ADAPTACIÓN. ¿Un hijo entre amigos? Bella Swan había dejado de buscar el amor porque estaba desilusionada, pero formar una familia era lo primero en su lista de prioridades. Y no había mejor donante de esperma que su amigo de toda la vida, el empresario y piloto de carreras Edward Cullen. Pero él tenía una proposición propia: concebir ese hijo a la antigua usanza. Tras el primer beso, las reglas establecidas se desmoronaron. La pasión desatada entre ellos lo complicaba todo: su amistad, la relación con sus familias… incluso el secreto sueño de Bella de tener un futuro con Edward.
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Capítulo Uno
Ni el tintineo de agua de la fuente ni las plantas en la terraza del restaurante lograban calmar la ansiedad de Bella Swan, que tomaba un té de granada pensando que estaba a punto de cometer el mayor error de su vida. Bajo la mesa, su diminuta yorkshire terrier levantó la cabeza y empezó a mover la colita, como dando la bienvenida a alguien. Sasha no era un perro guardián, pero sí un buen sistema de alarma.
Con el estómago encogido, Bella levantó la mirada para ver al hombre que se acercaba con un pantalón caqui, polo de manga corta y zapatillas de deporte. La sombra de barba, tan sexy, suavizando su mandíbula cuadrada.
–Siento llegar tarde.
Edward Cullen le puso una mano en el hombro y Bella sintió un escalofrío.
Desde que rompió el compromiso con su hermano, Jacob, seis meses antes, cada vez que la tocaba experimentaba esa sensación. Un simple golpecito en el brazo, el roce de sus manos o el de sus piernas cuando se sentaban juntos en un sofá y se le ponía la piel de gallina. Sus afables abrazos la ponían nerviosa y no podía evitarlos porque Edward le pediría explicaciones y no podría dárselas. De modo que lo soportaba en silencio, esperando que sus sentimientos por él se hicieran más manejables. Sasha puso las patitas sobre su rodilla y emitió un sonido que era parte ladrido parte estornudo. Edward la levantó para que pudiese lamerle la cara y, una vez hecho eso, la perrita se sentó sobre sus rodillas, suspirando de contenta.
–¿Por qué no has empezado a comer sin mí? – le preguntó, haciéndole un gesto a la camarera.
Porque estaba demasiado nerviosa y no podría probar bocado, pensó ella.
–Dijiste que solo llegarías quince minutos tarde.
Edward era un solterón empedernido, egocéntrico, preocupado por sus carreras de coches y siempre buscando una nueva aventura, fuese una chica guapa o un circuito nuevo. Eran amigos desde el instituto y Bella le quería mucho.
–Lo siento. Había mucho tráfico en la entrada a la ciudad.
–Pensé que habías vuelto ayer.
–Ese era el plan, pero mis amigos insistieron en tomar un par de cervezas después de la carrera y la celebración duró hasta la madrugada. Ninguno estaba en condiciones de conducir cinco horas hasta Houston –sonriendo, Edward puso las piernas sobre una de las sillas libres.
–¿Cómo lleva Jazz que le saques tantos puntos de ventaja?
Los dos amigos participaban en carreras de coches desde los dieciséis años y competían para ver quién conseguía más puntos.
–Desde que se enamoró, creo que le da igual.
No había visto a Edward tan disgustado desde que su padre se enamoró de una mujer veinte años más joven que él.
–Pobrecito, tu mejor amigo se ha hecho adulto y te ha dejado atrás – se burló Bella. Llevaba escuchando sus quejas desde que Jasper Whitlock propuso matrimonio a la mujer de su vida.
Edward se inclinó hacia delante, mirándola con intensidad.
–Tal vez debería descubrir por qué la gente pierde la cabeza cuando se enamora.
–Pensé que no ibas a casarte nunca –dijo ella, intentando disimular su agitación. Si Edward se enamoraba locamente de alguien, la dinámica de su amistad cambiaría. Ya no sería su mejor amiga.
–No te preocupes por eso –replicó él, riendo.
Bella miró pensativa la ensalada griega que la camarera había puesto delante de ella. En el instituto se había enamorado de Edward…un amor imposible, claro. Salvo por un breve interludio en el baile de graduación, y él se encargó de repetir mil veces que había sido un error, nunca había parecido verla más que como una amiga.
Cuando se fue a la universidad, el tiempo y la distancia no había matado sus sentimientos por él, pero sí le habían dado cierta perspectiva. Aunque por algún milagro Edward se enamorase locamente de ella, no haría nada al respecto. Le había dicho muchas veces lo importante que era su amistad para él y que de ningún modo querría perderla.
–Bueno, cuéntame –empezó a decir Edward, mirándola por encima de su hamburguesa–. Has dicho que tenías que hablar de algo serio conmigo.
Y en la media hora que había estado esperándolo, Bella había empezado a sentir pánico. Normalmente le contaba todo lo que le pasaba… bueno, casi todo. Cuando empezó a salir con Jacob había temas de los que no hablaban… sus sentimientos por su hermano sobre todo. Pero había aprendido a guardarse cosas y le costaba más trabajo del esperado abrirle su corazón.
–Voy a tener un hijo –dijo por fin, conteniendo el aliento mientras esperaba su reacción.
Edward, que iba a llevarse una patata frita a la boca, se quedó inmóvil.
–¿Estás embarazada?
Bella negó con la cabeza.
–Aún no. Pero, con un poco de suerte, lo estaré pronto.
–¿Cómo? No estás saliendo con nadie.
–Voy a acudir a una clínica de fertilidad.
–¿Y quién va a ser el padre?
Bella clavó el tenedor en una aceituna.
–Tengo tres candidatos: un abogado, un atleta y un fotógrafo de vida salvaje. Cerebro, cuerpo y alma. Aún no me he decidido.
–Parece que llevas algún tiempo pensándolo. ¿Por qué es la primera vez que oigo algo al respecto? –Edward apartó su plato.
Bella suspiró. Siempre había podido hablar con él de cualquier cosa, pero salir con su hermano lo había cambiado todo.
–Tú sabes por qué rompimos Jacob y yo –le dijo. Desde el principio, Jacob le había dicho que no quería formar una familia, pero había pensado que cambiaría de opinión–. Tener hijos es algo muy importante para mí.
Había decidido ser odontóloga precisamente porque le gustaban los niños. Ellos alegraban el mundo y le hacían sonreír de modo que, a cambio, ella les daba unos dientes perfectos.
–¿Se lo has contado a tus padres?
–No, aún no.
–Porque sabes que tu madre no reaccionará bien cuando sepa que vas a tener un hijo sin estar casada.
–No le gustará, pero ella sabe que deseo formar una familia y ha aceptado que no voy a casarme.
–¿Por qué no vas a casarte? Tienes que superar tu ruptura con Jacob.
–Ya he superado mi ruptura con Jacob.
–Seguro que hay alguien perfecto para ti en alguna parte y tarde o temprano lo encontrarás.
Imposible porque el único hombre con el que podía verse a sí misma estaba decidido a no casarse nunca, pensó ella, frustrada.
–¿Cuánto tiempo debo esperar? ¿Otros seis meses, un año? En un par de meses cumpliré treinta y dos y no quiero perder más tiempo sopesando los pros y los contras o preocupándome por la reacción de mi madre cuando en mi corazón sé perfectamente lo que quiero. Estoy decidida, Edward.
–Ya lo veo –dijo él, estudiándola con sus ojos de color verde esmeralda.
–Y me gustaría que tú estuvieras de acuerdo con mi decisión.
–Eres mi mejor amiga –le recordó él, con expresión sombría–.¿Cómo no voy a apoyarte?
Había decidido apoyarla aunque Bella sospechaba que seguía procesando la noticia y aún no había decidido si era un error…
Y hasta ese momento no sabía lo importante que era para ella la reacción de Edward.
–¿Has terminado de comer? –le preguntó unos minutos después, buscando a la camarera con la mirada–. Debo volver a la clínica. Tengo un paciente en quince minutos.
Edward insistió en pagar la cuenta a pesar de sus protestas.
–Pero si he sido yo quien te ha llamado para invitarte a comer…
Mientras él metía unos billetes bajo el salero, Bella tuvo que arrancar a Sasha de las rodillas de Edward, donde parecía encontrarse muy a gusto.
–¿Dónde está tu coche? –preguntó él.
–He venido andando. La clínica está a dos manzanas de aquí.
–Yo te llevaré –Edward tomó su mano, haciendo que sintiera un escalofrío.
El aroma de su colonia masculina se infiltró en sus pulmones… era en momentos como aquel cuando sentía la tentación de cancelar todas sus citas para irse a casa de Edward y terminar de una vez con aquel deseo que la volvía loca.
Por supuesto, nunca haría eso. Encontraría la manera de domar a la loba que se había instalado bajo su piel. Ella siempre había sido la más conservadora, la que más estudiaba, la que hacía planes para el futuro; y Edward el que actuaba por impulso, el que salía de fiesta y, aun así, conseguía graduarse con las mejores calificaciones. Y a quien le gustaba llevar una vida personal sin ataduras.
Edward abrió la puerta de su coche, un Volvo S60R. Aunque solo eran amigos, siempre la trataba con la misma caballerosidad con la que trataba a las demás mujeres.
Para que pudiera sentarse, Edward tuvo que apartar un trofeo del asiento y, a pesar de la indiferencia con la que lo tiró en la parte trasera, Bella sabía que era una fuente de orgullo para él y que terminaría junto a muchos otros en su casa.
–¿En qué estás pensando? –le preguntó mientras se sentaba al volante del poderoso coche.
–En demasiadas cosas –respondió Bella, acariciando la cabeza de Sasha.
–Hazme una versión resumida.
–Da igual, porque he cambiado de opinión.
–¿Sobre qué?
–Sobre lo que iba a pedirte… Pero ya da igual.
–Llevas semanas actuando de forma muy rara. ¿Se puede saber qué te pasa?
Ella suspiró, derrotada.
–Me has preguntado quién iba a ser el padre de mi hijo y la verdad… había pensado que fueras tú. Pero he decidido que no sería buena idea.
Edward se quedó en silencio mientras aparcaba el coche frente a la clínica. El anuncio había sido como un puñetazo. Que quisiera tener un hijo no era una sorpresa, pero que quisiera un hijo suyo lo había pillado por completo desprevenido.
¿Los sentimientos platónicos hacia él se habrían convertido en sentimientos románticos?
No, no lo creía.
Bella era su mejor amiga desde el instituto, la única persona con quien había compartido sus miedos cuando su padre intentó suicidarse. La única chica que lo escuchaba cuando hablaba de sus objetivos y quien lo hacía entrar en razón cuando tenía dudas.
En el instituto, las novias iban y venían, pero Bella siempre había estado allí, inteligente y divertida, sus ojos color chocolate llenos de humor. Ella le había dado apoyo emocional sin las complicaciones de una relación. Si cancelaba sus planes, Bella nunca se enfadaba y nunca protestaba cuando tenía mucho trabajo y no podía ir al cine o cuando olvidaba llamarla. Gracias a ella mantenía los pies en la tierra.
Habría sido la novia perfecta si él hubiese querido arruinar una amistad de tantos años por un breve romance. Porque estaba seguro de que tarde o temprano encontraría a otra chica y ese sería el final de su relación.
Edward estudió su rostro ovalado durante unos segundos.
–¿Por qué yo?
Bella esbozó una sonrisa, pero sus ojos café chocolate eran inescrutables.
–Tú serías la elección más lógica.
¿Estaba buscando un cambio en su relación por medio de un hijo? Él nunca había querido casarse y Bella lo sabía y lo aceptaba. ¿O no?
–¿Por qué?
–Porque eres mi mejor amigo. Lo sé todo sobre ti y la idea de tener un hijo con un extraño me hace sentir incómoda –Bella suspiró de nuevo–. Además, no me importa ser madre soltera y tú eres un solterón empedernido, así que no tendrás una crisis de conciencia ni exigirás derechos de paternidad.
–Ya –murmuró él, pensando que tener un hijo los conectaría de una forma que iba más allá de la amistad–. Tienes razón, no quiero casarme ni formar una familia, pero tener un hijo contigo… –algo en su subconsciente le advertía que dejase de hacer preguntas.
–Somos amigos y no quiero que nada cambie en nuestra relación.
Demasiado tarde.
–Las cosas entre nosotros cambiaron en cuanto empezaste a salir con Jacob.
A Edward no le había gustado que saliera con su hermano. De hecho, le había molestado mucho. Si Bella solo era una amiga, debería haberse alegrado de que Jacob y ella se hubieran encontrado, ¿no?
–Lo sé –dijo ella–. Al principio fue un poco incómodo, pero no habría salido con él si tú no nos hubieras dado tu bendición.
¿Qué otra cosa podía haber hecho? Él no tenía intención de reclamar a Bella más que como amiga, pero eso no había servido de nada la primera vez que vio a su hermano besándola.
–No necesitabais mi bendición. Si queríais salir juntos, era asunto de ustedes, no mío.
Desgraciadamente, saber eso no había puesto las cosas en perspectiva. Al contrario, desde ese momento empezó a ver a Bella como una mujer deseable.
–Pero volvamos al asunto del hijo que quieres tener conmigo.
–No es que quisiera tener un hijo contigo, sino un hijo tuyo –lo corrigió ella–. Solo necesitaría unos cuantos espermatozoides.
Pretendía bromear sobre el asunto, pero Edward no estaba dispuesto a permitirlo.
–¿Y por qué has cambiado de opinión sobre mis espermatozoides?
Bella miraba hacia delante, jugando con las orejas de su perrita.
–Porque tendríamos que mantenerlo en secreto. Si alguien se enterase… en fin, yo no quiero hacerle daño a nadie.
A su hermano, claro. Jacob le había hecho daño a ella y, sin embargo, Bella tomaba en consideración sus sentimientos cuando se trataba de una decisión tan importante.
–¿Y si no lo mantuviéramos en secreto? A mi padre le encantaría que uno de sus hijos le hiciese abuelo –dijo Edward.
–Pero entonces esperaría que fueses un padre de verdad –replicó Bella–. Y yo no te pediría eso.
Edward hizo una mueca. Le molestaba que estuviera tan convencida de que no querría saber nada. Hasta diez minutos antes ni siquiera había considerado la idea de formar una familia, pero que su hijo no supiera que él era su padre…
–Supongo que no puedo convencerte para que no lo hagas.
–Lo he decidido: voy a tener hijos.
–¿Hijos, en plural? ¿Ahora quieres formar un equipo de fútbol?
Bella soltó una risita.
–¿Qué te hace tanta gracia?
Ella sacudió la cabeza, la cortina de ébano de su pelo enmarcando sus exóticas facciones.
–Deberías ver tu cara.
–Pensé que solo querías tener un hijo.
–Con la fecundación in vitro nunca se sabe. Puede que tenga trillizos.
–¿Trillizos? –repitió él, atónito. ¿Aún no se había acostumbrado a la idea de un hijo y de repente iban a ser tres?
–Es posible –respondió Bella, con una serena sonrisa.
Para una pareja, tener trillizos sería una tarea difícil, pero para una mujer sola…
De repente, empezó a imaginar a Bella sonriendo misteriosamente mientras ponía una mano sobre su abultado abdomen, los ojos chocolate brillando cuando el médico pusiera al bebé en sus brazos por primera vez… y esas imágenes le despertaron una campanita de alarma en el cerebro.
Después del intento de suicidio de su padre, Edward había decidido no tener hijos y ni una sola vez en todos esos años había cuestionado esa decisión.
Bella levantó su delicada muñeca para mirar el reloj.
–Tengo siete minutos antes de que llegue mi primer paciente de la tarde.
–Tenemos que hablar de esto.
–Hablaremos más tarde.
–¿Cuándo?
Sin responder, Bella salió del coche y se dirigió a la entrada de la clínica. Con un pantalón negro y un top de punto sin mangas que destacaba sus bien formados brazos, tenía un aspecto tan sexy...
De repente, Edward experimentó una punzada de deseo sorprendente, aterrador.
Murmurando una palabrota, quitó la llave del contacto y salió tras ella.
Con sus zapatos de tacón repiqueteando sobre el suelo de mármol del vestíbulo, Bella se dirigía al ascensor, pero Edward llegó antes que ella y puso la mano sobre el panel de botones.
–La grúa se llevará tu coche si lo dejas en la puerta –le advirtió ella.
–¿Cenamos juntos esta noche? Así podremos seguir hablando.
Las puertas del ascensor se abrieron.
–Ya tengo planes para esta noche.
–¿Con quién?
–¿Desde cuándo sientes tanta curiosidad por mi vida social?
Edward entró tras ella en el ascensor. La consulta estaba en la tercera planta.
La recepcionista levantó la cabeza.
–Ah, ya estás aquí. Diego acaba de llegar.
–Dile que voy enseguida.
Bella dejó a Sasha en el suelo y entró en su despacho para ponerse la bata blanca, pero cuando iba a pasar al lado de Edawrd, él la tomó del brazo.
–No puedes hacer esto sola.
–Claro que puedo.
Un chico de trece años apareció en el pasillo y Bella esbozó una sonrisa.
–Hola, Diego. ¿Qué tal va el campeonato de béisbol?
–Genial. Hemos ganado casi todos los partidos.
–No esperaba otra cosa de ti. Espérame en la consulta, iré en un par de minutos.
–Bella…
–Te llamaré mañana –lo interrumpió ella. Y, sin esperar respuesta, siguió a Diego hacia la consulta.
Él se quedó mirándola durante unos segundos, impaciente y molesto, pero sabía que no podía acorralarla en el trabajo.
De modo que salió de la clínica y, después de ponerse las gafas de sol, arrancó el poderoso motor de su coche.
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Les gusto? La verdad es la primera vez que hago una Adaptacion, y es raro:s
Espero que les haya agradado, y en unos días subiré el Capitulo 2
Déjenme sus opiniones, y así podre corregir -o mejorar- cada capitulo.
Les quiere, SALOME
