DISCLAIMER: Naruto no me pertenece.
IMPORTANTE: Leer la Nota de Autor al final del capítulo , donde se explican un poco mejor las intenciones de este fic.
Espero que lo disfruten.
Cómo recuperar algo que se creía perdido
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Capitulo 1: La mentira es mejor que la verdad
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―Así que has sido tú ―corroboró Sakura, sorprendida.
―Aja. ―Fue todo lo que atinó a decir un abrumado Naruto.
La pelirrosa jamás hubiese imaginado que los anónimos que venía recibiendo, religiosamente, todos los martes, en los que se exponían ardientes declaraciones amorosas y explícitas insinuaciones sexuales, provinieran del puño y letra de su compañero de equipo. Él era la última persona en la que había reparado. Bueno, no la última. Solo había en toda Konoha una persona que estaba libre de sospechas de cualquier tipo. Esa persona era Sasuke Uchiha.
Por supuesto que no podía ser él. Aunque en un principio Sakura hubiera apostado la piel porque se tratase de Sasuke; más tarde deseó con todo su corazón que, fuera quien fuera el autor de las cartas, no guardara ninguna relación con el único sobreviviente del clan Uchiha. Soportar su indiferencia era una cosa, pero aguantarse una chanza como aquella, era más de lo que los nervios de la chica podían resistir. Y es que era más que obvio que si Sasuke algo tenía que ver con las fulanas esquelas, toda esa maraña no era más que una oscura conspiración para cobrarle todo lo malo que ella había hecho en sus vidas pasadas.
Sí, no habría otra explicación: debía de ser el karma.
Retomando lo sucedido, Sakura no daba crédito a que Naruto se hubiese sentido con ánimos para fraguar un plan de seducción que, de haberse tratado de otra persona, seguramente hubiera resultado.
―Pero… ¡Tú estás con Hinata! ―le reprendió ella.
Naruto abrió los ojos, como si acabara de reparar en ese hecho; finalmente, dijo:
―Eso no cambia nada.
―No cambia nada, ¿eh? ―repitió la kunoichi, en tono apagado.
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Si bien era cierto que cuando Naruto hubo, por fin, superado la intrínseca atracción que tenia por Sakura, y está última se sintió bastante devaluada, también lo era que eso ya era cosa del pasado. El sentimiento de abandono que albergó durante unos días, se disipó cuando entendió que el que Naruto la esperara toda la vida -con la esperanza de que ella algún día decidiera corresponderle- era imposible a la par que estúpido. Después de todo, nadie en su sano juicio puede desperdiciar su tiempo de una forma tan estúpida. Ni siquiera tratándose de Naruto.
Sin embargo, aun cuando el Uzumaki llevaba una relación aparentemente estable con Hinata, (valga mencionar que la pelirrosa juraba que él, en serio, estaba enamorado de la Hyuga) era él la persona con la que Sakura había estado soñando los pasados tres meses. No en vano, la kunoichi se había prometido que cuando diera con el seductor anónimo, (así lo bautizó sin esforzarse mucho), lo dejaría hacer con ella todo lo que había descrito en las doce misivas que atesoraba como una quinceañera enamorada en los rincones más ocultos de su habitación.
Por ello resolvió que ese día esperaría en un lugar apartado hasta que su flamante admirador anónimo apareciera con la decimotercera carta que, siguiendo con la costumbre, recibiría ese martes antes del amanecer. Para asegurarse de que su plan funcionara, echo a correr el rumor de que el día en cuestión no se encontraría en casa:
―Es por eso que me voy con Ino por un par de días ―soltó Sakura, despreocupadamente.
Por su puesto que la Yamanaka estaba al tanto de que ella era pieza clave en el ultra secreto plan de Sakura; así que dónde y quién fuera que le preguntara que iban a hacer a la aldea vecina, Ino respondería, sin titubear, lo que la Haruno le había ordenado:
Vamos a comprar una pieza para la colección de Asuma-sensei.
―¿Una sorpresa para Asuma-sensei, dices? ―profirió Shikamaru, incrédulo, pero desapasionado como era su habitual estado de ánimo.
Sakura lo ignoró.
―¿Y cuándo se van? ―preguntó Sai más interesado de lo común mientras que, por alguna extraña razón, no apartaba la mirada del heredero Uchiha―. ¿Tsunade ya lo sabe?
Sakura no perdía detalle de nada; estaba segura, si no en un cien por ciento, al menos en un alto porcentaje, de que ahí, entre los chicos de la aldea, sus camaradas de la academia (exceptuando a Lee y a Neji que eran un año mayor y por tanto no habían asistido a la academia con ella, aunque este último cabía perfectamente en el estereotipo de un seductor anónimo, tan callado y distante como… cierta persona, la única que no estaba bajo sospechas) se encontraba el artífice de las sugerentes proposiciones que había estado recibiendo.
―A eso de las dos. Si contamos con suerte estaremos llegando a la Aldea de los Artesanos antes del anochecer.
―Y… ―Shikamaru hizo una pausa para bostezar―. ¿Por qué no esperan mejor hasta mañana? ―sugirió, como si aquello fuera lo más lógico―. Después de todo, el cumpleaños de Asuma-sensei no es sino hasta dentro de un mes.
¡Maldito, Shikamaru! ¿Acaso nos habrá pillado?, pensó Sakura al tiempo que le lanzaba una mirada furibunda al más flojo del Clan Nara. No obstante, se sorprendió a sí misma al no necesitar más que una fracción de segundo para responder:
―Ya sabes cómo es Ino cuando se le mete algo entre ceja y ceja ―dijo, simulando cara de fastidio, como si aquello le disgustara a ella más que a él―. Según entiendo, es una pieza valiosísima y muy solicitada, por cierto.
―Ah… Ya. ―Fue lo único que comentó un no muy convencido Shikamaru.
Había que admitir que las dotes intelectuales del chico, no eran un mito, y si alguien podía descubrirlas era precisamente él.
La pelirrosa, dando por zanjada la conversación con el Nara, desvió su atención al resto del grupo. Los demás chicos: Kiba, Naruto, Shino y Chouji se encontraba en una mesa cercana parloteando alegremente de quien sabe que. Sasuke permanecía sentado en una silla al final del salón, inconmovible como siempre y con esa cara de póker tan suya, que jamás reflejaba nada de lo que estuviese pasando por su cabeza. Así era él y así había sido siempre.
Ya Ino, como quien no quiere la cosa, se encargaría de anunciarles que después de la reunión trimestral con Iruka sensei, tenía pensado hacer un corto viaje a la aldea vecina y su acompañante sería su mejor amiga: Sakura. Así que si el misterioso admirador estaba ahí, como suponía la Haruno, tenía que enterarse por que sí.
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Cuando el reloj del salón marcó las dos en punto, Iruka-sensei estaba ultimando la conferencia. Sakura miraba ansiosa el reloj de pulsera que llevaba en la muñeca izquierda, como si este le fuera a anunciar una hora distinta de la que marcaba el que tenía justo enfrente de sus narices, sobre el pizarrón en el que Iruka sensei escribía, con letras grandes e imprecisas, la fecha de la próxima reunión de Estrategias y Rendición de Cuentas.
―Bueno, creo que esto es todo ―sentenció Iruka.
¡Gracias a Kami-sama!, rumió la pelirrosa al tiempo que se levantaba, apresuradamente, de la butaca.
―No tan rápido ―la frenó su sensei―. Pareces apurada, Sakura ¿Vas a alguna parte?
La aludida quedó petrificada en el sitio, rememorando los años en la academia. Específicamente, aquella única vez que fue atrapada cometiendo una fechoría, no porque fuera muy audaz eludiendo a los profesores, sino porque había sido la única vez que se atrevió a hacer algo fuera de las normas escolares. Era insólito que habiendo pasado más de un lustro desde que eso ocurrió, aún se sintiera como una niñata. Cuando se disponía a responderle a su sensei, Ino la atajó diciendo:
―Iruka-sensei, Sakura-chan y yo tenemos pautado un viaje. ―Ino estaba, evidentemente, menos nerviosa que Sakura, a quien la ansiedad la estaba dejando, involuntariamente, al descubierto―. Así que si ya terminamos ―Drigiéndose a su amiga, apostilló―; es mejor darnos prisa.
Los ojos de Ino y Sakura se cruzaron en una mirada de complicidad, e Iruka-sensei comprendió que ya no podía retenerlos más; antes de darse cuenta toda la clase, mejor dicho: los que habían sido alguna vez sus alumnos, estaban de pie zigzagueando en varias direcciones. Las kunoichis aprovecharon el alboroto para confundirse entre el conglomerado de ninjas y desaparecer.
Así empezaba la segunda fase del plan: descubriendo al seductor anónimo.
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Pasaban de las siete de la noche cuando Sakura se ocultó en un árbol que estaba en frente de su casa. Si quería pasar desapercibida ese era el mejor lugar para esconderse. De contar con un poco de suerte, antes de que el sol tocara su ventana por la mañana ya conocería la identidad de su futuro amante; la promesa de dejarse poseer por el autor de las misivas seguía en pie.
Por su parte, Ino ya había cumplido con las últimas directrices de Sakura. Luego de salir del salón, Sakura y la Yamanaka se separaron. La primera caminó con apremió hasta su casa con el único fin de comprobar que todo siguiera tal cual lo había dejado. Las trampas puestas para evitar que su admirador, como otras tantas veces, se le escapara como una sombra de entre las manos, seguían intactas. Así que se tiró en el suelo de sala panza arriba mientras esperaba que Ino completara su parte de la misión. Esta consistía en hacer un clon de sombra y transformarlo en Sakura, caminar por las calles más transitadas de la aldea rumbo a la salida, provocando que todos los habitantes, o al menos los que a Sakura le interesaban, las vieran partir. Por último, tenía que alejarse un poco, hasta las afueras de la villa y volver solo cuando estuviera segura de que nadie la observaba. Por fortuna, Ino cumplió al pie de la letra todas las indicaciones de Sakura, y el plan salió a pedir de boca, por lo menos esa parte.
En eso se le fueron las horas a la pelirrosa. Mientras cavilaba quién podría ser ese hombre que tanto la deseaba y al que ella -primero inconscientemente y ahora totalmente a propósito- también deseaba se hicieron las seis treinta. Se percató del paso del tiempo cuando por la rendija de la cortina cerrada se asomó el último destello de luz, que con el crepúsculo anunciaba el final de otro día.
Se levantó a trompicones y miró agitada el reloj de pulsera. Comprobó la hora con un respiro de alivio:
―¡Joder! me he quedado embobada. ―Caminó hasta la ventana y se asomó a hurtadillas por el cristal; la calle parecía desierta―. Será mejor que espere a que termine de anochecer.
De ese modo se le haría más fácil escabullirse.
...
Hacían ya cinco horas que Sakura aguardaba la aparición del dueño de sus desvelos. No creía posible que hoy no fuera a aparecer. ¿Acaso, se había cansado de ella? La sola idea de que eso pudiera ser cierto la paralizó. El miedo a que esas cartas, que durante noches habían sido su aliciente para levantarse al día siguiente, desaparecieran, la turbó de tal manera que estuvo a punto de perder el equilibrio y caerse del árbol.
―¡No! ―exclamó Sakura, apenas hubo recuperado las fuerzas para hablar―. Si eso pasa entonces… ¿qué sentido tiene…? ―Nob fue capaz de terminar; otra vez le falló la voz.
Antes de que pudiera caer en la cuenta, estaba llorando.
Que molesto que siempre llore cuando no sé qué hacer, se recriminó Sakura, mentalmente. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad, reprimió el deseo de emitir un sollozo más. Este no es un buen momento para ponerse a lloriquear, se recordó y mirando por enésima vez el reloj de pulsera, verificó que solo habían pasado veinte minutos desde la última vez que lo vio.
―Está será una noche eterna ―suspiró.
Sin percatarse, cerró los ojos más tiempo del recomendable para alguien que se supone está haciendo guardia y debe de pasar la noche en vela. Bajó los parpados tanto tiempo que cuando quiso darse por enterada habían pasado dos horas.
La almibarada y fresca brisa de abril le acarició la cara con una vehemencia que rayaba en lo pacifico, alborotándole el flequillo de la corta melena sobre el rostro. Sakura entreabrió los ojos, tratando de orientarse, bostezó y posó los nudillos sobre cada uno de sus parpados para desperezarse y entonces los recuerdos llegaron, como una estampida de elefantes, a su cabeza, haciéndola pegar un chillido:
―¡Me he quedado dormida! ―Por suerte, el hecho de que estaba trepada a un árbol fue una de las primeras cosas que evocó, lo que le dio tiempo de asirse a una rama y evitar desplomarse al suelo. Lo siguiente que recordó fue la razón por la que estaba ahí. Dirigió una mirada desesperada al umbral de su casa para constatar que ninguna de las trampas había sido activada―. ¿Cómo pudo pasar esto? ―inquirió, furiosa, como esperando que alguien le respondiese. Examinó de reojo el reloj en su muñeca―. Las tres menos quince ―dijo con un hilo de voz apenas audible.
Los pensamientos de Sakura se hicieron eco de la desesperación que se instaló en cada molécula de su ser enseguida que advirtió que se había quedado dormida. Estaba al borde del desquicio cuando sus habilidades de kunoichi le anunciaron que alguien se aproximaba. Su corazón se paralizó un instante que pareció eterno, tanto así, que la pelirrosa estuvo segura de que moriría infartada en aquel preciso momento. La bomba que empezaba a latir otra vez en su pecho, empezó a despachar sangre tan de prisa por todo su cuerpo, que los oídos le zumbaban. No escuchaba nada que no fuera las palpitaciones frenéticas de su corazón, taladrándole los oídos. Tuvo que concentrarse en respirar y esperó durante un minuto, que se le antojó perpetuo, a que el sujeto en cuestión hiciera acto de presencia.
Desde donde estaba no pudo ver nada; ya que su admirador –si era él, claro- estaba cubierto de pies a cabeza con una túnica negra que le confería un aire más misterioso del que las cavilaciones de Sakura le habían concedido. Lo cual era mucho decir, dado que los escarceos de los que Sakura era víctima, y cada vez con más frecuencia, rayaban en lo inverosímil.
El hombre (la pelirrosa ya podía precisar que se trataba de un hombre, tanto por su tamaño y contextura, como por su forma de moverse, la cual le resultaba extrañamente familiar) estaba entrando al cobertizo de su casa. Justo antes de poner un pie dentro se giró violentamente; como quien tiene la certeza de ser observado por alguien más. La kunoichi, como pudo concentró todo su chakra en las palmas de sus manos y pies; y se adhirió a la parte trasera del árbol, allí permaneció unos segundos. Después de cerciorarse, ambos, de que ya nadie los vigilaba, volvieron a sus labores: ella a encontrar la manera de acercarse sin advertirle de su presencia y él a dejar la carta y marcharse lo más rápido posible.
Ninguno de los dos tuvo éxito.
Sakura no había dado ni diez pasos en su dirección, cuando él hombre de la túnica negra supo que ella estaba ahí, justo detrás él. La pelirrosa comprobó que la silueta dueña de la identidad de su seductor anónimo estaba haciendo sellos con las manos, por lo que ella se apuró a hacer lo mismo. Él no podía ganarle, ella conocía el terreno y el mismo estaba adecuado para que él no pudiera salir de ahí. Al menos no sin dar la cara. Una serie de kunais se dispararon en dirección al ninja. Él los esquivó en un rápido movimiento, que pareció no costarle ningún esfuerzo.
Vaya que es veloz, masculló la pelirrosa para sus adentros. Esa era la primera trampa y había salido de ella ileso; sin mostrar dificultad alguna.
Al momento que se dirigía a la puerta para emprender su huida, notó los papeles bombas pegados al borde de la salida del cobertizo, dispuestos de tal manera que se activarían justo cuando él cruzara el umbral. Lanzó una maldición y retrocedió un par de pasos. Acto seguido, el de la túnica negra volvió a usar sus manos.
―¡Jutsu de sustitución! ―gritó Sakura, al ver que donde antes había estado el hombre de la toga negra se encontraba el tronco de un árbol. Pero eso era algo que la Kunoichi ya sabía que pasaría por lo que había blindado el cobertizo para que cuando el Jutsu fuera realizado, los hilos invisibles de chakra, que suponían la verdadera trampa, capturara de inmediato al que estuviera entre las cuatro paredes.
Así fue como lo encontró.
Después de dispersar la ilusión del Jutsu de sustitución, que nunca se llevó a cabo, caminó hasta el cobertizo. Tirado en el suelo yacía un bulto que escasamente se movía. Se acercó paulatinamente, temblando, expectante. Apenas si podía dar crédito a que se tratase del hombre, que desde hace tres meses se había convertido en su razón de vivir. Del mismo del que se había enamorado, cuando en su cuarta misiva, entre posiciones y escenarios bochornosos, le confesó que la amaba desde hace tanto tiempo, que todo su cuerpo se enteró antes que él. Del que manifestó, abiertamente, que la necesitaba más de lo normal y que pidió disculpas por si sus cartas no eran la mejor manera de expresarlo.
Si bien, al principio, Sakura había creído que el contenido de las cartas estaba cargado de mucha información; llegado un punto supo que no podría vivir si no volviera a ver esa delicada caligrafía, cuyos escritos iban únicamente dirigidos a ella.
―No puedo creer que seas realmente tú ―jadeó, exultante, tras el corto combate del que había resultado ganadora. Se acuclilló con cautela y haciendo acopio de toda la cordura de la que fue capaz (muy poca, valga mencionar) de un porrazo le arrebato la túnica de la cara. Cuál sería su sorpresa, cuando al descubierto quedó el rostro de la persona más absurda que podía imaginarse.
...
Un montón de cabellos rubios se revolvían por el vaivén de la brisa. De pie, frente a ella, estaba Naruto ya desatado de los hilos de chakra. Sakura lo observaba, incrédula. Esto no podía más que ser una broma. Una muy pesada, por cierto. La mirada de pelirrosa era retadora y para extrañeza de esta, el Uzumaki se la devolvía estoico. Él debería de estar avergonzado. Muriéndose de pena.
Sakura se mordió la lengua, intentando mantener a raya su furor.
―Sí; no cambia nada ―dijo, por segunda vez, Naruto.
―Te equivocas ―replicó la mujer―; esto lo cambia todo.
―¿Todo? ―preguntó Naruto, azorado―. ¿Se puede saber qué es exactamente lo que cambia?
―¡Si serás cínico! ―explotó la pelirrosa―. Para empezar, la impresión que tenía de ti. La imagen de buen chico: dulce, fiel… todo eso, Naruto... ¿es que acaso tengo que explicártelo con manzanitas?
―Saku… ―Empezó a decir él con voz queda, pero la aludida lo interrumpió:
―Hinata es mi amiga. Yo no puedo hacerle esto. Y tú tampoco deberías, Naruto. Ella realmente te ama.
―Sakura, tú… ¿me amas? ―Quiso saber Naruto, como si no hubiese escuchado nada de lo que Sakura acababa de decirle; más bien, como si no hubiese querido escucharlo.
―A ti no ―respondió, segura―. Amó al que escribió estas cartas, pero nunca podré amarte a ti.
―Yo escribí las cartas. Pensé que amarías a cualquiera que estuviese detrás de la firma de autor. Inclusive si se tratase de... alguien como yo.
―Hasta hace nada, yo pensaba lo mismo ―explicó ella―; pero esto me rebasó, Naruto. No creo que después de esto pueda volver a mirar a Hinata a la cara. No sé cómo puedes hacerlo tú.
Ya no había nada más que decir. En un mismo día había perdido dos de las tres cosas más importante que jamás tendría en la vida: a su mejor amigo, que tanto le había costado conservar, y al amor efímero, pero no por eso menos real, que tanto se habido tardado en conseguir.
Sakura se enjugó las lágrimas, dándole la espalda a Naruto. La dicha que había sentido hacía unos minutos al creerse la vencedora de la breve justa, ahora era sustituida por la más desoladora de las decepciones. El dolor, ese que solo había sentido una vez hace ya más de cinco años; ese que azota cuando se tiene la certeza de haber perdido algo irremplazable y para siempre, se hizo de todos sus músculos, membranas y células. No había un solo lugar del cuerpo que no le doliera. Dentro y fuera; todo estaba destrozado.
Dio dos zancadas y cuando estuvo a punto de dar la tercera, escuchó la voz de Naruto tras de sí:
―Sa-Sakura…―Vaciló. El tartamudeo de su voz pareció irritarlo―; solo te amo a ti. Y no sabes cómo me arrepiento de no tener el valor de decírtelo a la cara… como se debe. No quisiera volver a ser jamás el responsable de tu llanto, tu dolor…
Eso era más de lo que Sakura estaba dispuesta e escuchar. Él no podía estar hablando en serio. ¿A qué se refería cuando dijo: solo te amo a ti? ¿Qué se supone entonces que estuvo haciendo con Hinata todos estos meses? ¿Jugar con ella? A no, eso jamás iba a perdonárselo. Caminó lo más a prisa que pudo y entró a la casa; desde adentro escuchó la voz amortiguada del Uzumaki en un grito:
¡Tengo muchas cosas que explicarte, búscame en mi casa cuando estés lista para hablar!
¿A su casa?
Hacía años que ella no se paraba por esos lares. Exactamente, hace dos años y medio cuando Sasuke volvió a la aldea y se instaló en el mismo piso que Naruto. Para la chica suponía un suplicio tener que verle sin poder siquiera dirigirle la palabra. Porque aun cuando ella había tenido el valor de confesarle -como último recurso para detenerlo- que lo amaba irrevocablemente, él había decidido marcharse de igual modo y, no conforme con eso, al regresar, cuatro años después, jamás la buscó para hablar de todo aquello. Él no tenía ni la más remota idea de todo lo que Sakura había sufrido por él, de todo lo que hizo para traerlo de vuelta, y de todo lo que hubiese hecho de haber sido necesario. Del beso que en sus labios se quedó en pausa, desde el día en que él dejo la aldea. No, él no sospechaba nada. Seguía siendo tan arrogante como antes, tan inalcanzable; no había cambiado. Pero ella sí, o al menos eso quería creer. Por eso prometió –aunque casi se le va la vida en ello- que jamás demostraría un solo sentimiento que tuviera algo que ver con su adorado tormento: Sasuke Uchiha. Renunció a cualquier emoción que le causara verlo o escucharlo. Reprimió cada impulso que la asaltaba por hablarle o tocarle. Y ahí tienen ustedes, que dos años después, a escondidas casi, se enamoró de una fantasía con nombre, apellido y titulo: Naruto Uzumaki, su mejor amigo.
...
―Menuda suerte la mía, ¿no crees?
Ino asintió, atónita.
―¡No me lo puedo creer! ―repusó la chica, moviendo la rubia cabellera a ambos lados de sus hombros, en un gesto de absoluta negación―. Que tu galán secreto sea precisamente Naruto está… ―Pensó un poco―; como para morirse.
―¡Morirme! Eso quisiera yo. Pero sería una salida muy fácil ―comentó en tono desganado mientras ocupaba sus manos en ordenar unos frascos con sustancias desconocidas que estaban en el muestrario médico de su consultorio.
―¿Y qué piensas hacer?
Sakura pareció sopesarlo.
―Por ahora, nada ―decretó, firme―. A Naruto se le tiene que pasar esto, tal como se le pasó la primera vez.
―¿No crees qué el hecho de que sea él tu admirador secreto es prueba más que suficiente de que no lo ha superado?
Sakura suspiró, apesadumbrada. Ino tenía toda la razón. Ahora entendía porque el rubio se había comportado tan extraño los últimos meses. Bueno, ahora que lo recordaba, esa actitud sospechosa era la misma que adoptó dos años y medio atrás cuando Sasuke volvió. Entonces, como ahora, él parecía estar ocultándole algo.
En fin, la idea de que lo pasado la noche anterior fuera el resultado de señales que Naruto había malinterpretado, no dejaba de atormentarla. En ese momento, justo cuando Sakura creyó que no podía sentirse peor, vio entrar a la persona que menos se le antojaba ver.
―Hola ―las saludó Hinata Hyuga desde la puerta―; que bueno que las encuentro. Tsunade-sama me mandó a darte esto, Sakura. ―La pelirrosa palideció, súbitamente; la cara se le caía de vergüenza y Hinata no pudo menos que notar su malestar―. ¿Te-te encuentras bien, Sakura? ―preguntó la ojiperla al tiempo que le entregaba los resultados de unos exámenes médicos que la Hokage quería que su pupila revisara.
―Perfectamente ―dijo, pero su voz no sonó tan convincente como hubiese querido.
Hecho esto, Hinata asintió cortésmente y se despidió de sus amigas con una sonrisa cándida, que revelaba cuán ajena era esa inocente chica a todo lo que ocurría a su alrededor. De repente, la culpa volvió a golpear a Sakura a la cara. Ella le había dicho a Ino que no pensaba hacer nada, pero la verdad era muy distinta.
La noche en la que Sakura dejó a Naruto en el umbral de su puerta, después de descubrir que era él quien escribía las cartas, fue sin duda la más larga y agonizante de su vida. Anduvo por la casa debatiéndose entre la absurda idea de irlo a buscar para rendirse en sus brazos, o deshacerse de las cartas –incluida la que acaba de recibir, que todavía no leía por temor a confundirse más- y sepultar de una vez y para siempre ese amor que le que quemaba la piel. Al final, no se decidió por ninguna. Antes pensaba tomarle la palabra a su amigo, si es que aun podía llamarlo así, y hablar con él. Después de todo, quedaban muchas cosas por decirse. Esa era la verdad. Sakura tenía planeado presentarse esa misma noche en casa de Naruto, y si quería poder hablar con él tendidamente necesitaría, otra vez, la ayuda de Ino.
―Ino... ―Comenzó a decir Sakura en un susurro agónico―. La verdad, es que estoy hecha un ovillo. No me puedo creer que aun sabiendo que Naruto es… bueno, el que… ya sabes. Necesito hablar con él ―admitió apenada.
En respuesta, Ino abrió los ojos como platos. Al cabo de un instante, apostilló:
―Pensé que no tenías sangre en las venas, Sakura. Ya decía yo que no podías estar tomándotelo tan tranquilo.
―Es importante para mí descubrir que siento realmente. Cuando pienso en Naruto, solo puedo imaginármelo como el amigo de la infancia que siempre ha sido. Pero… ―Tomó aire para poder continuar―; cuando reparo en el contenido de las cartas, no puedo dejar de pensar en todo lo que despierta en mí. Yo estaba enamora de él y eso no puedo ignorarlo.
―Entiendo ―la tranquilizó Ino, adobando su expresión con una sonrisa de empatía―. No debes de sentirte mal por eso, Sakura. Cualquiera en tu lugar estaría igual o hasta más confundida.
Era reconfortante saber que su amiga la entendía tan bien. Ino había estado para ella siempre. Desde que eran niñas, e Ino se acercó para consolarla, se habían vuelto inseparables. Sakura se arrepentía a menudo por haberla alejado cuando se enteró que la rubia, al igual que ella y toda la población femenina de su generación, estaba interesada en Sasuke (¡Siempre Sasuke!) y no le alcanzaban los días para agradecerle a la vida que le hubiese permitido recuperar a su mejor amiga. Definitivamente, Sakura no hubiera podido superar muchas cosas de no ser por la solidaridad infatigable de su amiga.
La pelirrosa, haciendo a un lado la poca pena que todavía conservaba, dirigió una mirada de súplica a la rubia. Posteriormente, dijo a bocajarro:
―Lo que quiero, Ino, es que entretengas está noche a Hinata para poder hablar tranquilamente con Naruto. ―Ino titubeó―. ¿Crees qué puedas? ―agregó Sakura, haciéndole entender que ella tenía la última palabra. Lo que menos quería era que su amiga se sintiese obligada de participar en todo aquello. Aunque si Ino se negaba la situación se tornaría, poco menos que inllevable.
―Creo que una amiga puede hacer, lo que una amiga debe hacer ―respondió la rubia y guiñándole un ojo (gesto muy característico suyo) salió del consultorio. Antes de cerrar la puerta, dijo―: Después me cuentas cómo ha ido todo, ¿vale?
...
La noche no mostraba señales de mejorar. Las nubes iban y venían con una irregularidad irritante, que a ratos parecía el final de los tiempos; justo en el momento previo de una devastadora tormenta, y después, la luna se coronaba, majestuosa, como única reina del cielo, haciendo a un lado al montón de nubarrones.
Ahí estaba Sakura, amparada solo por la luz de lunar, que en ese preciso instante rutilaba con una intensidad casi palpable, luchando por reprimir las ganas de huir. Llevaba más de quince minutos parada en la fachada del edificio donde vivía Naruto sin atreverse a mover un solo músculo.
Al mal paso darle prisa, resolvió.
Así que impulsada solo por la esperanza de poder aclarar sus sentimientos de una vez por todas, se adentró a la residencia del Uzumaki. Subió las escaleras de forma parsimoniosa, tratando de usar ese tiempo en escoger lo que le diría a Naruto. Cuando llegó al quinto piso, tocó el timbre y esperó. Pasados unos minutos no recibió respuesta. La puerta del departamento de enfrente se abrió al tiempo que un trueno, que anunciaba quien había ganado la guerra entre la calma y la tempestad, retumbó en sus oídos. La pelirrosa dio un respingo y se volteó, sobresaltada, no tanto por el estruendo, como por escuchar la voz que tras de sí pronunció su nombre:
―Sa-ku-ra.
Claro que ella había escuchado esa voz tan viril –que sin intensión de parecerlo, era la más seductora que había oído en su vida- muchas veces antes. Sin embargo, le fue imposible contener la reacción involuntaria de su cuerpo, cuando la suave onda le acarició los tímpanos. Recostado sobre el portal, yacía Sasuke con los brazos traspuestos sobre el pecho. Ni el mismo Adonis podía comparársele en belleza. En ese momento, todo desapareció de la mente de Sakura. Inclusive el hecho de que en ese preciso instante, Ino debía de estar distrayendo a Hinata, para que esta no se apareciera por esos lares e interrumpiera su plática con el rubio; hecho que la había martirizado durante todo el día.
...
En Ichiraku's ramen, la heredera del Clan Hyuga le contaba a Ino, de lo más entusiasmada, los planes que tenía para la fiesta sorpresa que le prepararía a Naruto por su cumpleaños. La rubia la escuchaba con atención, haciendo un descomunal esfuerzo por que en su rostro no se dibujara la pena que sentía por Hinata. Esa chica en serio que era una pardilla, y Naruto un vil desgraciado, que no solo la engañaba a ella, sino que además tenía el poder de hacer que Sakura dudara de sus propios sentimientos.
Solo Ino podía entender cuán difícil era toda aquella situación para su amiga. Ella misma una vez no llegó a reconocer lo que sentía realmente por su compañero de equipo. Claro que, a diferencia del caso Naruto/Sakura, Shikamaru jamás mostró interés alguno por ella. Él siempre tuvo ojos solo para esa chica de la arena: ruda y sin gracia, (como la calificaba Ino) que lo único que tenía que ver con ella era el color rubio de sus cabellos. En eso estaba, ensimismada en sus cavilaciones, cuando escuchó la voz de Hinata estallar en un grito de júbilo:
―¡Sai, has vuelto! ―La Hyuga se había levantado de su puesto y estaba de pie frente al recién llegado― ¿Naruto ha venido contigo?
―Hola, Hinata ―sonrió EL ANBU, incómodo, por la efusiva muestra de alegría de la novia de su amigo, que hizo que todos los presentes se giraran para verlo―. No, Naruto está entregándole el informe de la misión a Tsunade-sama. He de suponer que a lo que termine se dará una vuelta por aquí y más vale que sea pronto porque parece que no hará buen tiempo. ―La ojiperla asintió, dichosa, incapaz de disimular la ansiedad― ¡Ino! ¿Cómo estás? ―agregó en un tono ensayado, pero jovial, posando su mirada sobre la rubia.
―Bien ―contestó ella―¿Y tú?
Sai le respondió con una solícita sonrisa y antes de que pudiera decir algo, Ino retomó:
―¿A qué misión estaban tú y Naruto?
Hinata ya no prestaba atención a la conversación; estaba más pendiente de la puerta por la que esperaba ver entrar, muy pronto, a su novio que de lo que decían Ino y Sai.
―Entregábamos unos Acuerdos de Alianza en Suna ―explicó el chico sin ceremonia mientras que (siguiendo con las reglas de su manual de interacción) buscaba un comentario jocoso para entablar una conversación más amena―. Apuesto a que Shikamaru le hubiese encantado ir con nosotros; con eso de que ahora anda de novio de la princesita de la arena.
Ino no apreció su esfuerzo.
―¿Y cómo es que han llegado tan rápido? ―Quiso saber ella, realmente interesada―. Si los cálculos no me fallan, hay por lo menos doce horas de camino de ida y doce de vuelta.
―Los cálculos no te fallan, Ino ―le concedió Sai―; apenas si pudimos descansar un par de horas. Una vez lo hicimos, Naruto decidió que marcháramos de vuelta. Ella no es la única ansiosa por ver a su novio ―dijo mientras señalaba a Hinata que seguía sin apartar los ojos de la puerta y ahora parecía preocupada por los incesantes truenos. Luego, sin ser capaz de entenderlo, adicionó―. No sé que les hace el amor, pero los vuelve tontos.
Ino hacía cuentas mentales, pero ninguna de las situaciones que se planteó hacía posible que hubiesen podido regresar en tan poco tiempo de la Aldea de la Arena. La única explicación que se le antojó posible era… No, eso no podía ser ¿A caso Sakura había sido engañada por segunda vez? Entonces... ¿De quién podía tratarse? Primero que nada tenía que asegurarse de que lo que creía, fuera cierto. Una situación tan delicada como esa no permitía margen de error. Dirigió una mirada rápida a Hinata y pensó que, quizás, no era una tonta, después de todo. Luego posó sus azules ojos en los de Sai y le dijo con todo el encanto del que fue posible:
―¿Así que habéis estado fuera de la aldea desde ayer en la tarde?
―Exactamente ―le confirmó el pelinegro, pasando por alto (como de costumbre) los intentos de flirteo de la rubia―; salimos alrededor de las tres de la tarde, minutos después de que Sakura y tú se fueran a la Aldea de los Artesanos.
Bingo, pensó Ino. Si esto es cierto, es científicamente imposible que Naruto haya estado en dos sitios al mismo tiempo (sin usar clones de sombras, claro); ya que, según lo que me contó Sakura, a la hora que ella descubrió la supuesta identidad de su admirador, Naruto y Sai estaban llegando a la Aldea de la Arena, en una misión formal.
Los ojos de la chica centellearon de gozo por el reciente descubrimiento.
Ahora solo falta revelar de quièn se trata, realmente, concluyó la rubia, segura, de que sus habilidades de Sherlock Holmes le bastarían para dar con el paradero del verdadero admirador.
Si Ino guardaba alguna duda de que Naruto, valiéndose de algún truco, fuera, después de todo, el artífice de las misivas, esa sospecha se disiparía luego de que el rubio hiciera acto de presencia en el establecimiento y sus ojos presenciaran el espectáculo más empalagoso que jamás habían visto.
Hinata brincó como expelida por un resorte, arrojándose a los brazos de su novio que, desde el momento que la sostuvo en ellos, no hizo más que besarla y decirle cuanto la quería; lo mucho que la había extrañado, ocasionando serios bochornos en la kunoichi. Afuera ya llovía a cantaros, por lo que Naruto venía algo empapado. A la Hyuga no pareció molestarle, puesto que pasados unos minutos seguía atada al cuello del chico, sin importarle el hecho de que la humedad de su novio ya se había colado a sus ropas. Estaban dichosos. De eso no quedaba ninguna duda.
―¿Ves lo que te digo? ―acotó Sai, haciendo un mohín de incomprensión―. Esos dos son como un par de bobos, que no hacen más que suspirar el uno por el otro. No sabes la tortura que fue esta misión. Naruto se la pasó hablando de ella todo el camino.
El pelinegro nunca imaginó que, en algún momento determinado de su vida, echaría de menos al Naruto escandaloso, que no hacía más que fantasear con el día en el que se convertiría en Hokage, pero ese día, así era. En definitiva, aquel Naruto era más soportable que el idiota enamorado que tenía enfrente. Y fue exactamente eso, el hecho de ver lo enamorado que Naruto estaba de Hinata, lo que le terminó de convencer a Ino de que no podía tratarse de la misma persona. Nadie puede mentir tan bien.
Nadie.
Editado: 07/01/2015.
Hasta aquí este capi; ojalá les haya gustado y les prometo que se pondrá mucho mejor.
Si gustan dejarme un review, lo sabré agradecer.
*N/A: Este fic no se ubica a partir de ningún episodio concreto del manga, pero si en una situación en particular: luego de los reiterados intentos de Sasuke por matar a Sakura (la invasión de Pain, la cumbre de los kages y la muerte de Danzo, a manos de Sasuke, si ocurrieron, pero me he tomado algunas licencias para beneficios de la historia) él vuelve a Konoha -en busca de redención- y ya han transcurridos dos años y medio desde su regreso. Si embargo, a partir de una serie de sucesos inesperados, los miembros del antiguo equipo siete se verán envueltos en situaciones, poco menos que extrañas, revelando sentimientos ocultos, pactos y secretos, que desencadenaran el rumbo de los personajes hasta el comienzo de la Cuarta Guerra, la cual se había logrado postergar gracias al esfuerzo de la Alianza Shinobi por acorralar a la Akatsuki.*
¡Feliz existencia!