Bueno, aquí os dejo una cosilla que se me ocurrió estando en la playa. ¡Que la disfrutéis!
- CUANDO YA NO QUEDA NADA -
1. Como muggles
Hermione caminaba con decisión por el puerto. En quince minutos saldría el barco y a ella le gustaba estar siempre antes de la hora de salida, pero esa vez Ron le había entretenido. Sonrió mirando el mar. Jamás se habría imaginado que Ronald Weasley podría ser un chico tan atento y cariñoso. Siempre había pensado que sería un descuidado y un grosero pero el pelirrojo se había esmerado los últimos tres meses en demostrarle que podía ser un verdadero cielo sin perder la picardía que lo caracterizaba.
Tres meses… La chica suspiró y aceleró el paso. Tres meses desde que había terminado la batalla de Hogwarts, desde que habían muerto Fred, Remus, Tonks… Tres meses sin saber dónde estaban sus padres.
Dos días después de que todo acabase había ido a buscarlos, pero no los había encontrado. Los señores Granger habían vendido el coche, la casa y la clínica dental y se habían jubilado con antelación. Hermione los había estado buscando desde ese día por todo el país, informándose por si estaban con alguno de sus familiares, pero nadie los había visto ni parecía saber dónde estaban. En un primer momento sintió mucho miedo de que algo les hubiese pasado, pero Ginny se encargó de hacerla ver que, si así hubiese sido, ya lo sabrían. Así que había permanecido allí el tiempo suficiente para asistir a los juicios de los culpables y a los funerales de todos los que habían formado parte de su familia durante aquellos años en Hogwarts y había intentado servir de apoyo para sus amigos dentro de lo rota que ella misma se encontraba por las pérdidas. Sólo entonces había decidido ir a buscar a sus padres a los lugares que siempre habían querido visitar. Ron había insistido en acompañarla aunque ella le había pedido que se quedase con su familia. La pérdida de Fred los había unido más que nunca pero también había roto algo dentro de cada corazoncito pelirrojo de la Madriguera, algo que Harry y Hermione, por muy cercanos que estuviesen a la familia, no podían llegar a sentir. Finalmente habían acordado que Ron se uniría a ella en la búsqueda un mes después, si es que aún no había logrado nada.
Por su parte, Harry… la chica sonrió. Harry y Ginny hacían una pareja perfecta. Estaban siempre juntos, con sonrisas bobaliconas, miradas que avergonzaban a los que los pillasen infraganti y abrazos de apoyo para superar la situación. Y aunque su amigo se había ofrecido a acompañarla, Hermione era incapaz de dejar que se separasen. No, Ginny lo necesitaba más que ella.
Por eso Hermione Granger caminaba con presura por el puerto, dispuesta a subir a un transatlántico destino a Nueva York. Tras haber hecho una lista sobre los posibles lugares a los que podría ir a buscar, América era su principal objetivo. Los Granger siempre habían querido hacer una ruta por el nuevo continente y ella creía que, en caso de haber emprendido un viaje con todos los ahorros de su vida como colchón, seguramente se habrían ido para allá. La señora Weasley le había pedido, después de que sus amigos tratasen de convencerla, que usase un medio mágico para viajar, pero Hermione necesitaba alejarse un poco de la magia. Un viaje en barco le permitiría pensar y descansar.
Se sacó el billete del bolsillo y miró el nombre del buque: La Aurora Blanca. Buscó a su alrededor y vio un cartel a la izquierda que, con una flecha apuntando hacia delante, le indicaba que la salida de La Aurora Blanca era por allí. Miró al frente y lo vio. El gran barco tenía un color rojizo, con dibujos de rayas azules hacia la mitad. Las chimeneas se alzaban imponentes a unos quince metros de altura y no era capaz de vislumbrar dónde acababa la popa. Las letras, en colores perlados, de su nombre, se leían a la perfección según iba caminando a su lado. Debía de medir trescientos metros de largo y otros tantos de ancho.
Finalmente llegó a la pasarela, arrastrando tras de sí una maleta que había comprado dos días antes. Un hombre recogía los billetes a los pasajeros que iban llegando. Hermione se acercó a él y le tendió el suyo.
—Buenos días, señorita—saludó sellando el billete y quedándose con un resguardo que había en un extremo.
—Buenos días.
—Espero que tenga una maravillosa travesía.
—Gracias.
Hermione subió por la pasarela y pronto se encontró en la cubierta. A su izquierda había mesitas de madera con sombrillas donde al parecer se servirían refrigerios para quien los quisiese. Arriba, en una doble cubierta, había tumbonas y una piscina que desaparecía a su vista. Una mujer con aspecto de azafata, muy sonriente, se acercó a donde ella estaba.
—¿Me permite su billete? Veamos, sí, es de segunda clase así que debe bajar por ese acceso. Es la novena planta a la izquierda, camarote 907.
—¿Cuántas plantas tiene el barco?—preguntó sorprendida.
—Quince—respondió la mujer sonriente—. Las de primera clase son las cuatro primeras, las cinco siguientes son de segunda clase y las últimas de tercera.
—Vaya… es enorme—masculló mirando a su alrededor. Los pasajeros que ya habían subido se colocaban en las barandillas de cubierta, saludando a la gente y mirando la ciudad desde esa vista privilegiada—. Muchas gracias.
Pero Hermione, en lugar de ir a su camarote, se dirigió hacia la barandilla que había frente a ella y observó la plenitud del océano. El viaje duraría una semana antes de llegar al puerto norte de Nueva York. Suspiró y alzó la vista al cielo, cubriéndose los ojos. Hacía un día espléndido.
-O-
Draco Malfoy lanzó su baúl bajo la litera con un labio levantado por el asco. Ese repugnante cuchitril no lo querrían ni las ratas, y allí estaba él, acostumbrado al lujo y a la exquisitez, durmiendo en un camarote de tercera clase que compartía con lo que parecía, puesto que estaba tumbado en la litera superior dándole la espalda, un enorme oso peludo.
Se dejó caer en la litera inferior, después de examinarla para ver si tenía chinches, y colocó los brazos bajo la cabeza. Iba a dejar atrás todo lo que conocía. Su mansión, que ya no era suya, sus amigos, que lo esquivaban desde el fin de la batalla, y a sus padres, encerrados en la prisión de Azkaban. Ya no le quedaba nada, excepto una pequeña bolsa de galeones que había ido ahorrando en su adolescencia y de la que no podía gastar ni un knut. Pero tenía claro que no iba a quedarse en Inglaterra a ver cómo toda la comunidad mágica lo trataba como un paria. No. Él, Draco Malfoy, se largaba de allí para siempre, a cualquier lugar que estuviese lo suficientemente lejos como para no volver a ver a nadie que pudiese reconocerlo.
Tenía que admitir que podría haber optado por un medio de transporte mágico, pero se negaba a acudir al Ministerio donde le harían mil preguntas y tendría que someterse a las miradas desconfiadas. También podría haber cogido un avión y haberse presentado en EEUU en tan sólo unas horas, pero nunca había confiado demasiado en la magia muggle que mantenía en el aire esos colosales pájaros de metal. Finalmente, un barco era más seguro para él. Los magos de la antigüedad también los usaban por lo que se sentía menos sucio a la hora de compartirlo con los muggles.
El hombre de arriba se movió y la malla que sostenía el colchón de la litera superior se hundió considerablemente. Draco sacó su varita sonriendo con desagrado y, tras una floritura demasiado leve como para ser perceptible, el hombre dio un respingo entre sueños. El rubio amplió su sonrisa. Una semana y sería libre. Después ya pensaría cómo sobrevivir en Nueva York.
-O-
La luz del sol deslumbraba cuando el barco, al navegar sobre las olas, elevaba mínimamente las barandas. Hermione estaba sentada en un banco de la proa, observando el oleaje mientras leía una vieja novela muggle.
Después de zarpar había ido a comer y luego había bajado a su camarote, una sencilla habitación con una cama, un escritorio y un pequeño cuarto de baño al que le agregaba cierto misterio el ojo de buey que se asomaba a las profundas aguas del atlántico. Había abierto la maleta y se había puesto un traje de baño, unas sandalias y unos pantalones vaporosos con una camiseta de tirantes. Ginny había insistido en que tenía que comprar ropa nueva para su viaje y Hermione había aceptado permitiéndole que la acompañase. La pelirroja se había mostrado muy entusiasmada por salir de la melancólica Madriguera y había amañado la compra para que todo resultase más atrevido de lo que Hermione hubiese querido. Lo cierto es que la chica se sorprendió a si misma comprobando que su cuerpo había madurado y que se pusiese lo que se pusiese destacaban sus curvas jóvenes. Sin embargo, sonrió, como siguiese comiendo como había comido aquel día en el bufé del barco la ropa no tardaría en dejar de valerle. Era una comida deliciosa, aunque nada podría compararse con los magníficos manjares de Hogwarts. Frunció el ceño pensando en el colegio. No había podido hacer los EXTASIS pero McGonnagal ya le había sugerido que podría presentarse a la siguiente convocatoria preparándosela por su cuenta. Lo cierto era que no había pensado demasiado en ello. Después de todo lo que había pasado era como si la balanza de sus prioridades hubiese cambiado.
Volvió a abrir el libro e iba a concentrarse de nuevo en la lectura cuando una mano se posó en su hombro. Se giró y se sorprendió al ver a una mujer con unos ojos amarillos que le recordaban a…
—¿Señora Tonks?
La mujer le sonrió. Tenía el cabello grisáceo, lo cual significaba que estaba dejando que la naturaleza actuase sin utilizar sus poderes de metamorfomaga, que había heredado su hija con posterioridad. Hacía un par de meses que no la veía, desde el funeral de Tonks y Lupin.
—¡Qué tremenda sorpresa encontrarte aquí, querida!—exclamó la mujer. En ese momento Hermione reparó en el carrito de bebé que la mujer iba empujando—. El pequeño Teddy y yo estamos haciendo un viaje para que conozca a la hermana de su abuelo, la vieja Madeleine. Vive en norteamérica, ¿sabías?
—Tonks nunca me lo dijo…
—Ya, bueno, mi hija no la conocía demasiado, y lo cierto es que yo hace mucho que no la veo, pero dado que Teddy y yo nos hemos quedado solos…
Hermione comprendió sin necesidad de que la mujer dijese nada más. A nadie le gustaba la soledad. Andrómeda Tonks condujo el carro hacia la parte delantera del banco y se sentó a su lado. Entonces ella se atrevió a mirar dentro y notó como una grave presión se situaba en su pecho. El niño estaba dormido y era diminuto, aunque había crecido un montón desde el funesto día del funeral de sus padres. Tenía el puñito cerrado aferrado al borde de una mantita morada y chupaba su chupete sin cesar. Si no se equivocaba tenía tan sólo cuatro meses y sin embargo ya se había quedado tan solo…
—¿Qué haces tú aquí, querida?
Hermione miró de nuevo a la mujer. Sonreía por costumbre, porque era evidente que había perdido demasiado como para sonreír por felicidad. Sin embargo, demostraba una vitalidad envidiable, acostumbrada a la vida, y una actitud positiva ante lo que podía venir. Por la forma en la que se asomó al carrito para comprobar el estado de su nieto Hermione comprendió que ese niño era lo último que le quedaba y que haría lo que fuese por él.
—Mis padres han desaparecido—La mujer la miró apenada—Les tuve que realizar un hechizo desmemorizante y ahora no sé donde están. Creo que posiblemente se hayan ido a vivir a América.
Andrómeda levantó la vista hacia el horizonte mientras volvía a ponerle el chupete en la boca a su nieto.
—Han sido tiempos difíciles, pero ahora todo irá a mejor—afirmó. Hermione asintió con la cabeza.
—¿Y por qué usted viaja en barco? ¿No tardaría menos cogiendo un translador?
—Teddy es demasiado pequeño para usar uno. Prefiero un método más común.
Hermione miró al niño, que había tirado el chupete de nuevo y hacía pucheros entre sueños, y sonrió.
—Es guapísimo.
—Sí, y ha heredado la metamorfomagia, ¿sabías? El otro día cuando volví al salón con su biberón me asusté mucho al encontrar en su lugar a un niño con cara de ratón.
A partir de ese momento Hermione entabló una bonita relación con la mujer. Ambas conseguían olvidarse un poco de sus penas charlando, riendo y observando cómo Teddy iba poco a poco lanzándose a descubrir el mundo. Se acostumbró a pasar el día con ellos. Desayunaban e iban juntos a la piscina. De vez en cuando la mujer le dejaba a Teddy para pasear por cubierta mientras ella iba a darse un baño para descansar un poco. El niño era una ricura. Siempre estaba sonriendo y mirándolo todo con ojos gigantes. Cuando tiraba alguna cosa, Hermione se acordaba de su madre, esa excéntrica bruja con el pelo rosa chicle; y cuando sonreía, los rasgos cansados y amables de Remus venían a su cabeza. Tenían que estar muy pendientes de él, por si en algún momento decidía cambiar de color de pelo o que le creciesen bigotes, pero a parte de eso era muy agradable cuidarlo. Hermione le bañaba en la piscina que había para niños y sentía alegría y a la vez tristeza cuando le veía chapotear. Era tan injusto que fuese ella la que estuviese viendo aquello y no sus padres…
La mañana del cuarto día Hermione despertó pronto. Andrómeda le había pedido que se quedase con Teddy esa mañana, ya que ella tenía ganas de acudir a una actividad de masajes que había para mujeres mayores. Se levantó y se vistió con el traje de baño debajo. El sol había dibujado en su piel algunas pecas y ella agradecía el cambio. Llevaba demasiado tiempo sin ponerse morena. Salió de su camarote y caminó hacia el ascensor. Andrómeda dormía en la otra parte del barco, por lo que tendría que salir a cubierta y volver a bajar a por Teddy. Sin embargo, cuando estaba llegando al descansillo donde se encontraba el ascensor y las escaleras que iban de la tercera a la segunda clase, las puertas del ascensor se abrieron para que entrase una pareja de ancianos de su planta y descubrieron en su interior a un chico rubio con gesto indiferente y las manos en los bolsillos de su pantalón marrón. Hermione corrió a esconderse detrás de la esquina de uno de los pasillos y se tapó la boca con las manos. ¡Draco Malfoy! ¡Draco Malfoy en el barco! ¡Draco Malfoy subiendo de la zona de tercera clase, vestido de muggle, en el barco que iba a América, en el barco donde estaba ella…! Tragó saliva y se mordió el labio. Era imposible. Seguramente se tratase de otro chico de diecisiete años con el pelo rubio oxigenado y cara de asco.
Hermione volvió a asomarse y se tranquilizó al ver que el ascensor ya había cerrado sus puertas. Seguramente habría subido a cubierta. Si por ella fuese volvería a su camarote y se quedaría allí lo que restaba de viaje, pero tenía que ir a por Teddy, porque Andrómeda estaba esperándola. Además, ¡qué narices! Era Malfoy el que debería esconderse, no ella.
Tragó saliva y pulsó el botón del ascensor. Cuando llegó a la cubierta el sol de la mañana comenzaba a iluminar el horizonte con fuerza, por lo que tuvo que entrecerrar los ojos para que no le deslumbrase. Cruzó hacia el ascensor de enfrente y bajó a por Teddy.
—¡Hola, querida!
Andrómeda llevaba unas mallas que le daban el divertido aspecto de una mujer muggle dispuesta a irse a correr, y no sería tan divertido si no fuese porque tenían mariquitas estampadas.
—Teddy ya está listo, estaba esperándote.
La mujer fue al baño un momento y Hermione entró en el camarote de primera clase. Era mucho más grande que el suyo, más lujoso, y tenía un gran escritorio debajo de otro ojo de buey, más grande que el que ella tenía en el baño.
—Hola, chiquitillo—susurró acercándose a él. El niño, en su cuna ya vestido, abrió los ojos mirándola y se puso a absorber el chupete con más velocidad, señal de que la reconocía. Hermione sonrió y tendió las manos para cogerle a la vez que Teddy alzaba las suyas para recibirla—. Qué guapo estás—Le dijo dándole un beso en la cabecita y peinándole el pelo hacia atrás—¿Vamos a ir a desayunar y después a bañarnos, Teddy? ¿Quieres bañarte conmigo?
El niño agarró un mechón de pelo castaño de la chica y lo examinó con interés. Andrómeda salió entonces del baño, colocándose unas pulseras, con una coleta hecha recogiendo su pelo gris.
—La clase empieza a las 10, nos da tiempo a desayunar rápido—Cuando alzó la cabeza se quedó quieta mirando a Hermione con Teddy en brazos, que tenía un mechón de pelo agarrado y chupaba el chupete sin parar.
—¿Pasa algo?
—No… perdona—susurró, pero su sonrisa había desaparecido y estaba cogiendo una sudadera con pesar, como si de pronto hubiese visto algo que le producía mucha tristeza—. Es que no estoy acostumbrada a verlo así con otra persona. Me has recordado a mi hija…
Hermione tragó saliva y dejó a Teddy en el carrito, para disgusto del niño que empezó a gimotear.
—Tonks era irremplazable, Teddy lo sabrá.
—Ya, es sólo que a veces me da pena por mi pequeño…—murmuró la mujer rozándole la mejilla—Una nunca sabe cuánto va a durar.
—Usted aun tiene muchos años por delante, Andrómeda. Y además, Harry es su padrino, ¿no es así? Según nos dijo Arthur Weasley, Remus lo dejó como padrino en el testamento.
—Sí, es cierto, pero déjame que te diga que, aunque tengo un gran respeto hacia Potter, no confío en que sepa cuidar de un bebé—confió la mujer sonriendo. Hermione le devolvió la sonrisa—Aunque me tranquiliza saber que tú estarías cerca.
Hermione observó a esa mujer que había renunciado a su familia por el hombre que amaba, un hombre ajeno a su mundo. Una mujer que había perdido ese amor irremplazable y a la hija que había tenido con él y que aún así insistía en continuar luchando por su nieto, y una gran tristeza inundó su corazón. No podía dejar de pensar en lo tremendamente duro que había sido todo para ella y en la gran sonrisa que, increíblemente, devolvía al mundo.
—Vamos, sino no me va a dar tiempo a comer ni una uva.
Hermione apartó aquellos pensamientos y la siguió hacia el salón para desayunar. Mientras subían recordó que seguramente Draco estaría por allí, pero pensó que si en cuatro días no le había visto nada más que esa mañana, quizá no volvería a verlo.
Sin embargo no tuvo tanta suerte. Hermione empujaba el carrito mientras Teddy chupaba un trozo de pan y Andrómeda iba cogiendo comida de la barra del bufé para ponerla sobre una bandeja. Entonces le vio. Estaba sentado solo en una gran mesa redonda en la que cabían otras cinco personas, pero por la mirada que le echaba a cualquiera que se acercaba a él, a la chica no le extrañó que estuviese solo.
—¿Quieres té o café, querida?
—¿Perdona?
Andrómeda la miró y siguió esa mirada molesta hacia un lugar a su espalda.
—Vaya, el mundo es un pañuelo, ¿no crees?
—Sí…
—Ese es mi sobrino, ¿verdad?
—Sí.
—Tiene la misma cara de asco que mi hermana Narcisa.
Hermione aguantó una carcajada y Andrómeda siguió hacia delante, cogiendo dos tazas de té y encaminándose hacia una mesa alejada de la de Draco. La chica empujó el carrito y la siguió.
—Bueno, saldré de la terapia de masajes sobre las 12 y luego tendré que ducharme…
—Tranquila—contestó Hermione poniéndole un poquito de mermelada de fresa a Teddy en el pan que estaba chuperreteando. Se sentía más tranquila hablando de otra cosa que no fuese Draco Malfoy—Estaremos en la piscina y luego te lo bajaré al camarote.
—Gracias, querida. No sabes lo que cansa un niño tan pequeño a mi edad—comentó bebiendo de su té y mordiendo una tostada—. ¿Le das tú el potito? Parece que contigo come mejor.
La mujer le colocó un babero mientras Hermione terminaba de comer su tostada y se limpiaba las manos. Acercó el potito de frutas de Teddy y lo puso al lado del carro del niño.
—Venga Teddy, es hora de comer un poco.
El niño comenzó a tragar cucharada tras cucharada, habiendo tirado antes el chupete a un lado, e incorporándose un poco en el carrito empezó a patalear de la alegría. Tras varias cucharadas y después de haber llenado el babero de puré, Andrómeda se despidió de ellos, dándole un besazo a su nieto, y los dejó solos en la mesa. Hermione siguió dándole el potito, jugando con él mientras el niño se tumbaba sobre el respaldo del carrito y se cogía un pie. Una de las veces que la chica dejó la cuchara en el tarro de cristal y fue a coger una servilleta para limpiarle la boca, se encontró con unos ojos grises que la miraban entrecerrados. Apartó la vista con rapidez y miró a Teddy, que esperaba, haciendo una pedorreta y salpicándolo todo, a que la muchacha siguiese dándole de comer. Pero ella era consciente de que unos pasos lentos se acercaban y cuando volvió a levantar la vista se lo encontró de frente, con las manos metidas de nuevo en los bolsillos del pantalón y una ceja enarcada.
—¿Ahora eres niñera, Granger?—inquirió con desdén y diversión.
Hermione cogió aire y limpió la boca a Teddy.
—¿Y tú ahora viajas en transporte muggle, Malfoy? Qué sorpresa.
El rubio amplió su desagradable sonrisa y miró a su alrededor.
—¿Dónde está la comadreja y el gran Potter? ¿Te han dejado sola?
—Deberías mostrarte más agradecido con aquellos que te salvaron de Azkaban—contestó furiosa. Sentía la rabia arderle en las mejillas y veía a Teddy cada vez más nervioso, como si notase que algo no iba bien.
Draco soltó una carcajada.
—No tengo nada que agradeceros a ti y a tus amigos. Gracias a vosotros mis padres están en la cárcel y me he quedado sin nada.
—¿A nosotros?—inquirió con incredulidad—Querrás decir gracias a la estupidez de tu padre por colaborar con Voldemort.
Draco apretó la boca y la miró con desagrado. Las personas de las mesas de su alrededor los miraban con curiosidad por haber levantado la voz y Teddy había empezado a lloriquear.
—Espero que esta sea la última vez que te vea, Granger, no querría volver a respirar el mismo oxígeno que una sangre sucia…
Hermione le observó darse la vuelta y comenzar a caminar hacia la salida con aire de superioridad. Le parecía increíble que ese estúpido acabase de decir lo que había dicho. Si no fuese tan buena, rayando la tontería como a veces le recordaba Ron, habría dejado que lo metiesen en la cárcel mágica.
-O-
Draco observó desde un recoveco de la cubierta cómo la chica salía del comedor y su pelo echaba a volar a su alrededor, acunado por la brisa marina. No sabía exactamente por qué se había quedado esperando a verla salir en lugar de ir a su camarote como hacía normalmente después del desayuno o la comida, pero lo cierto era que le intrigaba verla allí, vestida de muggle, con esos pantalones anchos que se pegaban a sus piernas con el aire y esa piel morena que destacaba la blancura de sus dientes. Y lo que más le intrigaba era verla con ese niño. ¿Quién era? ¿Y por qué iba a Nueva York sola, sin sus inseparables amigos?
La vio dar la vuelta a la sobrecubierta donde estaba la piscina y subir por la rampa de madera que daba a la zona de recreo. Se desplazó un poco hacia la derecha, desde donde podía verla perfectamente, y se quedó mirándola. Hermione sonreía al niño y le decía alguna estupidez con la que el mocoso reía y alzaba las manos, intentando coger su pelo. Y cuando vio cómo la chica se quitaba el pantalón y una braguita blanca con flores azules que tenía dos lazos en las caderas dejaba demasiada piel al descubierto, arrugó la frente y miró a su alrededor. Le parecía increíble que nadie más se fijase en ella. Por mucho que le molestase, esa maldita tenía unas piernas morenas y torneadas que en cualquier otro lugar normal atraerían murmullos y miradas de admiración. Desde luego no entendía a los muggles.
Hermione se inclinó sobre el carrito y desató al niño. Le cogió después de quitarle los zapatitos y la camiseta, y tras hurgar en el bolsito que colgaba del carro, sacó un gorro amarillo y se lo puso en la cabeza. El niño botaba como podía entre los brazos de la chica, haciendo gorgoritos con la boca y dando grititos de emoción. ¿Quién narices sería ese niño? ¿Tenía Granger un hijo? Pero no podía ser, era demasiado pequeño… aunque él no la había visto a lo largo de ese curso, excepto en la batalla final, como para saber que no había estado embarazada. No, no podía ser, ese cuerpo no podía tenerlo después de un embarazo ¿no? Qué distinta estaba… La última vez que la vio la sangre y la suciedad cubrían su cara y llevaba una ropa nada provocativa, sucia y rota por algunas partes. Allí, con el largo pelo bailando a su alrededor y las piernas al aire provocaba extrañas sensaciones que no le gustaba sentir.
Hermione le sacó los pantaloncitos y los dejó sobre el carro, dejándole con unos divertidos pañales con dibujos verdes y azules. Se quitó las chanclas y se acercó a la piscina que había para niños. Se sentó, poniéndole sobre sus piernas, y le mojó un poco la cara y la tripita. El niño se estremeció, pero luego volvió a patalear de emoción con más ansia. La escena provocaba en Draco una mezcla de repugnancia y curiosidad. Nunca había visto algo así. En su casa no había habido niños y su madre no había sido tan cercana con él como para llevarle a bañarse a ningún lado. Ver a Hermione Granger, la sabelotodo dientes largos que siempre tenía el ceño tan fruncido que parecía tener una única ceja, sonreír y tratar con tanto mimo a un ser tan indefenso le hizo fruncir los labios y volver a mirar alrededor, como buscando a alguien que pudiese estar viéndole y riéndose de él. Decidió que ya era hora de irse de allí. No había nada que ver y la única forma de saber algo de ese niño y de por qué ella iba a Nueva York sería preguntárselo directamente, algo que desde luego no pensaba hacer.
Llevaba unos cuantos metros recorridos cuando, de pronto, una enorme sacudida del barco le hizo tambalearse. Miró a un hombre que había cerca de él, que le devolvió la mirada extrañado, y entonces volvió a suceder, pero esa vez con más fuerza, tanta que Draco tuvo que sujetarse en una de las barandillas de cubierta. Gritos resonaron a su alrededor y el barco volvió a sacudirse, esta vez sin parar de hacerlo. El rubio miró hacia el mar, viendo cómo este estaba revuelto a causa de las sacudidas del buque. No encontraba el motivo para que un transatlántico se moviese así, pero estaba claro que algo ocurría. Una nueva sacudida le hizo hincarse la barandilla en la cadera y un tremendo ruido le obligó a mirar a la cabina del comandante. El capitán hablaba por un cachivache negro y parecía asustado. De pronto el ruido, que había ido intensificándose, le hizo alzar la cabeza. Una de las enormes chimeneas del barco se tambaleaba con peligro ante los desagradables vaivenes del barco. La gente gritaba y corría de un lado para otro y la tripulación comenzó a arremolinarse alrededor de las barcas de salvamento. Draco sacó la varita y pensó "accio bolsa de galeones" y echó a caminar hacia las barcas. Entonces otra sacudida volcó el barco hacia la derecha de un modo increíblemente llamativo. Tuvo que sujetarse de nuevo a la barandilla con fuerza, mientras observaba como la gente se escurría hacia el otro lado de la cubierta. Un grito llamó su atención. Miró hacia arriba y la vio. Hermione sujetaba al niño con el terror dibujado en la cara. Había cogido la bolsa que colgaba del carro y pegaba la cabeza del pequeño, que lloraba desconsolado, a su hombro. Estaba agarrada con dificultad a la baranda de la zona de recreo y le miraba. Draco no supo si fue esa mirada o una asquerosa vena de humanidad que siempre había tenido oculta, pero se dejó caer dirigiéndose a la izquierda, dejando que su cuerpo se estrellase contra el muro de madera que delimitaba la alzada de la sobrecubierta. Hermione estaba justo sobre él, mirándole y temblando. El barco no dejaba de inclinarse y supo que la chica no aguantaría más.
—¡Dame al niño!—gritó, haciéndose oír por encima del estruendo de las olas, los hierros combándose y el estremecedor sonido del barco hundiéndose. Hermione le miró y volvió la vista atrás, asustada—¡GRANGER, DAME AL NIÑO!
Ella se agachó como pudo y Draco, apoyando todo su cuerpo sobre el muro, que hacía que casi estuviese tumbado horizontalmente sobre él, agarró al niño de la cintura y lo pegó a su pecho. El pequeño no dejaba de llorar y patalear, lo que hacía que su agarre fuese aún más difícil.
—¡Ahora pasa por encima de la barandilla y déjate caer, vamos!
Hermione metió una pierna entre los barrotes y tirando con fuerza de su cuerpo, que estaba casi colgando sobre el vacío, pasó al otro lado y quedó pegada a la barandilla, mirando cómo la gente que hacía un segundo estaba a su alrededor caía al agua que iba devorando el barco.
—¡VAMOS!
Hermione trepó hacia abajo y quedó al lado de Malfoy.
—¿Qué vamos a hacer?
—¡Cuidado!
La bolsa de oro se estrelló donde segundos antes había estado la cabeza de Hermione, que ahora estaba pegada a Draco. El barco había acelerado su hundimiento y poca gente quedaba ya que aún siguiese en la cubierta.
—Voy a hacer un hechizo burbuja, Granger—gritó—Haz tú otro.
—¡No tengo mi varita!
—¿Qué?—exclamó el chico con un desdén incrédulo y los ojos abiertos—. Pégate a mí—Le indicó apartando la mirada.
Hermione le escuchó murmurar algo y de pronto a su alrededor todo parecía borroso. Entendió que ahora tenían la cabeza dentro de una burbuja de oxígeno. A su lado, Teddy seguía gritando y peleando contra el fuerte agarre de Draco.
—¡Haz un hechizo protector!
—¡Cállate, no me dejas pensar!
Hermione jamás se había sentido tan indefensa, ni si quiera en la terrible batalla de Hogwarts. Estaba allí, sin su varita, a expensas de que el que desde la infancia había sido su mayor enemigo salvase su vida y la de Teddy. A su lado le observaba mover los labios mientras movía la varita. Podía escuchar y sentir cómo el barco iba hundiéndose y entonces sintió una gran presión sobre su cuerpo.
—He generado un hechizo de unión, sino la fuerza del agua nos separaría—gritó Draco. Miró a su alrededor y entonces se fijó en ella—. Cierra los ojos, Granger.
La chica observó cómo Draco tapaba con su mano la carita de Teddy, que al momento pareció calmarse, y ella le obedeció. Y entonces todo pasó muy rápido.
Sintió cómo su cuerpo era absorbido con fuerza hacia la profundidad del océano y cómo Draco, a pesar del hechizo de unión, le agarraba la cintura. Ella apretó las manos contra su cara y se dejó llevar. Sin embargo, a pesar del hechizo protector, sintió como algo chocaba con su gemelo y gritó de dolor. Juraría que se le había desgarrado la pierna pero a causa del tremendo golpe ni si quiera era capaz de sentirla. Le pareció que pasaban horas mientras a su alrededor el furioso batir del agua iba calmándose y se sumían en un silencio absoluto. Entonces abrió los ojos y prefirió no haberlo hecho. La negrura del océano se extendía a su alrededor, convirtiéndose en un agujero eterno a sus pies que le provocó un pánico desgarrador en el pecho. Montones de objetos flotaban hundiéndose y le pareció ver cuerpos de personas dejándose llevar desmadejados hacia el fondo. A su lado, Teddy parecía haber quedado mudo en un llanto silencioso. Hermione pensaba que se ahogaría si no arrancaba a llorar. Y Draco miraba hacia arriba. Ella siguió la dirección de su mirada y se estremeció. La superficie parecía encontrarse a kilómetros de distancia. Pero el rubio alzó su varita y de pronto salieron disparados hacia la única luz que iluminaba ese agujero negro. Le recordó a la vez que Harry había escapado de los Grindylows en el lago, en el torneo de los Tres Magos, pero ese recuerdo se esfumó pronto, porque cuando quiso darse cuenta volvían a estar en la superficie y Teddy lloraba con fuerza. Draco deshizo los hechizos y le pasó al niño, mirando a su alrededor. En ese momento Hermione fue consciente del enorme dolor que sentía en la pierna. No podía mantenerse a flote.
—Malfoy—masculló, intentando mantener la cabeza de Teddy fuera del agua—. Malfoy, no… no puedo.
El rubio se había fijado en un objeto que flotaba a algunos metros de distancia.
—¿No sabes nadar, Granger?—inquirió con esa maldita voz que ella tanto odiaba. El terror había desaparecido y ya sólo quedaba el desdén.
—Creo… creo que tengo una pierna rota.
El chico la miró con una mezcla de asco y algo que Hermione no supo reconocer y la cogió de la cintura.
—Accio madera
El objeto se acercó hasta él y frenó delante suya. Masculló algo y comprobó que la madera no se hundía. Se giró y cogió a Teddy, dejándole sobre la tabla.
—Sube—Le dijo a Hermione.
La chica lo intentó. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero entonces un dolor agudo, como si mil excregutos de cola explosiva estuviesen devorándole la pierna, hizo que gritase con fuerza y Draco volvió a sujetarla. Maldiciendo por lo bajo la agarró de la cintura y la sacó del agua, tumbándola sobre la tabla y hundiéndose él durante un segundo a causa del esfuerzo. Cuando volvió a salir, aguantó el aliento al observar el gemelo de la chica. Una enorme herida le había desgarrado la pierna, que chorreaba sangre y manchaba la tabla. El hueso sobresalía por ella de un modo macabro que le revolvió las tripas. Draco cogió impulso y subió a su lado. Hermione temblaba y agarraba a Teddy, pegándole a su pecho. Supuso que el hechizo protector había frenado el golpe de algún objeto contundente, pero no había podido pararlo. Sin el hechizo probablemente se habría quedado sin pierna.
—No te muevas—gruñó.
Hermione tragó saliva y cerró los ojos.
—¡Episkeyo!
La chica gritó cuando sintió cómo se soldaba su hueso, haciendo que Teddy se sobresaltase. El dolor se extendió por su cuerpo y poco a poco, como una ola, fue desapareciendo.
—Te he arreglado el hueso y ha dejado de sangrar—explicó—pero no estoy seguro de cómo cerrar una herida tan profunda.
—Límpiala—masculló—. Échale agua.
Draco cogió aire y apretó la mandíbula. No soportaba escuchar su maldita voz de sabelotodo dándole órdenes, aunque esa vez se entrecortase por el dolor y fuese tan débil que le resultase complicado oírla.
—Aguamenti
Un chorro de agua calló sobre la herida mientras Hermione gemía. Draco la limpió abundantemente y luego bebió.
—Toma—indicó, dirigiendo el chorro hacia ella.
Hermione levantó la cabeza un poco y dejó que el agua que salía de la varita le llenase la boca. El último trago lo mantuvo y se lo pasó a Teddy. A Draco, que en otro momento le habría parecido que ese gesto era asqueroso, le conmovió a su pesar ver cómo aún en su estado se preocupaba del niño. Suspirando se secó la ropa y luego repitió el gesto con Hermione y el bebé. La chica no decía nada pero parecía agradecerle todo aquello con su silencio. Algo le decía que confiaba plenamente en él, aunque no sabía si era porque no le quedaba más remedio. Miró a su alrededor y a lo lejos vio otra tabla superviviente del desastre. Poco a poco iban emergiendo los objetos que podían flotar y si tenían suerte quizá encontrasen algo que les sirviese de ayuda. Convocó a la tabla, que se acercó flotando hasta él, y la hechizó para que se mantuviese firme como una mesa sobre el agua.
—Epoximise—susurró, y observó cómo ambas tablas se juntaban por donde parecían estar rotas, aunque en realidad no habían estado nunca pegadas una a la otra. Quedó una gran superficie irregular sobre la que Draco confiaba que podrían moverse con más tranquilidad, o por lo menos acomodarse.
Hermione se movió, captando su atención. Estiró el brazo, que temblaba sin lugar a dudas por el dolor que sentía, y abrió el bolsito que había cogido del carro antes de que todo desapareciese. El chico se sorprendió de que, a pesar de todo, aún lo mantuviese pegado a ella. Del interior del bolso salió una mantita morada. Estaba empapada. Draco se acercó y la secó con un gesto rápido que pretendía resultar molesto. Entonces ella envolvió a Teddy con la manta y lo acurrucó entre sus brazos. El niño, después de la experiencia, parecía exhausto, y no tardó en cerrar los ojos. Draco observó a su alrededor haciendo un esfuerzo por ignorar la presencia de la chica. Ni un superviviente. Nadie parecía haber conseguido sobrevivir al hundimiento y a la tripulación no le había dado tiempo a evacuar. Todo había sido tan rápido… como por arte de magia. El chico pensó en eso último y se planteó seriamente si alguien habría intervenido para que aquello ocurriese. Un buque tan grande no podía hundirse con tanta facilidad y sin motivo aparente.
A unos metros de ellos fueron apareciendo más tablas, que el chico iba reuniendo junto con listones de madera y alguna que otra bolsa que parecía contener ropa. Draco iba subiendo a la superficie de madera lo que le parecía útil, ampliándola y almacenando lo que de momento no sabía para qué podría servirle. En realidad ni si quiera sabía lo que estaba haciendo, pero le ponía nervioso observar a Hermione, que yacía tumbada, temblando, con el niño entre sus brazos. Ni si quiera sabía por qué la había salvado. No pensaba cargar con ella si había más dificultades y con esa herida dudaba que no sucumbiese a alguna infección pronto.
Una vez se hubo asegurado de que no quedaba nada más flotando donde antes había un inmenso barco, apuntó con la varita a la madera sobre la que estaban.
—Locomotor.
Empezaron a navegar y Hermione levantó la cabeza y le miró. Draco apartó la vista hacia el horizonte. Alargó la varita de nuevo y la puso sobre la palma de su mano.
—Oriéntame.
El norte estaba frente a él.