"Mi señor, le ensillaré a Eldûath enseguida." dijo el mozo de cuadra al encontrar a Faramir de pie en la entrada del establo.

"No necesito un caballo de guerra," respondió entre risas "tal solo voy a la ciudad." – Se acercó a su enorme palafrén color arena y le acarició el cuello con afecto. Ante el contacto, Eldûath se presionó contra la mano de su entrañable compañero mientras Faramir comprobaba con satisfacción que poco quedaba de las heridas y la fatiga del animal a causa del duro viaje que habían emprendido. Se alejó y camino hasta un rocín viejo que descansaba al final del establo, quien era usado solo para cabalgatas de placer ocasionales dentro de los lindes de Minas Tirith, pues ya había visto lo mejor de sus años. "Me llevaré este." resolvió, dándole una palmadita amistosa al animal.

"Pero mi señor," replicó el mozo escandalizado "Nadie usa a Pezuñas más que los sirvientes. Hay disponibles otros caballos más dignos de su noble persona, si perdona mi atrevimiento."

"Pezuñas me servirá bien." insistió Faramir con cortesía. El mozo no tuvo más remedio que preparar al viejo caballo negro que había escogido. "Búscame a las afueras de la muralla cuando esté listo. Dudo que suceda, pero si alguien llega a preguntarte sobre tus asuntos, no me menciones." le ordenó antes de dejar el establo. El mozo lo miró con extrañeza, pero se limitó a asentir.

Faramir se había vestido con una sencilla casaca verde y unos pantalones grises, en conjunto con unas viejas botas cafés y un cinturón del mismo color. La capucha de su capa de un tono verde más oscuro cubría casi por completo su rostro cuando se reunió con el muchacho de los establos a unos metros lejos de las puertas interiores de la ciudadela. Tomó las riendas de Pezuñas y se encaminó hacia abajo por la larga calzada de piedras blancas en dirección a la ciudad. Aquel caballo y sus ropas comunes le hacían pasar placenteramente desapercibido por las abarrotadas calles de Minas Tirith, entre carromatos de comerciantes locales y extranjeros que gritaban a todo pulmón sus mercancías, niños que corrían peligrosamente cerca de las patas de los caballos que circulaban por la zona y centenas de personas enfrascadas en sus propios asuntos. Faramir se mantuvo pendiente de la bolsa de dinero que cargaba bajo la capa, a sabiendas de que fácilmente podría ser víctima de los diestros ladrones de la ciudad cuando menos se lo esperara. Se dirigió hacia la avenida de Los Linos, el sector donde se erigían las diferentes casas de placer para los nobles y cualquiera capaz de pagar grandes sumas de dinero por unas pocas horas entre sábanas perfumadas y experta compañía. Notó que algunos dueños de burdeles le lanzaron miradas despectivas al pasar, pues por su vestimenta no lucía exactamente a lo que ellos reconocían como cliente potencial. Se detuvo frente a uno que escogió al azar y con el rostro suficientemente oculto, preguntó "Busco a una mujer llamada Meriel. No sé más nada de ella excepto que trabaja en alguno de estos establecimientos."

"¿Cómo quieres que reconozca a quien buscas solo por el nombre de pila? ¿Es que eres idiota?" le contestó el proxeneta desdeñoso. "Ve a causar problemas a otro lado." - añadió mirándole de pies a cabeza.

"No es intención mía causar ningún tipo de discordia… mi señor." dijo con cortesía, "De hecho, llevo suficiente dinero encima para pagar por el servicio. Pero será solo por Meriel y nadie más."

"Ya te dije que no conozco ninguna con ese nombre." respondió osco "¿Y por qué te ocultas tanto el rostro? ¿Es que eres algún ladrón? Fuera de mi vista si no quieres que te saque a palos; este sector de la ciudad no es para la chusma como tú, ve a los prostíbulos de los barrios bajos. Lárgate que ahuyentarás a mis clientes."

Faramir no contestó y prefirió alejarse del hombre antes de llamar demasiado la atención. Entonces decidió por probar en otro establecimiento calle arriba, habiendo ya ideado un mejor plan.

"Busco a una mujer llamada Meriel." Anunció. "Vengo en nombre de mi señor. Me ha dado lo suficiente para pagar por adelantado antes de llevarla ante su presencia en la ciudadela."

El proxeneta obeso, vestido con una casaca colorida con revuelos exagerados en los bordes que hacía justicia a su mal gusto, le lanzó una mirada similar a la del anterior.

"¿A qué señor te refieres?" preguntó desconfiado. "No luces como el mensajero de ninguno."

"Mi señor desea ser discreto." le dijo en voz baja. "Vengo en nombre de Lord Boromir de Gondor, capitán de la Torre Blanca. Hace dos días Meriel y otras… damas, acudieron al castillo atendiendo la llamada del príncipe Éomer de Rohan. Mi señor quedó encantado con esta mujer en cuestión y desea que ella le sirva otra vez."

"¿Lord Boromir dices?" el proxeneta soltó un bufido divertido – "¿Y a ese desde cuando le interesa la discreción?"

"No me corresponde a mí responder en su nombre, ni a usted entrometerse en sus asuntos." dijo Faramir con calma.

El hombre pareció pensativo. "¿No se te ocurrió la brillante idea de preguntarle a tu señor otra información más que el nombre?"

Faramir se tragó la insolencia y respondió con tono sencillo "Ojos verdes y cabello rojo, rizado. Piel blanca y llena de pegas. Es lo único que sé." – admitió avergonzado. El encargado reflexionó. "Creo saber a quién buscas. En todo caso no me costará averiguarlo." Entonces le lanzó otra mirada desconfiada "Pero quiero ver esa plata primero, no me gusta la pinta que tienes ni que te escondas bajo esa capucha." Faramir desató la bolsita de cuero y le mostró el interior repleto de monedas de plata y discos de oro. Al hombre le brillaron los ojos. "Llévame con ella."


Cuando atravesó el portal de la entrada se encontró con un salón principal bastante acogedor. Las paredes estaban decoradas con ricos tapices de elaborados diseños sinuosos en serie y por toda la estancia habían repartidos cómodos sofás y sillones con sus respectivas mesillas de mármol para las bebidas. El techo era abovedado y sobre este había un fresco que representaba escenas eróticas, pintado con semejante destreza que los ojos de Faramir se demoraron un momento en ello. El ambiente estaba plagado de suaves y exóticos aromas, y notó complacido que por la hora la casa se encontraba prácticamente vacía. Una hermosa mujer de piel morena, con cabello lizo y lustroso se acercó dedicándole a Faramir la primera sonrisa cálida que recibiera en aquel lugar desde que llegara.

"Este hombre busca a una de las tuyas, creo." dijo el proxeneta con tono osco. "Encárgate tú." y sin decir más, para el alivio de Faramir, se marchó.

"¿Cómo puedo servirte?" exclamó la mujer lanzándole una mirada de pies a cabeza, aunque no despectiva, sino más bien curiosa. "¿Es que acaso eres extranjero?"

"No." respondió Faramir, y sintiéndose seguro porque no habían más ojos a la vista, se echó la capucha hacia atrás.

"Oh, por los Dioses…" murmuró la mujer perpleja, aunque recuperando casi de inmediato el semblante de su oficio. "Por favor disculpe mi rudeza, Lord Faramir, pero sus ropas me han confundido."

"No temas que no fuiste la única." le respondió con una sonrisa. "Más bien apreciaría tu completa y absoluta discreción."

"Por supuesto, mi señor, ni lo dude." le guiñó un ojo. "Es la primera vez que nos visita, ¿a qué se debe semejante honor y en tales condiciones?" preguntó vertiendo vino en una copa y tendiéndosela a manera de bienvenida.

"Quiero ver a Meriel, una pelirroja de ojos verdes. ¿La conoces?"

Para su sorpresa, ella le lanzó una mirada cohibida.

"¿Qué fue eso tan malo que la pobre hizo?" soltó, y para el horror de Faramir, casi echándose a llorar. "Fue a la ciudadela hace dos días a petición del príncipe Éomer, y lo último que supe fue que esa misma noche aparecieron aquí dos de la guardia real y la azotaron diez veces."

Faramir sintió un agujero en el estómago.

"Conozco a Meriel desde casi toda mi vida y le suplico que mi señor perdone mis palabras, pero ella es una persona bastante honesta." continuó.

"Te creo." le respondió con la culpa carcomiéndole las entrañas.

"Sígame, por favor." dijo luego de dedicarle una sonrisa retraída. "No ha querido decirme las razones del castigo y no sé qué más hacer para ayudarla. Tampoco quiere ver a nadie…" Subieron por una estrecha escalera de mármol blanco y caminaron por un largo pasillo con muchas habitaciones. A la tercera de la izquierda, la mujer se detuvo y miró a Faramir a los ojos. - No va a hacerle daño, ¿verdad mi señor?

- No. – respondió con voz afectiva – Lamento con el corazón lo que ha sucedido, intentaré ver qué puedo hacer por ella, lo juro por mi honor.

La mujer se despidió con una profunda reverencia y volvió por donde había venido. Faramir se demoró un par de segundos antes de tocar tres veces. Meriel se demoró un poco más en atender.

Cuando la vio, una nueva oleada de culpa lo torturó, al notar la mirada acongojada que la mujer le lanzó.

"Discúlpeme mi señor, pero no esperaba visitas." – murmuró tratando de arreglarse el cabello enmarañado y cediéndole el paso. Y como la excelente actriz que su oficio le había obligado a ser desde la niñez, Meriel exclamó con una bien lograda malicia – "¿Qué clase de vestimentas son esas para el hijo del Senescal de Gondor? Si no fuera por ese rostro de ensueño suyo, habría pensado que-

"No." - la detuvo Faramir con gentileza. "Escuché lo que pasó…" comenzó avergonzado. El rostro de Meriel se ensombreció, pero no dijo nada, en vez le dio la espalda y se dirigió hacia la mesilla donde reposaban una botella de vino medio llena y una copa. Tomó un largo trago. Faramir notó que llevaba la espalda vendada bajo el vestido.

"Sé que mis disculpas valen poco… o nada." continuó "Pero creo que te debo una explicación…" - su corazón se golpeaba desenfrenado contra su pecho. "Sé que quien te hizo esto fue mi padre y ante esa certeza no hay manera de exigir justicia, salvo darte una recompensa personal." Tomó un largo trago de su propia copa. "He venido a pagarte por las penas en oro y en honestidad."

Pero Meriel alzó la mano "No es necesario, mi señor." dijo con dignidad "El mundo de los nobles siempre ha sido completamente ajeno al nuestro, y lo que sucede dentro de esas inmensas moradas de piedra y oro que tienen por castillos no es de mi incumbencia ni la de los míos. Sea lo que sea que haya llevado al Senescal a hacerme esto puede guardárselo, es más seguro para mí."

Faramir se sintió lastimado, pero trató de mantener la calma. Por vez primera en toda su vida, estaba dispuesto a compartir aunque fuere solo un poco de sus propias pesadillas con alguien que estaba seguro las comprendería, pero ella no quería escuchar nada al respecto. Y no es que la culpara.

Meriel notó la zozobra en sus ojos y se acercó para tomarle las manos. "Sé que usted esconde mucho dolor," le dijo con ternura, "su mirada está plagada de eso. Hasta hace poco creía que ustedes la tenían infinitamente más fácil que nosotros, pero a lo mejor no es siempre el caso. A lo mejor la felicidad no se limita al peso de nuestros bolsillos…" reflexionó soltando un suspiro resignado. "Al menos usted es prueba de ello."

Faramir no supo que decir por unos instantes y se limitó a mirarla. Al preguntarse cuanta historia habría detrás de sus ojos verdes tan parecidos a los suyos, sintió compasión por ella.

"Los guardias… ¿te dijeron algo?"

"Solo que tuviera cuidado donde metía las narices y que la próxima vez Lord Denethor no sería tan piadoso conmigo… en palabras todavía menos elegantes, por supuesto. Y en realidad estoy dispuesta a seguir el consejo." - le soltó las manos y regresó con su copa a sentarse en la cama "Creo que Lord Faramir debería hacer lo mismo, por el bien de cualquier inocente que se cruce por su camino."

Faramir sintió como si aquellas palabras se hubieran transformado en un puño cerrado y chocado inclementes contra su rostro. Hago menos daño estando solo, eso siempre lo he sabido.

Pero entonces Meriel le dedicó una expresión juguetona. "Será mejor que le digas eso de mi parte a tu señor, mensajero." guiñó un ojo ante la perpleja mirada de Faramir. "Si mi servicio es lo que Lord Faramir busca, dile que declino su invitación con mucha pena y resignación, y que asumo las consecuencias de mi negativa. Mientras tanto, tú, por haber hecho el viaje hasta aquí en vano, te ofrezco unas horas de diversión antes de que vuelvas."

Faramir sonrió con agradecimiento. Tuvo el impulso de abrazarla, pero se contuvo.

"¿Cómo sabes que soy un mensajero?" replicó siguiendo el juego y recordando que él mismo había usado esa identidad momentos antes.

"Lo deduje." respondió astuta "Tienes aspecto de hacer mucho esfuerzo físico y comer bien, así que lo más seguro es que no seas un simple criado, quizás eres también soldado y en tus tiempos libres te dedicas a otras tareas menos honorables sirviendo a tus señores. Lo que no es normal en ti es tener esa cara tan bonita, llamarías mucho la atención si saliéramos ahora, me temo. Aunque veo que tú ya pensaste en una solución rápida."

Faramir se puso la capucha. "Puede que llame la atención de igual manera, pero será por otras razones más burdas que puedo tolerar." le respondió entre risas.

"Bien, parece que tenemos todo cubierto por ahora. Ah, pero no nos olvidemos de lo imprescindible, a menos que quieras que se refieran a ti tan solo como "mensajero", lo cual déjame decirte que sería bastante extraño e innecesario."

"¿Qué tal Ewan?" propuso recordando el personaje de un viejo poema.

"Bien Ewan," dijo ofreciéndole su mano, la que Faramir tomó con gracia "permíteme guiarte a nuestro siguiente destino."

"Encantado." respondió con una sonrisa maliciosa, una que no recordaba haber usado antes.

Cuando bajaron por las escaleras y se encontraron con la dueña del burdel, Meriel exclamó mucho más animada "Nos vamos con mi buen amigo Ewan a buscarle un poco de diversión."

La mujer le lanzó una mirada de agradecimiento a Faramir, la que este se apresuró a corresponder.


Por la calle no sufrieron mayor percance, aunque Faramir no conseguía relajarse del todo. Temía que alguien le reconociera y fuera Meriel la que sufriera por su culpa, sin embargo, la mujer parecía completamente decidida a lo que tenía en mente y Faramir trató de llenarse a sí mismo de ese positivismo.

Entraron en un local que tenía los alfeizares y el marco de la puerta cubiertos con un fino lino azul, en contraste con varios a su alrededor que eran rojos. Faramir dedujo que anunciaban el servicio que se ofrecía. Cuando entraron, se encontró con otro salón del mismo tamaño que el anterior, bellamente decorado. Las paredes estaban cubiertas de majestuosos tapices, y donde se mantenía desnuda brillaba un acogedor azul aterciopelado en armonía con el plateado de sus columnas y desniveles. Faramir admiró las variadas piezas de arte que habían ahí, muchas de ellas extranjeras, reconoció, quizás regalos que visitantes dejaban a nombre del buen servicio que habían recibido. Por la hora, el local también estaba casi vacío, a excepción de algunos hombres que descansaban sobre los sillones, y a los que Faramir no prestó mucha atención por miedo a que se fijaran demasiado en él.

No pasaron sino unos segundos antes de que el dueño los notara y se acercara. Faramir reconoció que era bastante atractivo. Su cabello negro caía ondulado hasta la altura de su pecho, y tenía ojos destellantes y muy grises. Iba vestido con elegancia en una túnica celeste con bordados sinuosos, abierta del pecho. Faramir no pudo contener la mirada que se le perdía entre la piel descubierta del anfitrión.

"Bienvenidos." saludó con cortesía. "Querida Meriel, amada mía, ¿qué te trae por aquí y en semejante compañía?" el hombre miró con interés a Faramir, que se las arreglaba por mantener su rostro mediamente oculto.

"Zadnar, adorado amigo, te traigo un nuevo cliente, Ewan de la ciudadela." le presentó y ambos hombres se saludaron estrechando las manos. Faramir sintió un pequeño cosquilleo en algún lugar. Lo atribuyó al nerviosismo casi demente que sentía.

"Es su primera vez." – le confió Meriel con expresión maliciosa. "Trátamelo bien, te lo suplico." Faramir enrojeció como un tomate.

"No temas que está en las mejores manos de la ciudad." dijo guiñándole un ojo directamente a su cliente.

"Oh, eso lo sé muy bien." - respondió Meriel con voz melosa. Para horror de Faramir, ella le dio unas palmaditas en la espalda. "Aquí nos separamos, amigo mío. No temas, que Zadnar y su gente son expertos de primera categoría, saldrás de aquí entonando canciones de amor, te lo aseguro." dijo soltando una carcajada divertida. Entonces se volvió hacia Zadnar y con una mirada de complicidad, añadió - "Discreción."

El atractivo proxeneta pareció comprender de inmediato, y con una sonrisa astuta y seductiva respondió – "Siempre, Meriel."

Faramir quiso detenerla, pero su amiga se las había arreglado para escabullirse con una rapidez asombrosa; entonces Zadnar llamó su atención - "Vamos a una habitación más privada, Ewan, así podemos discutir mejor tus términos." El hombre le cedió el paso y Faramir, sintiéndose de piedra, caminó escaleras arriba. Llegados al segundo piso, Zadnar se adelantó y abrió una de las puertas de roble. "Después de ti." le invitó con voz cálida y demasiado encantadora.

La habitación estaba bellamente iluminada por velas dispuestas en toda la estancia. Tanto las paredes como las sábanas extendidas sobre el enorme lecho eran rojas como el vino, y la hermosa alfombra que cubría la estancia era negra como alas de cuervo. Además de la cama había sillones y bancos acolchonados, algunos aislados y otros dispuestos en círculos rodeando una fina mesa de mármol que contenía vino para todos los gustos. También había una pequeña piscina a un extremo de la sala, donde visiblemente no cabían más de tres personas.

"¿Es de tu agrado?" inquirió Zadnar lanzándole una sonrisa ladeada, y fue la primera vez que Faramir se preguntó cómo sería en realidad aquel hombre tan irresistiblemente seductor fuera de servicio.

"Sí, lo es." murmuró.

"Hay muchos tipos de habitación, esta es de las clásicas, perfecta para primeras experiencias. Por favor siéntate, te serviré un poco de vino."

Faramir se sentó en uno de los sillones que rodeaban la mesa donde Zadnar preparaba la bebida. "Puedes quitarte la capa cuando te sientas cómodo." le invitó. "No hay nada de qué preocuparse, las habitaciones de las casas de placer son los lugares más privados de toda Gondor." Faramir tomó una larga inhalación silenciosa, y entonces dejó caer la capa. Para cuando Zadnar se volteó con la copa, notó como sus ojos se abrían en una expresión de sorpresa, mientras su boca esbozaba una sonrisa de deleite.

"Discreción." Le recordó Faramir sintiéndose un poco incómodo y avergonzado.

"Siempre, mi señor, es parte de mi trabajo." dijo visiblemente complacido.

"No es necesaria tanta formalidad, puedes dirigirte a mí como lo hacías antes."

"Un honor." respondió haciendo una leve reverencia. "Ahora volvamos al tema que nos acomete. ¿Tienes alguna idea de lo que buscas?" dijo tendiéndole la copa. Faramir no supo si fue a propósito o no, pero sintió sus largos dedos rozando los suyos en el acto, lo que le devolvió el hormigueo en el estómago que se extendía hasta su entrepierna.

"No lo sé, para ser honesto." sintió como la cara le ardía.

"Bien, podría mostrarte algunas opciones, algo con qué comenzar."

Faramir guardó silencio y lo miró directamente. Zadnar tenía un rostro muy fino aunque con rasgos bastante masculinos. Llevaba una barba oscura delicadamente recortada y perfumada, que rodeaba con gracia sus carnosos labios que al estirarse en una sonrisa formaban arrugas de expresión en las esquinas de los ojos y unos encantadores hoyuelos en las mejillas. Los ojos de Faramir se desviaron hasta las manos blancas y de dedos largos, en perfecto estado, entrelazadas con gracia mientras sujetaban su copa.

"¿Y si te quiero a ti?" – murmuró al tiempo que devolvía sus ojos hacia los de Zadnar, descubriendo un brillo evidente de deseo.

"Entonces me tendrás a mí." respondió casi en susurros mientras se sentaba a su lado, tan cerca que sus piernas se tocaban. "Normalmente no formo parte de la mercancía," dijo entre risitas "tengo ese privilegio al ser dueño del establecimiento. Pero…" la hábil mano del hombre se posó en el cinturón de Faramir y trepó hacia arriba, jugueteando. "sería un necio y un idiota si no aprovechara esta oportunidad de oro." dijo acercándose a sus orejas hasta que sus labios las rozaron. Hacía unos días Meriel había hecho lo mismo, pero no había conseguido la menor reacción de su parte. Por el contrario, con aquel hombre tan seductor, Faramir sintió como su cuerpo se devolvía a la vida y se dejaba envolver por los placeres de la carne, lentamente, pero con una seguridad abrumadora. "Deberé besar a Meriel y encomendarla de por vida a la bendición de los Valar por semejante obsequio." añadió entonces Zadnar mientras se arrodillaba y comenzaba a despojar a su cliente de las botas gastadas. Faramir lo observó desde su posición y aunque se sentía irresistiblemente nervioso, se descubrió feliz de encontrarse ahí en su compañía. De alguna manera, sus pesares eran solo bruma en aquel momento, bruma que consiguió apartar de su mente sin muchos problemas.

"Eres muy bello." dijo Zadnar sensual mientras volvía a sentarse a su lado, aún más cerca de lo que estaba. "Siempre te he admirado. Verte cabalgar por la ciudad con tus finas ropas de señor o envuelto en una resplandeciente armadura de guerra siempre fue causa de gran placer para mí." Acarició el pecho de Faramir – "Tienes belleza elfica, y por lo que he podido notar hasta ahora, un corazón de iguales cualidades."

"¿Acostumbras a llenar de cumplidos a tus clientes?" respondió Faramir con una sonrisa maliciosa que hizo resplandecer aún más los cálidos ojos de su interlocutor.

"Admito que así es como me gano el pan." – sus manos aterrizaron sobre el cinturón y comenzaron a desabrocharlo con una lentitud que hacía a Faramir sentirse deliciosamente ansioso. "Pero mis palabras podría confirmarlas cualquiera. Aunque no lo creas viniendo de alguien con mi reputación, eres bastante popular en la ciudad. Tenía la idea de que estabas prometido a alguien más, quizás alguna hermosa doncella virgen de tierras lejanas…" el cinturón cayó sobre la alfombra y las manos de Zadnar acariciaron con suavidad el rostro de Faramir a pocos palmos de distancia del suyo. "a la que le escribes bellas canciones y poemas de amor… a quien le atribuyes todas tus victorias…" sus dígitos tocaron los labios rosados del capitán y ahí se demoraron, grabando y disfrutando del contacto.

"Existe alguien, sí." respondió sintiéndose osado y seguro en presencia del hombre que acababa de conocer. "Pero no es ninguna doncella y mucho menos virgen." soltó un bufido divertido pensando en Boromir. Aunque eso sí se aseguró de guardárselo.

"Basta, harás que sienta celos." Respondió Zadnar con malicia. "Mejor concentrémonos en lo nuestro. Ahora soy yo quien ocupa tus pensamientos y el que te abrirá las puertas al amor como nunca lo has sentido antes."

Faramir se entregó a sus brazos. Zadnar le tocó el cuello mientras que con la otra mano se demoró recorriéndole el rostro, lentamente encaminando sus labios hasta los de él. Lo alcanzó primero en suaves roces que le provocaron pequeñas y placenteras descargas eléctricas por todo su cuerpo mientras la mano de Zadnar descendía hasta acariciar su pecho otra vez con suave firmeza sobre su casaca. Los labios de los dos hombres se movían apretándose entre sí rítmicamente, revelándose ante el otro, recorriéndose por primera vez. Aquel toque era distinto, pensaba Faramir, distinto a la crueldad de Denethor, distinto a ese embriagado de amor que había compartido con Boromir en los Jardines de Minas Tirith; en este reinaba una poderosa lujuria recíproca, sin ningún otro lazo que el más puro deseo de las carnes. Zadnar le quitó la casaca y la arrojó lejos antes de volver a sumirse en el beso que esta vez iba desviándose a otro más hambriento. En este punto, las lenguas se encontraron, cálidamente húmedas, envueltas en caricias que buscaban recibir más de la otra. "Tócame…" susurró Zadnar con voz áspera atrayendo la mano de Faramir, que hasta entonces había permanecido tímidamente sobre el sillón, hasta la porción de su pecho desnudo.

Aquello le hizo sentir una placentera punzada de placer en la entrepierna mientras recorría la piel de su amante con las yemas de sus dedos, inevitablemente dirigiéndolos hasta sus pezones ya duros para acariciarlos en movimientos circulares. Zadnar soltó un pequeño gemido entre besos. Sentía los dedos fuertes del guerrero sobre su piel y de repente deseó estar completamente desnudo entre los poderosos brazos del capitán de Ithilien. Con eso en mente, Zadnar se separó con delicadeza y se incorporó delante de Faramir, quien tuvo que luchar por no atraer hacia sí aquel rostro plagado de lujuria desenfrenada.

Entonces comenzó a desatarse el cinturón de su estrecha cintura mientras movía las caderas lentamente, sin despegar los ojos de la maravillosa mirada azul fija sobre él. Se descubrió los hombros, que aunque no mostraban la robustez característica de un soldado, eran perfectamente definidos, y su condición le añadía una delicadeza tan particular que no tardó en hipnotizar a Faramir. Su piel blanca brillaba a la luz de las velas por la fina capa de aceite aromatizado que la envolvía. Zadnar arqueó una ceja y le lanzó una mirada lasciva con aquellos ojos grises centellantes suyos, que aunque compartían el mismo color que los de su padre, no había si quiera una pizca de similitud en ellos, lo mismo hubiera dado que fueran verdes, oscuros o azules como los del propio Faramir. Sus manos hicieron presión sobre las ropas que se sostenía sobre sus caderas, y arrastrando hasta los pantalones, las deslizó por sus largas piernas, haciéndolas a un lado con los pies tan desnudos como el resto de su cuerpo.

Faramir contuvo el aliento mientras sus ojos descendían irremediablemente hasta su erección.

Zadnar se acercó separando las piernas y sentándose sobre sus muslos. Volvieron a sumirse en otro beso esta vez desesperado, sedientos de placeres que sabían solo encontrarían entre sí. Faramir encerró el miembro de su amante entre sus dedos y se perdió en el deleite que le producía la calidez emanando de él acompañada por aquellas mismas pulsaciones que sentía entre sus propias piernas. Zadnar se apresuró a quitarle la ligera camisa de algodón y descubrió un amplio pecho definido por años de esfuerzo físico y también cubierto de numerosas marcas de batalla… y otras más. Zadnar frunció ligeramente el entrecejo pero no mencionó nada ni permitió que Faramir advirtiera su… ¿descubrimiento? Tal vez no fuera tan versado sobre heridas de guerra, pero aquellas hechas por la violencia sexual las conocía demasiado bien. Sin embargo, lo apartó de sus pensamientos y se concentró en el momento.

Recordó con placer todas las veces en las que había apreciado al capitán de Ithilien entre la multitud a orillas de la calzada, completamente invisible a los ojos del hermoso señor que cabalgaba sobre su enorme corcel, flaqueado por su respetable compañía de soldados. Sé había preguntado en varias oportunidades lo que se sentiría ser como él, de alta cuna, viviendo en la cúspide de la pirámide de poder de Gondor, dueño de una afamada belleza y de una destreza como soldado de iguales dimensiones. Muchas veces había sentido el impulso de acercarse a él cuando, a diferencia de su arrogante hermano mayor, se detenía en medio de la calzada a intercambiar palabras con la gente común y aceptar amuletos de buena suerte antes de marchar a una misión, pero ¿qué podría decirle un muchacho nacido y criado en los burdeles de la ciudad a un hombre como aquel?

Y sin embargo ahí estaban tan repentinamente, compartiendo la lujuria de los cuerpos, tan cerca como jamás hubiera podido si quiera imaginar que sucedería. Soltó una risita juguetona ante la ocurrencia mientras que con su lengua le lamía el cuello y las orejas, logrando hacerle estremecer y lanzar pequeños gemidos incontenibles. De inmediato Zadnar supo que se había vuelto adicto a sus sonidos. Le prestó atención a la marcada clavícula donde sus labios se cerraron y su lengua jugueteó enérgicamente, recorriendo con las yemas de sus dedos las cicatrices que se desplegaban por el torso. – Mi exquisito guerrero… - murmuró embriagado, teniendo un cuidado especial no obstante, en no perturbar el brazo izquierdo que llevaba vendado. – Quiero sentir cada fibra de tu cuerpo en mis labios, entre mis brazos, contra el toque de mis dedos… quiero hacerte mío ahora como si fueran un millón de noches… - su cálida lengua le recorrió el pecho hasta aterrizar en uno de sus pezones rosados y duros de excitación, recompensándolos con pequeños mordiscos que consiguieron que Faramir gimiera de nuevo y prensara sus largos dedos entre su cabello negro. Zadnar llevó sus manos hacia los pantalones que seguían molestamente en su sitio, y con un rápido movimiento, los desabrochó. Fue la primera vez que notó como Faramir se contenía, con la incomodidad aflorando con rapidez y tensando su postura.

- Todo está bien, dulce mío… - le susurró al oído – Déjame darte el placer que mereces… todo está bien… - repitió mientras se acuclillaba y le despojaba lentamente de sus pantalones. Para su gozo, la erección saltó a la vista, dura y húmeda, demandando atención. De nuevo volvió a notar aquellos rastros de violencia que se aglutinaban especialmente entre sus piernas, pero trató de ignorarlas, por la comodidad de su amante. ¿Quién ha podido hacerle semejante cosa a un cuerpo como este? Las miradas se cruzaron por unos instantes, y para el horror de Zadnar, en los ojos de Faramir se asomó una expresión de disculpa. Sabe que lo he notado. Completamente determinado a recuperar el ritmo y a hacer de aquella una experiencia memorable para su amante, Zadnar atrajo de la mesa un frasco de vidrio oscuro con forma de gota; a continuación lanzándole aquella mirada juguetona que parecía ser bastante característica en él.

"¿Qué es?"

"Shhh, sólo siente…"

Los hábiles dedos de Zadnar empapados del perfumado aceite se deslizaron por su vientre y encajes en circulares movimientos profundos. De inmediato Faramir sintió como un calor sensual se extendía por la zona, dejándola más sensible al tacto. Zadnar continuó masajeando, hasta que sus dedos alcanzaron la erección, donde con dos dígitos húmedos, se alzó hacia arriba hasta alcanzar la punta, entonces sus dedos se cerraron y descendieron apretados alrededor del palpitante músculo. Faramir tembló.

"Dioses…" - gimió sintiendo como las sensaciones explotaban en su miembro y se desperdigaban como arena contra el viento por todo su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos entregándose a las fascinantes sacudidas, tan placenteras como jamás lo creyó posible, cuando todo lo que había conocido del sexo era dolor.

Zadnar lo masturbó con destreza, empapándose a sí mismo de los dulces sonidos excitados que su amante soltaba ante cada caricia. Él es peligroso para mí, para mi corazón. Reparó observándolo con ojos hambrientos mientras le daba placer. Pero es la clase de belleza de la que soy un asiduo incondicional. De la que me sabe a placer y a sufrimiento. Él es la personificación de eso y más.

Cuando supo que Faramir había alcanzado casi su límite, se detuvo. Le ofreció una mano que fue tomada sin dudas y lo arrastró hasta el lecho, donde se sentaron a orillas de la cama de plumas. Faramir supo lo que iba a pasar a continuación y por primera vez tuvo miedo. Zadnar, como el hombre experto que era en su oficio, lo notó en seguida.

"No está en mí obligarte a hacer nada de lo que no te sientas listo, dulce mío…" - le dijo entre caricias. "Seré yo que el que yacerá bajo tu cuerpo esta vez y todas las que tu deseo precise menester."

"No quiero lastimarte."

Los recuerdos fueron inevitables. ¿Cómo algo así no iba a ser doloroso? No podía imaginarse que algún tipo de placer derivara de todo aquello y difícilmente se veía a sí mismo consiguiéndolo.

"Oh, no lo harás." Zadnar alzó una ceja y lo miró lleno de lujuria. "Te quiero dentro de mí como jamás lo he deseado de nadie más… eres bienvenido."

Llenó la mano de Faramir con el aceite. "Prepárame…" le susurró mientras se sentaba en sus muslos con las rodillas sostenidas sobre la cama. Lentamente y sin apartar la mirada de los acogedores ojos azules, Zadnar dirigió dos de los dedos hasta su abertura. "Aquí…"

Con un cuidado extremo, Faramir los apretó levemente, pero Zadnar le dio seguridad presionando su cuerpo hacia abajo. El joven lord se impresionó de lo fácil que entraron sin aquella dolorosa sequedad a la que estaba acostumbrado. Un poderoso estremecimiento sacudió el cuerpo de Zadnar. "Eso es, dulce mío… ahora muévelos… encuentra el ritmo… hmmm sí… eso… así… ¡oh!... ahora ve con el tercero, no tengas miedo… oh maldición, sí… eso es, más rápido…"

Aquella era toda una revelación maravillosa para Faramir. Él, que jamás había tenido más experiencia que la que era obligado a obtener de su padre, no había estado si quiera seguro que otros hombres lo hicieran de esta forma entre ellos, de hecho, no había reparado en lo tristemente ignorante que era del tema hasta ahora, mientras observaba deleitado al hombre que temblaba sobre sus dedos. Se encontró preguntándose cómo se sentiría…

"Estoy listo…" murmuró Zadnar desesperado mientras volvía a llenar el pene de Faramir con aceite, y sin mayor preámbulo se posicionó para quedar presionado contra su entrada. "Ven por mí, mi guerrero dorado…"

Cualquier duda que hubiera tenido instantes antes le abandonó en seguida y sujetándole con firmeza de la cintura, Faramir hundió el cuerpo de su amante sobre su entrepierna y ambos soltaron suspiros ahogados cuando el calor abrumador los ahogó en una marea de placeres arrolladores. Zadnar entrelazó sus dedos entre las hebras de oro, restregándolas contra su rostro, aspirando su aroma, grabándolas en la memoria mientras Faramir lo tomaba, con un brazo bajo sus glúteos para controlar los movimientos y el otro aferrado a la espalda de su amante, con una intimidad tan poderosa que Zadnar deseó con el alma ser ese que le había robado el corazón al hombre dorado, para que así jamás se le escapara de las manos.

Cambiaron de postura. Zadnar se tendió sobre la cama con las piernas abiertas, recibiendo con gozo al hombre sobre sí que volvió a estar dentro de su cuerpo en embestidas profundas y plagadas de lujuria. Llevó sus ojos hasta los de él y descubrió que lo miraba con sus ojos azules envueltos en una expresión que le dejó sin aliento, mientras sentía como su sudor salpicaba su cuerpo y los movimientos hacían danzar su cabello de oro con una soltura rítmica.

Faramir no supo en qué momento su mente se trasladó a otro rostro, que ahora parecía tan lejano, pero que estaba siempre presente. Cerró los ojos sabiendo que se encontraba cerca del clímax y se permitió embargarse en el recuerdo. Sus afilados ojos azules aparecieron en su memoria, esclareciendo entonces sus facciones felinas y tan plagadas de la seguridad autosuficiente que tanto lo maravillaba… sus cabellos dorados como los suyos le siguieron, y se imaginó compartiendo el calor de las carnes con ese a quien amaba y deseaba más que cualquier otra cosa del mundo, escuchando sus gemidos de placer inundando sus oídos y erizándole la piel, con su rostro vuelto hacia él, cubierto en una expresión de erotismo puro…

El orgasmo llegó en una poderosa embestida de placer casi tortuoso, que afloró en su entrepierna y se extendió como un torbellino fugaz, con una sacudida en la espina tal que le obligó a arquearla, mientras escuchaba el grito ahogado seguido de fuertes espasmos provenientes de su amante tendido bajo su cuerpo, que anunciaban que él también había alcanzado el clímax.

Faramir no estuvo seguro si había pronunciado el nombre de su hermano entre pensamientos o en voz alta, pero en aquel momento no pudo siquiera continuar sosteniéndose de sus brazos, por lo que la perspectiva no le importó. Se dejó caer sobre el cuerpo húmedo de sudor y eyaculaciones, y por la forma tan cálida en que este lo recibió entre sus brazos, Faramir supo que la evocación a Boromir se había quedado dentro de su cabeza.


Por el espacio visible del mundo exterior que las cortinas de lino dejaban sobre las ventanas, Faramir se dio cuenta que ya había caído la tarde hacía rato. Zadnar y él continuaban tendidos sobre el lecho, ahora tan cálido y acogedor por la cercanía de los cuerpos exhaustos y sumidos en una especie de letargo; pero Faramir supo que tenía que romper con la ilusión de una vez por todas y regresar antes de que alguien le echara de menos. No necesitaba alimentar ninguna sospecha tan pronto.

"Tengo que irme…" le susurró con dulzura mientras tomaba la mano que reposaba sobre su pecho y le besaba el reverso. "No consigo encontrar palabras que valgan para agradecerte este momento. Ha sido una experiencia que la guardaré con afecto en mi corazón, Zadnar. Contigo he descubierto mucho… has sido un compañero excepcional."

"De ti solo necesito escuchar una cosa en agradecimiento, dulce mío, y espero de corazón que cuando lo digas seas sincero. ¿Volveré a verte?"

Faramir pasó un brazo por los hombros de Zadnar y lo sostuvo cerca.

"Sospecho que tú eres el refugio que buscaba, el lugar indicado donde lavarme las heridas y olvidarlas, aunque sea un instante. Por supuesto que volveré."

Tan experimentado como era en aquellos asuntos, Zadnar sabía que Faramir cargaba con tipo del mal, ese mismo que nublaba sus ojos y oscurecía su semblante; sin embargo, se abstuvo de hacer preguntas. Si Faramir necesitaba un refugio, era exactamente eso en lo que planeaba convertirse.

Salió de la cama en busca de su ropa y comenzó a vestirse. Cuando Zadnar se le unió, Faramir se acercó y le tendió la bolsita con monedas de plata y algunas de oro. Zadnar negó con la cabeza. "Considéralo un acto de buena voluntad de mi parte." le dijo apartando su mano con delicadeza. "Lo dije antes, como dueño del establecimiento, ya no formo parte de la mercancía. Si hoy yací contigo, es porque fue mi deseo."


Cuando Faramir bajó por la escalera ya convertido en Ewan, se detuvo al pie y observó a su alrededor con fascinación. El burdel había recobrado vida con la caída del sol. Repartidos por todo el establecimiento, había personas desnudas y semi vestidas yaciendo sobre elegantes cojines bordados en el suelo, sobre los sillones o reunidos alrededor de la hoguera, escuchando a un hombre recitar un poema. El ambiente estaba impregnado de un dulce aroma exótico y el fuego se reflejaba cálido sobre los cuerpos de todos aquellos que disfrutaban de la acogedora velada sin inhibiciones.

Zadnar le posó una mano en el hombro. – Tal vez quieras quedarte un momento. Hay mucho para distraerse aquí, nos visitan un sinfín de personas talentosas e interesantes que le ponen el toque artístico a la noche.

Faramir hizo una mueca. – Me gustaría, sí, pero no puedo. Debo regresar. Mi… familia espera por mí.

- Claro, será en otra oportunidad entonces, mi querido Ewan. – respondió Zadnar con una sonrisa cálida y seductora, tan ensayada por los años.

Faramir caminó en dirección a la salida sin mirar demasiado a su alrededor y cuando estuvo fuera con el frío viento de la noche levantando su capa y amenazando con echar la capucha hacia atrás, miró en dirección a la ciudadela, que se levantaba imponente en la cumbre de la ciudad, lúgubre e inmisericorde, una mole de piedra que la penumbra del mundo había hecho negra…

Mi hogar. – pensó con zozobra caminando a su dirección.