-Mi amiga necesita una criada en Inglaterra – dijo la señora Leagan – y he decidido que tú, Candy, seas esa criada. Vivir en Inglaterra te entregará una serie de habilidades que necesita una chica huérfana como tu: obediencia limpieza, presteza, elegancia y, sobre todo, humildad. Debes ser más humilde, Candy, te lo digo por tu bien.

Con un gesto de la mano, la señora Leagan despidió a esa chica de trece años que intentaba disimular las lágrimas.

Había oído que tratarían de enviarla lejos, pero según los rumores, "lejos" se refería a México, que al fin y al cabo, estaba en el mismo continente. Pero ahora... Inglaterra estaba cruzando el charco, como a veces decía la señorita Pony. Si se iba, jamás volvería a verla a ella, ni a la hermana María. Y menos a... Anthony.

Ella se iría, y Anthony jamás sabría sus sentimientos por él. Jamás podría volver a contemplar la hermosa sonrisa de Anthony, o escuchar su voz, sentir su mano sobre su rostro.

Bueno, quizás fuera mejor así. Después de todo, Anthony era el hijo de una familia rica y ella, nada más que una huérfana.

No lloraría; afrontaría su futuro con valentía y, quizás, algún día podría volver a América.

Y en ese momento, todos estarían orgullosos de ella.

Lejos, en Inglaterra, un amargado jovencito acababa de espantar a su décima niñera en lo que iba del mes. Insistía en que a los catorce años no necesitaba de una, pero su madrastra, para humillarlo, insistía en que aún era imprescindible.

-¿Dónde vas a encontrar una niñera que me aguante? - le decía el chico a su madrastra, mirándola con desafío en los ojos – más vale que me dejes largarme a Escocia, al castillo de mi familia.

-No, eres demasiado joven para estar solo, y mientras te comportes como un niño, te trataré como a un niño – respondía la madrastra, acariciando el telegrama que le había enviado la señora Leagan, en el cual anunciaba la fecha de llegada de la nueva niñera del joven heredero del duque de Grandchester. Que además era un año más joven que su "señorito".

Continuaraaaa:::