Se miró al espejo, tenía cara de cansada y las ojeras parecían más acentuadas que el día anterior. Se quitó el pijama y se desnudó completamente para meterse en la ducha. Una buena ducha de agua caliente era lo que necesitaba para desperezarse antes de ir a clase.
- Regina, cariño, ya tienes el desayuno preparado - su madre se había asomado a la puerta del baño – date prisa o llegarás tarde.
- Ya voy mamá.
Regina salió de la ducha, se envolvió en una toalla y se dirigió a su habitación, se secó y comenzó a vestirse con la ropa que había colocado cuidadosamente encima de su escritorio la noche anterior: camisa de botones blanca, falda negra ajustada justo por encima de la rodilla y abrigo a juego con la falda. Para rematar el conjunto, unos tacones bajos negros.
En la cocina la esperaba su madre con un zumo de naranja y tostadas. – Tienes mala cara, hija mía, deberías hacer algo con esas horribles ojeras. Y ese pelo, no puedes salir así de casa.
- Sí, mamá, ahora me encargo de ello.
Regina terminó de desayunar y volvió al baño para solucionar los fallos que le había visto su madre. Regina, que había dejado que su pelo negro se secara al aire y quedara peinado al azar, se hizo la raya a un lado y colocó cada mechón de pelo en su lugar. Para las ojeras, un poco de corrector y, ya que estamos, brillo de labios.
De la casa salió una chica que parecía mayor de sus reales 22 años. Se trataba de una mujer elegante y esbelta, tez de porcelana, cabello sedoso, labios carnosos y ojos oscuros. En su mano llevaba un maletín con su ordenador y una manzana, que se comería a media mañana.
Regina se dirigió con paso firme a hacia la parada del autobús. Su reloj marcaba las 7:22, así que sólo tendría que esperar dos minutos el autobús y llegaría a las 7:55 a su facultad, justo a tiempo para entrar en clase a las 8:00.
- Buenos días – saludó al conductor del autobús y se sentó en el asiento de siempre. En frente, como siempre, estaba esa chica rubia medio dormida, a la que también saludó con un "buenos días", como siempre. Aunque hacía ya más cuatro años que seguía la misma rutina y que veía a esa chica, Regina nunca había intercambiado más palabras con ella. Se preguntaba a dónde se dirigía, de dónde venía, qué estudiaba. Algo en ella le llamaba la atención, pero nunca se planteó comenzar una conversación, ¿para qué?
A las 7:55 se bajó del autobús y a las 7:58 ya estaba sentada en su sitio en clase, en primera fila.
Regina estudiaba Derecho, como su madre había decidido. Tras acabar la carrera, se prepararía para una gran abogada en el campo empresarial, como su madre había decidido. Ya estaba en su último año de carrera, la cual había superado de sobresaliente en sobresaliente. Solo quedaba una semana más, haría los exámenes y un mes después vendría el verano, que pasaría haciendo prácticas con un abogado amigo de su madre; "Cariño, es curriculum" le decía ella, aunque Regina deseara tener ese verano para sí misma y poder no hacer nada relacionado con su carrera por primera vez en los últimos casi 5 años.
Al terminar las clases, Regina cogió el autobús de vuelta a su casa. Allí se preparó el almuerzo, limpió lo que había ensuciado y se dispuso a estudiar. Era su último año, el más difícil hasta ahora, y no quería decepcionar a su madre con un descenso en su nota media, que se mantenía desde 1º de carrera por encima del 9'5. Hasta ese momento, era la primera de su promoción, y no permitiría que eso cambiara en el mes que restaba para finalizar, así que se estaba dedicando a estudiar hasta tarde.
- Pequeña, tienes cara de cansada, vente a cenar, te prepararé algo rico -. Su padre estaba en la cocina adornando con sirope de chocolate un crep. – Aquí tienes.
- Gracias, papá, eres el mejor.
- Lo sé. Anda, come y hablemos de tus planes para el verano.
- ¿Qué hay que hablar? Mamá ya lo organizó todo, me iré a Boston durante julio y agosto para hacer prácticas.
- ¿Eso es lo que tú quieres hacer? Yo había pensado que podríamos hacer un viaje, irnos a Europa y aprender español, como siempre has querido. O podríamos quedarnos aquí en Maine y retomar el voluntariado en el hospital, que te encantaba.
- No creo que a mamá le haga mucha gracia.
Regina terminó su crep, fue a su habitación y, aunque su padre le había pedido que se fuera pronto a dormir, se quedó estudiando hasta bien entrada la madrugada.
Al día siguiente, misma rutina de todos los días de lunes a viernes: ducha, desayuno, clase, estudiar, cenar y estudiar. El miércoles estaba destinado a ser exactamente igual que el lunes y el martes, pero esa tarde, aprovechando que su madre trabajaba todas las tardes, el padre de Regina entró en su habitación mientras ella estudiaba, se sentó en su cama y simplemente la observó.
- ¿Qué pasa, papá?
- Tu madre y yo nos estamos planteando separarnos – respondió su padre con gesto de preocupación.
- Me lo imaginaba. Os oigo discutir cada noche. Y quiero que sepáis que no os tenéis que preocupar por mí, entiendo que estas cosas pasan y ni mamá dejará de ser mi madre ni tú dejarás de ser mi padre. Quiero que seáis felices y si no estar juntos es la solución, adelante.
- Desde luego, menos mal que sacaste la inteligencia de tu madre.
- Lo sé – dijo Regina con una sonrisa de suficiencia.
- Yo también quiero que seas feliz, – Regina hizo un ademán de interrumpirlo, pero su padre continuó – yo pensaba que era feliz, pero me he dado cuenta de que he hecho lo que se suponía que debía hacer y ahora soy quien se supone que debo ser, pero no soy quien yo quiero ser. – Tragó saliva y siguió con la parte difícil del discurso – Regina, ¿eres feliz? No me gustaría que te vieras como yo, con 50 años, dándote cuenta de que no eres quien ha controlado tu vida. Serás una increíble abogada empresarial si es lo que quieres ser, pero quiero que sepas que si te arrepientes y te quieres dedicar a la jardinería o a la apicultura, yo estaré apoyándote.
Regina se levantó de su silla, se acercó a su padre y lo abrazó. – Te quiero.
- Y yo, pequeña.