El Llamado de la Sangre

Silencio.

Sólo eso.

Un aterrador silencio que se instaló en el corredor… Mientras Albus seguía apuntando con su varita al cuerpo inmóvil de su padre.

De pronto, desaparecieron los estruendos y los gritos. Desapareció el sonido de los jadeos. Desaparecieron los murmullos, las voces, los pasos de la gente que corría en los pisos superiores. Todo pareció esfumarse, como si, tras pronunciar ese último hechizo, Albus hubiera absorbido toda la energía que los rodeaba.

Pasó un segundo y se enderezó. Dos y miró a Dimas y a Lodge, todavía tirados en el suelo. Tres y apuntó su arma hacia ellos.

—Arriba —ordenó.

—Albus… —dijo Dimas—. Espera…

—Arriba.

Asió su varita y ambos hombres se quedaron quietos. Dimas fue el primero en obedecer. No apartó sus ojos de él mientras, lentamente, se ponía de pie, con las manos levantadas.

—Albus —repitió cuidadosamente—. Tienes que escucharme…

—No sé a qué juegas, niño —soltó Lodge con desprecio, mientras se enderezaba—. Pero no vas a…

Soltó un grito, sobresaltado por el hechizo que le pegó de lleno en el pecho y que lo lanzó contra un muro. Albus tenía la varita, bien sujeta, en su dirección y lo hacía levitar, ejerciendo una fuerza inconmensurable contra él.

—¿Te parece que juego? —siseó.

—Escucha —Dimas volvió a alzar las manos, como reafirmando su deseo por obedecer—. Vamos todos a calmarnos, ¿está bien? —se acercó un poco, sólo un poco—. Recuerda que estamos de tu lado, Albus.

El muchacho no lo miró, pero retiró el hechizo. Lodge cayó al suelo con un estrépito y volvió a gritar de rabia. Al levantarse, Dimas le dirigió una mirada significativa que pareció contenerlo. Tras un gruñido, también alzó las manos.

—Albus —dijo Dimas—. Sólo déjanos…

—Silencio —ordenó—. Accio.

Las varitas de ambos hombres, que habían acabado en el suelo luego de la batalla, volaron hasta su mano.

Accio —volvió a decir Albus y su mochila salió disparada hacia él, al igual que el medallón dorado con el símbolo del Aurea Pergamena y el frasquito de recuerdos que su padre había tirado. Frunció el ceño y repitió una vez más el hechizo—. Accio.

De las solapas de Harry apareció el Mapa del Merodeador. El pergamino voló hasta donde estaba y él lo atrapó con la agilidad propia de quien había sido un buscador. Luego de unos segundos, clavó de nuevo sus ojos en los hombres que tenía delante.

—Andando —ordenó, apuntándoles con las tres varitas.

Dimas obedeció de inmediato y comenzó a caminar hacia donde él indicaba. Lodge lo miró con furia, pero después siguió a su compañero. Anduvieron por los corredores por un par de minutos, con el silencio rondándolos, hasta que Dimas, al fin, se atrevió a hablar.

—No esperaba menos de ti, Albus. Nadie tiene derecho a quitarte lo que es tuyo. Ni siquiera tu…

—Alto.

Estaban muy cerca de las mazmorras, alejados ya del corredor en donde se habían enfrentado. Albus se puso frente a ellos, todavía apuntándoles, y se dirigió únicamente a Dimas.

—Me propusiste algo.

—Sí, lo hice.

—Los conoces —levantó su mochila, refiriéndose a lo que estaba guardado dentro: los pergaminos de Merlín, la daga dorada—. Tú conoces los pergaminos y su historia mejor que nadie.

—Y tú puedes sentirlos —Dimas asintió—. Somos las piezas del rompecabezas que faltan, Albus. La dupla que se necesita para al fin completarlos.

Albus se acercó, empuñó con fuerza las armas. El verde de sus ojos destelló en medio de la oscuridad y su mirada se encontró con la de Dimas. Ambas intensas, ambas profundas y de fuego.

—¿Qué es lo que quieres hacer con ellos?

—Lo que ya te he dicho —respondió Dimas. Bajó las manos lentamente, suavizando sus gestos mientras hablaba—. Quiero cumplir con mi papel en todo esto. Quiero ser testigo, presenciar cuando se complete la historia del Aurea Pergamena, ser el guía que realmente necesita el verdadero merecedor de ese poder.

Albus torció una sonrisa, irónica, nada divertida.

—¿Y cómo sé que no vas a matarme cuando encontremos la pieza que falta?

Dimas también sonrió.

—¿Cómo sé que tú no vas a matarme cuando la encontremos, Albus? —alzó la cejas—. Yo creía que no podías. Te lo dije, ¿recuerdas? Aquella vez en el andén 9 ¾. Creía que sólo eras un niño débil que se ocultaba bajo la sombra de su apellido.

—No lo soy.

—No, no lo eres. Has demostrado lo equivocado que estaba. Supongo que, por ahora, ambos nos necesitamos y debemos confiar el uno en el otro. Mi trabajo es servir al elegido, después de todo —hizo una ligera inclinación con la cabeza—. Ya te he explicado, Albus, que todo lo que he hecho… Ha sido por ti. Superaste el último obstáculo que te quedaba —volteó en dirección al lugar que habían abandonado, donde Albus había dejado inconsciente a su padre—. Sólo te falta un último escalón y después podrás obtener lo que es tuyo por derecho.

Silencio.

Otra vez.

Los ojos de Albus y los de Dimas parecían despedir una fuerza agobiante. Una fuerza que empujaba a la de su rival, que luchaba por abrirse camino. En ese momento se estaba llevando a cabo una pelea silenciosa en la que mil palabras podrían haber sido dichas y en la que cientos de hechizos podrían haber golpeado los muros de Hogwarts hasta destruirlos.

Pero no.

Eran sólo eso: miradas. Misteriosas y de hierro. Escudriñándose mutuamente en busca de respuestas.

Finalmente, Albus volvió a enderezarse.

—Lo haré.

Los ojos de Dimas brillaron.

—Bien.

Albus le extendió a cada uno su varita.

—Tengo mis condiciones.

—Por supuesto —Dimas acarició su arma y luego le dirigió otra mirada a Lodge, que exhaló con furia—. ¿Por qué no las discutimos arriba? Creo que nuestros amigos ya se habrán instalado.

—Ellos son parte de mis condiciones —determinó Albus antes de que cualquiera pudiera avanzar—. No voy a trabajar con esos hombres y mucho menos a involucrarlos en el poder del Aurea Pergamena.

—Desde luego que no, nosotros tampoco vamos a hacerlo —Dimas se rio. Palmeó a Lodge en el hombro y lo empujó ligeramente hacia adelante, para que comenzara a caminar—. Esos hombres no tienen ni idea de en lo que se están metiendo. Únicamente quieren recuperar los privilegios que tenían antes de que tu padre venciera al Señor Tenebroso y todo eso.

—Los quiero fuera de Hogwarts —dijo Albus, caminando también.

—Piezas de ajedrez, Albus —Dimas se golpeó la frente con el dedo índice—. Piezas que puedes sacrificar si es necesario. Créeme que yo tampoco simpatizo con el círculo social que Lodge ha formado —su compañero gruñó—. Pero, por mucho que me cueste admitirlo, sé que tiene razón. Para ganar, se necesita de peones.

—No necesito…

—No querrás que nadie te distraiga de tu búsqueda, ¿verdad? Necesitamos a alguien en las trincheras —torció una sonrisa—. Sólo tendrás que soportarlos hasta que tengas la última pieza. Luego de eso, no te harán falta. Así ha sido el plan desde el comienzo.

Lodge iba delante. Los guio escaleras arriba, moviéndose por el castillo con la naturalidad que sólo se conseguía al haber sido profesor de Hogwarts. Dimas y Albus lo seguían a paso firme. El primero, siempre sonriendo. El segundo, aferrando su varita y con los sentidos alerta ante cualquier ruido.

—Descuida —le dijo Dimas luego de un rato—. Han sacado a la mayoría de los alumnos y probablemente los profesores estén con ellos o en la entrada, intentando armar un plan para buscarnos —alzó las cejas—. Tenemos que admirar su optimismo, supongo —doblaron por un pasadizo y luego por una escalera estrecha—. Y si tu padre ya estaba aquí, seguro no me equivoco al suponer que el resto de tu familia viene en camino.

—¿Y qué vamos a hacer con ellos? —gruñó Lodge—. ¿Acaso vas a dejarl a todos inconscientes, niño?

—Todo a su tiempo, viejo amigo —Dimas volvió a palmearle el hombro—. Antes hay que evaluar la situación.

Albus creía que estaban en el lado este del castillo, sin embargo, era difícil decirlo con exactitud. Le parecía que nunca antes había recorrido esos pasillos, ni visto aquellos tapices medievales que colgaban de los muros. Antes de avanzar aún más, Lodge apartó uno con su varita, revelando la entrada a una pequeña sala con velas flotantes y una enorme puerta de hierro pegada a la pared.

Ahí, se encontraba una mujer.

—¡Oh, ya están aquí!

Era alta y de rostro huesudo. Sonreía ampliamente, con los bordes de su boca estirados y adornados por varias arrugas. Albus no la conocía, pero Dimas se acercó a ella con familiaridad.

—Querida Miranda —dijo inclinando la cabeza—. Tuvimos algunos contratiempos que ya están solucionados, afortunadamente. ¿Qué tal va todo por aquí?

—Tal como lo estableciste —canturreó ella. Albus sintió cómo su mirada penetrante, aunque discreta, lo recorría de pies a cabeza—. Vigilantes en los puntos que establecimos, el resto nos instalamos aquí, los niños están bastante callados… —amplió su sonrisa—. Y dejé todo listo en la Torre de Astronomía para el espectáculo.

—¿Qué haría yo sin ti?

La mujer soltó una risita complacida y, ahora sí, sin disimulos, miró a Albus.
—¡Vaya! —exclamó como si acabara de percatarse de su presencia—. Veo que tenemos un recluta nuevo.

—Por supuesto, déjame que los presente —Dimas tomó las manos de la mujer—. Albus, ella es la adorable Miranda Savage, nuestra verdadera arma secreta. Miranda, querida, él es Albus, de quien tanto te he hablado, el único merecedor de la magia de Merlín.

—Un gusto —dijo ella y endulzó su voz exageradamente. Se soltó de Dimas para darle a Albus un sonoro beso en la mejilla—. Albus… Potter.

—Olvidemos las formalidades y apellidos, ¿de acuerdo, querida?

—Sí, olvidémoslo —aunque Lodge todavía se notaba tenso, se adelantó para besar a la mujer en la mano. Ella fingió que se apenaba.

—Estoy segura, señor Lodge, de que, si Mabroidis lo dice, entonces podemos confiar en Albus —le guiñó un ojo y luego empujó la puerta de hierro. Ambos entraron, tomados del brazo.

—Verás, Albus —le dijo Dimas—. Lodge deposita su confianza en los peones, pero la mayoría están podridos. Así fue como Draco Malfoy terminó entre nuestras filas, por ejemplo, antes de volverse en nuestra contra. En cambio, yo… —ingresó también a la sala y extendió un brazo, como dándole la bienvenida—. Deposito mi confianza en personas como Miranda, una gran pieza (con su ayuda sacamos a Lodge de Azkaban y desestabilizamos al actual Ministerio), y en ti, por supuesto.

Albus calló y entró.

Se encontraba en una pequeña torre, sin escaleras para subir a los niveles superiores y con una sola ventana al fondo. Al lado, había un gran escritorio de roble y, sobre él, únicamente una pluma inerte y un libro cerrado. En el lugar había unos veinte hombres y mujeres que hablaban entre sí, alterados. Al ver a Albus, todos se callaron al instante.

—¡Tú…! —exclamó uno. Albus lo reconoció. Habían combatido durante la batalla en la mansión de Vivian.

—¡Maldito niño! —gritó otro, un hombre grande con el que había peleado en el Castel Nuovo.

—¡¿Qué maldita broma es esta?! —chilló una mujer, que creía haber visto en los reportes de los aurores que su padre llevaba a casa.

Uno a uno, todos comenzaron a gritar y a soltar insultos en su contra. Lodge, desde una esquina, observó la escena complacido y se dejó caer en un sofá. A su lado, Miranda Savage admiraba el barullo con ojos que aparentaban ser inocentes, pero que brillaban en la malicia. Y Dimas… Dimas se quedó de pie junto a Albus, en silencio.

—¡Primero nos obligan a entrar aquí…!

—¡Al maldito Hogwarts vigilado por…!

—¡Y ahora traen a ese niño con ustedes…!

—¡Se supone que querían matarlo…!

—¡Eso es! ¡Hay que matarlo para poder…!

—Hazlo.

Albus habló y cuando lo hizo, su voz fue tan fría que recorrió con un estremecimiento a todos los presentes.

Estaba parado a la mitad de la torre, con la mochila colgándole del hombro, con el mapa, el medallón y el frasquito de recuerdos en una mano, con su varita en la otra. Iba sucio, su ropa era un desastre y todavía tenía los nudillos abiertos, de hace apenas unas horas, cuando en un arranque de desesperación había golpeado el suelo de la montaña. No se veía como un muchacho perdido, sin embargo. Lucía grande, más grande, más seguro y más peligroso que cualquiera en esa sala.

—Hazlo —repitió—. Mátame.

Nadie dijo nada. Nadie hizo nada.

—Quieren el Aurea Pergamena, ¿no es cierto? —murmuró. No era necesario gritar. No era necesario alzar la voz para imponerse—. Quieren que les ayude a recuperar todo lo que perdieron en el pasado —alzó la cara, observó de frente al hombre que había dicho aquello—. Mátame y jamás lo tendrás.

El tipo volteó a ver a Lodge, luego a Dimas, como esperando a que alguno interfiriera o desmintiera lo que acababa de decir el muchacho.

—Es mío —dijo Albus. Claro, firme—. Esos pergaminos me obedecen a mí y sólo yo puedo encontrar la pieza que falta. Mátame y la magia de Merlín quedará extraviada para siempre.

Lo que antes fue ira se convirtió rápidamente en incertidumbre. Los hombres y mujeres se miraron unos a otros, dudosos. No tienen idea, había dicho Dimas y parecía la verdad. Parecía que la anterior guerra había dejado cicatrices profundas, un temor incontrolable a volver a equivocarse. Albus los observó a todos… Y sonrió.

—Ya lo escucharon —dijo Dimas dando un paso hacia adelante—. Albus está en nuestro equipo ahora.

—Qué comience la diversión, entonces.

Un hombre, desparramado hasta el momento sobre una silla, se levantó. Jugaba con su varita mientras le daba largos sorbos a una botella. Albus lo reconoció al instante, aunque le parecía que nunca lo había visto en persona. Era Selwyn. Su padre había sido encerrado en Azkaban, acusado por crímenes durante la guerra y él era conocido por alterar constantemente el orden público.

Y también… Era quien había torturado a Scorpius y a Rose durante su estancia en la mansión de Vivian.

—Estos niños son aburridos —dijo con voz pastosa. Le dio una patada al suelo y, hasta entonces, Albus vio a dos niñas y dos niños, probablemente novatos en Hogwarts, atados y amordazados junto a los pies de aquel hombre—. Quiero divertirme de verdad.

Los niños chillaron bajo las sogas.

—No, no, no —Miranda Savage hizo un gesto con la mano, como silenciándolos dulcemente—. ¿Qué les dije? Tienen que estar calladitos mientras los adultos hablan.

—No te alarmes —le pidió Dimas a Albus, mientras lo conducía hasta el único escritorio que había en la torre, junto a la ventana—. Ellos son sólo una salida segura en caso de que tengamos que correr —se rio—. Y están ansiosos de colaborar con nosotros, ¿verdad? —carraspeó—. Ahora, Albus, te escuchamos, por favor. Tus términos.

Albus evitó mirar a los niños. Se irguió y todos a su alrededor callaron.

—No lastimarán a nadie.

Lo dijo con la misma firmeza de antes, pero escuchó como Lodge soltaba un graznido de fastidio. Aun así, continuó.

—Contendrán a quien quiera detenernos, pero no les harán daño —varios a su alrededor soltaron risitas irónicas—. Vienen en camino varias personas que ansían detenerlos. Evitarán sus ataques, pero si alguno de ustedes se atreve a tocarlos…

—¿Qué es lo que harás, muchacho? —dijo una mujer burlonamente—. ¿Qué nos pasará si lastimamos a esas personas?

—Bueno —Albus torció una sonrisa—, francamente, yo no contradeciría a quien puede usar el Aurea Pergamena en mi contra.

Todos volvieron a callarse. Dimas infló el pecho, como si estuviese orgulloso.

—Pasa lo mismo con Rose Weasley y Scorpius Malfoy —continuó Albus—. Están en el castillo, pero quedan totalmente fuera de esto.

—Una verdadera lástima —Selwyn se tambaleó ligeramente—. Realmente me la pasé muy bien con ellos en esa mansión. ¿Cómo está la espalda de tu amigo…?

—Selwyn, basta —le advirtió Miranda. Una ligera risita escapó de sus labios.

—Está dicho —Dimas extendió los brazos, como si esperar recibir un aplauso, pero nadie en la torre, además de él, se notaba feliz de tener a Albus ahí—. De todos modos, no necesitamos contener a nadie.

Señaló el viejo escritorio y le indicó a Albus que pusiera sus cosas ahí. El muchacho lo miró por unos momentos, pero luego accedió. Dejó el medallón dorado y el frasquito de recuerdos que le había quitado a su padre. Se guardó entre las solapas el Mapa del Merodeador, sin embargo, y cuando iba a dejar su mochila, antes sacó la caja de madera en donde guardaba la daga y el Aurea Pergamena.

—Tú, Albus, puedes ayudarnos a que no haya ningún enfrentamiento entre nosotros y las personas que vienen a buscarte —le dijo Dimas. Se sacó del bolsillo un pequeño libro negro, viejo, desgastado—. Este es el diario de Vivian Lake. ¿Recuerdas que te hablé de él? Todo lo que necesitas saber sobre el Aurea Pergamena está aquí.

Lo hojeó con cuidado, pero con una increíble naturalidad, como si lo hubiera hecho cada día de su vida, como si fuese parte de él… Al encontrar la página que buscaba, miró a Albus a los ojos.

—¿Qué es lo que quieres, Albus?

El muchacho frunció el ceño.

—Vivian Lake conocía uno de los conjuros más útiles que Merlín guardaba en su libro —explicó—. Uno que nos será de gran utilidad ahora, para que tú puedas buscar la parte que falta con tranquilidad.

Lo tomó del hombro. Albus se dejó guiar hasta que ambos estuvieron en el alfeizar de la gran ventana. Desde ahí podía verse el Lago Negro, apacible bajo el cielo de la madrugada, y la Torre de Astronomía, imponente, tan alta que casi parecía rozar las tenues estrellas.

—Nuestra querida Miranda ya hizo su parte, en aquella torre —le dijo Dimas—. Todo está dispuesto ya.

El calor recorrió a Albus repentinamente. La sensación de los pergaminos llamándolo comenzó a latir fuertemente por todo su cuerpo y él los sacó de la caja junto a la daga dorada. La mano de Dimas se ciñó sobre su hombro.

—¿Qué es lo que quieres, Albus?

Todo.

—Encontrar el resto del Aurea Pergamena.

—Y lo harás. Porque es tuyo —Dimas asintió, sin despegar la vista de él—. Pero para logarlo, debemos buscar en este castillo sin interrupciones. ¿Qué es lo que quieres, Albus? —volvió a preguntar.

Rose insistiendo en volver al Valle de Godric. Lily ordenándole ir con la directora. Scorpius tomándolo del brazo para seguir a su hermana. McGonagall soltando una alerta preventiva en el castillo. Su padre, a su lado, tomando el Aurea Pergamena, diciéndole que huya, que corra a ponerse a salvo mientras él juega sus cartas…

—Que nadie interfiera.

Albus extendió los pergaminos.

—Eso. Que nadie interfiera —Dimas sonrió—. Hay un hechizo para lograrlo. ¿Sabes cuál es, Albus?

No respondió. Hojeó con cuidado los pergaminos, observando las palabras escritas en tinta negra, revueltas en un idioma que no le era familiar.

Pero, de pronto, sintió una explosión dentro de sí. Observó un hechizo, anotado al final de una página y, de alguna forma, supo que ése era el correcto.

—Es el conjuro que menciona Vivian en su diario —Dimas observó el firmamento, extendiéndose delante de ellos—. Lo he memorizado todo. Cada palabra, cada detalle, cada elemento que se necesita para realizarlo… Pero jamás pude llevarlo a cabo, claro, porque yo no tenía las palabras escritas por Merlín y porque yo no era el verdadero merecedor de su poder.

Volvió a mirarlo a los ojos. El brillo de los pergaminos se reflejaba en ellos.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres, Albus?

—Quiero encontrar la parte que falta sin que nadie interfiera.

Leyó el hechizo. De su boca escaparon aquellas palabras desconocidas y él volvió a sentir aquella magnifica sensación de poder. Recorrió las puntas de sus dedos, hizo palpitar cada uno de sus órganos. La magia se extendió por todo su cuerpo y salió, disparada, como una flecha fuera de sí.

Una bola de luz, preciosa y dorada, atravesó el cristal de la ventana y voló, con una velocidad impresionante, hasta la Torre de Astronomía. La estructura parecía ahora un faro, alumbrando la madrugada en Hogwarts.

—Ya está —dijo Dimas.

Tomó el medallón que Albus había dejado en la mesa y con mucho cuidado, como si se estuviera desprendiendo de algo sumamente valioso, lo colocó en el cuello del muchacho.

—Está hecho.


—¿A dónde iría?

El profesor Creevey le hablaba a Rose y a Scorpius con una severidad que rayaba en el enojo. Ambos muchachos lo seguían por los pasillos de Hogwarts, apresurados, mientras el sonido de la alerta preventiva que había soltado la profesora McGonagall continuaba retumbando en las paredes.

—E-esa es la cuestión —dijo Rose y su voz sonó rota—. No teníamos un plan. Sabemos que la última pieza está en Hogwarts, pero no dónde. Albus pudo ir a cualquier lado.

—Eso no nos sirve.

—¡Oiga! Lo estamos intentando —gruñó Scorpius, mientras los tres daban vuelta por un corredor—. No queríamos que esto pasara, pero ustedes insistieron en soltar esa alerta preventiva y despertar a todo el mundo —bajaron las escaleras que conducían al patio del colegio—. Si no hubieran causado todo este alboroto, probablemente Albus estaría todavía con nosotros y…

Chocó contra la espalda del profesor.

Creevey se había detenido súbitamente. Sus hombros estaban tensos y sus brazos rígidos. Cuando volvió a avanzar, lo hizo lento, tan lento como si cada movimiento le pesara una tonelada.

—¿Y ahora qué? —preguntó Scorpius con fastidio, pero el hombre no le respondió. Caminaba hacia el centro del patio, con la vista perdida en el cielo.

—¿Profesor? —lo llamó Rose. Ella y Scorpius lo siguieron, tratando de distinguir algo en el firmamento. Al no encontrar nada inusual, compartieron una mirada inquieta.

—¿Todo en orden? —preguntó el muchacho.

—¿Profesor Creevey…? —Rose se acercó… Y luego, fue lanzada contra un pilar.

El hombre había pronunciado un conjuro y apuntado su varita hacia ella en un segundo.

—¡¿Qué mier…?! —Scorpius apenas alcanzó a reaccionar. Rápidamente, desvió un segundo hechizo del profesor, dirigido hacia él. Creó un escudo que logró mantenerlo a salvo, pero que, por el impacto, lo tiró al suelo. Creevey volvió a apuntarle—. ¿Qué? ¡Espere…!

Un nuevo hechizo fue contenido por Rose.

La muchacha se levantó del suelo y, con un conjuro, logró desequilibrar al hombre. Corrió hasta donde estaba Scorpius, pero antes de que pudiera levantarlo, él la jaló hacia el piso nuevamente, evitando que otro hechizo la golpeara de lleno.

—¡Profesor Creevey!

—¡No interferirán! —gritó él—. ¡No…!

—¡¿Qué?!

Agitó la varita una vez más. Rose y Scorpius se encontraban demasiado cerca para poder esquivarlo nuevamente. Ambos cerraron los ojos, esperando el impacto…. Pero éste nunca llegó.

En su lugar, escucharon algo que sonó como un latigazo, seguido de un fuerte golpe contra el suelo.

Cuando volvieron a mirar, el profesor Creevey estaba tendido en el piso y, detrás de él, con la varita alzada, se encontraba Luna Scamander.

—Oh, hola —dijo al verlos—. Creí escuchar tu voz, Rose.

La mujer lucía tan tranquila como si acabara de terminar un paseo por el parque; le dirigió una amable sonrisa a Rose y a Scorpius, pero ninguno de los dos pudo corresponderla.

—Yo… Sólo… ¿Qué? —murmuró Rose, todavía en el suelo, pegada al muchacho. Su vista iba de Luna a Creevey, de Creevey a Luna, como si no pudiera todavía creer lo que acababa de pasar.

—Será mejor que te calmes, no puedo entender nada de lo que dices —comentó Luna distraídamente. Garabateó en el aire con su varita e hizo aparecer una soga para atar al profesor—. Estábamos buscándolos, pero tuvimos que separarnos. Iba caminando por aquí y entonces te escuché gritar —se aseguró de que Creevey estuviera bien atado y volvió a sonreír—. ¿Albus no está con ustedes?

—¡Nos atacó! —exclamó Scorpius, apenas reaccionando—. ¡Él…! ¡Íbamos hablando con él y de repente…! ¡Él nos atacó!

—Sí, algo muy raro está pasando, ¿no creen?

—Luna —Rose parpadeó con fuerza—. No e-entiendo, ¿qué haces a-aquí?

—Ya te lo dije, estaba caminando —respondió ella con simpleza—. Pero lo mejor será que nos pongamos en marcha. Las cosas van a ser un poco más complicadas de lo que creíamos. Sería bueno que se levantaran. ¡Oh! Y ya pueden soltarse, si quieren.

Scorpius, que hasta el momento tenía bien aferrado el brazo de Rose, se soltó como si de repente la muchacha lo hubiera quemado. Ambos se pusieron de pie lentamente, todavía con la mirada fija en el inconsciente profesor.

—Definitivamente no podemos dejarlo aquí —comentó Luna observando también al hombre—. Algo malo puede pasarle.

—¡¿A él?! —gritó Scorpius.

Luna no le hizo caso y movió de nuevo su varita. Al instante, el profesor empezó a levitar detrás de ella.

—Bueno, vamos —les dijo mientras se ponía la varita detrás de la oreja—. Será mejor que vayamos afuera.

Avanzó. Rose y Scorpius se miraron una última vez antes de seguirla escaleras arriba, en dirección al tercer piso.

—Luna —le dijo Rose sujetando con fuerza su arma—. D-dimas, Lodge y e-esos hombres… Entraron al castillo, entraron por el pasadizo de la Bruja Tuerta y…

—Ya lo sé —respondió ella—. Pero, Harry dijo que ya no estaban por aquí. Los vio en su mapa especial. Este camino está libre.

Llegaron a la estatua destruida y la mujer entró sin preámbulos, guiando el cuerpo flotante de Creevey para que no se golpeara la cabeza con los bordes de la entrada.

—¿Por qué está en el castillo? —preguntó Scorpius cuando hubo atravesado la estatua, con Rose al lado.

—Lysander. Los vio entrando a Honeyduckes —explicó al fin la mujer—. Fue a informarle a James y él se encargó de decirnos. Creíamos que sólo veníamos a recogerlos y a ayudarles a buscar la pieza que falta del Aurea Pergamena, pero cuando llegamos a Hogsmeade, nos dimos cuenta de que no sería tan fácil. Lily estaba bastante alterada. Nos contó que esos hombres entraron y que Albus estaría con ustedes.

—Albus no…

—Entramos al castillo para buscarlos y Harry tenía su mapa, pero entonces nos atacaron.

—¿Se separaron? —preguntó Scorpius y apartó el pie del profesor Creevey que flotaba junto a él. Luna asintió.

—Todos. Harry alcanzó a decirnos que este pasadizo parecía libre, que podíamos volver. Y entonces, fue cuando los encontré.

—Pero nada de eso explica por qué Creevey de repente nos atacó.

—No, nada de eso lo explica —afirmó Luna.

El resto del camino lo recorrieron en silencio y, aunque avanzaban con rapidez, Rose y Scorpius se veían tan cansados y confundidos que parecía que en cualquier momento uno de los dos terminaría por desplomarse. Con bastante peso invisible sobre sus hombros, lograron llegar hasta la escalera que daba a la trampilla del sótano de Honeyduckes. Luna hizo un gesto con la mano, como invitándolos a subir.

—Descuida —le dijo a Rose, la primera en acercarse—. Ya sólo hay que subir —y parecía que no hablaba únicamente del pasadizo.

La muchacha trepó por la escalera y en cuanto su cabeza se asomó al exterior, la bodega se llenó de jadeos sobresaltados.

—¡Oh, Merlín!

—¡Rose!

—¡Al fin!

Rodeados por grandes cajas y tarros llenos de golosinas, estaban Neville, Alice, Percy, Dominique, Molly, Louis y Teddy.

Al momento, Rose únicamente fue capaz de ver un tumulto de manos apresurándose para ayudarla a subir.

Teddy la jaló con un solo brazo para que saliera de la trampilla. Molly comenzó a soltar gritos severos mientras se lanzaba a su cuello. Aun no la había soltado cuando Dominique hizo lo mismo. Le siguió Louis y luego, Alice. Juntos se tambalearon con alegría y, sin querer, derribaron una caja llena de ranas de chocolate. Los pequeños dulces comenzaron a saltar por todo el lugar, mientras los muchachos liberaban a Rose del conmovedor abrazo.

—Y por esa clase de cosas el dueño va a terminar odiándonos —comentó Louis. Todos se rieron.

—Yo… —dijo Rose intentando limpiarse las lágrimas. Había estallado en llanto desde el momento en el que recibió el primer abrazo—. Yo… No sé…

—Déjalo. Sabemos que nos extrañaste como loca —le dijo Dominique, dándole un leve golpecito en el hombro.

—¿Lo ves? —dijo Scorpius con una sonrisa. Apenas iba saliendo de la trampilla, con Luna y el cuerpo flotante de Creevey detrás de él—. Te dije que tu familia estaba bien.

—¡Oh, los odio tanto! —Molly también fue a abrazarlo a él—. Debería de convertirlos en langostas por haber abandonado el departamento de esa manera. Pero supongo que no es momento de reclamos.

—Habla por ti —dijo Teddy con gracia—. ¿Dónde está Albus? Ya quiero darle una paliza.

—¡ROSE!

Aquel grito, sin embargo, opacó cualquier respuesta.

Nunca, ninguna voz pudo haber sonado tan aliviada y tan triste como la de Hermione cuando volvió a ver a su hija.

Había entrado por la puerta principal de la bodega, delante de Ron, James y Draco. Avanzó con una velocidad que nadie conocía, empujando en el camino a Percy y a Teddy.

Rose se quedó congelada en su lugar, pero en cuanto los brazos ansiosos de su madre se abrieron, ella terminó el recorrido y se derrumbó por completo. Ambas cayeron de rodillas y el lugar pronto se inundó de sollozos. Bien podían ser de Hermione, bien podían ser de Rose. En realidad, no importaba.

—¿Estás bien? —preguntó Hermione llorosa, y acarició con suavidad las mejillas de su hija. Ella asintió, hipando.

—Lo siento —alcanzó a decir. Escondió la cara en el cuello de su madre y la apretó con angustia—. Lo siento, lo siento, lo siento….

Ron avanzó también, dando largos y apresurados pasos hasta el centro de la bodega. Se detuvo justo antes de llegar hasta donde su esposa e hija seguían abrazadas. Parecía temeroso de moverse con brusquedad. Rose alzó la vista y cuando le habló a su padre, la voz se le quebró en trocitos.

—Papá… Lo sien…

—Está bien —dijo Ron con un triste murmullo—. Todo está bien, Rosie.

Y terminó su camino, inclinándose para besar la frente de su hija, mientras, entre sus brazos, la envolvía a ella y a Hermione.

Los demás compartieron miradas enternecidas e hicieron de marco para aquel hermoso cuadro de reencuentro. Las ranas de chocolate seguían saltando a su alrededor y Scorpius observó el panorama, complacido. Sin embargo, dio un par de pasos hacia atrás, para separarse del grupo. Pasados unos segundos, tragó y se dirigió a la otra esquina de la bodega, donde su padre estaba de pie, recargando su peso en el bastón que usaba desde el ataque en la mansión de Vivian.

—Padre —dijo el muchacho cuando estuvo frente a él.

—Scorpius —dijo Draco. Lo miró con detenimiento—. ¿Estás bien?

—No me quejo —se balanceó sobre sus pies, carraspeó, desvió la vista—. Lo lamento.

Draco calló por un segundo.

—Y yo.

—¿Dónde…? —James se apartó un poco de los demás. Paseó su vista por toda la bodega, desesperado. Movió un par de cajas y se asomó por la trampilla—. ¿Dónde está Albus?

Al escucharlo, Rose se retiró del abrazo paternal y soltó un fuerte sollozo.

—¿Dónde está Albus? —repitió el muchacho—. Lily dijo que los dejó a los tres en el Gran Comedor.

—Él… —Rose se levantó del suelo y comenzó a llorar aun con más fuerza. James avanzó hacia ella con brusquedad.

—Rose, ¿dónde está Albus? —volvió a decir, con tono ahogado—. ¿Dónde…?

—Nos dejó —se adelantó Scorpius—. Él… Estábamos en el Gran Comedor y, luego de que Lily se fuera, él nos dejó ahí. No nos dimos cuenta de cuándo…

—No digas idioteces, Malfoy —escupió James.

—E-es cierto —Rose asintió—. Él se fue.

—¿Qué? ¿Por qué haría algo así? —preguntó Teddy confundido.

—Por la misma razón por la que huyó de nuestro departamento —respondió Dominique cruzándose de brazos—. Porque es idiota, por eso.

—¿Dónde están los demás? —Hermione se levantó del suelo y se limpió las lágrimas apresuradamente.

—¿Los demás? Se supone que todos entraron junto a ustedes —dijo Neville extrañado.

—¿Nadie ha vuelto? —Ron palideció.

—¿Qué? ¿Qué pasó? —preguntó Percy.

Entre Ron y Hermione explicaron cómo entraron al castillo y cómo, casi al instante, los seguidores de Dimas y Lodge comenzaron a atacarlos hasta que tuvieron que separarse.

—… eran más de los que creíamos y parecía que su intención era separarnos. Nosotros logramos llegar hasta el pasadizo de la Sala de Menesteres y vinimos para acá. Creímos que los demás pensarían también en volver.

—Hugo sigue en el castillo —dijo Hermione. Parecía que el corazón se le había acelerado de repente—. Igual los demás. Están allá y… Oh, Merlín…

—Tenemos que ir, entonces —determinó Percy.

Louis carraspeó. Levantó la mano, como si estuviera en una clase y pidiera permiso para hablar. Todos lo miraron inquisitivamente

—Sí, lo siento, pero… ¿Alguien quiere explicarme por qué el profesor Creevey está así?

Señaló al hombre, inconsciente, todavía flotando detrás de Luna y bien atado con una soga. Los demás parecieron apenas percatarse de aquello.

—Oh, es que no podía dejarlo allá —explicó Luna. Sonrió ante la mirada escandalizada de todos—. Había peligro.

—¡Él era el peligroso! —saltó Scorpius—. ¡Nos atacó!

—¿Qué? —Neville abrió los ojos como platos.

—No sabemos qué sucedió —dijo Rose—. Íbamos caminando con él, para buscar a Albus, y de repente se volvió contra nosotros. Si no fuera por Luna…

—Pasó algo en el cielo. Por eso se puso así —comentó ella tranquilamente. La miraron sin comprender y, detrás de ella, Dominique hizo girar un dedo sobre su propia cien.

—Esto es ridículo —dijo Neville y sacó su varita—. Creevey es profesor de Hogwarts —la agitó frente a él para poder despertarlo—. Y en ningún momento pensaría en atacar a…

—¡NO INTERFERIRÁN!

El grito de Creevey hizo que Neville trastabillara hacia atrás, espantado. El hombre se agitó en el aire, con violencia, gruñendo y sacudiéndose sin control para poder librarse de sus ataduras.

—¡No podrán interferir! —rugió—. ¡No los dejaré!

—¿Profesor Creevey? —Alice se aferró al brazo de James, asustada.

Molly se acercó al hombre e ignoró sus bruscos movimientos; lo tomó fuertemente del rostro para poder mirarle los ojos. Él bramó de nuevo e hizo lo posible por soltarse, pero ella no cedió.

—Está hechizado —dijo. Agitó su varita para poder dormirlo otra vez y la cabeza de Creevey cayó inerte, en medio de un grito—. Algo potente. Una maldición.

—No había nadie ahí —Rose miró a Scorpius y él se encogió de hombros—. Nadie además de nosotros… ¿Cómo pudo ser…?

—Fue el cielo, ya se los dije —intervino Luna.

—Luna, no creo que sea el momento para… —comenzó a decir Percy.

—Ella tiene razón.

Era Rachel Carter. Acababa de llegar y estaba subiendo por la trampilla. Lucía agitada y tenía un feo corte en la ceja, aunque su rostro se veía tan serio como de costumbre.

—¿Está bien? —Louis y Teddy la ayudaron a subir. Ella asintió y de inmediato comenzó a hablar, casi como si rindiera un informe.

—Es cierto que está hechizado y no es el único. Cuando nos separamos pude ver a algunos de los seguidores de Dimas y Lodge. Tenían a varios rehenes ahí. Niños.

—Hicimos sonar la alerta preventiva de inmediato —Neville negó con la cabeza—. Todos los alumnos debieron de haber salido cuando se les indicó.

—Muchos no alcanzaron a llegar, al parecer. Combatí con esos hombres e iba a traer a esos niños conmigo cuando ellos se volvieron en mi contra.

—¿Qué? —Hermione palideció.

—Doce, tal vez trece años. Parecían asustados hasta que me atacaron por la espalda —señaló la trampilla—. Los dejé inconscientes y están flotando allá abajo, en el túnel.

—Pero, ¿cómo…?

—El cielo —dijo y asintió en dirección a Luna—. Estábamos en el jardín. Se quedaron como idos, viendo hacia arriba.

—El… El profesor Creevey también hizo eso —murmuró Rose.

—Algo los está controlando. Es casi como si les hubieran lanzado un Imperio.

—Es imposible que el mismo hechizo de control les afecte a todos al mismo tiempo —dijo Hermione—. Además, ni usted o Luna se vieron perjudicadas.

—Ni nosotros —dijo Scorpius—. No pudimos ver nada.

—B-bueno —tartamudeó Rose—. Es cierto que no se puede lanzar un Imperio colectivo o algo como eso, al menos con la magia tradicional —en sus ojos resplandeció el miedo—. Y aunque los maleficios imperdonables sean magia oscura, siguen siendo magia que conocemos, magia moderna. S-sin embargo… Con m-magia antigua…

—Aun así —dijo Percy—. Se necesitaría de mucho poder para controlar masas. Tendría que ser algo tan potente como… Como…

—¿Como el Aurea Pergamena? —preguntó Neville tragando con fuerza.

Todos guardaron silencio.

—No —dijo James y exhaló tan fuerte que aquello se escuchó más como un gemido de angustia—. Porque si esos malditos pergaminos son los culpables de que las personas estén poniéndose así, quiere decir que… Quiere decir que Dimas Mabroidis es el que está usándolos —la voz se le quebró—. Y ustedes dijeron… Dijeron que nadie podría usarlos a menos que… A menos que…

—James, James —Alice negó con la cabeza y se apresuró a acariciarle los hombros—. Albus está bien. Nadie le ha hecho nada, ¿de acuerdo? Tu padre iba a encontrarlo, tenía el mapa. No le ha pasado nada, ¿cierto? —miró a los demás, con urgencia—. ¿Cierto? —insistió.

—Por supuesto que no —afirmó Ron—. Esos hombres ya se hubieran declarado ganadores. Si tuvieran ya el Aurea Pergamena, no podríamos ni acercarnos al castillo.

—La otra opción, entonces —intervino Draco alzando las cejas—, es que al pequeño Potter le dio por jugar con esos pergaminos para poner a todo el mundo en nuestra contra.

—¡¿Cómo se atreve a…?! —James se movió bruscamente hacia él, pero Alice alcanzó a tomarlo del brazo, impidiéndole avanzar.

—Sea como sea, tenemos que volver a Hogwarts por los demás —dijo Teddy—. Si esos hombres son más de los que pensamos y algo está sucediéndole a la gente…

—Sí, pero, ¿y si el cielo o lo que sea nos hace algo también a nosotros? —preguntó Dominique—. Es decir, ¿por qué a esos niños y a Creevey les afectó, pero a Carter, Rose y Scorpius no? ¿Es algo al azar o…?

—Tiene que haber un patrón. Cualquier hechizo debe de tenerlo — Hermione se puso una mano en el entrecejo—. Porque, si fuese magia antigua, como dice Rose, con mayor razón el conjuro que hayan utilizado debe de tener un lazo con los afectados. La magia antigua se valía de conjuros muy complejos.

—¿Un lazo? —preguntó Louis.

—Sí, lo que sea podría funcionar. Un mechón de cabello, una prenda de ropa o incluso… —se apartó la mano de la cara y se quedó muy quieta, como si un pensamiento la hubiera atacado de golpe—. Incluso…

—¿Qué? —se desesperó James.

—Sangre —murmuró Hermione. Pesado, grave, una bala de plomo estrellándose—. El hechizo podría unirlos con sangre.

—Ya —Louis la miró, sin comprender—. ¿Y cómo sería posible que esos hombres tuvieran a su alcance la sangre de Creevey y de esos niños?

—¡Esa…! —Hermione chilló. Fuerte. Pareció morderse la lengua, seguramente conteniendo una palabra no adecuada para la situación—. Buja —soltó. Los miró a todos con angustia—. ¡Savage! ¡Miranda Savage!

—¿Qué? —Molly frunció el ceño.

—¡Por supuesto! —se pasó una mano por el cabello, desesperada—. ¡Por supuesto que podrían activar un hechizo como ése! ¡Miranda Savage tiene la sangre de Creevey, de esos niños…! ¡Tiene la sangre de muchos de nosotros en su poder!

—La Comisión de Registro de Hijos de Muggles —entendió James y también palideció.

—¡Pincharon a más de la mitad de los magos y brujas en Inglaterra! Una gota de sangre por cada persona que iba a registrarse. ¡No tenía ningún sentido! ¡Lo hicieron por esto! Estuvieron planeándolo durante meses, bajo nuestras narices.

—No entiendo —admitió Scorpius, agobiado por tanta nueva información.

—Fue iniciativa de esa mujer —le explicó Molly—. Todos los que tuviéramos sangre muggle teníamos que ir a registrarnos. No únicamente los hijos directos de muggles, sino todos los que no tuviéramos la sangre completamente "limpia" —le dio una patada al piso—. Dijeron que era para estudiar el origen de nuestros poderes y llevar a cabo una investigación.

—Todos fuimos al registro. Era obligatorio. Incluso los estudiantes de Hogwarts —Teddy se dejó caer contra la pared y miró a Rose—. Creo que tú y Albus son los únicos con sangre muggle que no fueron a registrarse. No estaban aquí.

—Pero, ¿por qué? —preguntó Alice, aterrada—. ¿Por qué harían algo como eso?

—Porque no tienen a muchos aliados —razonó Ron, gravemente—. Piénsenlo. Mortífagos retirados, personas con libertad condicional. Y ya atrapamos a la mayoría, la última vez que combatimos en la mansión de Vivian. Aunque encontraran el Aurea Pergamena, Dimas y Lodge no pueden ir más allá sin tropas.

—Y ese hechizo les da la posibilidad de tener a más personas de su lado —asintió Molly.

—Un ejército que no tenían —dijo Percy—. Esos estudiantes, los demás que se encuentran aún en el colegio, Creevey y todas las personas con sangre muggle…

—Pero si es así —intervino Dominique—, ¿por qué la tía Hermione y James no están como zombies atacándonos?

—Porque ellos no estaban viendo el cielo —contestó Luna.

—Dijiste que entraron por el pasadizo de la Sala de Menesteres —Neville se puso un dedo en la barbilla—. No estuvieron en el exterior, ¿o sí?

—El hechizo surte efecto cuando las personas con sangre muggle ven hacia el cielo— concluyó Rachel Carter—. El origen del encantamiento debe de estar en lo alto del castillo.

—Una torre, ¿tal vez? —preguntó Louis.

—Pero si realmente es un hechizo del Aurea Pergamena… No entiendo —admitió Alice, angustiada—. ¿No se supone que es el libro de hechizos de Merlín? ¿Por qué él querría…?

—Ante del Estatuto del Secreto las cosas eran complicadas entre magos y muggles —le explicó Rose—. Se cree que, para calmar las tensiones, muchos magos poderosos, Merlín entre ellos, podían localizar con mayor facilidad a los muggles y someterlos a su voluntad.

—Eso es horrible —se asqueó Teddy.

—No importa ahora —determinó Rachel Carter—. Si nuestras suposiciones son ciertas, no tardaremos en ser sometidos por el nuevo ejército de esos hombres. Hay que encontrar la manera de romper ese hechizo.

—Se puede, ¿no, Rose? —Dominique volteó a verla, ansiosa.

—B-bueno, en teoría —balbuceó ella—. Semejante poder tiene que venir de un conjuro complicado. No únicamente en su poder o en la forma del hechizo. Hablo de un ritual. Algo preparado. Físico. Si la sangre es el lazo, deben de tenerla guardada en el punto central, de donde viene el poder… ¡Eso! —dio un ligero brinquito y volteó a ver a Scorpius con urgencia—. ¡Eso es! El contenedor que mencionó Selwyn… ¡Ahí tienen la sangre!

—¿De qué estás hablando? —James arqueó las cejas.

—Cuando estábamos atrapados en la mansión, con Selwyn, escuchamos algo.

—Esos tipos… Ellos mencionaron un contenedor —dijo Scorpius, entrecerrando los ojos, tratando de recordar—. Selwyn dijo que los sangre sucia iban a pagar…

—¡Y luego preguntó si su sangre ya estaría en el contenedor! —Rose se volvió hacia los demás, emocionada—. Si es un conjuro de ese tipo, se puede deshacer. Es como en la historia de Dánae, la Gorda. Justo estaba explicándole eso a Albus hace apenas unas horas.

—En el hechizo de Dánae, la leche era el elemento crucial —continuó Hermione. Parecía ser la única en la bodega que seguía el hilo en las explicaciones de Rose—. Si la sangre en el contenedor es el elemento crucial en este caso…

—… el hechizo se rompería si logramos desestabilizar el contenedor —completó Rose.

—Muy bien, entonces, hay que tirar el contenedor con la sangre y todos vuelven a la normalidad, ¿sí? —resumió Dominique. Rose asintió.

Hubo una pausa, pequeña, casi instantánea. Un momento en el que absolutamente nadie habló. Pero, incluso en el silencio, el ambiente se sentía rápido, como si los pensamientos de todos zumbaran en el aire, tratando de descifrar qué hacer a continuación.

—¿Qué estamos esperando, entonces? —dijo James.

—No puedes ir tú —le dijo Molly—. Ni yo. La mitad de nosotros debe de quedarse aquí. Si vemos el cielo…

—¡No voy a quedarme aquí! —gritó el muchacho. Parecía que ya no le cabía más tensión en el cuerpo—. ¡Albus está allá! ¡También Lily y mi mamá! ¡No sabemos si mi papá llegó a ellos…! —exhaló con fuerza—. Esos hombres dijeron… Cuando me enfrenté a ellos dijeron que iban a… —se mordió el labio—. No voy a quedarme aquí.

—James, cariño —Hermione lo tomó apresuradamente por los hombros—. Está bien, ¿de acuerdo? Nos encargaremos de romper ese hechizo y entonces podrás volver al castillo y…

—Hermione —Ron se adelantó—. Molly tiene razón. Si todo esto es cierto… Tú tampoco puedes ir allá.

—Ron…

—No, ni hablar —negó con la cabeza y la miró serio, como nunca—. Te registraste en ese maldito programa.

—¡Hugo sigue allá! —dijo ella volviéndose hacia él. La voz le salió apenas—. No puedo…

—¡Tiene tu sangre ahí!

—Mi sangre no está ahí.

El murmullo de Rose fue bajo, sin embargo, todos alcanzaron a escucharla. Voltearon a verla y ella tragó antes de volver a hablar.

—Dijiste… —miró a Teddy—. Dijiste que seguramente Albus y yo éramos las únicas personas con sangre muggle que no se registraron. No consiguieron mi sangre y por eso el hechizo no me afectó. Eso quiere decir que puedo acercarme al contenedor sin que me controlen.

—En teoría, sí, Rose, pero… —comenzó a decir Molly.

—¡No, piénsalo! Estaba justo al lado del profesor Creevey cuando todo comenzó y yo no pude ver nada en el cielo. Lo que sea que hayan conjurado, a mí no me afecta. Así que tal vez… —se mordió el labio—. Tal vez pueda detener lo que está pasando.

—Al igual que cualquier sangre pura —comentó Rachel Carter.

—No —dijo Rose seriamente—. La magia antigua es complicada. No es solamente retirar el contendor y ya, debe de haber elementos que la hacen funcionar y si algo sale mal, puede causar efectos desconocidos…

—Y tú sabes manejarla, ¿no? —Louis asintió—. La magia antigua y esas cosas.

—Yo… Bueno, no me considero una experta, pero…

—No —dijo Ron, de manera tan severa que algunos retrocedieron—. De ninguna manera vas a acercarte a esa cosa.

—Pero si ella… —intentó Teddy.

—No —repitió Ron, fuerte, determinante—. No voy a permitir que Rose vaya hasta allá sola.

—Por supuesto que no —dijo Scorpius y dio un paso hacia adelante—. Por eso yo iré con ella.

Un pesado silencio cayó de pronto en la bodega y, seguramente, ni siquiera Viktor Krum recibió alguna vez una mirada tan hostil por parte de Ron.

—Ya te gustaría, Mafoy —soltó James, frunciendo el ceño—. ¿No te parece que ya hiciste suficiente llevándote a Albus y a Rose una vez?

—¿Qué yo…? ¿Llevándomelos?

—La última vez que revisé, fue el pequeño Potter quien armó todo este lío —intervino Draco.

—¿Por qué sigues aquí, Malfoy? —graznó Ron. Dejó de prestarle atención a los demás y lo miró con fastidio—. Tienes a tu hijo, ¿no? Largo.

—Sí, parece que se las están arreglando bastante bien sin ayuda.

—Le prometiste a Harry información a cambio de mantener a tu hijo a salvo —avanzó un par de pasos hasta él. Draco no retrocedió—. Ya lo tienes. Vete.

—Créeme, Weasley, no fui yo el que solicitó unirse a este circo.

—Oh, claro que no. Tal vez sólo quieres ayudar a tus antiguos compañeros —dijo con saña—. Apuesto a que toda esa escoria de mortífagos se muere por verte.

—¡Ron! —exclamó Hermione.

—¡Tú…! —Draco se movió con brusquedad y sacó la varita de su bolsillo.

Al instante, se armó un lío de voces sobresaltadas. Todos los presentes se colocaron entre ambos hombres, frenando la colisión.

—¡No! ¡Basta! —exclamó Scorpius tomando a su padre del brazo.

—¡Ya oíste! ¡Largo de aquí, Malfoy! —gritó James y antes de que alguien pudiera frenarlo, la tensión terminó por estallar. Scorpius recibió un fuerte puñetazo directo en el rostro.

Ambos muchachos cayeron al piso, forcejeando, mientras todos los demás se amontonaban entre Ron y Draco. Hubo gritos, empujones y reclamos. Entre el bullicio costaba distinguir quién estaba de parte de quién; si alguien trataba de defender a los Malfoy o si apoyaba las exclamaciones de Ron y James. En medio del alboroto, Rose fue empujada hacia atrás y trastabilló.

—Basta… —murmuró. Todavía tenía lágrimas en los ojos—. Basta, por favor… ¡Ya basta! —exclamó. Se paró derecha y frunció el ceño—. ¡Basta! ¡Basta! ¡YA BASTA!

Su grito fue tan alto y firme que absolutamente todos se quedaron quietos.

La muchacha se pasó una mano toscamente por los ojos, frenando el llanto, y avanzó hasta donde estaban tirados Scorpius y James. Ayudó al primero a ponerse de pie y se quedó cerca de él, tan cerca, que sus brazos casi parecían estarse tocando. Su mirada centelló con una determinación que parecía no haber sentido en mucho tiempo y que, de repente, renacía en medio de todo el caos.

—¡Ustedes…! ¡Se comportan como unos…! —apretó los puños—. Lo único que debería de importarles es encontrar a los demás y frenar el encantamiento, pero ustedes… ¡Es ridículo!

—Esto no tiene nada qué ver contig… —comenzó a decir Ron, sin apartar la mirada de los Malfoy.

—¡Tiene todo qué ver! —lo interrumpió Rose—. Si de verdad han estado trabajando juntos…

—Rose, basta —dijo Hermione, todavía sin soltar el brazo de su esposo—. Creo que lo más prudente es que se vayan…

—¡No! —Rose alzó la cara—. No tienen ningún derecho a…

—¡Ah, vamos! —James se levantó, limpiándose los pliegues de la túnica bruscamente—. Para empezar, nadie está feliz con que tú y Albus se perdieran con ese…

—Estamos vivos gracias a él.

James se calló. Los demás también lo hicieron. Rose aprovechó aquel momento de silencio para endurecer su voz.

—Es cierto —dijo—. Si no fuera por Scorpius, Albus y yo seguramente estaríamos perdidos en algún lugar olvidado. Gracias a él pudimos llegar hasta aquí. ¡Gracias a él pudimos llegar a cualquier lado!

—¡Fue su culpa que tú y Albus estuvieran perdidos durante meses! —reclamó el muchacho.

—Cierra la boca, James —Dominique rodó los ojos.

—Eso no es verdad —dijo Rose—. Ha sido el más sensato. Se preocupa por Albus tanto como cualquiera de nosotros y…

—¡Oh, por todos los…! —parecía que James estaba a punto de pegarle a la pared. Alice volvió a agarrarse de su brazo, pero ni siquiera aquello pareció bastar para que se calmara—. ¡Tú eras la primera en decir que…!

—Estaba equivocada —dijo y aquella declaración fue recibida con un ligero jadeo por parte de la mayoría—. Realmente estaba equivocada con él.

Scorpius a su lado, lucía como si quiera encogerse en su lugar y desaparecer al momento. Sin embargo, al mismo tiempo, parecía que no podía dejar de observar a Rose.

—Es ridículo lo que están haciendo. ¡Esto! ¡Pelear justo ahora! Es momento de parar.

—Rose… —dijo Ron severamente.

—Papá —se acercó, lo miró a los ojos y suavizó su voz—. Si supieras todo lo que ha hecho. Todo lo que hizo por Albus… Por mí —tragó. Volvió a fruncir el ceño y a lucir determinante—. Voy a ir al castillo para romper ese hechizo. Y quiero que Scorpius venga conmigo.

Tal vez su discurso hizo efecto y la mayoría comenzó a reflexionar. Tal vez, la situación en la que se encontraban requería de más atención que un viejo dilema entre familias. O tal vez, era que toda una vida de rivalidad al fin parecía haber encontrado su conclusión. Fuera como fuera, el valor de Rose se contagió. Todos los presentes se miraron unos a otros. Asintieron. Las ranas de chocolate seguían saltando a su alrededor, como ajenas a la tensión que poco a poco se diluía.

—De acuerdo —dijo Draco al fin—. Es reconfortante saber que al menos alguien en este lugar usa la cabeza —se acomodó con elegancia las solapas de su túnica y asintió—. Iré con ellos.

—Yo igual —dijo Ron rápidamente. Él y James eran los únicos que todavía parecían alterados, mirando a los Malfoy con ojos dudosos. Sin embargo, algo en las palabras de Rose parecía haberlos hecho recapacitar sobre la gravedad del asunto—. Nuestra sangre tampoco está ahí. Podemos llegar sin que el encantamiento nos afecte.

—Bien —dijo Scorpius y se sobó con discreción el mentón, donde el puño de James se había impactado limpiamente—. Sí. Claro. Será interesante.


—El rey Alfonso V de Aragón, que movió las hojas de la Grotta Azzurra a su Castel Nuovo —Dimas señaló un puñado de pergaminos dorados, bien extendidos en el suelo—. La reina Maeve, que guardó las hojas en su tumba, en Sligo, Irlanda —señaló el segundo bloque de pergaminos. Sonrió—. La bella Vivian Lake, que le pasó las hojas a su hijo y éste hizo lo mismo con su hijo y así por generaciones hasta llegar… A mí.

Se sacó de las solapas de su túnica un tercer fajo, envuelto por una cubierta vieja y casi desecha.

Era el mismo libro que Albus había visto por primera vez a sus once años, cuando había seguido a Lodge al Bosque Prohibido y, sin quererlo siquiera, había tocado la daga que le brindó el poder del Aurea Pergamena.

Dimas lo dejó sobre el suelo, junto a los otros. Albus aguardó un instante y luego, lo tomó.

Acarició los tres fajos con extremo cuidado, disfrutando al máximo de la sensación de calor que crecía en su interior. Los puso uno sobre otro. Pergamino tras pergamino. Todos dentro de la vieja cubierta.

Ya armado, lucía al fin como el libro de hechizos que albergaba todo el poder de Merlín.

Albus pasó sus dedos por la superficie. Se preguntó si todos podrían notar ese ligero brillo dorado que el Aurea Pergamena despedía ahora que estaba casi completo o si era simplemente él. La magia que únicamente sus ojos eran dignos de captar.

—Y, por último, Godric Gryffindor —continuó Dimas—, que guardó en este castillo la última parte.

—No tiene sentido —dijo Lodge. Únicamente él y Dimas se habían quedado con Albus en la torre. Miranda Savage, tras un par de sonrisas amenazantes, se había llevado a todos los demás a la sala de afuera—. Nosotros encontramos la daga aquí porque eso decía la nota en la mansión de Vivian…

—Uno de mis antepasados estuvo en la mansión antes que nosotros —le explicó Dimas a Albus, aunque él no preguntó nada—. Buscaba el Aurea Pergamena, seguramente, y conoció a la persona que tenía la daga. Dejó un escrito que nosotros encontramos. Así supimos que la daga estaba en Hogwarts.

—Si el maldito Gryffindor hubiera encontrado la daga y, además, una parte del Aurea Pergamena, se lo habría dicho a tu antepasado —Lodge se sentó en un sofá, exasperado—. Lo hubiéramos sabido.

—No precisamente —dijo Dimas y miró a Albus—. Dijiste, Albus, que en el recuerdo que viste, Gryffindor pensaba que no podía dejar que nadie, además de ti, encontrara los pergaminos, ¿cierto?

—Eso sentía —lo corrigió Albus.

—Tal vez el viejo Gryffindor decidió ocultarle a mi antepasado parte de su descubrimiento. Después de todo, Merlín había designado en qué tiempo y forma serían encontradas las piezas del Aurea Pergamena —sonrió—. Deja de preocuparte, Benjamin. Las encontraremos, estén o no en el castillo: porque, al fin, tenemos al verdadero merecedor con nosotros.

Lodge gruñó.

—Albus, ¿cómo es que has encontrado las demás?

—Las he sentido —respondió. Miró el libro frente a él. Lo acarició—. Comencé un camino y, de alguna forma, las pistas se acomodaron. Es como si alguien las hubiese puesto ahí…

—…para ti —susurró el hombre.

Albus asintió.

—La respuesta llegará tarde o temprano, entonces.

—¡Dimas! —Lodge golpeó sus manos contra sus rodillas y, tan rápido como se había dejado caer en el sofá, se levantó—. Necesitamos establecer una búsqueda, armar un plan para los demás. Si Potter estaba aquí, su calaña no tardará en llegar. Los profesores van a volver y…

—…tú te encargarás de decirle a nuestros amigos lo que hay qué hacer, ¿no es así? —Dimas alzó las cejas—. Mientras tanto, Albus y yo analizaremos el diario de Vivian para ver si encontramos algún indicio sobre la parte que falta.

—Dimas…

Parecía que Lodge iba a estallar en gritos exasperados, pero no le dio tiempo, pues la puerta de la torre se abrió con un estrépito.

Miranda Savage trataba de impedir que alguien ingresara, pero la persona que quería entrar logró esquivarla.

Era Devon, el sobrino de Lodge y antiguo enemigo de Albus en la Academia de Aurores. Tenía un gesto hosco y gotas de sudor le resbalaban por la frente. Lucía desaliñado, como nunca en su vida, y estaba sujetando a alguien del brazo, apuntándole con la varita.

—¡Oh, querida! —exclamó Dimas. Albus sintió que se le paralizaba el corazón—. Pero, ¿qué estás haciendo aquí?

Era Lizza.


Hellowwwww, tuvo que suceder una pandemia para que yo actualizara, ¿verdad? En fin, voy a omitir mi discurso sobre lo difícil que fue este capítulo y lo mucho que discutí con Albus al respecto, porque eso ya es de todos los días, y voy a centrarme en ustedes, ¿lo disfrutaron? Personalmente estoy satisfecha de que Rose y Scorpius ya se hayan juntado con sus padres, que su reencuentro estaba pendiente. Y también disfruté escribiendo el lado "malo" de Albus, que ha venido cayendo en él casi desde que comenzó a encontrar las piezas del Aurea Pergamena, ¿qué opinan ustedes?

Con todo esto de la pandemia, por otro lado, no es como que tenga mucho tiempo. Me enviaron a trabajar desde mi casa y para mis jefes eso significa "estar disponible todo el día todos los días", sumando eso a "ayudar en la casa porque ya tienes tiempo libre", como dicen mis padres. Yep, está complicado el asunto, pero todo está bien dentro de lo normal. Espero que ustedes no la estén pasando tan mal y puedan aprovechar esta situación para cosas creativas (pueden desahogarse en los comentarios, yo los escucho/leo con todo cariño). Tengo casi completo el siguiente capítulo pero no voy a prometer nada porque entre más prometo, más quedo mal :( so, sólo esperemos.

¡Los quiero! Mucha fuerza y suerte en todo esto.

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