DISCLAIMER: Ni Bleach ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de Tite-Baka-Troll-sama Kubo, menos el fic, que fue creado por esta cabeza que pronto necesitará terapia XD.
Veinticinco millones de años después vengo a dejar el final. ._. No me quieran matar, dejo los agradecimientos al final. Espero que les guste. :D
Cinco minutos más para nosotros
3. Para ti y para mí
Hay días para quedarse a mirar,
Hay días en que hay poco para ver,
Hay días sospechosamente light,
Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren…
El tic-tac del reloj era constante. Hasta que una flecha de reiatsu lo atravesó y éste cayó al suelo, chispeando.
Ese era un buen día, debía admitirlo. Y ya era raro que él admitiese estar a gusto con el día, igual de raro era que haya atravesado su reloj por sentir molestia. Algo raro pasaba o pasaría y pensó en ello toda la maldita mañana que estuvo en la oficina, al igual que la tarde y la noche, momento en que decidió ir a su humilde mansión a descansar.
Pues llegado el final del día, en vez de firmar con su nombre las recetas médicas, escribía 'raro' y los pacientes se le quedaban alzando una ceja extrañados.
Fue cuando abrió la puerta de su bella morada que una sirvienta lo recibió, pero no estaba sola y se lo hizo saber, por más que haya quedado claro desde entrar. Ahí la copia de sus ojos, abrazando un oso celeste, frunciendo el entrecejo y reacomodando, en un gesto que se le hizo muy conocido, los lentes sobre el puente de su pequeña y respingada nariz.
La nariz no Ishida, porque era lo único que no había sacado de la rama del apellido, razones que lo llevaban a acomodar sus lentes por segunda vez. '¡Ja!' indiscutiblemente, pensó su inconsciente, siendo escuchado por su consciente 'No es nariz para sostener lentes'.
—Hola.
—Hola —saludó el pequeño y ésta vez reacomodó un mechón salvaje de cabello tras su oreja. Aprisionó más el oso a su pecho, sin despegar la inocente y, tentativamente de decir molesta, mirada de aquel hombre.
Sí, aquel hombre que lo miraba de igual forma y por lo que no sentía absoluto temor o algo, como le decía su madre que sentía ante la misma.
—¿Qué haces aquí? —indagó Ryuuken, enmarcando una ceja, pasando por completo al pequeño, logrando que éste trastabillara para moverse de su camino, en dirección a su cómodo sofá, donde plantó su bello cuerpo Quincy ante la copia de su mirada.
—Papá me dejó —respondió, como buen niño serio que era, volviendo a acomodar sus lentes redondeados —. Dijo que te dijera responsabilidad.
La misma sirvienta de antes se acercó, dejando una bandeja sobre la mesa ratona frente al sofá donde estaba. Volvió su mirada al niño y todavía se sorprendía de que no le tuviese miedo o comenzase a hablar tartamudeando cada vez lo veía, que no se inmutara, que no le tuviera respeto mínimo. Le recordaba demasiado a sí mismo y era frustrante.
—¿A qué te refieres con responsabilidad? —tomó la taza de porcelana entre sus pálidas manos, siguiendo de reojo el camino que las piernas del niño siguieron hasta sentarse a su lado.
Fijo momento en que sintió una increíble incomodidad, como cuando Uryu era pequeño y le preguntó de dónde venían los bebés, si de un repollo o del espacio exterior y él lo mandó sin pensárselo con su madre, a que ella le respondiese.
—Dijo que te dijera que yo era tu responsabilidad —recalcó, a voz pausada para no equivocarse, alejándose unos centímetros del hombre cuando, de la nada, comenzó a toser con fuerza al haberse ahogado con el té. Alzó una ceja, que Ryuuken admiró y recalcó como otro gesto muy Ishida.
—Kirei, ¿dónde están tus padres? —preguntó, con la servilleta sobre su boca. Fijó más atento la mirada en el susodicho, que balanceó entretenido sus piernas, hacia delante y hacia atrás, haciéndole notar que llevaba puesto el piyama, estando listo para ir a la cama. Seguramente obra de su sirvienta, que completamente enternecida por el pequeño, lo vistió y mandó a esperar su llegada.
Ishida Kirei. Un Ishida muy Ishida, que no nació con cabello naranja de su madre, que al mirarlo sintió un poco de orgullo pero a la vez algo removiéndose en su muy interno interior. Pocas veces había tenido contacto con él, con su nieto, que en ese momento tenía cuatro años. Eso lo sabía, fue invitado a la fiesta organizada por Orihime, a la que se dignó a faltar.
—Mamá dijo que le dolía algo y nos fuimos, pero entonces papá dijo 'No podemos llevarlo, ¿estará Kurosaki en casa?' —El de cabellos grises enarcó nuevamente una ceja ante la explicación, dispuesto a replicar muchas cosas, pero le dejó terminar—. Entonces mamá dijo que no, porque el señor Kurosaki y su esposa tienen a Raye y a un bebé que era muy chiquito y yo podría estorbarles —A través del cristal de los lentes, le fue dedicada una mirada extraña para un niño de su edad—. Entonces te ofreció y papá replicó, pero al final me dejaron en la puerta con la señora —y señaló en un gesto con la cabeza por donde había desaparecido la mujer anterior.
Sin dudarlo, era resentimiento. Él tampoco quería estar bajo su cuidado. Y eso le apreció raro, ni extraño ni fuera de lugar, raro, muy raro, como su repentina crisis de edad al enterarse que su único hijo tenía por novia a Inoue Orihime y que habían engendrado un hijo de forma irresponsable a los diecinueve años, de eso, justamente, cuatro años y un par de meses.
—Papá entonces dijo; 'dile a Ryuuken que eres su responsabilidad por esta noche' y se fueron —Se encogió de hombros, restándole importancia y admiró por un momento el oso de peluche, fuera de toda concentración.
Su abuelo llevó una mano a su quijada para pensar, pareciendo en verdad un abuelo, algo joven y sin barba, pero era un gesto que parecía de ancianos. Él lo notó y lo hizo a un lado. Observó nuevamente al ser viviente junto a su persona, quien, cuando despertó del trance que representaba su oso, se encontraba siendo arrojado a un cuarto desconocido, muy desordenado y con una cama enorme que no era la suya.
—Esta era la habitación de tu padre, que descanses —alegó, cerrando la puerta de un golpe seco y dejando a completas oscuras al infante. Se replicó aquello y un constante 'toc-toc', en la puerta que acababa de azotar, le hizo voltear y abrir la misma. Los ojos azules del infante le miraban con pura intriga.
—No quiero dormir todavía —reclamó, todavía con sus lentes, su oso y ese piyama azul que le hacía ver más tierno de lo que alguna vez, sus sirvientas, parecieron ver.
—¿Qué quieres entonces? Son las… —ojeó el reloj en medio del pasillo—, son las ocho, hora de dormir…
—Sí, para los bebés que duermen todo el día.
Abrió sus ojos con sorpresa y le miró. Kirei cruzaba sus brazos frente a su pecho, sosteniendo bien apretado el oso. Se preguntó desde cuándo llevaba aquello y porqué no lo soltaba. No era un gesto Ishida, para nada, era tiernamente Inoue. O de cualquiera que fuera que lo sacó, ni él ni su hijo se aferraron de tal manera a un juguete. Ni ninguno le respondió jamás así a una persona mayor a sí mismos.
¡Las generaciones nuevas se iban por el tuvo cada vez más!
Sabía que ese día tendría algo raro, pero nunca pensó que se encontraría a su nieto en el hall de entrada, mirándolo con aquella resignación y molestia, ¡vamos! Que ni los niños a quienes ponía inyecciones dolorosas lo miraban con tanto desafecto.
—Dime, ¿yo te hice algo? —levantó la voz, inevitable. Él pareció no verse afectado.
—No —negó naturalmente y seguidamente suspiró. Le pareció genial. Como si fuera un niño de cuatro años, su misma sangre, quien estuviese lidiando con su propia persona—. Pero eres un amargado.
Uno de los vidrios de los lentes del mayor estalló en mil pedazos, cayendo entre ambos. La mala vibra lo había hecho estallar, como el grito de gloria que dejó salir Uryu al saber que sería padre por primera vez lo hizo, aquella vez, hace cuatro años y unos meses.
Se los quitó, suspirando tranquilamente él ahora.
Se sostenían la mirada con la mayor tensión del universo. Abuelo y nieto, nieto y abuelo. Ambos Ishida, ambos con esa forma de fruncir el entrecejo, ambos con la misma claridad en sus ojos, la misma forma de cara y corte de pelo. Pero con diferente nariz. Eran el extremo del otro, con un peluche en medio siendo asfixiado por los brazos del niño.
No entendía, o más bien sí lo hacía, pero no quería comprender, ¿tan mal abuelo había resultado ser? Bueno, eso se respondió con mucha facilidad. Claro que no era un ejemplo, o no como el prospecto a uno que seguramente ese niño tenía gracias a su sensible hijo y el amor que éste tuvo por su padre.
Kirei sabía que desafiar al hombre no estaba bien. Papá también había dicho que se portase bien, no hablara mucho y que de ser posible acatara todas las órdenes que el sujeto le diera. Pero ese sujeto era su abuelo, el mismo del que todos sus compañeros de prescolar hablaban con admiración, cariño y que para otros no estaban. Él lo tenía, allí estaba, el padre de su padre, su único abuelo, porque su mamá no tenía papás.
¿Por qué tenía que tocarle que sea tan amargado?
Ryuuken bufó, como bien sabía hacerlo y le sorprendió que, de la nada, una mucama apareciera, reverenciando como de costumbre antes de decir a lo que venía.
—Uryu-sama se encuentra al teléfono, quiere hablar con usted.
Así como vino se fue y él regresó su mirada a la del niño—. Acuéstate —ordenó, pero la voz infantil lo interrumpió, haciéndole rabiar.
—No.
—Haz lo que quieras.
No tenía tiempo para eso. Se encaminó por el pasillo a la sala, sintiendo los pequeños y apurados pasos detrás de sí. Quiso aguar el recuerdo que le provocó, que lo llenó por el momento de muchas sonrisas que ya no quería recordar.
Tomó el tubo del teléfono, llevándolo a su oreja—. ¿Quieres decirme por qué dejaste a tu hijo en mi casa?
Escuchó al niño refunfuñar, pero poco le importó. También su hijo refunfuñó por el otro lado y le hizo saber que ese era un gesto suyo también.
—¿Me haces el favor de traer a tu nieto al hospital? —reclamó.
El hospital. Su ceño se frunció, pudo haber preguntado, pero prefirió no hacerlo. Contestó afirmativo antes de pescar por el brazo al momentáneamente distraído mocoso y llevarlo nuevamente a la habitación. Le ordenó que se cambiara la ropa, ante lo que el niño se quitó las gafas y ordenó, tal como él hizo, que se fuera de la habitación.
Cinco minutos más tarde, Kirei estaba listo, con su oso de peluche y su mochila puesta, vestido y con su mismo ceño arrugado.
—¿Dónde vamos? —indagó en cuanto subieron al auto.
—No preguntes tanto. —ordenó, con frustración.
—Sólo pregunté una vez.
En el camino, fueron detenidos por las barreras en las vías del tren, que descendían para impedir el paso. El tren de carga comenzó a llegar a paso de tortuga, en lo que Ryuuken golpeaba internamente su cabeza contra el volante de la molestia. ¿Qué cosa hacía su hijo en el hospital?
Miró por el retrovisor al niño y se encontró con que también lo estaba viendo.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Dime.
—¿Cómo se llamaba la abuela?
El silencio que continuó pareció rotundo, tanto que Kirei incluso volteó su mirada a la ventanilla para distraerse con lo que sea. El mayor lo miró otra vez por el espejo, golpeteando sus dedos en la goma del volante, divagando entre muchas cosas innecesarias que abarcaron su cabeza por la pregunta.
—Kanae.
El pequeño dirigió su mirada al espejo, encontrando la vista del hombre en un punto desconocido para su cabeza, punto que prefirió no descubrir. Había respondido, al menos. Kanae Ishida fue su abuela, entonces. Más bien lo era, tenía la suficiente razón como para creer en los fantasmas.
Ryuuken observaba al tren pasar, sumergido hasta lo más hondo en su cabeza, que ya parecía un barullo interminable que enviaba el dolor a su pecho.
En las contadas salidas que había tenido con Kanae y que, al pasar por aquella zona para ir hasta el centro, fueron detenidos por la barrera, recordaba ver sus ojos, los de su entonces novia, cerrarse, junto a una presión más fuerte en su mano.
Algún día preguntó, porque ya sabía que ella pedía un deseo cada vez que pasaba un tren. Como quien lo pedía a una estrella fugaz, ella a los trenes, porque eran más y no se deshacían chocando con la capa que protegía al planeta, más bien, iban de frente, llevándose por delante todo sin titubeos, cosas buenas y malas, pero siempre llegando a destino.
"Por favor, por favor, que él nunca vuelva a estar triste". "Que mi recuerdo sea uno bueno en su mente".
Sí, le había pegado la manía de pedir deseos, quizá para variar, pero nunca preguntó sobre qué era lo que ella pedía. Y su manía sólo se había vuelto costumbre desde que ella ya no estaba.
El tren se fue, junto a su deseo matutino, que más parecía un pensamiento cualquiera que le hacía recordarla.
Pronto estuvieron en el hospital y la idea de dejar al niño e irse a casa fueron descartadas cuando preguntó a sus enfermeras dónde estaba su hijo y éstas le mencionaron que en el tercer piso, ala A. Lo que significaba, según su buena memoria: sala de maternidad.
Encontró a Uryu en la sala de espera, dándole la espalda, con una mujer de bata blanca frente a él. Recibía algo, que no pudo apreciar en todo esplendor. Su nieto corrió hacia su padre, quien lo recibió y pronto se agachó a su altura, con aquello en brazos. Ryuuken tragó saliva, recordando vagamente que la última vez que vio a Uryu y Orihime, ésta llevaba un vientre de embarazo bastante notable.
Era de esperarse que estuvieran allí.
—Ryuuken —le llamó la voz de su hijo, se lo encontró justo en frente. Un bebé en sus brazos, envuelto en mantas blancas, con una gorra rosada que no le cubría del todo el escaso cabello—, ¿quieres cargarla?
—Cargarla —se repitió mentalmente. Era una niña. Su hijo era padre por segunda vez, él era abuelo por segunda vez, pero por primera, eran padre y abuelo de una niña.
Casi por obligación la sostuvo, mientras Uryu se dignaba a entablar una pequeña charla con su hijo mayor.
—¿Por qué no dejaste el oso? —había preguntado, en lo que Ryuuken seguía helado, con la mirada perdida en el rostro de la recién nacida.
Observándola con insistencia y profundidad, entre una increíble tensión, cuánto hacía que no cargaba un bebé, tanta presión sostenía que incluso logró despertarla, lo miró sin mirar a nadie, con sus ojos sin definirse aún, las mejillas sonrosadas y las pequeñas manos levantándose a la altura de su rostro.
Una frente lisa, que comenzaba a arrugarse por el llanto que vendría.
—Me dijiste ayer que fue un regalo que la abuela te hizo, no lo voy a dejar ahora.
El mayor de los Ishida tragó saliva, seca, en lo que mecía apenas a la beba para que no llorase. Otra vez su mente llena de recuerdos que quería tragarse, pero que sabía, por alguna razón, que no podría. No al menos con aquella niña en sus brazos y con la imagen de Kanae cargándola, con una sonrisa de alegría inmensa.
Él no la olvidaría jamás.
—Hoy voy a desear algo diferente —redondeó con ambas manos su vientre grande, en lo que las campanillas sonaban insistentes la llegada del tren. Ryuuken no quiso decir nada, sólo se quedó allí, esperando el mismo apretón de manos de siempre. Pero que no llegó—. Deseo una bella familia.
Uryu y Kirei lo observaron, extrañados, cómo el amargado padre y abuelo concentraba su atención en no hacer llorar a la nieta, meciéndola apenas, con la mirada perdida y los sentimientos al aire, por el momento.
—Ésta es tú familia, Kanae.
Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren.
"Desearía verte cada día, en cualquier otra persona, pero verte, saber que tu mirada sigue igual de viva y alegre, que tus gestos no se han olvidado".
La manía que le había pegado y la que le resultó realidad. Sus nietos no tenían rasgos Ishida, ellos eran más Katagiri, pues allí estaba el mayor, adorando lo que se le daba desde el inicio y allí estaba la menor, siendo la niña que su abuela hubiera adorado eternamente, que con el pasar de los años se iría pareciendo más a ella.
Dicen que los parecidos entre nietos y abuelos son más que los parecidos entre hijos y padres.
Ryuuken podría darlo por hecho, con el pasar de los siguientes años.
Fin.
Quiero dejar los agradecimientos a nessie black 10 Frany H.Q, Kumikoson4, Makiko-maki maki, Vegetable lov3r y a ishihime fans por sus comentarios para que siga adelante.
Y a KaguyaMoon por añadirme a favoritos.
Espero que nos veamos en otra de mis historias o en algunas de las suyas, como de costumbre y por más corto, el fic se me vuelve complicado de dar por finalizado. XD
Mil gracias a todos por leer, incluso a aquellos que solo se dieron una pasada para husmear.
Besos. :D