Pasaron unas semanas y Arthur seguía actuando un poco extraño. Veremos si hoy cambia de actitud.

—¡Acabo de llegar! —exclamó mucho más feliz de lo normal.
—¿Te pasa algo? Últimamente estás actuando muy extraño —preguntaste confundida, desde lo que pasó con su historia, ya no te gustaban mucho las sorpresas que digamos.
—Ahora lo sabrás, vamos, ven conmigo —te tomó de la mano estirándote fuera del apartamento sin dejarte siquiera protestar.

Subieron a su auto y comenzaron a alejarse unas calles del complejo. Se estacionaron frente a una casa enorme, pero muy bonita, desde fuera se veía encantadora, acogedora. Aquella casa estaba cerca del restaurante donde trabajabas, y un poco más alejada del trabajo de Arthur.

El inglés bajó presuroso del auto y te abrió la puerta del coche caballerosamente, extendiéndote una mano para ayudarte a bajar. Aún muy confundida por su actitud, tomaste su mano y bajaste del automóvil. Sin soltarte de la mano, te estiró hasta que quedaron frente a aquella casa.

—¿Te gusta? —preguntó muy sonriente.
—¿Qué? —tu confusión sólo crecía— Sí, bueno, por fuera es muy bonita —contestaste dudosa.
—Si te parece bonita desde fuera, espera ver el interior —sin dejar de sonreír, sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón, abriendo la puerta de aquella casa—. Vamos, entra —te hizo un ademán para que pasaras al interior, siguiéndote después los pasos.

No entendías un cuerno lo que sucedía. Pero aquella interrogante desapareció en el momento que observaste el interior del lugar. Las paredes estaban pintadas de un color naranja pastel muy acogedor, estaban parados en la sala donde se reciben a las visitas.

La sala tenía tres sofás bordó, uno bastante largo y otros dos más pequeños a cada lado, formando un semicírculo frente a la chimenea. La alfombra beige bajo los sofás era muy bonita. Comenzaste a recorrer la casa, de verdad era muy bonita.

Tenía cinco baños, seis habitaciones, una cocina, una oficina o estudio, una sala de estar, un depósito, y una habitación para la lavandería. Realmente era muy amplia aquella casa. Tras del edificio poseía un patio gigantesco, lleno de frondosos árboles y hermosas flores esparcidas por todo el jardín, verdaderamente acogedor. Podías respirar naturaleza en esa porción de tierra.

—¿Qué es esto? —preguntaste atónita luego de recorrer toda la casa.
—Esta, darling —se acercó a abrazarte por detrás, apoyando su cabeza en tu hombro izquierdo—, es nuestra nueva casa —contestó con una gran sonrisa en sus labios.
—¡¿Qué?! ¡¿Es en serio?! —contestaste, o más bien, preguntaste, aún más perpleja.
—Claro que es en serio —te besó tiernamente abrazándote con más fuerzas.

Estabas tan feliz, había comprado una casa para ustedes dos, ya tenían su propio lugar, no más un pedazo de edificio alquilado. ¡Cuánta felicidad estabas sintiendo!

—Y aún falta la mejor parte —te soltó y se arrodilló frente a ti, sacando una pequeña caja de su bolsillo.
—No me digas que-
—Shh, sólo escucha —interrumpió tu frase. Estabas tan emocionada por lo que ya preveías que estaba por hacer tu novio que no pudiste contenerte unas cuantas lágrimas de felicidad—. [Nombre], desde que te conocí mi vida cambió por completo —se veía avergonzado y MUY sonrojado, aún así se notaba que se armó con todo el valor que tenía para hablar en estos momentos—, a tu lado aprendí lo que es el verdadero amor, y en todo este tiempo me di cuenta que ningún sentido tiene mi vida si no estoy a tu lado —suspiró haciendo una breve pausa, desviando la mirada a medida que en sus mejillas la tonalidad de rojo aumentaba—. Quiero pasar el resto de mis días contigo, quiero despertar cada mañana contigo a mi lado, quiero hacer mi vida junto a ti —se notaba más nervioso, más sonrojado, y con el esfuerzo del mundo volvió a hacer contacto visual contigo, más avergonzado que antes—. Quiero cuidarte todos los días de mi vida, quiero protegerte, quiero ayudarte en los momentos difíciles, quiero estar a tu lado en las buenas, en las malas, y en las peores —suspiró con una leve sonrisa en sus labios, sin perder el color carmesí—. Te amo con todo mi corazón, y no puedo imaginarme una vida sin ti, por eso —abrió la pequeña cajita alzándola más hacia ti, dejando ver un hermoso anillo de compromiso de diamantes—, [Nombre], ¿a-aceptarías c-casarte c-conmigo? —apenas terminó aquella frase, más avergonzado que durante toda su declaración.

Tú seguías derramando lágrimas de emoción y felicidad. Te lanzaste sobre él tirándolo al césped contigo encima, rodeando su cuello con tus brazos y sellando tus labios con los suyos. Él rodeó tu cintura con sus brazos, aunque no dijiste nada para él estaba más que clara la respuesta.

—Arthur, te amo, te amo tanto, claro que acepto casarme contigo, cómo me negaría —te apartaste un poco de él para decir aquellas palabras, ganándote una mirada enternecida de su parte.
—Me haces el hombre más feliz de la tierra —con una serena sonrisa volvió a juntar sus labios con los tuyos.

Así estuvieron un rato más, hasta que se levantaron del césped.

Al día siguiente ya se mudaron a la nueva casa. No necesitabas mucho, después de todo, con el dinero que tenía Arthur, en esa semana que actuaba extraño había equipado la casa por completo, con todas las cosas necesarias para vivir allí. Hasta ropa y todo te compró.

No querían que haya mucha gente en la boda, querían que fuera algo sencillo y sólo entre amigos. Por ello la boda ya estaba completamente planeada en una semana. La cantidad de invitados eran apenas doce, tus amigas y sus respectivas parejas, que ahora eran amigos de Arthur.
Todo estaba listo para el gran día.

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Hoy era el gran día, hoy te casabas con el hombre que amabas con todo tu corazón. Muy nerviosa te mirabas frente al espejo, ya estabas lista. Tu vestido de novia era de un tono rosa pastel, bastante sencillo pero elegante. Strapless ajustado hasta la cintura, y desde la cintura la cola del vestido, no muy ancha, pero hasta los tobillos. Tenías unos hermosos tacones del mismo color que tu vestido.
Estabas radiante, aunque te veías al espejo no podías reconocerte a ti misma de lo hermosa que estabas maquillada y con el cabello recogido en un elegante peinado.

Saliste de la habitación para subir a la limusina, Arthur ya te estaba esperando en la iglesia.

En unos minutos llegaste a la iglesia, bajaste del automóvil y lentamente comenzaste a entrar, la música nupcial comenzó a sonar. Tu corazón estaba tan acelerado, saldría disparado de tu pecho en cualquier momento, no podías contener en tu ser toda la felicidad que estabas sintiendo.

Al escuchar la música todos voltearon a verte sorprendidos. Tus amigas fangirlearon como siempre al verte tan hermosa, y cuando dirigiste tu mirada a tu prometido, te contemplaba completamente asombrado. Nunca antes te había visto tan hermosa, sintió en ese momento que se enamoró aún más de ti, si acaso eso era posible.

En minutos más llegaste hasta el altar junto a él, tomando tu mano, sonrojado, te dedicó una de sus mejores sonrisas, contemplándote con el semblante enternecido.

—Te ves hermosa —tomó tu mano para besarla, en sus ojos podías notar que él también estaba desbordante de felicidad.
—Gracias, tú también te ves genial —respondiste sonrojada hasta las orejas. No era mentira, ese esmoquin negro de seda italiana que llevaba puesto lo hacía ver bastante atractivo.

El sacerdote comenzó la ceremonia, cada uno hizo sus respectivos votos mientras se ponían las alianzas de oro por sus dedos anulares.

—Los declaro marido y mujer, puede besar a la novia —pronunció las últimas palabras de aquella ceremonia el sacerdote.

Ambos se dieron un beso largo, casto y puro, lleno de amor. Mientras todos los invitados, o mejor dicho, tu amigas, gritaban festejando como fans el que ya estuvieran casados.

Se acercaron al juez que estaba al lado del sacerdote tras una mesa para firmar los papeles del matrimonio civil. Un poco temblorosa, tomaste la pluma luego de ver firmar a Arthur, y también firmaste aquel papel que confirmaba ante la ley y la sociedad que estaban casados.

Recibieron los abrazos y las felicitaciones de todos tus amigos, luego, en la limusina, volvieron a su hogar, su amado hogar. Con todo lo que había pasado ya no estaba en los planes de ustedes viajar a algún lugar por la luna de miel, prefirieron quedarse en su casa, sólo ustedes dos.

Al bajar de la limusina, ésta volvió al lugar de donde fue rentada. Arthur te cargó en sus brazos y te llevó hasta la habitación.

—Hoy es el día más feliz de mi vida —comentó sonrojado, apoyando su frente con la tuya.
—El mío también —respondiste igual de sonrojada y feliz.

Delicadamente te dejó en la cama, y entre besos y caricias llenas de amor, lentamente, con mucho amor y ternura, las ropas cayeron al piso, y volvieron a unir sus cuerpos, siendo ahora, verdaderamente uno sólo.

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Llevaban ya tres semanas de casados. Todo iba realmente de maravilla. Dejaste tu trabajo para quedarte más tiempo en la casa y cuidarla, después de todo te encantaba ser la esposa hogareña.

Como todos los días, le preparaste la cena a tu esposo, quien ya debía estar por llegar.

—Buenas noches darling, ya llegué —comentó en voz alta desde la entrada, sabía que debías estar en la cocina o por ahí cerca.

Colgó su saco por el perchero cerca de la entrada. Se dirigió al estudio para dejar allí su maletín mientras aflojaba la corbata de su cuello, desprendiendo unos botones de su camisa. Apenas dejo dicho objeto, fue a la cocina junto a su amada esposa.

Escuchaste sus pasos al entrar a la cocina, alzaste la vista dedicándole una gran sonrisa.

—Buenas noches sweetheart, ¿cómo te fue? —preguntaste contenta terminando de servir la comida.
—Tranquilo, como siempre, no puedo quejarme —respondió risueño acercándose a ti para abrazarte.

En ese momento se te nubló la vista y tambaleaste, si Arthur no te hubiese atajado fuertemente de la cintura te hubieras caído.

—¿Qué te pasa [Nombre]? ¿Estás bien? —preguntó preocupado.
—Estoy bien, no fue nada, un simple mareo —contestaste sin darle importancia.
—¿Mareo? Eso no es normal, ¿de verdad te sientes bien? —tomó tu rostro con una mano acercándolo al suyo para examinarte mejor— Estás un poco pálida.
—Ya te dije que no es nada —te acercaste a besarlo, acto que correspondió son titubear—. Hoy trabajé mucho limpiando el jardín, debe ser por eso —aclaraste sin problema.
—¿Es eso? Si es así, no deberías esforzarte tanto, si quieres puedo contratar una sirvienta —acariciaba suavemente tu rostro, se notaba menos preocupado, pero aún no estaba tranquilo.
—Ah, con que quieres reemplazarme —bromeaste abrazándolo fuerte.
—No es eso —rio por tu comentario—, tu siempre serás mi sirvienta preferida —continuó la broma volviéndote a besar—. Sólo no quiero que te esfuerces tanto, ¿si?
—De acuerdo, te prometo que seré más cuidadosa.
—Bien —te abrazó más fuerte volviéndote a besar.

Cenaron tranquilamente conversando sobre las cosas que sucedieron en el día. Por más tonto que fuera lo que podías contarle, siempre estaba atento, no porque era interesante algo de lo que decías, sino porque eras tú quien hablaba, y eso le encantaba.

Como todos los días, luego de la larga conversación, fueron a descansar, durmiendo juntos en el lecho matrimonial.

Estabas descansando tranquilamente, de repente sentiste completamente revuelto tu estómago, de inmediato te levantaste de la cama y corriste al baño, encerrándote ahí. Te agachaste en el wáter a devolver todo lo que habías cenado hace unas horas. Qué raro, era la primera vez que lo que comías te caía mal.

—¿[Nombre]? ¿Qué te pasa? ¿Estás bien? ¡Abre la puerta por favor! —Arthur se había despertado por el ruido, por su tono de voz se notaba realmente preocupado.
—E-estoy bien —contestaste tosiendo un poco, estiraste la cadena, incorporándote para limpiarte la boca en el lavabo—. Sólo me cayó mal la cena —te enjuagaste la boca y lavaste tus manos.
—Por favor love, ábreme la puerta —pidió suplicante.
—E-es vergonzoso —replicaste no queriendo acceder a su pedido.
—En la salud y en la enfermedad, ¿recuerdas? —recalcó.
—Está bien —te secaste con una toalla y fuiste a abrir la puerta, en seguida el inglés entró junto a ti.
—¿Cómo te sientes? —te abrazó delicadamente dejando que reposes tu cabeza en su pecho.
—Ya estoy bien, ahora que mi estómago está vacío me siento mejor —contestaste rodeando su cintura con tus brazos, amabas abrazarlo, más cuando se ponía sobreprotector contigo.
—Me preocupas love —comentó serio—. Mañana voy a faltar al trabajo y te llevo al doctor, no es normal lo que te está pasando, y es una orden, no acepto ninguna queja —con su mano derecha levantó tu barbilla para que lo miraras directamente a los ojos.
—Bien, pero vas a ver que no es nada —contestaste haciendo un puchero.

Él beso tiernamente tu frente y te alzó en brazos para dejarte en la cama y acostarse a tu lado.

A la mañana siguiente, Arthur despertó primero que tú, y como ayer no estabas bien, decidió prepararte tu desayuno favorito: té negro con un poco de leche y pan tostado. Él te había pegado muchas costumbres suyas, una de ellas, el té.

Darling, despierta, ya es un poco tarde —acarició suavemente tu rostro, bajando a tus hombros.
—Hmm… —pesarosamente te levantaste, sentándote en la cama, mirándolo con una sonrisa de buenos días, hasta que el olor del té te dio asco— Ugh, ni siquiera puedo oler eso —dijiste haciendo una mueca de desagrado y alejándote de la bandeja.
—¿Qué? —se preguntó extrañado el inglés— Pero si es tu desayuno favorito —contestó confundido.

No pudiste responder a eso porque las náuseas que te provocaron el olor del té te mandaron corriendo al baño, vomitando una vez más.

El rubio dejó la bandeja en la primera superficie que encontró y fue al baño a auxiliarte. Sí es verdad, el té negro era tu desayuno favorito, era, pero hace unas semanas que no te lo preparas, por alguna razón sólo pensar en el té te causaba repulsión.

Te incorporaste del piso, levantándote con ayuda de Arthur. Te acercaste al lavabo para lavarte la boca con la crema dental. Luego de eso te enjuagaste bien y lavaste también tus manos. Te secaste con una toalla. El inglés no dejaba de mirarte con confusión.

—No me mires así, hace varios días que no tomo el té negro, no puedo —contestaste justificándote.
—¿Es eso? —se acercó aún con preocupación para abrazarte, pero apenas su cuerpo rozó tus pechos, éstos te dolieron bastante, apartándolo bruscamente— ¿Qué sucede? —estaba más angustiado.
—Me duelen los pechos, suele pasarme cuando se acerca mi periodo, pero ahora duelen mucho más —contestaste intentando tocar los mencionados, pero cada vez que ponías un dedo encima te dolía mucho.

Las miraste fijamente, ¿estaban un poco más grandes o era tu antojo?

—Arthur, ¿mis pechos están más grandes? —preguntaste atenta a su respuesta.
—Q… —se sonrojó de golpe— ¡A-a qué rayos viene esa pregunta! —desvió la mirada avergonzado— C-creo que sí… —contestó mirándote de lado.

Reíste por su reacción. —Bueno, después de todo creo que ir al doctor no es tan mala idea —te acercaste apenas para besarlo, tratando de que tus pechos no tocaran nada en su camino.

Arthur recordó lo de la bandeja y salió antes que tú del baño, agarrándola y llevándola a la cocina. Te cambiaste de ropa en un momento, estabas lista para ir a consultar y saber qué te estaba pasando.

Lo esperaste en la sala mientras se cambiaba de ropa. Cuando estuvo listo, salieron de la casa, subiste al auto y fueron al hospital donde el inglés tenía el seguro de ambos.

No esperaron mucho para ser atendidos por un doctor. Entraste sola mientras el inglés esperaba en el pasillo, bastante preocupado, no quería encontrarse con la noticia de que tenías algo grave.

Hablaste con el doctor y le contaste los síntomas que tenías en estos últimos tres días. Te hizo varias preguntas más a las cuales contestaste con sinceridad. Luego de la entrevista el doctor sonrió.

—Señora Kirkland, lo que usted tiene no es nada grave, al contrario, es un motivo para alegrarse
—¿Qué? —no entendías nada.
—Señora Kirkland, usted está embarazada, estoy 90% seguro de eso, pero para confirmarlo le haremos la prueba de embarazo en este mismo instante —contestó el doctor llevándote a la sala de análisis antes que pudieras reaccionar.
Al salir miraste a Arthur diciéndole con los ojos que no tenía nada de qué preocuparse.

¿Embarazada? ¿Podía ser eso posible? Si fuera cierto serías la mujer más feliz sobre la faz de la tierra, el doctor estaba casi seguro que estabas esperando un hijo del hombre que amas. ¡No puede ser, qué gran noticia!

Te hicieron los análisis y volviste al consultorio. Luego de unos minutos, el doctor volvió con las pruebas en las manos. Se sentó frente a ti extendiéndote la hoja.

—Felicidades Señora Kirkland, es usted madre desde hace tres semanas —anunció sonriente el doctor.
—¿Hace tres semanas ya? —contestaste con una inmensa felicidad desbordándote por todos los poros de tu cuerpo— ¡Dios mío, no puedo creerlo! ¡Estoy embarazada! —exclamaste de felicidad, saliendo inmediatamente del consultorio para encontrarte con Arthur— ¡Arthur! ¡Vamos a ser padres! ¡Estoy embarazada! —dabas pequeños saltitos de alegría esperando la reacción de tu esposo.
—¡¿QUÉ?! —su cara de preocupación cambió de un instante a otro a uno de gran asombro y felicidad— ¡¿De verdad?! ¡VOY A SER PAPÁ! ¡No puedo creerlo! —exclamó más emocionado que tú ante la noticia, y como primera reacción se abalanzó sobre ti intentando abrazarte, lo atajaste suavemente poniendo tus manos sobre sus pectorales.
—Recuerda, los pechos —le dijiste sonriente.
—Lo siento darling, me ganó la emoción, ¡de ahora en adelante tendré más cuidado, lo prometo! —te besó intensamente, con mucho amor.

No podía creer que iba a ser padre, estaba tan feliz con la noticia. Definitivamente éste era el segundo día más feliz de su vida.

Arthur contrató una sirvienta y un ama de llaves que estaba pendiente de ti todo el tiempo mientras él trabajaba. Desde que supo del embarazo sólo trabajaba mediodía, y si a la empresa no le gustaba simplemente los mandaría al diablo, estar pendiente de su esposa y de su hijo era lo más importante para él.

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Los meses pasaron tan rápido, sin que te dieras cuenta, tu vientre ya estaba tan abultado, tu hijo ya estaba por nacer. En todo este tiempo Arthur estuvo pendiente de ti, cuidándote, incluso a veces, sobreprotegiéndote demasiado, o preocupándose en exceso. Pero así te gustaba. Siempre te consentía con todos los antojos que tenías, por más raros que fueran, y siempre cuidaba que te alimentaras bien por tu salud y la del bebé.

Estabas aburrida de estar en la habitación, así que decidiste salir al jardín. Te sentaste bajo los árboles en uno de los sillones que había allí. En unos instantes Arthur apareció por la puerta, acercándose a ti.

My love, ¿qué haces aquí? Deberías estar descansando —te abrazó delicadamente besando tus labios.
—Ya estaba aburrida allí dentro, así que vine a despejarme un rato —contestaste tranquila.

Arthur te sonrió y volvió a besarte, mientras que acariciaba con su mano tu abultado vientre. Sintió una pequeña patadita de parte del niño. Sí, era varón, seguro saldría igualito al inglés.

—M-me pateó —comentó emocionado, con brillo en los ojos.
—Arthur, no es la primera vez que lo hace, le encanta cuando le demuestras amor —contestaste entre risas.

El niño ya lo había pateado decenas de veces, aún así reacciona como si fuera la primera vez.

—Lo sé, pero es que es tan lindo cuando hace eso —sonrió sonrojado.
—Sí, lo sé —contestaste volviéndolo a besar.

Apenas te separaste sentiste una fuerte contracción.

—Ah… —te retorciste un poco por el dolor, estabas segura que ya venía en camino, ya iba a nacer.
—¡¿Qué sucede, [Nombre]?! —preguntó preocupado.
—Ya viene… —respirabas con dificultad, las contracciones comenzaban a ser más frecuentes— Ya viene, vamos al hospital —contestaste con esfuerzo.
—¡Ahora mismo llamo a la ambulancia! —sacó su teléfono del bolsillo y marcó el número lo más rápido que pudo, apenas le atendieron en la otra línea los maldijo— ¡BLOODY HELL! ¡MI HIJO ESTÁ POR NACER! ¡MANDEN UNA MALDITA AMBULANCIA A LA DIRECCIÓN X LO MÁS RÁPIDO QUE PUEDAN O LES JURO QUE HAGO EXPLOTAR EL HOSPITAL! —el inglés estaba exasperado, y cuando se ponía así, difícilmente se calmaba.

—Pff… ¡Ay! —trataste de reírte, te causó mucha gracia su reacción, pero las contracciones se estaban intensificando.
Love, yo te ayudo —dijo el rubio acercándose a ti para ayudarte a levantarte.

Cuando te levantaste del banco sentiste que se te rompió la fuente.

—Ay, ya se me rompió la fuente —te quejaste comenzando a caminar con la ayuda del inglés hacia la puerta.

La ambulancia llegó en menos de dos minutos. Los del hospital conocían al Señor Kirkland, nadie quería hacerlo enojar o todos podrían terminar en terapia intensiva.

Los paramédicos entraron presurosamente a la casa y te colocaron en una camilla. Te subieron a la ambulancia, y Arthur subió contigo. Sostenía fuertemente tu mano mientras las contracciones empeoraban.

Estaba feliz, preocupado, espantado, todo al mismo tiempo que sentía que iba a vomitar. Por un lado estaba demasiado feliz porque su hijo ya venía en camino, y por otro lado, ver sufrir de esa manera a su esposa le dolía, ya no sabía ni qué demonios sentir en ese momento. ¡Bloody hell! ¡¿Por qué tenía que ser tan doloroso un parto?! ¡¿No podía simplemente salir el bebé y ya?!

Llegaron al hospital en cuestión de minutos, de inmediato te llevaron a una sala de partos. Tu salud estaba en perfectas condiciones, al igual que la del bebé, así que el parto sería normal.

Las horas pasaron y las contracciones seguían, cada vez más fuertes. Por todos los cielos, sólo querías que salga tu hijo de una maldita vez. Lo querías, querías verlo, pero te estaba haciendo sufrir hace horas.

—Aún falta más dilatación para empezar la labor de parto —comentó serio el doctor mientras gritabas de dolor de vez en cuando.
—Tranquila love, ya falta poco —intentó contenerte el inglés, quien estaba sentado a tu lado sin dejar de sostener tu mano.
—¡NO ME JODAS ARTHUR CON QUE ME CALME! ¡NO ERES TÚ QUIEN ESTÁ TRATANDO DE PARIR A NUESTRO HIJO, MALDICIÓN! —le gritaste histérica.

El inglés simplemente bajó la cabeza intentando contener la risa a tu reacción. En estos momentos pareciera que se intercambiaron los papeles.

—¡¿SE PUEDE SABER DE QUÉ DEMONIOS TE RÍES?! ¡AH! —otra contracción fuerte.
—De nada, no me rio de nada, es más, ni siquiera me estoy riendo —contestó lo más serio que pudo aunque quería llorar de risa.

Estuviste así una hora más, hasta que por fin comenzaba verdaderamente la labor de parto.

—¡Puje con fuerza, Señora Kirkland! ¡Ya falta poco! —te alentaba el doctor.

Respirabas como te habían enseñado en las prácticas a las que fuiste con tu esposo, y hacías tu mejor esfuerzo pujando, dolía muchísimo, pero por tu hijo, valía la pena.

—Ya falta poco darling —te alentó Arthur.
—Mejor cállate —lo agarraste de la corbata casi ahogándolo al estirar de ella—. ¡AAAAAAH! —una vez más hiciste todo tu esfuerzo por pujar, mientras Arthur hacía el esfuerzo por zafarse de tu agarre.

Lo soltaste antes de matarlo asfixiado pujando una vez más, el dolor cesó en gran parte, y escuchaste el llanto de tu hijo.
Te tiraste sobre la camilla del hospital más tranquila al ver que tu amado hijo ya había nacido.

Seguramente estabas hecha un asco en estos momentos. Los doctores cortaron el cordón umbilical, y se llevaron al niño para limpiarlo y envolverlo en ropas limpias.
Estabas mucho más calmada ahora.

—Lo hiciste bien, love, fuiste muy fuerte —el inglés se acercó a besarte la frente.
—Gracias Arthur, por estar a mi lado —contestaste con una sonrisa.
—Es lo mínimo que puedo hacer por mi hijo y por su madre —sonrió sereno.

En media hora volvieron con tu hijo envuelto en pañales. Lo cargaste en tus brazos mientras lo observabas, era igualito a su padre. Rubio, con esos hermosos ojos verde esmeralda, tez pálida al igual que el británico, pero sin las gruesas cejas, pues también heredó ciertas facciones tuyas.

—Es hermoso, se parece tanto a ti —observaste al padre de tu hijo.
—Sí, es realmente bello —se acercó más y tomó con un dedo la mano del pequeño—. También se parece un poco a ti —sonrió conmovido.
—Menos mal no heredó tus cejas, eso hubiera sido terrible —te reíste.
—¡Oye! —hizo un puchero.

Lo besaste demostrándole que era una simple broma.

—¿Cómo lo llamaremos? —preguntaste.
—Me gusta Alexander —contestó Arthur.
—Es hermoso —agregaste observando el rostro del inglés radiante de felicidad.
—Entonces será Alexander Kirkland —afirmó orgulloso de su hijo y del nombre del pequeño.
—Sí —sonreíste.

Con el nuevo integrante, comenzarían una familia, que seguramente crecería con los años.