Holaaaaaaaaaaaa mis queridas y fieles seguidoras y a mis fantasmas que me leen en la oscuridad y me dan follow sin dejar review! Lamento muchísisisisisisisisimooooo haberme atrasado tanto en continuar. Es que he andado como loca con la universidad y la verdad es que tengo absolutamente todos mis fics colgados y sin continuar. Es una vergüenza lo mío, pero en serio que este año he estado viviendo en la universidad prácticamente, con exámenes y trabajos que ashhhhhh. Pero bueno, eso a ustedes les importa muy poco, ¿no? jajajaja. Bueno, ahorita me escapé un poco de los libros y me di un tiempito para subir la continuación... Muchas gracias por todos los reviews, no he tenido ánimo ni tiempo de responderlos pero sepan que siempre los leo con detenimiento y tengo muy en cuenta sus opiniones, por eso mismo me interesa que me las dejen. Saludos, hoy no hay preguntas porque no hay tiempo así que, los leeré en un review y nos vemos en el próximo capítulo!
Coockie
11
Como en los viejos tiempos
Lo más complicado de todo no fue decidir qué comeríamos ni a qué disco iríamos. Ni siquiera nos planteamos ante el interrogante de qué ponernos: el enojo por nuestra mala suerte había desembocado en una tarde de Shopping, que habíamos culminado comprando los atuendos que usaríamos para salir en Año Nuevo. Pero si bien, creíamos haber resuelto los problemas más importantes de la velada de que nos esperaba, todavía no habíamos conseguido cruzar la última frontera: Convencer a Abby.
Ustedes, hijos míos, pensarán que lo mejor hubiera sido concretar la salida sin su tía Abby. Los invito cordialmente a que le hagan entender esa idea a su tía Tara, quien estaba ensañada y convencida de que la salida tenía que contar con todas o ninguna. Tanto Rachel como Kori y yo nos habíamos gastado en interminables sermones para hacerle entender a la supermodelo que no importara qué dijéramos ni cuán tentadora hiciéramos la oferta, Abby no aceptaría salir con nosotras. Habían pasado sólo dos semanas desde que su padre había muerto y sabíamos que la única razón que ataba a Abby a Nueva York no era la parranda de Año Nuevo ni la grandeza de la ciudad, sino que era velar por el bienestar de su madre.
De modo que no había forma de conseguir que Abby saliera de fiesta con nosotras. Claro, al menos eso era lo que Kori, Rachel y yo pensábamos y nos esmerábamos por lograr que Tara comprendiera… Pero la supermodelo estaba decidida y niños, si algo he aprendido en esta vida, es que cuando a Tara se le mete algo en la cabeza, no hay sacudida que se lo pueda quitar. Así que la rubia estaba negada completamente a nuestras advertencias y constantemente aseguraba que si Abby se había negado a ir era porque todavía no había tenido oportunidad de hablar con ella y de experimentar sus persuasivas maneras.
El tema Benjamin había vuelto a ser Tabú desde el reportaje que habíamos visto sobre su situación sentimental. Ninguna había nombrado al supermodelo de nuevo, aunque Rachel de vez en cuando — sólo por el ocio de la maldad que lleva en las venas —interrogaba a Tara al respecto, para escucharla responder con un clásico cliché que nos indicaba cada vez con más seguridad que no había superado su ruptura.
— ¿Se sabe algo nuevo de Benjamin? —Solía indagar Rachel, mientras desayunábamos, cuando veía que Tara se acercaba al lugar. Entonces la rubia aparecía en la cocina, con aspecto de zombie porque recién se levantaba, y mientras buscaba algo en la heladera, Rachel soltaba con una mueca fingida de sorpresa un: — ¡Oh, Tara! No sabía que estabas acá, lo siento mucho…
— No hay por dónde —Respondía la rubia, mientras Kori reprendía a Rachel con una mirada autoritaria. —, yo estoy bien
Primera respuesta cliché que demostraba todo lo contrario a lo que realmente sentía.
— Ya les he dicho que estoy muy contenta por él.
Segunda respuesta cliché, dentro de la misma oración.
— Además, ¿no es que fuera a esperarme por toda la vida, no?
Tercera respuesta cliché.
— Digo, la vida sigue. Yo también sigo con ella. Hay muchos peces en el mar.
Creo que esa valía como doble. La verdad era que no estaba nada bien que nos divirtiéramos a costa del sufrimiento de nuestra amiga, pero no podíamos negar que era gracioso escuchar las respuestas carentes de fundamentos que Tara daba para no admitir que todavía quería a Benjamin. En el fondo sabíamos que la verdad saldría a flote en algún momento, pero que no servía de nada apresurar las cosas. Tara era así: había que esperar a que ella quisiera abrirse por su cuenta, sin presiones. Y lo haría, ocasionalmente, cuando ya no pudiera soportar el dolor.
Por eso, mientras nuestra amiga se mentía a sí misma sin que pudiéramos evitarlo, Rachel aprovechaba para divertirse a cuestas de ello. Quizá alentándola, con la ligera esperanza que de tanto meter el dedo en la llaga, Tara acabaría rebelando sus verdaderos sentimientos. O simplemente, sacando a relucir su maldad y algo del rencor que esas dos se tenían por la historia amorosa que las unía.
— Eso no está bien —La reprendía Kori, una vez que Tara había abandonado la habitación. Entonces Rachel soltaba una sonora carcajada.
— Vamos, Kori… ¡Es muy gracioso! Deberíamos filmarla, para que cuando todo esto pase se mire y se ría de ella misma. — Yo sonreía nerviosa. No podía negar que escuchar los reiterativos clichés que la rubia daba como respuesta para no aceptar su condición de chica con el corazón roto, eran sumamente divertidos.
— Rachel, Tara está pasando por un mal momento. —Decía la pelirroja de manera incesante. — No es justo que te aproveches de ella.
— Ay vamos, si lo decís así suena terrible —Protestaba Rachel, en su defensa.
— Es que es terrible. — Y Rachel ponía los ojos en blanco.
— No me estoy aprovechando de ella… Me estoy divirtiendo un rato, nada más. —Era la excusa de Rachel para continuar provocando que Tara largara sus clichés y reírse al respecto. — En serio, lo hago porque es gracioso, no lo hago con ninguna maldad.
Y entonces Kori suspiraba, mostrando su impaciencia y dejaba de insistir. Fueron varios días que nos permitieron convivir como hacía tiempo que no hacíamos, pero a pesar de las graciosas conversaciones, todavía no habíamos resuelto el tema de Abby. La tarde del treinta de Diciembre, siendo la última hora del día más frío del año, Tara tomó el teléfono para llamar a Abby y realizar su dichosa hazaña persuasiva.
— ¿Abby? —Habló la rubia, haciendo que las tres nos sobresaltáramos. No nos había avisado que iba a llamar a nuestra amiga, por lo que ninguna había podido sermonearla para que tomara conciencia del asunto. Tara nos había hecho creer que había entrado en razón al respecto, ya que cuando hizo la llamada, faltaba muy poco para el dichoso día.
Kori, que estaba echada en el sillón mientras le mandaba mensajes de texto a Dick, se puso de pie rápidamente y dirigió su vista a Tara, completamente alarmada. Una vez que consiguió captar su atención, le hizo señas con las manos para que fuera breve y no insistiera en su petición.
— ¿Cómo estás, amiga? — Continuaba Tara, haciendo caso omiso a las señas de Kori, dándole la espalda y empezando a caminar por la sala con el teléfono al oído. — Uhm… Bueno, sí. Me alegra oírte mejor… Escucha, tengo una propuesta… — Comenzó de manera entusiasta sonriendo, sin desalentarse por las constantes señas que le hacíamos para evitar que hiciera la propuesta. — Rachel, Kori, Luna y yo estamos en Nueva York por todo el asunto de los vuelos… Y bueno, estábamos pensando que ya que ninguna puede volver a casa, podríamos pasar Año Nuevo juntas aquí y salir a bailar… ¿Qué te parece?
Rachel se pasó la mano por la cara nerviosamente, mientras negaba con la cabeza en señal de desaprobación e impaciencia. Yo me mantuve expectante, con una ligera esperanza respecto a lo que Abby estaba por responder mientras Kori no dejaba de hacer efusivas señales con sus manos para que Tara terminara la conversación. Pero la rubia seguía tranquila, escuchando con atención lo que Abby le contestaba y que nosotras no podíamos oír.
— Entiendo… — Murmuró Tara asintiendo comprensivamente. Kori la interrogó con la mirada pero Tara le respondió negándole con la cabeza. — Me parece genial que no quieras dejar a tu madre sola, Abby, pero, ¿qué tal si vienen las dos para acá? Tu mamá podría quedarse durmiendo mientras nosotras salimos… Escucha, te pondré en altavoz para que hables con todas, estoy con las chicas — Y dicho esto, la rubia apoyó el teléfono en la mesa más cercana, poniéndolo en altavoz mientras tomaba asiento junto a nosotras.
— ¿Qué tal, mosqueteras? ¿Cómo están? — La voz de Abby, siempre tan eléctrica y efusiva, cargada de vida y entusiasmo, se oía en aquel momento débil y ronca, como si hubiera estado gritando por mucho tiempo. Intercambié miradas cargadas de incertidumbre con Rachel, apenadas por la situación en la que nos veíamos inmersas.
— Bien, ¿Vos? — Respondimos al unísono. Un suspiro sonó desde el pequeño tubo y luego Abby volvió a hablar.
— Pues, como se puede. Bien dentro de lo posible. — Fueron las palabras que sonaron desde el teléfono. Me mordí el labio, angustiada. ¡Qué mal que sonaba! — Tara me ha dicho los planes de Año Nuevo… No quiero aguarles la fiesta con mi depresión, así que yo paso, ¿sí?
—No seas tonta, Abby —Zanjó Kori, de repente. —. No nos aguarías la fiesta nunca, más bien la mejorarías.
Abby rió desde el otro lado para luego decir:
—Qué tierna, Kori. Pero en serio, no tengo ánimos para festejar nada… Muchas gracias por llamarme igual.
— Vamos, Abby — Insistió Tara, rehusándose a rendirse tan fácilmente. —. Tu mamá y vos pueden venir al departamento. Tiraremos colchones en el living, como en los viejos tiempos…
Tara había utilizado un argumento que era muy poderoso y lo sabía perfectamente. Apelar a la nostalgia de los tiempos en que no teníamos más obligaciones que cumplir con las asignaturas del colegio era algo difícil de rebatir, prácticamente imbatible. Ninguna de nosotras se resistía a esa maldita frase por todo lo que realmente significaba. "Como en los viejos tiempos" eran las palabras que daban el permiso para abrir el baúl de los recuerdos y volver en el tiempo con la esperanza de dejar a las universitarias que éramos atrás aunque fuera tan sólo por unos instantes y disfrutar, sin preocupaciones ni obligaciones — que si bien eran deseadas y no impuestas — no dejaban de ser agotadoras.
La rubia sabía (¡vaya que lo sabía!) que con esas palabras había tocado la sensibilidad de más de una. Había sido una buena jugada, pero las condiciones no eran las usuales: Abby no se estaba negando por capricho, lo hacía por falta de ganas. Y esa situación le daba suficientes argumentos para rechazar la oferta.
El silencio se hizo presente mientras la última frase de Tara aún resonaba en nuestras cabezas, reviviendo las nostalgias guardadas y animando los espíritus jóvenes que tan oxidados creíamos tener por el desgaste universitario. La expectativa era máxima y la tensión podía cortarse con un cuchillo. Un suspiro de Abby interrumpió nuestra espera.
—Suena tentador, en serio — Aseguró ella, luego del hondo suspiro. —, pero les juro chicas que no tengo ganas de nada. En serio.
Y entonces, cuando parecía que todo estaba por derrumbarse y que Tara finalmente se daría por vencida. Cuando estuve segura de que seríamos cuatro y no seis para aquel año nuevo, algo ocurrió de forma imprevista, sin que nadie pudiera advertirlo, como es propio de los milagros en sí.
— Abby, ¿Qué sentido tiene que te quedes con tu madre, solas en año nuevo? —Habló Rachel de repente. Kori, Tara y yo giramos nuestras cabezas como lechuzas para mirar a la más gótica y pesimista de nuestras amigas; pero no conseguimos intimidarla. Rachel tenía la vista fija en el tubo, como si realmente tuviera a Abby frente a sí. —A fin de cuentas, eso no hará que la pasen mejor ¿O sí?
—No se trata de eso, Rachel… —Aseguró nuestra morena amiga desde el otro lado, en medio de otro hondo suspiro.
—Sé que no se trata de eso, Abby. Comprendo perfectamente. —Continuó Rachel con seguridad. — Entiendo tu dolor, pero… ¿En serio te parece que ganarás algo quedándote en tu casa? Lo único que conseguirás con eso es sentirte peor.
—Puede ser, sí… —Aceptó Abby.
—A lo que voy es, que estoy segura que salir con nosotras no hará que el dolor termine, Abby. Perdiste a tu padre y sé que lo sabés —Kori abrió mucho los ojos por la sorpresa de escuchar esa afirmación venir de Rachel. Ninguna esperaba que ella mencionara eso tan rápido. —. No es algo que podamos reparar, pero dime con sinceridad, ¿Crees que te sentirás mejor si te quedás a solas con tu mamá? ¿Mejorará en algo la situación?
—No, realmente no…
— ¿Y entonces? ¿Qué podrías perder saliendo con nosotras? Si te sentís muy mal, prometemos irnos y acompañarte a casa en el momento que lo decidas —Y dicho esto, paseó su mirada por nuestros rostros buscando aprobación.
Kori y yo asentimos de forma automática, olvidando que Abby no podía vernos, mientras que Tara permanecía inmutable, con el ceño ligeramente fruncido. La idea de abandonar la disco no parecía apetecerle demasiado.
— ¿Verdad, Tara? —La alentó Rachel finalmente.
Tara lanzó un hondo suspiro y rodó los ojos para decir:
—De acuerdo, sí, está bien. — Y Rachel sonrió con suficiencia.
— No ganarás nada si te quedas en casa, Abby, sólo conseguirás deprimirte más. Sé que el dolor no pasará con vernos a nosotras y ya, pero tampoco se acabará si te quedas pensándolo todo el tiempo —Remató la futura profesora. No pude más que asentir con un gesto dela cabeza, Rachel estaba completamente en lo cierto. — ¿Entonces? ¿Qué te parece?
De nuevo la expectativa y el silencio nos hicieron presas de su alcance y guardamos silencio esperando la respuesta de Abby. Sabíamos que Rachel tenía razón en su planteo, objetivamente hablando pero nada nos garantizaba que Abby fuera a tomárselo bien. Un suspiro proveniente del teléfono no nos dejó llegar a la profundidad de nuestras conclusiones y alzamos la cabeza, expectantes.
— Está bien —Pronunció Abby lentamente desde el otro lado del teléfono. — ¿A qué hora tenemos que estar y qué tenemos que llevar?
No pudimos más que romper en gritos de emoción y abrazarnos entre nosotras. Ninguna podía creer que habíamos logrado que Abby Bee cediera por una vez en su vida, mucho menos dadas las circunstancias que nos acontecían.
— Bueno, bueno —Habló la morena amenazadoramente desde el otro lado de la línea. —. Se calman o no vamos nada, ¿De acuerdo? Además todavía tengo que consultarlo con mamá. Kori, Luna, ¿Están seguras que no seremos molestia?
— Una molestia sería que no vinieran, Abby —Me apresuré a decir yo, presa de mi entusiasmo mientras imaginaba que Abby sonreía desde el otro lado. No podíamos parar de festejar.
—Ya, Luna —Me cortó Abby con brusquedad. — ni que fuera la reina de Inglaterra o algo por el estilo. Díganme cuál es el itinerario y cuando hable con mamá las llamaré.
Tara se puso de pie, tomó el teléfono quitándolo del altavoz y comenzó a pasearse por la casa mientras le explicaba a Abby el plan de la noche con todos los detalles. No era demasiado complicado: Nos juntaríamos a cenar en el departamento, aguardaríamos despiertas hasta las doce de la noche para brindar todas juntas para luego esperar a que la señora Bee se acostara a dormir —Kori había accedido a cederle su cama — y nos iríamos a la disco. Al volver, nos ubicaríamos en una fortaleza de colchones que armaríamos en el Living para no molestar a la señora Bee cuando llegáramos a casa. Nada demasiado complicado.
Al cabo de unos minutos, Tara colgó el teléfono y nos dirigió una mirada cargada de entusiasmo, para luego correr hacia Rachel y darle un fuerte abrazo.
— Gracias, gracias, gracias… ¡Eso fue… Fue absolutamente… fue…!
— Lo sé, lo sé. Soy genial —Aceptó Rachel mientras le daba algunas palmadas a Tara en la espalda apresuradamente. — . Pero no creas que lo hice por vos ni por ninguna de nosotras, lo hice por Abby. —Aseguró mientras alejaba a Tara para desprenderse del abrazo. A Rachel no le fascinaba el contacto físico, ni siquiera si venía de Garfield. — Creo que necesita distraerse y no ganará nada si se queda maquinando la última noche del año a solas con su madre.
— Que Dios te bendiga por pensar así mi querida…
— Por eso también es muy importante que nos comprometamos a volver en caso de que ella lo necesite — Continuó Rachel, mirándonos acusadoramente, interrumpiendo las alabanzas de Tara. —. Aceptó venir a duras penas, lo menos que podemos hacer es estar a su disposición.
Antes de que la rubia pudiera replicar, Kori habló para decir:
— Tenés razón. Debemos estar atentas. — Y sin darle pie a la rubia para que protestara, cada una se dirigió a hacer algo distinto.
Abby y su madre llegaron al departamento por la mañana del treinta y uno. Lo único que trajeron consigo fue una Champaña para brindar, lo cual fue por supuesto, más que suficiente. Ambas se veían desgastadas y débiles por tanto llanto, pero enseguida sus rostros se iluminaron ante las primeras palabras que pudimos compartir. ¿Qué puedo decirles, niños? La mayor virtud de los amigos — lo que te da la pauta de que son realmente buenos — es que pueden hacerte sonreír aún en la peor de tus tempestades, bailando bajo la lluvia o sosteniendo un paraguas a tu lado. Por supuesto que la tía Abby no estaba diez puntos, pero al menos no estaba llorando.
La señora Bee era una mujer muy dedicada a los quehaceres del hogar, con un don innato para la cocina, por lo que podía deducirse con facilidad de dónde había adquirido Abby sus dotes culinarios en la materia. Su progenitora poseía una serie de trucos para darle sabor a los alimentos que harían que cualquier chef que se jactara de ser profesional la envidiara y tenía, sin duda, una gracia auténtica y única para cocinar. Verla armar un platillo era como presenciar un programa de cocina profesional en vivo, sólo que con la naturalidad de quien lo hace por gusto; no de quien actúa amabilidad para conseguir su fama.
—Y así mi querida —Me comentaba la señora Bee mientras batía el relleno del pavo frente a mí y tomaba una pizca de un polvo guardado en un recipiente, que Kori y yo no sabíamos que teníamos. — es como se condimenta el relleno. Tan sólo un poco de comino —Echó el polvo sin dejar de batir. — y verás que cómo lográs sentir el gusto de cada uno de los ingredientes.
Me limité a asentir con la cabeza. Esa mujer sí que amaba lo que hacía. Por mucho que habíamos insistido en hacernos cargo de la comida, la señora Bee —como toda madre — se había negado a que nosotras "jóvenes que ya suficiente angustia tenían con estar todo el año lejos de nuestros padres, tuviéramos que cocinar para año nuevo". Así que insistió en cocinar y advirtió que no comería nada que ella no hubiera hecho. Digamos que tampoco replicamos demasiado, mucho menos con la dureza con la que la mujer de delicadas facciones se había impuesto. A fin de cuentas, eso era lo único que ella y su hija tenían de suave.
Así que, apenas llegaron, la Señora Bee comenzó a cocinar sin detenerse, enganchándome a mí como su principal espectadora; a la par que Tara, Kori, Rachel y Abby armaban la fortaleza de colchones en el Living "como en los viejos tiempos." La costumbre había surgido cuando estábamos en el secundario. Cada vez que salíamos a bailar y volvíamos —en lo posible todas juntas —, el hecho de tener camas cuchetas era una verdadera molestia a la hora de dormir, puesto que todas veníamos cansadas, con pocas fuerzas para subir y terminábamos de arreglarnos antes de dormir a distintos tiempos. Así que, luego de comprobar la molestia por quinta vez consecutiva, optamos por tirar los colchones al suelo antes de salir. De esa manera, al llegar de la disco, ninguna molestaría a ninguna cuando quisiera echarse a dormir, bastaría simplemente por dejarse caer en la fortaleza de colchones dispuesta en el suelo. En un principio temíamos que fuera incómodo, pero después de la primera prueba, el método robó nuestro corazón y lo aplicamos desde los quince años hasta el final de la secundaria.
—Luna, ¿podés venir un segundo? —Me llamó Tara desde el Living. Me disculpé con la señora Bee y me acerqué a mis amigas, preguntándome qué clase de ayuda podrían necesitar para echar unos simples colchones en el suelo. Cuando estuve lo suficientemente cerca, comprobé que ya habían terminado con la culinaria hazaña y me observaban de brazos cruzados, algo confundidas.
— ¿Qué pasa? —Pregunté yo, sumamente intrigada ante tanta y tan repentina incertidumbre.
—No compramos alcohol. —Soltó Kori torciendo la boca.
—Pero si hay Champaña —Repuse yo, señalando la cocina con el dedo, pensando que se referían a algo para brindar cuando llegaran las doce.
—No "ese" alcohol. —Puntualizó Tara haciendo énfasis en la palabra del medio de la oración. — Me refiero a algo más… fuerte. Para tomar antes de salir.
—Oh… —Miré el reloj que colgaba sobre la pared. Eran las 21.30. —Pero, ya es tarde…
—Ese es el problema, Sherlock — Observó Abby, con los brazos en jarras y sus manos sobre las caderas. —. ¿Tenés idea de dónde podemos conseguir alcohol a esta hora?
—Supongo que puede haber algún almacén que nos venda, ya saben… A sotto boce —Respondí, haciendo memoria de los almacenes que podían llegar a estar abiertos aquel día a esa hora.
— ¿A sotto qué? —Inquirió Rachel alzando una ceja.
—A escondidas —Expliqué. Esa expresión me la había pegado una profesora en la universidad. —. "Sotto boce" significa por debajo de la mesa en Italiano. Es como decir "a contrabando". —Mis amigas me miraron extrañadas y recordé porqué me había ganado la etiqueta como la más excéntrica del grupo. —Una profesora en mi universidad la usa.
—…Claro —Murmuró Tara, aún sorprendida. — En fin. ¿Crees que podamos conseguir?
—No perdemos nada con intentar —Dije, encogiéndome de hombros. Mis amigas intercambiaron miradas cargadas de incertidumbre. — ¿Quiénes irán a probar suerte?
—Deberíamos ir las que ya tenemos veintiuno —Apuntó Rachel, apelando a la mayoría de edad. —. De esta forma, solo estaríamos en falta con el horario.
—De acuerdo —Aceptó Abby, entendiendo que ella tendría que quedarse, pues aún tenía veinte. —, pero no vayan todas, sería sospechoso.
— ¿Sospechoso para quién? —Preguntó Kori alzando una ceja. Abby lanzó un suspiro y cerró los ojos un instante antes de responder.
—Para mi madre. —Respondió y antes de que Kori volviera a preguntar, continuó hablando — A ella no le gusta que tome alcohol. Trato de no tomar frente a ella. —Explicó. —Sería mejor que hiciéramos eso, esperar a que se duerma para beber.
— Dime, Abby, ¿Tu madre sabe que no sos ninguna monja, verdad? —Inquirió Tara con su crudeza habitual. — ¿O todavía se cree que cuando lo ves a Victor vas con un cinturón de castidad?
— No hay necesidad de indagar en la vida sexual ajena —Replicó la morena, fulminando a Tara con la mirada. Tara alzó las manos en señal de paz y exclamó:
— Yo sólo digo que tomar alcohol no tiene nada de malo… Y dicho sea de paso, tener sexo tampoco.
— Tara… —Suspiró Abby poniendo los ojos en blanco. No pude evitar soltar una risita ante el comentario de la supermodelo. — No me refiero a eso, pero suficiente con que he logrado traerla como para causarle un disgusto… Sólo, tengan el detalle de no dejarse ver, ¿Sí?
La rubia lanzó un hondo suspiro, tan fuerte que la madre de Abby preguntó si algo había sucedido, estando aún en la cocina. Esto hizo que Abby reprendiera a Tara con su mirada a lo cual la supermodelo puso los ojos en blanco.
— Ay, está bien… —Aceptó Tara, mordiéndose el labio. — Luna, trae las sotanas, así nadie sospechará de nosotras…
— ¡Tara!
— Ya, Abby, es una broma. Tranquila. —Repuso Tara rápidamente, atajándose con sus manos. — Dos monjas comprando alcohol en año nuevo sería sospechoso hasta para la policía.
— Estoy segura de que si te pusieras una sotana, se quemaría —Apuntó Rachel, refiriéndose a Tara. Kori y yo no nos esmeramos por reprimir una carcajada.
— Disculpe su santísima hermana, cierto que usted está por contraer nupcias manteniendo su voto de castidad —Replicó la rubia agudamente. De nuevo todas reímos.
— Ya, se ve que a ninguna le vienen haciendo los favores que se están echando todo en cara. —Nos frenó Kori, entre risas para lograr recuperar nuestra atención. —Vayan de una vez, antes de que se haga más tarde.
Y sin más replicaciones, Tara, Rachel y yo nos calzamos el saco y abandonamos el departamento mientras Kori y Abby se acercaban a la señora Bee para conversar efusivamente sobre recetas familiares que se hacían en año nuevo. Una vez en el ascensor, Tara suspiró exhausta mientras decía:
— ¿Soy la única que siente que ya estamos grandecitas como para hacer estas estupideces que hacíamos en el secundario? — Sonreí ante el comentario de Tara, por muy exasperado que sonara y Rachel me imitó.
—Mira quién lo dice… La que tuvo la idea de que saliéramos en Año Nuevo… —Apunté yo, divertida mientras el ascensor comenzaba a descender. Tara soltó un bufido.
— No es lo mismo —Se defendió la supermodelo y antes de que yo pudiera replicar, el estómago se me hundió gracias a la frenada del ascensor. Una vez que el compartimiento estuvo quieto en el piso y salimos de él, pude volver a hablar.
—Cubículo del demonio. —Murmuré refiriéndome al ascensor. —Es mi tercer año en este lugar y todavía no me acostumbro a que frene así. —Rachel rio por lo bajo ante mis quejas y Tara sonrió mientras nos abría la puerta para que saliéramos a la intemperie. — Y Tara, no es lo mismo, es peor. Ahora que somos grandes y que elegimos pasar las fiestas con nuestros padres… —Pero la rubia no me dejó terminar el sermón, puesto que enseguida interpuso una mano frente a mí, indicándome que guardara silencio.
—Ya, ya, ya… —Pidió ella negando con la cabeza. — ¿Ustedes nunca se cansan de sermonearme?
—Digamos que luego de un tiempo una se acostumbra. —Bromeó Rachel, tiritando de frío a mi lado, mientras abrazaba su cuerpo refregando sus manos contra sus brazos. — Además, si bien estamos comprando alcohol con tantas reservas, agradezcan que lo hacemos por nuestra cuenta y no recurriendo a Johnny Rancid.
— ¡Johnny Rancid! —Exclamamos Tara y yo al unísono, teniendo un arrebato de nostalgia al mismo tiempo.
Johnny Rancid era el chico malo de la secundaria por excelencia. Siempre se metía en problemas y lo castigaban más que a Dick y a Frank. Era la excepción a la regla de los chicos malos guapos, al menos a mi modo de ver y era la persona que manejaba los asuntos "turbios" entre los estudiantes. Rancid cursaba el último año desde que yo tenía uso de razón, una y otra vez repetía el mismo curso, incapaz de graduarse. Y aunque nosotras despreciábamos a sobremanera sus piropos groseros y pervertidos y su cara de pescado combinada con un aliento a podrido que era una mezcla entre dientes sin lavar, alcohol y cigarrillo, nos bajábamos del pedestal de la decencia para conseguir alcohol en épocas de clase.
Como era lógico pensar, los directivos del secundario no permitían que los estudiantes tuviéramos alcohol dentro de las habitaciones, por lo que cada vez que alguien salía a hacer compras, un maestro esperaba en la puerta del campus para registrar lo que habíamos comprado y confiscar lo que creyera indebido. En un principio —al igual que todos — creímos que seríamos más listas que los docentes e intentamos esconder el alcohol en botellas de shampoo o de agua, para que los confiscadores no las revisaran; pero fue inútil. Esas personas tenían un olfato digno de un sabueso y una intuición que podría haber sido envidiada por Sherlock Holmes con justa razón. De modo que enseguida nos vimos forzadas a familiarizarnos con los tratos con Rancid.
Usualmente, teníamos que contactar al desagradable personaje mediante el medio más discreto posible, indicando específicamente qué queríamos. Nos resultaba curioso que ese energúmeno de la naturaleza fuera tan meticuloso con los productos que traficaba, ya que pedía todos los detalles que pudiéramos darle sobre lo que queríamos. Marca, contenido neto, color del envase… Se notaba que se tomaba el trabajo en serio. Una vez que él decía tener lo que le habíamos pedido, se contactaba para citarnos en un callejón oscuro entre el campus de mujeres y el de hombres —siempre era el mismo — a la hora en la que el Sereno tomaba su descanso y los docentes bebían café en la sala de maestros para hacer la prohibida entrega.
El contrabando turbio de Rancid era un secreto a voces. Los que lo intuían pero nunca habían podido probarlo, indagaban al respecto para verificar sus sospechas mientras que los que sabíamos y lo utilizábamos, negábamos su existencia para proteger a nuestro ilegal proveedor. No importaba qué le pidiéramos, Rancid lo conseguía en tiempo y forma. Recuerdo que una vez, luego de haber mantenido una charla muy efusiva con una estudiante de intercambio argentina, Tara se entusiasmó con la idea de preparar un trago que era típico de allá. Para hacerlo, necesitábamos un aperitivo llamado "Fernet" que debía ser rebajado con Coca Cola. La bebida en cuestión era italiana y carísima, pero la rubia estaba decidida; así que le pidió a Rancid que se la consiguiera. Él le aseguró que para esa noche la tendría y así fue. El dichoso "Fernet" no fue más que un asqueroso trago, demasiado amargo para ser bebido y fue la causa del primer vómito por motivos alcohólicos de Kori. Pero la anécdota quedó para la historia y terminó por comprobarnos que no había nada que Rancid no pudiera conseguir en menos de veinticuatro horas.
No es que estuviéramos orgullosas de tener tratos con gente de ese calibre, pero no teníamos otra opción. La eficiencia de su labor era innegable, tan innegable como los vicios de los estudiantes de la secundaria. Un círculo vicioso que le permitía a Rancid permanecer entre las sombras, protegido por los falsos testimonios que sus clientes hacíamos para seguir consumiendo sus prohibidos frutos.
— Qué asco de tipo —Comentó Tara mientras se estremecía por recordar el asqueroso aspecto de Rancid. Rachel y yo reímos.
—Habrá sido un asco, pero te consiguió ese Frantón que tanto querías. —Apuntó Rachel, codeando a Tara amistosamente.
— ¡Dios, Tara, por favor dime que no te acostaste con él para eso porque era un asco! —Exclamé yo, haciendo que todas riéramos.
— Era Fernet, no Frantón… — Corrigió la rubia, sin dejar de reír. —. Y nunca me hubiera acostado con Rancid, ni por la última gota de vodka en una fiesta. —Aseguró con seriedad, pero enseguida volvimos a reír.
—En serio, era un asco de tipo —Dijo Rachel mientras seguíamos caminando. —, pero era innegable que era bueno en su trabajo.
—De verdad que sí —Acoté yo. —. Le debemos a él tantas cosas… No tomar una gota de alcohol en la fiesta que se hizo después de aquel partido de Fútbol porque ya estábamos bastante entonadas —Comencé, enumerando con los dedos mientras las chicas asentían con la cabeza. —, lo que tomamos aquella vez que salimos a bailar luego de hacerles ese conjuro a los chicos…
— ¡El conjuro! —Exclamaron Tara y Rachel al mismo tiempo, llevándose las manos a la cabeza, con auténtica sorpresa.
—Todavía no puedo creer que haya funcionado — Dijo Rachel mientras se mordía los labios y negaba con la cabeza, sonriendo.
—Creo que ese conjuro fue más una cuestión de fe que otra cosa —Comentó Tara. Rachel y yo asentimos con un gesto de la cabeza. —. Lo que definitivamente me encantaría devolverle a Rancid es el vómito de Kori en la habitación…
—No olvides que tuvimos que limpiarlo del piso de alfombra con jabón de tocador —Apuntó Rachel, haciendo que recordáramos aquel nefasto incidente del vómito. —. Todavía no sé cómo nadie notó nada.
—Fue la única vez que hubiera mandado a Rancid a la mismísima mierda —Solté yo, pues los recuerdos habían hecho que el nauseabundo olor del vómito de mi amiga, volviera a mis fosas nasales. —. Si nos encontraban, lo hubiera delatado. Ya lo tenía decidido. —Mis amigas rieron ante mi declaración.
— ¿Saben? Cuando estuve en Italia, probé el auténtico Fernet en un agasajo… —Relató Tara, sin dejar de sonreír. —Y te diré porque sabía tan mal el que preparamos… Tenía demasiado Fernet.
—Menos mal que ninguna de nosotras trabaja en una barra —Declaró Rachel, sin dejar de sonreír. Volvimos a soltar una carcajada.
— ¡A Dios gracias! Prefiero ser un zombie durante tres cuartos del año por estudiar Letras que vivir haciendo tragos que no podré probar. —Tara no podía parar de reír ante mi sincero comentario. Y por eso, hijos míos, elijan una linda carrera, pero no trabajen detrás de una barra haciendo cocteles que no podrán tomar.
Continuamos caminando un par de cuadras más, habiendo acordado que no caminaríamos más de cinco para buscar un dichoso almacén que aún estuviera abierto. Ya era de noche y no quedaba ni un alma en la calle, porque tanto las fiestas como las reuniones familiares con motivo del cambio de año ya habían empezado; por lo que era peligroso que estuviéramos dando vueltas por ahí. Afortunadamente, antes de que nos resignáramos y decidiéramos volver, apareció en nuestro camino un pequeño almacén alumbrado brillantemente, tanto que resaltaba demasiado en la oscuridad de la noche.
Sin pensarlo demasiado, entramos para dar un vistazo. Si el lugar parecía muy arreglado y controlado, ni siquiera haríamos el intento; pero si el hombre tras el mostrador no demostraba demasiada moralidad en sus maneras, nos arriesgaríamos a llevar alcohol fuera del horario de compra. Miré mi reloj de pulsera una vez que entramos, mientras oía el tintineo de las campanitas que estaban colgadas en la puerta y servían para avisar la llegada de clientes. 21.54. Paseé la mirada por el lugar y me sorprendí cuando vi que había varias personas haciendo compras de último minuto. En cierto modo, eso me dio más tranquilidad para hacer la ilegal transacción.
Caminamos entre las góndolas hasta llegar al pasillo donde estaban las bebidas alcohólicas. Enseguida, dos pares de ojos de clavaron en nosotras, mostrando un pronunciado nerviosismo y nos dimos cuenta de que no éramos las únicas que querían alcohol fuera de horario. Dos chicas de más o menos dieciséis años paseaban su vista por las botellas una y otra vez, debatiéndose en voz alta qué les convendría llevar y con qué rebajarlo.
—A ese par les vendría bien un Johnny Rancid —Susurró Rachel mientras se inclinaba para levantar una botella de Vodka con absoluta naturalidad. No pude evitar sonreír. — ¿Cuarenta dólares por un Vodka que ni siquiera es de marca? ¿Acaso tiene oro diluido o qué?
—Rachel, amiga, déjame decirte que eso que acabas de decir es tu primera señal de vejez —Comenté yo, sonriendo mientras pasaba mi brazo sobre el hombro de mi amiga. —. Protestar sobre los precios del alcohol es una señal de adultez.
—Carajo, encima de que el vodka está caro, yo estoy envejeciendo. — Despotricó la morena, sin soltar el vodka. Tara y yo no podíamos parar de reír. — ¿Qué hacemos? ¿Llevamos esto solo o algo más?
—Creo que si llevamos más alcohol, Abby nos matará. —Comenté yo, paseando la mirada por las góndolas, comprobando que no había nada que tuviera ganas de llevar además del vodka que Rachel ya sostenía con algo de recelo.
—Más vale que lo terminemos, hijas de su madre. —Amenazó Rachel mientras caminábamos hacia el mostrador para probar suerte comprando alcohol fuera de horario. — Porque con lo caro que nos está saliendo, si no lo terminan por su cuenta se los hago tragar por embudo.
—Mierda, Roth, estás más vieja de lo que pensaba —Soltó Tara y yo no pude evitar reír por lo bajo. —. ¿Qué pasó con "Mejor si no lo terminamos, tenemos para la otra salida"?
—Murió cuando "Ya que te vas a casar, podrías empezar a ahorrar para tu Luna de Miel y tu propia casa" llegó a mi vida. —No podíamos parar de reír ante la respuesta de Rachel, era demasiado acertada y graciosa. La gente ya comenzaba a darse vuelta para ver de qué nos reíamos con tanto entusiasmo mientras Rachel mantenía su semblante habitual de pocos amigos. — ¿Qué? En serio. Si no se lo terminan, se los pongo en el desayuno.
—Okey, okey —La frenó Tara, haciendo un esfuerzo descomunal por dejar de reír. —. Vos tranquila, yo me encargo. —Aseguró la rubia de forma traviesa, mientras giraba sobre sus talones para enfrentar el mostrador.
Delante nuestro solo había dos monjitas con una pequeña canastita donde traían varios productos. Sentí algo de lástima por aquellas mujeres que por haber abocado su vida a la religión, debían pasar las fiestas alejadas de quienes más querían. Me pregunté si realmente valía la pena o si querían más a Dios que a su familia como profesaban. Eran de edad avanzada y se ayudaban a poner las cosas en el mostrador mientras el hombre que atendía hacía las cuentas del total de los productos con una calculadora. Detuve mi vista unos segundos en el almacenero con el fin de intentar determinar si nos dejaría llevar el vodka o no, pero mis examinaciones se vieron interrumpidos cuando una tercer monjita me pidió permiso para abrirse paso y llegar al mostrador.
La mujer tenía la misma edad que las otras dos, o al menos eso parecían indicar las arrugas de su cara que se asomaban levemente. Mi madre, quien siempre ha sido experta en adivinar la edad de la gente, solía decir que hay tres especímenes a los cuales le es imposible determinar qué tan grandes son: Los asiáticos, los negros y las monjas. Los primeros por su increíble piel, los segundos por la resistencia de sus rasgos en el tiempo y las terceras por la eternidad que las protege. Me permití pensar que quizá, el pacto de amor innegable que tenían con Dios era lo que las hacía verse siempre igual, sin importar su edad y padecimientos.
La tercera monja se acercó al mostrador, jadeando por el esfuerzo de correr cruzando el pequeño almacén y dejó caer con delicadeza tres latas de cerveza. El almacenero miró las latas y luego se volvió a las monjitas con una sonrisa picarona. Rachel, Tara, yo y las dos menores de edad detrás de nosotras clavamos la vista en la escena. Era el momento de la verdad.
—Dígame, hermana —Comenzó a hablar el almacenero, esbozando una sonrisa con unos dientes amarillentos. — ¿Qué opina Dios al respecto de que usted compre alcohol fuera de horario?
Pero la monja no se echó atrás ante el ácido comentario del hombre, sino que sonrió y respondió:
—Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. —El almacenero la miró incrédulo, intentando descifrar lo que la mujer le había dicho. — Que estemos violando las leyes impuestas por el hombre no quiere decir que estemos faltando a los preceptos a los que nos comprometimos. Además, querido —Y ese "querido" me dio la pauta de que esa mujer era bastante anciana. —, nos hemos retrasado haciendo otras diligencias y entre varias misas de Año Nuevo. Haga el favor y cóbrenos de una vez para dejar de retrasar al resto.
El almacenero se revolvió el cabello y alternó sus ojos entre la monja y los productos. No parecía estar sufriendo ningún dilema moral respecto a qué hacer, más bien parecía estar retrasándose para fastidiar a la monjita a propósito. Hubo algo en sus ojos que llamó mi atención, pero fui incapaz de detenerme a analizarlo porque Rachel interrumpió la tensión con un comentario sarcástico en un tono lo suficientemente audible para que el almacenero la escuchara.
—Si no les va a vender el alcohol, dígalo de una vez así dejo esto —Lo dijo refiriéndose al vodka, el cual señaló con una elocuente mirada. — y me voy a mi casa, porque hace un frío de morirse afuera.
Las monjitas parecieron sonreír con suficiencia ante el comentario de Rachel, mientras que el hombre parecía estar algo molesto de que lo apuraran en su labor. Finalmente, sonrió y dijo:
—Serían setenta y dos con ochenta y cinco —Una vez habiendo indicado el monto a pagar, alzó la mirada para mirar a nuestra amiga amenazadoramente.
—Mierda, Rachel, el único almacén abierto en Año Nuevo, venden alcohol fuera de horario y vos no tenés mejor idea que hacer enojar al que atiende. —Le espetó Tara entre dientes, en un susurro apenas audible, mientras las monjitas pagaban y agradecían efusivamente al almacenero por su amabilidad respecto a su imprudencia.
—Yo no lo hice enojar, simplemente quería ahorrar tiempo. —Se excusó la joven avanzando hasta el mostrador para posar el vodka en él, con decisión.
El almacenero paseó la mirada sobre nosotras —Léase: por nuestros escotes — y juntó sus manos, apoyándolas sobre el mostrador mientras sonreía. Ninguna pudo reprimir una mueca de sorpresa ante ese gesto. ¿Qué rayos quería ese tipo?
— Vuelve el perro arrepentido con el rabo entre las piernas… —Comentó el hombre, sonriendo, sembrando aún más duda en nosotras. Finalizado el comentario, pasó su mano sobre su cabello en lo que pareció ser un intento por peinarse un poco, gesto que intentaba ser una pista pero acabó confundiéndonos más. — Todavía me acuerdo cuando Holman me pidió aquel Frenet cuando estábamos en el secundario…
—No es Frenet, es Fernet —Corrigió Tara automáticamente, sin darse cuenta de lo que estaba pasando. El hombre sonrió con suficiencia mientras las tres ahogábamos un grito al mismo tiempo. ¡El almacenero era Johnny Rancid!
— ¡Rancid! —Exclamé yo, sin dar crédito a lo que mis ojos me mostraban. El aludido asintió con un gesto de la cabeza y tomó el vodka entre sus manos, mientras lo examinaba.
— ¿En serio toman esto? —Preguntó él, moviendo la botella mientras la sostenía con una mano, pero ninguna podía responder ya que no salíamos de nuestro asombro. — ¿De esta marca? Tengo cosas mejores… Si me hubieran avisado con algo de tiempo, les conseguía el dichoso Fernet.
—No, gracias —Se apresuró a decir Rachel, siendo la primera en salir de la sorpresa. —. No creo que volvamos a tomar Fernet en un largo tiempo… —Rancid soltó una risita.
— ¿Qué pasó? ¿Les cayó mal? Porque la calidad era excelente. —Aseguró él, atajándose ante cualquier potencial acusación.
—Pregúntale a Kori qué tal le cayó —Comenté yo, haciendo que Rancid volviera a reír.
— ¿Qué las trae por acá a estas horas? —Inquirió él, demostrando un auténtico interés en nuestras razones para estar en su almacén a esa hora en Año Nuevo.
— Lo mismo que a las monjas, Rancid —Contestó Tara irónicamente. —. Nos retrasamos de tantas misas a las que fuimos y estamos haciendo compras de último minuto.
—Bonita compra de último minuto, Holman —Apuntó Rancid, examinando el vodka con su mirada nuevamente. —. ¿En serio se van a llevar esta porquería? ¿Qué pasó con ustedes, chicas? Siempre me pedían cosas de buena calidad.
— Lo que nos pasó, Rancid, es que ahora tenemos otras realidades… —Expliqué yo, con la mayor de las paciencias. — Es más difícil coincidir para salir y para tomar y es más difícil juntar dinero para hacerlo… Entonces ya que vamos a comprar algo de manera excepcional…
—Háganlo con calidad. —Culminó él. Lo observé extrañada.
—En realidad, yo me refería a lo opuesto —Aclaré, creyendo que quizá no me había hecho entender bien. Rancid negó con un gesto de la cabeza y se agachó, buscando algo bajo el mostrador, haciendo que lo perdiéramos de vista unos segundos.
—Si van a tomar por una ocasión excepcional, tomen algo excepcional —Indicó él, sacando una botella de Vodka de la marca que nosotras solíamos tomar cuando éramos adolescentes, la cual era sin dudas, mucho más conocida que la que estábamos llevando.
—Me encantaría tomar eso y respetar a mi hígado, créeme —Aseguró Rachel sin despegar los ojos de la botella que le mostraban. —, pero si compramos esa botella, tendré que empeñar mi casa.
— Tonterías —Desmereció Rancid, con un gesto de su mano. —. ¿Con qué piensan rebajarlo?
—Jugo en polvo.
—Ustedes no quieren tomar, ustedes lo que quieren es intoxicarse por completo. —Soltó Rancid, asqueado de nuestros planes. Yo podía sentir como las dos jóvenes menores de edad temblaban detrás de nosotras, por no saber si podrían llevar sus bebidas. — ¿Vodka de mala calidad con jugo en polvo?
—Al menos sabemos que no puede ser peor que el dichoso Fernet con coca —Comentó Rachel, ácidamente, mientras torcía sus labios en una sonrisa un tanto macabra. Rancid volvió a reír.
—No puedo permitirles a mis clientas favoritas del secundario que corrompan sus hígados de esta manera —Repuso Rancid, mostrando un cariño hacia nosotras que era desconocido hasta el momento. —, lo que ustedes quieren hacer es una falta de respeto a las borracheras. Acaban de arriesgarse en la noche más fría del año, totalmente fuera del horario de venta de alcohol, ¿Y van a llevarse esta porquería? ¿Es en serio?
—Mira, Rancid, vine por el vodka, no por tus prejuicios —Lo cortó Rachel, quien ya estaba hartándose de tanta parsimonia por una simple botella. Rancid negó con un gesto de la cabeza y acercó a nosotras la botella de Vodka de marca junto con cinco naranjas. — ¿Qué se supone que es esto?
—Rebajen este vodka con jugo exprimido. —Indicó él y continuó hablando antes de que Rachel pudiera replicar. — Si en serio están ajustadas con el dinero, podemos llegar a un acuerdo…
—Yo tengo novio, Rachel está comprometida y Tara… —Hice una pausa buscando una buena excusa para mi rubia amiga, pero no hizo falta porque Rancid interrumpió mi discurso poniendo los ojos en blanco mientras suspiraba.
—Y yo estoy felizmente casado, querida —Dicho esto, alzó su mano derecho y dejó ver un anillo de oro, el cual era apenas perceptible por lo sucio que estaba, en su dedo anular. —. Me refería a un acuerdo económico.
—Oh… —Decidí que lo prudente sería mantener mi boca cerrada por el resto de la conversación. Rancid sonrió con suficiencia.
— Hagamos lo siguiente —Apuntó nuestro anfitrión paseando la mirada por el almacén, asegurándose que fuéramos las únicas que estábamos ahí. —, les dejaré comprar todo a las cinco… Porque asumo que ustedes dos no son dos personas mayores de edad que se retrasaron en su compra por sus misas, ¿No es así? —Inquirió Rancid, alzando la mirada para ver a las dos menores de edad que temblaban tras nosotras.
—Yo tengo identificación —Aseguró una, en un balbuceo. Rancid puso los ojos en blanco.
—Y yo tengo un cartel afuera que dice "No vendemos alcohol a menores de veintiún años", pero ambos sabemos que ninguna de las dos cosas es real, ¿No es así, lindura? —La chica no podía rebatir ante el agudo argumento que Rancid le había presentado. —Como les decía —Continuó, invitándolas con un gesto de la mano, haciendo que las dos niñas de dieciséis se acercaran al mostrador. —, les dejaré comprar todo a las cinco por… Ciento veinte dólares.
— ¿Por cada una? ¿Bromeas? —Saltó Tara, indignada. Rancid volvió a poner los ojos en blanco.
—En total, Holman, en total. ¿Qué dicen?
— ¿Por qué nos ayudas? —Inquirió desafiante una de las menores. Rancid suspiró, exhausto de dar tantas explicaciones en tan poco tiempo.
— No las estoy ayudando, niñatas. Estoy intentando vender para mi beneficio personal. No me interesa lo que vayas a hacer con esa cerveza y ese Ron… —Comentó Rancid mirando con aburrimiento el contenido de la canasta que la joven sostenía laboriosamente. — Aunque si estás llevando esa cerveza y ese Ron, yo te aconsejaría que no los mezclaras.
— ¿Por qué alguien mezclaría cerveza con ron? —Solté yo levantando una ceja, indignada. —Eso es asqueroso. —Las jóvenes de dieciséis bajaron la mirada, avergonzadas mientras se revolvían en sus lugares. Rancid volvió a suspirar y me dirigió una mirada cansada.
—Créeme, yo me pregunto exactamente lo mismo. Pero a los pendejos de hoy les gusta la mierda pura. No son como nosotros —Explicó Rancid, torciendo los labios. — ¿Y bien? ¿Qué hacen? ¿Lo llevan o no?
Las pequeñas de dieciséis nos miraron, rogándonos con los ojos que aceptáramos el trato, pues era su única chance de conseguir alcohol. Y a decir verdad, era bastante conveniente, sólo tendríamos que poner quince dólares cada una y tendríamos bebida de calidad…
—Aceptamos —Dijo Tara, sacando dinero de su cartera para pagar. Rancid sonrió complacido y envolvió las botellas de forma discreta, para que nadie sospechara que ahí había alcohol. Las menores nos dieron su parte del dinero atropelladamente y tomaron la bolsa con rapidez, mientras salían corriendo del lugar. Rancid negó con un gesto de la cabeza.
—Qué pendejas de mierda, alguien debería enseñarles a disimular. —Soltó él mientras chasqueaba la lengua y guardaba el dinero que acabábamos de entregarle. —Por mucho esmero que yo ponga en envolverles el alcohol, si ellas corren como si llevaran una bomba a cuestas, cualquier policía sospecharía. —Soltamos una risita respecto al sarcástico comentario. — Por eso yo hacía las cosas bien y hacía las entregas donde nadie lo viera en un horario que nadie estuviera. —Asentimos, dándole la razón, comenzando a avanzar lentamente en dirección a la salida mientras nos despedíamos gastándonos en agradecimientos y con gestos de la mano. —Cuídense, chicas. ¡Feliz año! —Gritó Rancid al tiempo en que Tara abría la puerta para que saliéramos. Pero entonces su rostro se contorsionó, pareciendo recordar algo de repente. — ¡Eh, Ertorbrack!
Volví sobre mis pasos, para averiguar porque el turbio almacenero me llamaba. Rancid me sonrió y preguntó:
— ¿Seguís saliendo con Bishop, no? —Asentí con un gesto de la cabeza, sin poder disimular mi intriga y mi desconcierto ante esa pregunta. Rancid buscó de nuevo algo bajo el mostrador, sacando una pequeña caja y dejándola sobre la mesada, frente a mí. — Dile que se los mando yo, por los viejos tiempos.
Tomé la caja entre mis manos sin examinarla demasiado bien y salí del lugar lo más rápido que pude, queriendo volver al departamento de una vez habiendo cumplido la misión. Una vez afuera, Tara preguntó por el llamado de Rancid y busqué en mi bolsillo la pequeña cajita que había guardado apresuradamente, sin revisarla. Mi sorpresa al comprobar su contenido fue igual de inmensa que la de mis amigas.
— ¿Esos no son…?—Inquirió Rachel, señalando la caja con su dedo índice. Pero yo la corté antes de que terminara la oración, como si necesitara decir la palabra por mi cuenta para hacerme a la idea de porqué Rancid me había dado eso para Frank.
—Cigarrillos. —Murmuré mientras sostenía la caja de cilindros mortales frente a mí, preguntándome cuál era la relación entre ellos y mi novio.