Disclaimer: Los personajes pertenecen a Cassandra Clare. Todo lo demás es fruto de mi mente traviesa.
Notas (actualizadas en la revisión del 2017): Comencé a escribir esta historia cuando no había leído todavía Ciudad de las almas perdidas ni Princesa mecánica (ya ha llovido demasiado desde aquello, me doy cuenta) por lo que hay detalles que resultan muy diferentes ya que no tenía ni idea de cómo se desarrollarían muchas cosas.
Esta historia parte de la idea de que Magnus dejó a Alec con el famoso "Aku cinta kamu", tras lo cual se marchó de Nueva York y no llegó a participar en la batalla contra Sebastian.
Advertencias: Muerte previa en batalla de múltiples personajes principales: concretamente, todos menos Isabelle, Alec, Simon, Maia y Magnus (este último no participó en ella).
Prometo que la historia no es tan deprimente como puede interpretarse con este planteamiento. La idea surgió al imaginarme la posibilidad de que Alec se convirtiera en inmortal y, después de largo tiempo sin ver a Magnus, cómo podría ser su relación.
PRÓLOGO
La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene.
JORGE LUIS BORGES
Alec se había conseguido zafar de tres demonios que le habían empezado a atacar a la vez. El resorte de energía se debía en mayor medida a que había visto cómo uno de ellos le clavaba un puñal a Jace en el pecho.
—¡Jace! —exclamó y fue hasta él. Sobraba preguntarle por si estaba bien.
Lo peor de todo fue comprobar que, además de la puñalada en el pecho, al haber sido estampado contra la pared con aquella agresividad, era incapaz de mover las piernas.
—Llévame con Clary, Alec. Necesito verla antes de morir.
—No vas a morir, Ja…
—Por favor —Jace le miró suplicante, sus ojos brillaban de un modo que nunca lo habían hecho antes. El salvaje león parecía haberse convertido de pronto en un animal desprotegido—. Rápido.
Alec asintió y le cogió en brazos, sintiendo por vez primera a su parabatai como un ser débil.
—¡Clary! —gritó por el pasillo en el que se encontraban.
—Aquí, Alec —respondió una vocecilla débil.
Alec se dio prisa. Clary debía encontrarse también en problemas.
Estaba echada en el suelo, con una mano en el vientre. Intentaba contener mucha sangre. Simon, cerca de ella, no dejaba de lanzar flechas a unos demonios que no paraban de aparecer por la puerta de acceso.
Alec dejó a Jace cuidadosamente junto a Clary, y ella se apretujó instantáneamente junto a éste.
—Jace —dijo con voz clara la pequeña pelirroja—. Vamos a morir, lo sabes, ¿verdad?
Él asintió.
Alec decidió dejarles intimidad y ayudar a Simon, gracias al que pudo acabar con los demonios que venían para después atrancar la puerta provisionalmente.
—Izzy —le dijo Simon a Alec, con gran tono de preocupación—. La perdí al entrar aquí, ella estaba más atrás.
—Más atrás, ¿dónde?
—No lo sé, Alec.
—Debemos encontrarla.
Simon corrió hacia la puerta por la que había venido Alec, y desapareció. Alec se quedó por unos momentos de pie junto a Jace y Clary, sin saber qué hacer.
Todo estaba mal, terriblemente mal. Al acudir a la batalla, sabía que habría bajas, y casi presuponía su propia muerte, pero la de Jace no se le había pasado por la cabeza. Él era el débil de los dos, al fin y al cabo. Los demonios no paraban de aparecer, y ninguno de ellos había visto todavía a Sebastian. Quizás los demás cazadores de sombras y otros subterráneos que se habían aliado a ellos estaban teniendo mejor suerte en la otra zona del edificio. Quizás… pero a Alec le habían enseñado que la esperanza es para cobardes que no son capaces de aceptar la cruel realidad.
—Alec… —dijo Clary, con los ojos muy abiertos y la mirada decidida—. Busca y trae a Isabelle cuanto antes.
—¿Por qué? —preguntó Alec, sorprendiéndole la determinación en los ojos de la pelirroja.
—Tengo una runa que os salvará.
Alec, sin cuestionarla ni por un segundo, se marchó al instante.
Al final del pasillo, cuando empezaba a preguntarse qué dirección habría tomado Simon, se lo encontró con una Isabelle desfallecida en sus brazos, como si fuera un trapo empapado de sangre.
—Me ha vuelto a tratar de ahogar el muy hijo de… Valentine —dijo ella entre múltiples toses—. Pero no ha querido llegar hasta el final, ha querido que me muriera sola…
—Izzy, por favor, no sigas hablando —le conminó Simon.
—¡Deprisa, Simon! ¡Tenemos que llevarla junto a Clary! —le apremió Alec.
Al poco rato ya estaban allí. Se encontraron a Jace y Clary sonrientes, aunque eran sonrisas con poca energía, cogidos de la mano. En la mano libre Clary sostenía su estela.
—Simon, trae a Isabelle, rápido. Y quítale la camiseta.
Simon obedeció al instante. La puso tan cerca de Clary que prácticamente no tuvo que moverse de su posición.
En cuanto su estela cruzó la zona sobre el corazón de Isabelle, ésta abrió los ojos como platos. Cuando terminó de trazar la runa, Alec fue inmediatamente hasta ella, con la camisa también quitada. En su pecho le dibujó una idéntica.
—Debéis acabar con él —dijo seria—. Simon, acompáñales, ayúdales. Quiero que sepas que esto es un regalo… por la maldición que te impuse. Espero que pueda compensar el daño que he causado en tu vida.
—Fray, no debes arrepentirte de nada… me salvaste, al fin y al cabo —Simon estaba siendo sincero.
—Corred, no tenéis tiempo que perder —les recordó Jace, dejándoles claro que no había tiempo para charlas.
—Pero, ¡usa la runa en ti y en Jace! —exclamó Alec.
—Ya no nos serviría a nosotros dos, Alec —le respondió su parabatai—. Por favor, perdóname por morirme.
Alec quería decirle con todas sus fuerzas que no, que no iba a morir. Que un mundo en el que él moría en batalla y Alec no era imposible. Que esa puñalada se curaba con un simple iratze. Pero sabía que aquello no era así, y lo peor era que lo veía en la determinación de la mirada de Jace, que le decía que marchara a luchar, que partiera a matar a Sebastian, mientras él pasaba sus últimos minutos con Clary, y juntos decían adiós al fin al mundo.
Quería abrazarle, estrujarle entre sus brazos y llorar, quería decirle mil y una cosas, pero sabía que tenía poco tiempo, que tenía otras obligaciones, así que dijo lo que pensó que sería lo más bonito que le podría decir a su parabatai.
—Jace, sé que siempre has pensado que eras huérfano, que no tenías familia… pero siempre serás mi hermano. Mío y de Izzy. Para siempre.
Jace asintió.
—Gracias. Ave atque vale, mi parabatai.
Alec agachó la cabeza.
—Ave atque vale.
Contra su propio corazón, se marchó junto con Simon y una Isabelle que comenzaba a recuperarse. Cuando volvieron, después de haber acabado con Jonathan Morgenstern y toda la horda de demonios que éste traía consigo, sus dos amigos ya estaban muertos. Habían muerto abrazados y sonrientes.
Soy consciente de que esta escena de batalla ha sido un asco, y no sólo por la muerte de Clary y Jace, tampoco tenía ni idea de dónde se suponía que se producirá la batalla final, ni cómo sería esta. Sólo trataba de ubicar un punto de partida para la trama que tenía en mente, que tendría lugar 25 años después.
Contadme que opináis de la historia. Tenéis derecho a decirme que soy una loca psicópata. Ave atque vale!