PUREZA DE CORAZÓN

— Tienes que ir al hospital.

— Me niego —volvió a decir el detective.

— Mírate. Echarás tu alma por la boca si sigues así —apuntó el doctor sin dejar de sostenerle el pelo. Sherlock se hallaba sobre el inodoro deshaciéndose de la cena vía oral. Su aspecto no era el mejor, pero a John no le importaba lo más mínimo. Lo que sí le molestaba era su actitud de un solo sentido. Cuando su estómago se quedó vacío, se dejó caer sentado junto a la pieza de cerámica, con la cabeza oscilante sobre la mano del mayor.

— Sólo necesito descansar —susurró cansado.

— Te llevaré a la cama —afirmó entrelazando sus rizos dulcemente. — Y me aseguraré de guardar tu descanso. Le cargó sobre su hombro sano. Poco le importó el peso que mermaba sus fuerzas. Pensó que el sofá sería un lugar más cercano para reposar, pero se veía demasiado incómodo en el que recuperar la fortaleza. Lo condujo hasta su habitación en la primera planta, y nuevamente cambió de opinión al ver su estado. Suspiró y buscó sus ojos, mas éstos estaban cerrados con gesto de dolor. Sólo quedaba una cama en el apartamento, la suya. Los tiempos de negación quedaban ya muy lejos. Realmente la cama vacía era mutua, pero las malas costumbres le hacen a uno errar sin intención.

Lo tumbó con todo el cuidado que la situación le permitió. Febril a sus ojos, besó su frente y lo corroboró. Dichoso de tenerle de guardián. El botiquín estaba bajo mínimos y se maldijo por ello. No le importaba caer enfermo por contagio o velar la noche sin descanso. Su vida había decidido tener una única prioridad y la tenía delante. Aunque dudó incluso de sí mismo al verse en tan irreal situación a continuación.

Sherlock yacía en el primer sueño, tranquilo, callado..., todo lo que podía desear en ese momento, salvo porque seguía enfermo. Pero esa calma no era presagio de nada bueno.

Una luz cegadora, un ser tomando forma en ella, un ángel, si eso fuese posible; salió de su interior y se desvaneció. Su cuerpo, no, su alma traslúcida se hacía paso hacia el exterior, separándose de él, dejándole inerte, alejándose del que hacía sólo un segundo era su dueño.

John gritó, tan fuerte como sus pulmones le permitieron, tanto que hasta ese espíritu traidor volteó a mirarle y, asustado por tanto dolor en su mirada, se compadeció de ese pobre humano y tornó al cuerpo que en la cama aún le esperaba. Sherlock recuperó la respiración que había perdido en una inspiración que arqueó su espalda. Dolorido, balbuceó de forma indescriptible, al menos a sus oídos de John aún aturdidos, como el resto de sus sentidos.

No lo dudó, volvió a cargarlo en su hombro, directo a tomar el primer taxi que se dignase a aparecer. El detective estuvo rezongando desde que fue levantado de la cama hasta que el antipirético hizo efecto. Sólo una molestia menor, pensó el doctor, que en ningún momento soltó su mano. Un pequeño precio por tenerle a su lado. Nada en comparación con el amor que se profesaban a diario.

o.o.o

El estudio se adueñó de mi día.

Necesitaba escribir algo.