Hola, querido lector. Después de mucho (de verdad, mucho) tiempo, he decidido publicar este fanfic que está atorado en mi cabeza: Mi primer long-fic de la tercera generación de Harry Potter. De antemano, te agradezco haber entrado y darle una oportunidad. Te invitó a leer...
Sin más payasadas de mi parte.
Harry Potter y todos sus personajes no me pertenecen. Son de la maravillosa J.K. Rowling.
Prólogo.
La gente gritaba.
Albus no alcanzaba a distinguir si eran gritos de júbilo o de dolor; si las personas que corrían a su lado, al parecer sin rumbo, eran amigos o enemigos… Y es que, en esos momentos, ni siquiera sabía cómo diferenciarlos. Su mente era un completo caos.
Un destello de luz azul pasó junto a él y de inmediato sintió como un fuerte dolor, parecido a una quemadura, se expandía por todo su brazo. Le habían dado. Sin poder evitarlo, se dejó caer de rodillas contra el suelo.
— ¡No! ¡No, Albus! ¡No!
—No te preocupes —dijo él sin soltar la mano de su acompañante—. Estarás a salvo.
Mordiéndose la lengua para no gritar de dolor, se puso de pie nuevamente, pero justo en ese momento un atronador sonido inundó todo el lugar, paralizando a todos los que estaban sumidos en la batalla. Albus buscó la fuente de aquel ruido y distinguió, en lo alto, cómo una persona sujetaba a otra, amenazándola con su varita.
—Veo que al fin tengo toda su atención —dijo la persona armada, amplificando su voz con magia. A Albus le dio un vuelco el corazón cuando lo reconoció—. Creo que estarán de acuerdo conmigo en que esto ya está fuera de control.
La multitud calló. Albus se abrió paso lentamente entre ellos, empujando levemente a su acompañante para que hiciera lo mismo. El hombre que hablaba estaba varios metros por encima de su cabeza, pero aun así temía que pudiera reconocerlo…
—Muy bien. Me temo que todos ustedes están interfiriendo en una misión altamente importante para la comunidad mágica —dijo el hombre, presionando ligeramente su varita contra el cuello de la víctima—. No puedo dejar que esto continúe.
— ¡BASTA! —gritó una voz salida de entre la multitud. Albus sintió el corazón latirle violentamente contra el pecho cuando la persona que había gritado se posó frente a la muchedumbre, como si intentara protegerlos a todos a la vez— ¡Esta lucha no es de ellos!
—Eso es lo que yo digo —dijo el hombre desde las alturas—. Se han metido con algo que no les corresponde, y ahora van a pagar.
— ¡Déjalos! ¡Déjalos ir a todos! —gritó la persona y Albus alcanzó a distinguir una nota suplicante en la voz que siempre le había parecido imponente y autoritaria— Esto no tiene por qué continuar. No vale la pena…
— ¿Qué no la vale? —gritó el hombre y su cara, aun en la distancia, adquirió una mueca frenética, casi maniática— ¡No podrías entenderlo! ¡Ni tú, ni ninguno de estos sangre sucia y traidores! ¡Es demasiado grande para ustedes!
La varita del hombre surcó el aire como un látigo y un destello de luz roja se impactó en el suelo, cerca de donde estaba Albus. El muchacho empujó a su acompañante sin soltarle la mano, adentrándose más en la masa de gente que los rodeaba. Reconoció la mayoría de los rostros (casi todos exhaustos, algunos ensangrentados), pero nadie pareció estar al pendiente de él. Todos alzaban la cabeza, atentos al hombre que podía lanzarles otro ataque en cualquier momento.
—Déjalos… —dijo una vez más la persona que estaba al frente—. Arreglaremos esto de otro modo. Pero, ellos… Déjalos.
El hombre resopló, como si estuviera meditando la situación con extremo cuidado. La varita que tenía en la mano se deslizó de nuevo por el cuello de su víctima, que lloraba en silencio.
—No, no podrían entenderlo —dijo en un susurro que se escuchó a la perfección.
Un rayo de luz verde surcó el cielo, iluminando todo el lugar. Un segundo después, la víctima dejó de llorar y su cuerpo cayó inerte a los pies de aquel hombre.
La gente gritaba… Otra vez.
Albus no alcanzaba a distinguir si eran gritos de júbilo o de dolor, si las personas que los proferían eran amigos o enemigos. En ese momento solo podía estar seguro de una cosa: Todo, absolutamente todo, era culpa suya.