Los cantos de los pájaros resonaban en el aire y el frio comenzaba a colársele por el abrigo. Sherlock inspiró con fuerza. Estaba en un bosque, eso seguro, y tenía la espalda mojada o sea que había caído sobre un charco o un pequeño lago. Abrió los ojos de par en par y observó el cielo. No era un bosque espeso y comprobó que estaba amaneciendo. Se puso en pie y se sacudió la ropa.
— ¿Cómo he llegado aquí? —se preguntó en voz alta.
Pensó en ello, pero lo último que recordaba era estar en el 221B de Baker Street, recordaba como el sonido de un timbre lo sacó de sus pensamientos, pero no recordó nada más. Hace un momento estaba en casa y ahora estaba en un bosque con la espalda cubierta de barro. Al menos esperaba que fuera una gran resaca y no cosa de Mycroft porque si no su hermano lo pagaría. Mientras se sacudía el traje, escuchó el sonido de unas gallinas y el rechinar de las puertas. Bien. Si estaba cerca de un pueblo podría usar un teléfono, pedir un taxi para regresar a casa e intentar averiguar porque estaba ahí.
Siguió el camino hacia donde estaba el ruido. Los árboles comenzaban a disminuir y dio paso a un enorme prado verde. Sherlock enarcó las cejas, ¿en qué clase de lugar estaba? Las pequeñas casas que se veía, eran todas pequeñas, con puertas redondas de diferentes colores y todas parecían estar construidas en las pequeñas montañas. Sherlock bufó. Sin duda ese maldito pueblo no aparecería en los mapas, y no vislumbró ninguna torre telefónica así que dudaba que pudiera llamar a alguien.
Los pequeños corrales tenían gallinas que picoteaban el trigo. Observó como un enorme cerdo cruzaba el camino, suelto, sin nadie alrededor. Sacudió la cabeza y continuo andando por el pequeño sendero.
Sherlock se quitó el abrigo y miró la parte trasera, llena de barro, era obvio que debería de llevarlo al tinte y barato no le iba a salir. Alzó la casa y observó cómo una persona, un hombre bastante bajo, salía de su casa, se sentaba en un pequeño banco que había al lado de la puerta y encendía una pipa para fumar. No era una pipa de las actuales, además parecía estar hecha a mano. Era larga y con una pequeña cabeza.
— ¡Señor! —llamó Sherlock
El pequeño hombre le observó y enarcó las cejas.
— ¡Hola señor! —saludó animado.
Sherlock enarcó las cejas.
— ¿John? ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí y vestido así?
— ¿John? ¿Quién es ese tal John? ¿Es otro hobbit? ¿De la comarca?
— ¿Hobbit? ¿Qué cojones…? —murmuró Sherlock y le observó.
El hombre frente a él, o John porque ese hombre seguro que era John, era bajito y delgado. Tenía el pelo castaño oscuro y largo, aunque le asomaban unas orejas grandes y puntiagudas. Tenía el rostro moreno, del sol, probablemente de haber trabajado en el campo o de haber estado ahí sentado muchas horas. Llevaba una camisa blanca y un chaleco amarillo. Los pantalones, de color marrón, le llegaban hasta las rodillas ya que a partir de ahí las piernas comenzaban a tener un largo vello de color marrón.
Vello que llegaba hasta la parte superior de los pies, unos enormes y peludos pies planos.
—Esto tiene que ser una broma —susurró Sherlock —. Sí, seguro que tú y Mycroft habéis planeado esto como parte del April Fool's day —gruñó molesto.
El hombre le miraba sin parpadear, aunque no dejaba de fumar en su pipa y expulsar unos anillos de humo.
—Sí. Sin duda tiene que ser una broma de Mycroft. Y por supuesto tú estás involucrado, seguro que es para que deje las drogas. Como si meterme en un pueblo alejado de la mano de Dios con personas disfrazadas y animales de granja pudiera hacer algo —se acercó al hombre y le dio un golpe en el pie con los dedos de la mano —. Y veo que no le importa gastar el dinero del pueblo inglés, estas prótesis parecen caras.
El hombre se puso en pie y colocó una mano en su cintura.
—Señor, me llamo Bilbo Bolsón. Y usted sin duda está confundido. ¿Quizás sea por un golpe? —se acercó a él y se inclinó para observarle la cabeza —. Parece tener una herida abierta en ese pelo, puede pasar a mi casa, creo que tengo unas hierbas medicinales que podremos usar para que la herida vaya cerrándose.
Sherlock le miró confundido. ¿Bilbo Bolsón? ¿La comarca? El hombre tenía que ser John, seguro… Era idéntico a él. Cuando Sherlock subió la pequeña ladera para llegar a la puerta de la casa, se dio cuenta que algo iba mal.
El hombre era bajo, mucho más bajo que John. A penas le llegaba a la cintura, era más enclenque de lo que recordaba y parecía sentirse muy cómodo andando bajo aquellos enormes pies.
—Pase señor. Bueno no quería que sonara como una orden, pase cuando usted lo desee. Aunque debería de ser pronto si quiere que revise esa herida —dijo el hombre desde dentro.
Sherlock entró en la casa, se encorvó para cruzar el umbral.
La casa no era parecida a una cueva. La puerta se abría a un vestíbulo cilíndrico, como un túnel: un túnel muy cómodo, sin humos, con paredes revestidas de madera y suelos enlosados y alfombrados, provisto de sillas barnizadas, y montones y montones de perchas para abrigos. El túnel se extendía, profundizándose en la colina. Muchas puertecitas redondas de encontraban a lo largo del pasillo.
Toda la casa parecía estar construida en la misma planta y a su vez era bastante amplia, con eso Sherlock llegó a la conclusión de que aquel hombre (o aquel ser, ya no sabía que pensar), era bastante acomodado.
—Por aquí señor —escuchó decir al hombre que salía de la segunda puerta a la derecha del pasillo.
Sherlock le siguió, antes de entrar observó que era un baño. Un baño minúsculo, con una pequeña bañera, un pequeño retrete y un lavabo bajo. Al entrar, Sherlock no calculó suficientemente bien cuanto tenía que agacharse y su cabeza chocó fuertemente contra el dintel de la puerta.
Cayó de espaldas al suelo. Desmayado. No frecuentaba caer así de redondo al suelo pero era el segundo golpe en la cabeza que recibía tan seguido así que podría ser perdonado.
Cuando Sherlock recuperó la consciencia, había pasado media hora. El ambiente olía a té y bollos, probablemente de crema merengada. Sherlock abrió los ojos y observó el techo. Rió divertido. Hobbits, casas en colinas...
Hombres enanos que se parecen a John. Rió más fuerte.
—Maldito subconsciente... —dijo divertido mientras se incorporaba.
Se frotó los ojos y miró al frente. El hombre, John, le miraba.
—Señor, ¡qué bien que despertó! ¿Cómo se encuentra? ¿Le duele la cabeza? —preguntó acercándose a él.
Le veía un poco borroso, pero sin duda era John.
—Estoy bien, gracias —dijo y su vista se enfocó en esas puntiagudas orejas —. Ya os habéis reído bastante de mí, puedes quitarte esas orejas John.
Alargó una mano y tiró hacia arriba de la punta de la oreja. El hombre emitió un pequeño chillido y dio un salto hacia atrás. Sherlock palideció. Aquellas orejas eran reales, eso o estaban muy bien pegadas.
— ¡Señor! —exclamó el hombre visiblemente enfadado —. Como cualquier hobbit he sido un buen anfitrión, le he ayudado, ¡pero no tiene derecho a tirarme de las orejas! Si sigue con ese comportamiento ¡me veré en la obligación de echarlo de mi casa! —exclamó.
Sherlock le miró fijamente, iba a reírse pero negó simplemente con la cabeza.
— ¿Cómo ha dicho que se llama? —preguntó.
—Bilbo Bolsón, ¿y usted como se llama?
—Sherlock Holmes, encantado Bilbo —dijo el detective extendiendo la mano, ya que no iban a parar la broma él le seguiría la corriente.
Bilbo acercó su mano a la de Sherlock y la apretó. Este, le miró fijamente y apretó levemente la mano. Era tan pequeña que la cubrió entera. Cuando le agarró la mano a John, aquella vez que huían de la policía, no la recordaba tan pequeña.
— ¿Cómo puedo llegar a la ciudad más próxima?
—A caballo, o en pony, aquí solo hay ponis. Un caballo nos tiraría a nosotros los hobbits —dijo el hombre y fue hacia el comedor —. Aunque no hay hombres cerca. Quizás pueda encontrar alguno en el Pony pisador... No he estado allí desde hace años... —dijo Bilbo quedándose quieto unos segundos.
— ¿Pony pisador? —preguntó Sherlock poniéndose de pie lentamente, intentando adecuarse a esa casa en miniatura.
—El golpe debió de ser fuerte, ¿eh? —dijo Bilbo sonriendo —. ¿Quiere un poco de té? ¿Tal vez bollos?
Sherlock asintió y se acercó. Elevó un brazo para ir tanteando el techo y estar seguro de cuanto debía de agacharse para entrar en el comedor. Se sentó en una de las sillas y se quedó mirando a Bilbo. Empezaba a dudar de que aquello fuera una broma, ¿quizás una alucinación? Bilbo era exactamente igual que John, además de ser parecido físicamente tenía muchos gestos idénticos. Pero Bilbo, era pequeño, muy pequeño comparado con John o con cualquier otra persona. Es más, ni los enanos solían ser así de bajos. Orejas puntiagudas, pies peludos... Suspiró. Si eso era una alucinación era de las buenas.
Bilbo le dejó una taza de té frente a los ojos y dos bollos. También le acercó el azúcar y un jarrito con leche. Sonrió y se sentó justamente enfrente con otra taza.
Sherlock cogió la leche y le echó un poco, luego lo movió. Suspiró, cogió la taza y la llevó a sus labios. Todo era absurdamente pequeño, ridículo.
— ¿Ha venido a ver a alguien? —Preguntó Bilbo antes de darle un sorbo a la taza —. ¿A los Brandigamos quizás? ¡Son mis parientes! ¿O es que acaso se ha perdido?
Sherlock le miró fijamente intentando analizarle, pero su mente no estaba por la labor de funcionar. Ahora mismo estaba bloqueado.
—Me he despertado en el bosque —comentó.
— ¿En el bosque? Vaya, ¿iba de camping? —preguntó Bilbo —. No me gusta mucho el camping, pero he hecho grandes caminatas a lo largo de mi vida —dijo sonriente.
—Solo me he despertado en el bosque —dijo Sherlock —. No recuerdo como he llegado hasta ahí. Estaba en casa y... Luego estaba en el bosque —dijo Sherlock mirando la taza de té.
Bilbo le miró confundido y dio un sorbo al té.
— ¿No será un bandido? ¡Porque si viene a robarme sepa señor que mis bienes están bien escondidos y que no dará con ellos por mucho que busque!
Sherlock negó con la cabeza lentamente.
—Sus bienes están a salvo, no me interesan. Cuando despierte de mi alucinación dejaré de molestarle.
— ¿Alucinación?
—Bueno —dijo Sherlock —. Es obvio que lo es. Creí que era una broma por parte de mi hermano y mi amigo John pero he comprobado que usted es un ser real. Con esos enormes pies y esas puntiagudas orejas.
—Señor, sepa que todos los hobbits poseemos las mismas características.
—Y además ese nombre, hobbit —dijo Sherlock y rodó los ojos —. Sin duda alguna esto es un sueño creado por mi subconsciente. Quizás haya recibido un golpe en la cabeza.
—Ha recibido dos señor, le he curado una herida abierta que tenía en la nuca —dijo Bilbo señalándole con el dedo.
Sherlock alzó la mano, se acarició la nuca e hizo una mueca. Se miró la mano y observó cómo tenía una sustancia verde.
— ¿Qué me has puesto?
— ¡Una pomada! Cicatriza las heridas de manera rápida, me la dejó Gandalf.
— ¿Quién es Gandalf? —preguntó Sherlock enarcando una ceja.
—El mago gris.
— ¿Mago Gris? —preguntó confundido y rió —. Sí. Un mago. Por puesto.
Bilbo sonrió orgulloso de que lo entendiera a la primera.
— ¿Querrá darse un baño? —preguntó.
—No creo que sea necesario.
—Pero está cubierto de barro señor, y esto es una casa decente.
—No es necesario, creo que saldré a pasear hasta que me despierte.
Bilbo soltó un profundo suspiro.
—Como desee señor. Si quiere, puedo acompañarle y mostrarle el pueblo.
Sherlock se encogió de hombros y mordió un trozo de bollo. Tomaron el té en silencio. Sherlock mirando fijamente a Bilbo y este sin saber dónde mirar pues se sentía intimidado. Cuando acabaron, el hobbit se levantó y se alisó la ropa, acto seguido cogió los platos vacíos y los amontonó en el fregadero, se dirigió a la puerta de casa.
—Cuando quiera podremos ir a recorrer el pueblo —le dijo con una pequeña sonrisa.
Sherlock se puso de pie y se acercó a él con cuidado. Cogió su abrigo del perchero donde el hobbit lo había colgado y luego salió el primero por la puerta. Bilbo le siguió, cogió su pipa y la encendió. Avanzaron por la cuesta hasta llegar al sendero y luego avanzaron por él. Sherlock se metió las manos en los bolsillos y avanzó junto a Bilbo por el sendero.
Las casas, todas ellas con la misma fachada pero con diferente color en las puertas, estaban repartidas alrededor de la colina, es más, todas estaban construidas en su interior. Los jardines exteriores estaban cubiertos de césped y hermosas flores.
— ¡Buenos días Señor Bolsón! —saludó un hombre que pasó a su lado paseando a un cerdo.
Bilbo alzó la cabeza a modo de saludo, con una sonrisa. Sherlock miro al animal, al menos parecía que los animales tenían un aspecto normal en su alucinación y eso era algo bueno.
—Ese es el Señor Perkins —susurró Bilbo mientras señalaba a un Hobbit que cruzaba el camino portando varias calabaza en una carretilla —. Su mujer hace una crema de calabaza estupenda, aunque solo te la da a probar si está interesada en pedirte algo. Y ese es el Señor Harris, hace poco su hijo Abdiques, fue sorprendido colándose en Rivendell, francamente no sé cómo no le atacaron los Orcos. Y esa de ahí...
—No me interesa —cortó Sherlock —. No quiero conocer a esta gente, no llenaré mi cabeza de estupideces en una absurda alucinación —gruñó.
Bilbo le miró unos segundos antes de bajar la vista algo decepcionado. ¿Qué tenía de malo un poco de cotilleo? A excepción de los elfos a todo el mundo le gustaba cotillear... Incluso a los enanos, y eso ya era algo muy sorprendente.
Sherlock observaba a los habitantes de aquel lugar, era cierto, todos los hobbits (esa palabra seguía pareciendo ridícula) tenían la mismas características físicas. No solo los hombres, las mujeres y un grupo de niños que casi le derriba también eran como Bilbo. Suspiró. Al menos no había unicornios voladores.
Cuando pasaron unos campos de maíz, Bilbo frenó en seco.
—Me temo Señor Holmes que yo me quedo aquí.
Sherlock se giró y bajó la vista para verle mejor.
— ¿Los seres como tú no salen de los lindes de su territorio?
Bilbo se mostró ofendido unos segundos, aunque contestó lo mejor que pudo.
—A partir de aquí solo hay campo y más campo y he de decir que no estoy preparado para dar un largo paseo. Necesitaría coger una cantimplora, un poco de comida y un poco más de tabaco para mi pipa —dijo mirando su pipa que en ningún momento había dejado de fumar —. Si sigue hacia delante por este camino en un par de horas podrá estar en la aldea de Bree, ahí está el Pony pisador quizás encuentre a humanos que puedan llevarle a su ciudad.
—Le repito que no vengo de ningún lado, esto es una asquerosa y pomposa alucinación. Despertaré en breve así que me quedaré por aquí.
Bilbo extendió su mano derecha.
—Pues si esto es un adiós, encantado de haberle conocido señor Holmes —dijo Bilbo —. Espero que despierte de aquel sueño en el que está sumido.
Sherlock le devolvió el apretón y continúo su camino durante media hora.
Aburrido, se sentó en una piedra y esperó. Pasaron los minutos y las horas. Y por mucho que Sherlock cerró los ojos fuertemente y los abriera con rapidez seguía sentado en la misma piedra, en el mismo camino viendo pasar a la misma gente. Gente que le saludaba y le daba los buenos días como si fuera un vecino más.
A la vez que anochecía, comenzó a llover. Al principio fue una fina lluvia que parecía aliviar después del calor de todo el día pero las gotas comenzaron a ser más gruesas y empezaron a anegar la zona. Sherlock se puso el abrigo y lo cerro con fuerza a su alrededor procurando no coger frío.
Suspiró.
—QUIERO DESPERTARME YA —gritó.
Un rayo cayó cerca de donde estaba derribando un pequeño árbol. ¿Acaso esa era una señal de que no saldría de allí?