Diario íntimo
Hessefan
Disclaimer: Sigo sin ser Akira Amano, el robo de identidad no ha surtido efecto, ni la cirugía plástica. Todo de ella.
Beta: Kaith Jackson.
Prompt: 005. Diario íntimo [Fandom Insano]
Dedicatoria: A Tary Nagisa, que me lo pidió en mi LJ, aunque no sé si la pareja le sigue gustando… hace tiempo las dos dejamos este fandom =) ¡pero lo prometido es deuda! Y a mí me gusta cumplir.
Nota: el fic NO estará enteramente narrado en primera persona. Al principio pensé hacerlo así, pero de esa manera dejaba afuera las impresiones de Gokudera y no… no me convencía de esa manera. Segundo fic que hago de esta pareja, y está empezando a "convencerme".
(I)
Los humanos tienden a tener un concepto erróneo de mí. No me importa.
No me importa lo que piensen, ni tampoco que me teman, al contrario… eso los mantiene a raya y muy lejos de mí, tal como lo pretendo.
Bostezo, tratando de mantener la calma. Rechino los dientes, hoy el hospital está jodidamente más lleno que otros días. Por fin es mi turno, al entrar no puedo evitar reparar en el herbívoro que me observaba con aparente calma.
Es mujer. Es una condenada mujer. Chisté, había pedido que me atendiera un hombre.
—Era yo o yo…
Bien, lo entiendo. No es que me sienta incómodo ante la idea de que una hembra estudie las zonas más oscuras de mi cerebro, como se atrevió a sugerir. Lo que más me perturba es reparar en que estoy dejando mi precaria salud mental en alguien que, con seguridad, acaba de obtener su título.
Bah, es común ser prejuicioso. El humano es así, tiende a juzgar de antemano. Tampoco es que disponga de muchas opciones; es esto o el hospital, y me rehúso a perder mi libertad. Es lo único que tengo, lo más preciado.
La primera pregunta que me hace es previsible. Claro que estoy tomando la medicación, no se preocupe señorita-recién recibida, no voy a salir a matar gente ni tampoco me voy a colgar de la claraboya del baño.
—¿Puedo preguntarte por qué quisiste cambiar de médico?
Enarco una ceja. No sé para qué me pregunta si puede preguntarme cuando es evidente que es lo que está haciendo.
—Ese… maldito herbívoro osó insinuar que yo me mentía a mí mismo y que me moría —tercié con ironía— de ganas de tener amigos.
—¿Y es mentira? Dejando de lado que el doctor Iwakura te ha estado atendiendo durante estos cuatro, casi cinco —se corrige— años, y te conoce muy bien.
La miré entre ojos. Si ella pensaba apuntar lo mismo que él, ahí sí que me convertiría en un asesino serial, ¿qué puta fijación tenían con insinuar que yo necesitaba de la gente? Esa peste contaminante, falsa, entrometida y nauseabunda que siempre se mueve en manada.
Fue astuta, porque enseguida cambió de tema, mencionando algo sobre lo dura que había sido mi infancia y toda mi vida. No supe si lo hacía para generarme simpatía o si en verdad, en su inexperiencia, le sorprendía mi historial.
No, señorita… le puedo asegurar que allí afuera hay gente más loca que yo. Con historias de vida incluso más duras que la mía. Todas las personas tienen sus fantasmas y sus miserias. Mi historia no era ni más ni menos que cualquier otra. Era la mía, y la que me pesaba día a día.
Por fortuna la señorita había hecho su trabajo y no me preguntó por mis recuerdos más tempranos o por mi familia. Iba a suicidarme, literalmente (y esta vez no sería una mera amenaza) si tenía que revolver en esa mierda de nuevo.
Era algo por lo que ya había atravesado con mi anterior doctor y, gracias, pero todavía quiero conservar lo poco de sentido común y cordura que tengo, si es que todavía me queda algo de humanidad.
Dios me ampare, a mí y a ella… no quiero humanidad. No la necesito. Oh, sí, desearía ser una piedra en este momento, un pato. Sí, sería genial ser un pato. Me gustan los patos.
¿Qué por qué? Me pregunta ella. Oh, es tan inocente. ¿De verdad tengo que explicarle las razones que me llevan a preferir ser cualquier otra cosa antes que un ser humano? Somos seres viles y enfermizos, padecemos una existencia vacía que buscamos llenar de mil maneras distintas y, en ese doloroso proceso, pisoteamos y destruimos todo lo que está en nuestro camino. Somos egoístas por naturaleza, somos un maldito cáncer. Y nos creemos superiores solo por poseer raciocinio, como si eso justificase todos nuestros abusos.
Odio a los humanos. Lo paradójico es que yo también lo soy. Sí, me odio a mí mismo; pero vivo con ello.
Ella se ajusta los lentes, como si así pudiera ver mejor a través de mí y de lo que digo, para comprobar cuánta verdad hay en ello. Me pregunto si siempre lleva su pelo negro recogido, es un peinado tan insulso.
Vuelvo en mí, me hace una pregunta, no la respondo. El tiempo se termina. Me propone algo que me causa gracia, aunque de mi boca no sale ninguna carcajada. ¿Qué escriba un diario? ¿Día a día? ¿Con mis impresiones? No me apetece, lo considero una pérdida de tiempo.
Me voy, con la falsa promesa de hacer un esfuerzo para salir del estancamiento y de mi propio encierro voluntario. Salgo del enorme edificio, en la puerta espero a que Hibird ocupe su lugar sobre mi cabeza, busco las tonfas donde las dejé escondidas. Me siento solitario sin ellas, casi como desprotegido. No es que no pueda defenderme de una agresión con puños y dentelladas… ni tampoco -reconozco- es que esté esperando algún ataque imprevisto por parte del barrendero municipal que me mira como si fuera algún puto espejismo.
Es que uno nunca sabe cuándo va a cruzarse en el camino con alguno de esos humanos que piden a gritos una muerte pronta. Humanos que hay que erradicar. Lamentablemente en el mundo abundan esa clase de personas.
Observo el cielo gris y encapotado anunciando un inminente aguacero. Amo el otoño, es esa época del año en el que la mayoría de los herbívoros hiberna. Las madres permanecen en casa con sus retoños, los grupos de amigos no copan las plazas de la ciudad, la gente huye del frío y de la lluvia. Es magnífico, porque puedo caminar por la ciudad sin tener que cruzarme con ellos.
Es lunes, la semana recién comienza.
A mí me gustan los lunes, lo que me amargan son los viernes porque sé que la semana termina y yo tengo que ingeniármelas para no sucumbir ante mis pensamientos y anhelos suicidas. Me recluyo en los libros para escapar de mí mismo y de la realidad circundante. Me sumerjo en un mundo de fantasía para no reparar en mis miserias, en esas que me ahogan y me conducen a un solo pensamiento circular y agobiante. Matar y matarme. Qué delicia y qué tormento el tan solo pensarlo.
Ser yo, contrario a los que muchos piensan, no es tan maravilloso, ni tan fácil de sobrellevar.
Por eso amo los lunes.
Bueno, hasta este era así.
Él tenía que arruinármelo. Ese maldito herbívoro italiano.