La Fragilidad de las Apariencias


"El plan trazado es la absoluta libertad. Conocernos y ver qué pasa, dejar que corra el tiempo y revisar. No hay trabas. No hay compromisos. Ella es espléndida."

Mario Benedetti


VII. Con el mundo como postre

A los treinta y cinco años, Hayata Kento decidió abandonar el espurio oficio de defender a clientes de dudosa moral, hombres y mujeres sedientos de codicia, y lo trasladaron al Ministerio de Menores del País del Fuego. Estaba convencido de que ese trabajo caminaría más a gusto con el carácter compasivo, que lo había caracterizado desde que era un niño.

En la primera conversación con sus antiguos clientes, su latiguillo de presentación era un "¿Cómo se encuentra usted?", pero, cuando entre sus casos comenzaron a desfilar niños que cargaban sobre sus espaldas historias crueles; los hijos perdidos de la Segunda Guerra Ninja, descartó esa pregunta, dándola por respondida. Para amenizar el primer encuentro, acostumbró a llevar consigo tabletas de chocolate o piruletas grandes y de distintos colores.

La primera excepción a esa regla se presentó en la sala de reuniones de la Academia Ninja de Konoha, el día en que le presentaron al joven Uchiha. Lo traía su maestro, un hombre con una cicatriz de maleante cruzándole el rostro, pero con una mirada serena y bondadosa. Él se detuvo en la puerta y le dirigió algunas palabras al niño, quien no daba muestras ni de haber escuchado, ni de tener la intención de hacerlo. Sólo esperó donde lo dejaron, mientras el adulto avanzaba hacia él.

—Kento Hayata —se presentó, con una ligera reverencia. El maestro sonrió y atendió a su saludo, respondiendo de la misma manera.

—Iruka Umino, mucho gusto —respondió—. Soy uno de los instructores en esta academia. Hokage-sama me había notificado de su llegada.

—Siento interrumpir la clase, intentaré ser breve.

—No se preocupe, dentro de poco saldrán al recreo —explicó, y el tono de su voz disminuyó unas notas, bajándolo a un bisbiseo confidente—. Entiendo el motivo por el que lo enviaron aquí, pero debo pedirle que no mencione el incidente con el muchacho.

Para el abogado no hacía falta que le aclararan a que se estaba refiriendo. La noticia sobre la masacre de los Uchiha, a manos de su integrante más brillante, había alterado los altos mandos del País del Fuego por un buen tiempo.

—Desde lo ocurrido, él ha cambiado… —Se estancó, y Kento adivinó que buscaba una sola palabra, un solo adjetivo, que pudiera englobar la horripilante experiencia que había atravesado a ese niño, quien apenas había abandonado el regazo materno—. Ha cambiado —dijo finalmente—. Ya no es el mismo.

Kento bajó los parpados y cabeceó compungido, comprendiendo sin dificultad a que se refería.

—No se preocupe.

Con apenas una sonrisa de gratitud, Iruka se despidió y le indicó a su alumno que se acercara. Cerró la puerta y a través de los ventanales de la sala, Kento vio que hacía guardia al otro lado de la puerta. El niño y el adulto quedaron solos.

Hayata se había acostumbrado a ver miradas de tristeza infinita en los ojos de los niños, de resignación o abandono, pero los ojos helados de ese muchacho, burbujeando odio desde sus cuencos negros, lo aturdieron. Conocía esa mirada, la había advertido más de una vez con sus antiguos clientes; pero verla en un niño era pavoroso. Allí entendió que sus regalos no le servirían de nada. Soltó la tableta de chocolate que sostenía en su mano, dentro del bolsillo, y la dejó caer en su interior.

El joven, quien había tenido una consideración especial a su tiempo de silencio y a su estado patitieso, saldó la situación sin demasiada ceremonia:

—¿Quién es usted?

—Hola —despertó—. Siéntate por favor —Tomando asiento, le indicó la silla que tenía enfrente. El chico miró con desconfianza el ofrecimiento, pero al cabo de unos segundos terminó por acceder—. Mi nombre es Hayata Kento, ¿y el tuyo?

—Uchiha Sasuke.

El viejo hombre cabeceó, reparando en como había hecho un orgulloso hincapié en anteponer su apellido, antes que su nombre.

—Mucho gusto Sasuke-san —Le tendió la mano, pero su cliente se mantuvo estoico con las manos cruzadas sobre el pecho, negándose a responder. Kento articuló una bonachona sonrisa—. Deberás ver mi rostro hasta que cumplas dieciocho años, ¿qué te parece si intentamos llevarnos bien?

El chico arrugó el ceño, y después de un suspiro de hastío bastante irreverente (al cual restó importancia, porque estaba habituado a esos desplantes infantiles), estrechó su mano para retirarla inmediatamente.

—Bien, ¿sabes por qué estoy aquí?

—Mis padres están muertos —replicó sin vueltas—, pero no necesito ningún tutor.

El abogado apenas se permitió alzar una ceja, aunque estaba francamente sorprendido por la frialdad con la que había explicado su situación.

—No, muchacho —Kento reparó en como él hacía un imperceptible gesto de irritación. No tardó en comprender que esa palabra fue el disparador: ser llamado así, era un recordatorio del niño que aún era, un tramo de la vida que le urgía superar—. Yo no soy tu tutor, esa tarea la realiza el Hokage de esta aldea. Soy tu abogado, y mi responsabilidad es preparar y entregar los informes al Ministerio del País del Fuego, sobre tu situación actual. También me encomendaron administrar los bienes de tu familia, hasta que cumplas la mayoría de edad —explicó, prescindiendo de aclarar que las autoridades del país tenían un especial interés en esto último.

El niño no dijo nada, apenas lo examinó frunciendo el ceño.

—Eso qué significa.

—Que todos los terrenos y bienes de tu familia, de todo el clan, te pertenecen.

Desde fuera llegaba un barullo fresco de risas y gritos de niños jugando; pero en el recinto, cayó un silencio aplastante.

—¿Y qué ocurre con mi hermano?

—Muchacho —respondió, sin meditar sus palabras—. Para la ley, tú eres el último Uchiha.

El talante de indiferencia del pequeño se disolvió. El abogado tomó un difícil respiro, encontrando en esos ojos atrapados y en la boca quebrada, su gran error: quizás, hasta ese momento, el niño aún no había reparado en esa realidad.

«No soy más que un imbécil», pensó.

Pero había algo más que Kento Hayata ignoraba. Su respuesta había encastrado el engranaje que faltaba, y había hecho el último ajuste, para poner en movimiento la maquinaria de venganza.


Los criados de la mansión Hyūga debían tener un interruptor interno que los alertaba de la proximidad de su amo. Esa fue la primera idea que tuvo Sasuke al verlos: no importaba lo que estuviesen haciendo, siempre se aparecían en el campo visual armando una profunda reverencia, que no rompían hasta que su patrón se retiraba.

Una larga fila de hombres encabezada por Hiashi Hyūga, vestidos con elegantes kimonos, cruzaba los pasillos del hogar principal de la familia, con Sasuke al final cerrando la comitiva. Los sirvientes se abrían a su paso, interrumpiendo sus diligencias para mostrar sus respetos; pero a él, todo aquello le pareció de una exagerada y desagradable pomposidad. No eran muchos los recuerdos que conservaba de sus familiares, pero de algo estaba seguro: los hogares Uchiha eran atendidos exclusivamente por las mismas mujeres que lo habitaban. Y si acaso algún hogar requería de ayuda doméstica adicional, siempre existían hermanas, madres, tías o primas, dispuestas a echar una mano solícita. A través de esos pequeños actos de solidaridad, los Uchihas también fortalecían lazos dentro del clan.

Por ello, Sasuke no podía dejar de ver con desdén todo aquello: para él, el uso del servicio doméstico no solo añadía un elemento extraño, invasivo, a la intimidad del hogar familiar; a sus ojos, los clanes lo usaban como una muestra de su poder, una fanfarronería que exudaba ínfulas de realeza.

Días antes de la ceremonia nupcial, mientras estaban abocados al interminable traspaso de tareas, Naruto le había preguntado, no sin antes dar varios rodeos, que cómo era pertenecer a un clan. La mirada de Sasuke había sido larga y analítica.

—Perdón —Naruto sacudió su cabeza, disculpándose por tocar un tema aún cubierto de espinas—. No tienes que contestar. Es una tontería en realidad.

—No, no lo es —contradijo, dejando de lado los documentos—. Pero nunca sabrás lo que es pertenecer a un clan.

La ceja derecha de Naruto se levantó, mosqueada, y cuando estaba a punto de mandarlo, figurativamente, a las aguas cloacales de Konoha, Sasuke continuó explicándose.

—Aunque seas el Hokage, aunque seas el esposo de la hija del líder del clan, ellos siempre te verán como el extranjero que invadió sus tierras.

—Anda hombre, ¿y te haces llamar mi amigo?

Sasuke desenrolló un documento, y estirando la banda elástica que quedó libre, se lo lanzó de lleno a la frente de Naruto.

—¡Hey, qué mierda te pasa!

—Tú no eres un Hyūga, y nunca lo serás —remató—. Eres el Hokage de esta aldea, y debes dejarles eso en claro. Que no existe rama principal o rama secundaria, que esté por encima de tu poder. ¿Entendido?

Los ojos de Naruto se pusieron lacrimosos, y cuando anticipó que este lo ahogaría en un abrazo, le arrojó unos cuantos reportes, y lo apuró a continuar trabajando. Al rato, Sakura llegó con cafés y tentempiés de medianoche. Naruto, rodeado de sus más íntimos amigos, pareció olvidar por unos momentos el estrés prenupcial.

Ahora, el cabello dorado del Hokage refulgía entre la marea de melenas negras y castañas. La figura de Naruto, ataviada con un ostentoso kimono, se erguía por sobre todos ellos, y avanzaba con seguridad. Pero Sasuke conocía su lenguaje corporal, tanto como el de Sakura: se rascaba la nuca repetidamente, se pasaba la mano por el pelo, y miraba hacia atrás para asegurarse que él aun estuviese allí, acompañándolo. A medida que la fecha de la ceremonia se acercaba, sus nervios le habían quitado hasta el ansia de comer.

Todos los hombres empezaron a entrar ordenadamente en un cuarto, uno detrás de otro. Al llegar su turno, último en la fila, la puerta de shōji se deslizó en sus narices. Alguien le obstaculizó la entrada.

—Lo siento. Solo Hyūgas en esta reunión.

Sasuke dio un paso atrás, y la puerta se cerró por completo, no sin antes permitirle ver los ojos azules de Naruto ahogados en pánico, suplicantes, entre toda la masa vetusta de Hyūgas, que olían a rancias tradiciones. Aunque Naruto fuera el Hokage, aunque todo el mundo lo admirara e idolatrara, la fuerza de las costumbres y las tradiciones de los clanes, podía engullir hasta al hombre más fuerte. Si Naruto y Hinata estaban dispuestos a cambiar la repulsiva norma de las dos ramas, lo que ocurriera allí dentro, debía ser la primera piedra sólida que Naruto debía establecer, para infundir respeto.

Sasuke sonrió, confiando en que Naruto podría lidiar con ello. Esa capacidad de atraer y convencer al otro, era, después de todo, una de las habilidades naturales de su amigo.

Sasuke se encogió de hombros y se sentó en el corredor que daba al jardín principal. Aunque estaba apenas a unos metros de la habitación, no podía escuchar nada de lo que ocurría allí dentro, por lo que supuso que habían aplicado algún jutsu silenciador, que les permitiera mantener, en esa reunión de hombres Hyūgas, secretos y pactos que solo los hombres de la familia debían saber.

Aunque Naruto fuera el Hokage de la aldea, lo que ocurría internamente en los clanes continuaba siendo materia de cada clan. Y, tal como los Uchihas habían tenido sus propias ceremonias y ritos, los Hyūga también debían tener las suyas. Y eran ineludibles, no importaba cual fuera su cargo en la administración política de Konoha.

Sasuke suspiró aburrido, y durante tres cuartos de hora, se abstrajo contemplando las hojas de cerezo, que caían de los árboles del jardín de los Hyūga. A su alrededor los sirvientes iban y venían atareados, preparando los últimos detalles del acontecimiento más importante del año: la ceremonia matrimonial entre la heredera Hyūga, y el Hokage de la aldea. Todo en esos últimos días giraba en torno a ello. Aunque ellos ya habían contraído matrimonio en otro país, para los Hyūga eso no poseía ninguna validez, no si no se realizaba bajo sus exigentes ceremonias y costumbres, bajo la atenta aprobación de esa familia que olía a costumbres rancias, según Sasuke.

Aunque no tenía sentido pensar en ello, él sabía que los Uchihas también se habían apegado a prácticas añejas durante las ceremonias matrimoniales, aunque no fueran tan majestuosas. Lo que Sasuke no podía decir con seguridad, era si su padre, líder del clan, habría aceptado de tan buen grado a Sakura, como los Hyūga habían hecho con Naruto. Aunque había una diferencia substancial: Naruto era descendiente del clan Uzumaki, héroe y Hokage de Konoha. Su posición era más que favorecedora.

¿Habría tenido que pelearse con su padre hasta que aceptara a Sakura como su nuera? ¿O habría tenido que abandonar el barrio Uchiha, para continuar su vida con la mujer que había elegido? Su elección de una vida con Sakura podría haber dividido las posiciones en el interior de su familia, pero de algo estaba seguro: su madre lo habría apoyado incondicionalmente.

—Uchiha-san —Una voz a su lado lo apartó de sus divagaciones. Una señora le ofrecía en una pequeña bandeja, un cuenco de té verde y algunos onigiris—. Tenga por favor. Descanse. Estarán allí dentro por varias horas.

Sasuke tomó la bandeja, cabeceando repetidamente, agradecido. Otro delicado pétalo de cerezo cayó entre las bolas de arroz, y admirándolo, decidió que era necio pensar en situaciones que no ocurrieron, y que nunca ocurrirían. Ese, era un mecanismo mental que había aprendido con ella.

Sakura y él no tenían ataduras, eran completamente libres. Y en unas horas lo serían aún más, cuando se largarán de Konoha en un largo viaje, sin fecha confirmada de retorno. El sorbo de matcha que tomó, ayudó a calmar un poco esas ansias. Sin embargo, no tuvo efecto alguno sobre la ansiedad que arrastraba por no verla. Hacía tres semanas atrás, Hinata Hyūga había partido a un retiro espiritual, alguna tradición rara de las mujeres del clan, y se había llevado a Sakura con ella.

Cuando Sakura se lo había contado, él había asentido en acuerdo, sin hacer ningún comentario. Sakura se merecía ese descanso. Los siguientes dos meses a la llegada de Naruto, habían estado inmersos en la cesión de todo el trabajo de Hokage; el tiempo restante, Sakura lo utilizaba en sus tareas dentro del hospital, y el poco que les quedaba, lo ocupaban estando juntos, a escondidas, encontrándose a hurtadillas. No queriendo compartir con nadie, eso que recientemente habían descubierto entre los dos.

Aunque Sakura había sido una presencia diaria desde que habían formado el Equipo siete, estar con ella ahora se sentía diferente. Su cuerpo. Tocar su cuerpo, era lo que realmente lo había cambiado todo. Se frotó las yemas de sus dedos entre sí, añorando el tacto de su piel suave. Aunque no le gustara admitirlo, y aunque apenas fueran solo tres semanas de separación, la extrañaba profundamente. Su risa, la redondez de sus senos, sus piernas largas abrazando sus caderas, sus gemidos de placer en su oído, los besos en el cuello, o el té negro que ella le preparaba, desnuda y en su cocina, luego de hacer el amor. Su departamento habían sido solo unas paredes que contenían muebles fríos y esquinas vacías. Hoy era el hogar donde los dos pasaban su tiempo libre, la mayor parte desnudos o semidesnudos, descargándose de todo lo que habían reprimido.

Un rumor emocionado creció entre los sirvientes, y todos voltearon a ver la entrada de la residencia Hyūga. Sasuke se puso de pie y se sintió idiota por saberse nervioso: hacia su entrada Hinata Hyūga, acompañada por su hermana Hanabi Hyūga, y algunas mujeres más de ojos perlados. Los sirvientes, aduladores, pero genuinamente emocionados, se congregaron alrededor de la recién llegada.

—Hinata-sama, ¡por fin ha llegado el día! ¡está usted hermosa!

—Gracias por todo el trabajo que han hecho, ¿dónde está mi esposo?

—Está reunido con su padre y los demás.

Hinata cabeceó, preocupada, y, cuando miró en dirección a la sala de reuniones, cruzó miradas con Sasuke. Este la saludo con una inclinación de cabeza, y estiró el cuello, buscando detrás de ella: ¿Y Sakura? ¿dónde estaba? Una voz chispeante, que avanzó desde el fondo hasta alcanzar a Hinata, le dio la respuesta.

—Naruto le temía a esto, pero tranquila, ya sabes cómo es él —Sakura llegó hasta Hinata y le dio palmaditas tranquilizadoras en su hombro. Palmadas que se congelaron, cuando advirtió quien la observaba desde el otro lado del jardín.

Los sirvientes, acostumbrados a interpretar el lenguaje corporal de sus amos; a guardar íntimos secretos, ahogaron risitas traviesas y se miraron entre ellos, cómplices. La conexión había sido instantánea, y ese hombre Uchiha, a quien habían visto permanecer largas horas allí sin cambiar su expresión avinagrada, de pronto se restregaba los dedos. Fruncía demasiado los labios, luchando por no quebrarse ante una sonrisa que lo pusiera en evidencia.

—Míralo —susurró una criada a la otra, conteniendo la risa—. Si fuera un perro, estaría moviéndole el rabo.

Pero las mujeres Hyūgas tenían asuntos urgentes en la cabeza, por lo que no advirtieron nada de ello, y solo se llevaron en volandas a la futura líder del clan.

—¡Sasuke-kun, gracias por ayudar a Naruto-kun! —exclamó Hinata, antes de desaparecer entre sus tías y primas.

El ritmo apresurado de los sirvientes se reanudó a su alrededor, pero Sakura no acompañó la marejada: ambos, cada uno al extremo del jardín, permaneció de pie, debatiéndose por unos segundos si debían acercarse, o ignorarse. Sakura le sonrió con timidez, hundiendo los hombros, y no había en ello ningún juego premeditado de coquetería femenina: Sasuke daba sorbos a su té, con la nariz hundida en el cuenco de cerámica azul. Desde allí, sus ojos negros flotaban, prendidos hacia ella. La mirada de Sasuke era exigente, penetrante. Siempre era así cuando, prenda tras prenda, ella se iba quedando desnuda. Sakura se alisó la ropa y fingió que admiraba el jardín.

Sasuke terminó su té y dejó el cuenco en la bandeja. Envolvió un onigiri en una servilleta, y bajó al jardín, cruzándolo en su dirección. Advirtió que Sakura ya estaba maquillada y vestida para la ocasión: traía una falda blanca a la cintura, que el viento primaveral agitaba de un lado a otro, una blusa verde que le resaltaba sus ojos, y unos tacos que la dotaban de elegancia. Debía ser ropa nueva, y cara, porque Sakura era muy práctica en cuanto a su vestimenta: era extraño verla sin sus ropas shinobis, o el ambo de médico.

—Sakura —saludó, cuando llegó hasta ella. Le entregó el onigiri, y ella lo tomó cabeceando en agradecimiento. Sus ojos bajaron a su pequeña cintura, dónde la falda se le ceñía de la misma manera que lo hizo su brazo unas semanas atrás, cuando, quitándole el bolso de las manos, la sostuvo contra la pared y le hizo el amor una vez más. Sasuke sabía que la Hyūga estaba esperándola en la recepción del edificio, pero no le importó.

Sakura mordisqueó la punta de la bola de arroz.

—Está muy rico —dijo, con los ojos chispeantes, detrás de unas pestañas traviesas. Sasuke metió las manos en su bolsillo, y sonrió. Sabía lo que ella estaba haciendo. Si tan solo, no hubiera nadie alrededor…

—¿Descansaste, Sakura?

El corredor se elevaba dos escalones por sobre el jardín, por lo que, esta vez, era Sakura quien lo veía desde arriba. Esa perspectiva le permitió advertir como ella se mordía el labio inferior, al pronunciar su nombre. Sasuke había aprendido que, algo tan simple como llamarla por su nombre, la encendía. Sintió una pulsión en la entrepierna, una dureza que clamaba por ella, tan dolorosamente, que tuvo que rectificar su postura, y llamarse a la cordura.

Por el contrario, Sakura cabeceó entusiasmada. ¿Acaso ella era consciente de lo bien que se veía? Estaba descansada, lozana, radiante, y… ¿qué era ese aguijoneo en su pecho? ¿celos?

—Sí, fue genial Sasuke-kun —respondió.

Sasuke debía alegrarse por esa respuesta, pero no pudo, porque ¿qué cosas habría vivido en esos días, cuando él no estaba presente? Sakura era una mujer hermosa; que los hombres la cortejaran diariamente, no era algo nuevo para él. Pero ahora era distinto: ella era su novia.

Por cada día que Sakura pasaba lejos de él, Sasuke entendía que ella nunca podría haber partido a Kumogakure: tarde o temprano, él habría encontrado la manera de traerla nuevamente a su lado.

—¡Sakura-san, no te quedes allí, ayúdame, no encuentro sus zapatos!

Hanabi Hyūga la tomó por la muñeca y la arrastró. Sakura trastabilló, pero se dejó llevar. Miró con pena a Sasuke, y moviendo los labios le dijo: "Lo siento".

Su novia desapareció entre la masa de mujeres. Y Sasuke masticó, una vez más, la frustración de no tener a Sakura solo para él.


Desanudando el cordel, la criada abrió la caja y levantó el kimono nupcial de su ama, avivando una ola de aplausos y suspiros románticos. Sakura se llevó la mano a su boca, sorprendida: habían valido la pena los cientos de casas de telas visitadas, y los caprichos del sastre, para que tal obra de arte viese la luz.

Las mujeres de la familia rodearon a Hinata, y la ayudaron a desnudarse, para vestirla con la ropa interior propia de un kimono: la pieza inferior, hadajuban, y la inferior, susoyuke. Sakura sonrió cuando Hinata hizo todo aquello sin sonrojarse ni una sola vez. En esas tres semanas de viaje, la pobre muchacha había tenido que vestirse y desvestirse cientos de veces, a ojos de todas sus tías y primas. Las mujeres revoloteaban a su alrededor, cual abejas veloces y trabajadoras, mientras Hinata permanecía de pie con los brazos extendidos. Ambas cruzaron miradas, y Sakura le guiñó un ojo, dándole ánimos. Probablemente, al igual que ella, Hinata estaba deseando que todo eso terminara, para poder estar a solas y en paz con su esposo.

Cuando le había pedido que la acompañe en su retiro, Sakura se había sorprendido. Ellas no eran amigas, solo buenas conocidas, y lo único que las unía era su relación con Naruto, lo que lo hacía todo aún más complicado. Naruto había albergado sentimientos por ella hasta hace unos años atrás, y aunque todo aquello había quedado en el pasado, no sabía cómo se sentía Hinata al respecto. Resolvió que no se quedaría con la duda, y cuando le preguntó por qué la había elegido a ella, en lugar de alguna amiga más cercana, Hinata le había confesado:

—Lo siento —sonrió, avergonzada—. En realidad, no tengo amigas. Solo pensaba que sería muy aburrido pasar estos días con mis tías y primas. Además, Naruto-kun te considera una hermana y yo… —Sakura oyó como la voz suave y delicada de Hinata se volvía un susurro—. Yo también quisiera conocerte, Sakura-san.

Inmediatamente a aquella respuesta, Sakura se había sentido culpable por su planteo. Hinata había crecido en un clan frío y cruel, era todo un logro que ella permaneciera fiel a su estilo suave y cálido. Y por sus miedos y timidez, ella no había sido capaz de formar lazos de amistad con nadie. Sakura pensó que, probablemente, si Ino no hubiese llegado a su vida, ella habría acabado de la misma manera.

Por ello, a pesar de estar en su mejor momento con Sasuke, decidió que iría. Sakura se sentía realmente halagada, pero pronosticó que sería un viaje muy tedioso, lleno de ritos largos y aburridos, donde ella solo se limitaría a mirar y acompañar a Hinata. A la mitad del viaje, Sakura se dijo a si misma que solo había sido una prejuiciosa.

Las Hyūgas, al contrario de lo que podían parecer, eran mujeres sagaces que sabían darse la buena vida, antes de asumir el arduo rol de ser esposa en ese clan. Se apartaban de su familia con excusas de retiro, de moralidad y meditación, sobre la tarea de convertirse en devotas, y fieles compañeras… cuando en realidad, lo que hacían era visitar ciudades lejanas, asistir a obras de Kabuki elegantemente vestidas, cenar en los mejores restaurantes, comprar ropas y joyas, y relajar sus cuerpos en exclusivos onsen con vistas a lagos y montañas. Era lo que se llamaba, una despedida de soltera a todo vapor, que se había extendido por la friolera de tres largas semanas.

Hacía muchísimo tiempo (o si lo pensaba detenidamente, nunca), que Sakura no pasaba tan buen rato, dedicándose solo a ella, disfrutando esos tiempos de ocio con Hinata, y las mujeres de su familia. Había extrañado a Sasuke, y no podía evitar sentirse culpable por haber disfrutado de todo ese tiempo sin él, quien seguramente se encontraba trabajando arduamente con Naruto. Sakura se había dado los gustos de cosas que ella, con su magro sueldo, nunca se hubiese podido permitir.

—¡Guarda esa billetera Sakura-san! —La sermoneaban, entre risas, las mujeres más grandes— ¡Nuestros maridos invitan!

Y entre noches en hoteles de lujo, largos horas en onsen, y caminatas para conseguir la tela perfecta para el kimono de Hinata, las dos habían estrechado lazos. Sakura había descubierto que, detrás de esa muchacha tímida y callada, se encontraba una persona muy analítica e inteligente, de sentimientos nobles, quien estaba decidida a tomar las riendas de su clan, y liderarlo a su manera, con su propio estilo. Quería estar a la altura de su esposo.

A diferencia de Ino, quién no podía contener su verborragia cuando le contaba algo, Hinata sabía escuchar hasta el final, asintiendo en silencio. Luego de meditarlo, ella daba una opinión reflexiva, aportando un punto de vista nuevo. A veces se sentía que estaba con una versión femenina de Sasuke. Viéndolo de esa forma, Sakura lo entendió: tanto él como Hinata, equilibraban y apaciguaban las fuerzas enérgicas y tempestuosas, que contenían las personalidades de ella y de Naruto. De la misma forma en que eran opuestas, ellos se complementaban.

Pasando por una tienda de zapatos, y terminando en una cafetería, Sakura había ido relatando los sucesos acaecidos, entre ella y su eterno amor no correspondido. Ante los ojos expectantes de Hinata y sus oídos entusiasmados, que la escuchaban como si estuviese narrando una epopeya de amor, Sakura fue confesando todo el drama que los había precipitado a tomar decisiones.

—Y ahora podría decirse que somos… ¿novios? —Sakura jugueteó con la taza de café vacía, girándola en su propio plato. Se sentía extraño decir algo como aquello. Los amores correspondidos, y los finales felices, siempre habían sido una suerte para terceros—. Pero elegimos mantenerlo en secreto. Es más fácil así.

Hinata ladeó la cabeza, y suspiró varias veces, con un tono de ensueño.

—Sakura, eres una chica valiente. Y Sasuke-kun es un hombre afortunado —concluyó, sacándole una carcajada—. Entonces, solo queda resolver la sucesión de la herencia, ¿partirán en busca del abogado de Sasuke-kun?

—Esos trámites suelen ser largos y tediosos. Y él no tomó una decisión definitiva —explicó, cerrándose a dar más detalles. El patrimonio de su clan, los baldíos abandonados donde una vez moraron esas familias, los terrenos a su nombre en las afueras de Konoha, sumaban un valor económico difícil de cuantificar. Pero, la dimensión simbólica que arrastraban, era una carga todavía más pesada. No existía un camino alternativo donde Sasuke pudiese resolver aquello, sin enfrentarse a sus peores fantasmas. Y Sakura temía por eso.

¿Y si Sasuke no hubiese sobrevivido? Sakura sacudía la cabeza, odiándose por no poder deshacerse de pensamientos recurrentes y obsesivos. ¿Y si un día una carta hubiese llegado a sus manos, y en ella, un desconocido le decía que su amigo la había dejado como única heredera? ¿Cómo habría hecho para lidiar con el dolor de su muerte y la responsabilidad de una herencia que le era ajena? Pensando en eso, sus ojos se le llenaban de lágrimas, y Sakura podía comprender los sentimientos de Sasuke, y su renuencia a poner un fin a todo aquello.

Hinata era una persona digna de confiar, pero todas las tribulaciones y confesiones que Sasuke le había hecho, iban a quedarse con ella. Optó por cambiar de tema.

—Hemos marcado algunas zonas con deficiencias sanitarias. Naruto y Sasuke estuvieron trabajando con algunos Kages de las aldeas para obtener permisos de trabajo allí.

Sin embargo, la Hyūga seguía entusiasmada por el lado romántico del relato.

—Sasuke-kun siempre parecía tan apático, pero, ¿has pensado que quizás haya estado enamorado de ti, desde que eran pequeños?

—¿Qué? ¡No, imposible! Yo solo era una mocosa muy molesta para él —Sakura agitaba la mano sobre su rostro, riéndose.

—¡Ay Sakura! ¡Qué ingenua eres! En la academia le gustabas a la mayoría de los niños, Sasuke-kun no debe haber sido la excepción —Hinata alzaba su dedo índice y lo movía como si estuviese diciendo una gran verdad. Sakura tenía los labios curvados en una mueca entretenida: Hinata parecía una niña de doce años cotilleando con su mejor amiga, sobre niños y primeros besos. Esa chica, de porte tan regio y sereno, de pronto analizaba su relación amorosa, con la misma emoción de una fanática recomendando su libro romántico favorito—. Si yo hubiese estado en el lugar de Sasuke-kun, ¿qué hubiese hecho? ¿a quién hubiese elegido? ¡A la persona más importante para mí, aquella en quien más pudiese confiar! A la que más amara…

Sakura abrió y cerró la boca varias veces, sin saber bien qué decir.

—¿Te has dado cuenta, que, si no hubieses abierto esa carta por accidente, tu estarías en este momento en Kumogakure?

—Sí —Sakura asintió, comiendo unos dulces, y dejando a Hinata que llevará el cauce de la conversación, al lugar que más la hiciera feliz. De pronto, se imaginó a una pequeña Hinata leyendo novelas rosas a escondidas de su padre, y fantaseando con su héroe de cabellos dorados. Esa imagen le dio un golpe de ternura—. Podría decirse que sí.

—Y, sin embargo, en esa noche, la oficina del Hokage fue testigo de su primera vez juntos. Es muy romántico… —Hinata sorbió un poco de su té, pero Sakura se atragantó con una bola de dango. Tosió, y esta salió disparada hacia una mesa vacía. Hinata se asustó y se levantó a palmearle la espalda. Después de que pudo volver a respirar, Sakura la miró con ojos desorbitados.

—Cómo… ¿cómo sabes eso Hinata? —Sakura le había contado casi todo, excepto los detalles más… íntimos y, debía reconocerlo, bastante indecorosos. Hinata abrió la boca y comenzó a tartamudear por primera vez en semanas, negando con la cabeza y sacudiendo las manos.

—¡Fu-fue un accidente! ¡Iba a ser una sorpresa! ¡N-no, no, no quisimos verlos!

—¿No quisimos? —Sakura hincó las manos en la mesa, la tasa de café se bamboleó peligrosamente, y cayó al piso en un estallido. Toda la clientela corrió la cabeza para verlas—. Eso quiere decir que… ¿Naruto también nos vio?

—¡Pe-pero estaban bien cubiertos Sakura-san! ¡Y n-no, no le hemos dicho nada a nadie! ¡Lo juro! ¡Lo juramos!

Sakura enterró la cabeza en sus manos, profundamente abochornada. Hinata le dio palmaditas consoladoras en el hombro, tratando de convencerla de que no era tan terrible. Hicieron su regreso al hotel caminando en silencio, pero, a los pocos metros, Hinata comenzó a tener un ataque de hipo, que se disolvió con una carcajada, que contagió a Sakura, y que terminó por ascender a un espiral de risas.

Los transeúntes pasaban a su lado haciendo un rodeo, tomándolas por borrachas, locas, o ambas cosas.

—Sakura, ¿por qué no vas a buscarlo? —La voz de Hinata la devolvió al presente: gran parte de las mujeres ya se habían retirado al templo más importante de Konoha, para ultimar los detalles de la ceremonia. Ino, quien había llegado con el arreglo floral para la novia, tenía los dedos atrapados entre sus largos cabellos oscuros, y Hinata, quien observaba todo desde el reflejo de su espejo, había advertido como la mirada de Sakura se desviaba a cada rato hacia afuera, esperando la aparición de alguien—. Ya has hecho lo suficiente por mí. Gracias por acompañarme.

Ino lanzó una carcajada, y puso ese tono burlón que exasperaba a Sakura.

—¡Finalmente se lo has contado a alguien!

—Cerda, cállate.

—Aquí la única cerda eres tú —Ino, conocedora de sus más íntimas historias, le guiñó un ojo picaresco—. Ellos creen que lo tienen todo bajo control, pero aquel que aún no lo sabe, ¡ya lo intuye!

—¡Los dos somos shinobis! —Sakura se cruzó de brazos, indignada— ¡Por supuesto que sabemos aparentar!

Hinata e Ino se miraron mutuamente a través del espejo, y se rieron como toda respuesta. Sakura frunció el ceño sacándoles la lengua, pero no dejó de ayudar con el complicado peinado de Hinata, e Ino no desperdició la oportunidad de seguir azuzando el chismorreo.

—Hinata, ¿y te ha contado lo que ocurrió en la primera noche? ¿Todo?

—Ino…

—Frente, no te creía tan pervertida. Ni a mí se me hubiese ocurrido en la oficina del Hokage. Menuda calentura arrastraban los dos.

—¡Ino, cerda!

Las dos continuaron riéndose a su cuesta, hasta que el peinado de Hinata se volvió tan complejo, que Ino tuvo que cerrar la boca y concentrarse para conseguir sujetar las flores con las horquillas, que, a falta de manos libres, las sostenía entre sus labios apretados. Metió las manos en el alhajero para sacar más, pero tanteó el fondo vacío.

—Oh, maldición, las horquillas no fueron suficientes. Hinata, ¿dónde pueden haber más?

—¿En la habitación contigua a la siguiente, quizás?

Sakura se puso de pie.

—Deja, yo iré.

Al salir de la habitación de Hinata, una sirvienta casi tropieza con ella. Esta le hizo una reverencia apresurada y salió de su camino. A medida que la hora de la ceremonia nupcial se acercaba, la histeria del personal de la mansión Hyūga había ido en aumento. Sakura se deslizó por los pasillos sorteando empleados que cargaban pilas de platos y botellas de vino, hasta que encontró el cuarto que Hinata le había dicho: uno pequeño en el que se amontonaban todo tipo de objetos. Había un mueble con varias hileras de cajones pequeños, que fue abriendo uno por uno. De cuclillas, en la última fila, halló una lata repleta de horquillas.

—¡Te encontré!

Al tiempo que cerraba el pequeño cajón, escuchó a la puerta de shōji deslizarse a sus espaldas. Sakura volteó, y su corazón dio un vuelco al toparse con el rostro de Sasuke, perplejo también, por encontrársela allí. Bloqueados por la casualidad, ambos vacilaron en sus palabras, y Sakura tuvo que hacer la primera pregunta para quebrar el silencio repentino.

—¿También te mandaron a buscar algo? —preguntó a tono de broma, e inmediatamente se reprochó el timbre nervioso con el que dijo eso. Sasuke era el hombre con quien hallaba nuevos puntos de placer cada día. Aquel que había descubierto en su cuerpo, un lunar que ni ella sabía que existía. Solo habían sido algunos días sin verlo, ¿por qué no podía ser una novia adulta, madura, y comportarse naturalmente? —. Hinata necesita más horquillas para…

Sasuke dio dos largas zancadas, y tomándola por la muñeca, la levantó de un salto por impulso. Sakura ahogó un grito y los cientos de horquillas salieron volando por los aires. La sujetó por la cintura, y en volandas la llevó hasta una pared. No medió palabras ni pausas, solo la besó. Sakura cerró los ojos, dando la bienvenida a ese brío masculino; pensando en Sasuke como el sensible mercurio de un termómetro, que se dilata a su calor corporal. A centímetros de su boca entreabierta, él le dijo:

—Vámonos ya.

Separados por la delgada y casi traslucida puerta shōji, se podía escuchar a los sirvientes arrastrando sus pies apresurados, yendo y viniendo.

—Sasuke-kun, no… —objetó lánguidamente, pero Sasuke ya estaba recorriendo su cuello, y la cordura se fue yendo hacia las nubes. La mano de Sasuke abandonó su cintura y fue subiendo hasta su pecho. Sus dedos tropezaron con su pezón erguido, por debajo de la ropa, y Sakura vibró con un escalofrío de placer, cuando él los rozó y tiró delicadamente de uno. Gimió como un animalito, y Sasuke volvió a besarla. Al contrario de la fuerza con que la sujetaba, sus labios regresaron, más mansos, a su boca. La lengua de él fue empujando sus labios, abriendo con pausas, como una canoa que, con vaivenes irregulares, va adentrándose mansamente al mar.

En ciudades lejanas, Sakura se había tocado en soledad, fantaseando con muchos recuerdos, como el de Sasuke tomándola en las escaleras del hospital, en sus guardias nocturnas. Lo tomó por la nuca e hizo que la besara más fuerte. Sasuke la abrazó, amalgamándola contra él. Su respiración era pesada, y frotaba su erección contra su pubis. El bajo vientre de Sakura se hundía al vértigo y a los cosquilleos de la excitación. Podía ser extraño, pero su estímulo crecía al fantasear, simultáneamente, con los recuerdos del mismo hombre que la estaba aprisionando: el pecho jadeante de Sasuke encima de sus senos, aferrándose a sus caderas, aguantando, prolongando, y finalmente colapsando dentro de ella. Sakura lo besó con urgencia, al rememorar como Sasuke Uchiha se transformaba en otro hombre cuando alcanzaba el orgasmo: su boca se contraía, su mandíbula se tensaba, y gemía roncamente, hasta que de él no quedaba nada más.

Pero Sasuke no quiso cerrar sus ojos. Aparte de ser hombre, era un Uchiha, y para él, lo que sus ojos alcanzaban a ver, lo era todo: como los senos cremosos de Sakura que asomaban, por contraste, desde su blusa de satén verde. Los dos primeros botones abiertos lo invitaban a romper los que seguían. Dejó de besarla y ella hizo un quejido de desilusión. Bajó por su cuello, y lamió la cima de sus pechos. Abrió la camisa, apartó su sostén, y sus senos rebotaron, liberados. Sasuke sintió hambre al ver sus pezones duros y rosados. Pasó la lengua sobre ellos, como la paleta del helado que nunca come, y metió uno en su boca.

Sakura no era muy buena conteniendo los gemidos, Sasuke lo sabía, por lo que llegó a tiempo para tapar su boca, antes de que ella los delatara. Sakura lo miró, abochornada, y Sasuke le sonrió para que se despreocupara. Volvió a besarla en la boca, y sin soltar su cintura, usó la mano que le quedaba libre para levantarle la falda. Demasiado ansioso, no se ocupó en quitarle las bragas, solo se las corrió a un costado. Sus dedos se encontraron con los pliegues húmedos de Sakura, y el bulto que tenía aprisionado en su pantalón, latió, como si reclamara por su compañera. La acarició con las yemas de sus dedos, despacio y separando los labios de su vulva, al tiempo que disfrutaba de ver como el rostro de Sakura se contraía en un placer silencioso.

No había sido en vano, a sus catorce años, escuchar las conversaciones mundanas de los esclavos de Orochimaru. Esos hombres nunca sabrían lo mucho que le habían enseñado.

Un dedo llegó lánguidamente adentro de ella, y volvió a salir. Fue un movimiento repetitivo pero ascendente, que anticipaba lo que vendría luego. El cuerpo de Sakura tembló, y ella misma se ocupó de taparse la boca. Sakura estaba tan húmeda, que los dedos de Sasuke brillaban.

—Sasuke-kun —rogó. Sasuke sabía lo que le pedía. Se masturbó a sí mismo, tocándose por arriba del pantalón. Desabotonó la cintura, bajó el cierre, y toda la ropa cayó a la altura de sus tobillos. El corazón le golpeaba en el pecho, y estaba duro como un hierro. Sasuke creía que ya no podría haber más flujo de sangre para llevar allí, porque estaba a punto de explotar.

Sakura se aferró a un perchero adosado a la pared, y Sasuke la tomó de las caderas, por debajo de la falda. Sus piernas lo rodearon, y con un salvajismo que Sakura le exigía con la mirada, la penetró sin miramientos. Sakura exhaló, y su rostro se contrajo al esfuerzo por no gritar. Sasuke reaccionó de la misma manera, apretando los dientes. Ahora, adentro de una Sakura mojada y excitada, Sasuke se dio cuenta de lo agónico que había sido estar sin ella.

No quiso incomodidad y tomándola por las nalgas, la llevó hasta una mesa que había cerca de la puerta. No le importó si los descubrían. Sakura levantó su pollera porque sabía que a él le gustaba ver la unión de sus cuerpos. El empezó a moverse, entrando y saliendo, en un movimiento que nada tenía de original, pero que los estaba inundando de placer. Sakura agitaba las caderas hacia él, mirándolo a los ojos, y cuando las palmadas que hacían sus cuerpos en contacto se empezaban a oír, Sasuke puso un jutsu silenciador en la habitación.

Sakura entonces se sintió liberada. Suspiraba y gemía en una canción sin ritmo y sin tapujos. Sus caderas se agitaban contra él, desesperadamente.

—Sakura, acabaré más rápido así —le advirtió, pero no se detuvo. Sentía en su espina dorsal, y en la cara de Sakura, que aquello iba a terminar pronto.

—Quiero que lo hagas —le respondió ella.

Una, dos, y tres veces más la penetró, hasta que ella tembló y se agarró a sus hombros, clavándose en ellos. Sasuke sintió la marea inmensa de placer, y se sacudió algunas veces más sobre ella. Una luz eclosionó en su cabeza, y con movimientos erráticos, sintió como su descarga la llenaba.

Drenado de energía, fue incapaz de seguir sosteniendo el jutsu silenciador, y el sonido ambiente regresó. Las conversaciones lejanas de los empleados, llegaron como ecos desde el otro lado. Sasuke sonrió.

Había hecho el amor a Sakura, debajo del techo de los Hyūgas. ¿Acaso eran adictos, a la adrenalina de los lugares prohibidos?

—¿De qué te ríes? —Le preguntó ella, con un dejo divertido, sospechando cuál era la respuesta. Sasuke negó con la cabeza, equilibrando su respiración. Sakura le secó el sudor de la frente, y acarició cariñosamente su mejilla. Él se reclinó sobre su mano y terminó por recostarse sobre ella. Sakura lo envolvió en un abrazo. Aunque una mesa vieja no fuera el lugar más cómodo, él podría quedarse allí hasta que cayera la noche.

Cuando sus parpados amenazaban con cerrarse, un estallido los sobresaltó. Justo al otro lado, una centena de copas de cristal caía al suelo, estrellándose. Una multitud de pasos se congregó a la vez, y fue como si les tiraran un baldazo de agua fría. Ambos se miraron entre sí, alertas.

—¡Naoko, idiota! —Una mujer gritaba— ¡Cuántas veces te he dicho que no lleves tantas copas a la vez! ¡Mira lo que has hecho!

—¡Lo siento! ¡Lo siento! —Una voz de alguien joven, se disculpaba—. ¡Limpiaré inmediatamente!

La chica deslizó a la mitad la puerta que los mantenía ocultos. Sakura miró aterrada a Sasuke, y con los ojos le ordenó que hiciera algo. Sasuke puso a trabajar el Rinnegan, al tiempo que pensaba dónde trasladarlos: en su departamento, había accedido a regañadientes a que una señora limpiara lo que él no llegaba a limpiar; todos los demás sectores de la casa de los Hyūga estaban ocupados, y cuando ya estaba pensando en abrir un portal, alguien volvió a cerrar esa misma puerta con un envite violento.

—¡Eres idiota! ¿Acaso no sabes que ahí no se guardan los elementos de limpieza?

Suspiraron, sintiendo como el alma les volvía al cuerpo. Sin atreverse a mover ni un músculo, permanecieron varios minutos en la misma posición, mientras oían a las escobas que barrían vidrios, y a la joven disculpándose sin cesar. Luego, todo en quedó en silencio.

Sakura suspiró, aliviada. Sasuke se alejó de la mesa y casi tropieza, enredado en los pantalones de sus tobillos. Sakura se tapó la boca echándose a reír, y él le echó una mala mirada.

—Eres lindo cuando te enojas —bromeó.

Sakura se miró a si misma: tenía la camisa arrugada, la falda arremolinada sobre su estómago y no necesitaba verse a un espejo para saber que estaba despeinada. Se bajó de la mesa e intentó arreglarse. Gimoteó triste cuando notó que, en el interior de su pollera nueva, había una mancha blanquecina. Se le dio por mirar la mesa en donde todo había ocurrido, y se dio cuenta que allí también, Sasuke había dejado su rastro.

«Parece que Ino tiene razón, la cerda soy yo», pensó, sonriente.

—Debo volver —Sakura terminó de componerse y le dio un beso en la mejilla. Pero antes de que ella pudiera escapar, él la retuvo por la muñeca. Sasuke la miraba con ese gesto que siempre le recordaba a un niño, ofendido y encaprichado por algo.

—Sakura, vámonos ahora.

—¿Qué? ¡No! Debemos estar en la ceremonia y en la fiesta. No decepcionaremos a Naruto y a Hinata.

Sasuke sabía que a su amigo le importaba muy poco todo eso, y que seguramente ansiaba el final del día, para poder hacer con Hinata, lo que ellos dos acababan de hacer.

—Sé que estás agotado, pero tu presencia hoy es crucial. Habrá muchas personas importantes, hasta el mismísimo Daimyō envió un representante. Debes mostrarte sólido junto a Naruto—Ella lo atrajo en un abrazo cariñoso. Su enojo fue bajando varios decibeles, y tuvo que reconocer que tenía razón— ¿Cómo has estado?

—Ayudando al idiota a ponerse al tanto.

—¡Vamos! Seguramente lo habías extrañado —Sakura se rio. Escuchó la voz de Ino, que la llamaba desde lejos.

—¡Frente! ¿Dónde te has metido?

Sakura miró nerviosa sobre su hombro.

—Solo faltan unas horas, y ya nos iremos, ¿tienes todo listo? —Sasuke señaló la mochila que estaba a un costado—. Bien, nos marcharemos cuando todo esto termine.

Sakura levantó rápidamente las horquillas que habían salido despedidas, y deslizó la puerta de shōji, pero la voz de Sasuke la retuvo un poco más.

—Sakura.

Ella corrió la cabeza, mirándolo por sobre su hombro. Sasuke hundía la mirada en el suelo.

—Fueron… tres largas semanas.

Cuando entendió lo que él estaba queriendo decirle, el corazón de Sakura se le derritió en su propia mano. De un salto se lanzó a su cuello, plantándole un beso.

—Yo también te extrañé Sasuke-kun —respondió, y finalmente salió hecha un bólido entusiasmado, dejando a Sasuke en un estado al que ya se había acostumbrado: con una boba sonrisa de la que ni él era consciente, y el corazón bombeando una sangre cálida, espesa, a su cuerpo liviano.


Naruto se pasó el dorso de la mano por el sudor de la frente, y Sasuke, atento, le alcanzó una toalla. Le agradeció con un gesto, y se secó la nuca y el rostro. Aún no había comenzado la ceremonia nupcial, pero la reunión que acababa de terminar, lo había dejado agotado como luego de un entrenamiento.

—¿Cómo fue allí dentro?

—Tenías razón —reconoció Naruto—. Y también fue como me advirtió Hinata: su padre y los demás intentarían obtener favores de mi posición.

Sasuke se mordió la lengua para no decir más, pero pensó: «Esos miserables Hyūgas»

—Si Hinata finalmente acepta el liderazgo del clan, será más fácil mantenerlos a raya.

—¿Piensas que esa chica esté a la altura? —repreguntó, sin detenerse a meditar lo que estaba diciendo. La boca de Naruto se torció, como si hubiese comido una ciruela avinagrada.

—"Esa chica" es mi esposa, imbécil. La próxima vez que hables así de ella, te volaré los dientes.

Sasuke comprendió el error garrafal que había cometido, por eso asintió con la cabeza, y no dijo nada más. Naruto fue sabio, y decidió perdonar el comentario desafortunado que había hecho su amigo.

—Todos subestiman a Hinata, pero la realidad es que, sin ella, no hubiese alcanzado a cerrar ni la mitad de los tratados que conseguí para Konoha.

Sasuke murmuró un "Por supuesto", bastante torpe, pero luego de unos segundos embarazosos, entendió que debía disculparse.

—Lo siento, no fue mi intención ofenderla —dijo. Naruto lo miró, asombrado.

—Lo sé. Sé que eres un poco bruto, pero veo que estos años con Sakura-chan te han hecho bien. Antes, jamás habrías ofrecido una disculpa —Naruto se sintió nostálgico, y le confesó a su mejor amigo, un pensamiento—. Estoy feliz porque se van juntos de viaje, de verdad. Solo quisiera que estén aquí un poco más de tiempo. Los extrañé.

Sasuke se sintió incómodo por esa confesión de afecto repentina. Apenas estaba acostumbrándose a las explosiones cariñosas de Sakura, y ahora Naruto también elegía ponerse sentimental. Pero su amigo rubio, sabiendo de su incomodidad, se palmoteó la rodilla riendo:

—¡Aunque también sería bueno que se quedaran a ayudarnos! ¡La cantidad de trabajo que hay es infernal!

Sasuke sonrió y elevó una ceja, burlón.

—Deja de llorar. Cuando me dejaste con todo este infierno, no te veías así de compungido.

Naruto volvió a reírse, rascándose la cabeza.

—Pero ha valido la pena, ¿no? Tú, y Sakura-chan… Yo hubiese sido un estorbo en el medio —Sasuke frunció el ceño, y un silencio muy embarazoso se estiró por algunos segundos. ¿Es que acaso, él, aún…? Pero Naruto adivinó lo que estaba pensando Sasuke, y agitando los brazos, se negó rotundamente— ¡No, idiota! Quise decir que estando yo en el medio, no tenían tiempo para ustedes dos, a solas. Yo amo a Hinata tanto como tú amas a Sakura-chan.

Que Naruto soltara, tan fresco, esa verdad sobre sus sentimientos, lo puso en el pedestal más alto de la incomodidad. Naruto lanzó una carcajada, le dio un codazo en las costillas, y le revolvió el pelo. Sasuke lo apartó de un empujón, y se acomodó el flequillo, mirándolo mosqueado.

—Ya para, idiota.

—Estoy feliz. Feliz por ustedes dos —Naruto sonrió—. Temía que nunca aceptaras tus sentimientos, y acabaras siendo un viejo solterón y amargado. Pero Kakashi-sensei tenía razón. Por cierto, ¿dónde se ha metido ese viejo?

—¿Hablan de Kakashi-sensei?

Ambos voltearon al tintineo de la voz de Sakura; ella caminaba hacia ellos, balanceándose en unas getas. Con su ropa anterior casi arruinada, seguramente había optado por cambiarse. Ahora llevaba el pelo recogido, y vestía un kimono de tonalidades azules y verdes. Sasuke sintió, de pronto, ganas de caminar junto a Sakura por las calles de Konoha, con ella tomada de su brazo.

—Se ha pasado los últimos meses encerrado en su casa. Me pregunto en qué andará metido ahora.

—¡Sakura-chan, ese kimono es de Hinata! ¡Te queda muy bien! Ella lo tuvo que desechar porque le queda muy apretado en las te…

Sakura le sacudió su bolso kinchaku en la cara, poniéndole una mirada de muerte. Luego le sonrió a Sasuke, con los ojos brillantes, y un rubor muy tenue en sus mejillas. Sasuke se mantuvo con su cara estoica de siempre. Pero sus ojos negros, cantaban otras historias.

—Hola, Sasuke-kun.

—Hey, yo también estoy aquí, Sakura-chan… —rezongó Naruto, en broma, porque todos sabían que Sasuke sería siempre el niño predilecto de la doctora Haruno. Ninguno de los dos lo escuchó. Si él se iba de allí, probablemente ni lo notarían. Naruto masculló un "¡Hum hum!" con picardía, para llamar su atención. Sakura dejó de mirar a Sasuke, y volvió para sermonear a Naruto.

—¡Ya estás lento! El cortejo de Hinata ya partió. Ese kimono pesa una tonelada, seguro llegaras antes que ella, pero debes salir ya, ¿memorizaste tus líneas?

—Es más fácil enseñarle a un simio a escribir, a que este idiota memorice algo, pero lo logró.

—A veces me pregunto porque los llamo mis amigos…

Sakura se rio, y los tomó a ambos de la mano, arrastrándolos a la salida.

—Entonces vamos. Hinata y Konoha lo esperan, Hokage-sama.

—¿Tienes que agarrarlo de la mano?

—¿Qué ocurre? ¿Sasuke-chan está celoso?

Sasuke metió un pie entre el talón y las getas de Naruto. Este tropezó y se fue de cara al suelo. Naruto se levantó enseguida, pero echando humos.

—¡Qué te pasa idiota!

—¡Sasuke! —Sakura se agachó al lado de Naruto, y lo amonestó echándole miradas de fuego—. ¡Podrías haber roto el kimono! ¿Qué le diríamos a Hinata?

—Sakura-chan, fue mi labio el que se partió…

—Él comenzó —fue toda la respuesta de Sasuke, y Sakura entrecerró los ojos, frunciendo el ceño. Él sabía lo que significaba esa mirada: "Después hablaremos de esto".

Sasuke iba a decir que era un exagerado, que el chakra del Kyūbi lo curaría, pero dejó que Sakura lo sane, y corrió la cabeza, inexplicablemente molesto.

Pensó en que quizás, quizás… sí era algo celoso, y debía comenzar a trabajar en ello.


En sus días como el "Hokage de repuesto" (algunos lo llamaban de esa forma, aunque creyeran que él no lo sabía), Sasuke había aprendido a leer y utilizar los grandes mensajes que se escondían en pequeñas acciones, aquellas que aparentaban ser simples intercambios protocolares.

Sasuke supuso que Naruto, en sus viajes de representación, había aprendido mucho de aquello. Lo confirmó cuando él le notificó que la ceremonia de su casamiento se llevaría a cabo en el templo principal de Konoha, el de acceso general, y no el privado de los Hyūga.

Estaba dando un mensaje de independencia a su futura familia política, y Hinata, que se encontraba de viaje, estaba demostrando que había dejado esa decisión, que implicaba a su familia, en manos de su marido. Era un mensaje para los Hyūga, y también para los restantes clanes de la aldea, que temían por el ascenso político de esa familia.

Lo personal, se convertía en político.

Sasuke, cuando pensaba en los Hyūga, se refería a ellos como una "patada en los testículos". Durante su gestión había tenido que soportarlos, siempre demandantes, siempre arrogantes. Temía que Naruto se viera en aprietos en la convivencia de su posición actual y su nueva familia política, pero, a la vista de los hechos, entendió que no tenía sentido preocuparse.

La ceremonia era todo lo que podía esperar para la unión de dos figuras influyentes en la aldea: larga, ceremoniosa, protocolar. Aburrida.

Su atención rebotaba de la monotonía de las palabras del monje, a la figura de Sakura, que estaba justo del lado opuesto, en la zona de las mujeres. Se veía muy bonita con ese kimono, sentada sobre sus talones, recta, y con las manos apoyadas en el regazo. Sakura evitaba su mirada, pero, cuando de a momentos, volvía su atención hacia él, ella lo regañaba a través de sus ojos verdes. Con un gesto mudo, le ordenaba poner atención a la ceremonia.

—Vamos. Ya —Sasuke le decía, moviendo los labios.

Ella ponía grande los ojos, como dos pelotas, y arqueaba las cejas. Abriendo la boca le respondía con un gran y mudo:

—No.

Sasuke rodaba los ojos y continuaba viendo aburrido la ceremonia. Se sorprendía por la compostura, la atención y la seriedad que Naruto demostraba, sin fisuras. Increíblemente, él había dicho todas sus líneas a la perfección. Si había estado nervioso, nadie lo notó.

A muy poco de finalizar, Sasuke vio a Kakashi colarse disimuladamente entre los lugares que quedaban vacíos. Sasuke notó como Sakura fruncía el entrecejo y lo miraba desaprobatoriamente. Kakashi se rascaba la nuca y agachaba la cabeza varias veces, disculpándose. Sakura entonces lo miraba a él, buscando que la apoyara en esa reprimenda, pero Sasuke se encogía de hombros, ignorándola. Sabía de sobra que Sakura odiaba eso, pero era su pequeña e infantil venganza por hacerlo esperar. Kakashi sonrió a Sakura, y esta corrió el cuello, con la nariz altiva, ofendida también. Naruto llegó a ver un poco de todo ese intercambio, y tuvo que apretar los labios para no reírse.

Kakashi podía sentirse orgulloso: había sido una perfecta comunicación no verbal entre el viejo equipo siete. El renacimiento de una antigua herramienta, típica de sus primeras misiones.

En el templo se elevó un suspiro de alivio, cuando todo finalizó. Los invitados se levantaron tambaleantes, con los pies dormidos o acalambrados. Luego de algunos saludos de rigor a los novios, la comitiva emprendió el camino al hogar de los Hyūga. Estaba compuesto por los familiares de la pareja, sus amistades más cercanas, y, por supuesto, las personalidades más influyentes dentro y fuera de la aldea.

En las calles, Konoha era una fiesta. Los aldeanos acompañaban esa procesión, y saludaban a la pareja. Por la presencia de poderosos señores feudales, y representantes diplomáticos, la seguridad se había triplicado.

Sasuke sintió que respiraba. Ahora, con Naruto asumiendo su puesto definitivamente, toda la atención (incluso, la de los guardias de seguridad inútiles) ya no estaba puesta en él. Podía volver a ser un shinobi más.

Durante la marea de gente que salía del templo, había perdido de vista a Sakura. Dejó de caminar y volvió algunos metros hacia atrás, y la encontró, a lo lejos, haciendo el trabajo de dar los saludos y agradecimientos formales, una tarea que le correspondería más a él, teniendo en cuenta el cargo que había detentado.

Dejó que la comitiva continuara adelantándose, y esperó a que Sakura lo alcanzara. Se hizo a un lado del camino para no entorpecer la procesión. Cuando logró ver la cima de su cabellera rosada, se dio cuenta que ahora estaba acompañada por Darui, el Quinto Raikage. También, a su lado, otro hombre conversaba con ella, hablando demasiado alto e irguiéndose con aires de importancia. Lo identificó como uno de los principales consejeros de Kumogakure.

Darui fue el primero en verlo, y levantó la mano en un saludo muy simple. Sakura entonces lo vio, y Sasuke no tuvo más opción que acercarse.

—¡Ah! ¡Hola Sasuke-kun! Estaba hablando con…

Sakura cerró la boca abruptamente, cuando sintió una mano agarrando la suya. Bajó los ojos para comprobarlo, y efectivamente, era la mano de Sasuke quien la sostenía. Un calor le subió por el cuello, y hasta el último pigmento de su piel enrojeció. Pero Sasuke se mostraba tan impasible e imperturbable, como en cualquier otra reunión de trabajo.

El Raikage alzó una ceja, y el consejero, entendiendo perfectamente el mensaje, se replegó dos pasos hacia atrás, quedando a la misma altura que la guardia ninja de Kumo, que cuidaba la retaguardia de su líder.

—Darui —Sasuke saludó, cabeceando—. Es bueno contar con su presencia.

Sasuke no había tenido que pasar por ninguna capacitación especial, antes de asumir su antiguo puesto. Todo lo que sabía de ceremonias y protocolo, se lo había dado su familia.

—Uchiha Sasuke —saludó—. Aquí la señorita Haruno me estaba contando la razón por la que rechazó mi oferta.

—Lo lamentamos. Enviaremos al mejor Iryō-nin que tenemos, luego de Sakura, para capacitar a sus tropas.

Sasuke continuaba explicándose, pero Sakura no podía salir de su estado patitieso, congelada ante la noción de sus dedos entrelazados, a la vista de todos. Los transeúntes a su alrededor comenzaron a voltear la cabeza hacia ellos, susurrando y bromeando ante esa osadía inesperada del Uchiha.

—Dudo que exista alguien con el nivel de Haruno Sakura, pero debo reconocer que el proyecto que tienen es muy loable, más beneficioso para nuestra sociedad.

Sasuke apretó ligeramente la mano de Sakura, y esta volvió en sí. Sacudió levemente la cabeza y se recompuso.

—Sasuke-kun, le estaba contando al Raikage-sama, acerca del itinerario que armamos para atender las zonas más urgentes.

—Será como completar el trabajo que el Hokage y su esposa han estado haciendo —Sasuke agregó, y el Raikage cabeceó en acuerdo.

—Oficiales que trabajan por nuestra gente, es lo que más necesitamos. Sin embargo, sospecho que ese no ha sido el principal motivo para rechazar mi oferta, ¿verdad? —Darui bajó la miraba a sus manos entrelazadas, sonrió, y retomó la marcha—. Bien, vamos. Quiero probar como sabe la famosa hospitalidad Hyūga.

El asesor miró nerviosamente hacia otro lado, y los evitó, alcanzando rápidamente a su Raikage. Sakura suspiró enojada y se soltó de su mano, mirándolo con recelo.

—¿Qué fue toda esa actuación? ¿Qué quieres demostrar?

Sasuke la miró impasible, y volvió a tomar su mano.

—No es ninguna actuación —objetó, y empezó a caminar tirando de ella; ignorando la oleada de sorpresa que se iba haciendo a medida que avanzaban.

—Y cuando pensaba que ya no me sorprenderías… —murmuró Sakura. Sasuke sonrió.


Una década después, la hija menor de Naruto y Hinata, perspicaz, astuta y rebelde, tomaría el álbum de fotos de la boda de sus padres, y se daría cuenta de una peculiaridad que ninguno de los dos parecía haber notado. El fotógrafo estaba obsesionado por los tíos Sasuke y Sakura.

En la mayoría de las fotos, ellos dos salían siempre, ya sea enfocados o desenfocados. El tío Sasuke no dejaba de tomar la mano de la tía Sakura. La niña se preguntaba si acaso la habría dejado ir sola al baño. Todos sabían que su tío era una persona protectora de su familia, y de su señora esposa en particular. A la pequeña, no le pareció rara esa actitud, así como tampoco le extrañó la actitud del fotógrafo que, aunque poco profesional por no centrarse en los protagonistas de esa noche, se dejó llevar por la fascinación que parecía tener por la pareja Uchiha. Pero no podía culparlo, ella y muchas personas más se sentían cautivados por la especial mística y atracción poderosa que ejercía ese matrimonio, cuando uno los veía pasar caminando por las calles de la aldea. Aquellos dos, poseían la misma fama y popularidad (o, se atrevía a decir, una aún mayor), que la de sus propios padres.

Luego, por aburrimiento y sobre todo por curiosidad, la niña descubrió que el fotógrafo hizo una buena cantidad de dinero con muchas de esas fotos, vendiéndolas como una noticia exclusiva, al tiempo que otro famoso bestseller salía a la venta.

Cuando la niña consiguió el libro (sin que sus padres lo supieran, y escondiéndolo debajo del colchón de su cama) entendió, un poco más, porque el matrimonio Uchiha causaba tal fascinación, como dos protagonistas de una gran historia de amor.


Kakashi no apartó los ojos de aquellos dos, en todo lo que duró la fiesta; sus pequeños niños seguían siendo su mayor inspiración. En ese intercambio de miradas, gestos pequeños, y el más profundo amor que veía en ambos, se inspiró lo suficiente para, mientras Hinata y Naruto cortaban el pastel de la boda, o los invitados dedicaban algunas palabras a los novios, comenzar a imaginar la segunda parte de la novela, que sus estudiantes habían inspirado. Todo el mundo chismorreaba acerca de esos dos, que de pronto habían dejado de ocultarse y se mostraban frente a todos tomados de la mano. Hasta el fotógrafo desviaba el lente, continuamente, hacia la nueva pareja.

Kakashi se sentía nervioso hasta en la última hebra de sus vellos. En menos de un mes saldría a la venta su libro, y aunque una corazonada (y su editor) le decía que sería un éxito de ventas (bendecido por su maestro Jiraiya), no podía dejar de temer que, quizás, sería un fiasco. Que todo el mundo lo culparía por ser un fraude y un imitador. Ya bastante tenía con que le dijeran "El Ninja que copia"; no deseaba que ese sobrenombre adquiriera un nuevo significado.

Por eso siguió, a distancia, los pasos de sus alumnos cuando estos se escabulleron disimuladamente de la fiesta; que, con las fotos de rigor ya tomadas, había perdido la elegancia y el decoro, convirtiéndose en un bullicio de invitados al borde de la borrachera. De Hinata con un vestido blanco y simple, bailando en pies descalzos, y con un Naruto que la tomaba de la cintura, moviéndola de un lado al otro, ebrio, pero sobre todo, feliz.

De lejos, los vio salir a cada uno con su bolso de viaje, vestidos con su uniforme Jōnin. Podía ver la emoción que flotaba alrededor y entre ellos, por la aventura que los esperaba.

Ambos presentaron sus documentos y sus permisos de misión, a los ninjas que controlaban las salidas y las entradas, y cuando ya estaban en el límite entre Konoha y el mundo exterior, se acercó a ellos.

Ambos se dieron vuelta, y ambos le sonreían.

—Ya me estaba preguntando cuando saldrías de tu escondite, Kakashi-sensei —Sakura se sostenía de las correas de su mochila, y Sasuke solo tenía las manos metidas en los bolsillos.

—Le gustan las entradas dramáticas —agregó Sasuke, con sorna.

—Te recuerdo que fue por tu culpa, que llegamos por los pelos a tu examen de chûnin —rebatió, aludiendo a la teatralidad con la que habían llegado al combate de Sasuke contra Gaara. Cuando Sasuke iba a abrir la boca para replicar, Kakashi se adelantó y sacó de su bolsillo un sobre pesado, que se lo tendió a Sakura. Esta pestañeó, varias veces.

—¿Para mí?

Sakura tomó el sobre y lo abrió. Los ojos se le abrieron como dos huevos, y Sasuke, al pispar por arriba de su hombro, apenas pudo disimular la sorpresa.

—¿Qué es esto Kakashi-sensei? —preguntó Sakura.

—No necesitamos de tu patrocinio Kakashi, nos la arreglaremos —soltó Sasuke. Kakashi sonrió socarronamente al ver la molestia de Sasuke, que seguramente lo había tomado como una afrenta: ese chico debía trabajar fuertemente con sus impulsos de celar a Sakura, o la paciencia de su alumna se acabaría de un momento a otro. Enfrentar la furia de su novia, no iba a ser poca cosa.

—Es el dinero que me prestaste Sakura, ¿acaso lo has olvidado?

Sakura abrió la boca, recordando, y asintió varias veces. Contó ligeramente la cantidad de billetes.

—Pero Kakashi-sensei, esto es cuatro veces más la cantidad que te presté.

—Tómalo como los intereses.

Sakura entrecerró los ojos, mirándolo con suspicacia.

—¿Cómo hiciste todo este dinero? ¿Por qué así tan de pronto? Estuviste bastante desaparecido este último tiempo, Kakashi-sensei. ¿En qué andas metido? Tienes más ojeras de lo normal.

Kakashi se rio nerviosamente rascándose la nariz: Sakura tenía un olfato de sabueso. Sasuke suspiró impaciente: no le importaba como Kakashi había hecho ese dinero, su maestro era alguien ya bastante entrado en años, y Sakura no tenía por qué preocuparse tan maternalmente por ese hombre. Le molestaba, era un pinchazo de celos que odiaba tener, pero que no podía evitar.

Sasuke tiró de la punta del sobre para meterlo en su bolso y zanjar la conversación, pero Sakura tironeó en contra, sosteniéndolo contra su pecho. Frunció el entrecejo y lo miró molesta. Sasuke retrocedió, y volvió a meter las manos en los bolsillos.

Kakashi no perdió detalle de esa pequeña interacción, y previó que allí, estaría el primer conflicto como pareja que habrían de superar: los celos de Sasuke. Su alumno siempre había mostrado alguna clase de celosía, de posesividad mezclada con protección hacia su compañera de equipo. De niños era simpático y tierno, pero en una pareja adulta, suponía un problema.

Sakura era una mujer compasiva y severa al mismo tiempo, la única que podría manejar y mantener a raya los raros humores de Sasuke. Sabría entender que, esos celos, no eran más que otra muestra del temor más profundo de un Uchiha: el de perder el amor más grande.

Y de pronto, Kakashi sintió nuevamente esa pulsión por escribir.

—Cuídense, y envíen una carta de vez en cuando. Tienes a tu halcón, Sasuke. No se olviden de su viejo sensei.

Pidiendo aquello, se sintió de pronto un viejo melancólico. Aun no se habían ido y ya los estaba extrañando. Sakura guardó el paquete con el dinero en uno de los bolsillos de su chaleco, y lo envolvió en un fuerte abrazo. Kakashi le dio palmaditas a Sakura, esperando ver a Sasuke enojado. Por el contrario, el Uchiha lo miraba con una sonrisa sarcástica.

—Qué, ¿esperas que también te abrace?

Sakura se rio con ganas y, Kakashi también. Se alegró: su estudiante, siempre tan amargo, ahora podía hacer chistes.

Sasuke se despidió de él cabeceando, Sakura ondeó la mano una vez más. Ambos le dieron la espalda, emprendiendo su primer viaje juntos, y solos.

Los vio irse, tomados de la mano.

—Entonces, ¿terminaste el libro?

El humo de un cigarrillo anunció la presencia de Shikamaru. Sentir ese olor le recordaba a Asuma. El consejero principal del Hokage se unió a él, contemplando la imagen de los dos shinobis más importantes de Konoha, partir en un viaje sin fecha confirmada de retorno.

—Así es.

—Y lo vendiste.

—Por supuesto.

—Y ese dinero, es de las ganancias por la venta del derecho del libro, ¿verdad?

—¡Bingo!

Shikamaru suspiró resignado, y negó con la cabeza.

—Sabes que te matarán cuando se enteren.

Kakashi se rio, volteando en dirección a la fiesta. Palmoteó el hombro de Shikamaru.

—Sí, pero para ese entonces, estarán muy, muy lejos de aquí, y muy ocupados en asuntos más importantes. ¿Volvemos a la fiesta? Tengo una apuesta que ganar, y un Hiashi Hyūga al que embriagar.

Shikamaru tiró la colilla al suelo, apagando la brasa encendida con el pie. Miró sobre su hombro a la salida de Konoha, pero las siluetas de Sasuke y Sakura, ya no eran más visibles.

"En las profundidades del invierno aprendí finalmente que había en mí un verano invencible."

Albert Camus


Notas de la autora:

No planeo que este sea el último capítulo. Pero volvamos a eso después.

En febrero de 2014, hace 6 años atrás, subía la última actualización de este fanfic.

Por eso, antes de seguir con los motivos, primero debo decir, perdón. Recibí muchos reviews pidiendo que continuara esta historia, pero realmente no fue posible. El año 2014 fue un año "bisagra" para mí: rendí los últimos exámenes para obtener mi licenciatura, decidí afrontar nuevos retos laborales, y me puse de novia con la persona que sería mi pareja en los siguientes cuatro años.

Pero siempre estaba esa espina clavada de que había dejado esta historia completamente abandonada. Recién ahora mi vida entró en un período de más calma.

Por otra parte, meses después de que publicara el último capítulo, el manga de Naruto llegaba a su fin. Todos éramos felices porque el SasuSaku era canon (bueno, no todos…), y además, se confirmaba que ambos habían viajado juntos, y de ese viaje, había nacido Sarada. La idea de ellos viajando juntos por el mundo la había planteado en el último capítulo. Decir que me puse feliz es poco. Mi fantasía sobre ellos dos se hacía realidad. Sin embargo, sentí que no tenía nada más para aportar a esta historia. ¿Qué podía escribir yo, si Kishimoto ya había hecho todo?

Pero, un día abrí el Word, releí lo que había comenzado a escribir para el capítulo siete, y decidí tirarlo por completo a la papelera de reciclaje. Empecé de cero. Y de ese cero, nació este capítulo.

Espero, muy de corazón, que les haya gustado. Que haya estado a las alturas de sus expectativas. Desconozco si alguien tendrá interés en este fanfic, pero así sea una sola persona, te digo GRACIAS, MUCHAS GRACIAS.

Como dije antes, no planeo que este sea el último capítulo, ya que hay una pequeñísima cosa que deseo escribir sobre esta historia. No prometo que será pronto, pero sí que le echaré todas las ganas posibles para que lo sea.

Les dejo un abrazo inmenso. Y un gracias, totales (parafraseando a Gustavo Cerati).

EDIT MAYO 2020:

Hola a todos. Escribo esta nota tres meses después de haber publicado el capítulo siete. Debido a lo extenso que estaba resultando el capítulo ocho, pero sobre todo, que el argumento y el sentido ya estaba tomando un formato propio, distinto al de esta historia, es que decidí dejarlo como un fanfic aparte, que publicaré bajo el nombre "Al sabor de lo agridulce". Espero que sea de su interés también, y si no ¡Gracias por haber leído este fanfic! Me han hecho muy feliz. Les dejo un abrazo inmenso y se me cuidan mucho por favor.

Nadesiko-san