemos por su triunfo!- un muchacho levantó su copa de vino, y a juzgar por su modo de hablar y gesticular, parecía estar pasado de copas.
-¡Mejor brindemos por la belleza de la joven de cabellos azabaches!- el señor se paró hablando enérgicamente -Gracias a su belleza ganaremos una gran fortuna en Japón- sus movimientos eran algo torpes, indicando que no estaba muy sobrio.
-¿Para que ir a Japón?. Aquí ganaremos muy bien con ella- una joven habló algo fastidiada por el brindis en honor a la belleza de la joven de cabellos azabaches.
-Según me han contando, en Japón hay un poderoso terrateniente llamado Náraku. Él tiene un castillo destinado a los placeres de la carne, y por buena fuente sé que él está buscando un buen espectáculo el cual deleite a su público. Además, él paga muy bien por las vírgenes, y nosotros no solo recibiremos dinero por las vírgenes, sino que también podríamos montar nuestro espectáculo unos días- el señor contestó indiferente a los sentimientos de la muchacha.
-¿Por qué no montar un espectáculo aquí?. Llegar a Japón nos llevará mucho tiempo y dinero, el cual no sobre en este momento- ella insistiría hasta que su señor eliminará por completo sus deseos de ir a Japón.
-¡Ya basta Ayame!. Iremos a Japón te guste o no-
Ayame se levantó furiosa y se fue murmurando por lo bajo. Un hombre de unos cincuenta años aproximadamente traía a Kagome, jalándola por la cadena que estaba enganchada en el collar de esclava.
-Hela aquí señores. Una de las dos vírgenes capturadas. A mi gusto, ella es la más hermosa- diciendo esto, el joven señor tomó el mentó de Kagome y levantó su mirada -¿Cómo te llamas?...¿cuántos años tienes?- siseó al oído de Kagome.
Ella lo miró con desagrado. Era un joven muy hermoso, de mirada intensamente azul y un completo seductor que seguramente nunca recibió un no por respuesta.
-Mi nombre es Kagome y tengo trece años- contestó con algo de asco al sentir el aliento a vino del joven.
A pesar de sus trece años, Kagome poseía un cuerpo bien formado y digno de admiración. Gracias a su astucia y madurez, podía parecer una muchacha de quince o dieciséis años.
-Eres bastante joven, pero el viaje a Japón nos llevará un año, así que estarás lista para ese entonces- el joven inspeccionó su cuerpo con la mirada -En el tiempo que duré nuestro viaje serás instruida en el arte de la danza, será un arma de seducción y volverás loco a los hombres con solo mirarte- la mano del joven se deslizó por las curvas de Kagome. Kagome lo miró a los ojos con furia; deseaba partirle la cara de un golpe, pero sabía que no tendría oportunidad alguna. Aquel collar con la cadena, amenazaba un jalón violento en caso de rebeldía por parte de ella.
-Toutousai, llévala a su carpa y de ahora en adelante estarás a cargo de la protección de ella y de la otra virgen. No permitas que ningún hombre se les acerque-
El hombre que había guiado a Kagome hasta aquel lugar asintió a la orden y jaló a Kagome hacia la carpa.
-Kouga, todos sabemos que las jovencitas caen presas de tus encanto, y nunca llegamos con una virgen a ningún lugar. ¿Acaso crees que estas dos jóvenes son diferentes?- un anciano de tez muy blanca, cabello blanco y ojos azules, expresó su preocupación.
-Cálmese gran sabio. Presiento que estas dos jóvenes serán diferentes- el joven sonrió al pensar en la misteriosa belleza de aquella joven de astuto mirar y largo cabello azabache -Ella es distinta- diciendo esto el joven dirigió su mirada a la nueva adquisición que entraba a una de las mejores carpas.